Tratado de la Paciencia Capítulo 8: La paciencia enseña a soportar las injurias
Los que en esta vida llevamos no sólo el cuerpo sino la propia alma expuesta
a la injuria de todos, y además hemos de sobrellevarlo todavía con
paciencia, ¿nos vamos a sentir heridos por algún pequeño daño? ¡Lejos del
siervo de Cristo una torpeza tal, como sería la que una paciencia ejercitada
para afrontar pruebas muy grandes viniese luego a quebrarse delante de unas
naderías! Por lo tanto, si alguno osase provocarte con su propia mano,
hállese pronta la admonición del Señor, que dice: "AI que te hiriere en el
rostro, ofrécele también la otra mejilla" (Mat., V, 39). Canse tu paciencia
a la maldad, cuyo golpe ya sea de dolor como de afrenta, será frustrado y
más gravemente contestado por el mismo Dios. Pues, más castigas al mal
cuanto más lo soportas; y más castigado será por Aquel por quien los sufres.
Y si el veneno de una lengua reventase afrentándote o maldiciéndote, mira lo
que fue dicho: "Cuando se os maldijere, gozaos" (Mat., V, 12). El mismo
Señor ha sido maldecido en la ley, no obstante ser el único bendito (Deut.,
XXI, 23; Gál. lll, 13). Por tanto, nosotros sus siervos, sigamos al Señor, y
con paciencia soportemos el ser maldecidos para conseguir ser bendecidos. Y
cuando con escasa moderación se diga algo insolente o mal en contra de mi,
entonces sería necesario que yo respondiese con idéntica amargura o con un
silencio lleno de impaciencia; pero si por haber sido maldecido tuviese que
maldecir, ¿cómo me he de considerar seguidor de las enseñanzas del Señor,
las cuales afirman que el hombre no se mancha con la suciedad de los vasos
sino con lo que sale de su boca? (Marc., VIl, 15-lX). Y además, ¿no hemos de
dar cuenta de toda palabra vana y superflua? (Mat., Xll, 36). De todo lo
cual se sigue que el Señor quiere apartarnos de ese mismo mal, que nos
enseña a tolerar con paciencia cuando nos viene de otro.
Y ahora considera tú cuánta sea la ventaja de la paciencia; porque toda
injuria -proceda de la lengua como de la mano- que intenta herirla se
despunta con el mismo golpe, como dardo arrojado contra una piedra de
inalterable dureza. Su intento, pues, es inútil e infructuoso; y todavía
quizás con golpe de retorno se hiera el mismo que había arrojado la flecha.
Luego, es evidente que el que desea herirte lo hace para que sufras, pues la
ganancia del heridors se mide por el dolor del herido. Por tanto, si
inutilizas su ganancia no doliéndote, es él quien deberá sufrir al ver
frustrado su deseo. Entonces tú, no sólo saliste ileso, que es lo que más
importa, sino que además de verte libre del dolor, todavía gozarás por haber
malogrado la intención de tu adversario. He aquí cuánta sea la utilidad y la
ventaja de la paciencia.