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Domingo 22 del Tiempo Ordinario A - 'Que cargue con su cruz y me siga' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas

Comentario Teológico: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes (Ap 1,6)

Santos Padres: San Gregorio Magno - La renuncia a sí mismo y el seguimiento de Jesús

Aplicación: San Juan Pablo II - Seguir a Cristo con la fuerza del amor

Aplicación: Benedicto XVI - La cruz gloriosa

Aplicación: Imitación de Cristo - “Que cargue con su cruz y me siga”

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz Mt 16, 21-27

Ejemplos

 

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas

JEREMÍAS 20, 7-9:
Es una página autobiográfica palpitante de emoción. La misión de Jeremías es sumamente difícil. Él la quiere rehuir, pero debe rendirse a la voluntad de Dios:
- Es dolorosa la vida y vocación de este Profeta. Es Profeta de la cuna al sepulcro; pero lo es siempre a la fuerza, a repelo, en rebeldía con su vocación. No podemos simplemente tildarle de pesimista, pusilánime, amargado, acomplejado. Nada de complejos. Se enfrenta valiente y sereno con reyes y cortesanos, con sacerdotes y falsos profetas. Es más bien la clarividencia, la fina sensibilidad, la responsabilidad lo que explica su tenaz resistencia, a veces su tozudez, a la vocación. Esta página de sus confesiones nos revela su drama interno: "Me has seducido, Yahvé; y me he tenido que rendir. Eres más fuerte y me has vencido" (7). Recordemos Jer 1, 4-7, donde aparece el primer forcejeo entre Dios y Jeremías. Y nunca se reconcilia con su vocación.

- Y es que el mensaje que tiene que proclamar en nombre de Dios es muy duro y muy contrario a los sentimientos del auditorio y del mismo Profeta: "Porque siempre que hablo debo anunciar: ¡Derrota! Siempre que tomo la palabra debo proclamar: ¡Devastación! La Palabra de Yahvé es para mí causa de continuos oprobios y befas. Todos se mofan de mí. Soy su irrisión todo el día" (8). Mientras los falsos profetas adulaban al Rey y al pueblo, Jeremías debía proclamar el mensaje de la justicia y castigo de Dios que se cernía sobre los gravísimos pecados de Jerusalén.

- Y tampoco tiene la opción de evadirse, de callar: "Yo decía: No me acordaré más de la Palabra de Yahvé. No hablaré más en su Nombre" (9a). Un auténtico Profeta de Dios no puede oponerse a la fuerza del Espíritu. Quedaría devorado por su propia conciencia, que le recrimina su cobarde traición: "Pero sentía en mi interior un fuego que me quemaba los huesos. Y no podía ahogarlo. Y no podía soportarlo" (9b). Ni atenúa, ni menos calla, el mensaje. Es fiel Profeta de Dios.

ROMANOS 12, 1-2:
Este capítulo inicia la sección parenética o exhortativa de la Carta:
- El culto a Dios, deber primario, debe practicarlo el cristiano de muy diversa manera que lo han hecho judíos y gentiles. Pablo lo llama culto espiritual para contraponerlo al culto exterior y formalista. De ahí que los sacrificios de animales, tan propios del culto Mosaico, pierden su valor. En el nuevo culto la hostia ofrecida es el hombre mismo (1). Ya Oseas elevaba a esta zona espiritual el culto cuando proclamaba: "Porque es amor lo que yo quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6, 6). Un amor sincero a Dios y una sumisión total a su voluntad compromete al hombre entero; le hace "víctima viva, santa, grata a Dios" (1), de un valor inmensamente superior a los sacrificios de animales, de sentido puramente ritual.

- Este culto espiritual se cumple siempre que el hombre se consagra a conocer, aceptar y cumplir la voluntad de Dios. Por esto San Pablo llama culto espiritual a la predicación del Evangelio: "Dios, a quien doy culto espiritual evangelizando a su Hijo" (Rom 1, 9). Y pone a un mismo nivel de culto espiritual la predicación del Evangelio y la conversión sincera de los evangelizados: "Soy ministro de Cristo Jesús entre los gentiles en el oficio sagrado de predicar el Evangelio de Dios y de presentarle la gentilidad como ofrenda muy grata, santificada en el Espíritu Santo" (Rom 15, 16): "Concédenos, Señor, que en Cristo, y formando por su Espíritu un solo Cuerpo, seamos víctima santa a honor de tu gloria", pedimos muy justamente en una anáfora.

- El programa de toda vocación cristiana, es decir, de todo bautizado, es tan alto como bello: a) No os amoldéis al presente siglo; b) Antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente; c) Aquilatad cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Conviene recordar estas exigencias del Bautismo ante el peligro de secularización y de mundanización que sufrimos hoy los cristianos. Nos lo avisa el Papa: "Cristiano convertido a aquel mundo que él debería, por el contrario, convertir a si" (Paulo VI: 16-111-69). No es el mundo el que mundaniza al cristiano. Es el cristiano el que cristianiza el mundo. Res denominatur a potiori.

MATEO 16, 21-27:
Jesús expone con toda claridad su Mesianismo Redentor: un Mesías en cruz es el riesgo decisivo y difícil de la fe; Jesús plantea crudamente esta crisis a los suyos:
- Aprovecha la confesión y profesión que Pedro acaba de hacer de la Mesianidad de Jesús para entrarles en el misterio de un Mesías-Redentor: el profetizado en los oráculos del "Siervo de Yahvé". Ha de tomar sobre sí los pecados de todos. Debe ser la víctima expiatoria por todos.
- Pedro cae, una vez más, en el mesianismo de carne y sangre: glorioso, político. Y aún intenta desviar a Jesús. Jesús rechaza aquella sugestión y la califica de diabólica (23). Ni Pedro ni sus compañeros son capaces de superar su cerrada mentalidad hasta que la Resurrección de Jesús y la luz de Pentecostés les den la clave del Mesianismo-Redentor.

