LA LUZ DE LA INTELIGENCIA: 6. Propiciar una «cultura de la verdad»
Cardenal Paul Poupard,
Presidente del Pontificio Consejo
para la Cultura
Si hago esta propuesta, aquí y ahora, es porque pienso que es precisamente
en la universidad donde es importante hacerla. Entre los desafíos que tiene
planteada la universidad de hoy, para adaptarse a la rápida evolución del
mundo y de la sociedad, el más importante sea quizás éste. Es en la
universidad donde se cultivan las inteligencias que el día de mañana serán
determinantes para la cultura y para la sociedad; y es urgente que este
delicado proceso educativo, por el que se forman personas, se haga en un
contexto profundamente humano. Humano en todos los sentidos, y también en el
de abrir el intelecto a la plenitud de sus dimensiones: sin reduccionismos
innecesarios y sin eliminar perspectivas legítimas; antes bien, respetando,
valorando y fomentando todo método, todo modo de proceder, todo acercamiento
a la realidad, en el cual se advierta una centella de verdad, un rayo de luz
para iluminar nuestros problemas y nuestra existencia humana, una vía de
escape al mundo empequeñecido en el que nos hemos acostumbrado a vivir, un
hueco donde colocar un fundamento sólido que pueda perdurar. Nuestra
sociedad tiene necesidad de algo más que de noticias de periódico. Hace
falta una revolución de las mentes; una revolución lenta y pacífica, que
conmocione nuestros esquemas de pensamiento, para poder afrontar con
realismo los grandes problemas de la humanidad.
Para ello, lo primero que hay que lograr es que la universidad no se limite
a "producir" licenciados, sino que logre educar personas. No se puede
disociar la instrucción académica de la dimensión educativa global de la
persona. Es éste un tema sobre el que hemos reflexionado en el Pontificio
Consejo para la Cultura en un importante documento sobre la Presencia de la
Iglesia en la universidad y en la cultura universitaria. Por desgracia, hoy
por hoy son muchos los estudiantes que «frecuentan la universidad sin
encontrar en ella una formación humana capaz de ayudarles en el necesario
discernimiento acerca del sentido de la vida, los fundamentos y la
consecución de los ideales, lo cual los lleva a vivir en una incertidumbre
grávida de angustia respecto al futuro». En este sentido, «los estudiantes
lamentan dolorosamente la falta de verdaderos maestros, cuya presencia
asidua y disponibilidad personal hacia ellos podrían asegurar un
acompañamiento de calidad». La misión del profesor católico «no consiste
ciertamente en introducir temáticas confesionales en las disciplinas que
enseña, sino en abrir el horizonte a las inquietudes últimas y
fundamentales, en la generosidad estimulante de una presencia activa ante
las preguntas, a menudo no formuladas, de esos espíritus jóvenes que andan a
la búsqueda de referencias y certezas, de orientación y de metas». Con
profesores así, la universidad podrá desempeñar su papel en el desarrollo de
la cultura, y superar el riesgo de someterse pasivamente a las influencias
de la cultura dominante. Y así llegará a ser «una "comunidad de estudiantes
y de profesores en búsqueda de la verdad"», que no se limite a «asegurar la
preparación técnica y profesional de especialistas», sino que preste «a la
formación educativa de la persona el lugar central que le corresponde» (17).
Se trata, en suma, de potenciar toda una "cultura de la verdad". Para ello,
la educación ha de fundamentarse en una sana "filosofía", entendiendo el
término "filosofía" en un sentido amplio, como verdadero "amor a la
sabiduría" (18). La universidad, si sabe renovarse y ser fiel a este
espíritu, podrá ser, de hecho, lo que está llamada a ser: «un centro
incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la
humanidad» (19).
Conclusión
Apreciados oyentes: les he hablado con toda franqueza de cómo veo un
problema que, a pesar de ser simple, tiene una importancia inquietante. Mis
palabras están cargadas de la incisividad que busca quien quiere provocar
una respuesta en su auditorio. El mensaje que he querido transmitir se
podría resumir en las famosas palabras de Blas Pascal: «Travaillons donc à
bien penser»: esforcémonos en pensar con corrección... y se empezarán a
arreglar más cosas de las que pensamos. «Travaillons donc à bien penser»,
porque, por arduo que pueda parecer, tenemos el derecho y la obligación de
poner los cimientos de una nueva cultura de la verdad. «Travaillons donc à
bien penser», y no nos cansemos nunca de dar gracias por el don de nuestra
inteligencia espiritual; que resuene siempre en nosotros aquella exhortación
de San Agustín: «Intellectum valde ama» (20), «ama mucho la inteligencia».
El Cardenal Paul Poupard es Presidente del Pontificio Consejo para la
Cultura. Entre sus numerosos escritos se encuentran: Iniciación a la fe
católica; Iglesia y culturas. Orientación para una pastoral de inteligencia;
Construir el hombre del futuro; Para una cultura de la civilización
posindustrial; Diccionario de las religiones; Felicidad y fe cristiana;
Hablar de Dios al hombre posmoderno; Buscar la verdad en la cultura
contemporánea.
Notas
17. Congregación para la Educación Católica -
Pontificio Consejo para los Laicos - Pontificio Consejo para la Cultura,
Presencia de la Iglesia en la universidad y en la cultura universitaria,
Ciudad del Vaticano 1994, pp. 9 y 22-23.
18. Ver Card. Paul Poupard, Buscar la verdad en
la cultura contemporánea, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1995, pp. 43-44.
19. Juan Pablo II, Constitución apostólica Ex
corde Ecclesiae, 15/8/1990, 1.
20. San Agustín, Epist. 120, 3, 13: PL 33, 459.