«La Iglesia ama a los homosexuales, por eso rechaza el matrimonio gay»: dicen los obispos de México
Semanario 'Desde la Fe'
Julio 2015 - México
Es muy común que cuando un niño sale por primera vez al kinder o a la
escuela, su mamá lo llene de recomendaciones (que si hace frío no se quite
el sweater, que si hace calor no se asolee; que coma lo que le preparó y no
lo intercambie por comida ‘chatarra´, que no beba agua de la llave, que si
un compañerito estornuda, no se le acerque), todas nacidas de su corazón
amoroso de madre, que no quiere que su hijito se enferme.
Y no importa si sus consejos son o no bien recibidos, ella los hace de todos
modos.
Así pasa con la Iglesia. Ella, como Madre, se preocupa por todos sus hijos,
quiere que estén lo mejor posible, y si percibe que corren algún riesgo, se
los advierte.
Es el caso del llamado ‘matrimonio gay´.
La Iglesia se opone porque no quiere que nadie sufra los daños que este tipo
de unión suele provocar: daños a la salud física, psicológica y espiritual.
Consideremos en este número el daño a la salud física.
El cuerpo humano no está diseñado para la relación homosexual.
La mujer tiene una cavidad especialmente preparada para la relación sexual,
que se lubrica para facilitar la penetración, resiste la fricción, segrega
sustancias que protegen al cuerpo femenino de posibles infecciones presentes
en el semen.
En cambio, el ano del hombre no está diseñado para recibir, sólo para
expeler. Su membrana es delicada, se desgarra con facilidad y carece de
protección contra agentes externos que pudieran infectarlo. El miembro que
penetra el ano lo lastima severamente: causando sangrados, infecciones, y
eventualmente incontinencia, pues con el continuo agrandamiento, el orificio
pierde fuerza para cerrarse.
Además, el miembro que penetra el ano entra en contacto con materia fecal,
fuente de incontables bacterias y microbios, y ésta es ingerida si después
se practica sexo oral. Ello no puede ser considerado una ‘alternativa
normal´, y mucho menos saludable.
También en el sexo lésbico puede haber contagio de enfermedades de
transmisión sexual, así como daños por la penetración de objetos que
sustituyen el miembro masculino.
Según informe del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre VIH/SIDA,
emitido hace dos años, los hombres que tienen sexo con otros hombres son los
principales propagadores de enfermedades de transmisión sexual.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados
Unidos (CDC) reportaron que en 2010, "los hombres que tienen sexo con
hombres sumaron el 78 por ciento de nuevas infecciones de VIH entre los
hombres y el 63 por ciento de todas las nuevas infecciones".
Más del 50 por ciento de los homosexuales que sostienen relaciones sexuales
contraerán algún tipo de enfermedad de transmisión sexual: VIH, herpes,
papiloma humano, sífilis, gonorrea, etc.
Es un grave problema de salud pública porque la mayoría de los homosexuales
reconoce tener adicción al sexo, e inclinación hacia un estilo de vida
promiscuo.
Aun sabiendo esto, la Iglesia insiste como pedía san Pablo, a tiempo y a
destiempo, en que la continencia es la única solución.
Y cabe añadir, que así como sucede cuando el niño al que su mamá hizo
recomendaciones, no las sigue y se enferma, que ella no lo rechaza sino lo
atiende amorosamente, también la Iglesia Católica dedica su amoroso cuidado
maternal a los homosexuales que enferman por tener relaciones sexuales.
Por ejemplo, cuando surgieron los primeros enfermos de SIDA y nadie se les
quería acercar, no los ayudaron quienes aplaudían su estilo de vida, ni los
que critican a la Iglesia por oponerse al uso del condón (del que se sabe
que deja pasar virus microscópicos así que realmente no ofrece segura
protección), los ayudó la Iglesia Católica, que les abrió las puertas en sus
centros de salud atendidos por religiosas y un caritativo personal, que les
dio atención digna hasta el final.
La Iglesia no odia a los homosexuales, los ama, y sufre si ellos sufren, por
eso se opone el ‘matrimonio gay´, porque quienes participan en este tipo de
unión tienen una altísima probabilidad de terminar con una grave enfermedad.