- Con ocasión de este despiste de Pedro, Jesús proclama cuál sea el Mesianismo auténtico: el de la cruz. La Redención la hará Él por la cruz. Y cuantos queramos ser de Él debemos compartir su cruz (24). Las frases pedagógicas de los vv 25-26 contraponen el criterio divino al humano. Este valoriza sólo la vida de acá, lo efímero y caduco. En la escala auténtica de valores deben anteponerse los eternos a los temporales. A esta luz es válida la paradoja de Jesús: Quien pierde gana y quien gana pierde: Quien pierde y renuncia por amor al Reino de los cielos lo temporal, gana lo eterno. Quien se afana sólo por lo temporal pierde lo eterno.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 232-235)


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Comentario Teológico: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes (Ap 1,6)

Las lecturas de hoy nos permiten comprender mejor el misterio que venimos considerando: el Reino de los Cielos. En especial, lo expuesto el domingo pasado se presta fácilmente a ser malinterpretado a raíz de las controversias con el protestantismo. Es importante recuperar una visión genuina, íntegra, o sea católica.

1 - Todos fieles
Pocas veces podemos imaginar un contraste más dramático entre lo que vimos el domingo pasado y lo que escuchamos hoy. El domingo pasado Pedro recibió una gran promesa de Cristo: Bienaventurado eres Pedro...sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia. Hoy, en lo que viene inmediatamente después de aquello, oímos que se dice a Pedro: Ve detrás de mí, Satanás. O sea de bienaventurado a Satanás.
La reacción de Cristo ante la intervención de Pedro nos sirve para profundizar mejor en lo que fue prometido a Pedro el domingo pasado. Básicamente, ser Papa no es tanto un privilegio cuanto un oficio, es decir no es algo para él sino para la Iglesia. Por eso, el Papa san Gregorio Magno introdujo una costumbre de firmar "Servus servorum Dei" (Siervo de los siervos de Dios).
Ahora, fuera de esa particular condición, Pedro debe ser también un seguidor, un discípulo, de Cristo. Incluso más, debe ser el primer discípulo ya que a él se le dice primero y de manera personal lo que se dice después y de manera general. Ve detrás de mí, le dice Jesús primero a Pedro, y luego sigue diciendo: el que quiera venir detrás de mí... etc. O sea, esta enseñanza vale para todos.

Aquí hay un punto muy importante que el mismo catecismo señala: "por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo" (872). Aquí estamos tocando la naturaleza misma del Reino de los Cielos, su intrínseca condición. Hemos visto que es uno, que es santo, que es católico, todas características de ese Reino, pero ¿qué es en sí?

2 - La Cruz de Cristo
Para comprenderlo analicemos con cierto detalle la enseñanza del Señor. Cristo, como señalamos, se dirige a todos en general (incluido Pedro) diciendo simplemente: el que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga. Prestemos atención al orden: Jesús dice primero el que quiera venir detrás de mí. ¿Adónde? "El que quiera seguirme en mi gloria", dice san Ignacio de Loyola. ¿Cuál es la condición? Niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga. ¿De qué está hablando Jesús? Jesús habla de cargar con la cruz como medio necesario para seguirlo. ¿Cómo se relaciona esto con lo de antes de "ir detrás de Él"? Para entenderlo es necesario que comprendamos el misterio de la Cruz en la vida de Jesús. O sea ¿qué significó la Cruz para Jesús?

La cruz significó, por un lado, el acto más grande de obediencia, de humillación y de entrega que hizo Jesús: Cristo se humilló... y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (Fil 2,8), por ellos me consagro (como se hacía con las víctimas en el Templo de Jerusalén; Jn 17,19). Acto de obediencia respecto del Padre, acto de humillación respecto de sí mismo, acto de entrega o caridad respecto del prójimo.

Contemporáneamente, la Cruz significó el momento culminante de su misión. Por ella y en ella, Jesús cumple de manera sublime e insuperable una triple función: sacerdotal, profética y real. Sacerdotal porque allí ofrece el sacrificio más excelente que redime la humanidad entera. Profética porque ella es la cátedra más excelente de enseñanza, a punto tal que santo Tomás dice que en la cruz encontramos ejemplo de todas las virtudes (cf. Oficio de Lectura). Real porque por ella Cristo fue constituido en Rey del universo y Juez de todos: por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre. De esta manera, la cruz significó el medio por el cual su humanidad adquirió una condición totalmente nueva marcada por la espiritualidad de su ser, como puede apreciarse luego de la Resurrección.

En síntesis, si por un lado la Cruz significó sufrimiento y muerte, por el otro fue el camino para la completa transformación de Jesús. Para entender el profundo significado que hay aquí es importante entender la "psicología" del sacrificio en Israel. Nuestra palabra "sacrificio" es entendida como algo que resulta doloroso o esforzado. Ahora, la palabra usada por los judíos es, estrictamente, qorbán, la cual primariamente significa ofrenda, o sea donación, entrega gozosa (pensemos en un regalo dado a alguien querido). Lo que se ofrecía a Dios era, por así decirlo, transformado por el fuego que había sobre el altar y, de esa manera, elevado a la morada celestial. En definitiva, la Cruz fue el altar en el cual Cristo se ofreció y, al mismo tiempo, fue transformado: el acto humano de Jesús, "potenciado" y revaluado por la persona divina del Hijo fue aceptado por el Padre. La expresión de Jesús incluso tiene una fuerte resonancia ya que habla de cargar la cruz, el leño, apelando a la imagen de Isaac cargando la leña para su propio sacrificio (Isaac tu siervo, se decía, cf. Dan 3,35, como Jesús el Siervo de Yahvé).

