La existencia de Dios: LAS CINCO VÍAS DE TOMÁS DE AQUINO para la demostración de la existencia de Dios y otros argumentos
Contenido
Prof. A.Luetich, Las 5 vías de Santo Tomás de Aquino para probar la existencia de Dios
P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E., Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar 'argumentos complementarios
Santo Tomás de Aquíno, La existencia de Dios, ¿es o no es demostrable?
LA EXISTENCIA DE DIOS (Revista Arbil)
cortesía: http://www.luventicus.org/articulos/03U023/index.html
14 de diciembre de 2003
En la Summa Theologiæ (obra escrita para quienes se inician en el estudio de la Teología), El Aquinate presenta cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Cada una de ellas es independiente de las demás, de modo que bastaría con que una sola fuese correcta para que la tesis quedara demostrada.
No se le debe conceder al número cinco una importancia crucial. El propio Tomás, en su Summa Contra Gentiles, reduce las vías a cuatro, y en su Compendium Theologiæ a sólo una.
Más importante que el número de las vías es la estructura que todas ellas comparten. Descubrirla permite comprender cuál es el camino que Tomás consideraba debe seguirse para demostrar la existencia de Dios.
El siguiente cuadro presenta en forma esquemática las cinco vías de Tomás y su estructura común. Debajo del mismo se explican brevemente cada uno de los elementos que lo componen.
1er paso: Todas las vías tienen un punto de partida empírico, algo que se descubre observando la Naturaleza. En un sentido material, este punto de partida es siempre el mismo: el ente sensible, compuesto de potencia y acto, objeto propio del entendimiento humano. Desde el punto de vista formal, el punto de partida de cada una de las vía es distinto: cada una toma al ser finito bajo una modalidad específicamente diversa (así, por ejemplo, la primera vía no toma al ente en cuanto ente sino al ente en cuanto móvil). Tomás parte de un dato conocido empíricamente porque considera que sólo de una existencia real dada puede deducirse una existencia no dada empíricamente. Éste es el motivo por el cual rechaza el argumento ontológico anselmiano, que "salta" de la idea de Dios a la afirmación de su existencia.
2do paso: Aplicación del Principio de Causalidad con el fin de buscar la causa que dé razón de la existencia del efecto observado empíricamente. La causalidad le permite a Tomás, partiendo de la experiencia, remontarse más allá de la experiencia. Sin la aplicación de este principio las cinco vías se tornarían intransitables. Este segundo paso es, por lo tanto, el paso del efecto a la causa.
3er paso: Si la causa a la que se ha accedido en el segundo paso no tiene en sí la razón de su existencia, deberemos remontarnos entonces a su causa. Este tercer paso es, por tanto, el paso de la causa a la serie de causas. Tomás no considera imposible una serie infinita de causas subordinadas accidentalmente en el pasado (como las piezas de dominó que caen al ser golpeada cada una por la inmediata anterior), pero sí considera imposible un proceso al infinito en la serie de causas esencial y actualmente subordinadas en el ser y en el obrar. El plano en el que se mueve la reflexión, y por tanto el plano en el que se aplica aquí el Principio de Causalidad, es el metafísico y no el físico (Tomás afirma, como filósofo, que no hay modo de dirimir la discusión respecto de si el universo tuvo o no un comienzo, bien podría ser eterno —en cuanto teólogo, y basado en los relatos de las Sagradas Escrituras, sostiene que es mejor afirmar lo primero—).
-: La quinta vía pasa directamente del segundo al cuarto paso. Al respecto, Gilson dice que tal vez lo hace “en gracia a la brevedad, y más probablemente porque, puesto que el punto de partida de la demostración es la presencia de regularidad, orden e intencionalidad en los seres irracionales en general, la necesidad de poner últimamente una providencia para todo el mundo es una evidencia inmediata”.
4to paso: Cada una de las vías concluye afirmando la existencia de la Causa Primera del efecto tomado como punto de partida. Esta afirmación constituye lapremisa mayor de un silogismo cuya conclusión es que "Dios existe". La premisa menor es el significado del nombre "Dios" (y no su esencia). Por ejemplo, tomando como premisa mayor el punto de llegada de la primera vía, se puede construir el siguiente silogismo:
Existe un Primer Motor premisa mayor
El Primer Motor es lo que llamamos Dios premisa menor
Dios existe conclusión
BIBLIOGRAFÍA
Gilson, É. 1981 Elementos de Filosofía Cristiana
Madrid: Rialp
González Álvarez, Á. 1961 Tratado de Metafísica, tomo II Madrid: Gredos
P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar 'argumentos complementarios'.
