San Ammonas Carta XI: Las tres voluntades
A los queridísimos en el Señor
Ustedes
saben que cuando la vida del hombre cambia y él comienza una nueva vida
agradable a Dios y superior a la anterior, también cambia su nombre. Porque,
en efecto, cuando nuestros santos padres avanzaban en la perfección también
era cambiado su nombre, y se les añadía un nombre nuevo, escrito sobre las
tablas del cielo. Cuando Sara progresó se le dijo: No te llamarás más Sara,
sino Sarra (Gn 17,15), y Abram fue llamado Abraham; Isac, Isaac y Jacob,
Israel; Saulo, Pablo; y Simón, Cefas, pues sus vidas fueron cambiadas y
llegaron a ser más perfectos que antes. Por esto también ustedes crecieron
en Dios, y es necesario que sus nombres sean cambiados a causa de su progreso
según Dios. Ahora bien, amadísimos en el Señor, que amo de todo corazón, yo
busco el provecho de ustedes como el propio, porque ustedes me han sido
dados por hijos según Dios.
Me he
enterado que la tentación los presiona, y temo que ella provenga de su
falta: porque oí decir que quieren dejar su lugar, y me he entristecido, a
pesar que hacía mucho tiempo que no me sentía atrapado por la tristeza.
Porque sé muy bien que si ahora dejan su lugar, no harán ningún progreso,
pues no es la voluntad de Dios. Si hacen esto y parten por su propia
decisión, Dios no los ayudará ni saldrá con ustedes, y temo que caeremos en
una multitud de males. Si seguimos nuestra voluntad propia, Dios no nos
enviará su fuerza, que hace prosperar todos los caminos de los hombres. Si un
hombre hace algo pensando que eso agrada a Dios, en tanto que se mezcla su
voluntad, Dios no lo ayuda y el corazón del hombre se encuentra triste y sin
fuerza en todo lo que emprende. Pues los fieles se equivocan, dejándose
cautivar por la ilusión del progreso espiritual. Al principio, Eva no fue
engañada sino por el pretexto del bien y del progreso. En efecto, habiendo
oído: Ustedes serán como dioses (Gn 3,5), no discernió la voz del que le
hablaba, transgredió el mandamiento de Dios y no solamente no recibió el
bien, sino que incluso cayó bajo la maldición.
Salomón
dice en los Proverbios: Hay caminos que les parecen buenos a los hombres, y
conducen a las profundidades del Hades (Pr 14,12). Dice esto de quienes no
comprenden la voluntad de Dios, sino que siguen su propia voluntad. Los que
siguen su voluntad propia y no comprenden la voluntad de Dios, reciben de
Satanás, al comienzo, un fervor semejante a la alegría, pero que no es
alegría; y luego trae tristeza y vergüenza. En cambio, el que sigue la
voluntad de Dios experimenta al principio una gran pena y al final encuentra
reposo y alegría. Por tanto, no hagan nada hasta que vaya a verlos para
hablar con ustedes.
Hay tres
voluntades que acompañan constantemente al hombre, pero pocos monjes las
conocen, a excepción de los que han llegado a ser perfectos; de ellos dice
el Apóstol: El alimento sólido es para los perfectos, para aquellos que por
la práctica tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y
del mal (Hb 5,14). ¿Cuáles son esas tres voluntades? Una es aquella sugerida
por el Enemigo; la otra, es la que brota en el corazón del hombre; y la
tercera es la que siembra Dios en el hombre. Pero de estas tres, Dios
solamente acepta la suya.
Examínense,
pues, a sí mismos: ¿cuál de estas tres los empuja a dejar su lugar? No se
vayan antes que los visite. Porque yo conozco la voluntad de Dios en este
(asunto) mejor que ustedes. Es difícil, en efecto, conocer la voluntad de
Dios en todo momento. Pues si el hombre no renuncia a todas sus voluntades y
no se somete a sus padres según el Espíritu, no puede comprender la voluntad
de Dios. Incluso aunque la comprendiera, le faltaría la fuerza para
cumplirla.
Es una gran
cosa conocer la voluntad de Dios, pero es más grande cumplirla. Jacob tenía
esas fuerzas porque obedecía a sus padres. Cuando ellos le dijeron: "Vete a
Mesopotamia, junto a Labán" (Gn 27,43; 28,2), obedeció con prontitud, aunque
no deseaba alejarse de sus padres. Pero como obedeció, heredó la bendición
de sus padres. Y yo, su padre, si no hubiera obedecido primero a mis padres
espirituales, Dios no me habría revelado su voluntad. En efecto, está
escrito: La bendición de los padres afianza la casa de los hijos (Si 3,11).
Y ya que soporté muchos trabajos en el desierto y en la montaña, pidiendo a
Dios noche y día, hasta que Dios me reveló su voluntad; ahora también
ustedes escuchen a su padre para que obtengan reposo y progreso.
He sabido
que ustedes dicen: "Nuestro padre no conoce nuestra pena", y: "Jacob huyó de
Esaú"; pero nosotros sabemos que él no huyó sino que fue enviado por sus
padres. Imiten, pues, a Jacob y esperen a que su padre los envíe, y los
bendiga cuando partan, para que Dios los haga prosperar.
Pórtense
bien en el Señor, queridísimos.