La Renovación de la Parroquia por medio de la Liturgia
SÉPTIMA PARTE
LOS TIEMPOS LITÚRGICOS
CAPÍTULO I
EL AÑO LITÚRGICO EN LA PARROQUIA
La liturgia envuelve al cristiano y a la parroquia de un ritmo cuádruple para asegurarles la vida de la gracia: con los sacramentos, desde el nacimiento hasta la muerte, con el Año Litúrgico, con el día del Señor -el domingo-y, en fin, con la jornada cristiana. Estos cuatro círculos concéntricos envuelven al cristiano santificándole. El primero envuelve al individuo considerado en particular, teniendo en cuenta su personalidad y su individualidad: el bautismo, la confirmación y el alimento de la sagrada Eucaristía, la entrada en el matrimonio, la ordenación sacerdotal y los últimos sacramentos son cosas que uno recibe por sí y para sí. Los otros tres círculos nos rodean a todos juntos y no tienen en cuenta la personalidad del cristiano, considerado aisladamente. Sucede lo mismo que en la naturaleza: cada individuo nace, crece, pasa a través de la vida en determinadas condiciones y, al fin, muere. Pero el año, la semana y el día comprenden a todas las criaturas juntas y les ayudan a asegurar y desarrollar su vida terrena. Otro tanto puede decirse de la vida sobrenatural de la gracia. Mientras que los medios de lograr la gracia están determinados por las necesidades de cada uno, el año cristiano, la semana y el día se dirigen por medio de la liturgia y su fuerza sacramental a la comunidad. Esta idea es muy importante para el ministerio parroquial. El párroco debe practicar el ministerio individual allí donde se trate de la vida sobrenatural de cada uno. Para eso dispone de todo un sistema de sacramentos y sacramentales. La mayor parte del ritual sirve a este primer círculo. Además ha de ejercer un ministerio comunitario con el que desarrolla en torno a la comunidad el círculo del Año Litúrgico, de la semana y del día.
Ya conocemos bien el sentido y la importancia del Año Litúrgico, mas ahora vamos a insistir en el tema referente al Año Litúrgico en la vida parroquial. Resumiremos lo más posible la exposición teórica para insistir en el aspecto práctico.
1. Sentido exacto del término Año litúrgico. ¿Cuál es el sentido de esta expresión? Vamos a examinar aquí la cuestión discutida de si existe en el espíritu de la liturgia un Año Litúrgico (el término Año Litúrgico, como es sabido, no se encuentra en ninguno de los libros oficiales de la Iglesia) y cuándo comienza este Año Litúrgico. Desde luego no hay hasta ahora nada definitivo. Hay razones para probar que comienza con el Adviento y las hay para probar que comienza con Septuagésima. Ningún texto litúrgico habla del comienzo del Año Litúrgico; la liturgia no conoce ninguna fiesta de fin de año. Según se conciba el Año Litúrgico histórica o sacramentalmente se prefiere comenzarle en Adviento o Septuagésima. Para nuestro propósito esta polémica es algo muy secundario y no debemos inquietar a los seglares con semejante cuestión. En la vida de ministerio hay que mirar el Año Litúrgico más por el lado de la gracia que por el histórico. El Año Litúrgico no es solamente una representación histórica de la Redención y. en particular, de la vida de Jesucristo. Se ha venido diciendo que las cuatro semanas de Adviento correspondían a los cuatro mil años anteriores al nacimiento del Salvador, y que desde Navidad a la Ascensión acompañábamos a Jesús en su vida terrenal, y desde Pentecostés hasta el último domingo de ese tiempo se representaba el crecimiento y la vida de la Iglesia hasta el fin del mundo... Esta concepción puramente exterior del Año Litúrgico, ha pasado ya como anticuada.
El sentido y el objeto del Año Litúrgico no es otro que la vida sobrenatural del individuo, de la parroquia y de toda la Iglesia, para que tengan vida y la tengan en abundancia. El paralelo entre la naturaleza y el año natural nos ayudará a comprender el Año Litúrgico. El árbol crece, reverdece, florece y da sus frutos a lo largo del año y de las estaciones. Igualmente el mundo animal, como, por ejemplo, el ave, desarrolla su vida en las diversas épocas del año. Del mismo modo el alma ha de desarrollar su vida sobrenatural, recibida en el bautismo durante los diversos tiempos del Año Litúrgico; símbolo de la Iglesia o de la parroquia, en la que el grano de mostaza crece a lo largo de las diversas estaciones del Año Litúrgico, el Cuerpo Místico de Cristo madura en espera de su glorificación. El Año Litúrgico es un año de vida del Cristo Místico sobre la tierra.