Estas son:
1) La demostración por el consentimiento universal del género humano: todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien, como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan importante y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad entera: ¡Creo en Dios!
2) Por el deseo natural de la perfecta felicidad: consta con toda certeza que el corazón humano apetece la plena y perfecta felicidad con un deseo natural e innato; consta también con certeza que un deseo propiamente natural e innato no puede ser vano, o sea, no puede recaer sobre un objetivo o finalidad inexistente o de imposible adquisición; y consta, finalmente, que el corazón humano no puede encontrar su perfecta felicidad más que en la posesión de un Bien Infinito. Por tanto, existe el Bien Infinito al que llamamos Dios.
3) Por la existencia de la ley moral: existe una ley moral, absoluta, universal, inmutable, que prescribe el bien, prohíbe el mal y domina en la conciencia de todos los hombres. Ahora bien, no puede haber ley sin legislador, como no puede haber efecto sin causa. Este legislador ha de ser, al igual que esa ley, absoluto, universal, inmutable, bueno y enemigo del mal. Esto es lo que denominamos Dios.
4) Por la existencia de los milagros: el milagro es, por definición, un hecho sorprendente que es realizado a pesar de las leyes de la naturaleza, ya sea suspendiéndolas o anulándolas en un momento dado. Ahora bien, es evidente que sólo aquel que domine y tenga poder absoluto sobre estas leyes puede suspenderlas o anularlas a su arbitrio. Por tanto, existe un Ser supremo que tiene ese poder soberano.
Es evidente que no he hecho más que exponer el núcleo central de todos estos argumentos. Para entenderlos bien y ver su fuerza probativa, es necesario estudiarlos en profundidad y con los textos completos. Estos textos puede Usted encontrarlos en:
-Santo Tomás, Suma Teológica, Primera parte, cuestión 2, artículo 3 (conviene leer también algún comentario; por ejemplo, R. Garrigou-Lagrange, 'Dios, su existencia y su naturaleza', Ed. Palabra, Madrid). -Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro I, capítulo 13.
De modo resumido y muy claro para quien no tiene mucha formación filosófica puede encontrarlo en el libro clásico de Hillaire, 'La religión demostrada' (Barcelona 1955; hay numerosas ediciones); o: Antonio Royo Marín, 'Dios y su obra' (Ed. BAC, Madrid 1963).
Estos argumentos, sin embargo, sólo nos llevan a conocer la existencia de Dios. Pero la naturaleza misma de Dios, su misterio íntimo, sólo es alcanzado por revelación del mismo Dios. Jesucristo es el revelador del Padre, es decir, del misterio íntimo de la Santísima Trinidad. Y esto sólo se alcanza recibiendo la fe, la cual nos viene por medio de la Iglesia fundada por Cristo.
Santo Tomás de Aquino:
La existencia de Dios, ¿es o no es demostrable?
Objeciones por las que parece que Dios no es demostrable:
1. La existencia de Dios es artículo de fe. Pero los contenidos de fe no son demostrables, puesto que la demostración convierte algo en evidente, en cambio la fe trata lo no evidente, como dice el Apóstol en Heb 11,1. Por lo tanto, la existencia de Dios no es demostrable.
2. La base de la demostración está en lo que es. Pero de Dios no podemos saber qué es, sino sólo qué no es, como dice el Damasceno. Por lo tanto, no podemos demostrar la existencia de Dios.
3. Si se demostrase la existencia de Dios, no sería más que a partir de sus efectos. Pero sus efectos no son proporcionales a Él, en cuanto que los efectos son finitos y Él es infinito; y lo finito no es proporcional a lo infinito. Como quiera, pues, que la causa no puede demostrarse a partir de los efectos que no le son proporcionales, parece que la existencia de Dios no puede ser demostrada.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 1,20: Lo invisible de Dios se hace comprensible y visible por lo creado. Pero esto no sería posible a no ser que por lo creado pudiera ser demostrada la existencia de Dios, ya que lo primero que hay que saber de una cosa es si existe.
