Testimonios de ex- homosexuales
El amor que se puede expresar Por David
Morrison Como
católico, y como hombre que tiene una orientación homosexual, le estoy
profundamente agradecido a la Iglesia Católica por su doctrina acerca de la
homosexualidad y acerca de los actos homosexuales. La Iglesia Católica es
casi la única entre las iglesias cristianas que rehúsa, por un lado, tener
una actitud paternalista hacia las personas con inclinaciones homosexuales,
por medio de un evangelio acomodado; y por el otro, tener una actitud brutal
hacia estas personas, por medio de un mensaje irremediablemente hostil. La Iglesia
Católica me ama a mí y a todos los demás que como yo experimentan
sentimientos homosexuales. La Iglesia nos mira como adultos que somos, y nos
dice que nosotros también podemos cooperar decididamente con el Espíritu
Santo en la santificación de nuestra vida. Hemos sido llamados a la santidad
por el camino estrecho que nos conduce a ella. No me fue
fácil reconocer el valor de esta doctrina. Desde que tenía 21 años hasta los
28, fui un activista homosexual. Aceptaba y predicaba el mensaje que la
comunidad homosexual ofrece hoy en día: la actividad homosexual, mientras
sea practicada con las debidas precauciones [v.gr., usando un preservativo]
y dentro de una relación comprometida, no es peor que la actividad
heterosexual bajo las mismas condiciones. La enseñanza de la Biblia y
cualquier otra enseñanza moral que dijeran lo contrario estaban simplemente
fuera de moda o probablemente provenían de autores "homofóbicos". Acumulé con
rapidez las cosas que constituyen una vida homosexual exitosa. Adquirí un
amante con el propósito de tener una relación duradera, trabajaba mucho y
pasaba las vacaciones en lugares turísticos para homosexuales. Mis amigos
eran homosexuales, mis relaciones eran homosexuales, mi lugar de trabajo era
favorable a los homosexuales y mi vida parecía estar llena de placer y
juventud. Pero no era
feliz. Mi corazón andaba inquieto y sin descanso, como también lo estuvo el
de San Agustín antes de convertirse al cristianismo, y cada nuevo placer que
buscaba sólo traía consigo remordimientos más agudos. Después de poseer todo
lo que la vida homosexual tenía que ofrecer, no era suficiente y a
principios de la primavera del año en que cumplí los 28 le entregué mi vida
a Cristo y comencé a explorar qué quería decir el tomar mi cruz. Mi
exploración me llevó gradualmente, con muchos altibajos, hacia la fe
católica, en la cual, desde entonces, he vivido muy agradecido. La enseñanza
de la Iglesia sobre la orientación homosexual y la castidad han sido dos
grandes fuentes de liberación para mí en mi camino espiritual. En el
contexto de la enseñanza de la Iglesia Católica, los hombres y las mujeres
con una orientación homosexual no son automáticamente ni candidatos para ser
alabados (en base a ser considerados personas oprimidas), ni para ser
condenados (en base a una supuesta pecaminosidad intrínseca). Como el resto
de la gente, estas personas tienen la capacidad de elegir el bien o el mal.
Esta doctrina de la Iglesia está caracterizada plenamente por el respeto, ya
que nos reconoce como hijos de Dios y no como meras bestias dominadas por el
instinto. La otra
enseñanza de la Iglesia Católica, de que las personas con inclinaciones
homosexuales están llamadas a ser castas, también contribuye a su singular
expresión de la gracia de Dios debido a lo que enseña sobre el amor. La
cultura contemporánea está llena de falsos sustitutos del amor. Decimos que
"amamos" la comida, nuestras mascotas, el salir a pasear, a nuestros padres
y a nuestros cónyuges. Pero muchas veces no los amamos por ellos mismos,
sino por lo que pueden hacer por nosotros. "Amamos" la comida por su sabor,
las mascotas por su compañía, etc., y muchas veces nuestro amor hacia
nuestros padres, hijos y cónyuges está condicionado por el interés propio. Esto es lo
que experimentaba en mi vida antes de comprometerme con la castidad y,
luego, con la defensa de la vida. Cuando practicaba la actividad homosexual
con mi compañero, a veces llamábamos a nuestros actos sexuales "hacer el
amor", pero no eran otra cosa que usarse el uno al otro. Cada uno hacía del
otro, con su consentimiento, un medio para un fin. Pero eso no es amor y
constituye un drástico contraste con la experiencia que he vivido después de
comprometerme a ser casto. Todos
nosotros deseamos, y nos merecemos, el ser aceptados profundamente por
quienes somos, y no en base a si podemos llenar las necesidades de otros.
Paradójicamente, este tipo de compromiso emocional sufre el mayor estrago
precisamente cuando las relaciones sexuales forman parte de una amistad. El
amor casto puede ser difícil a veces, pero también lo es el vivir en la
verdad. Doy gracias
a Dios que la Iglesia Católica comprende esto muy bien y que así lo enseña.