3 - Ir detrás de Cristo
Retomemos lo que Cristo dice: el que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y me siga. La cruz significa ciertamente humillación, obediencia y entrega. Pero es el medio insustituible para alcanzar la misma condición de Cristo. Prestemos atención: Cristo nos deja la libertad: el que quiera seguirme; pero precisa, primero, que quien pierda su vida por mí la salvará y, segundo, que cuando venga en la gloria de su Padre... pagará a cada uno según su conducta (gr. praxis).

Qué significa, entonces, seguir a Cristo? Sencillamente, imitarlo. Es decir, cumplir la misma misión que Él realizó: "son fieles cristianos quienes, incorporados [ing. Constituted] a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo" (871). Incorporarse por el bautismo, según san Pablo, es ser sumergidos en la muerte de Cristo para vivir una vida nueva (cf. Ro 6).

Qué es lo que Cristo, por tanto, nos enseña? Nos insta a cumplir nuestra misión. En primer lugar la misión real o regia (el rey era el hombre libre, no sujeto): "Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, para que vencieran en sí, con la propia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (908). Además implica extender el reinado de Cristo a las estructuras y condiciones del mundo para que "las costumbres sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan... la práctica de las virtudes" (909)

Luego tenemos la misión profética que "Cristo realiza... no sólo a través de la jerarquía... sino también por medio de los laicos", a los cuales hace sus testigos, de tal manera que se lo anuncia con el testimonio de vida y de la palabra. Esto es particularmente importante cuando es hecho por los laicos, por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo (cf. 904-905, 898-900).

Ahora todo esto, las misiones real y profética, adquieren todavía un valor mayor en razón de la misión sacerdotal, incluso en el caso de los laicos: "los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo [el fuego divino], están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (901; cf. Sal 51). Lo hemos escuchado en la segunda lectura: ofreced vuestros cuerpos como una hostia santa, agradable al Señor, dice san Pablo. Al decir vuestros cuerpos se refiere a todo lo que hacemos con el cuerpo, o sea a todo porque el hombre es alma y cuerpo. (Uno de los significados de la gota de agua que se coloca en el cáliz es "representar" la unión de nuestro ser y hacer al de Cristo)

Providencialmente, esta visión existía precisamente en el Judaísmo inmediatamente anterior a Cristo, a tal punto que habían trasladado a la vida cotidiana una serie de ritos de purificación que debían hacer los sacerdotes en el Templo (cf. 579). E incluso en Jerusalén hubo un tiempo en que el gobierno era ejercido por el Sumo Sacerdote (cf. Macabeos). A este respecto, sin embargo, Jesús precisa algo cuando dice por mí, de manera tal que deja en claro su condición. Él es la pieza clave, es decir la piedra angular de todo el edificio.

O sea, para resumir las enseñanzas de hoy, el Papa es Papa no para su provecho sino para cooperar "a la edificación del Cuerpo de Cristo", pero absolutamente todos "también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios" (873,897, cf. 913). San Pedro llegó a comprender la lección de este día de tal manera que, en la primera carta, él mismo se dirige a los fieles diciendo que ellos son sacerdocio real (1Pe 2,9), calificación que recoge la expresión del Éxodo: reino de sacerdotes (19,6).

4 - Conclusión
En definitiva, Cristo está enseñándonos el camino para realizar nuestra vida, como se dice hoy. Él mismo nos advierte: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? Por el contrario, quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pero debe ser por Cristo. A Él, que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (Ap 1,5-6)
( P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes Ap 1,6)


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Santos Padres: San Gregorio Magno - La renuncia a sí mismo y el seguimiento de Jesús

Como nuestro Señor y Redentor vino al mundo cual hombre nuevo, dio al mundo preceptos nuevos; pues a nuestra vida antigua, amamantada en los vicios, opuso su contrario y nuevo modo de vivir. Porque el hombre viejo y carnal, ¿qué es lo que había aprendido sino a guardar para sí lo propio, arrebatar lo ajeno, si podía, y apetecerlo cuando no podía? Pero el médico celestial a cada uno de los vicios opuso remedios que les salieran al paso; porque así como en el arte de la medicina el calor se cura con el frío, y el frío con el calor, así nuestro Señor opuso a los pecados remedios contrarios, mandando a los lúbricos continencia; a los duros de corazón, largueza; a los iracundos, mansedumbre, y a los soberbios, humildad.

En efecto, al proponer a los que le seguían nuevos preceptos, dijo (Lc 14, 33): Cualquiera de vosotros que no renuncia todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Como si claramente dijera: Los que, según el antiguo modo de vivir, apetecéis lo ajeno, si queréis convertiros, dad generosamente de lo vuestro.

Pero oigamos lo que dice en esta lección: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo. Allí se dice renunciemos a lo nuestro; aquí se dice que renunciemos a nosotros mismos. Es verdad que tal vez no sea costoso para el hombre el renunciar lo que posee, pero sí que es muy costoso el renunciarse a sí mismo. En efecto, el renunciar lo que se posee tiene menos importancia, pero la tiene mucho mayor el renunciar lo que se es.