Respondo: Toda demostración es doble. Una, por la causa, que es absolutamente previa a cualquier cosa. Se la llama: a causa de. Otra, por el efecto, que es lo primero con lo que nos encontramos; pues el efecto se nos presenta como más evidente que la causa, y por el efecto llegamos a conocer la causa. Se la llama: porque. Por cualquier efecto puede ser demostrada su causa (siempre que los efectos de la causa se nos presenten como más evidentes): porque, como quiera que los efectos dependen de la causa, dado el efecto, necesariamente antes se ha dado la causa. De donde se deduce que la existencia de Dios, aun cuando en sí misma no se nos presenta como evidente, en cambio sí es demostrable por los efectos con que nos encontramos.
A las objeciones:
1. La existencia de Dios y otras verdades que de Él pueden ser conocidas por la sola razón natural, tal como dice Rom 1,19, no son artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos. Pues la fe presupone el conocimiento natural, como la gracia presupone la naturaleza, y la perfección lo perfectible. Sin embargo, nada impide que lo que en sí mismo es demostrable y comprensible, sea tenido como creíble por quien no llega a comprender la demostración.
2. Cuando se demuestra la causa por el efecto, es necesario usar el efecto como definición de la causa para probar la existencia de la causa. Esto es así sobre todo por lo que respecta a Dios. Porque para probar que algo existe, es necesario tomar como base lo que significa el nombre, nolo que es; ya que la pregunta qué es presupone otra: si existe. Los nombres dados a Dios se fundamentan en los efectos, como probaremos más adelante (q.13 a.1). De ahí que, demostrado por el efecto la existencia de Dios, podamos tornar como base lo que significa este nombre Dios.
3. Por efectos no proporcionales a la causa no se puede tener un conocimiento exacto de la causa. Sin embargo, por cualquier efecto puede ser demostrada claramente que la causa existe, como se dijo. Así, por efectos divinos puede ser demostrada la existencia de Dios, aun cuando por los efectos no podamos llegar a tener un conocimiento exacto de cómo es Él en sí mismo.
Santo Tomás, Suma Teológica I, cuestión 2, artículo 2
Edición en papel: Historia de la Filosofía. Volumen 2: Filosofía Medieval y Moderna.
Javier Echegoyen Olleta. Editorial Edinumen.
LA EXISTENCIA DE DIOS (Revista Arbil)
Parece necesario tener lucidez sobre la existencia de Dios y su conocimiento por parte del hombre, pues se dan actualmente muchas ideas que oscurecen, e incluso niegan este hecho. De las certezas que da el conocimiento natural, los testimonios o las experiencias personales, hasta las reflexiones metafísicas. como las vías tomistas, son extremos que se tocan en este artículo.
El conocimiento de Dios
"Dios nuestro Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).
Para alcanzar esta salvación es necesario que los hombres conozcan a Dios: creer en la existencia de Dios, que premia a los buenos y castiga a los malos, pues
"sin fe es imposible agradar a Dios; por lo cual, quien se acerca a El debe creer que Dios existe y que remunera a los que le buscan" (Hebr 11, 6).
La historia de la salvación es la historia misma del camino según el cual el Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres y los reconcilia y une a El, restaurando la escisión producida por el pecado.
A lo largo de la historia humana, Dios ha podido ser entendido de modos muy diferentes; incluso no han faltado quienes niegan su existencia. Sin embargo, el conocimiento de la existencia divina es una convicción viva y con valor universal a lo largo de todos los tiempos; es, asimismo, una idea-fuerza que ha configurado profundamente tanto la vida individual como la actitud del hombre ante el mundo que le rodea.
El hombre puede llegar al conocimiento de Dios de muchas maneras. Todas ellas responden bien a la capacidad natural de la inteligencia humana de conocer la existencia de Dios, bien a la Revelación divina que nos ofrece de El un conocimiento sobrenatural.
Conocimiento natural de Dios
La existencia real de Dios, como ser Supremo, Principio y Fin del hombre y del universo creado y esencialmente distinto de las criaturas, puede ser conocida con certeza por la razón natural, pues la inteligencia del hombre goza de capacidad natural para elevarse al conocimiento de su Creador.