Agradezco también a Dios que la Iglesia Católica apoye a una organización
como Courage ("Coraje"), que existe para ofrecer ayuda para las personas
homosexuales para que vivan esta enseñanza. A través de los años de
pertenecer a Courage, he hecho más amistades y más profundas que durante
todo el tiempo que viví que practiqué la homosexualidad y estoy convencido
de que este tipo de testimonio ayudará a la cultura actual a darse cuenta,
no sólo de que la actividad homosexual es grave en sí misma, sino también de
la verdadera naturaleza del amor. Fuente:
David Morrison, "Love That Speaks Its Name," Courage. The Newsletter, No. 2
(1997). Courage es una organización católica dedicada a ayudar a las
personas con inclinaciones homosexuales a vivir la castidad y la enseñanza
de la Iglesia Católica. Para conocer más acerca de Courage, diríjase a:
Courage Central Office, 210 W. 31st St., New York, NY 10001, U.S.A. (212)
268-1010 Fax: (212) 268-7150; e-mail: NYCourage@aol.com;
página web: http://www.couragerc.net.
Véase también Ayuda
para las personas homosexuales, Factores
que causan la homosexualidad y Curación
de la homosexualidad en este mismo sitio electrónico de
Vida Humana Internacional. En las últimas páginas mencionadas encontrará más
testimonios de personas que se han curado de su homosexualidad.
Testimonio de un homosexual Anónimo Voy a
hablarles principalmente a todos los jóvenes sobre un problema de un amigo y
el sentido que para él tiene la vida siendo portador del HIV, el virus que
causa el SIDA. Él me ha permitido dar testimonio del problema, de los
sufrimientos y de los cambios que ha habido en su vida. Empiezo por
el principio, se trata de un joven que nació en provincia, en un pueblo
pequeño donde pasó su niñez y parte de su juventud al lado de sus padres y
sus hermanos. Fue muy feliz, pero a él le ilusionaba el abrirse paso en la
vida de la ciudad -- él sólo sin la ayuda de su familia. Un día, con
el permiso de sus padres, se fue a la ciudad sin saber lo que allí le
esperaba. Su ilusión era trabajar para formar un hogar y vivir honestamente.
Parte de eso lo logró a base de esfuerzos, pero conoció a personas de su
mismo sexo con las que creyó que su felicidad sería eterna. Se enamoró y
fracasó, le pagaron mal y un día recurrió al médico por una pequeña
enfermedad. Cual sería su sorpresa cuando le comunicaron que era portador
del virus del SIDA, enfermedad mortal. De momento él sintió que allí su vida
terminaba. No se lo comentó con nadie -- ni siquiera con su familia. Se
guardó el problema para él solo. Pero como vivía solo, con el paso del
tiempo, la soledad, la angustia y el problema le empezaron a afectar. A
pesar de no presentar ningún síntoma del SIDA, su desesperación fue
aumentando, pues a su mente venían muchos pensamientos. Pensó que su vida no
tenía ningún sentido vivirla así y hasta pensó en quitarse la vida, pues
nunca podría ser una persona normal. Pero también pensaba que al quitarse la
vida iba a causarle un sufrimiento a sus padres que lo querían mucho. Antes de
llevar a cabo lo que él creía que sería la única solución, Dios apareció en
su camino. Un día cuando miraba la televisión, vio y escuchó que un grupo de
personas católicas que formaban el equipo diocesano ayudaban a todas las
personas con problemas como el de él. Recurrió a ellas, se desahogó, contó
su problema, lo ayudaron moral y espiritualmente. Él le prometió a Dios
acercarse a Él lo que le quedaba de vida y ponerse en manos de Cristo. Gracias a
Dios y al grupo de personas que tanto lo apoyan ha superado mucho, está
consciente del problema. Tiene paz interior y sabe que un día va a morir,
pero quiere estar preparado para el momento. Jamás piensa en atentar contra
su vida. Tiene tranquilidad, porque siente que Dios siempre está con él en
su soledad, en la angustia y en la enfermedad. No culpa a la persona que lo
contagió, pues esa persona también fue víctima del virus. Le duele que haya
personas con el mismo problema y que estén tan deshubicadas destruyendo su
vida y la de los demás, pudiendo encontrar tranquilidad acercándose a Dios. Así pues,
este joven vive feliz aún con el problema que tiene y que su familia ignora
desde hace año y medio. Tiene sus recaídas, pero gracias a Dios las supera
también. El les envía a todos los jóvenes este mensaje: que sean conscientes
de que después de un contagio nada es igual y que el SIDA es una enfermedad
incurable que causa la muerte, que vivan la vida felices al lado de sus
padres, que se preparen para formar un hogar, que tengan diversiones sanas,
que en cuanto a la sexualidad elijan muy bien a su pareja del sexo opuesto
para casarse, teniendo relaciones sexuales sólo después del matrimonio, ya
que Dios sólo hizo dos sexos: el masculino y el femenino.
