La Ordenación General del Misal Romano (OGMR)
Traducción castellana de
la
"Editio typica tertia
Missalis Romani"
(2002)
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INTRODUCCIÓN
1. El Señor, cuando iba a celebrar la cena pascual con sus discípulos en la
que instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, mandó preparar una
sala grande, ya dispuesta (Lc 22,12). La Iglesia se ha considerado siempre
comprometida por este mandato, al ir estableciendo normas para la
celebración de la Eucaristía relativas a la disposición de las personas, de
los lugares, de los ritos y de los textos. Tanto las normas actuales, que
han sido promulgadas basándose en la autoridad del Concilio Ecuménico
Vaticano II, como el nuevo Misal que en adelante empleará la Iglesia de Rito
romano para la celebración de la Misa, constituyen una nueva demostración de
este interés de la Iglesia, de su fe y de su amor inalterable al sublime
misterio eucarístico, y testifican su tradición continua y homogénea, a
pesar de algunas innovaciones que han sido introducidas.
Testimonio de fe inalterada
2. El Concilio Vaticano II ha vuelto a afirmar la naturaleza sacrificial de
la Misa, solemnemente proclamada por el Concilio de Trento en consonancia
con toda la tradición de la Iglesia;1 suyas son estas significativas
palabras acerca de la Misa: "Nuestro Salvador, en la última Cena, instituyó
el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a
perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a
confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y
resurrección".2
Lo que enseña el Concilio, aparece continuamente en las fórmulas de la Misa.
En efecto, la doctrina que el antiguo Sacramentario Leoniano expresaba en la
fórmula: "Cada vez que se celebra el memorial de este sacrificio, se realiza
la obra de nuestra redención",3 aparece de modo claro y preciso en las
Plegarias eucarísticas; en ellas, el sacerdote, a la vez que realiza la
"anámnesis", se dirige a Dios en nombre de todo el pueblo, le da gracias y
le ofrece el sacrificio vivo y santo, a saber: la oblación de la Iglesia y
la Víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad;4
y pide que el Cuerpo y Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y
salvación para todo el mundo.'
De este modo, en el nuevo Misal, la lex orandi de la Iglesia responde a su
perenne lex credendi, la cual nos recuerda que, salvo el modo diverso de
ofrecer, constituyen un mismo y único sacrificio el de la cruz y su
renovación sacramental en la Misa, instituida por el Señor en la última Cena
con el mandato conferido a los Apóstoles de celebrarla en su conmemoración;
y que, consiguientemente, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza,
de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
3. El misterio admirable de la presencia real de Cristo bajo las especies
eucarísticas, reafirmado por el Concilio Vaticano 116 y otros documentos del
Magisterio de la Iglesia' en el mismo sentido y con los mismos términos que
el Concilio de Trento lo declaró materia de fe,' se ve expresado también en
la celebración de la Misa por las palabras de la consagración que hacen
presente a Cristo por la transubstanciación, y, además, por los signos de
suma reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia eucarística. Tal
es el motivo de impulsar al pueblo cristiano a que ofrezca especial tributo
de adoración a este admirable Sacramento en el día del Jueves Santo y en la
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
4. La naturaleza del sacerdocio ministerial, propia del Obispo y del
presbítero, que in persona Christi, ofrecen el sacrificio y presiden la
asamblea del pueblo santo, queda esclarecida en la disposición del mismo
rito por la preeminencia del lugar reservado al sacerdote y por la función
que desempeña. El contenido de esta función se ve expresado con particular
claridad y amplitud en el prefacio de la Misa crismal del Jueves Santo, día
en que se conmemora la institución del sacerdocio. En dicho prefacio se
declara la transmisión de la potestad sacerdotal por la imposición de las
manos, enumerándose cada uno de los cometidos de esta potestad, que es
continuación de la de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo Testamento.
5. Pero hay algo distinto y muy digno de estima que se capta a partir de
esta naturaleza del sacerdocio ministerial: es el sacerdocio real de los
fieles, cuya ofrenda espiritual se consuma en la unión con el sacrificio de
Cristo, único Mediador, por el ministerio del Obispo y de los presbíteros.9
La celebración eucarística, en efecto, es acción de la Iglesia universal, y
en ella habrá de realizar cada uno todo y sólo lo que de hecho le compete
conforme al grado en que se encuentra situado dentro del pueblo de Dios. De
aquí la necesidad de prestar una particular atención a determinados aspectos
de la celebración que en el decurso de los siglos no han sido tenidos muy en
cuenta. Se trata nada menos que del pueblo de Dios, adquirido por la Sangre
de Cristo, congregado por el Señor, que lo alimenta con su palabra; pueblo
que ha recibido el llamamiento de presentar a Dios todas las peticiones de
la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la
salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo finalmente que por la Comunión de
su Cuerpo y Sangre se consolida en la unidad. Y este pueblo, aunque sea
santo por su origen, sin embargo, crece de continuo en santidad por la
participación consciente, activa y fructuosa en el misterio eucarístico.10
Una tradición ininterrumpida
6. Al establecer las normas a seguir en la revisión del Ordinario de la
Misa, el Concilio Vaticano II determinó, entre otras cosas, que algunos
ritos "fueran restablecidos conforme a la primitiva norma de los santos
Padres"," haciendo uso de las mismas palabras empleadas por san Pío V en la
Constitución Apostólica Quo primum al promulgar en 1570 el Misal Tridentino.
El que ambos Misales Romanos convengan en las mismas palabras puede ayudar a
comprender cómo, pese a mediar entre ellos una distancia de cuatro siglos,
ambos recogen una misma tradición. Y si se analiza el contenido interior de
esta tradición, se ve también con cuánto acierto el nuevo Misal completa al
anterior.
7. En aquellos momentos difíciles, en que se ponía en crisis la fe católica
acerca de la naturaleza sacrificial de la Misa, del sacerdocio ministerial y
de la presencia real y permanente de Cristo bajo las especies eucarísticas,
lo que san Pío V se propuso en primer término fue salvaguardar los últimos
pasos de una tradición atacada sin verdadera razón, y, por este motivo, sólo
se introdujeron pequeñísimos cambios en el rito sagrado. En realidad, el
Misal promulgado en 1570 apenas se diferencia del primer Misal que apareció
impreso en 1474, el cual, a su vez, reproduce fielmente el Misal de la época
de Inocencio III. Se dio el caso, además, de que los códices de la
Biblioteca Vaticana sirvieron para corregir algunas expresiones, pero esta
investigación de "antiguos y probados autores" se redujo a los comentarios
litúrgicos de la Edad Media.
8. Hoy, en cambio, la "norma de los santos Padres", que trataron de seguir
aquellos que propusieron las enmiendas del Misal de san Pío V, se ha visto
enriquecida con numerosísimos trabajos de investigación. Al Sacramentario
llamado Gregoriano, editado por primera vez en 1571, han seguido los
antiguos Sacramentarios Romanos y Ambrosianos, repetidas veces publicados en
edición crítica, así como los antiguos libros litúrgicos de España y de las
Galias, que han aportado muchísimas oraciones de gran belleza espiritual,
ignoradas anteriormente.
Hoy, gracias al hallazgo de tantos documentos litúrgicos se conocen mejor
las tradiciones de los primitivos siglos, anteriores a la constitución de
los ritos de Oriente y de Occidente.
Además, con los progresivos estudios de los santos Padres, la teología del
misterio eucarístico ha recibido nuevos esclarecimientos, provenientes de la
doctrina de los más ilustres Padres de la antigüedad cristiana, como san
Ireneo, san Ambrosio, san Cirilo de Jerusalén, san Juan Crisóstomo.
9. Por tanto, la "norma de los santos Padres" pide algo más que la
conservación del legado transmitido por nuestros inmediatos predecesores;
exige abarcar y estudiar a fondo todo el pasado de la Iglesia y todas las
formas de expresión que la fe única ha tenido en contextos humanos y
culturales tan diferentes entre sí, como pueden ser los correspondientes a
las regiones semíticas, griegas y latinas. Con esta perspectiva más amplia,
hoy podemos ver cómo el Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una
fidelidad admirable en conservar inmutable el depósito de la fe en medio de
tanta variedad de ritos y oraciones.
Acomodación a una situación nueva
10. El nuevo Misal, que testifica la lex orandi de la Iglesia Romana y
conserva el depósito de la fe transmitido en los últimos Concilios, supone
al mismo tiempo un paso importantísimo en la tradición litúrgica.
Es verdad que los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las
afirmaciones dogmáticas del Concilio de Trento; pero tuvieron que hablar en
un momento histórico muy distinto, y por ello hubieron de aportar planes y
orientaciones pastorales totalmente imprevisibles hace cuatro siglos.
11. El Concilio de Trento ya había caído en la cuenta de la utilidad del
gran caudal catequético de la Misa; pero no le fue posible descender a todas
las consecuencias de orden práctico. De hecho, muchos deseaban, ya entonces,
que se permitiera emplear la lengua del pueblo en la celebración
eucarística. Pero el Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que
concurrían en aquellos momentos, se creyó en la obligación de volver a
inculcar la doctrina tradicional de la Iglesia, según la cual el sacrificio
eucarístico es, ante todo, acción de Cristo mismo, y, por tanto, su eficacia
intrínseca no se ve afectada por el modo de participar seguido por los
fieles. En consecuencia, se expresó de modo firme y moderado con estas
palabras: "Aunque la Misa contiene mucha materia de instrucción para el
pueblo, sin embargo, no pareció conveniente a los Padres que, como norma
general, se celebrase en lengua vulgar".12 Condenó, además, al que juzgase
"ser reprobable el rito de la Iglesia Romana por el cual la parte
correspondiente al canon y las palabras de la consagración se pronuncian en
voz baja; o que la Misa exige ser celebrada en lengua vulgar".13 Y, no
obstante, si por un motivo prohibía el uso de la lengua vernácula en la
Misa, por otro, en cambio, mandaba que los pastores de almas procurasen
suplirlo con la oportuna catequesis: "A fin de que las ovejas de Cristo no
padezcan hambre..., manda el santo Sínodo a los pastores y a cuantos tienen
cura de almas que frecuentemente en la celebración de la Misa, bien por sí,
bien por medio de otros, hagan una exposición sobre algo de lo que en la
Misa se lee, y, además, expliquen alguno de los misterios de este santísimo
sacrificio, principalmente en los domingos y días festivos".14
12. El Concilio Vaticano II, congregado precisamente para adaptar la Iglesia
a las necesidades que su cometido apostólico encuentra en estos tiempos,
prestó una detenida atención al carácter didáctico y pastoral de la sagrada
Liturgia,'s lo mismo que el Concilio de Trento. Aunque ningún católico
negaba la legitimidad y eficacia del sagrado rito celebrado en latín, no
obstante, se encontró en condiciones de reconocer que "frecuentemente el
empleo de la lengua vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo", y
autorizó dicho empleo.16 El interés con que en todas partes se acogió esta
determinación fue muy grande, y así, bajo la dirección de los Obispos y de
la misma Sede Apostólica, ha podido llegarse a que se realicen en lengua
vernácula todas las celebraciones litúrgicas en las que el pueblo participa,
con el consiguiente conocimiento mayor del misterio celebrado.
13. Aunque el uso de la lengua vernácula en la sagrada Liturgia es un
instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la catequesis
del misterio contenida en la celebración, el Concilio Vaticano II advirtió
también que debían ponerse en práctica algunas prescripciones del Tridentino
no en todas partes acatadas, como la homilía en los domingos y días
festivos" y la posibilidad de intercalar moniciones entre los mismos ritos
sagrados.18
Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II, consecuente en presentar
como "el modo más perfecto de participación aquél en que los fieles, después
de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor consagrado en la
misma Misa",19 exhorta a llevar a la práctica otro deseo ya formulado por
los Padres del Tridentino: que para participar de un modo más pleno "en la
Misa no se contenten los fieles con comulgar espiritualmente, sino que
reciban sacramentalmente la Comunión eucarística".20
14. Movido por el mismo espíritu y por el mismo interés pastoral del
Tridentino, el Concilio Vaticano II pudo abordar desde un punto de vista
distinto lo establecido por aquél acerca de la comunión bajo las dos
especies. Al no haber hoy quien ponga en duda los principios doctrinales del
valor pleno de la comunión eucarística recibida bajo la sola especie de pan,
permitió en algunos casos la comunión bajo ambas especies, a saber, siempre
que por esta más clara manifestación del signo sacramental los fieles tengan
ocasión de captar mejor el misterio en el que participan.21
1 5. De esta manera, la Iglesia, que conservando "lo antiguo", es decir, el
depósito de la tradición, permanece fiel a su misión de ser maestra de la
verdad, cumple también con su deber de examinar y emplear prudentemente "lo
nuevo" (cf. Mt 13, 52).
Así, una parte del nuevo Misal presenta unas oraciones de la Iglesia más
abiertamente orientadas a las necesidades actuales: tales son,
principalmente, las Misas rituales y por diversas necesidades, en las que
oportunamente se combinan lo tradicional y lo nuevo. Mientras que algunas
expresiones provenientes d la más antigua tradición de la Iglesia han
permanecido intactas, como puede verse por el mismo Misal Romano, reeditado
tantas veces, otras muchas expresiones han sido acomodadas a las actuales
necesidades y circunstancias, y otras, en cambio, como las oraciones por la
Iglesia, por los laicos, por la santificación del trabajo humano, por la
comunidad de naciones, por algunas necesidades peculiares de nuestro tiempo,
han sido elaboradas íntegramente, tomando ideas y hasta las mismas
expresiones muchas veces de los recientes documentos conciliares.
Al hacer uso de los textos de una tradición antiquísima, teniendo también en
cuenta la nueva situación del mundo, según hoy se presenta, se han podido
cambiar ciertas expresiones. sin que aparezca como menosprecio a tan
venerable tesoro, con el fin de acomodarlas al lenguaje teológico actual y a
la presente disciplina de la Iglesia. Por ejemplo, han sido modificadas
algunas de las relativas a la consideración y uso de los bienes terrenos,
otras que se refieren a cierta forma de penitencia corporal, propias de
otros tiempos.
Se ve, pues, cómo las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido en
gran parte completadas y perfeccionadas por las del Vaticano II, que condujo
a término los esfuerzos para conseguir un mayor acercamiento de los fieles a
la Liturgia, esfuerzos realizados a lo largo de cuatro siglos, y sobre todo
en los últimos tiempos, debido principalmente al interés por la liturgia que
suscitaron san Pío X y sus sucesores.
Capítulo I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD
DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios
ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la
Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente,22 ya
que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo,
y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de
Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo.23 Además, de tal modo se
recuerdan en ella los misterios de la Redención a lo largo del año, que, en
cierto modo, se nos hacen presentes.24 Todas las demás acciones sagradas y
cualesquiera obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de
ella y a ella se ordenan.25
Es, por tanto, de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de
la Misa o Cena del Señor que ministros sagrados y fieles, participando cada
uno según su condición, reciban de ella con más plenitud los frutos26 para
cuya consecución instituyó Cristo nuestro Señor el sacrificio eucarístico de
su Cuerpo y Sangre y confió este sacrificio, como un memorial de su pasión y
resurrección, a la Iglesia, su amada Esposa.27
Todo esto se podrá conseguir si, mirando a la naturaleza y demás
circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de
modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los
fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe,
esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama su misma
naturaleza y a la que tiene derecho y deber, el pueblo cristiano, por fuerza
del bautismo."
Aunque en algunas ocasiones no es posible la presencia y la activa
participación de los fieles, cosas ambas que manifiestan mejor que ninguna
otra la naturaleza eclesial de la acción Litúrgica," sin embargo, la
celebración eucarística no pierde por ello su eficacia y dignidad, ya que es
un acto de Cristo y de la Iglesia, en la que el sacerdote cumple su
principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.
Se le recomienda, por eso, que celebre el sacrificio eucarístico, incluso
diariamente, en cuanto sea posible."
Y, puesto que la celebración eucarística, como toda la Liturgia, se realiza
por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se
expresa,31 se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas
y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, según
las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la
activa y plena participación de los fieles, y respondan mejor a su
aprovechamiento espiritual.
De ahí que esta Ordenación general mire, por un lado, a exponer las
directrices generales, según las cuales quede bien ordenada la celebración
de la Eucaristía, y, por otro, a proponer las normas a las que habrá de
acomodarse cada una de las formas de celebración."
Es de suma importancia la celebración de la Eucaristía en la Iglesia
particular.
En efecto, el Obispo diocesano, en cuanto primer dispensador de los
misterios de Dios, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida
litúrgica en la Iglesia particular a él confiada." El misterio de la Iglesia
se pone de manifiesto en las celebraciones que se realizan, presididas por
él, sobre todo en la celebración eucarística que él realiza con la
participación del presbiterio, los diáconos y el pueblo. Por eso, estas
celebraciones solemnes de la Eucaristía han de ser ejemplares para toda la
diócesis.
A él le corresponde procurar que los presbíteros, los diáconos y los fieles
laicos consigan siempre una inteligencia profunda del genuino sentido de los
ritos y de los textos litúrgicos y se vean de este modo atraídos hacia una
consciente y fructuosa celebración de la Eucaristía.
Para conseguir este mismo fin, cuide de incrementar la dignidad de esas
celebraciones, a lo cual contribuye no poco la belleza del lugar sagrado, de
la música y del arte.
En esta Ordenación general y en el Ordinario de la Misa se exponen algunas
acomodaciones y adaptaciones para que la celebración responda más plenamente
a las prescripciones y al espíritu de la sagrada liturgia, y aumente su
eficacia pastoral.
Tales adaptaciones consisten, por lo general, en la elección de algunos
ritos y textos, es decir, cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos
que mejor respondan a las necesidades, preparación e idiosincrasia de los
participantes y cuya aplicación corresponde al sacerdote celebrante.
Recuerde, sin embargo, que él se halla al servicio de la sagrada Liturgia y
no le es lícito añadir, quitar, ni cambiar nada según su propio gusto en la
celebración de la Misa."
Además, en el Misal se indican en su lugar algunas adaptaciones que
competen, según la Constitución sobre la sagrada Liturgia, al Obispo
diocesano o a la Conferencia de los Obispos" (cf. nn. 387, 388-393).
Respecto a las variaciones y adaptaciones de más relieve, que sea preciso
introducir para que la liturgia responda a las tradiciones e idiosincrasia
de los pueblos y regiones, a tenor del artículo 40 de la Constitución de la
Sagrada Liturgia, téngase en cuenta tanto lo que establece la Instrucción
"Liturgia romana e inculturación"36, como lo expuesto más adelante (nn.
395-399).
Capítulo II
ESTRUCTURA DE LA MISA: SUS ELEMENTOS Y PARTES
I. ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
En la Misa o Cena del Señor el pueblo de Dios es congregado, bajo la
presidencia del sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, para celebrar
el memorial del Señor o sacrificio eucarístico." De ahí que sea
eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la santa
Iglesia, aquella promesa de Cristo: "Donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Pues en la celebración
de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz,38 Cristo está
realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la
persona del ministro, en su palabra y ciertamente de una manera sustancial y
permanente en las especies eucarísticas. 39
La Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la palabra y
la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen
un solo acto de culto,40 ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la
palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran
instrucción y alimento.41 Otros ritos abren y concluyen la celebración.
II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
Lectura de la palabra de Dios y su explicación
Cuando se leen en la Iglesia las sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su
pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia
un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con
veneración. Y aunque la palabra divina, en las lecturas de la Sagrada
Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y está al
alcance de su entendimiento, sin embargo, una mejor inteligencia y eficacia
se ven favorecidas con una explicación viva, es decir, con la homilía, como
parte que es de la acción litúrgica.42
Oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
Entre las atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria
eucarística, que es el vértice de toda la celebración. Hay que añadir a ésta
las oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la
oración después de la Comunión. Estas oraciones las dirige a Dios el
sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en
nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. 43 Con razón,
pues, se denominan "oraciones presidenciales".
Igualmente corresponde al sacerdote, en cuanto que ejerce el cargo de
presidente de la asamblea reunida, decir algunas moniciones y fórmulas de
introducción y conclusión previstas en el mismo rito. Donde las rúbricas lo
establecen, al celebrante le es lícito adaptarlas hasta cierto punto para
que se ajusten a la comprensión de los participantes; el sacerdote, sin
embargo, procure guardar siempre el sentido de la monición que se propone en
el Misal y, expresarlo en pocas palabras. Compete asimismo al sacerdote que
preside moderar la celebración de la palabra de Dios y dar la bendición
final. Tambi��n le está permitido introducir a los fieles en la Misa del día
con brevísimas palabras, tras el saludo inicial y antes del acto
penitencial; en la liturgia de la palabra, antes de las lecturas; en la
Plegaria eucarística, antes del prefacio, pero nunca dentro de la misma;
igualmente, dar por concluida la entera acción sagrada, antes de la fórmula
de despedida.
La naturaleza de las intervenciones "presidenciales" exige que se pronuncien
claramente y en voz alta, y que todos las escuchen atentamente." Por
consiguiente, mientras interviene el sacerdote, no se cante ni se rece otra
cosa, y estén igualmente en silencio el órgano y cualquier otro instrumento
musical.
El sacerdote no sólo pronuncia oraciones como presidente, en nombre de la
Iglesia y de la comunidad reunida, sino que también algunas veces lo hace a
título personal, para poder cumplir con su ministerio con mayor atención y
piedad. Estas oraciones, que se proponen antes de la lectura del evangelio,
en la preparación de los dones y antes y después de la comunión del
sacerdote, se dicen en secreto.
Otras fórmulas que se usan en la celebración
Puesto que la celebración de la Misa, por su propia naturaleza, tiene
carácter "comunitario"," tienen una gran fuerza los diálogos entre el
sacerdote y los fieles congregados y asimismo las aclamaciones." Ya que no
son solamente señales externas de una celebración común, sino que fomentan y
realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.
Las aclamaciones y respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a
sus oraciones constituyen precisamente aquel grado de participación activa
que, en cualquier forma de Misa, se exige de los fieles reunidos para que
quede así expresada y fomentada la acción de toda la comunidad"
Otras partes que son muy útiles para manifestar y favorecer la activa
participación de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea
convocada, son, sobre todo, el acto penitencial, la profesión de fe, la
oración de los fieles y la Oración dominical.
Finalmente, en cuanto a otras fórmulas:
Algunas tienen por sí mismas el valor de rito o de acto; por ejemplo, el
Gloria, el salmo responsorial, el Aleluya y el versículo antes del
Evangelio, el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después de la
Comunión;
Otras, en cambio, simplemente acompañan a un rito, como los cantos de
entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y de la Comunión.
Modos de pronunciar los diversos textos
En los textos que han de pronunciar en voz alta y clara el sacerdote o el
diácono o el lector o todos, la voz ha de corresponder a la índole del
respectivo texto, según se trate de lectura, oración, monición, aclamación o
canto; téngase también en cuenta la clase de celebración y la solemnidad de
la asamblea. Y, naturalmente, de la índole de las diversas lenguas y
caracteres de los pueblos.
En las rúbricas y normas que siguen, los vocablos "pronunciar" o "decir"
deben entenderse lo mismo del canto que de los recitados, según los
principios que acaban de enunciarse.
Importancia del canto
Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su
Señor, que canten todos juntos con salmos, himnos y cánticos inspirados (cf.
Col 3,16). El canto es una señal de euforia del corazón (cf. Hch 2,46). De
ahí que san Agustín diga, con razón: "Cantar es propio de quien ama";" y
viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: "Quien bien canta, ora
dos veces".
Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración
de la Misa, siempre teniendo en cuenta el carácter de cada pueblo y las
posibilidades de cada asamblea litúrgica: aunque no siempre sea necesario,
por ejemplo en las misas feriales, usar el canto para todos los textos que
de suyo se destinan a ser cantados, hay que procurar que de ningún modo
falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones de los
domingos y fiestas de precepto.
Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia
a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo a aquellas que deben
cantar el sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo: o el
sacerdote y el pueblo al mismo tiempo."
En igualdad de circunstancias, hay que darle el primer lugar al canto
gregoriano, al que se le reserva un puesto de honor entre todos los demás
como propio de la Liturgia romana. No se excluyen de ningún modo otros
géneros de música sagrada, sobre todo la polifonía, con tal que respondan al
espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos los
fieles.50
Y, ya que es cada día más frecuente el encuentro de fieles de diversas
nacionalidades, conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en
latín algunas de las partes del Ordinario de la Misa, sobre todo el símbolo
de la fe y la Oración dominical en sus melodías más fáciles.51
Gestos y posturas corporales
El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los
ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración
resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse
el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la
participación de todos" Habrá que tomar en consideración, por consiguiente,
lo establecido por esta Ordenación general, cuanto proviene de la praxis
secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del
pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados.
La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la
celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad
cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y
fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes.
Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, o mientras
el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al
canto del Aleluya que precede al Evangelio: durante la proclamación del
mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y
también desde la invitación Orad hermanos que precede a la oración sobre las
ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se
enumeran.
En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que
preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación
de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del
sagrado silencio que se observa después de la Comunión.
Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la
enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o
cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la
consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la
genuflexión después de ella.
Corresponde, no obstante, a la Conferencia de los Obispos según la norma del
derecho, adaptar los gestos y posturas descritos en el Ordinario de la Misa,
según la índole y las razonables tradiciones de cada pueblo" Pero siempre se
habrá de procurar que haya una correspondencia adecuada con el sentido e
índole de cada parte de la celebración. Allí donde sea costumbre que el
pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo
hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el
sacerdote dice: Éste es el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se
mantenga.
Para conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma
celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o
el ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal.
44. Entre los gestos se comprenden también algunas acciones y procesiones en
las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acerca al altar; el
diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva consigo al ambón el
Evangeliario o Libro de los evangelios; los fieles llevan al altar los
dones, y se acercan a la Comunión. Conviene que estas acciones y procesiones
se realicen en forma decorosa, mientras se cantan los textos
correspondientes, según las normas establecidas en cada caso.
El silencio
45. También, como parte de la celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el
silencio sagrado." La naturaleza de este silencio depende del momento de la
Misa en que se observa. Así, en el acto penitencial y después de la
invitación a orar, los presentes se recojan en su interior; al
terminar la lectura o la homilía, mediten brevemente sobre lo que han
oído; y después de la Comunión, alaben a Dios en su corazón y oren.
Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la
iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos
puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas.
III. LAS DIVERSAS PARTES DE LA MISA
A) RITOS INICIALES
Los ritos que preceden a la liturgia de la palabra, es decir, al canto de
entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y
la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y
preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una
comunión y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar
dignamente la Eucaristía.
En algunas celebraciones que, según las normas de los libros litúrgicos, se
unen con la Misa, han de omitirse los ritos iniciales o se realizan de un
modo peculiar.
Canto de entrada
Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los
ministros, se comienza el canto de entrada. El fin de este canto es abrir la
celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en
el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del
sacerdote y los ministros.
El canto de entrada lo entona la schola y el pueblo, o un cantor y el
pueblo, o todo el pueblo, o solamente la schola. Pueden emplearse para este
canto o la antífona con su salmo, como se encuentran en el Gradual romano o
en el Gradual simple, u otro canto acomodado a la acción sagrada o a la
índole del día o del tiempo litúrgico, con un texto aprobado por la
Conferencia de los Obispos."
Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector
recitarán la antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la
recitará al menos el mismo sacerdote, quien también puede adaptarla a modo
de monición inicial (cfr. n. 31).
Saludo al altar y al pueblo congregado
El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio,
saludan al altar con una inclinación profunda.
El sacerdote y el diácono, después, besan el altar como signo de veneración;
y el sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar.
Terminado el canto de entrada, el sacerdote, de pie junto a la sede, y toda
la asamblea hacen la señal de la cruz; a continuación el sacerdote, por
medio, del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor.
Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el
misterio de la Iglesia congregada.
Terminado el saludo al pueblo, el sacerdote o el diácono o un ministro laico
puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras.
Acto penitencial
Después el sacerdote invita al acto penitencial, que, tras una breve pausa
de silencio, realiza toda la comunidad con la fórmula de la confesión
general y se termina con la absolución del sacerdote, que no tiene la
eficacia propia del sacramento de la Penitencia.
Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial
acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del
bautismo.56
Señor, ten piedad
Después del acto penitencial, se dice el Señor: ten piedad, a no ser que
éste haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con
el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente
habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y la schola
o un cantor.
Cada una de estas aclamaciones se repite, normalmente, dos veces, pero
también cabe un mayor número de veces, según el genio de cada lengua o las
exigencias del arte musical o de las circunstancias. Cuando se canta el
Señor, ten piedad como parte del acto penitencial, a cada una de las
aclamaciones se le antepone un "tropo".
Gloria
El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia congregada
en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus
súplicas. El texto de este himno no puede cambiarse por otro. Lo entona el
sacerdote o, según los casos, el cantor o el coro, y lo cantan o todos
juntos o el pueblo alternando con los cantores, o sólo la schola. Si no se
canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o a dos coros que se
responden alternativamente.
Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de
Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares
celebraciones más solemnes.
Oración colecta
A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el
sacerdote, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de
estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas.
Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar "colecta", por
medio de la cual se expresa la índole de la celebración. Siguiendo una
antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta suele dirigirse a Dios
Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo" y se termina con la
conclusión trinitaria, que es la más larga, del siguiente modo:
Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de
los siglos;
Si se dirige al Padre, pero al fin de esta oración se menciona al Hijo:
Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos;
Si se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del
Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
El pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: Amén.
En la Misa se dice siempre una única colecta.
B) LITURGIA DE LA PALABRA
Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se
intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la palabra: la
homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles,
la desarrollan y concluyen. Pues en las lecturas, que luego explica la
homilía, Dios habla a su pueblo," le descubre el misterio de la redención y
salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su
palabra, se hace presente en medio de los fieles." Esta palabra divina la
hace suya el pueblo con el silencio y los cantos, y muestra su adhesión a
ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración
universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la
salvación de todo el mundo.
Silencio
56. La liturgia de la palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la
meditación y, en consecuencia, hay que evitar toda forma de precipitación
que impida el recogimiento. Conviene que haya en ella unos breves momentos
de silencio, acomodados a la asamblea, en los que, con la gracia del
Espíritu Santo, se perciba en el corazón la palabra de Dios y se prepare la
respuesta a través de la oración. Estos momentos de silencio pueden
observarse, por ejemplo, antes de que se inicie la misma liturgia de la
palabra, después de la primera y la segunda lectura, y una vez concluida la
homilía.60
Lecturas bíblicas
En las lecturas se dispone la mesa de la palabra de Dios a los fieles y se
les abren los tesoros bíblicos.61 Se debe, por tanto, respetar la
disposición de las lecturas bíblicas por medio de las cuales se ilustra la
unidad de ambos Testamentos y la historia de la salvación. No es lícito
sustituir las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la palabra de
Dios, por otros textos no bíblicos.62
En la Misa celebrada con la participación del pueblo, las lecturas se
proclaman siempre desde el ambón.
Según la tradición, el oficio de proclamar las lecturas no es presidencial,
sino ministerial. Así pues, las lecturas las proclama el lector, pero el
Evangelio, el diácono, y, en ausencia de éste, lo ha de anunciar otro
sacerdote, Si no se cuenta con un diácono o con otro sacerdote, el mismo
sacerdote celebrante lee el Evangelio; y si no se dispone de otro lector
idóneo, el sacerdote celebrante proclama también las otras lecturas.
Después de cada lectura, el que lee pronuncia la aclamación. Con su
respuesta, el pueblo congregado rinde homenaje a la palabra de Dios acogida
con fe y gratitud.
La proclamación del Evangelio constituye la culminación de la Liturgia de la
palabra. La misma Liturgia enseña que se le debe tributar suma veneración,
ya que la distingue por encima de las otras lecturas con especiales muestras
de honor, sea por razón del ministro encargado de anunciarlo y por la
bendición u oración con que se dispone a hacerlo, sea por parte de los
fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo
que les habla, y escuchan la lectura puestos en pie; sea, finalmente, por
las mismas muestras de veneración que se tributan al Evangeliario.
Salmo responsorial
Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte
integrante de la liturgia de la palabra y goza de una gran importancia
litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la palabra de Dios.
El salmo responsorial ha de responder a cada lectura y ha de tomarse, por lo
general, del Leccionario.
Se ha de procurar que se cante el salmo responsorial íntegramente, o, al
menos, la respuesta que corresponde al pueblo. El salmista o cantor del
salmo proclama sus estrofas desde el ambón o desde otro sitio oportuno,
mientras toda la asamblea escucha sentada y participa además con su
respuesta, a no ser que el salmo se pronuncie de modo directo, o sea, sin el
versículo de respuesta. Con el fin de que el pueblo pueda decir más
fácilmente la respuesta sálmica, pueden emplearse algunos textos de
respuestas y de salmos que se han seleccionado según los diversos tiempos
del año o según los distintos grupos de Santos, en lugar de los textos
correspondientes a la lectura, cada vez que se canta el salmo. Si el salmo
no puede cantarse, se recita según el modo que más favorezca la meditación
de la palabra de Dios.
En lugar del salmo asignado en el leccionario pueden cantarse también o el
responsorio gradual del Gradual romano o el salmo responsorial o el
aleluyático del Gradual simple, tal como figuran en estos mismos libros.
La aclamación que precede a la lectura del Evangelio
62. Después de la lectura que precede inmediatamente al Evangelio, se canta
el Aleluya, u otro canto establecido por la rúbrica, según las exigencias
del tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye de por sí un rito o un acto
con el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor que les va a
hablar en el Evangelio, y profesa su fe con el canto. Lo cantan todos de pie
precedidos de la schola o del cantor, y, si procede, se repite; el verso lo
canta el coro o un cantor.
El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, fuera de la Cuaresma.
Los versículos se toman del Leccionario o del Gradual.
En el tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluya se canta el verso que
presenta el Leccionario antes del Evangelio. Puede cantarse también otro
salmo o tracto, según figura en el Gradual.
63. Cuando hay una sola lectura antes del Evangelio:
En los tiempos litúrgicos en que se dice Aleluya se puede tomar o el salmo
aleluyático o el salmo y el Aleluya con su versículo.
En el tiempo litúrgico en que no se ha de decir Aleluya, se puede tomar o el
salmo y el versículo que precede al Evangelio o el salmo solo.
Si no se cantan, el Aleluya o el verso antes del Evangelio pueden omitirse.
64. La "secuencia", que, fuera de los días de Pascua y Pentecostés, es
facultativa, se canta antes del Aleluya.
Homilía
La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada,63 pues es necesaria
para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de
algún aspecto particular de las lecturas de la sagrada Escritura, o de otro
texto del Ordinario o del Propio de la Misa del día, teniendo siempre
presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los
oyentes."
La homilía la pronuncia ordinariamente el sacerdote celebrante o un
sacerdote concelebrante a quien éste se la encargue o, a veces, según la
oportunidad, también el diácono, pero nunca un fiel laico.65
En casos peculiares y con una causa justa pueden pronunciarla también un
Obispo o un presbítero que asisten a la celebración pero no concelebran.
Los domingos y fiestas de precepto ha de haber homilía, y no se puede omitir
sin causa grave en ninguna de las Misas que se celebran con asistencia del
pueblo; los demás días se recomienda, sobre todo, en los días feriales de
Adviento, Cuaresma y Tiempo Pascual, y también en otras fiestas y ocasiones
en que el pueblo acude numeroso a la iglesia.66
Tras la homilía es oportuno guardar un breve espacio de silencio.
Profesión de fe
67. El Símbolo o profesión de fe tiende a que todo el pueblo congregado
responda a la palabra de Dios, que ha sido anunciada en las lecturas de la
sagrada Escritura y expuesta por medio de la homilía, y, para que
pronunciando la regla de la fe con la fórmula aprobada para el uso
litúrgico, rememore los grandes misterios de la fe y los confiese antes de
comenzar su celebración en la Eucaristía.
El Símbolo lo ha de cantar o recitar el sacerdote con el pueblo los domingos
y solemnidades; puede también decirse en peculiares celebraciones más
solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote o, según la oportunidad, un cantor, o el
coro, pero lo cantan todos juntos, o el pueblo alternando con la schola.
Si no se canta, lo recitan todos juntos, o a dos coros alternando entre sí.
Oración universal
En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, responde de
alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y ejerciendo su
sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de
todos. Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que
asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por
los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres
y la salvación de todo el mundo.67
7O. Las series de intenciones, normalmente, serán las siguientes:
Por las necesidades de la Iglesia;
Por los que gobiernan las naciones y por la salvación del mundo;
Por los que padecen por cualquier dificultad;
Por la comunidad local.
Sin embargo, en alguna celebración particular, como en la Confirmación, el
Matrimonio o las Exequias, el orden de las intenciones puede amoldarse mejor
a la ocasión.
71. Corresponde al sacerdote celebrante dirigir esta oración desde la sede.
Él mismo la introduce con una breve monición en la que invita a los fieles a
orar, y la concluye con una oración. Las intenciones que se proponen sean
sobrias, formuladas con sabia libertad, en pocas palabras, y han de reflejar
la oración de toda la comunidad.
Las pronuncia el diácono o un cantor o un lector o un fiel laico desde el
ambón o desde otro lugar conveniente.68
El pueblo, permaneciendo de pie, expresa su súplica bien con la invocación
común después de la proclamación de cada intención, o bien rezando en
silencio.
C) LITURGIA EUCARÍSTICA
72. En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por
medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la
Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que
el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de
él.69
Cristo, en efecto, tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo
partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi
Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. De
ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia
eucarística según estas mismas partes que corresponden a las palabras y
gestos de Cristo. En efecto:
En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el
agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos;
En la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la
salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo;
Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aun siendo muchos,
reciben de un solo pan el Cuerpo y de un solo cáliz la Sangre del Señor, del
mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.
Preparación de los dones
Al comienzo de la liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se
convertirán en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
En primer lugar, se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de
toda la liturgia eucarística, 70 y colocando sobre él el corporal, el
purificador, el misal y el cáliz, que también se puede preparar en la
credencia.
Se traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo
presenten los mismos fieles. El sacerdote o el diácono los recibirá en un
lugar oportuno para llevarlo al altar. Aunque los fieles no traigan pan y
vino de su propiedad, con este destino litúrgico, como se hacía
antiguamente, el rito de presentarlos conserva su sentido y significado
espiritual.
También se puede aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la
iglesia, que los fieles mismos pueden presentar o que pueden ser
recolectados en la iglesia, y que se colocarán en el sitio oportuno, fuera
de la mesa eucarística.
Acompaña a esta procesión en que se llevan las ofrendas el canto del
ofertorio (cf. n. 37, b), que se alarga por lo menos hasta que los dones han
sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de ejecutar este
canto son las mismas dadas para el canto de entrada (cf. n. 48). Al rito
para el ofertorio siempre se le puede unir el canto, incluso sin la
procesión con los dones.
El sacerdote pone el pan y el vino sobre el altar mientras dice las fórmulas
establecidas. El sacerdote puede incensar las ofrendas colocadas sobre el
altar y después la cruz y el mismo altar, para significar que la oblación de
la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso.
Después son incensados, sea por el diácono o por otro ministro, el
sacerdote, en razón de su sagrado ministerio, y el pueblo, en razón de su
dignidad bautismal.
Oración sobre las ofrendas
Terminada la colocación de las ofrendas y los ritos que la acompañan, se
concluye la preparación de los dones con la invitación a orar juntamente con
el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas, y así todo queda
preparado para la Plegaria eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre los dones, que termina con la
conclusión breve, es decir: Por Jesucristo, nuestro Señor. Pero si en su
final se menciona al Hijo, entonces se termina: Él, que vive y reina por los
siglos de los siglos.
Uniéndose a la oración, el pueblo hace suya la plegaria mediante la
aclamación: Amén.
Plegaria eucarística
Ahora empieza el centro y la cumbre de toda la celebración, a saber, la
Plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de
consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios,
en oración y acción de gracias, y lo asocia a su oración que él dirige en
nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios
Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles
se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la
ofrenda del sacrificio. La Plegaria eucarística exige que todos la escuchen
con silencio y reverencia.
Los principales elementos de que consta la Plegaria eucarística pueden
distinguirse de esta manera:
Acción de gracias (que se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el
sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da
las gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos
particulares, según las variantes del día, festividad o tiempo litúrgico.
Aclamación: toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta
el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria
eucarística, la proclama todo el pueblo con el sacerdote.
Epíclesis: la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora la
fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres
queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo,
y para que la víctima inmaculada; que se va a recibir en la Comunión sea
para salvación de quienes la reciban.
Relato de la institución y consagración: con las palabras y gestos de
Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última
Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y
se lo dio a los Apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó
perpetuar ese mismo misterio.
Anámnesis: la Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los
Apóstoles, recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo Cristo,
recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección
y ascensión al cielo.
Oblación: la Iglesia, especialmente la reunida aquí y ahora, ofrece en este
memorial al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia
pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que
aprendan a ofrecerse a sí mismos!' y que de día en día perfeccionen, con la
mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que, finalmente,
Dios lo sea todo en todos.72
Intercesiones: dan a entender que la Eucaristía se celebra en comunión con
toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por
todos sus fieles, vivos y difuntos, miembros que han sido llamados a
participar de la salvación y redención adquiridas por el Cuerpo y Sangre de
Cristo.
Doxología final: expresa la glorificación de Dios, y se concluye y confirma
con la aclamación del pueblo: Amén.
Rito de la Comunión
Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según
el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles,
debidamente dispuestos, como alimento espiritual. A esto - tienden la
fracción y los demás ritos preparatorios, que conducen a los fieles a la
Comunión.
La Oración dominical
En la Oración dominical se pide el pan de cada día, con lo que se evoca,
para los cristianos, principalmente el pan eucarístico, y se implora la
purificación de los pecados, de modo que, verdaderamente, "las cosas santas
se den a los santos". El sacerdote invita a orar, y todos los fieles dicen,
a una con el sacerdote, la oración. El sacerdote solo añade el embolismo, y
el pueblo lo termina con la doxología. El embolismo, que desarrolla la
última petición de la misma Oración dominical, pide para toda la comunidad
de los fieles la liberación del poder del mal.
La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología con que el
pueblo cierra esta parte, se pronuncian o con canto o en voz alta.
Rito de la paz
Sigue, a continuación, el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la
paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles
expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de comulgar en el
Sacramento.
Por lo que se refiere al mismo rito de darse la paz, establezcan las
Conferencias de los Obispos el modo más conveniente, según el carácter y las
costumbres de cada pueblo. No obstante, conviene que cada uno exprese
sobriamente la paz sólo a quienes tiene más cerca.
La fracción del pan
El sacerdote parte el pan eucarístico con la ayuda, si procede, del diácono
o de un concelebrante. El gesto de la fracción del pan, realizado por Cristo
en la última Cena, y que en los tiempos apostólicos fue el que
sirvió para 'denominar la íntegra acción eucarística, significa que los
fieles, siendo muchos, en la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo
muerto y resucitado para la vida del mundo, se hacen un solo cuerpo (1 Co
10,17). La fracción se inicia tras el intercambio del signo de la paz y se
realiza con la debida reverencia, sin alargarla de modo innecesario ni que
parezca de una importancia inmoderada. Este rito está reservado al sacerdote
y al diácono.
El sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la
hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del
Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y
glorioso. El coro o un cantor canta normalmente la súplica Cordero de Dios
con la respuesta del pueblo; o lo dicen al menos en voz alta. Esta
invocación acompaña a la fracción del pan y, por eso, puede repetirse
cuantas veces sea necesario hasta que concluya el rito. La última vez se
concluye con las palabras: danos la paz.
Comunión
El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir con fruto el
Cuerpo y Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo, orando en silencio.
Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la patena o
sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los
fieles, hace, usando las palabras evangélicas prescritas, un acto de
humildad.
Es muy de desear que los fieles, como el mismo sacerdote tiene que hacer,
participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma Misa y, en
los casos previstos (cf. n. 283), participen del cáliz, de modo que aparezca
mejor, por los signos, que la Comunión es una participación en el sacrificio
que se está celebrando.73
Mientras el sacerdote comulga el Sacramento, comienza el canto de Comunión,
canto que debe expresar, por la unión de voces, la unión espiritual de
quienes comulgan, demostrar la alegría del corazón y manifestar claramente
la índole "comunitaria" de la procesión para recibir la Eucaristía. El canto
se prolonga mientras se administra el Sacramento a los fieles.74 En el caso
de que se cante un himno después de la Comunión, el canto de Comunión
conclúyase a su tiempo.
Procúrese que también los cantores puedan comulgar cómodamente.
Para canto de Comunión se puede emplear o la antífona del Gradual romano,
con salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Gradual simple, o algún
otro canto adecuado, aprobado por la Conferencia de los Obispos. Lo cantan
el coro solo o también el coro o un cantor, con el pueblo.
Si no hay canto, la antífona propuesta por el Misal puede ser rezada por los
fieles, o por algunos de ellos, o por un lector, o, en último término, la
recitará el mismo sacerdote, después de haber comulgado y antes de
distribuir la Comunión a los fieles.
Cuando se ha terminado de distribuir la Comunión, el sacerdote y los fieles,
si se juzga oportuno, pueden orar un espacio de tiempo en secreto. Si se
prefiere, toda la asamblea puede también cantar un salmo, o algún otro canto
de alabanza o un himno.
Para completar la plegaria del pueblo de Dios y concluir todo el rito de la
Comunión, el sacerdote pronuncia la oración para después de la Comunión, en
la que se ruega por los frutos del misterio celebrado.
En la Misa sólo se dice una oración después de la Comunión, que se termina
con la conclusión breve, es decir:
Si se dirige al Padre: Por Jesucristo, nuestro Señor;
Si se dirige al Padre, pero al final menciona al Hijo: Él, que vive y reina
por los siglos de los siglos;
Si se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amén.
D) RITO DE CONCLUSIÓN
Pertenecen al rito de conclusión:
Algunos avisos breves, si son necesarios;
El saludo y bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se
enriquece y se amplía con la oración "sobre el pueblo" o con otra fórmula
más solemne;
La despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada
uno regrese a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo a Dios;
El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después una
inclinación profunda del sacerdote, del diácono y de los demás ministros.
Capítulo III
OFICIOSY MINISTERIOS EN LA MISA
La celebración eucarística es acción de Cristo y de la Iglesia, es decir, un
pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección del Obispo. Por eso,
pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, influye en él y lo manifiesta;
pero afecta a cada uno de sus miembros según la diversidad de órdenes,
funciones y actual participación." De este modo, el pueblo cristiano,
"linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido",
manifiesta su coherente y jerárquica ordenación." Todos, por tanto,
ministros ordenados o fieles laicos, al desempeñar su ministerio u oficio,
harán todo y sólo aquello que les corresponde."
I. OFICIOS DEL ORDEN SAGRADO
Toda celebración eucarística legítima es dirigida por el Obispo, ya sea
personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores."