Quiso el Señor que todas las criaturas llevaran como impresas sus huellas y dieran testimonio de su existencia. De ahí que sea posible llegar al conocimiento de Dios por medio del conocimiento de las cosas creadas
Testimonio de la Sagrada Escritura
a) Conocimiento de Dios por medio de la creación
La Sagrada Escritura nos da testimonio de esa capacidad natural del hombre; éste con la reflexión de su inteligencia ha buscado a Dios y mostrado su existencia. Veámoslo.
La Sagrada Escritura atestigua este principio: la razón humana puede conocer a Dios por medio de la creación, pues las cosas creadas son testimonio permanente de su Autor y llevan a su Conocimiento con alcance universal.
En el Libro de la Sabiduría encontramos dos motivos a través de los cuales el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios. Uno es la belleza que hay en las criaturas: por la contemplación de las diversas bellezas creadas, el hombre puede alcanzar el conocimiento de Aquel que es la fuente de toda belleza, Dios, Belleza suprema. El otro motivo es el poder y la fuerza que existe en la naturaleza creada: las fuerzas de la naturaleza son un reflejo de la omnipotencia de Aquel a quien se someten todas las potencias.
"Vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, rectores del universo. Si, seducidos por su belleza, los tuvieron como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos, pues es el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si se admiraron de su poder y de su fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su Creador; pues, de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se llega por razonamiento al claro conocimiento de su Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. Ocupados en sus obras, se esfuerzan en conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a sus ojos! Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; porque, si llegaron a adquirir tanta ciencia y fueron capaces de investigar el universo, ¿Cómo no llegaron más fácilmente a descubrir a su Señor?" (Sabiduría, 13, 1-9).
b) Conocimiento de Dios por los grados de perfección
Más duras son las palabras de San Pablo en la Epístola a los Romanos. En ella pone de manifiesto que la incredulidad produce la degradación del hombre, cosa evidente, por cuanto que el que no quiere reconocer a Dios cae en una vida inmoral. Esta recriminación sería injusta si el hombre no fuese capaz de conocer a Dios con su inteligencia. Pero no es así, porque las perfecciones divinas se hacen visibles a la inteligencia humana por el conocimiento que de las mismas nos dan las cosas creadas. Los grados de perfección que el hombre conoce en la naturaleza reflejan la perfección absoluta de un Dios único y personal, al que todos los hombres son llamados a adorar y a seguir.
"La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos, y su insensato corazón se llenó de tinieblas: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso, Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén" (Rom 1, 18-25; cfr Hech 14, 14-18; 17, 22-30).
Según este texto, el que no reconoce a Dios lo hace por su culpa, pues no se trata sólo de no percibir lo invisible de Dios en las cosas visibles, sino de una rebelión del corazón que no reconoce a Dios como Señor, y le niega el dominio sobre el hombre y sobre las cosas. Con tal actitud, el hombre se degrada, no es capaz de reconocer su puesto en un mundo que se ha convertido en desordenado y caótico, y no acierta a descubrir la dimensión divina que aflora en todas las cosas.
c) El testimonio de la conciencia
También en la Sagrada Escritura encontramos otro medio a través del cual el hombre puede conocer a Dios: se trata de su conciencia, la cual atestigua tanto la existencia de Dios como la ley natural que Dios escribió en el corazón de todo hombre.
"Cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen las prescripciones de la Ley guiados por la razón natural, sin tener Ley son para sí mismos Ley -es decir, obran según su conciencia-. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia con los juicios que, alternativamente, ya les acusan o bien les defienden (Rom 2. 14-15).
Los que no han recibido la Revelación de Dios conocen por su razón natural los principios esenciales que informan la ley natural. En la intimidad de su corazón, todo hombre tiene grabada una ley moral natural. que participa de la ley eterna de Dios.
Pruebas de la existencia de Dios
Es una sentencia próxima a la fe la que afirma la posibilidad de demostrar la existencia de Dios por medio del principio de causalidad (cfr Pío X, «Juramento antimodernista», DS 3538 [2145]).
