Tratado de la Paciencia Capítulo 12: La paciencia al servicio de la paz y la penitencia
En cuanto a la práctica de la paz tan agradable a Dios, ¿podrá el que es
totalmente hijo de la impaciencia perdonar a su hermano no digo ya las
setenta y siete veces o las siete. sino una sola vez por lo menos? ¿Quién
será el que mientras se encamina al juez, pueda resolver su desacuerdo en
forma amigable (Mat. V, 23-24) si antes no amputa de su alma el dolor, la
dureza y el resentimiento, verdaderas venas de la impaciencia´? Ninguno que
tenga el ánimo agitado contra su hermano, podrá llevar su ofrenda al altar
si antes no torna a la paciencia para poder reconciliarse con él. ¡Ay,
cuánto peligro corremos si se pusiese el sol sobre nuestra ira! 20 De aquí
que no sea lícito vivir sin paciencia ni siquiera un solo día.
Si la paciencia. como se ve, gobierna toda suerte de enseñanzas saludables,
no es de maravillar que también ayude a la penitencia, cuyo oficio es
socorrer a los caídos. Y así, cuando roto el matrimonio por aquella causa
que hace lícito al marido o a la esposa a sufrir con perseverancia un género
de viudez, 21 entonces la paciencia ayuda a esperar, a desear y a rogar
hasta que la penitencia llegue alguna vez a alcanzar la salvación del
cónyuge descarriado. ¡Cuántos bienes le consigue la paciencia para cada uno
de los dos! A uno lo ayuda a no ser adúltero; y al otro, lo corrige. También
en este sentido tenemos las parábolas del Señor, llenas de santos ejemplos
de paciencia. A la oveja perdida la busca y la encuentra la paciencia del
pastor, pese a la impaciencia que, por tratarse únicamente de una sola, con
facilidad la abandonara.
Pero la paciencia se toma el trabajo de buscarla; y Aquél que es paciente,
carga sobre sus hombros a la pecadora perdida (Luc., XIV, 3-5). Así tambien
la paciencia del padre acoge, viste y alimenta al hijo pródigo; y todavía lo
defiende de la disgustada impaciencia del hermano (Luc., XIV, 11-32). De
este modo se salvó el que había perecido porque encontró a la paciencia, sin
la cual no hubiese hallado a la penitencia.
La misma caridad -sacramento máximo de la fe y tesoro del nombre cristiano,
exaltada por el Apóstol con toda la inspiración del Espíritu Santo- acaso
¿no se forja en las enseñanzas de la paciencia? En efecto, dice: "La caridad
es magnánima", esto supone a la paciencia. "Es benéfica"; la paciencia no
hace ningún mal. "No es envidiosa"; y esto es propio de la paciencia. "Ni se
ensoberbece"; de la paciencia aprende a ser modesta. "No tiene hinchazón ni
desprecia"; tampoco la paciencia. La caridad "no busca su negocio"; la
paciencia ofrece el suyo si a otro le aprovecha; "ni se irrita", y sino ¿qué
le quedaría a la impaciencia?
"Por tanto -añade- la caridad todo lo soporta, todo lo tolera", y todo esto
porque es paciente. Con razón "nunca pasará" mientras las demás virtudes se
desvanecerán, pasarán. El don de lenguas, las ciencias, las profecías
concluyen. En cambio la fe, la esperanza y la caridad permanecen: la te, que
ha sido traída por la paciencia de Cristo; la esperanza, que es ayudada por
la paciencia de los hombres; y la caridad, a la cual acompaña la paciencia
enseñada por Dios mismo.