Afecto en la adolescencia
Victoria Cardona
http://www.vidadefamilia.org/
Hay un valor que perdurará antes, ahora, después y siempre en la vida de
nuestros hijos adolescentes: el afecto. El afecto siempre predominará en la
vida y será la música de fondo que acompañará a nuestro hijo y hará que su
personalidad se desenvuelva equilibradamente, y, al saberse querido,
caminará seguro, adquiriendo autoestima.
Hacer uso correcto del afecto nos abrirá todas las puertas de comunicación
con el adolescente. Lo cual quiere decir: no aprovecharnos nunca de nuestra
maternidad o paternidad con frases como: "enfermaré con todos los problemas
que me das...", "mira lo que yo hago por ti y tú con que moneda me
pagas...", "ya te iría bien estar una temporada en una casa donde no te
trataran como nosotros...". Son pequeños trucos que pueden funcionar para
obtener alguna respuesta positiva sólo al momento, pero que proporcionan
malestar a los de casa. Nos sabría muy mal que los hijos nos quisieran
complacer sólo porque se preguntaran: "¿qué podemos hacer para tener a los
padres contentos?"
Sin abusar, para no caer en chantajes afectivos, se ha de llegar al corazón
de los adolescentes para estimular y motivar su voluntad. Y esto sólo lo
podemos conseguir cuando somos afables. La afabilidad, o la forma adecuada
de tratar a los hijos, es consecuencia de vivir para ellos y demostrarles
constantemente nuestro cariño.
La afabilidad consiste en una especial delicadeza de trato que hace que el
hijo se encuentre bien a nuestro lado. No se trata de decir: "hazlo por mi,
que te quiero mucho", se trata de conseguir que se sienta querido
diciéndole, por ejemplo: "— ¡que contentos estamos de tenerte!", "— gracias
por ocuparte de tu hermano con tu juego del ordenador", "— perdona esta
interrupción pero necesitaría...".
No nos creamos víctimas, los hijos también han de aprender a darnos afecto
para aprender a darse, y nosotros debemos valorar los servicios o
colaboración que aporten. Con valoraciones y alegría potenciemos su
seguridad al verse queridos y aceptados.
Siempre conviene pedir lo que se tenga que pedir o corregir lo que se deba
corregir, sin el egoísmo de creer que somos unos desgraciados, ni caer en
victimismos cuando, en realidad, somos muy afortunados de tener unos hijos
que se van haciendo mayores. Unos hijos que tienen la capacidad de aprender
a amar y corresponder con generosidad al amor que les damos.