Los
especialistas califican en la actualidad como antiguo romano el repertorio que
evolucionó desde la época de los catecúmenos y que desapareció
en el curso del siglo XIV. La refundición de este repertorio en lo que
se conocerá desde entonces como Canto Gregoriano, se produce concretamente
entre los años 680 y 730 y en centros concretos como Corbie y sobre todo
Metz, en la Galia, o en la ya mencionada abadía suiza de Sankt Gallen,
lugar del que son originarias las primeras notaciones semiológicas de
las que se tiene conocimiento (ver "Semiología gregoriana" de Dom Eugene
Cardine. Solesmes, 1970. Editado por Abadía de Silos, Burgos, y traducido
por Francisco Lara). A partir de ellos, el Gregoriano se divulgó rápidamente
por el norte de Europa.
Posteriormente, el Gregoriano sufrió
importantes modificaciones que pueden resumirse en cuatro puntos: la introdución
del pautado; la diferencia en las modalidades de ejecución; la creciente
generalización del canto a varias voces y la imposición del compás
regular, condición indispensable para las cadencias armónicas
que se pusieron en boga a partir del siglo XII.
Los elementos característicos de este
Gregoriano original, esencialmente monódico (antífonas, salmodias,
graduales, tractos, responsorios, aleluyas...), fueron sin embargo de una riqueza
tan considerable como para sobrevivir y reaparecer en la inspiración
de las canciones de los goliardos y de los primeros trovadores. La producción
de obras litúrgicas que puedan considerarse auténticamente Gregorianas
concluyó hacia finales del siglo XI, pero su huella o su imitación
se advierte en muchas composiciones posteriores, incluso tan tardías
como las misas de Du Mont, en pleno siglo XVII.
Lo que se ha conservado de la que se considera
edad de oro del canto llano, entre los siglos V y VIII, arrebata con frecuencia
de entusiasmo a los musicólogos y parece justificar el desconcertante
renacimiento masivo que ha experimentado el género en los últimos
años (como ha sido el caso de las grabaciones de los monjes de la Abadía
de Silos). Sin embargo, pese a estas devociones y a las precisas pautas apuntadas,
continúa siendo complicado hacerse una idea de la realidad musical de
Occidente en la época de la unificación carolingia. Aparte del
rito céltico, desaparecido en la práctica hacia el siglo VII,
es importante apuntar la supervivencia diferenciada de otros tres:
Rito ambrosiano. Anterior a la liturgia romana, parece haberse caracterizado
por la exuberancia de sus ejercicios de vocalización y por el papel preponderante
que desempeñaban en él las antífonas y los responsorios.
Limitado en principio a la diócesis de Milán, en ella se conservan
la mayor parte de sus textos originales, aunque resulta imposible reproducir
con estos documentos las auténticas melodías que cantó
y enseñó San Ambrosio.
Rito mozárabe o visigótico. Recuperado en el siglo XVI
por el capítulo de la Catedral de Toledo, había sido no obstante
abolido ya en el siglo XI, por lo que la interpretación de las antiguas
notaciones neumáticas en las que se basa resulta por lo menos difícil
de certificar, aunque de ellas desciende la reglamentación interpretativa
moderna del canto mozárabe.
Al final del primer milenio, la liturgia Gregoriana del
papado Romano fue finalmente aceptada a nivel universal. Hasta ese tiempo, la
Europa Occidental se acomodó a una amplia variedad de liturgias las cuales
estaban influenciadas, al menos en parte, por las características étnicas
de la población local y de la estructura social prevaleciente: el antiguo
rito galicano, rito éste de la religión del estado de los merovingios,
la liturgia celta de los incontables monasterios irlandeses, la liturgia adoptada
en Milán, la cual fue por siglos la ciudad más poderosa de Italia,
la ceremonial cortesana de los duques lombardos en el sur de Italia, los dos
ritos de la liturgia romana y, finalmente, la liturgia de la Península
Ibérica, la cual reclama una especial atención en función
de su naturaleza colorista y su altamente revelada individualidad debida en
gran parte a su carácter nacional.
El viejo rito toledano floreció durante el siglo
VII durante el reinado de los visigodos con su centro político y eclesiástico
en Toledo. Debe su revelación al erudito Isidoro de Sevilla (muerto en
el 636), así como a los tres prelados visigodos los nobles Eugenio III
y sus sucesores, Ildefonso y Julián. A medida que el reino visigodo fue
sometido por los árabes en el 711, los siete siglos de este gobierno
a lo largo de España trajeron algunos cambios en términos de religión
y rito. En general, los cristianos no fueron privados de practicar su fe, pero
fueron descritos también como árabes o, mejor dicho, como mozárabes
(literalmente "falsos" árabes), de aquí que la designación
del rito visigodo se denomine mozárabe.
La situación no cambió hasta después del año
1000, cuando la reconquista gradual de la península condujo a la supresión
progresiva y a la extirpación eventual de la vieja liturgia indígena
visigótica y mozárabe junto con sus cantos, todos los cuales estuvieron
permitidos bajo el dominio de los árabes. Es necesario, en cualquier
caso, distinguir entre dos liturgias diferentes: por un lado la denominada mozárabe
(también descrita como "hispánica" o "visigótica"), y la
liturgia romana, la cual vino a dominar lentamente la totalidad de la Península
Ibérica en los años posteriores al 1050.
Los vestigios del rito mozárabe sobrevivieron
a través de la tradición oral, y fue gracias a una de las mayores
figuras nacionales españolas, el Cardenal Jiménez de Cisneros
(muerto en 1517), que esta tradición se salvó de dos modos diferentes:
las fórmulas melódicadas cantadas por el predicador o en alternancia
con él durante la misa y que fueron impresas por Cisneros en el año
1500, y las melodías actuales que fueron transcritas en tres grandes
libros corales guardados en la Capilla Mozarábica de la Catedral de Toledo,
los cuales fueron reproducidos por Casiano Rojo y Germán Prado, dos monjes
benedictinos de Silos, en una monografía la cual fue publicada en el
año 1929.
Si bien la mayoría de las melodías publicadas en la colección
del 1500 pueden considerarse, al menos en su base estilística, como genuinamente
hispánicas, no puede decirse lo mismo de los cantos contenidos en los
libros corales. Debe hacerse notar, por ejemplo, que sus melodías difieren
de las neumatizaciones antiguas, a pesar de que los textos en sí mismos
son virtualmente idénticos. Diríamos que ninguno de ellos inspira
palpablemente el rito mozárabe, ya que ninguno puede emplazarse en cualquiera
de las categorías estilísticas conocidas que existían alrededor
del año 1500, por lo cual podríamos denominarlos como melodías
neo-mozárabes, y si bien puede que no sean del todo genuinos, sí
que al menos están lo más cerca de serlo en función de
lo que conocemos.
Rito galicano. Más ambigua aún es la herencia de la liturgia
de la iglesia de las Galias, ya que fue suprimida por el padre de Carlomagno,
Pipino el Breve, en el siglo VII. Por tanto, pese a los esfuerzos de la corriente
conocida como "neogalicanismo", poco o nada es lo que ha podido recuperarse
de sus características originales.
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