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Vigilia Pascual - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración 

Recursos adicionales para la preparación

 


A su disposición

Comentario Teológico: Directorio Homilético - Lecturas del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual

Santos Padres: San Agustín - La alegría pascual.

Aplicación: San Juan Pablo II - La noche dichosa

Aplicación: San Juan Pablo II Vigilia Pascual

Aplicación: Benedicto XVI - Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual.

Aplicación: San Juan Pablo II - "¿Buscáis a Jesús crucificado?" (Mt 28,5).

Ejemplos

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentrios a Las Lecturas del Domingo

Comentario Teológico: Directorio Homilético - Lecturas del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual

48. «En la Vigilia pascual de la noche Sagrada, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la Historia de la Salvación, y dos lecturas del Nuevo, a saber, el anuncio de la Resurrección según los tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la Resurrección de Cristo» (OLM 99). La Vigilia Pascual, como viene indicado en el Misal Romano, «es la más importante y la más noble entre todas las Solemnidades» (Vigilia paschalis, 2). La larga duración de la Vigilia no permite un comentario extenso a las siete Lecturas del Antiguo Testamento, pero se tiene que notar que son centrales, siendo textos representativos que proclaman partes esenciales de la teología del Antiguo Testamento, desde la creación al sacrificio de Abrahán, hasta la lectura más importante, el Éxodo. Las cuatro lecturas siguientes anuncian los temas cruciales de los profetas. Una comprensión de estos textos, en relación con el Misterio Pascual, tan explícita en la Vigilia pascual, puede inspirar al homileta cuando estas o similares lecturas vienen propuestas en otros momentos del Año Litúrgico.

49. En el contexto de la Liturgia de esta noche, mediante estas lecturas, la Iglesia nos lleva a su momento culminante con la narración del Evangelio de la Resurrección del Señor. Estamos inmersos en el flujo de la Historia de la Salvación por medio de los Sacramentos de Iniciación celebrados en esta Vigilia, como recuerda el bellísimo pasaje de Pablo sobre el Bautismo. Son clarísimos, en esta noche, los vínculos entre la creación y la vida nueva en Cristo, entre el Éxodo histórico y el definitivo del Misterio Pascual de Jesús, al que todos los fieles toman parte por medio del Bautismo, entre las promesas de los profetas y su realización en los misterios litúrgicos celebrados. Estos vínculos a los que se puede siempre hacer referencia en el curso del Año Litúrgico.

50. Un riquísimo recurso para comprender el vínculo entre los temas del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Misterio Pascual de Cristo lo ofrecen las oraciones que siguen a cada lectura. Estas expresan, con simplicidad y claridad, el profundo significado cristológico y sacramental de los textos del Antiguo Testamento ya que hablan de la creación, del sacrificio, del Éxodo, del Bautismo, de la misericordia de Dios, de la alianza eterna, de la purificación del pecado, de la redención y de la vida en Cristo. Pueden servir de escuela de oración para el homileta, no solo en la preparación de la Vigilia Pascual, sino, también, durante el curso del año, cuando se encuentren textos similares a los que vienen proclamados en esta noche. Otro recurso útil para interpretar los textos de la Escritura es el Salmo responsorial que sigue a cada una de las siete Lecturas, poemas cantados por los cristianos que han muerto con Cristo y que ahora comparten con Él su vida resucitada. No deberían olvidarse los Salmos durante el resto del año ya que muestran cómo la Iglesia interpreta toda la Escritura a la luz de Cristo.

Evangelio de la Misa del día de Pascua

51. «Para la misa del día de Pascua, se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los Evangelios propuestos para la noche Sagrada, o, cuando hay misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban de camino hacia Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia. Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua.

En los domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última cena» (OLM 99100). La rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el Triduo representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la vida de la Iglesia, y pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como contenido central de las Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la Iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras» (1Cor 15,4).
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 48 - 51)


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Santos Padres: San Agustín  - La alegría pascual.

