Después
vino el Concilio de Trento y su reforma. En la Santa Sede, y sin duda con derecho,
se opinó que el Gregoriano merecía también ser retocado,
quizá abreviado. Ello fue encomendado a Giovanni Palestrina y Anibal
Zoilo en el año 1577. En 1582, Giovanni Guidetti, alumno de Palestrina,
obtenía el privilegio de editar el canto reformado. Sin embargo en esta
época apareció únicamente el Directorium cori (1582).
Tras la muerte de Palestrina en el año 1594, se observa una pausa. Después
apareció una edición del Gradual en 1614-1615, la famosa edición
medicea. Por primera vez no aparecía la melodía que habían
conservado los propios manuscritos del siglo XVI. Una distribución matemática
de los acentos, la supresión de la mayor parte de melismas, el hecho
de transportar lo que no estaba en el tono, eran los menores defectos de esta
edición. En 1632 los signos fueron a su vez condenados por una orden
de Urbano VIII; el viejo repertorio desapareció. En principio, los libros
romanos recomendados por el Concilio de Trento, habían sido adoptados
en Francia salvo en Lion. Pero las diócesis en estado de anarquía
litúrgica, conservaban también sus antiguos libros. Entonces surgieron
numerosas tentativas destinadas a restaurar el canto oficial. Fue el movimiento
neogalicano, mal llamado así puesto que se extendía a una gran
parte de Europa. En primer lugar llegaron los teóricos
Kumilhat (1611-1682) y Nivers (1632-1714), que dejaron una obra considerable.
Después en 1669 aparecieron las misas de Du Mont, todavía cantadas,
que nos dan una idea de lo que fueron estas reformas. Varios breviarios notados
fueron publicados en provincias, siendo el más importante el de monseñor
de Harlé (Paris, 1681). Estos ensayos continuaron durante todo el siglo
XVIII. En 1736 y 1739 el breviario de monseñor de Vitinmille, en 1741
el tratado de Lebeae, en 1750 el tratado de Poison y en 1783 el breviario de
Bianc. Un movimiento basado en el buen sentido, se hizo esperar
hasta principios del siglo XIX. Saureaun (1771-1834) estuvo encargado de restaurar
las escuelas del canto sacro desaparecidas en la tormenta. Al fundar una escuela
de música clásica y religiosa, pensó primeramente en las
ediciones de música antigua. El impulso había sido dado. Las publicaciones
anárquicas seguían apareciendo, pero se presentía una vuelta
al buen sentido. Varias creaciones de este período han ayudado mucho
para una comprensión más clara, ante todo, la instalación
de los benedictinos en Solesmes en 1835 bajo la dirección de Dom. Grandger
para quien la liturgia solo existía unida a la música. En el aspecto
laico, más fugaz, se fundó la escuela Nierdermeier, en 1853. Luis
Nierdermeier era un protestante suizo atraído por el Gregoriano y se
trasladó a Francia para fundar una escuela donde los organistas y maestros
de la capilla aprendieran su oficio. Sus alumnos fueron numerosos; la mayor
parte de organistas del siglo XIX procedían de su escuela. Finalmente,
Charles Bord (1863-1909), reunió los cantores de Saint Gervais con el
único intento de cantar el Gregoriano y la polifonía del Renacimiento.
El terreno estaba preparado, el éxito llegó inmediatamente y se
acrecentó más tarde cuando Bord fundó la schola cantorum
con V. de Indi y A. Gilmau. Sin embargo, estos esfuerzos de los músicos
laicos no tenían la continuidad de una institución monástica
como la de Solesmes, donde por expresa voluntad del fundador, el Gregoriano
formaba parte de la liturgia. Se estableció una especie de competencia
entre la abadía que reunía sabios pero que todavía editaba
poco, y algunos editores que se apresuraban a aprovechar los privilegios que
les habían sido concedidos. Hacia 1850 aparecieron las detestables publicaciones
de De Brauch. La edición de Reims y Cambray, en 1855, ya señalaba
un claro progreso. En 1859, Solesmes había recibido una importante ayuda.
Dom. Joseph Pothier (futuro abad de Saint Wandrille), con la ayuda de Dom. Jausion,
preparó rápidamente una edición del Gradual editado en
1883 y después del Antifonario editado en 1891. Durante este tiempo,
dos religiosos, Dom. Jausion y Dom. Mocquereau, colaboradores de Dom. Pothier,
recorrían de nuevo las bibliotecas. En este período Dom. Mocquereau
tuvo la idea de una paleografía musical cuya aparición se inició
en 1889 y cuyo objeto era poner a la disposición de todos los investigadores
el facsímil de los principales manuscritos Gregorianos. En ella se reproducen
fotográficamente relevantes manuscritos de canto desde el siglo X hasta
el XIII. Esta inestimable colección ha sido el punto de apoyo de la mayor
parte de trabajos relativos al canto litúrgico, y continua publicándose
con regularidad. Por otra parte, a medida que la técnica de la fotografía
se perfeccionaba, el scriptorium de Solesmes se enriquecía, así
como su biblioteca, y permitía estudios cada vez más precisos
y sobre un mayor número de manuscritos. Otros centros de investigación
se han constituído poco a poco, por ejemplo Verón, Marialach,
Montserrat, Silos... de tal manera que, lejos de estar aislada, la abadía
de Solesmes es el centro de una labor cada vez más conocida.