2. Pues bien, el Señor, a los que venimos a Él, ha mandado que renunciemos nuestras cosas, porque todos los que venimos a la palestra de la fe tomamos a nuestro cargo el luchar contra los espíritus malignos; ahora bien, los espíritus malignos nada poseen en este mundo; por consiguiente, con ellos, desnudos, debemos luchar nosotros desnudos; porque, si uno que está vestido lucha con quien está desnudo, pronto será echado a tierra, porque tiene por donde ser asido. ¿Y qué son todas las cosas terrenas sino algo a manera de vestidos? Luego quien corre a luchar contra el diablo debe despojarse de los vestidos para no sucumbir; nada de este mundo posea con amor; no se procure de las cosas temporales deleite alguno, no sea que, por cubrirse con tal apetito, tenga por donde ser sujetado para caer.

Mas no es bastante renunciar a nuestras cosas si no renunciamos además a nosotros mismos. Pero... ¿qué es lo que estamos diciendo? ¿Qué nos renunciemos también a nosotros mismos? Pues si nos renunciamos a nosotros mismos, ¿adónde iremos fuera de nosotros? ¿O quién es el que va si él mismo se deja?

Pero es que somos una cosa en cuanto caídos por el pecado, y otra en cuanto formados por la naturaleza; una, cosa es lo que nos hemos hecho, y otra lo que hemos sido hechos. Renunciémonos en lo que nos hemos convertido pecando, y mantengámonos cuales hemos sido hechos por la gracia. Vedlo, pues; el que ha sido soberbio, si, vuelto a Cristo, se ha hecho humilde, ya se ha renunciado a sí mismo; si un lujurioso ha cambiado su vida en continente, también se ha renunciado en lo que fue; si un avaro ha dejado de ambicionar y quien antes arrebataba lo ajeno ha aprendido a dar generosamente de lo propio, ciertamente se ha negado a sí mismo; él es el mismo en cuanto a la naturaleza, es verdad; pero no es el mismo en cuanto a la maldad; que por eso está escrito (Pr 12, 7): Da una vuelta a los impíos y no quedará rastro de ellos; porque, vueltos los impíos, desaparecerán, no porque en absoluto no tengan ser, sino porque no estarán ya en el pecado de su maldad.

Luego, cuando cambiamos lo que fuimos en lo viejo del pecado y mantenemos firmes en aquello para lo que hemos sido llamados por la novedad de la gracia, entonces nos negamos, entonces nos dejamos a nosotros mismos.

Examinemos cómo se había negado San Pablo, cuando decía (Ga 2, 20): Vivo yo, o más bien, ya no vivo yo. En efecto, habíase extinguido aquel perseguidor cruel y había comenzado a vivir el piadoso predicador, pues si hubiera permanecido el mismo, claro que no sería piadoso.
Pero, ya que dice que no vive, díganos cómo es que predica tan santamente enseñando la verdad; y en seguida añade: sino que Cristo vive en mí. Como si claramente dijera: Yo cierto es que me he extinguido a mí mismo, porque ya no vivo según la carne; pero no estoy muerto en mi ser natural, porque vivo según el espíritu en Cristo.

3. Diga, pues, diga con razón la Verdad: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo; porque quien no deja de estar en sí mismo, no puede acercarse a lo que está más alto que él, ni puede alcanzar lo que está más arriba que él mientras no haya aprendido a sacrificar lo que tiene. Así se trasplantan los arbustos para que prosperen, y, por decirlo así, se les arranca de raíz para que crezcan. Así desaparecen las semillas al mezclarse con la tierra, para que crezcan más abundantes, conservando sus especies; pues por donde parece que han perdido el ser que tenían, por ahí reciben el aparecer lo que no eran. Pues bien: el que ya se ha negado a los vicios, debe procurarse las virtudes en las cuales crezca; porque, después de haber dicho: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, en seguida añade: Cargue con su cruz y sígame.

De dos maneras se carga con la cruz: o afligiendo el cuerpo con la abstinencia o afligiendo el alma con la compasión hacia el prójimo.

Veamos cómo San Pablo llevó de ambos modos su cruz, el cual decía (1 Co 9, 27): Yo castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado. Bien: ya hemos oído cómo llevó la cruz de la carne: mortificando el cuerpo; oigamos cómo llevó la cruz del alma en la compasión del prójimo. Dice, pues (2 Co 11, 29): ¿Quién enferma que no enferme yo con él? ¿Quién, es escandalizado que yo no me requeme? Efectivamente, el perfecto predicador, para dar ejemplo de abstinencia, llevaba la cruz en el cuerpo, y porque sentía en sí los daños de la flaqueza ajena, llevaba la cruz en el corazón.

Ahora bien, como ciertos vicios andan cercando a las virtudes, deber nuestro es decir qué vicio acecha desde muy cerca a la abstinencia de la carne y cuál a la compasión del prójimo. La vanagloria, pues, algunas veces asalta de cerca a la abstinencia de la carne; porque, cuando se echan, de ver el cuerpo macilento y flaco y la palidez del rostro, se alaba la virtud que salta a la vista; y cuanto más de manifiesto se muestra a los ojos humanos, tanto más rápidamente se derrama afuera; y generalmente lo que parece hacerse por Dios, se hace solamente por los aplausos humanos; como lo demuestra bien aquél Simón que, hallado en el camino, lleva alquilado la cruz del Señor.

En efecto, se llevan las cargas ajenas en alquiler cuando se hace algo por algún ansia de vanidad. ¿Y quiénes están representados en Simón sino los abstinentes y arrogantes, que afligen, sí, su carne con la abstinencia, pero interiormente no reportan el fruto de la abstinencia? Por tanto, Simón lleva en alquiler la cruz del Señor; esto es, el pecador, cuando no procede en el bien obrar con buena voluntad, realiza sin fruto la obra del justo. Por eso el mismo Simón lleva la cruz, pero no muere; que es decir: los abstinentes y arrogantes ciertamente afligen su cuerpo con la abstinencia, pero viven para el mundo por el afán de vanagloria.