1. No hay día que no lo haya hecho el Señor; no solamente ha hecho los días, sino quecontinúa haciéndolos desde el momento en que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos, y llueve sobre los justos y los injustos. En consecuencia,no ha de pensarse que se refiera a este día ordinario,común a buenos y malos, aquel texto en que hemos escuchado:Este es el día que hizo. Al decir: Este es el día que hizo elSeñor, nos proclama un día más notable y hace que concentremos nuestra atención en él. ¿Qué día es este del que se dice:Alegrémonos y gocémonos en él? ¿Qué día sino un día bueno?Qué día sino el apetecible, amable, deseable y deleitoso delque decía el santo Jeremías: Tú sabes que no apetecí el día delos hombres? ¿Cuál es, pues, este día que hizo el Señor? vividbien y lo seréis vosotros. Cuando el Apóstol decía: Caminemoshonestamente como de día, no se refería a este que inicia conla salida del sol y termina con su ocaso. El mismo dice también:Pues los que se embriagan, se embriagan de noche. Nadieve a los hombres borrachos a la hora del almuerzo; perosea la hora que sea, se trata siempre de la noche, no del díaque hizo el Señor. Pues así como son día los que viven piadosa,santa y devotamente, con templanza, justicia y sobriedad, así,por el contrario, son noche los que viven impía, lujuriosa, soberbiae irreligiosamente; para esta noche, la noche será, sinduda, como un ladrón.

El día del Señor vendrá como ladrón enla noche, según está escrito. Pero, después de mencionar este testimonio, el Apóstol, dirigiéndose a quienes había dicho enotro lugar: Fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio,sois luz en el Señor -ved aquí el día que hizo el Señor-;después de haber dicho dirigiéndose a ellos: Sabéis, hermanos,que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, añadió:Pero vosotros no estáis en las tinieblas para que aquel día ossorprenda como un ladrón. Todos vosotros sois hijos de la luze hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas. Así,pues, este nuestro cantar es un traer a la memoria la vida santa.Cuando decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazónconcorde: Este es el día que hizo el Señor, procuremos ir deacuerdo con nuestro sonido para que nuestra lengua no profieraun testimonio contra nosotros. Tú que vas a embriagarte hoydices: Este es el día que hizo el Señor; ¿no temes que te responda:"Este día no lo hizo el Señor? ¿Se cree día buenoincluso aquel al que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo?"

2. Ved qué alegría, hermanos míos; alegría por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordar la pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar lavida futura. Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿quéserá el poseerla? Cuando estos días escuchamos el Aleluya ¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de aquella ciudad celestial? Si estos días nos producen tan grande alegría, ¿qué sucederá aquel en que se nos diga:Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino; cuando todos los santos se encuentren reunidos, cuando se encuentren allíquienes no se conocían de antes, se reconozcan quienes se conocían;allí donde la compañía será tal que nunca se perderáun amigo ni se temerá un enemigo? Henos, pues, proclamandoel Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y desuavidad. Con todo, si estuviéramos diciéndolo siempre, noscansaríamos; pero como va asociado a cierta época del año,¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va! ¿Habrá allí acaso idéntico gozo e idéntico cansancio? No lo habrá.Quizá diga alguien: "¿Cómo puede suceder que no engendrecansancio el repetir siempre lo mismo?" Si consigo mostrartealgo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer que allítodo será así. Se cansa uno de un alimento, de una bebida, deun espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca secansó nadie de la salud. Así, pues, como aquí, en esta carnemortal y frágil, en medio del tedio originado por la pesantezdel cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se cansara dela salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansanciola caridad, la inmortalidad o la eternidad.
(SAN AGUSTÍN,Sermones (4), Sermón 229 B, 1-2, BAC Madrid 1983, XXIV, pág. 305-08)

 

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Aplicación: Beato Juan Pablo II VIGILIA PASCUAL - La noche dichosa

1. "Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió" (Gn 1, 3).
Una explosión de luz, que la palabra de Dios sacó de la nada, rompió la primera noche, la noche de la creación. Como dice el apóstol Juan: "Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5). Dios no ha creado la oscuridad, sino la luz. Y el libro de la Sabiduría, revelando claramente que la obra de Dios tiene siempre una finalidad positiva, se expresa de la siguiente manera: "Él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra" (Sab 1, 14). En aquella primera noche de la creación hunde sus raíces el misterio pascual que, tras el drama del pecado, representa la restauración y la culminación de aquel comienzo primero.

La Palabra divina ha llamado a la existencia a todas las cosas y, en Jesús, se ha hecho carne para salvarnos. Y, si el destino del primer Adán fue volver a la tierra de la que había sido hecho (cf. Gn 3, 19), el último Adán ha bajado del cielo para volver a él victorioso, primicia de la nueva humanidad (cf. Jn 3, 13; 1 Co 15, 47).

