¡Qué difícil es, hoy, "decir Dios", confesar su presencia y su amor!
¡Qué difícil es, hoy, "decir Dios", confesar su presencia y su amor. Y, sin
embargo, nosotros los consagrados apostamos por que es posible, nos
consagramos precisamente para eso, para decir Dios con nuestra vida, como se
suele decir! Pero lo que yo deseo ahora es llamar la atención sobre el
primer nivel de esta confesión, el que emplea la herramienta más antigua a
disposición del hombre, la palabra, y, por tanto, sobre nuestra forma verbal
de anunciarlo y de hablar de él, sobre palabras, símbolos, imágenes,
argumentaciones de que echamos mano para expresar la verdad de su amor en
términos inteligibles para nuestros interlocutores. Nuestros carismas ¿acaso
no los hemos recibido para compartirlos?
Y, por consiguiente, ¿cómo sabemos
decir con palabras sencillas los auténticos tesoros encerrados en nuestras
espiritualidades? En un mundo donde con frecuencia Dios es el extraño, el
ausente, el innominado ..., es indispensable saber hablar de él con palabras
y parábolas familiares y accesibles a todos, capaces de entrar en la red de
la comunicación global. Incluso Vidimus Dominum, en el fondo, ¿no entra en
esta lógica?
De aquí surgen tres provocaciones.
El lenguaje religioso ha muerto
En general, estamos muy preocupados por decir con corrección la buena
noticia (en este aspecto, el estudio nos ayuda y estimula), nuestro lenguaje
religioso tiende a ser preciso y coherente con el contenido, pero ¿somos lo
suficientemente conscientes de que el lenguaje religioso ha muerto? Los
sociólogos están totalmente de acuerdo en este dato incontrovertible: "el
lenguaje religioso va asumiendo el estatuto de lengua muerta" (Accattoli),
de lengua comprendida sólo en los ambientes practicantes, como una lengua
especial que circula sólo entre grupos cerrados y estrechos. Así, pues, no
sirve para comunicarse con todos, si es ésa la pretensión del evangelizador.
¿Hasta qué punto somos conscientes de ello? Anteriormente había alguien que
decía (o cantaba): "Dios ha muerto"; y nosotros, ¡hala!, a escandalizarnos.
Hoy tal vez ya no se canta así, pero hay quien sigue anunciando a Dios con
palabras muertas, y nadie se escandaliza ...
Aprender el lenguaje secular
En resumen, si de veras queremos comunicarnos con el mundo de hoy, debemos
hacer lo que hace un misionero en cuanto llega a tierra de misión: aprender
la lengua. Y si hoy la lengua hablada es la secular, debemos aprender este
lenguaje; lo cual, obviamente, no significa aprobar la mentalidad secular,
sino intentar entrar en su lógica y en sus símbolos, en su búsqueda de
sentido y de felicidad ... En efecto, en el plano de la evangelización, "la
comunicación ha de producirse en el espacio cultural del destinatario, no en
el del evangelizador, el cual, por eso mismo, debe ser "bilingüe", profundo
conocedor de su lenguaje propio y del lenguaje del destinatario" (Azevedo).
En vez de lamentarnos tanto del secularismo invasor, ¿¡no sería más sensato
tener la humildad y la inteligencia de aprender a dialogar con él?!
Pasión personal y comunitaria
Por otro lado, esta concepción del anuncio le recuerda siempre a todo
evangelizador que, hablando con precisión, únicamente se puede anunciar
aquello de lo que estamos apasionados. Conocer la lengua propia significa
estar enamorados profundamente de la espiritualidad propia, hasta el punto
de encontrar la manera de hacerla agradable también a los demás, o de tener
atrevimiento y paciencia para traducirla a la lengua y dialecto locales y
hacerla comprensible, fuente de sabiduría y felicidad también para los
demás, para el ama de casa y el obrero, para el indiferente y el alejado de
la Iglesia. El que no está apasionado no afronta este esfuerzo porque se
encuentra sin energía, porque no tendría nada hermoso y apasionante que
decir. No se trata, pues, de un problema técnico, que podría solucionar la
acostumbrada comisión de peritos dentro del instituto, sino de una empresa
que sólo juntos podemos abordar. Y ¡sólo partiendo desde aquella
inteligencia afectiva o pasional de la mente y del corazón para con nuestra
espiritualidad, que nos permite traducirla para los demás con el fin de que
también ellos la disfruten y sean felices con ella!
PREGUNTA: ¿Hasta qué punto podemos decir que estamos comprometidos todos
juntos en esta "traducción"? O, simplemente, ¿nos contentamos con repetir y
repetirnos en un lenguaje desconocido para la mayoría?