La realidad de la homosexualidad Por
Richard G. Howe Will (no su
verdadero nombre) era un buen amigo. Aunque parecía ser un poco afeminado,
nunca se me ocurrió pensar que podría ser homosexual. Nunca me insinuó nada
ni tampoco me dio ninguna indicación de que se consideraba diferente.
Nuestra amistad giraba en torno a nuestro interés común por la música y, más
importante aún, a nuestra relación con Cristo. Will decía que él era
cristiano. Nuestra
amistad se desarrolló hasta el punto en que Will confiaba en mí plenamente,
entonces me confesó que había tenido sus "luchas" con la homosexualidad
desde antes de la adolescencia. No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de
que su lucha con la homosexualidad regresara y se encontró a sí mismo
vacilando entre períodos de tiempo en que se controlaba a sí mismo, períodos
en que experimentaba culpabilidad y períodos en que se sentía a gusto
llevando a la práctica su homosexualidad. Yo estaba
convencido de que el homosexualismo estaba mal y que, desde una perspectiva
cristiana, no podía ser justificado. Pero no me sentía capaz de entenderle
ni de ayudarle. Después de un tiempo y debido a nuestros respectivos
compromisos universitarios, Will y yo nos fuimos a lugares diferentes y
perdí contacto con él. Algunos años
después, Will regresó y enseguida renaudamos nuestra amistad. Una noche
salimos a caminar juntos y debió de haberse dado cuenta de que en mi
interior yo me estaba preguntando qué había hecho acerca de su
homosexualidad. Hasta ese momento estaba de lo más entusiasmado contándome
acerca de las magíficas oportunidades que había tenido de servir a la causa
del cristianismo por medio de la música. Pero estaba deseoso de contarme
cómo le había ido en relación con la homosexualidad y yo también tenía
deseos de escucharlo. Me causó una gran alegría cuando me dijo que había
dejado su homosexualismo. Ya habían quedado atrás los días en que trataba de
justificar lo que él siempre había sabido que era una abominación ante Dios.
Por fin había aceptado que el homosexualismo era una violación del orden
establecido por Dios y que el amor que había estado experimentando no era
otra cosa que un sustituto pecaminoso de la voluntad de Dios. Fuente: Homosexuality
in America. Exposing the Myths, Tupelo, MS: The American Family
Association, 1994, p. 2. The American Family Association, P.O. Drawer 2440,
Tupelo, MS, 38803, EE.UU.
Mi compromiso a una vida de castidad "Es sólo una
fase" decíamos mi madre, mis dos hermanas mayores y yo, durante mi primer
año de escuela secundaria. Estaba enamorada de la chica más bonita y más
popular de la escuela. Poco sabíamos que esa era la primera de muchas veces
en mi adolescencia que comencé a experimentar sentimientos homosexuales. Durante mi
año final de la secundaria no lo podía soportar más. Sentía como que un día
esos sentimientos homosexuales estarían a punto de estallar
incontrolablemente fuera de mí. Asumí que mi familia no entendería así que
escribí una nota anónima al club "gay & lesbian" de la escuela pidiendo
ayuda. Entonces me di cuenta que una profesora de la que estaba enamorada
era bisexual. Arreglé una cita para almorzar con ella y terminó comprándome
una novela lesbiana de ficción para ayudarme a "emerger". Pronto me
enteré sobre grupos "emergiendo" ("coming out") en la ciudad y comencé a
asistir a ellos regularmente. Empecé a ver a una consejera lesbiana. Ella no
hizo mucho sino confirmar mis sentimientos. Después empecé a ver a una
psicóloga, a quien me refirieron, que enseñaba en mi escuela. Ella trató de
empujarme dentro del estilo de vida lesbiano. Sus palabras exactas fueron
"¿Cuándo dejarás de vivir tu vida en el limbo?". El "proceso" estaba
alargándose tanto conmigo porque muy dentro de mí sabía que algo andaba mal.
Sabía cómo se sentía mi familia. Asistí a la Iglesia regularmente y oraba
para saber el camino correcto a tomar, a pesar de eso continuaba buscando
ayuda en todos los lugares equivocados. En medio de
todo esto en realidad conocí a un hombre en el que me interesé. Él era todo
lo que yo podría haber buscado en un novio, pero tuve que terminar con él
después de tres meses porque los sentimientos homosexuales continuaban
trepando sobre mí. Esto me empujó aún más dentro del estilo de vida
lesbiano. Cuando mi
mamá trajo a colación la religión yo me desahogaba diciendo que no había tal
cosa como el infierno. Yo estaba recitando todas las mentiras de Satanás.