Cuando el Obispo está presente en una Misa para la que se ha reunido el
pueblo, es muy conveniente que sea él quien celebre la Eucaristía y que
asocie a su persona a los presbíteros en la acción sagrada, como
concelebrantes. Esto se hace no para aumentar la solemnidad exterior del
rito, sino para significar de una manera más clara el misterio de la
Iglesia, "sacramento de unidad".79
Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía, sino que designa a otro para que
lo haga, entonces es conveniente que sea él quien, revestido con el alba y
sobre ella la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial, presida la
liturgia de la palabra y dé la bendición al final de la Misa."
También el presbítero, que en la Iglesia, en virtud de la potestad sagrada
del Orden, puede ofrecer el sacrificio, actuando en la persona de Cristo,81
preside al pueblo fiel congregado aquí y ahora, dirige su oración, le
anuncia el mensaje de salvación, asociando al pueblo en la ofrenda del
sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos
el pan de la vida eterna y participa del mismo con ellos. Por consiguiente,
cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y
humildad, e insinuar a los fieles, en el mismo modo de comportarse y de
anunciar las divinas palabras, la presencia viva de Cristo.
Después del presbítero, el diácono, en virtud de la sagrada ordenación
recibida, ocupa el primer lugar entre los que sirven en la celebración
eucarística. Ya desde los primeros tiempos apostólicos, la Iglesia tuvo en
gran honor el sagrado Orden del diaconado." En la Misa, el diácono tiene su
cometido propio en la proclamación del Evangelio y, a veces; en la
predicación de la palabra de Dios; al enunciar las intenciones en la oración
universal; al ayudar al sacerdote en la preparación del altar y sirviendo en
la celebración del sacrificio; en distribuir a los fieles la Eucaristía,
sobre todo bajo la especie de vino; y en las moniciones sobre posturas y
gestos de la asamblea.
II. MINISTERIOS DEL PUEBLO DE DIOS
95. En la celebración de la Misa, los fieles forman la nación santa, el
pueblo adquirido por Dios, el sacerdocio real, para dar gracias a Dios y
ofrecer no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, la víctima
inmaculada, y aprender a ofrecerse a sí mismos." Procuren, pues, manifestar
eso mismo por medio de un profundo sentido religioso y por la caridad hacia
los hermanos que toman parte en la misma celebración. Eviten. por
consiguiente, toda apariencia de singularidad o de división, teniendo
presente que es uno el Padre común que tienen en el cielo, y que todos, por
consiguiente, son hermanos entre sí.
Formen, pues, un solo cuerpo, escuchando la palabra de Dios, participando en
las oraciones y en el canto, y principalmente en la común oblación del
sacrificio y en la común participación en la mesa del Señor. Esta unidad se
hace hermosamente visible cuando los fieles observan comunitariamente los
mismos gestos y actitudes corporales.
No rehúsen los fieles servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida
que desempeñen en la celebración algún determinado ministerio.
III. MINISTERIOS PECULIARES
El ministerio del acólito y del lector instituidos
El acólito es instituido para el servicio del altar y como ayudante del
sacerdote y del diácono. A él compete principalmente la preparación del
altar y de los vasos sagrados, y, si es necesario, distribuir a los fieles
la Eucaristía, de la que es ministro extraordinario."
En el servicio al altar, el acólito tiene sus funciones propias (cf. nn.
187-193) que debe ejercer por sí mismo.
El lector es instituido para proclamar las lecturas de la sagrada Escritura,
excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración
universal, y, a falta de salmista, proclamar el salmo responsorial.
El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística (cf. nn.
194-198), ministerio que debe ejercer por sí mismo.
Otros oficios
Si falta un acólito instituido, se pueden designar para el servicio del
altar y como ayudante del sacerdote y del diácono, ministros laicos que
lleven la cruz, los ciriales, el incensario, el pan, el vino, el agua e
incluso pueden recibir la facultad para distribuir, como ministros
extraordinarios, la sagrada Comunión.85
Si falta un lector instituido, desígnense otros laicos para proclamar las
lecturas de la sagrada Escritura, con tal que sean verdaderamente idóneos
para desempeñar este oficio y estén esmeradamente formados, de modo que los
fieles, al escuchar las lecturas divinas, conciban en su corazón un suave y
vivo amor a la sagrada Escritura.86
Al salmista corresponde proclamar el salmo u otro canto bíblico
interleccional. Para cumplir bien con este oficio, es preciso que el
salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes de buena dicción y clara
pronunciación.
Entre los fieles, la schola o coro ejerce un oficio litúrgico propio y les
corresponde ocuparse de la debida ejecución de las partes reservadas a
ellos, según los diversos géneros del canto, y favorecer la activa
participación de los fieles en el mismo." Y lo que se dice de los cantores
vale también, salvadas las diferencias, para los otros músicos, sobre todo
para el organista.
1O4. Es conveniente que haya un cantor o un director de coro, que se
encargue de dirigir y mantener el canto del pueblo. Más aún, cuando falta la
schola, corresponderá a un cantor dirigir los diversos cantos, participando
el pueblo en aquello que le corresponde.88
1O5. Ejercen también un oficio litúrgico:
El sacristán, que ha de preparar con esmero los libros litúrgicos, los
ornamentos y demás cosas necesarias para la celebración de la Misa.
El comentarista, que hace brevemente las explicaciones y avisos a los
fieles, para introducirlos en la celebración y disponerlos a entenderla
mejor. Conviene que lleve bien preparados sus comentarios claros y sobrios.
En el cumplimiento de su oficio, el comentarista ocupe un lugar adecuado
ante los fieles, pero no el ambón.
Los que hacen las colectas en la iglesia.
Existen también, en algunas regiones, los encargados de recibir a los fieles
a la puerta de la iglesia, acomodarlos en los puestos que les corresponden y
ordenar las procesiones.
1O6. Conviene que en las catedrales y en las iglesias mayores, haya al menos
un ministro competente o maestro de ceremonias, designado para la
preparación adecuada de las acciones sagradas y para que los ministros
sagrados y los fieles laicos las ejecuten con decoro, orden y piedad.
Los ministerios litúrgicos que no son propios del sacerdote ni del diácono y
de los que se trata anteriormente (nn. 100-106) podrán también confiarse a
laicos idóneos elegidos por el párroco o el rector de la iglesia," mediante
una bendición litúrgica o una designación temporal. Por lo que se refiere al
oficio de servir al sacerdote en el altar, obsérvense las normas del Obispo
para su diócesis.
IV. LA DISTRIBUCIÓN DE LOS OFICIOS Y LA PREPARACIÓN DE LA CELEBRACIÓN
Un solo sacerdote debe ejercer siempre el ministerio presidencial en todas
sus partes, exceptuadas las que son propias de aquella Misa en la que
participa el Obispo (cf. n. 92).
Si están presentes varios que pueden ejercer un mismo ministerio, nada
impide el que se distribuyan entre sí las diversas partes del mismo; por
ejemplo, un diácono puede encargarse de las partes cantadas y otro del
ministerio del altar; si hay varias lecturas, conviene distribuirlas entre
diversos lectores; y así en lo demás. Pero en ningún caso puede repartirse
entre varios un mismo elemento de la celebración; por ejemplo que una misma
lectura sea leída por dos, uno después de otro, salvo que se trate de la
Pasión del Señor.
Si en la Misa celebrada con el pueblo sólo asiste un ayudante, éste ejerza
los diversos oficios.
La efectiva preparación de cada celebración litúrgica hágase con ánimo
concorde y diligente según el Misal y los otros libros litúrgicos entre
todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que se refiere al rito como al
aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la iglesia, y
oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les
atañe. Pero el sacerdote que preside la celebración tiene siempre el derecho
de disponer lo que concierne a sus competencias."
Capítulo IV
DIVERSAS FORMAS
DE CELEBRAR LA MISA
En una Iglesia local corresponde evidentemente el primer puesto, por su
significado, a la Misa presidida por el Obispo, rodeado de su presbiterio,
diáconos y ministros laicos,91 y en la que el pueblo santo de Dios participa
plena y activamente. En ésta, en efecto, es donde se realiza la principal
manifestación de la Iglesia.
En la Misa que celebra el Obispo, o que él preside sin que celebre la
Eucaristía, obsérvense las normas que se encuentran en el Ceremonial de
Obispos."
Téngase también en gran estima la Misa que se celebra con una
determinada-comunidad, sobre todo con la parroquial, puesto que representa a
la Iglesia universal en un tiempo y lugar definidos, sobre todo en la
celebración comunitaria del domingo."
Entre las Misas celebradas por determinadas comunidades, ocupa un puesto
singular la Misa conventual, que es una parte del Oficio cotidiano, o la
Misa que se llama "de comunidad". Y aunque estas Misas no exigen ninguna
forma peculiar de celebración, con todo es muy conveniente que sean
cantadas, y sobre todo con la plena participación de todos los miembros de
la comunidad, religiosos o canónigos. Por consiguiente, en esas Misas ejerza
cada uno su propio oficio, según el Orden o ministerio recibido. Conviene,
pues, en estos casos, que todos los sacerdotes que no están obligados a
celebrar en forma individual por alguna utilidad pastoral de los fieles, a
ser posible, concelebren en estas Misas. Más aún, todos los sacerdotes
pertenecientes a una comunidad, que tengan la obligación de celebrar en
forma individual por el bien pastoral de los fieles, pueden concelebrar el
mismo día en la Misa conventual o "de comunidad".94 Porque es preferible que
los presbíteros que asisten a la celebración eucarística, a no ser que una
causa justa les excuse, ejerzan el ministerio propio de su orden y, en
consecuencia, participen como concelebrantes, revestidos con los ornamentos
sagrados. Si no concelebran, llevan el hábito coral propio o la sobrepelliz
sobre el traje talar.
I. LA MISA CON PUEBLO
Por "Misa con pueblo" se entiende la que se celebra con la participación de
los fieles. Conviene que, mientras sea posible, sobre todo los domingos y
fiestas de precepto, tenga lugar esta celebración con canto y con el número
adecuado de ministros:95 sin embargo, puede también celebrarse sin canto y
con un solo ministro.
En toda celebración de la Misa, si asiste un diácono, éste ha de ejercer su
ministerio. Conviene que al sacerdote celebrante le asista de ordinario un
acólito, un lector y un cantor. Pero el rito que se describe a continuación
prevé la posibilidad de un número mayor de ministros.
Lo que se ha de preparar
Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o
cerca del mismo, colóquese en cada celebración un mínimo de dos candeleros
con sus velas encendidas o incluso cuatro o seis, especialmente si se trata
de la misa dominical, o festiva de precepto, y si celebra el Obispo
diocesano, siete. También sobre el altar o cerca del mismo ha de haber una
cruz con la imagen de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz, con la
imagen de Cristo crucificado, pueden llevarse en la procesión de entrada.
Sobre el altar puede ponerse, a no ser que también éste se lleve en la
procesión de entrada, el Evangeliario, distinto del libro de las restantes
lecturas.
118. Prepárese también:
Junto a la sede del sacerdote: el misal y, según convenga, el libro de los
cantos;
En el ambón: el leccionario;
En la credencia: el cáliz, el corporal, el purificador, la palia, si se usa:
la patena y los copones si son necesarios; el pan para la Comunión del
sacerdote que preside, del diácono, de los ministros y del pueblo; las
vinajeras con el vino y el agua, a no ser que lo vayan a ofrecer los fieles
en la procesión del ofertorio; el recipiente de agua que se va a bendecir,
si se realiza la aspersión; la bandeja para la Comunión de los fieles y todo
lo que hace falta para la ablución de las manos.
Es loable cubrir el cáliz con un velo, que podrá ser o del color del día o
de color blanco.
119. Prepárense en la sacristía, según las diversas formas de celebración,
las vestiduras sagradas (cf. nn. 337-341) del sacerdote, del diácono y de
los otros ministros:
Para el sacerdote: el alba, la estola y la casulla;
Para el diácono: el alba, la estola y la dalmática. Esta última, por
necesidad o por grado inferior de solemnidad, puede omitirse;
Para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas."
Todos los que usan el alba, empleen el cíngulo y el amito, a no ser que la
forma del alba no lo exija.
Cuando se hace procesión de entrada se prepara también el Evangeliario; en
los domingos y días festivos, si se va a emplear el incienso, se preparan
también el incensario y la naveta con incienso, la cruz procesional y los
ciriales con las velas encendidas.
A) MISA SIN DIÁCONO Ritos iniciales
12O. Reunido el pueblo, el sacerdote y los ministros, revestidos cada uno
con sus vestiduras sagradas, avanzan hacia el altar por este orden:
El turiferario con el incensario humeante, si se emplea el incienso;
Los ministros que llevan los ciriales encendidos, y, en medio de ellos, el
acólito u otro ministro con la cruz;
Los acólitos y otros ministros;
El lector, que puede llevar el Evangeliario, no el Leccionario, algo
elevado;
El sacerdote que va a presidir la Misa.
Si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone en el incensario antes de que
la procesión se ponga en marcha y lo bendice con el signo de la cruz sin
decir nada.
Mientras se hace la procesión hacia el altar, se entona el canto de entrada
(cf. nn. 47-48).
Cuando han llegado al altar, el sacerdote y los ministros hacen una profunda
inclinación.
La cruz, con la imagen de Cristo crucificado, si se lleva en procesión,
puede colocarse junto al altar, para que sea la cruz del altar, que debe ser
única; de otro modo, se coloca en un lugar digno; los candeleros se colocan
sobre el altar o junto a él; conviene depositar el Evangeliario sobre el
altar.
El sacerdote accede al altar y lo venera con un beso. Luego, según la
oportunidad, inciensa la cruz y el altar rodeándolo.
Terminado esto, el sacerdote va a su sede. Una vez concluido el canto de
entrada, todos, sacerdote y fieles, de pie, hacen la señal de la cruz. El
sacerdote empieza: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El pueblo responde: Amén.
Luego el sacerdote, de cara al pueblo y extendiendo las manos, saluda a la
asamblea usando una de las fórmulas propuestas. Puede también, él u otro
ministro, introducir a los fieles a la Misa del día con brevísimas palabras.
Sigue el acto penitencial. Después se canta o se recita el Señor; ten piedad
según las rúbricas (cf. n. 52).
En determinadas celebraciones se canta o se recita el Gloria (cf. n. 53).
Luego el sacerdote con las manos juntas invita al pueblo a orar diciendo:
Oremos. Todos, juntamente con el sacerdote, oran en silencio durante breve
tiempo. Entonces el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración
colecta, y cuando ésta termina, el pueblo aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
Terminada la oración colecta, todos se sientan. El sacerdote puede
introducir a los fieles en la liturgia de la palabra con brevísimas
palabras. El lector se dirige al ambón, y, del leccionario, colocado allí
antes de iniciarse la Misa, proclama la primera lectura, que todos escuchan.
Al final, el lector pronuncia la aclamación: Palabra de Dios y todos
responden: Te alabamos, Señor.
En este momento puede guardarse, si conviene, un breve tiempo de silencio
para que todos mediten lo que han escuchado.
Después, el salmista o el mismo lector recita los versículos del salmo, y el
pueblo va diciendo la respuesta del modo acostumbrado.
Si hay una segunda lectura antes del Evangelio, el lector la proclama desde
el ambón, mientras todos escuchan, y al final responden a la aclamación como
se indica más arriba (n. 128). Luego, si se ve oportuno, puede guardarse un
breve tiempo de silencio.
Después todos se ponen en pie y se canta el Aleluya u otro canto, según las
exigencias del tiempo litúrgico (cf. nn. 62-64).
Mientras se canta el Aleluya u otro canto, el sacerdote, si se emplea el
incienso, lo pone en el incensario y lo bendice. Luego, con las manos juntas
y profundamente inclinado ante el altar, dice en secreto: Purifica mi
corazón.
Después toma el Evangeliario, si está en el altar, y precedido por los
ayudantes laicos, que pueden llevar el incensario y los ciriales, se acerca
al ambón llevando el Evangeliario algo elevado. Los presentes se vuelven
hacia el ambón manifestando así una especial reverencia al Evangelio de
Cristo.
Llegado al ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice:
El Señor esté con vosotros, y el pueblo responde: Y con tu espíritu, y
después: Lectura del santo Evangelio..., trazando la cruz sobre el libro con
el pulgar, y luego sobre su propia frente, boca y pecho, lo cual también
hacen todos los demás. El pueblo aclama, diciendo: Gloria a ti, Señor. El
sacerdote, si se utiliza el incienso, inciensa el libro (cf. nn. 276-277).
Después proclama el Evangelio y al final pronuncia la aclamación Palabra del
Señor y todos responden Gloria a ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro
diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio.
Si no hay lector, el mismo sacerdote hará todas las lecturas y el salmo de
pie en el ambón. Allí mismo, si se emplea el incienso, lo pone en el
incensario y lo bendice, y profundamente inclinado dice: Purifica mi
corazón.
El sacerdote, de pie en la sede o en el mismo ambón, o en otro lugar idóneo,
si conviene, pronuncia la homilía; una vez terminada, puede guardarse un
tiempo de silencio.
137. El Símbolo lo canta o lo recita el sacerdote juntamente con el pueblo
(cf. n. 68), estando todos de pie. . A las palabras: Y por obra del Espíritu
Santo se encarnó..., etc., o que fue concebido..., etc., todos se inclinan
profundamente; pero en las solemnidades de la Anunciación y de la Natividad
del Señor, se arrodillan
Una vez dicho el símbolo, el sacerdote, de pie junto a la sede. con las
manos juntas, invita a los fieles a la oración universal con una breve
monición. Después el cantor o el lector u otro, propone, vuelto al pueblo,
las intenciones desde el ambón o desde otro lugar conveniente y, por su
parte, el pueblo responde suplicante. Al final, el sacerdote, con las manos
extendidas, concluye la súplica con la oración.
Liturgia eucarística
Terminada la oración universal, todos se sientan y comienza el canto del
ofertorio (cf. n. 74).
El acólito u otro ministro laico colocan en el altar el corporal. el
purificador, el cáliz, la palia y el misal.
Es conveniente que la participación de los fieles se manifieste en la
presentación del pan y del vino para la celebración de la Eucaristía o de
otros dones con los que se ayude a las necesidades de la iglesia o de los
pobres.
Las ofrendas de los fieles las recibe el sacerdote, ayudado por el acólito u
otro ministro. El pan y el vino para la Eucaristía se llevan al celebrante,
que los pone sobre el altar y el resto de los dones se colocan en un lugar
apropiado (cf. n. 73).
El sacerdote, en el altar, toma la patena con el pan, y con ambas manos la
eleva un poco sobre el altar mientras dice en secreto: Bendito seas, Señor.
Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
A continuación, el sacerdote, situado en un lado del altar, mientras el
ministro le ofrece las vinajeras, vierte el vino y un poco de agua en el
cáliz, diciendo en secreto: El agua unida al vino. Vuelto al centro del
altar, toma con ambas manos el cáliz, lo eleva un poco y dice en secreto:
Bendito seas, Señor y a continuación deja el cáliz sobre el corporal y lo
cubre, si conviene, con la palia.
Pero si no hay canto para el ofertorio ni toca el órgano, en la presentación
del pan y del vino el sacerdote puede pronunciar en voz alta las fórmulas de
bendición, a las que el pueblo responde con la aclamación: Bendito seas por
siempre, Señor
Colocado el cáliz sobre el altar, el sacerdote profundamente inclinado dice
en secreto: Acepta, Señor, nuestro corazón contrito.
Luego, si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone en el incensario, lo
bendice sin decir nada e inciensa los dones, la cruz y el altar. El
ministro, de pie al lado del altar, inciensa al celebrante y después al
pueblo.
Después de la oración Acepta, Señor, nuestro corazón contrito o después de
la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos,
diciendo en secreto Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado,
mientras le sirve el agua el ministro.
Vuelto al centro del altar y de pie cara al pueblo el sacerdote extiende y
junta las manos e invita al pueblo a orar, diciendo: Orad, hermanos. El
pueblo se pone de pie y responde: El Señor reciba de tus manos. El
sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas, y
al final el pueblo aclama: Amén.
Entonces comienza el sacerdote la Plegaria eucarística. Según las rúbricas
(cfr. n. 365), elige una de las que se encuentran en el Misal Romano o de
las aprobadas por la Sede Apostólica. La naturaleza de la Plegaria
eucarística exige que sólo el sacerdote lo pronuncie en virtud de su
ordenación. El pueblo se unirá al sacerdote en la fe y con el silencio,
también con las intervenciones establecidas a lo largo de la Plegaria
eucarística que son: las respuestas al diálogo del Prefacio, el Santo, la
aclamación después de la consagración y la aclamación del Amén después de la
doxología, junto con otras aclamaciones aprobadas por la Conferencia de los
Obispos y reconocidas por la Santa Sede.
Es muy conveniente que el sacerdote cante las partes de la Plegaria
eucarística musicalizadas.
Al comienzo de la Plegaria eucarística, el sacerdote extiende las manos y
canta o dice El Señor esté con vosotros; el pueblo responde: Y con tu
espíritu. Cuando continúa Levantemos el corazón, alza las manos. El pueblo
responde Lo tenemos levantado hacia el Señor Después el sacerdote, con las
manos extendidas, añade: Demos gracias al Señor nuestro Dios, y el pueblo
responde: Es justo y necesario. Después, el sacerdote, con las manos
extendidas, sigue con el Prefacio; cuando lo termina, junta las manos y
canta o dice en voz clara, junto con todos los presentes el Santo (cf. n. 79
b).
El sacerdote prosigue la Plegaria eucarística según las rúbricas que se
exponen en cada una de ellas.
Si el celebrante es Obispo, en las Plegarias, después de las palabras: con
tu servidor el Papa N., añade: conmigo, indigno siervo tuyo; o después de
las palabras: el Papa N., añade: de mi, indigno siervo tuyo. Si un Obispo
celebra fuera de su diócesis, tras las palabras con tu servidor el Papa N.,
añade: conmigo, indigno siervo tuyo, con mi hermano N., Obispo de esta
Iglesia de N..
El Obispo diocesano o el que en derecho se le equipara, debe ser nombrado
con esta fórmula: con tu servidor el Papa N., con nuestro Obispo (o bien:
Vicario, Prelado, Prefecto, Abad) N.
En la Plegaria eucarística se puede mencionar a los Obispos Coadjutor y
Auxiliares, pero no a otros Obispos que pudieran estar presentes. Si son
muchos los que se han de mencionar, se utiliza la forma general: con nuestro
Obispo N. y sus Obispos auxiliares.
En cada Plegaria eucarística hay que adaptar las fórmulas precedentes a las
reglas gramaticales.
Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree conveniente, avisa
a los fieles mediante un toque de campanilla. Puede también, de acuerdo con
la costumbre de cada lugar, tocar la campanilla cuando el sacerdote muestra
la hostia y el cáliz a los fieles.
Si se utiliza el incienso, el ministro inciensa la hostia y el cáliz cuando
se muestran tras la consagración.
Después de la consagración, una vez que el sacerdote dice: Este es el
Sacramento de nuestra fe, el pueblo pronuncia la aclamación empleando una de
las fórmulas prescritas.
Al final de la Plegaria eucarística, el sacerdote, tomando la patena con la
hostia y el cáliz y elevando ambos, pronuncia él solo la doxología: Por
Cristo. Al concluir, el pueblo aclama: Amén. Después el sacerdote pone la
patena y el cáliz sobre el corporal.
Terminada la Plegaria eucarística, el sacerdote, con las manos juntas, hace
la monición preliminar a la Oración dominical, y luego la recita, con las
manos extendidas, juntamente con el pueblo.
Concluida la Oración dominical, el sacerdote, con las manos extendidas, dice
él solo el embolismo: Líbranos de todos los males; al terminarlo, el pueblo
aclama: Tuyo es el reino.