También la falsa piedad acecha oculta a la compasión del alma, de tal suerte que a veces la lleva hasta condescender con los vicios; siendo así que para con las culpas no se debe ejercer la compasión, sino el celo; porque al hombre se debe la compasión, pero a los vicios la rectitud; de tal suerte que a mi tiempo amemos lo que en la criatura ha hecho Dios y ahuyentemos lo malo que la criatura ha hecho, no sea que, si incautamente dejamos pasar las culpas, parezca, no que compadecemos por caridad, sino que condescendemos por negligencia.

4. Prosigue: Pues quien quisiere salvar su vida, la perderá; más quien perdiere su vida por mí, la encontrará. Así se le dice al fiel: quien quisiere salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por mí, la encontrará. Es como si a un labrador se le dijera: Si guardas el trigo, lo pierdes; si lo siembras, lo hallas de nuevo. ¿Quién no sabe que el trigo, cuando se siembra, desaparece de la vista y muere en la tierra?; pero, por lo mismo que se pudre en la tierra, reverdece renovado. Ahora bien, como la santa Iglesia tiene unos tiempos de persecución y otros tiempos de paz, nuestro Redentor da preceptos distintos para unos tiempos y para los otros. En tiempo, pues, de persecución hay que dar la vida; pero en tiempo de paz hay que quebrantar los deseos terrenales que más ampliamente pueden dominarse.

Por eso se dice también a continuación: Porque ¿de qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma?

Cuando falta la persecución de los enemigos, hay que guardar con la mayor cautela el corazón, porque en tiempo de paz, como se puede vivir, también gusta ambicionar. Esta ambición ciertamente se reprime bien si se examina con cuidado la misma situación del ambicioso. Porque ¿a qué conduce el afán de acumular cuando no puede perdurar el mismo que acumula? Tenga en cuenta cada uno lo efímero de su vida y caerá en la cuenta de que puede bastarle lo poco que tiene. Pero tal vez teme que le falte con qué sostenerse en el viaje de esta vida; la brevedad de la vida está reprendiendo nuestros largos deseos, pues inútilmente llevamos muchas cosas cuando tan cercano se halla el término adonde se va.
Mas muchas veces vencemos, sí, la avaricia, pero todavía existe un obstáculo: el no seguir los caminos de la rectitud por no poner el menor cuidado para la perfección; pues muchas veces menospreciamos lo pasajero, pero, no obstante, nos hallamos impedidos por el respeto humano, de tal suerte que no nos atrevemos todavía a profesar de palabra la rectitud que guardamos en el alma; y en la defensa de la justicia, no tanto atendemos a que lo ve Dios cuanto nos avergüenza el que los hombres vean que obramos contra la justicia.

Pero también a esta llaga se aplica después el oportuno remedio, cuando el Señor dice (Lc 9, 26): Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de ese tal se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su majestad y en la del Padre y de los santos ángeles.

5. Mas he aquí que los hombres dicen ahora para sus adentros: Nosotros no nos avergonzamos ya del Señor ni de sus palabras, puesto que a plena voz le confesamos. A los cuales yo respondo que en esta multitud de cristianos hay algunos que confiesan a Cristo porque se ve que todos son cristianos; pero, si el nombre de Cristo no estuviera hoy en tanta gloria, no tendría hoy la santa Iglesia tantos profesos. Luego no es prueba de la fe la profesión verbal de la fe, cuando el profesarla todos libra de la vergüenza. Hay, sin embargo, alguna señal por donde cada uno se pruebe verdaderamente en la confesión de Cristo: pregúntese si no se avergüenza ya del nombre; si con plena fortaleza de alma arrostra el que los hombres le avergüencen; pues cierto es que en tiempo de persecución podían los fieles soportar las afrentas, ser despojados de sus bienes, depuestos de sus dignidades, ser atormentados con castigos; más en tiempo de paz, como no nos hacen tales cosas nuestros perseguidores, hay otras cosas por donde nosotros nos demos a conocer.

Con frecuencia nos avergonzamos de que nos desprecien nuestros prójimos; tenemos por indigno el soportar palabras injuriosas; si tal vez surge una contienda con el prójimo, nos da vergüenza ser los primeros en dar una satisfacción. Claro, el corazón carnal, como busca la gloria de este mundo, desprecia la humildad; y muchas veces el hombre airado quiere reconciliarse con su contrario, pero se avergüenza de ir el primero a dar satisfacción.

Meditemos la conducta de la Verdad, para que veamos hasta dónde nos han postrado nuestras malas acciones; pues si somos miembros de la Cabeza suprema, de Jesucristo, debemos imitar a Aquel a quien estamos unidos; porque ¿qué es lo que, para ejemplo y enseñanza nuestra, dice el egregio San Pablo? (2 Co 5, 20): Somos embajadores de Cristo, y es Dios el que os exhorta por boca nuestra. Os rogamos, pues, encarecidamente en nombre de Cristo que os reconciliéis con Dios.

He aquí que, pecando, hemos entablado discordia entre nosotros y Dios; y, con todo, es Dios el primero que ha enviado a nosotros sus embajadores para rogarnos que nosotros mismos, los que hemos pecado, volvamos a la paz de Dios. Avergüéncese, pues, la soberbia humana; confúndase cada cual si no es él el primero en dar satisfacción al prójimo, siendo así que, después de nuestra culpa, el mismo Dios, que ha sido ofendido, ruega, por medio de sus embajadores, que debemos reconciliarnos con El.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía XII (XXXII), 1-5, BAC Madrid 1958, p. 697-701)


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Aplicación: San Juan Pablo II - Seguir a Cristo con la fuerza del amor

"Dios, Padre todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y reaviva nuestra fe".
El programa para la vida de Fe nos lo traza San Pablo: "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12,1-2).