2. Hay otra noche como acontecimiento fundamental de la historia de Israel: la salida prodigiosa de Egipto, cuyo relato se lee cada año en la solemne Vigilia pascual. "El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda" (Ex 14, 21-22). El pueblo de Dios ha nacido de este "bautismo" en el Mar Rojo, cuando experimentó la mano poderosa del Señor que lo rescataba de la esclavitud para conducirlo a la anhelada tierra de la libertad, de la justicia y de la paz. Esta es la segunda noche, la noche del éxodo.

La profecía del libro del Éxodo se cumple hoy también en nosotros, que somos israelitas según el espíritu, descendientes de Abraham por la fe (cf. Rm 4, 16). Como el nuevo Moisés, Cristo nos ha hecho pasar en su Pascua de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Muertos con Jesús, resucitamos con Él a una vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. Su Bautismo se ha convertido en el nuestro.

3. "En esta noche de gracia", en la que Cristo ha resucitado de entre los muertos, se realiza en vosotros un "éxodo" espiritual: dejáis atrás la vieja existencia y entráis en la "tierra de los vivos". Esta es la tercera noche, la noche de la resurrección.

4. "¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos". Así se ha cantado en el Pregón pascual, al comienzo de esta Vigilia solemne, madre de todas las Vigilias. Después de la noche trágica del Viernes Santo, cuando el "poder de las tinieblas" (cf. Lc 22, 53) parecía prevalecer sobre Aquel que es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión en la tierra, encontró reposo en el misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede el "tercer día", en el que, según las Escrituras, el Señor habría de resucitar, como Él mismo había preanunciado varias veces a sus discípulos. "¡Qué noche tan dichosa en que une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!" (Pregón pascual).

5. Esta es la noche por excelencia de la fe y de la esperanza. Mientras todo está sumido en la oscuridad, Dios - la Luz - vela. Con Él velan todos los que confían y esperan en Él. ¡oh María!, esta es por excelencia tu noche. Mientras se apagan las últimas luces del sábado y el fruto de tu vientre reposa en la tierra, tu corazón también vela. Tu fe y tu esperanza miran hacia delante. Vislumbran ya detrás de la pesada losa la tumba vacía; más allá del velo denso de las tinieblas, atisban el alba de la resurrección. Madre, haz que también velemos en el silencio de la noche, creyendo y esperando en la palabra del Señor. Así encontraremos, en la plenitud de la luz y de la vida, a Cristo, primicia de los resucitados, que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¡Aleluya!
(Homilía del beato Juan Pablo II el Sábado, 30 de marzo de 2002)


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Aplicación: San Juan Pablo II Vigilia Pascual

1. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular" (Sal 117,22).

Esta noche, la liturgia nos habla con la abundancia y la riqueza de la palabra de Dios. Esta Vigilia es no sólo el centro del año litúrgico, sino de alguna manera su matriz. En efecto, a partir de ella se desarrolla toda la vida sacramental. Podría decirse que está preparada abundantemente la mesa en torno a la cual la Iglesia reúne esta noche a sus hijos; reúne, de manera particular, a quienes han de recibir el Bautismo.

Pienso directamente en vosotros, queridos Catecúmenos, que dentro de poco renaceréis del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5). Con gran gozo os saludo y saludo, al mismo tiempo, a los Países de donde venís: Albania, Cabo Verde, China, Francia, Marruecos y Hungría.

Con el Bautismo os convertiréis en miembros del Cuerpo de Cristo, partícipes plenamente de su misterio de comunión. Que vuestra vida permanezca inmersa constantemente en este misterio pascual, de modo que seáis siempre auténticos testigos del amor de Dios.

2. No sólo vosotros, queridos catecúmenos, sino también todos los bautizados están llamados esta noche a hacer en la fe una experiencia profunda de lo que poco antes hemos escuchado en la Epístola: "Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del padre, así también nosotros andemos en una vida nueva" (Rm 6,3-4).

Ser cristianos significa participar personalmente en la muerte y resurrección de Cristo. Esta participación es realizada de manera sacramental por el Bautismo sobre el cual, como sólido fundamento, se edifica la existencia cristiana de cada uno de nosotros. Y es por esto que el Salmo responsorial nos ha exhortado a dar gracias: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia... La diestra del Señor... es excelsa. No he de morir, viviré, para contar las hazañas del Señor" (Sal 117,1-2.16-17). En esta noche santa la Iglesia repite estas palabras de acción de gracias mientras confesa la verdad sobre Cristo que "padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día" (cf. Credo).

3. "Noche en que veló el Señor... por todas las generaciones" (Ex 12,42).

