Tratado de la Paciencia Capítulo 6: La paciencia, crisol de la fe
Tan excelente es la paciencia que no sólo sigue a la fe sino que aún la
precede (Gén., XV). En efecto, creyó Abraham a Dios, y Éste lo reputó por
justo. Pero la paciencia probó su fe cuando le ordenó la inmolación de su
hijo. Yo diría que no se probó su fe, sino que se lo destacó para modelo,
porque bien conocía Dios a quien había aprobado por justo. Y no sólo escuchó
pacientemente tan grave mandato, cuya realización hubiera desagradado al
Señor, sino que lo hubiera ejecutado si Dios lo hubiese querido. ¡Con razón
bienaventurado, porque fue fiel; con razón fiel, porque fue paciente! De
este modo cuando la fe -gracias a una paciencia divina fue sembrada entre
los pueblos por Cristo, descendiente de Abraham- colocó la gracia sobre la
ley; para ampliar y cumplir la ley antepuso la paciencia como auxiliar, pues
sólo ella era lo que faltaba a la enseñanza de la anterior justicia (Gál.,
III).
En efecto, antes se exigía "diente por diente y ojo por ojo", se daba mal
por mal (Éxod., XXI, 23-25 y Deut., XIX, 21), porque aún no había llegado a
la tierra la paciencia, porque tampoco había llegado la fe. Entonces la
impaciencia se gozaba de todas las oportunidades que le ofrecía la misma
ley. Así acontecía antes que el Señor y Maestro de la paciencia, hubiese
venido. Pero cuando hubo llegado, la paciencia unió la gracia a la fe;
entonces ya no fue lícito herir ni siquiera con una palabra, ni tampoco
tratar de fatuo sin correr el riesgo de ser juzgado
11. Vedada pues la ira,
calmados los ánimos, dominado el atrevimiento de la mano, vaciado el veneno
de la lengua, la ley consiguió mucho más que lo que perdía, conforme a las
palabras de Cristo que dice: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen y orad por vuestros perseguidores para que podáis ser hijos del
Padre Celestial" (Mt, V, 44). ¡Observa qué padre nos consiguió la paciencia!
Por este capital precepto queda sancionada la universal doctrina de la
paciencia, pues ni siquiera se permite tratar mal a los mismos que lo
merecen.