A continuación, el sacerdote, con las manos extendidas y en voz alta, dice
la oración: Señor Jesucristo, que dijiste y, al terminarla, extendiendo y
juntando las manos, anuncia la paz, vuelto al pueblo, mientras dice: La paz
de/ Señor esté siempre con vosotros, y el pueblo le responde: Y con tu
espíritu. Luego, si se juzga oportuno, el sacerdote añade: Daos
fraternalmente la paz.
El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero siempre permaneciendo
dentro del presbiterio para no perturbar la celebración. Haga lo mismo si,
por alguna causa razonable, desea dar la paz a algunos pocos fieles. Y todos
se intercambian un signo de paz, comunión y caridad, según lo que haya
establecido la Conferencia de los Obispos. Mientras se da la paz puede
decirse: La paz del Señor esté siempre contigo, a lo que se responde: Amén.
A continuación, el sacerdote toma el pan consagrado, lo parte sobre la
patena, y deja caer una partícula en el cáliz diciendo en secreto: El Cuerpo
y la Sangre. Mientras tanto, el coro y el pueblo cantan o recitan: Cordero
de Dios (cf. n. 83).
Entonces el sacerdote dice en secreto y con las manos juntas la oración para
la Comunión: Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, o: Señor Jesucristo, la
comunión de tu Cuerpo.
Terminada esta oración, el sacerdote hace genuflexión, toma el pan
consagrado en esa misma Misa y, teniéndolo un poco elevado sobre la patena o
sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice: Éste es el Cordero de Dios, y, a
una con el pueblo, añade una sola vez: Señor, no soy digno.
Luego, de pie y vuelto hacia el altar, el sacerdote dice en secreto: El
Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y, con reverencia, toma el
Cuerpo de Cristo. Después, coge el cáliz, y dice en secreto: La Sangre de
Cristo me guarde para la vida eterna, y, con reverencia, sume la Sangre de
Cristo.
Mientras el sacerdote comulga el Sacramento, se empieza el canto de Comunión
(cf. n. 86).
El sacerdote toma después la patena o la píxide y se acerca a los que van a
comulgar, quienes, de ordinario, se acercan procesionalmente.
A los fieles no les es lícito tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el
sagrado cáliz y menos aún pasárselos entre ellos de mano en mano. Los fieles
comulgan de rodillas o de pie, según lo haya establecido la Conferencia de
los Obispos. Cuando comulgan de pie, se recomienda que, antes de recibir el
Sacramento, hagan la debida reverencia del modo que determinen las citadas
normas.
Si la Comunión se administra sólo bajo la especie de pan, el sacerdote,
teniendo la hostia un poco elevada, se la muestra a cada uno diciéndole: El
Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento en
la boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según
prefiera. En cuanto recibe la sagrada hostia, el que comulga la consume
íntegramente.
Para la Comunión bajo las dos especies obsérvese el rito descrito en su
lugar (cf. nn. 284-287).
Si están presentes otros presbíteros, pueden ayudar al sacerdote a
distribuir la Comunión. Si no están disponibles y el número de comulgantes
es muy elevado, el sacerdote puede llamar para que le ayuden, a los
ministros extraordinarios, es decir, a un acólito instituido o también a
otros fieles que para ello hayan sido designados.97 En caso de necesidad, el
sacerdote puede designar para esa ocasión a fieles idóneos."
Estos ministros no acceden al altar antes de que el sacerdote haya comulgado
y siempre han de recibir de manos del sacerdote el vaso que contiene la
Santísima Eucaristía para administrarla a los fieles.
Una vez distribuida la Comunión, el sacerdote consume enseguida en el altar
todo el vino consagrado que haya podido quedar; en cambio, las hostias
consagradas que hayan sobrado las consume en el altar o las lleva al lugar
destinado a la reserva eucarística.
El sacerdote, vuelto al altar, recoge los fragmentos, si los hay; luego, en
el altar o en la credencia, purifica la patena o la píxide sobre el cáliz;
purifica el cáliz diciendo en secreto: Haz, Señor, que recibamos, y lo seca
con el purificador. Si los vasos son purificados en el altar, los lleva un
ministro a la credencia. Está, sin embargo, permitido dejar los vasos que se
han de purificar, sobre todo si son muchos, en el altar o en la credencia,
convenientemente cubiertos sobre un corporal, para luego purificarlos
inmediatamente después de la Misa, cuando ya se ha despedido al pueblo.
Después, el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede observar un espacio
de silencio sagrado o también entonar un salmo u otro cántico o himno de
alabanza (cf. n. 88).
Luego, en pie junto a la sede o el altar, el sacerdote, vuelto al pueblo,
dice, con las manos juntas: Oremos, y con las manos extendidas recita la
oración después de la Comunión, a la que puede preceder también un breve
silencio, a no ser que ya se haya hecho después de la Comunión. Al final de
la oración, el pueblo aclama: Amén.
Rito de conclusión
Terminada la oración después de la Comunión, se hacen, si es necesario, y
con brevedad, los oportunos avisos al pueblo.
Después, el sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El
Señor esté con vosotros, a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu, y
el sacerdote, uniendo de nuevo las manos, y colocando luego la mano
izquierda sobre el pecho y elevando la derecha añade:
La bendición de Dios todopoderoso y haciendo la señal de la cruz sobre el
pueblo prosigue: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros;
todos responden: Amén.
En ciertos días y ocasiones, esta bendición se enriquece y se expresa, según
las rúbricas, mediante la oración sobre el pueblo u otra fórmula más
solemne.
El Obispo bendice al pueblo con la fórmula propia, haciendo tres veces la
señal de la cruz sobre el pueblo.99
En seguida, el sacerdote, con las manos juntas, añade: Podéis ir en paz, y
todos responden: Demos gracias a Dios.
Entonces, el sacerdote, según costumbre, venera el altar con un beso y,
haciendo junto con los ministros laicos una profunda inclinación, se retira
con ellos.
Si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica se omite el rito de
conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la despedida.
B) MISA CON DIÁCONO
171. Cuando un diácono, revestido con las vestiduras sagradas, interviene en
la celebración eucarística, desempeña su oficio propio. Así pues, él:
Asiste al sacerdote y está siempre a su lado;
En el altar le ayuda en lo referente al cáliz o al libro;
Proclama el Evangelio y, por mandato del sacerdote celebrante, puede tener
la homilía (cf. n. 66);
Dirige al pueblo fiel por medio de las oportunas moniciones y enuncia las
intenciones de la oración universal;
Ayuda al sacerdote celebrante a distribuir la Comunión y purifica y recoge
los vasos sagrados;
Desempeña, si es necesario, las tareas de otros ministros, en el caso de que
éstos falten.
Ritos iniciales
Llevando el Evangeliario algo elevado, el diácono precede al sacerdote en su
camino hacia el altar; si no, camina a su lado.
Llegado al altar, si porta el Evangeliario, omitida la reverencia, accede al
altar. Luego, una vez colocado el Evangeliario como es laudable, sobre el
altar, juntamente con el sacerdote lo venera con un beso.
Si no lleva el Evangeliario hace una inclinación profunda al altar
juntamente con el sacerdote, según el modo acostumbrado, y con él lo venera
mediante un beso.
Finalmente, si se emplea el incienso, asiste al sacerdote en la imposición
del mismo y en la incensación de la cruz y el altar.
Una vez incensado el altar, se dirige a la sede acompañando al sacerdote, y
allí permanece a su lado y le ayuda cuando sea necesario.
Liturgia de la palabra
Mientras se dice el Aleluya u otro canto, si se ha de usar el incienso,
ayuda al sacerdote a ponerlo en el incensario: luego, profundamente
inclinado ante él, le pide su bendición, diciendo en voz baja: Padre, dame
tu bendición. El sacerdote le da la bendición, diciendo: El Señor esté en tu
corazón. El diácono se signa con la señal de la cruz y responde: Amén.
Luego. hecha una profunda inclinación al altar, toma el Evangeliario que se
había depositado sobre el altar y se dirige al ambón, llevando el libro algo
elevado, precedido por el turiferario que lleva el incensario humeante y por
los ministros con cirios encendidos. Allí saluda al pueblo diciendo con las
manos juntas: El Señor esté con vosotros y en las palabras Lectura del santo
Evangelio, signa con el dedo pulgar el libro y se signa él mismo en la
frente, en los labios y en el pecho, inciensa el libro y proclama el
Evangelio. Terminado esto, aclama: Palabra del Señor y todos responden:
Gloria a ti, Señor Jesús. Luego venera el libro con un beso, diciendo al
mismo tiempo en secreto: Las palabras del Evangelio, y vuelve al lado del
sacerdote.
Cuando el diácono asiste al Obispo, lleva el libro para que lo bese o lo
besa él mismo diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio. En las
celebraciones más solemnes, el Obispo imparte la bendición al pueblo con el
Evangeliario, si se ve oportuno.
Por último, el Evangeliario puede llevarse a la credencia o a otro lugar
apto y digno.
Si no hay otro lector idóneo, el diácono lee también las demás lecturas.
Las intenciones de la oración de los fieles, una vez introducidas por el
sacerdote, las recita el diácono, habitualmente desde el ambón.
Liturgia eucarística
Terminada la oración universal, el sacerdote permanece en la sede y el
diácono prepara el altar, con la ayuda del acólito: le corresponde, en
particular, tener cuidado de los vasos sagrados. Asiste también al sacerdote
cuando recibe los dones del pueblo. Luego pasa al sacerdote: la patena con
el pan que se va a consagrar: vierte el vino y un poco de agua en el cáliz,
diciendo en secreto: El agua unida al vino, y luego lo presenta al
sacerdote. Esta preparación del cáliz puede también hacerla en la credencia.
Si se emplea el incienso, ayuda al sacerdote en la incensación de las
ofrendas, de la cruz y del altar, y luego él o el acólito inciensa al
sacerdote y al pueblo.
Durante la Plegaria eucarística, el diácono está en pie junto al sacerdote,
un poco retirado detrás de él, para ayudar cuando haga falta en el cáliz o
en el misal.
Desde la epíclesis hasta la ostensión del cáliz el diácono permanece,
normalmente, arrodillado. Si hay varios diáconos, al llegar la consagración,
uno de ellos puede poner incienso en el turíbulo e incensar en el momento de
la ostensión de la hostia y del cáliz.
Para la doxología final de la Plegaria eucarística, de pie al lado del
sacerdote, mantiene el cáliz elevado, mientras aquél eleva la patena con el
pan consagrado, hasta el momento en que el pueblo ha dicho ya: Amén.
Una vez que el sacerdote ha dicho la oración de la paz y las palabras La paz
del Señor esté siempre con vosotros, y el pueblo haya respondido Y con tu
espíritu, el diácono, si es oportuno, invita a darse la paz diciendo con las
manos juntas y vuelto hacia el pueblo: Daos fraternalmente la paz. Ella
recibe directamente del sacerdote y puede darla a los ministros más
cercanos.
Terminada la Comunión del sacerdote, el diácono la recibe bajo las dos
especies de manos del sacerdote, y luego le ayuda a distribuir la Comunión
al pueblo. Si la Comunión se da bajo las dos especies, él ofrece el cáliz a
los que van comulgando, y, terminada la distribución, sume con reverencia en
el altar toda la Sangre de Cristo que queda, ayudado, si es preciso, de
otros diáconos y presbíteros.
Terminada la Comunión, el diácono vuelve al altar con el sacerdote. Recoge
los fragmentos, si los hay, y luego lleva el cáliz y demás vasos sagrados a
la credencia, y allí los purifica y coloca como de costumbre, mientras el
sacerdote vuelve a la sede. Sin embargo, puede también cubrir decorosamente
los vasos, dejarlos en la credencia sobre el corporal y purificarlos
inmediatamente después de la Misa, una vez despedido el pueblo.
Rito de conclusión
Dicha la oración después de la Comunión, el diácono hace, si es necesario, y
con brevedad, los oportunos anuncios al pueblo, a no ser que prefiera
hacerlo personalmente el sacerdote.
Si se emplea la oración sobre el pueblo o la fórmula de la bendición
solemne, el diácono dice: Inclinaos para recibir la bendición. Una vez dada
la bendición por el sacerdote, el diácono se encarga de despedir al pueblo,
diciendo con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo: Podéis ir en paz.
Luego, juntamente con el sacerdote, venera el altar besándolo, y haciendo
una profunda reverencia, se retira en el mismo orden en que había llegado.
C) FUNCIONES DEL ACÓLITO
Las funciones que puede ejercer el acólito son de diverso género; puede
darse el caso de que concurran varias a la vez. Por lo tanto, es conveniente
que se distribuyan, si es oportuno, entre varios; si solamente está presente
un acólito, haga él lo que es de más importancia, distribuyéndose lo demás
entre varios ministros.
Ritos iniciales
En la procesión al altar puede llevar la cruz entre dos ministros con cirios
encendidos. Cuando llegue al altar, coloca la cruz junto al mismo, o bien la
sitúa en un lugar digno. Luego ocupa su lugar en el presbiterio.
Durante toda la celebración, es propio del acólito acercarse al sacerdote o
al diácono, cuantas veces se requiera, para servir el libro y ayudarles en
todo lo necesario. Conviene, por tanto, que, en la medida de lo posible,
ocupe un lugar desde el que pueda ejercer fácilmente su ministerio, en la
sede o en el altar.
Liturgia eucarística
En ausencia del diácono, una vez acabada la oración universal, mientras el
sacerdote permanece en la sede, el acólito pone sobre el altar el corporal,
el purificador, el cáliz, la palia y el misal. Después, si es necesario,
ayuda al sacerdote en la recepción de los dones del pueblo y oportunamente
lleva el pan y el vino al altar y los entrega al sacerdote. Si se utiliza el
incienso, presenta el incensario al sacerdote y le asiste en la incensación
de las ofrendas, de la cruz y del altar. Luego inciensa al sacerdote y al
pueblo.
El acólito instituido puede, si es necesario, ayudar al sacerdote, como
ministro extraordinario, en la distribución de la Comunión al pueblo.'°0 Si
se da la Comunión bajo las dos especies, en ausencia del diácono, ofrece el
cáliz a los que van a comulgar o, si la Comunión es por intinción, sostiene
el cáliz.
El acólito instituido, acabada la distribución de la Comunión, ayuda al
sacerdote o al diácono en la purificación y arreglo de los vasos sagrados.
En ausencia del diácono, el acólito instituido, lleva a la credencia los
vasos sagrados y allí, del modo acostumbrado, los purifica, los seca y los
recoge.
D) FUNCIONES DEL LECTOR Ritos iniciales
En la procesión al altar, en ausencia del diácono, el lector, con la debida
vestidura, puede llevar el Evangeliario un poco elevado: en este caso,
precede al sacerdote; de lo contrario va con los otros ministros.
Al llegar al altar, hace la debida reverencia junto con los demás. Si lleva
el Evangeliario, accede al altar y lo coloca sobre el mismo. Luego ocupa su
lugar en el presbiterio junto con los otros ministros.
Liturgia de la palabra
Lee desde el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando no hay
salmista, después de la primera lectura puede proclamar el salmo
responsorial.
En ausencia del diácono, puede proclamar desde el ambón las intenciones de
la oración universal, después que el sacerdote ha hecho la introducción a la
misma.
Si no hay canto de entrada ni de Comunión y los fieles no recitan las
antífonas propuestas en el Misal, las puede decir en el momento conveniente
(cf. nn. 48, 87).
II. LA MISA CONCELEBRADA
199. La concelebración, que manifiesta claramente la unidad del sacerdocio,
del sacrificio y de todo el pueblo de Dios, está prescrita por el mismo rito
en la ordenación del Obispo y de los presbíteros, en la bendición del abad y
en la Misa crismal.
Se recomienda, a no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje
otra cosa:
En la Misa vespertina de la Cena del Señor;
En la Misa que se celebra en Concilios, reuniones de los Obispos, Sínodos;
En la Misa conventual y en la Misa principal en iglesias y oratorios.
En las Misas que se celebran en cualquier género de reuniones de sacerdotes,
seculares o religiosos.101
Todo sacerdote puede celebrar la Eucaristía él solo, mientras no tenga lugar
en ese momento una concelebración en la misma iglesia u oratorio. Pero el
Jueves en la Misa vespertina de la Cena del Señor y en la Misa de la Vigilia
pascual se prohíbe celebrar uno solo.
Los presbíteros de viaje sean acogidos de buen grado para la concelebración
eucarística, con tal de que se conozca su condición sacerdotal.
Donde hay un gran número de sacerdotes, la concelebración puede tenerse
incluso varias veces en el mismo día cuando la necesidad o la utilidad
pastoral así lo aconsejen, pero debe hacerse en tiempos sucesivos o en
lugares sagrados diversos.102
Corresponde al Obispo, según las normas del derecho, ordenar la disciplina
de la concelebración en todas las iglesias y oratorios de su diócesis.
Ha de tener una consideración especial la concelebración en la que los
presbíteros de una diócesis concelebran con el propio Obispo, en la Misa
estacional, sobre todo en los días más solemnes del año litúrgico: en la
Misa de Ordenación del nuevo Obispo de la diócesis o de su Coadjutor o
Auxiliar, en la Misa crismal, en la Misa vespertina de la Cena del Señor, en
la celebración del Santo Fundador de la Iglesia local o del Patrono de la
diócesis, en el aniversario del Obispo, y con ocasión, por último, del
Sínodo o de la visita pastoral.
Por la misma razón, se recomienda la concelebración cuantas veces los
presbíteros se encuentren con el propio Obispo, sea con ocasión de los
ejercicios espirituales o de alguna reunión. En estos casos, el signo de la
unidad del sacerdocio y de la Iglesia, que es característico de toda
concelebración, se manifiesta de una manera más evidente.103
Por causas determinadas, para dar, por ejemplo, un mayor sentido al rito o a
una fiesta, se puede celebrar o concelebrar varias veces en el mismo día, en
los siguientes casos:
Quien el Jueves Santo ha celebrado o concelebrado en la Misa crismal, puede
también celebrar o concelebrar en la Misa vespertina de la Cena del Señor:
Quien celebró o concelebró la Misa de la Vigilia pascual, puede celebrar o
concelebrar la Misa del día de Pascua;
El día de Navidad todos los sacerdotes pueden celebrar o concelebrar tres
Misas, con tal que se celebren a su tiempo;
En el día de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, todos los
sacerdotes pueden celebrar o concelebrar tres Misas, con tal que las
celebraciones tengan lugar en diversos tiempos y se observe lo establecido
sobre la aplicación de la segunda y tercera Misa;104
Quien concelebra con el Obispo o su delegado en un Sínodo o en la visita
pastoral, o en las reuniones de sacerdotes, puede celebrar además otra Misa
para utilidad de los fieles. Lo mismo vale, servatis servandis, para las
reuniones de religiosos.
2O5. La Misa concelebrada se ordena, en cualquiera de sus formas. según las
normas comúnmente establecidas (cf. nn. 1 12-198), pero manteniendo o
cambiando cuanto más abajo se expone.
2O6. Nunca acceda nadie o se le admita a concelebrar, una vez iniciada ya la
Misa.
2O7. Prepárese en el presbiterio:
Sillas y libros para los sacerdotes concelebrantes;
En la credencia: un cáliz de capacidad suficiente, o varios cálices.
2O8. Si no se cuenta con un diácono, sus oficios los realizan algunos de los
concelebrantes.
Si tampoco están presentes otros ministros, sus oficios propios pueden
confiarse a otros fieles idóneos; en caso contrario, los desempeñan algunos
de los concelebrantes.
2O9. Los concelebrantes, en la sacristía o en algún otro sitio conveniente,
se revisten los mismos ornamentos que suelen llevar cuando celebran
individualmente. Pero si hay un justo motivo, por ejemplo, un gran número de
concelebrantes o falta de ornamentos, los concelebrantes, a excepción
siempre del celebrante principal, pueden suprimir la casulla, llevando
solamente la estola sobre el alba.
Ritos iniciales
Cuando todo está ya preparado, se empieza la procesión hacia el altar a
través de la iglesia. Los presbíteros concelebrantes preceden al celebrante
principal.
Cuando han llegado al altar, los concelebrantes y el celebrante principal,
hecha una profunda inclinación, veneran el altar besándolo, y se dirigen a
la sede a ellos destinada. El celebrante principal, si es oportuno, inciensa
la cruz y el altar y luego se dirige a la sede.
Liturgia de la Palabra
Durante la liturgia de la palabra los concelebrantes ocupan su lugar y están
sentados o se levantan en la misma forma que el celebrante principal.
Al comenzar el Aleluya, todos se levantan, excepto el Obispo. que pone
incienso sin decir nada y bendice al diácono o, en su ausencia, al
concelebrante que va a proclamar el Evangelio. Sin embargo, en la
concelebración que preside el presbítero, el concelebrante que, en ausencia
del diácono, proclama el Evangelio, ni pide ni recibe la bendición del
celebrante principal.
La homilía normalmente la hará el celebrante principal o uno de los
concelebrantes.
Liturgia eucarística
La preparación de los dones (cf. nn. 139-146) la hace solamente el
celebrante principal, permaneciendo mientras tanto los demás concelebrantes
en sus puestos.
Una vez que el celebrante principal ha pronunciado la oración sobre las
ofrendas, los concelebrantes se acercan al altar y se disponen en pie
alrededor de él, pero de tal modo que no dificulten la ejecución de los
ritos que se realizan y los fieles tengan buena visibilidad de la acción
sagrada. ni cierren el paso al diácono cuando por razón de su ministerio
debe acercarse al altar.
El diácono desempeña su oficio cerca del altar en los momentos de ayudar, si
es necesario, con el cáliz y el misal. Sin embargo. en la medida de lo
posible, se sitúa ligeramente detrás de los sacerdotes concelebrantes,
situados junto al celebrante principal.
Modo de proclamar la Plegaria eucarística
El prefacio lo canta o lo recita solamente el celebrante principal. En
cambio el Santo lo cantan o recitan todos los concelebrantes junto con el
pueblo y los cantores.
Terminado el Santo, los sacerdotes concelebrantes prosiguen la Plegaria
eucarística en el modo que en seguida se describe, pero los gestos los hace
únicamente el celebrante principal, si no se advierte lo contrario.
Los textos que dicen simultáneamente todos los concelebrantes y
principalmente las palabras de la consagración, que todos deben pronunciar,
los recitan de tal manera que los concelebrantes las dicen en voz baja para
que se pueda oír claramente la voz del celebrante principal. De este modo,
el pueblo percibe mejor las palabras.
Es encomiable cantar las partes que han de recitar conjuntamente todos los
concelebrantes, y que se hallan musicalizadas en el Misal.
Plegaria eucarística 1, o Canon romano
En la Plegaria eucarística I, o Canon romano, el Padre misericordioso lo
dice solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
Acuérdate, Señor y Reunidos en comunión, conviene que se confíen a uno u
otro de los sacerdotes concelebrantes, que dice él solo: estas oraciones con
las manos extendidas y en voz alta.
Acepta, Señor, en tu bondad, lo dice solamente el celebrante principal, con
las manos extendidas.
Desde Bendice y santifica, oh Padre, hasta Te pedimos humildemente, Dios
todopoderoso, el sacerdote principal realiza el gesto. pero todos los
concelebrantes lo dicen a una de este modo:
Bendice y santifica, oh Padre, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
El cual, la víspera de su Pasión y Del mismo modo, con las manos juntas;
Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando
el celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y Mira con ojos de bondad, con las
manos extendidas;
Te pedimos humildemente, inclinados y con las manos juntas, hasta llegar a
las palabras al participar aquí de este altar. Inmediatamente, se enderezan,
haciendo sobre sí la señal de la cruz, mientras pronuncian las restantes
palabras: seamos colmados de gracia y bendición.
