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Comentario Bíblico: 10. ME DEJÁIS SIN HIJOS

Emiliano Jiménez Hernández

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Me dejáis sin hijos

 

10. ME DEJÁIS SIN HIJOS

Con el corazón en vilo Jacob espera el regreso de sus hijos. Y la zozobra aumenta cada día que pasa sin que regresen. Al atardecer, de la mano de Benjamín, sale al campo a ver si vuelven y pregunta a las caravanas, que van regresando con sus provisiones de grano. Ninguno sabe darle noticias de sus hijos. Todos le dicen que desde la llegada a Egipto no volvieron a verles. Y, cuando finalmente les vislumbra a lo lejos, el corazón le da un vuelco seco en el pecho. De los diez, sólo regresan nueve. Corre a su encuentro y descubre que quien falta es Simeón. Con ansiedad pregunta por él y así le cuentan su desdichado viaje. La tristeza le oprime las entrañas y le cierra la boca mientras les escucha:
-Al llegar a Egipto nos dirigimos a los guardias, que nos llevaron hasta el palacio real. Acostumbrados a caminar por los campos no acertábamos a movernos entre aquellos muros. Era impresionante y hasta imponente la figura del señor que estaba sentado sobre el trono, circundado de dignatarios. Con temor nos postramos ante él, rostro en tierra. El señor nos mandó acercarnos. Asustados por la grandiosidad del ambiente, por la belleza y majestad del señor, recorrimos torpemente el largo salón. Los ojos del señor, cuando nos acercábamos estaban como nublados, como conmovidos quizás de ver a tantos hermanos juntos, pensamos nosotros. Pero no era así. El señor nos habló duramente, tratándonos de espías. Y como insistía le dijimos:
-Tus siervos somos doce hermanos, hijos de un mismo padre, en tierra de Canaán; el menor se ha quedado con su padre, y el otro ha desaparecido.
Entonces el señor nos dijo:
-Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traéis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.

En el informe al padre les sale lo que por mucho tiempo no se había vuelto a mencionar en casa de Jacob: La "no existencia" de José, que los hermanos llevan dentro, como una enfermedad no curada, y que aflora cada vez con más fuerza. La mención del hijo perdido y la ausencia de Simeón cae en el corazón de Jacob como si se le abriera la herida nunca cicatrizada del todo. Su reacción es violenta:
-"¡Me dejáis sin hijos! ¡Ha desaparecido José, Simeón no ha vuelto y os queréis llevar a Benjamín! ¡Esto acabará conmigo!" (42,36).
Aún hay una versión más dramática. Una vez dada al padre una rápida y atropellada información del viaje, los nueve se disponen a vaciar sus sacos de grano. Y todos, uno a uno, se llevan la sorpresa de hallar el dinero de su compra en la boca del saco. Un escalofrío de temor les invade a todos, hijos y padre. Al padre, al ver el dinero y que falta Simeón, le cruza por la mente un pensamiento atroz. Piensa que han comprado el grano a cambio del hermano. Peor aún, piensa que ahora quieren llevar a Benjamín para comprar más grano al precio de él. Como quien se sacude un mal pensamiento, Jacob se da media vuelta y exclama:
-¡Me queréis dejar sin hijos! José se ha perdido, ahora también Simeón, y encima queréis quitarme a Benjamín. ¡Esto acabará conmigo!.
Y el Targum Neophiti añade un motivo más de la angustia de Jacob: Me habéis privado de José, de Simeón y ahora queréis privarme de Benjamín "¡y los necesito, pues se cuenta conmigo para que surjan las doce tribus de Israel!".
Rubén, abogado de causas perdidas, tiene la osadía de replicar al padre con su propuesta descabellada, envuelta en grandilocuentes palabras:

-Da muerte a mis dos hijos si no te devuelvo a Benjamín; ponlo en mis manos y te lo devolveré.
-¿Qué dices? ¿Qué consolación puedo hallar en la muerte de dos nietos para resarcirme de un hijo? ¡No se remedia una muerte añadiendo otras muertes, alargando la espiral de la violencia y la desgracia! ¿No son tus hijos como hijos míos? No. Mi hijo Benjamín no bajará con vosotros; su hermano ha muerto y sólo me queda él; si le sucede una desgracia en el viaje, de la pena, daréis con mis canas en el sepulcro.
Jacob no quiere seguir escuchándoles. Decidido, les despide de su presencia. Se queda solo, temblando con el pensamiento de los dos hijos ausentes, perdidos, y de sus hijos presentes con Rubén como primogénito. Rubén le da miedo por la vaciedad de su vida, que no es de provecho para nada. Es semejante a un gran odre lleno de aire. Quien lo ve siente miedo de él. Pensando que sea quién sabe qué, le golpea hasta rajarlo, y el odre cae por tierra, expulsando el aire que contenía y que le mantenía en pie. Entonces, pasado el miedo, quien le encontró le contempla en tierra y se dice: "Por eso me ha asustado, porque en él no había nada. Sólo aire, que apenas lo exhala, vuelve al polvo".

