LA PALABRA DE DIOS Y SU PLENITUD EN CRISTO
(más)
"Agradó a Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse y manifestar el misterio
de su voluntad, mediante el cual los hombres por medio de Cristo, Verbo
hecho hombre, en el Espíritu Santo, tienen acceso al Padre y son hechos
partícipes de la naturaleza divina" (DV 2).
Los hechos, los signos y las palabras, íntimamente unidos entre si, con los
cuales Dios interviene en la historia de los hombres, para invitarlos y
admitirlos a la comunión con El, constituyen la entera Revelación y son, en
su significado más amplio, la palabra de Dios.
Desde el inicio, y con la promesa de la redención, Dios no ha dejado de
cuidar el género humano; en particular, varias veces y de diversos modos, ha
hablado a su pueblo, que se ha había elegido para hacerse reconocer como el
sólo Dios vivo y verdadero y preparar, en la espera del Salvador prometido,
el camino del Evangelio. Toda la historia de la salvación, también en su
fase preparatoria y en la antigua alianza, es revelación del amor del Padre
y funda el diálogo salví fico de los hombres con El.
Pero la verdad toda entera, sea acerca de Dios, sea acerca de nuestra
salvación, resplandece para nosotros en Cristo, el Hijo unigénito del Padre,
que ha habitado entre nosotros. El es la Palabra viviente de Dios.
Jesucristo es el Verbo hecho carne, enviado como hombre entre los hombres, y
que a ellos habla las palabras de Dios. El cumple en sí mismo
todo aquello que el antiguo testamento ha preanunciado sobre El, y
completa la Revelación llevándola a su plenitud. El mismo es la plenitud: en
El, toda obra y toda palabra es revelación de Dios y de su designio de
salvación.
Toda aquello que Cristo es y ha obrado entre nosotros se contiene en la
Revelación y en los medios de salvación que El ha confiado a su Iglesia para
que Ella descubra y realice el misterio del amor de Dios hacia el hombre.
Todo lo que Cristo ha hecho y enseñado, o en El se ha cumplido para la
salvación del genere humano, debe ser anunciado y difundido en el mundo
entero para que se realice completamente en los siglos.
Los Apóstoles aprendieron de la voz misma de Cristo que todo el antiguo
testamento convergía en El y en El se cumplía. Por ello, El les ordenó de
trasmitir al mundo su Evangelio, ya prometido por medio de los profetas y
ahora por El mismo cumplido y promulgado. A todos debían predicarlo, como
fuente de toda verdad salvífica y de toda regla de vida vivida según Dios,
comunicando los dones divinos.
Los Apóstoles trasmitieron fielmente todo aquello que habían recibido de la
palabra del Maestro, de su convivencia con El, de sus obras; y todo aquello
que seguidamente aprendieron del Espíritu Santo, que los conducía a la
compresión plena de Cristo y de su obra. Esta transmisión fue realizada por
los Apóstoles por medio de la predicación oral, de su testimonio personal,
de las instituciones que establecieron en la Iglesia. Algunos de ellos y
algunos de sus discípulos trasmitieron el anuncio de la salvación también a
través de escritos, que forman el nuevo testamento.
Por disposición de Cristo, los Apóstoles confiaron a sus sucesores, los
Obispos, su propio oficio de Maestros y Pastores, para que el Evangelio
venga siempre trasmitido de modo integral y vivo en la Iglesia. Así, por la
asistencia activa del Espíritu Santo, todos recibieron de los Apóstoles la
genuina palabra de Cristo y los bienes que El ha destinado para nuestra
salvación.
Por ello, en la Iglesia, los legítimos Pastores trasmiten auténticamente la
palabra de Dios, ayudados por los sacerdotes, los diáconos, y todos los
fieles; a todos, Cristo por medio de su Espíritu, los constituye sus
testigos, proveyéndolos, en varios modos y grados, del sentido de la fe y de
la gracia de la palabra.
Todos los fieles reconocen, en la unidad de la Revelación, las pruebas vivas
que Dios da de su amor por los hombres, en la Tradición, en la Escritura, en
la liturgia, en la vida de la Iglesia y en todas las cosas creadas.
La Sagrada Escritura
La Escritura es el documento preeminente de la predicación de la salvación,
en fuerza de su divina inspiración. Ella contiene la palabra de Dios; en
cuanto inspirada es verdaderamente palabra de Dios para siempre. Esta
palabra, que manifiesta la condescendencia y benignidad de Dios, en cuanto
su lenguaje se ha hecho similar al lenguaje del hombre, contiene la
revelación del misterio de Cristo y, en El, de todo el misterio de Dios.
A la Escritura, la Iglesia vuelve siempre para su enseñanza, para su vida y
su culto; por ello, la Escritura tiene siempre el primer puesto en las
varias formas de ministerio de la palabra, como en toda actividad pastoral.
Ignorar la Escritura sería ignorar a Cristo.
Para que la Escritura descubra realmente la plenitud del misterio de Cristo,
se deben tener presentes sus características fundamentales.
Tales son el origen mismo de la Escritura, la cual expresa en lenguaje
humano la genuina palabra de Dios; la concretizacion de la revelación
bíblica, en la cual hechos y palabras están íntimamente unidos y
recíprocamente se integran; la progresividad de la manifestación de Dios y de
su iniciativa de salvación; la profunda unidad entre los dos testamentos; la
tensión de la antigua alianza hacia Jesucristo, en el cual se cumplen todas
las esperanzas y todas las promesas; la relación continua entre la Escritura
y la vida de la Iglesia, que la trasmite íntegra, la interpreta con
autoridad y la cumple, mientras reconoce en ella su fundamento y su regla.
La Escritura es el "Libro"; no un subsidio, aunque fuera el primero. Para
comprender el mensaje, es necesario también conocer los modos históricamente
diversos de los cuales Dios se ha servido para revelarse. La interpretación
segura puede ser hecha solamente teniendo presente la unidad de todas la
Escrituras y recurriendo a la fe y a la mente de la Iglesia, que se
manifiestan en su Tradición y en la enseñanza viva de su magisterio.
No se debe olvidar nunca que la Escritura debe ser leída e interpretada con
la ayuda del Espíritu Santo, que la ha inspirado y que hace todavía resonar
la voz viva del Evangelio en la Iglesia.