La intercesión por los difuntos y la oración Y a nosotros, pecadores,
conviene que sea confiada a uno u otro de los concelebrantes, quien la dice
él solo con las manos extendidas y en voz alta.
A las palabras Ya nosotros, pecadores, todos los concelebrantes se golpean
el pecho.
Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando, lo dice solamente el
celebrante principal.
Plegaria eucarística II
En la Plegaria eucarística II, Santo eres en verdad, lo dice solamente el
celebrante principal con las manos extendidas.
Desde Por eso te pedimos que santifiques, hasta Te pedimos humildemente, lo
dicen a una todos los concelebrantes de este modo:
Por eso te pedimos que santifiques, con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión, y Del mismo modo, con las
manos juntas;
Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando
el celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
Así pues, Padre, al celebrar ahora, y Te pedimos humildemente, con las manos
extendidas.
228. Las intercesiones por los vivos Acuérdate, Señor, y por los difuntos
Acuérdate también de nuestros hermanos, conviene que se confíen a uno u otro
de los concelebrantes, quien las pronuncia él solo con las manos extendidas
y en voz alta.
Plegaria eucarística III
229. En la Plegaria eucarística III, Santo eres en verdad, lo dice solamente
el celebrante principal con las manos extendidas.
23O. Desde Por eso, Padre, te suplicamos, hasta Dirige tu mirada, lo dicen a
una todos los concelebrantes de este modo:
Por eso, Padre, te suplicamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado y Del mismo modo, con
las manos juntas:
Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando
el celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
Así pues, Padre, y Dirige tu mirada, con las manos extendidas.
231. Las intercesiones Que él nos transforme y Te pedimos, Padre, que esta
Víctima, conviene que se confíen a uno u otro de los sacerdotes
concelebrantes, quien las pronuncia él solo con las manos extendidas y en
voz alta.
Plegaria eucarística IV
232. En la Plegaria eucarística IV, desde Te alabamos, Padre santo, hasta
llevando a plenitud su obra en el mundo, lo dice solamente el celebrante
principal con las manos extendidas.
233. Desde Por eso, Padre, te rogamos, hasta: Dirige tu mirada, lo dicen a
una todos los concelebrantes de este modo.
Por eso, Padre, te rogamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
Porque él mismo, llegada la hora y Del mismo modo, con las manos juntas.
Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando
el celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
Por eso, Padre, al celebrar, y Dirige tu mirada, con las manos extendidas.
Las intercesiones Y ahora, Señor, acuérdate, y Padre de bondad conviene
confiarlas a uno u otro de los concelebrantes, quien las pronuncia él solo
con las manos extendidas y en voz alta.
Por lo que se refiere a otras Plegarias eucarísticas aprobadas por la Sede
Apostólica, obsérvense las normas establecidas para cada una de ellas.
La doxología final de la Plegaria eucarística la pronuncia solamente el
sacerdote principal y, si parece bien, juntamente con los demás
concelebrantes, pero no los fieles.
Rito de la Comunión
Luego el celebrante principal, con las manos juntas, pronuncia la monición
que precede al Padrenuestro, y en seguida. con las manos extendidas y a una
con los demás concelebrantes, que también extienden las manos, y con el
pueblo, dice la misma Oración dominical.
Líbranos de todos los males, Señor, lo dice sólo el celebrante principal,
con las manos extendidas. Todos los concelebrantes, a una con el pueblo,
pronuncian la aclamación final: Tuyo es el reino,
Después de la monición del diácono o, en su ausencia, de uno de los
concelebrantes: Daos fraternalmente la paz, todos se dan la paz; los que
quedan más cerca del celebrante principal la reciben de él antes que el
diácono.
Mientras se dice el Cordero de Dios, los diáconos o algunos concelebrantes
pueden ayudar al celebrante principal a partir el pan consagrado, sea para
la Comunión de los mismos concelebrantes, sea para la del pueblo.
Después de la inmixtio, sólo el celebrante principal dice en secreto con las
manos juntas la oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo o Señor
Jesucristo, la Comunión de tu Cuerpo.
Terminada la oración antes de la Comunión, el celebrante principal hace
genuflexión y se retira un poco. Los concelebrantes, uno tras otro, se van
acercando al centro del altar, hacen genuflexión y toman del altar, con
reverencia, el Cuerpo de Cristo; teniéndolo luego en la mano derecha y
poniendo la izquierda bajo ella, se retiran a sus puestos. Pueden también
permanecer los concelebrantes en su sitio y tomar el Cuerpo de Cristo de la
patena que el celebrante principal, o uno o varios de los concelebrantes,
sostienen, pasando ante ellos o pasándose sucesivamente la patena hasta
llegar al último.
Luego, el celebrante principal toma la hostia consagrada en la misma Misa y,
teniéndola un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, vuelto al
pueblo dice: Éste es el Cordero de Dios, y prosigue con los concelebrantes y
el pueblo, diciendo: Señor, no soy digno.
A continuación, el celebrante principal, de cara al altar, dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y toma reverentemente el
Cuerpo de Cristo. De modo análogo proceden los demás concelebrantes
comulgando por sí mismos. Después de ellos, el diácono recibe el Cuerpo y la
Sangre del Señor de manos del celebrante principal.
La Sangre del Señor se puede tomar bebiendo del cáliz directamente, o bien
por intinción, o con una canilla o con una cucharilla.
Si se comulga, bebiendo directamente del cáliz, se puede emplear uno de
estos modos:
a) El celebrante principal, de pie en medio del altar. toma el cáliz y dice
en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y bebe un
poco del Sanguis, pasando en seguida el cáliz al diácono o a uno de los
concelebrantes. Después distribuye la Comunión a los fieles, (cf. nn.
160-162).
Los concelebrantes, uno tras otro, o de dos en dos, si se usan dos cálices,
se acercan al altar, hacen genuflexión, beben el Sanguis, purifican el borde
del cáliz y regresan a sus asientos.
b) El celebrante principal bebe la Sangre del Señor, según costumbre, en el
centro del altar.
Pero los concelebrantes pueden tomar la Sangre del Señor o bien:
permaneciendo en sus puestos y bebiendo del cáliz que el diácono o uno de
los concelebrantes les irá pasando; o también pasándose uno a otro el cáliz.
El cáliz lo purifica siempre o el mismo que bebe o el que lo presenta. Uno a
uno, según van comulgando, vuelven a sus asientos.
El diácono consume con reverencia, en el altar, toda la Sangre de Cristo,
que ha quedado, con la ayuda, si es necesario, de algunos concelebrantes;
luego lleva el cáliz a la credencia, y allí él o un acólito instituido lo
purifica, lo seca y lo recoge como de costumbre (cf. n. 183).
La Comunión de los concelebrantes también puede ordenarse tomando de uno en
uno junto al altar el Cuerpo e, inmediatamente después la Sangre del Señor.
En este caso, el celebrante principal toma primero la Comunión bajo las dos
especies del modo acostumbrado (cf. n. 158), aunque, para beber del cáliz
siga la misma forma que se haya escogido para los demás concelebrantes.
Terminada la Comunión del celebrante principal, el cáliz se deja a un lado
del altar, sobre otro corporal. Los concelebrantes van pasando uno tras otro
al centro del altar, hacen la genuflexión y comulgan del Cuerpo del Señor;
pasan después al lado y toman la Sangre del Señor, según el rito escogido
para la Comunión del cáliz, como hemos dicho arriba.
De la misma manera se hacen al final la Comunión del diácono y la
purificación del cáliz.
Si la Comunión de los concelebrantes se hace por intinción, el celebrante
principal toma, de la manera acostumbrada, el Cuerpo y Sangre del Señor,
teniendo cuidado de que quede en el cáliz suficiente cantidad de Sangre del
Señor, para la Comunión de los concelebrantes. Después el diácono, o uno de
los concelebrantes, coloca el cáliz en el centro del altar o a un lado sobre
otro corporal, juntamente con la patena que contiene los fragmentos de la
hostia.
Los concelebrantes, uno tras otro, se acercan al altar, hacen genuflexión,
toman una partícula, la mojan parcialmente en el cáliz y poniendo debajo el
purificador la consumen. Después se retiran a sus puestos como al comienzo
de la Misa.
Toma también la Comunión por intinción el diácono, que responde: Amén al
concelebrante cuando le dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo. El diácono
sume en el altar todo el vino consagrado que ha sobrado ayudado, si procede,
por algunos concelebrantes, lleva el cáliz a la credencia, y allí él o un
acólito instituido lo purifica, lo seca y lo recoge como de costumbre.
Rito de conclusión
Todo lo demás hasta el fin de la Misa lo hace del modo acostumbrado (cf.
nn.166-168) el celebrante principal, quedando los concelebrantes en sus
puestos.
Antes de retirarse del altar, los concelebrantes le hacen una profunda
inclinación. El celebrante principal, acompañado por el diácono, lo venera
besándolo como de costumbre.
III. LA MISA CON LA PARTICIPACIÓN
DE UN SOLO MINISTRO
En la Misa que celebra el sacerdote al que asiste y responde un solo
ministró, se observa el rito de la Misa celebrada con participación del
pueblo (cf. nn. 120-169) y el ministro dice las partes que corresponden
ordinariamente al pueblo.
Si el ministro es un diácono, cumple los oficios que le son propios (cf. nn.
171-186) y realiza también lo que corresponde al pueblo.
La celebración sin ministro o al menos sin algún fiel no se haga sin causa
justa y razonable. En este caso se omiten los saludos, moniciones y la
bendición al final de la Misa.
Antes de la Misa, se preparan los vasos necesarios sobre la credencia o
sobre el lado derecho del altar.
Ritos iniciales
El sacerdote accede al altar y, hecha una profunda inclinación con el
ministro, besa el altar y se dirige a la sede. Si lo desea, el sacerdote
puede permanecer en el altar: en este caso, se coloca ahí también el misal.
Entonces el ministro o el sacerdote pronuncia la antífona de entrada.
Después, el sacerdote con el ministro, de pie, se signa con la señal de la
cruz y dice: En el nombre del Padre; vuelto hacia el ministro le saluda,
eligiendo una de las fórmulas propuestas.
Sigue el acto penitencial y, a tenor de las rúbricas, se dice el Kyrie y el
Gloria.
Luego, con las manos juntas, dice Oremos y, después de una pausa
conveniente, recita, con las manos extendidas, la oración colecta. Al final
el ministro aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
Las lecturas, en la medida de lo posible, se pronuncian desde el ambón o
desde el facistol.
Dicha la oración colecta, el ministro lee la primera lectura y el salmo y,
cuando se ha de decir, también la segunda lectura con el versículo del
Aleluya o el otro canto.
Luego, el sacerdote, profundamente inclinado, dice Purifica mi corazón y
después lee el Evangelio. Al final dice: Palabra del Señor, a lo que el
ministro responde Gloria a ti, Señor Jesús. El sacerdote después besa el
libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio borren nuestros
pecados.
El sacerdote a continuación, según las rúbricas, recita, juntamente con el
ministro, la profesión de fe.
Sigue la oración de los fieles, que también puede decirse en esta Misa. El
sacerdote introduce y concluye la oración; el ministro pronuncia las
intenciones.
Liturgia eucarística
En la liturgia eucarística se realiza todo como en la Misa celebrada con
participación del pueblo, salvo lo que sigue.
Terminada la aclamación final del embolismo que sigue al Padre nuestro, el
sacerdote dice la oración Señor Jesucristo, que dijiste y luego añade: La
paz del Señor esté siempre con vosotros, a lo que el ministro responde: Y
con tu espíritu. Si parece conveniente, el sacerdote puede dar la paz al
ministro.
Luego, mientras con el ministro dice Cordero de Dios, el sacerdote parte el
pan consagrado sobre la patena. Terminado el Cordero de Dios, hace la
inmixtio, diciendo en secreto El Cuerpo y la Sangre.
Después de la inmixtio, el sacerdote dice en secreto la oración Señor
Jesucristo, Hijo de Dios vivo o Señor Jesucristo, la Comunión de tu Cuerpo;
después hace la genuflexión, toma el pan consagrado y, si el ministro va a
recibir la Comunión, volviéndose a él y teniendo el pan consagrado un poco
elevado sobre la patena o sobre el cáliz, dice: Éste es el Cordero de Dios;
y, juntamente con el ministro, añade: Señor no soy digno. A continuación, de
cara al altar, sume el Cuerpo de Cristo. Si el ministro no recibe la
Comunión, una vez hecha la genuflexión el sacerdote toma el pan consagrado
y, de cara al altar, dice una sola vez en secreto: Señor; no soy digno, y El
Cuerpo de Cristo me guarde, y después toma el Cuerpo de Cristo. Luego toma
el cáliz y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde, y sume el
Sanguis.
Antes de dar la Comunión al ministro, éste o el mismo sacerdote dice la
antífona de Comunión.
El sacerdote purifica el cáliz en la credencia o en el altar. Si el cáliz se
purifica en el altar, el ministro puede llevarlo a la credencia, o dejarlo
en un lado sobre el mismo altar.
Terminada la purificación del cáliz, conviene que el sacerdote observe una
pausa de silencio; luego dice la oración después de la Comunión.
Rito de conclusión
El rito de conclusión se hace como en la Misa celebrada con participación
del pueblo, omitiendo, sin embargo, Podéis ir en paz. El sacerdote besa el
altar del modo acostumbrado y, hecha una profunda inclinación junto con el
ministro, se retira.
IV. ALGUNAS NORMAS GENERALES PARA CUALQUIER FORMA DE MISA
Veneración al altar y al Evangeliario
Según la costumbre tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario
se expresa con el beso. Sin embargo, donde este signo no concuerda
plenamente con las tradiciones culturales de alguna región, corresponde a la
Conferencia de los Obispos determinar otro en su lugar, con el asentimiento
de la Sede Apostólica.
Genuflexiones e inclinaciones
La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta el suelo, es
un signo de adoración; por eso, se reserva al Santísimo Sacramento, y a la
santa Cruz, desde la adoración solemne en la Acción litúrgica del Viernes en
la Pasión del Señor, hasta el inicio de la Vigilia pascual.
En la Misa el sacerdote celebrante hace tres genuflexiones: después de la
ostensión del pan consagrado, después de la ostensión del cáliz y antes de
la Comunión. Las peculiaridades que se deben observar en la Misa
concelebrada se señalan en su lugar correspondiente (cf. nn. 210-251).
Pero si el sagrario con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el
sacerdote, el diácono y los demás ministros hacen genuflexión cuando llegan
al altar y se retiran de él, pero no durante la celebración de la Misa. Por
el contrario, todos hacen genuflexión cuando pasan por delante del Santísimo
Sacramento, salvo que lo hagan procesionalmente.
Los ministros que llevan la cruz procesional o los ciriales, en lugar de
genuflexión, hacen inclinación de cabeza.
275. Por medio de la inclinación se expresa la reverencia y el honor que se
tributa a las personas o a sus signos. Hay dos clases de inclinación: de
cabeza y de cuerpo:
La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran las tres Personas Divinas
a la vez, a los nombres de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del
Santo en cuyo honor se celebra la Misa;
La inclinación de cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar; a las
oraciones: Purifica mi corazón y Acepta, Señor, nuestro corazón contrito; en
el Símbolo, a las palabras: Y por obra del Espíritu Santo o que fue
concebida en el Canon romano, al decir la oración: Te pedimos humildemente.
La misma inclinación hace el diácono cuando pide la bendición antes de
proclamar el Evangelio. El sacerdote se inclina además un poco cuando,
durante la consagración, pronuncia las palabras del Señor.
Incensación
276. La incensación expresa la reverencia y la oración, como se significa en
la Sagrada Escritura (cf. Sal 140, 2; Ap 8, 3).
El incienso puede libremente usarse en cualquier forma de Misa:
Durante la procesión de entrada;
Al comienzo de la Misa, para incensar la cruz y el altar;
Para la procesión y proclamación del Evangelio;
Cuando ya están colocados sobre el altar el pan y cáliz, para incensar las
ofrendas, la cruz y el altar, el sacerdote y el pueblo;
En la ostensión de la hostia y del cáliz después de la consagración.
277. Cuando el sacerdote pone el incienso en el turíbulo, lo bendice con la
señal de la cruz, sin decir nada.
Antes y después de la incensación se hace una profunda inclinación a la
persona o al objeto que" se inciensa, a excepción del altar y los dones para
el sacrificio de la Misa.
Se inciensan con tres movimientos dobles del turíbulo: el Santísimo
Sacramento, las reliquias de la santa Cruz y las imágenes del Señor
expuestas a la veneración pública, los dones para el sacrificio de la Misa,
la cruz del altar, el Evangeliario, el cirio pascual, el sacerdote y el
pueblo.
Se inciensan con dos movimientos dobles del turíbulo las reliquias e
imágenes expuestas a la veneración pública y sólo al principio de la
celebración, después de incensar el altar.
La incensación del altar se hace con sencillos balanceos de este modo:
Si el altar está separado de la pared, el sacerdote lo inciensa rodeándolo;
Pero si el altar no está separado de la pared, el sacerdote, mientras pasa,
inciensa primero la parte derecha, luego la parte izquierda del altar.
Si la cruz está sobre el altar o junto a él, se inciensa antes que el mismo
altar. En otro caso, el sacerdote la incensará cuando pase ante ella.
El sacerdote inciensa los dones con tres movimientos dobles de turíbulo,
antes de incensar la cruz y el altar, o bien haciendo la señal de la cruz
con el incensario sobre los dones.
Las purificaciones
Siempre que algún fragmento del pan consagrado quede adherido a los dedos,
sobre todo después de la fracción o de la Comunión de los fieles, el
sacerdote debe limpiar los dedos sobre la patena y, si es necesario,
lavarlos. De modo semejante, si quedan fragmentos fuera de la patena, los
recoge.
Los vasos sagrados los purifica el sacerdote, el diácono o el acólito
instituido, después de la Comunión o después de la Misa. siempre que sea
posible en la credencia. La purificación del cáliz se hace con agua o con
agua y vino, que sumirá el mismo que purifica. La patena se limpia, de
ordinario, con el purificador.
Cuídese de que la Sangre de Cristo que pueda quedar después de haber
distribuido la Comunión se tome al instante e íntegramente en el altar.
Si el pan consagrado o alguna partícula del mismo llega a caerse, se
recogerá con reverencia. Si se derrama algo de la Sangre del Señor, el sitio
en que haya caído, lávese con agua y luego échese esta agua en la piscina
situada en la sacristía.
Comunión bajo las dos especies
La sagrada Comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando
se hace bajo las dos especies. En esa forma es donde más perfectamente se
manifiesta el signo del banquete eucarístico, y se expresa más claramente la
voluntad divina con que se ratifica en la Sangre del Señor la Alianza nueva
y eterna, y se ve mejor la relación entre el banquete eucarístico y el
banquete escatológico en el reino del Padre.'"
Procuren los sagrados pastores recordar a los fieles que participan en el
rito o intervienen en él, y del modo mejor posible, la doctrina católica
sobre esta forma de la sagrada Comunión, según el Concilio Ecuménico de
Trento. Adviertan, en primer lugar, a los fieles como la fe católica enseña
que, aun bajo una cualquiera de las dos especies, está Cristo entero, y que
se recibe un verdadero Sacramento, y que, por consiguiente, en lo que
respecta a los frutos de la Comunión, no se priva de ninguna de las gracias
necesarias para la salvación al que sólo recibe una especie.'"
Enseñen, además, que la Iglesia tiene poder, en lo que corresponde a la
administración de los Sacramentos, de determinar o cambiar, dejando siempre
intacta su sustancia, lo que considera más oportuno para ayudar a los fieles
en su veneración y en la utilidad de quien los recibe, según la variedad de
circunstancias, tiempos y lugares.107 Y adviértaseles al mismo tiempo que se
interesen en participar con el mayor empeño en el sagrado rito, en la forma
en que más plenamente brilla el signo del banquete eucarístico.
Se permite la Comunión bajo las dos especies, además de los casos expuestos
en los libros rituales:
A los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar la Eucaristía;
Al diácono y a los demás que cumplen algún oficio en la Misa;
A los miembros de las comunidades en la Misa conventual o en aquella que se
llama "de comunidad", a los alumnos de los seminarios, a todos los que se
hallan realizando ejercicios espirituales o participan en alguna reunión
espiritual o pastoral.
El Obispo diocesano puede establecer normas para su diócesis sobre la
Comunión bajo las dos especies, que habrán de observarse también en las
iglesias de religiosos y en las pequeñas comunidades. Se concede al mismo
Obispo la facultad de permitir la Comunión bajo las dos especies cada vez
que al sacerdote, a quien se le ha confiado una comunidad como su pastor
propio, le parezca oportuno, siempre que los fieles hayan sido bien
instruidos y se excluya todo peligro de profanación del Sacramento, o de que
el rito resulte más complejo debido al número elevado de los participantes u
otra causa.
Las Conferencias de los Obispos pueden dictar normas, con el reconocimiento
de la Sede Apostólica, sobre el modo de distribuir la Comunión a los fieles
bajo las dos especies y sobre la extensión de la facultad.
284. Cuando se distribuye la Comunión bajo las dos especies:
El diácono ayuda, de ordinario, con el cáliz, o, en caso de no haber un
diácono, ayuda un presbítero; también puede ayudar el acólito instituido u
otro ministro extraordinario de la sagrada Comunión; o un fiel a quien, en
caso de necesidad, se le encomienda ese oficio para esa determinada ocasión.
Lo que pueda quedar de la Sangre de Cristo lo sume el sacerdote en el altar,
o el diácono, o el acólito instituido que ha asistido con el cáliz, y luego
purifica los vasos sagrados, los seca y los recoja como de costumbre. A los
fieles que tal vez desean comulgar sólo con la especie de pan, se les
administra la sagrada Comunión de esa forma.
285. Para distribuir la Comunión bajo las dos especies, prepárese:
Si la Comunión del cáliz se va a hacer bebiendo directamente del cáliz, o
bien uno de tamaño suficiente, o varios, previendo siempre que no quede una
excesiva cantidad de Sangre de Cristo que haya de tomarse al final de la
celebración.
Si se hace por intinción, téngase cuidado de que las hostias no sean ni
demasiado delgadas ni demasiado pequeñas, sino un poco más gruesas de lo
acostumbrado, para que se puedan distribuir fácilmente cuando se han mojado
parcialmente en la Sangre del Señor.
286. Si la Comunión del Sanguis se hace bebiendo del cáliz, el que comulga,
después de recibir el Cuerpo de Cristo, se sitúa de pie frente al ministro
del cáliz. El ministro dice: La Sangre de Cristo y el que va a comulgar
responde: Amén. El ministro le da el cáliz y el que va a comulgar lo lleva
con sus manos a los labios, sume un poco del cáliz, se lo devuelve al
ministro, y se retira: el ministro limpia con el purificador el borde del
cáliz.
287. Si la Comunión del cáliz se hace por intinción, el que va a comulgar,
sujetando la bandeja debajo de la barbilla, accede al sacerdote que sostiene
el copón o patena con las sagradas partículas y a cuyo lado permanece un
ministro que sostiene el cáliz. El sacerdote toma la sagrada hostia, la moja
parcialmente en el cáliz y mostrándola dice: El Cuerpo y la Sangre de
Cristo; el que va a comulgar responde: Amén, recibe en la boca el Sacramento
de manos del sacerdote y después se retira.