Estas palabras del Libro del Éxodo concluyen la narración de la salida de los Israelitas de Egipto. Resuenan con una elocuencia singular durante la Vigilia pascual, en cuyo contexto cobran la plenitud de su significado. En este año dedicado a Dios Padre, ¿cómo no recordar que esta noche, la noche de Pascua, es la gran "noche de vigilia" del Padre? Las dimensiones de esta "vigilia" de Dios abarcan todo el Triduo pascual. Sin embargo, el Padre "vela" de manera particular durante el Sábado Santo, mientras el hijo yace muerto en el sepulcro. El misterio de la victoria de Cristo sobre el pecado del mundo está encerrado precisamente en el velar del Padre. Él "vela" sobre toda la misión terrena del Hijo. Su infinita compasión llega a su culmen en la hora de la pasión y de la muerte: la hora en que el Hijo es abandonado, para que los hijos sean encontrados; el Hijo muere, para que los hijos puedan volver a la vida.

La vela del Padre explica la resurrección del Hijo: incluso en la hora de la muerte, no desaparece la relación de amor en Dios, no desaparece el Espíritu Santo que, derramado por Jesús moribundo en la cruz, llena de luz las tinieblas del mal y resucita a Cristo, constituyéndolo Hijo de Dios con poder y gloria (cf. Rm 1,4).

4. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular" (Sal 117,22). A la luz de la Resurrección de Cristo, ¡cómo sobresale en plenitud esta verdad que canta el Salmista! Condenado a una muerte ignominiosa, el Hijo del hombre, crucificado y resucitado, se ha convertido en la piedra angular para la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

"Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" (Sal 117,23). Esto sucedió en esta noche santa. Lo pudieron constatar las mujeres que "el primer día de la semana... cuando aún estaba oscuro" (Jn 20,1), fueron al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor y encontraron la tumba vacía. oyeron la voz del ángel: "No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado" (cf. Mt 28,1-5).

Así se cumplieron las palabras proféticas del Salmista: "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular". Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de profesarla en el umbral del tercer milenio, porque la Pascua de Cristo es la esperanza del mundo, ayer, hoy y siempre. Amén.
(Vigilia Pascual, 3 de abril de 1999)

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Aplicación: Benedicto XVI (Vigilia Pascua) - Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual.


Queridos hermanos y hermanas:
Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual.
En primer lugar, el fuego que se hace luz. La luz del cirio pascual, que en la procesión a través de la iglesia envuelta en la oscuridad de la noche se propaga en una multitud de luces, nos habla de Cristo como verdadero lucero matutino, que no conoce ocaso, nos habla del Resucitado en el que la luz ha vencido a las tinieblas.

El segundo signo es el agua. Nos recuerda, por una parte, las aguas del Mar Rojo, la profundidad y la muerte, el misterio de la Cruz. Pero se presenta después como agua de manantial, como elemento que da vida en la aridez. Se hace así imagen del Sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Sin embargo, no sólo forman parte de la liturgia de la Vigilia Pascual los grandes signos de la creación, como la luz y el agua. Característica esencial de la Vigilia es también el que ésta nos conduce a un encuentro profundo con la palabra de la Sagrada Escritura. Antes de la reforma litúrgica había doce lecturas veterotestamentarias y dos neotestamentarias. Las del Nuevo Testamento han permanecido. El número de las lecturas del Antiguo Testamento se ha fijado en siete, pero, de según las circunstancias locales, pueden reducirse a tres. La Iglesia quiere llevarnos, a través de una gran visión panorámica por el camino de la historia de la salvación, desde la creación, pasando por la elección y la liberación de Israel, hasta el testimonio de los profetas, con el que toda esta historia se orienta cada vez más claramente hacia Jesucristo. En la tradición litúrgica, todas estas lecturas eran llamadas profecías. Aun cuando no son directamente anuncios de acontecimientos futuros, tienen un carácter profético, nos muestran el fundamento íntimo y la orientación de la historia. Permiten que la creación y la historia transparenten lo esencial. Así, nos toman de la mano y nos conducen hacía Cristo, nos muestran la verdadera Luz.

En la Vigilia Pascual, el camino a través de las sendas de la Sagrada Escritura comienza con el relato de la creación. De esta manera, la liturgia nos indica que también el relato de la creación es una profecía. No es una información sobre el desarrollo exterior del devenir del cosmos y del hombre. Los Padres de la Iglesia eran bien conscientes de ello. No entendían dicho relato como una narración del desarrollo del origen de las cosas, sino como una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro ser. Podemos preguntarnos ahora: Pero, ¿es verdaderamente importante en la Vigilia Pascual hablar también de la creación? ¿No se podría empezar por los acontecimientos en los que Dios llama al hombre, forma un pueblo y crea su historia con los hombres sobre la tierra? La respuesta debe ser: no. Omitir la creación significaría malinterpretar la historia misma de Dios con los hombres, disminuirla, no ver su verdadero orden de grandeza. La historia que Dios ha fundado abarca incluso los orígenes, hasta la creación. Nuestra profesión de fe comienza con estas palabras: "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra".