Justificaba mi estilo de vida a mi hermana diciéndole que yo podía tener
toda la diversión que quería y no preocuparme del control natal o de quedar
embarazada. Incluso encontré una monja que me aseguró que a Dios no le
importaba si yo perseguía relaciones lesbianas. Cuando mi conciencia me
incomodaba hablaba a esta monja quien me afirmaba en el camino que estaba
tomando. Mi familia
me dio un ultimátum: deja la escena "gay" o múdate. Dispuse mi mente para
mudarme con mi "novia". Pero el Espíritu Santo tenía otros planes. Me enteré
que justo el día siguiente una de mis hermanas mayores quería verme y hablar
conmigo. "Muy bien", pensé, "ahora podré realmente darle a ella cada pieza
de mi mente." En lo profundo yo estaba temerosa e infeliz por lo que estaba
haciéndole a mi familia, pero a pesar de todo fui a ver a mi hermana, armada
de todos mis libros pro-gay y preparada para refutar lo que sea que tuviera
que decirme. Yo estaba lista para la batalla. Las cosas no
ocurrieron como yo lo había planeado. Mi corazón se abrió cuando mi hermana
amorosamente habló acerca del corazón y la voluntad de Dios y cómo ella y el
resto de la familia realmente me amaban. Ella estaba dispuesta a trabajar
conmigo y me pidió que por lo menos le diera seis meses para tratar. Dijo
que yo tenía que cortar de inmediato mis amistades lesbianas. Dijo que tenía
que confiar en ella. Sorpresivamente me encontré a mí misma diciéndole "Sí".
Realmente estaba diciéndole "Sí" al Espíritu Santo. Lloré todo
ese día. Estaba helado y lluvioso. Me encontraba en un desorden emocional y
sabía que tenía un camino difícil por delante. A pesar de ello nunca había
sentido el amor derramarse sobre mí como esa vez. Estaba experimentando una
lucha interior entre el Espíritu Santo y la esclavitud de Satanás. Más tarde
me enteré que mi hermana había estado orando por mí desde su corazón y que
ella ni siquiera sabía lo que estuvo diciendo. Con la ayuda de Dios puse fin
a mis ataduras lesbianas dentro de los siguientes dos días. Los
siguientes seis meses ciertamente no fueron fáciles, pero un completo nuevo
mundo estaba abierto para mí. Mi literatura "gay" fue reemplazada por
literatura religiosa. Empecé a asistir regularmente a reuniones de oración y
estudios de Biblia. Decidí escuchar la radio cristiana y a ver televisión
católica. También empecé a asistir a grupos de apoyo espiritual diseñados
para ayudar a personas como yo. Hubieron
muchas noches en que extrañé a mi "novia" y estuve tentada de ceder y
llamarla. Doy gracias al Señor que me salvó en el momento perfecto, antes de
que ella se volviera mi "amante". Él ciertamente sabe cuánto sufrimiento
necesitamos para volvernos maduros y completos, cuánto podemos soportar. No
me ayudó el que ella dejara un mensaje en mi máquina contestadora diciéndome
que me extrañaba terriblemente. Hubieron días y noches que lloré y lloré.
Una noche fui al patio trasero, miré al cielo y estaba alegando con Dios
para que me dijera por qué. Mi hermana siempre estuvo ahí para mí. Aprendí
cómo encargarme de la tentación. Cada momento de debilidad me hizo más
fuerte. Cada evento era un cambio radical. Vivía apoyándome en citas de la
Biblia. Jesús con certeza me tenía agarrada. Mayores
aspectos de mi sanación tomaron lugar cuando comencé a rezar el rosario
diariamente, ir a Misa diaria y pasar tiempo con Jesús en el Santísimo
Sacramento tan a menudo como era posible. Mis tentaciones homosexuales
declinaron. Aún soy
amiga del hombre que conocí hace más de tres años. Le hablé sobre mi pasado
y de mi decisión de dejar al mismo atrás. Él estaba muy orgulloso de mí.
Sentimientos heterosexuales están gradualmente comenzando a surgir hacia él
y quizás un día Dios nos una en matrimonio, si Él piensa que estoy lista
para ello. Es algo por lo que ahora estoy orando. Lo
importante es mi compromiso a una vida de castidad en unión con Cristo. Aún
tengo tentaciones ocasionalmente pero no las dejo molestarme o que
interfieran con mi vida porque creo que "¡Él que ha comenzado Su buena obra
en mí, la continuará hasta el día de Jesucristo!" Nota: Tomado
de : http://couragerc.net/Espanol/Testimonies-Wendy.html , el website de
Courage, la organización que ayuda a las personas homosexuales a vivir una
vida casta. Para obtener más información visite :
http://couragerc.net/Espanol/ESPIndex.html.