Capítulo V
DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS
IGLESIAS PARA LA CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA
I. PRINCIPIOS GENERALES
Para la celebración de la Eucaristía el pueblo de Dios se congrega
generalmente en la iglesia, o cuando no la hay o resulta insuficiente, en
algún lugar honesto que sea digno de tan gran misterio. Las iglesias, por
consiguiente, o los demás lugares, sean aptos para la realización de la
acción sagrada y para que se obtenga una activa participación de los fieles.
Además, los edificios sagrados y los objetos que pertenecen al culto divino
sean, en verdad, dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades
celestiales.108
De ahí que la Iglesia busque siempre el noble servicio de las artes, y
acepte toda clase de expresiones artísticas de los diversos pueblos y
regiones.109 Más aún, así como se esfuerza por conservar las obras de arte y
los tesoros elaborados en siglos pretéritos,"° y, en cuanto es necesario,
adaptarlos a las nuevas necesidades, trata también de promover las nuevas
formas de arte adaptadas a cada tiempo.'"
Por eso, al impartir una formación a los artistas y al elegir las obras
destinadas a las iglesias, búsquese un auténtico valor artístico que sirva
de alimento a la fe y a la piedad y responda auténticamente al significado y
fines para los que se destina.112
29O. Todas las iglesias han de ser dedicadas, o, al menos, bendecidas. Pero
las catedrales y las iglesias parroquiales han de ser dedicadas con rito
solemne.
Para la construcción, reconstrucción y adaptación de los edificios sagrados,
los interesados en ello consulten a la Comisión diocesana de sagrada
Liturgia y de Arte sacro. El Obispo diocesano sírvase del consejo y ayuda de
esa Comisión, siempre que se trate de dar normas en este campo o de aprobar
los planos de nuevos edificios o de dar un parecer sobre cuestiones de una
cierta importancia. 13
El ornato de la iglesia ha de contribuir a su noble sencillez más que al
esplendor fastuoso. En la selección de los elementos ornamentales se ha de
procurar la verdad de las cosas, buscando que contribuya a la formación de
los fieles y a la dignidad de todo el lugar sagrado.
Para que la idónea disposición de la iglesia y sus lugares adyacentes
responda a las necesidades de nuestro tiempo, se requiere que se preste
atención no sólo a lo que más directamente atañe a las celebraciones
sagradas, sino que se prevea también lo que tiende a una conveniente
comodidad de los fieles y a todo aquello que se suele prever habitualmente
en los lugares donde el pueblo se congrega.
El pueblo de Dios, que se congrega para la Misa, lleva en sí una coherente y
jerárquica ordenación, que se expresa en la diversidad de ministerios y de
acción, mientras se desarrollan las diversas partes de la celebración. Por
consiguiente, la disposición general del edificio sagrado conviene que se
haga de tal manera que sea como una imagen de la asamblea reunida, que
facilite un proporcionado orden de todas sus partes y que favorezca la
perfecta ejecución de cada uno de los ministerios.
Los fieles y la schola ocuparán, por consiguiente, el lugar que pueda hacer
más fácil su activa participación.114
El sacerdote celebrante, el diácono y los demás ministros ocuparán un lugar
en el presbiterio. Allí mismo se colocarán los asientos de los
concelebrantes; si su número es elevado, las sillas se dispondrán en otra
parte de la iglesia, pero cerca del altar.
Todo esto, que debe poner de relieve la disposición jerárquica y la
diversidad de ministerios, debe también constituir una unidad íntima y
coherente, a través de la cual se vea con claridad la unidad de todo el
pueblo santo. La estructura y belleza del lugar y de todos los utensilios
sagrados fomenten la piedad y manifiesten la santidad de los misterios que
se celebran.
II. DISPOSICIÓN DEL PRESBITERIO PARA LA CELEBRACIÓN SAGRADA
El presbiterio es el lugar donde está el altar, se proclama la palabra de
Dios y el sacerdote, el diácono y los demás ministros ejercen su oficio. Se
diferencia oportunamente con respecto a la nave de la iglesia, bien por una
cierta elevación, bien por una estructura y ornato peculiar. Sea de tal
capacidad que pueda cómodamente desarrollarse y verse la celebración de la
Eucaristía."'
El altar y su ornato
El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los
signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación
es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción
de gracias que se realiza en la Eucaristía.
La celebración de la Eucaristía en lugar sagrado debe realizarse sobre un
altar, fuera del lugar sagrado, puede también celebrarse sobre una mesa
idónea, empleando siempre el mantel, el corporal, la cruz y los candeleros.
Es conveniente que en toda iglesia haya un altar fijo, que significa de modo
claro y permanente a Cristo Jesús, Piedra viva (1 P 2, 4; cf. Ef 2,20); el
altar puede ser móvil en los demás lugares dedicados a las celebraciones
sagradas.
Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el pavimento de manera
que no se pueda mover; móvil, si se puede trasladar.
El altar se ha de construir separado de la pared, de modo que se le pueda
rodear fácilmente y celebrar de cara al pueblo, que es lo mejor, donde sea
posible. Ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que
espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles.116
De ordinario será fijo y dedicado.
Tanto el altar fijo como el móvil se dedican según el rito que figura en el
Pontifical romano; el altar móvil puede sólo bendecirse.
Según la costumbre tradicional de la Iglesia y su significado, la mesa del
altar fijo sea de piedra; en concreto, de piedra natural. Con todo, puede
también emplearse otro material digno, sólido y bien trabajado, a juicio de
la Conferencia de los Obispos. Los pies o el basamento de la mesa pueden ser
de cualquier materia, con tal que sea digna y sólida.
El altar móvil puede construirse con cualquier clase de materiales nobles y
sólidos, que sirvan para el uso litúrgico, según las diversas tradiciones y
costumbres de los pueblos.
Es oportuno conservar el uso de poner bajo el altar que se va a dedicar
reliquias de Santos, aunque no sean Mártires. Cuídese, con todo de que
conste con certeza la autenticidad de tales reliquias.
Cuando se construya una iglesia nueva, conviene erigir un único altar, que
signifique ante la asamblea de los fieles al único Cristo y a la única
Eucaristía de la Iglesia.
En las iglesias ya construidas, cuando el antiguo altar está colocado de tal
modo que haga difícil la participación del pueblo y no pueda trasladarse sin
detrimento de su valor artístico, constrúyase otro altar fijo,
artísticamente confeccionado y que se ha de dedicar debidamente, y las
acciones sagradas se realizarán exclusivamente sobre él. Para que la
atención de los fieles no se aparte del altar nuevo, el antiguo no recibirá
un especial ornato.
Por reverencia a la celebración del memorial del Señor y al banquete en que
se distribuye el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar en el que
se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que, en forma, medida y
ornamentación, cuadre bien con la estructura del mismo altar.
3O5. En la ornamentación del altar se guardará moderación. Durante el
Adviento adornen las flores el altar con la moderación que conviene a la
índole de este tiempo, sin alcanzar la plenitud de alegría característica
del Nacimiento del Señor. Se prohíbe adornar el altar con flores durante el
tiempo de Cuaresma. Se exceptúa el domingo Laetáre (domingo IV de Cuaresma),
las solemnidades y las fiestas.
El empleo de las flores como adorno para el altar ha de ser siempre moderado
y se colocarán, más que sobre la mesa del altar, en torno a él.
Sobre la mesa del altar se puede poner tan sólo aquello que se requiere para
la celebración de la Misa, es decir, el Evangeliario desde el inicio de la
celebración hasta la proclamación del Evangelio; y desde la presentación de
los dones hasta la purificación de los vasos, el cáliz, con la patena, la
píxide, en caso de que sea necesario, y el corporal, el purificador, la
palia y el misal.
Colóquese también de un modo discreto lo que pueda ser necesario para
amplificar la voz del sacerdote.
Los candeleros, que en cada acción litúrgica se requieren como expresión de
veneración o de celebración festiva (cf. n. 117), colóquense en la forma más
conveniente, o sobre el altar o alrededor de él o cerca del mismo, teniendo
en cuenta la estructura del altar y del presbiterio, de modo que todo forme
una armónica unidad y no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el
altar se hace o se coloca.
También sobre el altar o junto a él debe haber una cruz, con la imagen de
Cristo crucificado, de modo que resulte bien visible para el pueblo
congregado. Conviene que esa cruz permanezca junto al altar también en los
momentos en que no se celebran acciones litúrgicas, con el fin de traer a la
mente de los fieles el recuerdo de la pasión salvífica del Señor.
El ambón
3O9. La dignidad de la palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar
adecuado para su proclamación, hacia el que, durante la liturgia de la
palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles.117
Conviene que en general este lugar sea un ambón estable, no un facistol
portátil. El ambón, según la estructura de cada iglesia, debe estar colocado
de tal modo que permita al pueblo ver y oír bien a los ministros ordenados y
a los lectores.
Desde el ambón únicamente se proclaman las lecturas, el salmo responsorial y
el pregón pascual; pueden también hacerse desde él la homilía y las
intenciones de la oración universal. La dignidad del ambón exige que a él
sólo suba el ministro de la palabra.
Conviene que el ambón nuevo sea bendecido, antes de ser destinado al uso
litúrgico, según el Ritual romano.118
La sede para el sacerdote celebrante y otros asientos
31O. La sede del sacerdote celebrante debe significar su oficio de presidir
la asamblea y dirigir la oración. Por consiguiente, su puesto más apropiado
será de cara al pueblo al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura
del edificio o alguna otra circunstancia lo impida; por ejemplo, si, a causa
de la excesiva distancia, resulta difícil la comunicación entre el sacerdote
y la asamblea congregada o si el sagrario ocupa un lugar central detrás del
altar. Evítese toda apariencia de trono.11 9 Es conveniente que la sede,
antes de recibir su destino litúrgico, se bendiga según el Ritual romano.120
En el presbiterio se colocan las sillas para los sacerdotes concelebrantes y
también para los presbíteros que, revestidos de hábito coral, se hallan
presentes en la concelebración, pero no concelebran.
El asiento del diácono se sitúa cerca de la sede del celebrante. Los
asientos para los otros ministros se disponen de modo que se distingan de
las sillas del clero y les permitan cumplir con facilidad el oficio que se
les ha confiado.121
III. DISPOSICIÓN DE LA IGLESIA
El lugar de los fieles
311. Esté bien estudiado el lugar reservado a los fieles, de modo que les
permita participar con la vista y con el espíritu en las sagradas
celebraciones. En general, es conveniente que se dispongan para su uso
bancos o sillas. Sin embargo, la costumbre de reservar asientos a personas
privadas debe reprobarse.122 La disposición de bancos y sillas, sobre todo
en las iglesias recientes, sea tal que los fieles puedan adoptar las
distintas posturas recomendadas para los diversos momentos de la celebración
y puedan acercarse con facilidad a recibir la sagrada Comunión.
Procúrese que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote, al diácono y a los
lectores, sino que, valiéndose de los modernos instrumentos técnicos,
dispongan de una perfecta audición.
El lugar de la schola y de los instrumentos musicales
Los cantores, según la disposición de cada iglesia, se colocan donde más
claramente se vea lo que son en realidad, a saber, parte de la comunidad de
los fieles y que en ella tienen un oficio particular; donde al mismo tiempo
sea más fácil el desempeño de su función litúrgica; facilítesele a cada uno
de los miembros de la schola la plena participación sacramental en la
Misa.123
El órgano y los demás instrumentos musicales legítimamente aprobados estén
en su propio lugar, es decir, donde puedan ayudar a cantores y pueblo, y
donde, cuando intervienen solos, puedan ser bien oídos por todos. Es
conveniente que el órgano sea bendecido según el Ritual romano antes de su
destino para el uso litúrgico.124
Durante el tiempo de Adviento, el órgano y los demás instrumentos musicales
se emplean con la moderación que conviene la naturaleza de este tiempo, sin
anticipar el pleno gozo de la Natividad del Señor.
Durante el tiempo de Cuaresma se permite el uso del órgano y de los demás
instrumentos musicales sólo para sostener el canto. Se exceptúan el domingo
Laertáre (IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas.
El lugar de la reserva de la Santísima Eucaristía
Según la estructura de cada iglesia y las costumbres legítimas; de cada
lugar, el Santísimo Sacramento se reserva en el sagrario, en una parte de la
iglesia muy digna, distinguida, visible, bien adornada y apta para la
oración.125
El sagrario habitualmente ha de ser único, inamovible, de material sólido, e
inviolable, no transparente, y cerrado de manera que se evite al máximo el
peligro de profanación.126 Es conveniente, además, que sea bendecido antes
de su destino para el uso litúrgico, según el Ritual romano.27
315. Por razón del signo, es más conveniente que el sagrario en el que se
reserva la Santísima Eucaristía no esté en el altar donde se celebra la
Misa.128
Conviene, pues, que el sagrario se coloque, a juicio del Obispo diocesano:
O en el presbiterio, fuera del altar de la celebración, en la forma y en el
lugar más convenientes, sin excluir el altar antiguo que ya no se usa para
la celebración (cf. n. 303);
O también en alguna capilla idónea para la adoración privada y para la
plegaria de los fieles,129 que se halle estructuralmente unida con la
iglesia y a la vista de los fieles.
316. Según una costumbre tradicional, junto al sagrario permanezca siempre
encendida una lámpara especial, alimentada con aceite o con cera, con la que
se indica y se honra la presencia de Cristo.'"
317. Se han de observar también todas las demás disposiciones que, según la
norma del derecho, están prescritas para la reserva de la Santísima
Eucaristía.131
Las imágenes sagradas
318. En la Liturgia terrena, la Iglesia participa, preguntándola, de la
Liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la
que tiende como peregrina, donde Cristo se halla sentado a la diestra de
Dios, y, venerando la memoria de los Santos, espera tener parte con ellos y
ser admitida en su asamblea.132
Por eso, las imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos,
según una tradición antiquísima de la Iglesia, se han de exponer a la
veneración de los fieles en los edificios sagrados133 y se han de colocar en
ellos de modo que lleven como de la mano a los fieles hacia los misterios de
la fe que allí se celebran. Por consiguiente, téngase cuidado de que no
aumente indiscretamente su número y de que en su colocación se guarde un
justo orden para que no distraigan la atención de los fieles en la
celebración misma.'" No haya habitualmente más de una imagen del mismo
Santo. En general, la ornamentación y disposición de la iglesia en lo
referente a las imágenes procure favorecer, además de la belleza y dignidad
de las imágenes, la piedad de toda la comunidad.
Capítulo VI
COSAS NECESARIAS PARA
LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
I. EL PAN Y EL VINO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre, para celebrar
el banquete del Señor, pan y vino mezclado con agua.
El pan para la celebración de la Eucaristía debe ser exclusivamente de
trigo, confeccionado recientemente y, según una antigua tradición de la
Iglesia latina, ázimo.
La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración
eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el
pan eucarístico, aunque sea ázimo y hecho de la forma tradicional, se haga
de tal modo que el sacerdote, en la Misa celebrada con el pueblo, pueda
realmente partirlo en partes diversas y distribuirlas, al menos, a algunos
fieles. No se excluyen de ninguna manera las hostias pequeñas, cuando así lo
exige el número de los que van a recibir la sagrada Comunión y otras razones
pastorales. Pero el gesto de la fracción del pan, que era el que servía en
los tiempos apostólicos para denominar sencillamente la Eucaristía,
manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos
en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se
distribuye entre hermanos.
El vino para la celebración eucarística debe ser "del fruto de la vid" (cf.
Lc 22, 18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias
extrañas.
Póngase sumo cuidado en que el pan y el vino destinados a la Eucaristía se
conserven en perfecto estado: es decir, que el vino no se avinagre y que el
pan no se corrompa ni se endurezca tanto como para que sea difícil luego
partirlo.
Si después de la consagración o en el momento de la Comunión el sacerdote
cae en la cuenta de que no se había puesto vino en el cáliz, sino agua,
dejando ésta en un vaso, pondrá vino y agua en el cáliz, y lo consagrará,
diciendo la parte de la narración que corresponde a la consagración del
cáliz, sin que por eso se considere obligado a repetir la consagración del
pan.
II. UTENSILIOS SAGRADOS EN GENERAL
Como para la edificación de las iglesias, así también, para todo su
mobiliario, la Iglesia acepta el estilo artístico de cada región y admite
todas las adaptaciones que cuadren con el modo de ser y tradiciones de cada
pueblo, con tal que todo responda de una manera adecuada al uso sagrado para
el que se destinan.'"
También en este campo búsquese con cuidado aquella noble sencillez que tan
bien le cae al arte auténtico.
En la selección de materiales para los utensilios sagrados, se pueden
admitir no sólo los tradicionales, sino también otros que, según la
mentalidad de nuestro tiempo, se consideran nobles, son duraderos y se
acomodan bien al uso sagrado. En este campo será juez la Conferencia de los
Obispos en cada región (cf. n. 390).
III. LOS VASOS SAGRADOS
Entre las cosas que se requieren para la celebración de la Misa merecen
especial honor los vasos sagrados, y, entre éstos, el cáliz y la patena, en
los que se ofrecen, consagran y toman el vino y el pan.
Los vasos sagrados se deben confeccionar con metales nobles. Si se fabrican
con metales oxidables o bien menos nobles que el oro, se deberán
ordinariamente dorar del todo por dentro.
A juicio de la Conferencia de los Obispos, con decisiones reconocidas por la
Sede Apostólica, pueden confeccionarse también los vasos sagrados con otros
materiales sólidos y considerados nobles, de acuerdo con la común valoración
de cada país, por ejemplo, de ébano, o de alguna madera dura, con tal que
sean aptos para el uso sagrado. En este caso, se han de preferir siempre
materiales que no se rompan fácilmente ni se corrompan. Esto es válido para
todos los vasos destinados a recibir las hostias, como la patena, la píxide,
la teca, el ostensorio y otros vasos análogos.
Por lo que respecta a los cálices y demás vasos destinados a contener la
Sangre del Señor, tengan la copa de tal material que no absorba los
líquidos. El pie, en cambio, puede hacerse de otros materiales sólidos y
dignos.
Para el pan que se va a consagrar puede convenientemente usarse una patena
más grande, en la que se colocan el pan tanto para el sacerdote y el
diácono, como para los demás ministros y fieles.
Por lo que toca a la forma de los vasos sagrados, corresponde al artista
confeccionarlos, según el modo que mejor corresponda a las costumbres de
cada región, siempre que cada vaso sea adecuado para el uso litúrgico a que
se destina y se distinga nítidamente de los que se destinan al uso
cotidiano.
Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense los ritos
prescritos en los libros litúrgicos. 136
Consérvese la tradición de construir en la sacristía una piscina donde
verter el agua de las abluciones de los vasos y lienzos sagrados (cf. n.
280).
IV. LAS VESTIDURAS SAGRADAS
En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan
un mismo oficio. Esta diversidad de funciones en la celebración de la
Eucaristía se manifiesta exteriormente por la diversidad de las vestiduras
sagradas, que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del
oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben
contribuir al decoro de la misma acción sagrada. Las vestiduras con que se
revisten los sacerdotes y diáconos, así como los ministros laicos, conviene
bendecirlas oportunamente, según el Ritual romano antes de ser destinadas al
uso litúrgico.137
La vestidura sagrada común para todos los ministros ordenados e instituidos
de cualquier grado es el alba, que se ciñe con el cíngulo a la cintura, a no
ser que esté hecha de tal modo que se ajuste al cuerpo sin cíngulo. Antes de
ponerse el alba, si ésta no cubre totalmente el vestido común alrededor del
cuello, empléese el amito. No se puede sustituir el alba por la sobrepelliz
ni siquiera sobre el traje talar cuando se ha de revestir la casulla o la
dalmática o, a tenor de las normas, sólo la estola sin casulla o sin
dalmática.
La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones
sagradas que directamente se relacionan con ella, es la casulla, mientras no
se diga lo contrario, puesta sobre el alba y la estola.
El vestido propio del diácono es la dalmática, que se pone sobre el alba y
la estola: la dalmática, sin embargo, puede omitirse bien por necesidad,
bien cuando se trate de un grado menor de solemnidad.
Los acólitos, lectores y los otros ministros laicos pueden vestir alba u
otra vestidura legítimamente aprobada por la Conferencia de los Obispos en
cada región (cf. n. 390).
La estola la lleva el sacerdote alrededor del cuello y pendiendo ante el
pecho; en cambio, el diácono la lleva cruzada, desde el hombro izquierdo,
pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta.
La capa pluvial la lleva el sacerdote en las procesiones y en algunas otras
acciones sagradas, según las rúbricas de cada rito particular.
Por lo que toca a la forma de las vestiduras sagradas, las Conferencias de
los Obispos pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica las
acomodaciones que respondan mejor a las necesidades y costumbres de las
diversas regiones.138
Para la confección de las vestiduras sagradas, aparte de los materiales
tradicionales, pueden emplearse las fibras naturales propias de cada lugar o
algunas fibras artificiales que respondan a la dignidad de la acción sagrada
y de la persona. De esto juzgará la Conferencia de los Obispos.138
Conviene que la belleza y nobleza de cada vestidura se busque no en la
abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y
en su corte. La ornamentación lleve figuras, imágenes o símbolos que
indiquen el uso sagrado, suprimiendo todo lo que a ese uso sagrado no
corresponda.
La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar
con más eficacia, aun exteriormente, tanto las características de los
misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida
cristiana a lo largo del año litúrgico.
Por lo que toca al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso
tradicional, es decir:
a) El blanco se emplea en los Oficios y Misas del Tiempo Pascual y de
Navidad; además, en las celebraciones del Señor que no sean de su Pasión, de
la Santísima Virgen, de los Santos Ángeles, de los Santos no mártires, en
las solemnidades de Todos los Santos (1 de noviembre) y de san Juan Bautista
(24 de junio), y en las fiestas de san Juan Evangelista (27 de diciembre),
de la Cátedra de san Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de san Pablo
(25 de enero).
El rojo se emplea el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de
Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas
natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los Santos
mártires.
El verde se emplea en los Oficios y Misas del tiempo ordinario.
El morado o violeta se emplea en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. Puede
también usarse en los Oficios y Misas de difuntos.
El negro puede usarse, donde sea tradicional, en las Misas de difuntos.
El rosa puede emplearse, donde sea tradicional, en los domingos Gaudéte (III
de Adviento) y Laetáre (IV de Cuaresma).
En los días más solemnes pueden emplearse vestiduras sagradas festivas o más
nobles, aunque no correspondan al color del día.
Por lo que respecta a los colores litúrgicos, las Conferencias de los
Obispos pueden con todo estudiar y proponer a la Sede Apostólica las
adaptaciones que respondan mejor a las necesidades y modos de ser de los
pueblos.
347. En las Misas rituales se emplea el color propio, o blanco o festivo: en
las Misas por diversas necesidades, el color propio del día o del tiempo, o
el color morado, si expresan índole penitencial (por ejemplo, las Misas nn.
31, 33, 38): y en las Misas votivas, el color conveniente a la Misa elegida
o el color propio del día o del tiempo.
V. OTRAS COSAS DESTINADAS
AL USO DE LA IGLESIA
Además de los vasos sagrados y de las vestiduras sagradas, para los que se
determina un material concreto, todas las otras cosas que se destinan o al
mismo uso litúrgico140 o de alguna otra manera a la iglesia, distínganse por
su dignidad y por su adecuación al fin al que se destinan.
Cuídese de modo particular que los libros litúrgicos -especialmente el
Evangeliario y el Leccionario, destinados a la proclamación de la palabra de
Dios y que, en consecuencia, merecen una particular veneración-, sean
verdaderamente en la acción litúrgica signos y símbolos de realidades
sobrenaturales y, por tanto, verdaderamente dignos, nobles y bellos.