La fe cristiana es ante todo ofrenda de sí mismo como sacrificio viviente: porque Dios, antes que nada pide nuestro corazón. Nos espera a nosotros, nuestro trabajo, nuestros sufrimientos. Así se ejercita el sacerdocio real, a lo que el Concilio Vaticano II ha invitado a todos, incluido los laicos. Y efectivamente, hablando de la función de los laicos en la Iglesia, ha puesto de relieve que "todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas... el trabajo cotidiano, el descanso del cuerpo y del alma, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo" (Lumen Gentium 34).

De este modo, nuestra vida, aunque oculta, monótona, insignificante a los ojos de los hombres, se hace extraordinariamente preciosa ante Dios: se hace adhesión a Él, a su palabra de verdad y a su mensaje evangélico; convencida adhesión a la Santa Iglesia y a su Magisterio; sacrificio continuo en unión con el de Jesús: firme repulsa de errores y concepciones que van contra la Palabra de Dios, oponiéndose con los valores eternos a los pseudo-valores que "la mentalidad de este mundo" quisiera contraponer a la indefectiblemente Revelación, en contra de la santidad de las costumbres, del respeto a la vida humana en todas sus formas, ya desde la concepción, en contra de la indisolubilidad y sacralidad del matrimonio, etc.

"No os ajustéis...sino transformaos", nos exhorta San Pablo: y así la fe se traduce en práctica afectiva, coherente, decisiva, al "discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto".

De la fe nace el amor: he aquí este segundo polo insustituible de la "comunidad de amor".
Las lecturas de la Misa de este domingo nos ofrecen una enseñanza fortísima sobre la totalidad del amor que Dios nos pide. El profeta Jeremías, en el pasaje recién leído al que se ha denominado sus "confesiones", reconoce en términos dramáticos la fuerza del amor de Dios, que lo ha llamado a profetizar para la conversión de su pueblo: "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir... Era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía" (Jer 20, 7-9). El profeta respondió plenamente a la llamada de Dios, que también lo hacía signo de contradicción, se dejó "aferrar" por Dios, a quien se adhirió con todas sus fuerzas.

Lo mismo nos pide Jesucristo, Hijo del Padre: "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará... ¿Qué podrá dar el hombre para recobrar su vida?" (Mt 16,24 ss.).
Debemos seguir a Cristo con la fuerza del amor. Debemos dar amor por amor. Porque Él nos amó primero: por amor nuestro se encaminó por la senda de la cruz, previendo con anticipación todos los detalles dolorosos, y oponiéndose resueltamente a las interpretaciones seductoras y a los consejos de prudencia humana que incluso Pedro intentaba darle. ¿Quién ha sido más privilegiado por Cristo que Pedro? Y sin embargo, lo llama hasta "satanás", cuando intenta desviar al Maestro del camino real de la cruz. He aquí cuánto nos ha amado Jesucristo: a precio de su misma sangre, con la obediencia ofrecida al Padre, sin pedir nada para sí.

También a cada uno pide Jesús la totalidad del don de sí mismo: nos pide seguirle por nuestro "Via Crucis" cotidiano, no negarle las conquistas, conseguidas a veces a precios de heroísmos ocultos, que Él exige a quien quiere permanecer fiel siempre y a cualquier costa; nos pide llevar la cruz de nuestra vida cotidiana, sin retroceder, agarrándonos a Él para no caer por desconfianza o cansancio; y, desde luego, sin traicionarle jamás, en la perspectiva del juicio final: "Porque el Hijo del hombre -así termina el Evangelio de hoy- vendrá con la gloria de su Padre... y entonces pagará a cada uno según su conducta" (Mt 16,27). Y como se ha dicho seremos juzgados de amor.

Amor de Dios "con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente" (cfr. Mt 22,37): el amor al hermano como a nosotros mismos (ib., 22,39), "Por lo cual el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento -ha vuelto a afirmar el Vaticano II-... Más aún, el Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros somos uno' (Jn 17,21), sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Gaudium et Spes 24).

"Dios, Padre todopoderoso, infunde en nuestros corazones el amor y reaviva nuestra fe".
¡Sed fieles...! / Fieles siempre, sin ajustaros a la mentalidad de este mundo. / Fieles siempre, transformando vuestra mente, y siendo un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.
Fieles en seguir la luz de Cristo. / En poner a Dios en primer lugar. "Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de Ti; / mi carne tiene ansia de Ti.../ Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios./ Toda mi vida te bendeciré/ y alzaré las manos invocándote" (Salmo responsorial).
(Homilía de San Juan Pablo II en Alatri el domingo 2 de septiembre de 1984)


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Aplicación: Benedicto XVI - La cruz gloriosa

Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy, Jesús explica a sus discípulos que deberá "ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21). ¡Todo parece alterarse en el corazón de los discípulos! ¿Cómo es posible que "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (v. 16) pueda padecer hasta la muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y dice al Maestro: "¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte" (v. 22).

Aparece evidente la divergencia entre el designio de amor del Padre, que llega hasta el don del Hijo Unigénito en la cruz para salvar a la humanidad, y las expectativas, los deseos y los proyectos de los discípulos. Y este contraste se repite también hoy: cuando la realización de la propia vida está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico, ya no se razona según Dios sino según los hombres (cf. v. 23).

Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, casi impedirle cumplir su sabia voluntad. Por eso Jesús le dice a Pedro unas palabras particularmente duras: "¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo" (ib.). El Señor enseña que "el camino de los discípulos es un seguirle a él [ir tras él], el Crucificado. Pero en los tres Evangelios este seguirle en el signo de la cruz se explica también... como el camino del "perderse a sí mismo", que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo" (cf. Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 337).

Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación: "El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24). El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, que a los ojos del mundo parece un fracaso y una "pérdida de la vida" (cf. ib. 25-26), sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de entrega.

Escribe el siervo de Dios Pablo VI: "Misteriosamente, Cristo mismo, para desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al Padre una obediencia filial y completa, acepta... morir en una cruz" (Ex. ap. Gaudete in Domino, 9 de mayo de 1975: aas 67 [1975] 300-301).

Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San Cirilo de Jerusalén comenta: "La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba cegado por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha traído la redención a toda la humanidad" (Catechesis Illuminandorum XIII, 1: de Christo crucifixo et sepulto: PG 33, 772 b).

Queridos amigos, confiamos nuestra oración a la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa seguir al Señor en el camino de la cruz y se deje transformar por la gracia divina, renovando -como dice san Pablo en la liturgia de hoy- su modo de pensar para "poder discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rm 12, 2).
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en el Palacio pontificio de Castelgandolfo el domingo 28 de agosto de 2011)


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Aplicación: Imitación de Cristo - “Que cargue con su cruz y me siga”

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, cargas y te la haces más pesada: y sin embargo conviene que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria (Lc 24,46s). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz? […]

Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz. Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. […] Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.

No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz […]. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz de Cristo.
(Imitación de Cristo, tratado espiritual del siglo XV Libro II, cap. 12)


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz Mt 16, 21-27

¡Qué contraste entre este Evangelio y el del domingo pasado en que se relataba la felicitación de Jesús a Pedro por su respuesta carismática! Jesús lo llamó en aquella ocasión "bienaventurado" y ahora lo llama "Satanás" o sea malaventurado, maldito. Allí habló el Espíritu por boca de Pedro, aquí habló la carne, habló Pedro movido por su propio espíritu y resultó que las dicciones fueron antagónicas como sus respectivas procedencias, "pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos"[1]. Allá Pedro confiesa a Cristo como el Mesías y Jesús lo felicita, aquí Pedro niega al Mesías porque rechaza su misión y lo persuade para que la deje. Con razón le dice Jesús a Pedro que es "escándalo" porque lo quiere hacer desviar de su misión de redención por la cruz.

No nos sorprendan las palabras de Pedro que son las nuestras muchas veces. Cuántas veces decimos palabras similares a las de Pedro: ¡Jesús no quiere el sufrimiento! ¡Qué sentido tiene apartarse del mundo! ¡Hay que gozar de la vida! ¿Por qué privarnos de lo que nos gusta? ¡Las comodidades no son malas, ni tampoco el tener muchos bienes materiales! ¡No hay que ser exagerado! ¡Creo que Dios no se enoja si yo hago lo que hace la gente del mundo! ¡No podemos hacernos extraños al mundo, hay que vivir como la gente del mundo para estar cerca de ellos, sino como los vamos a convertir!

Jesús ante el rechazo de la cruz, que hizo Pedro, y de todos los discípulos, porque Pedro era la voz cantante de los demás, les enseña la doctrina de la cruz, la cual, es necesaria nada menos que para seguirlo, para ser su discípulo: "si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Palabras duras en apariencia. Duras porque van contra nuestro espíritu humano, contra nuestra manera carnal de considerar las cosas, contra nuestra naturaleza caída. La sola mención de cruz nos eriza el cabello porque la imaginación vuela sin amarras a la consideración del sufrimiento, y el sufrimiento y el sacrificio y el dolor por sí solos no tienen sentido.

Pero detrás de la cruz y del sufrimiento que ella implica está la Vida y esta es la amarra que debe sujetar nuestra imaginación para que no nos haga sucumbir. El que piensa que el cristianismo es sacrificio y sufrimiento por sí mismos es como el sordo que ve bailar a un hombre sin escuchar la música. Dirá: ¡está loco! Pero es porque no escucha la música de fondo que da sentido al baile. La cruz sin la vida eterna es locura pero considerándola desde la eternidad es lo mejor, como el baile del que sabe bailar. La carne nos hace sordos para escuchar la sabiduría de Dios, para escuchar la sabiduría de la cruz, en cambio el Espíritu nos la revela: "pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios"[2] y así la cruz divide a los hombres espirituales de los carnales: "los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres"[3]. El Padre quiso salvar a los hombres por la cruz y Jesús aceptó la cruz para redimirnos: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz"[4].

La cruz es el camino único para alcanzar el cielo, es el camino que siguió Jesús y que deben seguir sus discípulos, por supuesto, si quieren ser sus discípulos. Jesús no obligó a los doce a seguirlo. Ellos quisieron seguirle. Tampoco los obliga ahora que les abre el panorama de lo que implica su seguimiento. Es la primera vez que Jesús les habla de la cruz y de su mesianismo doloroso. Sin embargo, les dice: "si alguno quiere venir en pos de mí", es una invitación no un mandato. Si quieres lo sigues, sino, te quedas. Si lo quieres seguir... Él te dirá sus condiciones. Si quieres quedarte y no seguirlo, haz lo que quieras. Y aquí también se manifiesta la diferencia entre el discípulo de Jesús, el cristiano, que porque quiere estar con Él, porque lo ama, lo obedece, hace lo que Jesús quiere, y el hombre carnal y mundano que hace lo que quiere, que tiene absoluta libertad, que nadie lo manda, pero que se queda sin Jesús. ¡Más duras son las palabras "te quedas sin Jesús" que "tome su cruz" y sin embargo, son pocos los que lo siguen. Es tu decisión...

