J. Rayllon: Genética y homosexualidad
Un padre y una madre
Por un elemental respeto al lenguaje, sobre el que se fundamenta la
posibilidad de comunicación inteligente, la humanidad ha sólido llamar al
pan pan, al vino vino, y matrimonio a la unión conyugal de un hombre y una
mujer. También es verdad que siempre han existido Quijotes que han llamado
gigantes a los molinos, castillos a las posadas, y castas doncellas a las
mozas de partido. Hoy, una moderna escuela quijotesca se empeña en llamar
matrimonio a la unión homosexual, en contra de la evidencia más irrefutable:
los homosexuales tendrían derecho a engendrar hijos si pudieran fecundarse,
pero es la biología quien les niega esa posibilidad. Las leyes y las
religiones no imponen nada en este asunto, se limitan a subrayar el orden
biológico, pues otra cosa sería un serio desorden. Por eso, si los
homosexuales quieren ser tratados como los demás, tendrán que empezar
haciendo lo que suelen hacer los demás: respetar la realidad y llamar a las
cosas por su nombre. Claro que pueden llamar a lo blanco negro, pero así
solo conseguirán engañar a unos pocos, cansar a la mayoría y estrellarse
contra un muro.
La citada escuela quiere hacernos creer que el matrimonio es pura
convención, regulada por el Derecho para dar un barniz de honorabilidad a
las relaciones sexuales estables entre adultos. Pero la verdad es que, en
todo tiempo y lugar –desde Altamira al siglo XXI–, se ha protegido esa unión
por estar directamente asociada al origen de la vida y a la supervivencia de
la especie, por ser la institución que más riqueza humana, lazos de
solidaridad y calidad de vida nos aporta. La introducción artificial –por
reproducción asistida o adopción– de un niño en la casa de dos homosexuales,
ni convierte a éstos en matrimonio ni a los tres en familia. Dos
homosexuales pueden ser dos buenos padres, pero nunca serán una madre, ni
buena ni mala; dos lesbianas pueden ser dos buenas madres, pero nunca serán
un padre, ni bueno ni malo. "No deseo a ningún niño lo que no he deseado
para mí misma", dice Alejandra Vallejo-Nágera. Y añade: "Me gusta, siempre
me ha gustado, tener un padre y una madre. Cualquier otra combinación de
progenitores me parece incompleta e imperfecta".
La naturaleza
Más que un tema jurídico o religioso, más que una cuestión de tolerancia o
libertad, más que un asunto progresista o retrógrado, de derechas o
izquierdas, nos encontramos ante un problema básicamente genético. Se podrá
opinar lo que se quiera, pero lo que tú y yo opinemos es irrelevante cuando
los genes tienen la última palabra, y cuando ese orden natural tiene serias
repercusiones psicológicas, emocionales y educativas. El presidente de la
Asociación Mundial de Psiquiatría ha señalado que un niño "paternizado" por
una pareja homosexual entrará necesariamente en conflicto con otros niños,
se comportará psicológicamente como un niño en lucha constante con su
entorno y con los demás, creará frustración y agresividad. Una vez más, con
la naturaleza hemos topado.