Jacob espera que pase la carestía. Pero el hambre sigue apretando en el país. Se acaban las provisiones de cereal, que han traído de Egipto. El abuelo no puede soportar las súplicas angustiosas de sus nietos -mandados sin duda por sus padres- que le gritan, llorando:
-Abuelo, abuelo, danos pan; nos morimos de hambre.
Jacob llama a sus hijos y con rabia, a secas, les dice:
-Volved a comprarnos víveres.
Judá le recuerda lo que ya sabe y no quiere oír:
-Aquel hombre nos ha jurado: "No os presentéis ante mí si no me traéis a vuestro hermano"; si no le dejas, no bajaremos, pues aquel hombre nos dijo: no os presentéis ante mí sin vuestro hermano.
Judá enfrenta al padre a una alternativa radical. Es un dilema sin salida: si no bajan a Egipto el hambre amenaza la vida de todos y, por otro lado, dejar partir a Benjamín es correr el riesgo de quedarse sin el único hijo que le queda de Raquel. De sobra sabe Jacob que su hijo Judá tiene razón, pero su corazón se resiste y protesta con una escapatoria inútil e infantil, como si estuviera embotado por la morbosidad de sus penas:
-¿Cómo se os ocurrió, para desgracia mía, decirle a ese señor que teníais otro hermano?
Todos a una contestan, indignados:
-Aquel hombre nos preguntaba por nosotros y por nuestra familia: ¿vive todavía vuestro padre?, ¿tenéis más hermanos? Y nosotros respondimos a sus preguntas. ¿Cómo íbamos a suponer que nos iba a decir: "Traedme a vuestro hermano"?
A Jacob le resulta extraño que aquel hombre se haya informado tan solícitamente sobre la familia, sobre el padre y el hermano ausente. Pero Judá corta bruscamente sus pensamientos, como una pérdida de tiempo ante la urgencia de la situación:
-Deja que el muchacho venga conmigo. Así iremos y salvaremos la vida. De lo contrario moriremos tú, nosotros y los niños. Yo salgo fiador por él; a mí me pedirás cuentas de él. Si no te lo traigo y lo pongo delante de ti, rompes conmigo para siempre. Si no hubiéramos dado largas, ya estaríamos de vuelta por segunda vez.

Por la discusión de Judá con el padre, para que deje partir con ellos a Benjamín, conocemos la insistencia de José en que no se presentasen ante él sin "el hermano". Sin Benjamín no podrán "contemplar el rostro" de José, su hermano. Por siete veces resuena la palabra "hermano" en este diálogo. Al final, cediendo, Jacob deja partir a Benjamín, concluyendo su intervención con una súplica: "Que Dios Todopoderoso haga que aquel hombre se compadezca de vosotros para que deje libre a vuestro hermano y a Benjamín" (43,14). Jacob pide que Dios conceda a José la compasión para con sus hermanos, esa compasión que ellos no tuvieron con él cuando les suplicaba desde lo hondo de la cisterna.

No hallando ninguna salida posible, el padre se deja persuadir. Pero, deseando organizar el viaje, ordena a sus hijos:
-Si no queda más remedio, hacedlo. Pero tomad productos del país en vuestras alforjas y llevádselos como regalo a aquel señor: un poco de bálsamo, un poco de miel, goma, mirra, pistachos y almendras. Y tomad doble cantidad de dinero, para devolverle el que os pusieron en la boca de los sacos, quizás por descuido. Tomad a vuestro hermano y volved a donde aquel señor.
Jacob ora al Señor para que le devuelva a sus hijos, pero acepta su voluntad:
-Por mi parte, si he de perder a mis hijos, me quedaré sin ellos.
Con la autorización del padre, los hijos toman el regalo y el doble de plata consigo, y asimismo a Benjamín, se ponen en marcha hacia Egipto y se presentan a José.


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