También podemos considerar el Año Litúrgico en su aspecto racional e instructivo, o sea, como una escuela de formación de la vida cristiana, como un catecismo vivo, como una Biblia abierta, como una dogmática y una moral hecha oración. El Año Litúrgico puede ayudarnos enormemente a los directores de almas en el confesonario, en el púlpito, en el catecismo, en todo el ministerio. Hay ya catequistas prestigiosos que procuran sacar al catecismo de ese panorama demasiado mecanizado en sus tres partes (verdades que hay que creer, mandamientos que hay que guardar y sacramentos que hay que recibir) para relacionarlo con el ritmo orgánico del Año Litúrgico. Ni faltan confesores que guían a sus dirigidos uniendo sus exhortaciones y direcciones al Año Litúrgico. También los predicadores pueden utilizarlo con provecho. En una palabra: todo sacerdote que haya procurado basar su ministerio y predicación en el Año Litúrgico, ha tenido que experimentar que la riqueza de las ideas, temas y sentimientos que se encuentran en el Año Litúrgico, le ofrece una mina inagotable para la formación religiosa de sus fieles. El Año Litúrgico es realmente para los hijos de Dios un guía de almas en el pleno sentido de la palabra. Mas todas estas ideas nos son ya sobradamente conocidas para que nos detengamos en ellas.
Es preferible considerar el Año Litúrgico sacramentalmente. Para mucho es ésta una idea desconocida. El Año Litúrgico tiene un carácter sacramental. ¿Qué significa esto? Para explicarlo hay que partir del concepto de sacramento. ¿Qué es un sacramento? Recordemos, por ejemplo, el bautismo. El sacerdote derrama el agua sobre la cabeza del bautizado pronunciado la forma "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Por medio de las palabras y la acción de la infusión del agua (forma y materia) se verifica algo muy sublime: el hombre se convierte en un redimido, en un hijo de Dios. Una vida divina llena su alma, el cielo le abre sus puertas y el Espíritu Santo comienza a morar en ese corazón. Según esto, ¿qué es un sacramento? Un sacramento es una fuente, un medio y un instrumento de la gracia. Los siete sacramentos de la Iglesia son las grandes fuentes de la gracia. Mas con esto no quiero decir que no haya otros medios. El catecismo habla también de los sacramentales, que son, por decirlo así, pequeños sacramentos que no obran tan inmediatamente como los grandes sacramentos. Quisiera hablar ahora del concepto de sacramento tal como lo entendía la primitiva Iglesia (1 El concepto tradicional del Sacramento es mucho más amplio que la noción técnica escolástica reducida a los siete Sacramentos. Este concepto tradicional puesto de actualidad por la Teología de los Misterios, de Dom CASE., es el que refleja PARSCH en estas páginas. N. del T.). El sacramento es una manifestación de Dios que reporta gracia al hombre. Este concepto implica dos elementos importantes, divino uno y otro humano, o mejor aplicado al hombre: 1, una presencia, un encuentro, un acercarse a Dios. Dios viene a nosotros por medio del sacramento; 2, un perdón, una gracia, una santificación del hombre. El hombre se hace santo y se llena de Dios. En este sentido el principal y más grande de los sacramentos es el Hombre-Dios, Jesucristo mismo, puesto que El es la manifestación
máxima de Dios en la tierra. Con El Dios mismo ha venido a vivir en medio de los hombres. Al mismo tiempo nos ha traído la gracia de la Redención. El segundo gran sacramento es la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. También por Ella Dios se nos aproxima. En cualquier rincón del mundo en donde está la Iglesia allí también está Dios y Cristo. La Iglesia es también la dispensadora de las gracias; sus manos que bendicen y consagran derraman por doquier la gracia de la salvación. Esta acción sacramental de la Iglesia se extiende a todo aquello que se encuentra bajo su sagrado dominio: lugares, tiempos, personas y cosas.
Es el Reino de Dios que viene a nosotros, que crece como el granito de mostaza, lo penetra todo y fermenta toda la masa. Es preciso que sintamos y vivamos de nuevo lo sacramental de la Iglesia, su fuerza interna. Es algo totalmente sobrenatural y que viene del cielo, a diferencia de las influencias naturales y sicológicas. Creo que esto ha sido realmente un gran hallazgo del movimiento litúrgico: reconocer de nuevo el aspecto sacramental de la Iglesia y del culto.