También se ha de cuidar con todo esmero cuanto se relaciona directamente con
el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo, la cruz
del altar y la cruz procesional.
Hágase un serio esfuerzo para que, aun en cosas de menor importancia, se
tengan en cuenta las exigencias del arte y queden conjuntadas la noble
sencillez con la limpieza.
Capítulo VII
ELECCIÓN DE LA MISA
Y DE SUS PARTES
352. La eficacia pastoral de la celebración aumentará, sin duda, si se saben
elegir, dentro de lo que cabe, los textos apropiados de las lecturas,
oraciones y cantos que mejor respondan a las necesidades y a la preparación
espiritual y modo de ser de quienes participan en el culto.
Esto se obtendrá si se sabe utilizar adecuadamente la amplia libertad de
elección que enseguida se describe.
El sacerdote, por consiguiente, al preparar la Misa, mirará más al bien
espiritual común del pueblo de Dios que a su personal inclinación. Tenga
además presente que una elección de este tipo hay que hacerla de común
acuerdo con los que intervienen de alguna manera en la celebración junto con
él, sin excluir a los fieles en las partes que a ellos más directamente les
atañen.
Y, puesto que las combinaciones elegibles son tan diversas, es menester que,
antes de la celebración, el diácono, los lectores, el salmista, el cantor,
el comentarista y el coro, cada uno por su parte, sepa claramente qué textos
le corresponden, y nada se deje a la improvisación. En efecto, la armónica
sucesión y ejecución de los ritos contribuye en gran manera a disponer el
espíritu de los fieles a la participación eucarística.
I. LA ELECCIÓN DE LA MISA
353. En las solemnidades, el sacerdote está obligado a seguir el ca lendario
de la iglesia en que celebra.
354. Los domingos, las ferias de Adviento, Navidad, Cuaresma Pascua, en las
fiestas y memorias obligatorias:
si la Misa se celebra con participación del pueblo, el sacerdote debe seguir
el calendario de la iglesia en que celebra;
si la Misa se celebra con la participación de un solo ministro, e sacerdote
puede elegir el calendario de la iglesia o el suyo propio.
355. En las memorias libres:
En las ferias de Adviento desde el 17 al 24 de diciembre, durante la octava
de Navidad y en las ferias de Cuaresma, excepto el miércoles de Ceniza y las
ferias de Semana Santa, el sacerdote dice la Misa del día litúrgico propio;
de la memoria que puede estar señalada para ese día
en el calendario general puede tomar la colecta, con tal que no coincida con
el miércoles de Ceniza o con una feria de Semana Santa. En las ferias del
Tiempo Pascual pueden celebrarse íntegramente las memorias de los Santos.
En las ferias de Adviento antes del 17 de diciembre, en las ferias del
tiempo de Navidad desde el 2 de enero y en las ferias del Tiempo Pascual, se
puede elegir o la Misa de feria o la Misa del Santo, o de uno
de los Santos de los que se hace memoria, o la Misa de algún Santo inscrito
ese día en el Martirologio.
En las ferias del tiempo ordinario, se puede elegir o la Misa de feria, o la
Misa de la memoria libre que pueda ocurrir, o la Misa de algún Santo
inscrito ese día en el Martirologio, o una Misa votiva o por diversas
necesidades.
Si celebra con el pueblo, el sacerdote procurará no omitir habitualmente y
sin causa suficiente las lecturas que, día tras día, están indicadas en el
leccionario ferial, ya que la Iglesia desea que la mesa de la palabra de
Dios se prepare con una mayor abundancia para los fieles.141
Por la misma razón, será moderado en preferir las Misas de difuntos, ya que
cualquier Misa se ofrece por los vivos y por los difuntos, y en cualquier
formulario de la Plegaria eucarística se contiene el recuerdo de los
difuntos.
Donde los fieles tienen particular devoción a una memoria libre de la
Santísima Virgen o de algún Santo, se ha de dar cauce a su legítima piedad.
Cuando se da la posibilidad de elegir entre una memoria del calendario
general y otra del calendario diocesano o religioso, prefiérase, en igualdad
de condiciones, y según la tradición, la memoria particular.
II. LA ELECCIÓN DE LOS ELEMENTOS DE LA MISA
356. Al escoger los textos de las diversas partes de la Misa, del tiempo o
de los Santos, obsérvense las normas que siguen.
Las lecturas
Para los domingos y solemnidades se señalan tres lecturas, es decir,
Profeta, Apóstol y Evangelio, con las que se educa al pueblo cristiano para
que viva la continuidad de la obra de salvación, según la admirable
pedagogía divina. Estas lecturas han de hacerse estrictamente. En el Tiempo
Pascual, según la tradición de la Iglesia, en lugar del Antiguo Testamento,
la lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles.
Para las fiestas se asignan dos lecturas. Pero si la fiesta es elevada según
las normas al grado de solemnidad, entonces se le añade una tercera lectura,
que se toma del Común.
En las memorias de los Santos, si carecen de lecturas propias, se hacen
normalmente las lecturas asignadas a la feria. En algunos casos se proponen
lecturas apropiadas que ilustran un aspecto particular de la vida espiritual
o de la actuación del Santo. Pero no se debe urgir el uso de estas lecturas
si no lo aconseja una auténtica razón pastoral.
En el leccionario ferial se proponen lecturas para todos los días de
cualquier semana a lo largo de todo el año; por consiguiente, se tomarán
ordinariamente esas lecturas en los mismos días para los que están
señaladas, a no ser que coincidan con una solemnidad o fiesta o una memoria
que tenga lecturas propias del Nuevo Testamento, en las que se haga mención
del Santo celebrado.
Sin embargo, si alguna vez la lectura continua se interrumpe dentro de la
semana por alguna solemnidad, fiesta o alguna celebración particular, le
está permitido al sacerdote, teniendo a la vista el orden de lecturas de
toda la semana, o juntar con las otras lecturas la que tuvo que omitirse, o
determinar qué textos han de llevarse la preferencia.
En las Misas para grupos peculiares se le permite al sacerdote escoger las
lecturas más acomodadas a esta celebración particular, con tal que estén
tomadas de un leccionario aprobado.
En el Leccionario, además, se da una selección particular de textos de la
sagrada Escritura para las Misas rituales, en las que se celebra algún
sacramento o sacramental, o para las Misas que se celebran por diversas
necesidades.
Estos leccionarios se han hecho para que los fieles, oyendo una lectura más
acomodada de la palabra de Dios, puedan llegar a entender mejor el misterio
en el que toman parte y sean formados en una mayor estima de la palabra de
Dios.
Por consiguiente, los textos que se leen en una celebración se han de
determinar teniendo presentes no sólo los oportunos motivos pastorales, sino
también la libertad de elección concedida para estos casos.
En ocasiones se da una forma más larga y una forma más breve de un mismo
texto. En la elección entre ambas formas téngase presente un criterio
pastoral. Hay que considerar la capacidad de los fieles de escuchar con
fruto una lectura más larga o más breve y también su capacidad de escuchar
un texto más completo que se deberá explicar por medio de la homilía.142
Cuando se da opción de elegir entre dos textos ya establecidos o propuestos
como facultativos, habrá que tener presente la utilidad de los que
participan y elegir el texto que resulte más fácil y conveniente a la
asamblea reunida, o bien repetir u omitir un texto que está asignado como
propio para una determinada celebración y facultativo para otra, cuantas
veces la utilidad pastoral lo aconseje.143
Esto puede suceder o cuando un mismo texto se deba leer de nuevo en días
próximos, por ejemplo, un domingo y un lunes, o cuando se tiene el temor de
que un texto vaya a crear alguna dificultad para algún grupo de fieles. No
obstante, se debe evitar que al elegir los textos de la Sagrada Escritura
queden excluidas de modo constante algunas de sus partes.
Además de las facultades arriba mencionadas de elegir algunos textos más
apropiados, se faculta a las Conferencias de los Obispos en circunstancias
especiales para que señalen algunas adaptaciones referentes a las lecturas,
con la condición de que los textos se elijan de un leccionario debidamente
aprobado.
Las oraciones
363. En cualquier Misa, mientras no se indique lo contrario, se dicen las
oraciones propias de esa Misa.
En las memorias de los Santos se dice la colecta propia o, si carece de
ella, la del Común correspondiente; en cambio. la oración sobre las ofrendas
y la de después de la Comunión, si no son propias, se pueden tomar o del
Común o de la feria del tiempo correspondiente.
En los días feriales del tiempo ordinario, aparte de las oraciones del
domingo precedente, se pueden tomar o las oraciones de cualquier otro
domingo del tiempo ordinario o una de las oraciones de las Misas por
diversas necesidades, que se encuentran en el Misal. En todo caso, siempre
está permitido tomar de esas Misas sólo la colecta.
De este modo, se ofrece una mayor riqueza de textos, con los que se alimenta
con mayor abundancia la oración de los fieles.
Con todo, en los tiempos más importantes del año, esta acomodación ya está
prácticamente hecha en las oraciones que se señalan para cada día en el
Misal.
La Plegaria eucarística
La mayor parte de los prefacios con que ha sido enriquecido el Misal Romano
miran a que los temas de la acción de gracias brillen en la Plegaria
eucarística con mayor plenitud y a que los diversos aspectos del misterio de
la salvación se vayan exponiendo con más claridad.
La elección de una u otra de las Plegarias eucarísticas que figuran en el
Ordinario de la Misa, se rige de modo oportuno por estas normas:
a) la Plegaria eucarística I, o Canon romano, que se puede emplear siempre,
se dirá de preferencia en los días en que existe Reunidos en comunión propio
o en las Misas que tienen también su propio Acepta, Señor, en tu bondad;
también en las celebraciones de los Apóstoles y de los Santos que se
mencionan en la misma Plegaria; de igual modo, los domingos, a no ser que
por motivos pastorales se prefiera la Plegaria eucarística tercera;
b) la Plegaria eucarística II, por sus características propias, se emplea
con preferencia en los días ordinarios de entre semana, o en particulares
circunstancias. Aunque tiene su prefacio propio, puede también usarse con
prefacios distintos, sobre todo con los que presentan en forma más resumida
el misterio de la salvación; por ejemplo, con los prefacios comunes. Cuando
la Misa se celebra por un determinado difunto, se puede emplear una fórmula
particular, que figura ya en su respectivo lugar, antes de Acuérdate
también;
c) la Plegaria eucarística III puede usarse con cualquier prefacio. Su uso
se recomienda los domingos y las fiestas. Si esta plegaria se utiliza en las
Misas de difuntos, se puede emplear una fórmula particular para el difunto,
que está ya en su propio lugar; es decir, después de las palabras Reúne en
torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo;
d) la Plegaria eucarística IV tiene un prefacio fijo y da un sumario más
completo de la historia de la salvación. Se puede emplear cuando la Misa no
tiene un prefacio propio y en los domingos del tiempo ordinario. En esta
Plegaria, por razón de su propia estructura, no se puede introducir una
fórmula peculiar por un difunto.
Los cantos
Los cantos establecidos en el Ordinario de la Misa, por ejemplo, el Cordero
de Dios, no pueden substituirse por otros cantos.
En la elección de los cantos entre las lecturas y los cantos de entrada, de
ofertorio y de Comunión, obsérvense las normas establecidas en su lugar (cf.
nn. 40-41, 47-48, 61-64, 74, 86-88).
Capítulo VIII
MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES
Y MISAS DE DIFUNTOS
I. MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES
Puesto que la liturgia de los sacramentos y sacramentales hace que, en los
fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida sean
santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual,'" y puesto
que la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos, el Misal proporciona
modelos de Misas y oraciones que pueden emplearse en las diversas ocasiones
de la vida cristiana, por las necesidades de todo el mundo o de la Iglesia,
universal o local.
Teniendo en cuenta la amplia facultad de elegir lecturas y oraciones,
conviene que las Misas por motivos diversos se usen más bien con moderación,
es decir, cuando las circunstancias lo pidan.
En todas las Misas por motivos diversos, si no se dice expresamente nada en
contrario, se pueden usar las lecturas feriales y los cantos que hay entre
ellas, si concuerdan con la misma celebración.
Entre estas Misas se cuentan las Misas rituales, por diversa necesidades y
votivas.
Las Misas rituales están relacionadas con la celebración de algunos
sacramentos o sacramentales. Se prohíben en los domingos d Adviento, de
Cuaresma y de Pascua, en las solemnidades, en los días d la octava de
Pascua, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos en el miércoles de
Ceniza y en las ferias de Semana Santa, observando además las normas
expuestas en los Rituales o en las mismas Misas.
Las Misas por diversas necesidades, se escogen en cierta circunstancias que
se dan, bien ocasionalmente, bien en tiempos determinados. De entre ellas,
la autoridad competente puede escoger las diversas súplicas que la
Conferencia de los Obispos establecerá a lo largo del año.
Si se presenta alguna grave necesidad o utilidad pastoral, puede celebrarse
la Misa más conveniente por mandato o con permiso del Obispo diocesano; y
eso cualquier día, exceptuando las solemnidades y los domingos de Adviento,
Cuaresma y Pascua, los días de la octava de Pascua, la Conmemoración de
todos los fieles difuntos, el miércoles de Ceniza y las ferias de Semana
Santa.
Las Misas votivas de los misterios del Señor o en honor de la bienaventurada
Virgen María o de los Ángeles o de algún Santo o de todos los Santos se
pueden celebrar para fomentar la piedad de los fieles en las ferias del
tiempo ordinario, aunque coincidan con una memoria libre. Pero no pueden
celebrarse como votivas las Misas que se refieren a los misterios de la vida
del Señor y de la bienaventurada Virgen María, a excepción de la Misa de la
Inmaculada Concepción, ya que su celebración está en armonía con el curso
del año litúrgico.
Los días en que hay una memoria obligatoria, o en una feria de Adviento
hasta el 16 de diciembre inclusive, o del tiempo de Navidad desde el 2 de
enero, o del Tiempo Pascual fuera de la octava de Pascua, son días en los
que, por ley general, se prohíben de por sí las Misas por diversas
necesidades y las votivas. Pero si alguna verdadera necesidad o utilidad
pastoral así lo pide, en la celebración con el pueblo podrán emplearse la
Misa que mejor responda a esa necesidad o utilidad, a juicio del rector de
la iglesia o del mismo sacerdote celebrante.
En las ferias del tiempo ordinario en que hay alguna memoria libre o se
celebra el Oficio ferial, se puede celebrar cualquier Misa y emplear
cualquier oración por diversas necesidades, exceptuando, sin embargo, las
Misas rituales.
Se recomienda de modo particular la memoria de Santa María "en sábado"
porque en la Liturgia de la Iglesia se tributa singular veneración, por
encima de todos los Santos, a la Madre del Redentor.'"
II. LAS MISAS DE DIFUNTOS
El sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo lo ofrece la Iglesia por
los difuntos, a fin de que, por la comunión entre todos los miembros de
Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros les otorgue el
consuelo de la esperanza.
Entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial que se
puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el
Jueves Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y
Pascua, observando, además, cuanto debe observarse según la norma del
derecho.'"
La Misa de difuntos, después de recibida la noticia de la muerte, o con
ocasión de la sepultura definitiva o la del primer aniversario, puede
celebrarse aun en la octava de Navidad, y en los días en que hay una memoria
obligatoria o en una feria que no sea el miércoles de Ceniza o una feria de
Semana Santa.
Otras Misas de difuntos, o Misas "cotidianas", se pueden celebrar en las
ferias del tiempo ordinario en que cae alguna memoria libre o se celebra el
Oficio de la feria, con tal que realmente se apliquen por los difuntos.
En las Misas exequiales hágase regularmente una breve homilía, excluyendo
todo género de elogio fúnebre.
Exhórtese a los fieles, sobre todo a los familiares del difunto, a que
participen en el sacrificio eucarístico ofrecido por él, también acercándose
a la Comunión.
Si la Misa exequial está directamente unida con el rito de las exequias, una
vez dicha la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito
conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida; este
rito solamente se hace cuando está presente el cadáver.
Al ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difuntos, sobre todo la
Misa exequial, que pueden ser unas u otras (por ejemplo: oraciones,
lecturas, oración universal), ténganse presentes, como es debido, los
motivos pastorales respecto al difunto, a su familia, a los presentes.
Tengan, además, los pastores especial cuidado por aquellas personas que, con
ocasión de los funerales, asisten a las celebraciones litúrgicas y oyen el
Evangelio: personas que pueden no ser católicas o que son católicos que
nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso parecen haber
perdido la fe; los sacerdotes son ministros del Evangelio de Cristo para
todos.
Capítulo IX
LAS ADAPTACIONES
QUE COMPETEN A LOS OBISPOS
Y A SUS CONFERENCIAS
La instauración del Misal Romano, que ha tenido lugar en nuestro tiempo
según los decretos del Concilio Ecuménico Vaticano II, se ocupó en todo
momento de que todos los fieles pudieran participar en la celebración
eucarística plena, consciente y activamente tal como exige la naturaleza
misma de la Liturgia, participación a la que los mismos fieles, de acuerdo
con su condición, tienen derecho y deber.147
Para que la celebración responda más plenamente a la norma y al espíritu de
la sagrada liturgia, en esta Ordenación general y en el Ordinario de la Misa
se proponen algunas adaptaciones que se confían al juicio, o bien del Obispo
diocesano, o bien de la Conferencia de los Obispos.
El Obispo diocesano, a quien se ha de considerar como el gran sacerdote de
su grey, de quien deriva, en cierta medida, y depende la vida en Cristo de
sus fieles,'" debe fomentar, dirigir y vigilar la vida litúrgica en su
diócesis. En esta Ordenación general se le confía la moderación de la
disciplina de la concelebración (cf. nn. 202, 374), el establecimiento de
las normas para el oficio de ayudar al sacerdote en el altar (cf. n. 107),
para la distribución de la sagrada Comunión bajo las dos especies (cf. n.
283), así como para la construcción y disposición de las iglesias (cf. n.
291). Pero, por encima de todo, corresponde al Obispo el deber de alimentar
en los presbíteros, en los diáconos y en los fieles el espíritu de la
sagrada liturgia.
Aquellas adaptaciones descritas más abajo y que exigen una mayor
coordinación, las debe establecer, de acuerdo a derecho, la Conferencia de
los Obispos.
A las Conferencias de los Obispos corresponde sobre todo preparar y aprobar
la edición de este Misal romano en las lenguas vernáculas aprobadas, a fin
de que, tras el reconocimiento de la Sede Apostólica, se utilice en las
respectivas regiones.'"
El Misal romano, sea en su texto latino, sea en las traducciones vernáculas
legítimamente aprobadas, se debe publicar de modo íntegro.
Corresponde a las Conferencias de los Obispos determinar las adaptaciones
indicadas en esta Ordenación general y en el Ordinario de la Misa, y, una
vez reconocidas por la Santa Sede, introducirlas en el Misal, como son:
- Los gestos y posturas de los fieles (cf. supra n. 43);
- Los gestos de veneración al altar y al Evangeliario (cf. supra n. 273); -
Los textos de los cantos de entrada, de la presentación de los dones y de la
Comunión (cf. supra nn. 48,74 Y 87);
- Las lecturas de la sagrada Escritura que se han de emplear en
circunstancias particulares (cf. supra n. 362);
- La forma de dar el gesto de la paz (cf. supra n. 82);
- El modo de recibir la sagrada Comunión (cf. supra nn. 160, 283);
- Los materiales del altar y de los utensilios sagrados, especialmente de
los vasos sagrados y la materia, la forma y el color de las vestiduras
litúrgicas (d. supra nn. 301, 326, 329,339, 342-346).
Los Directorios e Instrucciones pastorales que las Conferencias de los
Obispos juzguen útiles, previo el reconocimiento de la Sede Apostólica,
podrán introducirse en el Misal Romano en su lugar oportuno.
Corresponde a las mismas Conferencias de los Obispos ocuparse con particular
solicitud de la traducción de los textos bíblicos que se emplean en la
celebración de la Misa. De la sagrada Escritura se toman las lecturas que se
proclaman y que se explican en la homilía y los salmos que se cantan; las
preces, oraciones y cantos litúrgicos están impregnados de su aliento e
inspiración y de ella reciben su significación las acciones y los signos.'"
Utilícese el lenguaje que corresponda a la capacidad de los fieles y que sea
apto para una proclamación pública, reteniendo lo característico de los
diversos modos de expresión que emplean los libros bíblicos.
Corresponde también a las Conferencias de los Obispos preparar con gran
diligencia la traducción de los otros textos de manera que, respetando la
idiosincrasia de cada lengua, se vierta plena y fielmente el sentido
original del texto latino. Al realizar este cometido, conviene respetar los
diversos géneros literarios que se emplean en la Misa, como son las
oraciones presidenciales, las antífonas, las aclamaciones, los responsorios,
las invocaciones litánicas, etc.
Téngase presente que la traducción de los textos no mira en primer lugar a
la meditación, sino más bien a la proclamación o al canto en el momento de
la celebración.
Se ha de emplear un lenguaje adaptado a los fieles de la región, pero noble
y dotado de calidad literaria, manteniendo siempre firme la necesidad de una
catequesis sobre el sentido bíblico y cristiano de algunas palabras y
expresiones.
Es preferible que, en aquellas regiones en donde se habla una misma lengua,
se conserve, en la medida de lo posible, la misma traducción para los textos
litúrgicos, sobre todo los bíblicos y los del Ordinario de la Misa.151
Considerando el valor eminente del canto en la celebración. como parte
necesaria o integral de la Liturgia,'" corresponde a las Conferencias de los
Obispos aprobar melodías apropiadas, sobre todo para los textos del
Ordinario de la Misa, para las respuestas y aclamaciones del pueblo y para
los ritos particulares que se suceden a lo largo del año litúrgico.
Han de juzgar también qué formas musicales, qué melodías y qué instrumentos
se pueden admitir en el culto divino, que respondan de modo verdaderamente
idóneo al uso sagrado o puedan adaptarse a él.
Conviene que cada diócesis cuente con su calendario y su Propio de Misas. La
Conferencia de los Obispos, por su parte, dispondrá el calendario propio de
la nación o, junto con otras Conferencias de los Obispos, un calendario de
ámbito mayor, que deberá aprobar la Sede Apostólica.'"
Al realizar este trabajo se deberá respetar y defender absolutamente el
domingo como fiesta primordial y. por tanto, no se le deben anteponer otras
celebraciones, salvo que sean de máxima importancia.'" Se ha de procurar que
el año litúrgico, renovado por el Concilio Vaticano II, no se vea oscurecido
por elementos de orden secundario.
A la hora de preparar el calendario nacional, se indicarán los días (cf. n.
373) de Rogativas y los correspondientes a las Cuatro Témporas del año, las
formas y los textos para su celebración,'" junto con otras disposiciones
particulares.
Conviene que, en la edición del Misal, las celebraciones que son propias de
toda la nación o territorio, se incluyan en el lugar que les corresponde en
el calendario general, y las que sean propias de una región o diócesis se
dispongan en un Apéndice particular.
Por fin, si la participación de los fieles y su bien espiritual exigieran
variaciones y adaptaciones más profundas para que la celebración sagrada
responda al espíritu y a la tradición de los diversos pueblos, las
Conferencias de los Obispos podrán proponerlas a la Sede Apostólica según la
norma del artículo n. 40 de la Constitución sobre la sagrada Liturgia, e
introducirlas con su consentimiento, especialmente en favor de aquellas
poblaciones que han recibido el anuncio del Evangelio en tiempos más
recientes.'" Obsérvense atentamente las normas particulares que han sido
establecidas en la Instrucción "La liturgia romana y la inculturación".157
El modo de proceder en esta cuestión será el siguiente:
Ante todo, remítase previamente a la Sede Apostólica una exposición
particularizada para que, tras haber obtenido la debida facultad, se proceda
a elaborar cada una de las adaptaciones.