Ya desde la misma época patrística, los teólogos han elaborado una diversidad de argumentos demostrativos de la existencia de Dios. Esto es así porque la proposición «Dios existe», desde el punto de vista del conocimiento humano, es una proposición mediata, que necesita de demostración racional, aunque tal proposición es en sí misma inmediata por hacer referencia al Ser absoluto e incausado.
Como se ve, las argumentaciones demostrativas de la existencia de Dios, desde la dimensión de su conocimiento racional o natural, caen en el área filosófica, y, más concretamente, en aquella parte de la metafísica llamada metafísica teológica o teología natural; ésta tiene como objeto el conocimiento del Ser absoluto, de la Causa incausada de todos los seres existentes o posibles.
Experiencia personal de Dios
Pero no todos los hombres, en concreto, necesitan acudir a una reflexión intelectual para llegar a la convicción de que Dios existe como ser Supremo y diferente al mundo, al que se le debe sumisión y adoración.
Por tratarse de un presupuesto que ilumina la vida entera del hombre y el sentido del mundo, es lógico que la inmensa mayoría no se plantee reflexivamente cómo se puede demostrar la existencia de ese Dios en el que ya creen. Para el hombre es tan natural la convicción de la existencia de Dios como la luz del día o las estrellas de la noche, pues no en vano ha salido el hombre de las manos divinas. Como imagen de Dios, el hombre conserva esa convicción divina no como algo extraño y añadido por la presión de la cultura, sino como algo propio, como el fundamento radical de su ser, como la luz que explica el dinamismo de su vida, y como el amor en el que encuentra su plenitud. Se trata de algo vivido como por instinto; es, además, algo tan sublime y tan íntimo, que resulta difícil explicarlo con propiedad.
A esto hay que añadir la experiencia personal de Dios que han tenido muchos hombres a lo largo de la historia. Ellos mismos han descrito con tal precisión sus experiencias, que no cabe atribuirlas a pura ficción o a invención poética, sino a un verdadero encuentro personal con Dios.
Así, por ejemplo, en su afán de profundizar en la vida interior, Newman se convierte al catolicismo por la oración y el estudio. Claudel se siente conmovido en su espíritu al oír el canto del Magníficat en una tarde de Navidad; y confiesa:
"Qué dichosas son las personas que creen! Pero... si fuera verdad... ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama. Me llama» (Lessort, P.: «Claudel visto por sí mismo», p. 54).
También se dan otras experiencias personales de Dios, que se manifiestan como una acción propia y sobrenatural de Dios en el interior del hombre. En la Sagrada Escritura encontramos, por ejemplo, este tipo de intervención divina en la conversión de San Pablo:
«Oyó una voz que le decía: -Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: ¿Quién eres, Señor? Y El: -Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer' (Hech 9, 4-6; cfr 22, 5-8; 26, 10-18; Gál 1, 12-17).
También en la vida de muchos santos se encuentran estas intervenciones divinas, que atestiguan no sólo la existencia de Dios, sino también su amor a los hombres, a quienes llama a Sí. Valga como ejemplo la experiencia de San Agustín:
"Y he aquí que oigo de la casa vecina una voz, no sé si de un niño o de una niña, que decía cantando, y repetía muchas veces: ¡Toma, lee; toma, lee! Y al punto, inmutado el semblante, me puse con toda atención a pensar, si acaso habría alguna manera de juego, en que los niños usasen canturrear algo parecido; y no recordaba haberlo jamás oído en parte alguna. Y reprimido el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando que no otra cosa se me mandaba de parte de Dios, sino que abriese el libro y leyese el primer capítulo que encontrase. Porque había oído decir de Antonio, que por la lección evangélica, a la cual llegó casualmente, había sido amonestado, como si se dijese para él lo que se leía: "Ve, vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; y ven y sígueme" (Mt 19, 31); y con este oráculo, luego se convirtió a Vos. Así que volví a toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había puesto el códice del Apóstol al levantarme de allí; lo arrebaté, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos: 'No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino vestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias' (Rom 13, 13-14). No quise leer más, ni fue menester; pues apenas leída esta sentencia, como si una luz de seguridad se hubiera difundido en mi corazón. todas las tinieblas de la duda se desvanecieron" (San Agustín, "Confesiones", VIII, 12 [29]).