Anselmo de Canterbury y la existencia de Dios
Anselmo nació en el año 1033 en Aosta, norte de Italia. Es considerado el
filósofo y teólogo más importante del siglo XI. Ingresó al monasterio
benedictino de su ciudad natal y se trasladó al poco tiempo al de Bec
(Normandía, Francia) para seguir a su maestro Lanfranco. Y justamente le
toco suceder a Lanfranco, primero (1070), como abad del Monasterio de Bec, y
luego (1093), como obispo de Canterbury (Inglaterra). Allí afrontó la
difícil misión de defender la independencia de la Iglesia frente al rey
Guillermo II el Rojo. La complejidad de esa relación lo obligó a exilarse en
Italia. Y si bien pudo regresar a Inglaterra cuando subió al trono Enrique I
(1100), fue desterrado por sus controversias con el nuevo monarca. En 1106
regresó por segunda vez a su sede episcopal donde pudo ahora sí permanecer
hasta su muerte, en 1109.
De sus años de abad provienen sus escritos más importantes, el Monologium
(1077) y el Proslogium (1078), escritos por pedido de los mismos monjes del
monasterio que querían contar para su meditación con un texto sobre la
existencia y la esencia de Dios con argumentos de sola razón. A su exilio
italiano corresponde Cur Deus Homo (Por qué Dios se hizo hombre).
San Agustín decía, en su sermón 43, "comprende para creer, cree para
comprender". Anselmo dirá, sin romper con esa tradición pero tomando a la
Revelación como el dato del que se debe partir: "No pretendo entender para
creer, sino que creo para entender." Como de lo que se trata, para Anselmo,
es de comprender aquello que se cree (fides quoerens intellectum, la fe que
busca la razón), la fe es un presupuesto para la inteligencia. Pero la fe no
niega o prohíbe la inteligencia. Por el contrario, quien cree firmemente
puede, y debe, buscar comprender con la razón aquello que cree. Para quien
busca la verdad, el camino comienza por la fe, lo primero es creer, y
continúa con el esfuerzo de la razón por comprender el dato revelado. No
creer sería presunción; no esforzarse por comprender lo que se cree sería
negligencia.
La fe busca comprender con la razón lo que cree. Pero ¿cuánto puede
comprender del contenido de la fe? Al respecto dice Gilson que en Anselmo
"todo sucede como si siempre se pudiera llegar a comprender, si no lo que se
cree, al menos la necesidad de creerlo. San Anselmo no ha retrocedido ante
la dificultad de demostrar la necesidad de la Trinidad y de la Encarnación,
empresa que Santo Tomás de Aquino declarará contradictoria e imposible". De
todos modos, Anselmo reconoce que la razón no puede agotar el misterio.
Para demostrar la existencia de Dios recurre a diversos argumentos, entre
los cuales ha adquirido mayor trascendencia el denominado por Kant
"argumento ontológico". Las demostraciones que presenta en el Monologium son
a posteriori y parten de los diversos grados de perfección que percibimos en
las cosas, para elevarse desde allí hasta aquel ser que tiene esa perfección
en forma absoluta y del cual participan en diferente grado todos los demás.
La famosa demostración del Proslogium (capítulo 2), conocida como argumento
ontológico, es, por el contrario, a priori. En ella vemos a Anselmo aplicar
su método, partiendo del concepto de Dios que recibimos por la fe para
lograr entenderlo. Creemos que Dios existe y que es el ser más perfecto.
Pero sabemos por la Escritura que "el insensato dice en su corazón: no hay
Dios" (Salmos 14). Ahora bien, incluso el propio insensato que niega a Dios
entiende lo que queremos decir cuando decimos "Dios", un ser tal que no se
puede concebir otro mayor. Por tanto este ser existe al menos en su
pensamiento, en cuanto pensado.
Pero este ser, el más perfecto, no puede existir sólo en la inteligencia. De
ser así podríamos pensar en otro más perfecto, aquel que existiese también
en la realidad. Afirmar que el ser perfecto del que no se puede concebir
otro mayor existe sólo en el pensamiento es contradictorio, porque podemos
concebir uno que a su vez exista en la realidad y, por lo tanto, lo supere
en perfección. Por tanto hemos de afirmar que el ser mayor que el cual no se
puede concebir otro existe en la inteligencia y en la realidad.
Al monje Gaunilón no lo convenció esta argumentación y presentó sus
objeciones. Según él, no podemos concluir de la existencia de algo en el
pensamiento su existencia en la realidad. Si pensamos en las "Islas
Afortunadas", como un paraíso lleno de riquezas, por más perfectas que las
concibamos no habrán por eso de existir. Pero Anselmo respondió a la
objeción aclarando que esta argumentación sólo vale para el ser más perfecto
que el cual no se puede pensar otro mayor. Sólo en él su concepto implica su
existencia.
Que la esencia de Dios implica su existencia no será discutido por los
filósofos cristianos; pero que se pueda, partiendo de su esencia, demostrar
su existencia, es algo que muchos filósofo han rechazado, en especial Tomás
de Aquino, para quien no puede deducirse una existencia sino partiendo de
otra existencia y no de una idea. También se opusieron Locke y Kant. En
cambio Buenaventura, Descartes, Leibnitz y Hegel retomaron el argumento
ontológico de Anselmo.
Dios existe necesariamente, en él se identifican su esencia y su existencia.
Todos los demás seres reciben la existencia de Dios. Dios crea el mundo de
la nada. El mundo existía ya en Dios antes de la Creación pero como idea de
su pensamiento. Dios crea, sostiene y conserva el ser de las cosas.
Cortesía de:
http://www.luventicus.org/articulos/03A002/anselmo.html