Si quieres estar con Jesús tienes que negarte a ti mismo, a tu manera carnal de ver las cosas, a tu pensar y querer humanos para pensar y querer según Jesús y esto no es carne ni sangre sino don de Dios que se da por la fe. La fe nos hace trascender nuestra mirada carnal porque por ella depositamos nuestro ser en manos de Jesús, o sea, nos negamos a nosotros mismos para ser de Él. Y llevar la cruz es llevar los afanes de cada día, las cosas que Jesús quiere que hagamos cada día rechazando las que no quiere que hagamos, es decir, negándonos a nosotros mismos, diciendo con San Pablo: "cada día estoy a la muerte"[5], todos los días tenemos que negarnos a nosotros mismos, morir a nuestro ser carnal, al hombre viejo para renacer al hombre nuevo, espiritual, discípulo de Cristo.
Y la cruz la llevamos para seguir a Jesús sabiendo que "si hemos muerto con él, también viviremos con él"[6] y que "los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros"[7], gloria que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman"[8].

Perder la vida, ganar la vida. ¿A qué vida se refiere? Se refiere a dos vidas: la vida carnal, humana, natural, quiere Jesús que la perdamos. La vida sobrenatural, divina, espiritual, quiere que la ganemos. Y es condición que perdamos una para alcanzar la otra. No se pueden tener las dos vidas juntas porque son antagónicas como la carne y el espíritu. Perder la vida. No se trata de la vida natural que se pierde obligatoriamente cuando Dios lo dispone, que se pierde con la muerte. Perder la vida carnal, voluntariamente, para ganar la vida eterna, la vida verdadera, por la cual, el Padre entregó a su propio Hijo y, por la cual, Jesús ha venido al mundo para que la tengamos[9]. No ha venido por la vida pasajera sino por la vida eterna. No ha venido Jesús para que tengamos una vida con todas las comodidades: un auto último modelo, una casa con piscina, dinero para vacaciones, etc. lo cual, puede ser que se dé. Él ha venido por una vida de mucho más valor, al lado de la cual, todo eso es risible y diminuto. "¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?".
(P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz)

[1] Ga 5, 17
[2] 1 Co 1, 18
[3] 1 Co 1, 22-25
[4] Flp 2, 6-8
[5] 1 Co 15, 31
[6] 2 Tm 2, 12
[7] Rm 8, 18
[8] 1 Co 2, 9
[9] Cf. Jn 10, 10


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Ejemplos

TRES ÁRBOLES
Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas y el primero dijo: Algún día seré cofre de tesoros. Estaré lleno de oros, plata y piedras preciosas. Estaré decorado con labrados artísticos y tallados finos, todos verán mi belleza.
El segundo árbol dijo: Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a los más grandes reyes y reinas a través de los océanos, e iré a todos los rincones del mundo. Todos se sentirán seguros por mi fortaleza, fuerza y mi poderoso casco.

Finalmente, el tercer árbol dijo: Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en el bosque. La gente me verá en la cima de la colina, mirará mis poderosas ramas y pensarán en el Dios de los cielos, y cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el más gran árbol de todos los tiempos y la gente siempre me recordará.

Después de unos años de que los árboles oraban para que sus sueños se convirtieran en realidad, un grupo de leñadores vino donde estaban los árboles. Cuando uno vio al primer árbol dijo: "Este parece un árbol fuerte, creo que podría vender su madera a un carpintero", y comenzó a cortarlo. El árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría convertirlo en cofre para tesoros.
El otro leñador dijo mientras observaba al segundo árbol: Parece un árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto". El segundo árbol se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a convertirse en una poderosa embarcación. El último leñador se acercó al tercer árbol, este muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad.

El leñador dijo entonces: No necesito nada especial del árbol que corte, así que tomaré éste, y cortó el tercer árbol.

Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales, y fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se sintió muy mal, pues eso no era, por lo que tanto había orado.

El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de pesca, ni siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes habían llegado a su final.

El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y dejado en la oscuridad de una bodega.
Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que tanto habían orado.
Entonces un día un hombre y una mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un niño, y lo colocó en la paja que había dentro del cajón en que fue transformado el primer árbol. El hombre deseaba haber podido tener una cuna para su bebé, pero este cajón debería serlo. El árbol sintió la importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.
Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta se desató y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvar a los hombres. Los hombres despertaron al que dormía, éste se levantó y dijo: "¡Calma! ¡Quédate quieto!" y la tormenta y las olas se detuvieron. En ese momento el segundo árbol se dio cuenta de que había llevado al Rey de Reyes y Señor de Señores.

Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue cargado por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir en la cima de la colina. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta que él fue lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en él.

La moraleja de esta Historia es:
Cuando parece que las cosas no van de acuerdo con tus planes, debes saber que siempre Dios tiene un plan para uno. Si pones tu confianza en él, te va a dar grandes regalos a su tiempo. Recuerda que cada árbol obtuvo lo que pidió, sólo que no en la forma en que pensaba. No siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, sólo sabemos que: ¡Sus Caminos no son nuestros caminos, pero sus caminos siempre son los mejores!
(Roca, Juan Manuel.Cómo acertar con mi vida. Ediciones Eunsa. Pamplona. 2.003. Pag. 205-208)

(Cortesía: NBCD, EDD e iveargentina.org)

 


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