Una vez aprobadas las propuestas por parte de la Sede Apostólica, se
experimentarán por un tiempo y para unos lugares preestablecidos. Si es el
caso, concluido el plazo ad experimentum, la Conferencia de los Obispos
establecerá la prosecución de las adaptaciones y someterá su formulación
definitiva al juicio de la Sede Apostólica.'"
Pero antes de que se llegue a nuevas adaptaciones, especialmente si son más
profundas, habrá que esmerarse en promover sabia y ordenadamente una debida
instrucción del clero y de los fieles, llevar a cabo la facultad ya prevista
y aplicar plenamente las normas pastorales que responden al espiritual de la
celebración.
Se ha de mantener también el principio según el cual cada Iglesia particular
debe concordar con la Iglesia universal, no sólo en cuanto a la doctrina de
la fe y los signos sacramentales, sino también en cuanto a los usos
universales aceptados por la tradición apostólica y continua; éstos han de
observarse no sólo para evitar errores, sino también para transmitir la
integridad de la fe y para que la ley de la oración se corresponda con la
ley de la fe.159
El Rito romano constituye una parte notable y preciosa del tesoro y del
patrimonio litúrgico de la Iglesia católica, cuya riqueza contribuye al bien
de toda la Iglesia, de modo que su pérdida le infligiría un daño grave.
Con el transcurso de los siglos, este Rito no sólo ha conservado los usos
litúrgicos nacidos de la ciudad de Roma, sino que ha integrado en sí, de un
modo profundo, orgánico y armónico, otros que provenían de las costumbres y
de la cultura de pueblos diversos y también de las Iglesias particulares de
Occidente y de Oriente, adquiriendo de este modo un carácter suprarregional.
En nuestros días, la identidad y la expresión unitaria de este Rito figura
en la ediciones típicas de los libros litúrgicos, promulgados por la
autoridad del Sumo Pontífice y en los correspondientes libros litúrgicos,
aprobados por las Conferencias de los Obispos para su territorio y
reconocidos por la Sede Apostólica:160
A la hora de actuar la inculturación del mismo Rito romano, se debe aplicar
la norma establecida por el Concilio Vaticano II, 161 según la cual no se
deben introducir innovaciones en la reforma litúrgica si no lo exige una
verdadera y cierta utilidad de la Iglesia y teniendo la cautela de que las
nuevas formas se desarrollen orgánicamente a partir de las ya existentes.162
La inculturación exige, además, un necesario espacio de tiempo para que ni
la precipitación ni la imprevisión puedan comprometer la auténtica tradición
litúrgica.
Por último, el hecho de buscar la inculturación no conlleva la creación de
nuevas familias rituales, sino que se pretende responder a las exigencias de
una determinada cultura, pero de modo tal que las adaptaciones introducidas,
bien en el Misal, bien en otros libros litúrgicos, no resulten nocivas a la
índole genuina del Rito romano.163
De ahí que, en medio de la diversidad de lenguas y cierta variedad de
costumbres,164 el Misal romano ha de conservarse en el futuro como un
instrumento y signo ilustre de la integridad y unidad del Rito romano.165
Notas
1 CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, deI 17 de
septiembre de 1562: DS 1738-1759.
2 Sacrosanctum Concilium, n. 47; cf. Lumen
gentium, nn. 3, 28: Presbyterorum ordinis, nn. 2, 4, 5.
3 Misa vespertina de la Cena del Señor, oración
sobre las ofrendas. Cf. Sacramentarium Veronense, ed. L C. Mohlberg. n. 93.
4 Cf. Plegaria eucarística III.
5 Cf. Plegaria eucarística IV
6 Sacrosanctum Concilium, nn. 7, 47:
Presbyterotum ordinis, nn. 5, 18.
7 Cf. Pío XII, Humani generis, deI 12 de agosto
de 1950; PABLO VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei: del 3 de septiembre de
1965; Solemne profesión de fe, del 30 de junio de 1968, nn. 24-26; S. CONGR.
DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, nn. 3 f,
9.
8 Cf. CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XIII. deI 11
de octubre de 1551: DS 1635-1661.
9 Cf. Presbyterorum ordinis, n. 2.
10 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 11.
11 IIbidem. n 50.
12 CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr.
Sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 8: DS 1749
13 Ibidem, can. 9: DS 1759.
14 Ibidem, cap. 8: DS 1749.
15 CONC. ECUM. DE TRENTO, Sacrosanctum Concilium,
n. 33.
16 Ibídem, n. 36.
17 Ibídem, n. 52.
18 Ibídem, n. 35, 3.
19 Ibídem, n. 55.
20 CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr.
sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 6: DS 1747.
21 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.55.
22 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 41: Lumen
gentium, n. 11; Presbyterorum ordinis, nn. 2, 5, 6; Decr. sobre el oficio
pastoral de los Obispos, Christus Dominus, n. 30; Decr. sobre el Ecumenismo,
Unitatis redintegratio. n. 15; S. CONGR. DE RITOS, Instrucción Eucharisticum
mysterium, deI 25 de mayo de 1967, nn. 3 e, 6: AAS. 59 (1967) pp. 542.
544-545.
23 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.10.
24 Cf. Ibidem, n. 102.
25 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.10;
Presbyterorum ordinis, n. 5.
26 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 14, 19,26,28,
30.
27 Cf. Ibídem, n. 47.
28 Cf. Ibidem. n. 14.
29 Cf. Ibidem. n. 41.
30 Cf. Presbyterorum ordinis, n. 13; Código de
Derecho Canónico, can. 904.
31 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.59.
32 Respecto a las celebraciones peculiares de la
Misa obsérvese lo establecido: cf. Misas para grupos particulares: S. CONGR.
PARA EL CULTO DIVINO, Instr. Actio pastoralis. del 15 de mayo de 1969:
A.A.S. 61 (1969) pp. 806- 811; para Misas con niños: Directorio de Misas con
niños, del 1 de noviembre de 1973: AAS. 66 (1974) pp. 30-46; para unir las
Horas del Oficio con la Misa: Ordenación general de la Liturgia de las
Horas, nn. 93.9B; para unir algunas bendiciones y la coronación de una
Imagen de la Virgen María con la Misa: RITUAL ROMANO, Bendicional, edición
típica
1984. Orientaciones generales. n. 28: Ritual de
coronación de una Imagen de la Virgen María, nn. 10 y 14.
33 Cf. Christus Dominus, n. 15; cf. también
Sacrosanctum Concilium, n. 41.
34 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 22.
35 Cf. también Sacrosanctum Concilium, nn. 38,
40: PABLO VI , Const. Ap. Missale Romanum, supra.
36 CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE
LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates Iegitimae, del 25 de enero de 1994:
A.A.S. 87 (1995) pp. 288-314
37 Cf. Presbyterorum ordinis, n. 5 ; Sacrosanctum
Concilium, n. 33;
38 Cf. CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr.
sobre el santo sacrificio de la
Misa, cap, 1: DS 1740: cf. PABLO VI, Solemne
profesión de fe, del 30 de junio de 1968, n. 24: A.A.S. 60 (1968) p. 442.
39 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 7; PABLO VI,
Carta Encíclica Mysterium deI 3 de sept. de 1965: A.A.S. 57 (1965) p. 764:
S. CONC. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967,
n. 9: AAS. 59 (1967) p. 547.
40 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 56; S. CONC. DE
RITOS, Instr. Eucharisticummysterium, deI 25 de mayo de 1967, n. 3: A.A.S.
59 (1967) p. 542.
41 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 48. 51; Dei
Verbum, n. 21; Presbyterorum ordinis, n. 4.
42 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 7,33,52.
43 Cf. Ibidem, n. 33.
44 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram,
del 5 de marzo de 1967, n. 14. A.A.S. 59 (1967) p. 304.
45 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 26-27; S.
CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium. del 25 de mayo de 1967, n.
3 d: AAS. 59 (1967) p. 542.
46 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.30.
47 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram,
del 5 de marzo de 1967, 305. p. (1967) (159 A.A.S. 16 1
48 S. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 336. 1: PL 38,
1472. n. a:
49 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram,
del 5 de marzo de 1967, nn. 7, 16: A.A.S. 59 (1967) p. 302, 305.
50 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 116; cf.
también ibídem, n. 30.
51 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 54; S. CONGR.
DE RITOS, Inter OEcumenici, deI 26 de septiembre de 1964, n. 59: A.A.S. 56
(1964) p. 891; Instr. Musicam sacram, deI 5 de marzo de 1967, n. 47: A.A.S.
59 (1967) p. 314.
52 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 30 y 34; cf.
también ibidem n. 21.
53 Cf. ibidem. n. 40; CONGR. PARA EL CULTO DIVINO
y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, deI 25 de
enero de 1994: A.A.S. 87 (1995) p. 304.
54 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 30; S. CONGR.
DE RITOS, Instr. Musicam sacram, deI 5 de marzo de 1967, n. 17: A.A.S. 59
(1967) p. 305.
55 Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Dies Domin deI 31
de mayo de 1998, n. 50
56 MISAL ROMANO, Apéndice, Rito de la Bendición y
Aspersión del Agua.
57 Cf. TERTULIANO, Adversus Marcionem. IV, 9:
CCSL 1, p. 560; ORÍGENES. Disputatio cum Heracleida, n. 4,24: SCh 67, p. 62;
Statuta Concilii Hipponensis Breviata, 21: CCSL 149, p.39.
58 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.33.
59 Cf. Ibídem, n. 7.
60 Cf. MISAL ROMANO, Ordo lectionum Missae,
segunda edición típica. n. 28.
61 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.51.
62 Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Vicesimus quíntus
annus, del 4 diciembre de 1988, n. 13: A.A.S. 81 (1989) p. 910.
63 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 52; cf. Código
de Derecho Canónico, can. 767 § 1.
64 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Inter
OEcumenia, del 26 de septiembre de 1964, n. 54: AA.S. 56 (1964) p. 890.
65 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 767 § 1;
PONT. COM. PARA LA INTERPRETACIÓN AUTÉNTICA DEL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO,
resp. a una duda acerca del can. 767 § 1: A.A.S. 79 (1987) p. 1249;
Instrucción fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes. Ecclesiae de
mysterio, del 15 Interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la
cooperación de los agosto de 1997, art. 3: A.A.S. 89 (1997) p. 864.
66 Cf. S. CONGR. DE RITOS, lnstr. Inter
OEcumenia, del 26 de septiembre de 1964, n. 53: A.A.S. 56 (1964) p. 890.
67 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.53.
68 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr Inter Ucumenici,
del 26 de septiembre de 1964. n. 56: A.A.S. 56 (1964) p. 890.
69 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 47; S. CONGR.
DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, nn. 3 a,
b: A.A.S. 59 (1967) pp. 540-541.
70 S. CONGR. DE RITOS. Instr. Inter OEcumenici,
del 26 septiembre de 1964, n. 91: A.A.S. 56 (1964) p. 898: Instr.
Eucharisticum mysterium. del 25 de mayo de 1967, n. 24: AAS. 59 (1967) p.
554.
71 Sacrosanctum Concilium. n. 48: S. CONGR. DE
RITOS. Instr. Eucharisticum mysterium, deI 25 de mayo de 1967, n. 12: AA.S.
59 (1967) pp. 548 549.
72 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 48;
Presbyterorum ordinis, n. 5; S. CONGR.
DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, deI 25
de mayo de 1967, n. 12: A.A.S. 59 (1967) pp. 548-549.
73 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, deI 25 de mayo de 1967, nn. 31,32: A.A.S. 59 (1967) pp. 558-559:
S. CONGR. PARA LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Immensae caritatis,
deI 29 de enero de 1973, n. 2: A.A.S. 65 (1973) pp. 267-268.
74 Cf. S. CONGR. PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO
DIVINO, Instr. Inaestimablle donum, deI 3 de abril de 1980, n. 17: AAS. 72
(1980) p. 338.
75 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 26.
76 Cf. ibidem n. 14.
77 Cf. ibidem, n. 28.
78 Cf. Lumen gentium, nn. 26, 28; Sacrosanctum
Concilium, n. 42.
79 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.26.
80 Cf. Ceremonial de los Obispos, nn. 175.186.
81 Cf. Lumen gentium, n. 28: Presbyterorum
ordinis, n. 2.
82 Cf. PABLO VI, Carta Ap. Sacrum diaconatus
Ordinem, deI 18 de junio de 1967: AA.S. 59 (1967) pp. 697-704; PONTIFICAL
ROMANO, Ordenación del Obispo, de los presbíteros y de los diáconos, segunda
edición típica 1989, n. 173.
83 Sacrosanctum Concilium, n. 48; S. CONGR. DE
RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 12: A.A.S.
59 (1967) pp. 548549.
84 Cf. Código de Derecho Canónico. can. 910 § 2:
Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la
cooperación de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes,
Ecclesiae de mysterio. del 15 agosto de 1997, art. 8: A.A.S. 89 (1997) p.
871.
85 Cf. S. CONGR. PARA LA DISCIPLINA DE LOS
SACRAMENTOS, Instr. Immensae caritatis, deI 29 de enero de 1973, n. l:
A.A.S. 65(1973) pp. 265-266; Código de Derecho Canónico, can. 230 § 3.
86 Sacrosanctum Concilium, n. 24.
87 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram,
deI 5 de marzo de 1967, n. 19: A.A.S. 59 (1967) p. 306.
88 Cf. ibidem, n. 21: A.A.S. 59 (1967) pp.
306-307.
89 Cf. PONT. CONC. PARA LA INTERPRETACIÓN
AUTÉNTICA DE LOS TEXTOS LEGISLATIVOS. respuesta a una duda acerca del can.
230 § 2: A.A.S. 86 (1994) p. 541.
90 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 22. i Cf.
Sacrosanctum Concilium, n.41. 92 Cf. Ceremonial de los Obispos, nn. 119-186.
93 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 42; Lumen
gentium, n. 28; Presbyterorum ordinis, n. 5; S. CONGR. DE RITOS, Instr.
Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 26: A.A.S. 59 (1967) p.
555.
94 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 47: AA.S. 59 (1967) p. 565.
95 Cf. ibidem, n. 26: A.A.S. 59 (1967) p. 555;
Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, nn. 16,27: A.A.S. 59 (1967)
pp. 305. 308.
96 Cf. Instrucción interdicasterial sobre algunas
cuestiones acerca de la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de
los sacerdotes. Ecclesiae de mysterio, del 15 agosto de 1997, art. 6: A.A.S.
89 (1997) p. 869.
97 Cf. S. CONGR. PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO
DIVINO, Instr. Inaestimabile donum, del 3 de abril de 1980, n. 10: A.A.S. 72
(1980) p. 336; Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca
de la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes,
Ecclesae de mysterio, del 15 agosto de 1997, art. 8: A.A.S. 89 (1997) p. 871
98 Cf. MISAL ROMANO, Apéndice, Rito para designar
un ministro ocasional para la distribución de la sagrada Comunión.
99 Cf. Ceremonial de los Obispos, nn. 1118-1121.
100 Cf. PABLO VI. Carta Ap. Ministeria quaedam,
del 15 de agosto de 1972: A.A.S. 64 (1972) p. 532.
101 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.57; Código de
Derecho Canónico. can. 902.
102 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 47: AAS. 59 (1967) p. 566.
103 Cf. ibidem, p. 565.
104 Cf. BENEDICTO XV, Const. Ap. Incruentum
altaris sacrificium, del 10 de agosto de 1915: A.A.S. 7 (1915) pp. 401-404.
105 Cf. S. CONGR. DE RITOS. Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 32: A.A.S. 59 (1967) p. 558.
106 Cf. CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXI, del 16
de julio de 1562, Decreto sobre la Comunión eucarística, cap. 1-3: DS
1725-1729.
107 Cf. ibídem, cap. 2: DS 1728.
108 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 122-124;
Presbyterorum ordinis, n. 5: S. CONGR. DE RITOS, Instr. Inter OEcumenici,
deI 26 de septiembre de 1964, n. 90: A.A.S. 56 (1964) p. 897; Instr.
Eucharisticum mysterium, deI 25 de mayo de 1967, n. 24: A.A.S. 59 (1967) p.
554: Código de Derecho Canónico, can. 932 § 1.
109 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.123.
110 S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, deI 25 de mayo de 1967, n. 24: AAS. 59 (1967) p. 554.
111 Cf. Sacrosanctum Concilium, nn. 123, 129; S.
CONGR. DE RITOS, Instr. Inter OEcumenici, del 26 septembris 1964, n. 13 c:
A.A.S. 56 (1964) p. 880.
112 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.123.
113 Cf. ibidem n. 126; S. CONGR. DE RITOS. Instr.
Inter OEcumenici, deI 26 de septiembre de 1964. n. 91: A.A.S. 56 (1964) p.
898.
114 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Inter
OEcumenici, del 26 de septiembre de 1964, nn. 97-98: A.A.S. 56 (1964) p.
899.
115 Cf. ibídem, n. 91: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
116 Cf. ibidem.
117 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Inter
OEcumenici deI 26 de septiembre de 1964, n. 96: AAS. 56 (1964) p. 899.
118 Cf. RITUAL ROMANO, Bendicional, edición
típica 1984. Bendición con ocasión de la inauguración de un nuevo ambón. nn.
900.918 [ed. española, nn. 1002-1021].
119 Cf. S. CONGR. DE RITOS. Instr. Inter
OEcumenici, del 26 de septiembre de 1964, n. 92: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
120 Cf. RITUAL ROMANO, Bendicional, edición
típica 1984, Bendición con ocasión de la inauguración de una cátedra o sede
presidencial, nn. 880899 [ed. española, nn. 978-1001).
121 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Inter
OEcumenici deI 26 de septiembre de 1964, n. 92: AAS. 56 (1964) p. 898.
122 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.32.
123 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam
sacram, deI 5 de marzo de 1967. n. 23: A.A.S. 59 (1967) p. 307.
124 Cf. RITUAL ROMANO, Bendicional, edición
típica 1984, Bendición del órgano, nn. 1052-1067 [ed. española, nn.
1163-1179].
125 Cf. S. CONGR. DE RITOS. Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 54: A.A.S. 59 (1967) p. 568; Instr.
Inter OEcumenici, deI 26 septiembre de 1964. n. 95: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
126 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 52: AAS. 59 (1967) p. 568; Instr.
Inter OEcumenici, deI 26 septiembre de 1964, n. 95: A.A.S. 56 (1964) p. 898;
S. CONGR. DE SACRAMENTOS, Instr. Nulo umquam tempore, deI 28 mayo de 1938,
n. 4: A.A.S. 30 (1938) pp. 199-200; RITUAL ROMANO, Ritual de la sagrada
Comunión y del culto eucarístico fuera de la Misa, edición típica 1973, nn.
10-1 l; Código de Derecho Canónico, can. 938 § 3.
127 Cf. RITUAL ROMANO. Bendicional, edición
típica 1984, Bendición con ocasión de la inauguración de un nuevo sagrario,
nn. 919-929 [ed. española, nn. 1022-1032].
128 Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum
mysterium, deI 25 de mayo de 1967, n. 55: A.A.S. 59 (1967) p. 569.
129 Ibidem, n. 53: A.A.S. 59 (1967) p. 568;
RITUAL ROMANO, Ritual de la sagrada Comunión y del culto eucarístico fuera
de la Misa, edición típica 1973, n. 9; Código de Derecho Canónico, can. 938
§ 2; JUAN PABLO II, Carta Dominicae Cenae, deI 24 de febrero de 1980, n. 3.
130 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 940; S.
CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, deI 25 de mayo de 1967, n.
57: A.A.S. 59 (1967) p. 569; cf. RITUAL ROMANO, Ritual de la sagrada
Comunión y del culto eucarístico fuera de la Misa, edición típica 1973, n.
11.
131 Cf. sobre todo, S. CONGR. DE SACRAMENTOS,
Instr. Nulo umquam tempore, deI 28 mayo de 1938: A.A.S. 30 (1938) pp.
198.207; Código de Derecho Canónico, can. 934-944.
132 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 8.
133 Cf. PONTIFICAL ROMANO. Ritual de la
Dedicación de Iglesias y de altares,
edición típica 1973, cap. IV, n. 10; RITUAL
ROMANO. Bendicional, edición típica 1984, Bendición de imágenes que se
exponen a la pública veneración de los fieles. nn. 984.1031 [ed. española,
nn. 1091-1141].
134 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.125.
135 Cf. ibidem. n. 128.
136 Cf. PONTIFICAL ROMANO. Ritual de la
Dedicación de iglesias y de altares,
edición típica 1977: Bendición del cáliz y de la
patena; RITUAL ROMANO. Bendicional, edición típica 1984, Bendición de
objetos que se usan en las celebraciones litúrgicas. nn. 1068.1084 [ed.
española. nn. 1180-1211].
137 Cf. RITUAL ROMANO. Bendicional, edición
típica 1984. Bendición de objetos que se usan en las celebraciones
litúrgicas, n. 1070 [ed. española, n. 1182].
138 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 128.
139 Cf. ibidem.
140 Lo que se refiere a la bendición de las cosas
que en las iglesias se destinan al uso litúrgico. cf. RITUAL ROMANO,
Bendicional, edición típica 1984, tercera parte.
141 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.51.
142 MISAL ROMANO. Ordenación de las lecturas de
la Misa, segunda edición típica 1981, Prenotandos, n. 80.
143 Ibídem, n. 81.
144 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.61.
145 Cf. Lumen gentium, n. 54; PABLO VI, Exhort.
Ap. Marialis cultus, del 2 de febrero de 1974, n. 9: A.A.S. 66 (1974) pp.
122-123.
146 Cf. sobre todo Código de Derecho Canónico,
can. 1176-1185; RITUAL ROMANO, Ritual de exequias, edición típica 1969.
147 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 14.
148 Cf. ibidem, n. 41.
149 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 838 § 3.
150 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.24.
151 Cf. ibídem, n. 36 § 3.
152 Cf. ibidem, n. 112.
153 Cf. Normas universales para el Año litúrgico
y el Calendario, nn. 48-51; S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, Instr.
Calendaria particularia, del 24 de junio de 1970, mi. 4, B: AAS. 62 (1970)
pp. 652.653.
154 Cf. Sacrosanctum Concilium, n.106.
155 Cf. Normas universales para el Año litúrgico
y el Calendario; S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, Instr. Calendaria
particular/a, deI 24 de junio de 1970, n. 3B: A.A.S. 62 (1970) p. 660.
156 Sacrosanctum Concilium, nn. 37-40.
157 Cf. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae., deI 25 de enero
de 1994: nn.' 54. 62-69: A.A.S. B7 (1995) pp. 308-309, 311. 313.
158 Cf. ibidem, nn. 66-68: A.A.S. 87 (1995) p.
313.
159 Cf. ibidem, nn. 26-27: AAS. 87 (1995) pp.
298-299.
160 Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Vicesimus
quintus annus, deI 4 de diciembre de 1988, n. 16: AAS.81 (1989) p. 912:
CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr.
Varietates legitimae, deI 25 de enero de 1994, nn. 2, 36: A.A.S. 87 (1995)
pp. 288, 302.
161 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 23.
162 Cf. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietateslegitimae, deI 25 de enero
de 1994, n. 46: A.A.S. 87 (1995) p. 306.
163 Cf. ibidem, n. 36: A.A.S. 87 (1995) p. 302.
164 Cf. ibídem, n. 54: AA.S. 87 (1995) pp.
308-309.
165 Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 38; PABLO VI ,
Const. Ap. Missale Romanum.