Si omitimos este comienzo del Credo, toda la historia de la salvación queda demasiado reducida y estrecha. La Iglesia no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo, no limita su cometido sólo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios se nos muestra como Creador, y por esto tenemos una responsabilidad con la creación. Nuestra responsabilidad llega hasta la creación, porque ésta proviene del Creador. Puesto que Dios ha creado todo, puede darnos vida y guiar nuestra vida. La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales. Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de la eternidad. Puesto que la creación pertenece a Dios, podemos confiar plenamente en Él. Y porque Él es Creador, puede darnos la vida eterna. La alegría por la creación, la gratitud por la creación y la responsabilidad respecto a ella van juntas. El mensaje central del relato de la creación se puede precisar todavía más.

San Juan, en las primeras palabras de su Evangelio, ha sintetizado el significado esencial de dicho relato con una sola frase: “En el principio existía el Verbo". En efecto, el relato de la creación que hemos escuchado antes se caracteriza por la expresión que aparece con frecuencia: “Dijo Dios...". El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. “Logos" significa “razón", “sentido", “palabra". No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la ausencia de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial.

Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con san Juan: en el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina. Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a la creación.

Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable.

El relato veterotestamentario de la creación, que hemos escuchado, indica claramente este orden de la realidad. Pero nos permite dar un paso más. Ha estructurado el proceso de la creación en el marco de una semana que se dirige hacia el Sábado, encontrando en él su plenitud. Para Israel, el Sábado era el día en que todos podían participar del reposo de Dios, en que los hombres y animales, amos y esclavos, grandes y pequeños se unían a la libertad de Dios. Así, el Sábado era expresión de la alianza entre Dios y el hombre y la creación. De este modo, la comunión entre Dios y el hombre no aparece como algo añadido, instaurado posteriormente en un mundo cuya creación ya había terminado. La alianza, la comunión entre Dios y el hombre, está ya prefigurada en lo más profundo de la creación. Sí, la alianza es la razón intrínseca de la creación así como la creación es el presupuesto exterior de la alianza.

Dios ha hecho el mundo para que exista un lugar donde pueda comunicar su amor y desde el que la respuesta de amor regrese a Él. Ante Dios, el corazón del hombre que le responde es más grande y más importante que todo el inmenso cosmos material, el cual nos deja, ciertamente, vislumbrar algo de la grandeza de Dios.

En Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos dar aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de seis días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la creación de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia naciente sucedió algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido ahora por el primer día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del encuentro con Dios mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el Domingo, se encontró con los suyos como Resucitado, después de que hallaran vacío el sepulcro. la estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en él del reposo de Dios. Inicia con el primer día como día del encuentro con el Resucitado. Este encuentro ocurre siempre nuevamente en la celebración de la Eucaristía, donde el Señor se presenta de nuevo en medio de los suyos y se les entrega, se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta a la mesa con ellos.

Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera que el Sábado, el séptimo día como día del encuentro con Dios, está profundamente enraizado en el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio resulta aún más claro si tenemos presente hasta qué punto el proceso del trabajo hacia el día de descanso se corresponde también con una lógica natural. Este proceso revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo del desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el día de la nueva creación.

Nosotros celebramos el primer día. Con ello celebramos a Dios, el Creador, y a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del cielo y de la tierra. Y celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador y de su creación. Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta de nuestra vida. lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos el primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no permanece para siempre. lo celebramos porque sabemos que ahora vale definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: "Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Gen 1, 31). Amén
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica Vaticana el Sábado Santo 23 de abril de 2011)


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Aplicación: Beato Juan Pablo II VIGILIA PASCUAL - "¿Buscáis a Jesús crucificado?" (Mt 28,5).

Es la pregunta que oirán las mujeres cuando, "al alborear el primer día de la semana" (ib 28,1), lleguen al sepulcro.

Antes del sábado fue condenado a muerte y expiró en la cruz clamando: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (lc 23,46).

Colocaron, pues, a Jesús en un sepulcro, en el que nadie había sido enterrado todavía, en un sepulcro prestado por un amigo, y se alejaron. Se alejaron todos, con prisa, para cumplir la norma de la ley religiosa.

Efectivamente, debían comenzar la fiesta, la Pascua de los judíos, el recuerdo del éxodo de la esclavitud de Egipto: la noche antes del sábado.
Luego, pasó el sábado pascual y comenzó la segunda noche.
Por qué habéis venido ahora? ¿Buscáis a Jesús el crucificado?
Sí. Buscamos a Jesús crucificado. Lo buscamos esta noche después del sábado, que precedió a la llegada de las mujeres al sepulcro, cuando ellas con gran estupor vieron y oyeron: "No está aquí..." (Mt 28,6).

Escuchamos las lecturas sagradas que comparan esta noche única con el día de la Creación, y sobre todo con la noche del éxodo, durante la cual, la sangre del cordero salvó a los hijos primogénitos de Israel de la muerte y los hizo salir de la esclavitud de Egipto. Y, luego, en el momento en el que se renovaba la amenaza, el Señor los condujo por medio del mar a pie enjuto.

Velamos, pues, en esta noche única junto a la tumba sellada de Jesús de Nazaret, conscientes de que todo lo que ha sido anunciado por la Palabra de Dios en el curso de las generaciones se cumplirá esta noche, y que la obra de la redención del hombre llegará esta noche a su cenit.

Velamos, pues, y aun cuando la noche es profunda y el sepulcro está sellado, confesamos que ya se ha encendido en ella la luz y avanza a través de las tinieblas de la noche y de la oscuridad de la muerte. Es la luz de Cristo: Lumen Christi.

Hemos venido para sumergirnos en su muerte.
Proclamamos la alabanza del agua bautismal, a la cual, por obra de la muerte de Cristo, descendió la potencia del Espíritu Santo: la potencia de la vida nueva que salta hasta la eternidad, hasta la vida eterna (Jn 4,14).

"Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él, para que...no seamos más esclavos del pecado..." (Rm 6,6), porque nosotros nos consideramos "muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Ib. 6,11); efectivamente: "Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios" (ib. 6,10); porque: "Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (ib. 6,4); Porque "si nuestra existencia está unida a Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante" (ib. 6,5); porque creemos que "si hemos muerto con Cristo..., también viviremos con Él" (ib. 6,8); y porque creemos que "sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él" (ib. 6,9).

Precisamente por eso estamos aquí. Por eso velamos junto a su tumba. Vela la Iglesia. Y vela el mundo.

La hora de la victoria de Cristo sobre la muerte es la hora más grande de la historia.
(Homilía del beato Juan Pablo ii en la Vigilia Pascual del sábado 18 de abril de 1981)

 

Ejemplos

"Si supiera que voy a resucitar el domingo.........." .

Recuerdo que, hace unos años, mi hermana María Cruz explicaba al más pequeño de sus hijos -Javier de seis años, lo bueno que había sido Jesús con los hombres, tanto que hasta había muerto por salvarnos.

"¿Y tú - le preguntaba - tú sería capaz de morir por Jesús? A lo que Javier respondió, después de pensarlo un poco: "Hombre, si sé que voy a resucitar el domingo, sí"

¿Sabía Jesús antes de morir que iba a resucitar? Todo hace pensar que Jesús no tenía claro que iba a resucitar al tercer día. No se explica el terror y la angustia que sufrió en el huerto de los olivos y, sobre todo, el inexplicable y misterioso grito en la cruz "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado". Si Jesús hubiera sabido ya la respuesta del Padre a su petición: "Libérame de este cáliz" su oración no tenía sentido.

Después de la muerte y resurrección de Jesús, la muerte, para nosotros, no es otra cosa que pasar de esta vida a la casa del Padre. Con la resurrección de Jesús, la muerte perdió todo su aguijón, todo su terrible aspecto. Jesús fue el primero que esperó en el Padre sin saber de antemano, cómo le respondería. En la carta a los Hebreos leemos que: "Cristo en los días de su vida mortal, ofreció su sacrificio con fuerte gritos y lágrimas. Dirigió ruegos u sufrimientos a Aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue escuchado por su religiosa sumisión" (Heb 5,7) Pidió al Padre que lo liberara de la muerte, y la respuesta inmediata fue......un total silencio. Sólo cuando resucitó de la muerte supo cómo el Padre lo había escuchado. Pero Jesús tuvo que llegar al máximo posible de fe y de abandono a la voluntad del Padre para merecer resucitar de la muerte.

 

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