Ciertamente todo el culto o la liturgia es un gran sacramento, un río abundante de gracias. En él se encuentran los dos elementos precisos: 1.° El acercamiento de Dios; en la sagrada liturgia Dios y Cristo se hacen presentes y están junto a nosotros. 2.° Pero no están con las manos vacías, sino que nos dan su perdón y su gracia santificante. Sí, en la liturgia Cristo perpetúa su obra redentora y en ella se cumple realmente su promesa: "Estoy con vosotros hasta el fin del mundo".
Lo dicho del carácter sacramental de la Liturgia en general, puede afirmarse también del Año Litúrgico. Es un tiempo de santificación y de gracias. El Año Litúrgico es sacramental, pues se dan en él estos dos elementos: 1.° Dios aparece en el tiempo, sale de la eternidad para entrar en el tiempo y llenarlo de su presencia y de sus gracias. 2.° Dios no viene con las manos vacías; santifica nuestro tiempo, lo purifica y lo llena de gracia. El Año Litúrgico es, además, un tiempo de santificación, un tiempo lleno de Dios y cerca de Dios.
Nos conviene comprender y sentir esto. En el pueblo cristiano vive aún un resto del carácter sacramental del tiempo. ¡Cómo estiman aún nuestros aldeanos el domingo como día consagrado a Dios! Hay cristianos que se acusan al confesarse de haber profanado el domingo con el pecado. ¡Cómo sentimos en las grandes fiestas el carácter sacramental del tiempo! ¡Cómo, por ejemplo, el día de Navidad, aparte de las consideraciones sicológicas, experimentamos que es un día de gracia! La liturgia nos ayuda a interpretar y sentir este misterio cuando en su santa vigilia canta y repite: crastina die delebitur iniquitas terrae et regnabit super nos Salvator mundi - Crastina die erit vobis salus.
No podremos captar debidamente la hondura y sentido del Año Litúrgico sin tener presente su sacramentalidad, como la entrada de Dios con sus gracias en nuestro tiempo.
No necesito explicar las muchas consecuencias importantes que se desprenden de estas ideas para un pastor de almas. ¡Cómo se santificará su parroquia a lo largo del Año Litúrgico! ¡Cómo se llenarán de Dios las horas y los días en que reza el breviario por la parroquia y por la Iglesia! El domingo es el día divino para toda la parroquia, el gran día de trabajo espiritual para las almas. ¡Cómo celebrará el párroco las grandes fiestas de Navidad sabiendo que Dios mismo visita su parroquia y la llena de sus divinas gracias! Todo el Adviento ha sido una pre-paración para este encuentro con Dios. De repente todos los textos litúrgicos del Adviento aparecen mucho más realistas y comprensibles cuando se sabe que todos ellos quieren decir: el Rey llega. ¡El Señor se acerca! El Adviento es un verdadero acercamiento de Cristo a nuestra alma. ¡Cuánto más luminoso se nos hará el Año Litúrgico de este modo! No podemos dividir el Año Litúrgico en tres ciclos como se ha venido haciendo hasta ahora; no hay más que dos ciclos: el de invierno y el de verano, Navidad y Pascua. Cada uno de ellos cuenta con un período preparatorio, otro de la fiesta y un tercero para terminar. Me gusta representar estos dos ciclos como dos grandes montañas: la de Navidad y la de Pascua. Ambas tienen su subida, una cumbre y una bajada. Usemos de otra comparación: dos grandes olas de gracias pasan sobre nosotros y sobre la parroquia. Cada una de ellas desciende; es el tiempo humano, el tiempo de la preparación (Adviento y Cuaresma).
Luego la ola nos lleva hacia el perdón y el encuentro con Dios. Viene después el período de la festividad: desde Navidad a Epifanía, desde Pascua a Pentecostés: son los tiempos divinos, los tiempos sacramentales. Finalmente la ola desciende de nuevo desde la montaña de la. Transfiguración; estamos ahora en el tiempo de trabajo, en la labor de todos los días.
Siendo la vida de la gracia el objeto y el sentido de todo el Año Litúrgico, podemos también considerarla partiendo de la gracia del bautismo. Pascua es el centro y la cumbre del Año Litúrgico, es el tiempo más santo. En Pascua todos los sacramentos reciben nueva fuerza. En Pascua nos vemos como bautizados otra vez, confirmados de nuevo, los sacerdotes nos sentimos como recién ordenados y los esposos vuelven a recibir nuevas gracias para su vida matrimonial. En Pascua nos hacemos criaturas nuevas. Pascua es para todos el día del bautismo. Basta este efluvio de gracias que llueve sobre nuestra alma en el Tiempo Pascual para justificar la Cuaresma con sus cuarenta días de preparación, de catecumenado y de penitencia. La Cuaresma es un curso intensivo de formación cristiana y parroquial. La Cuaresma nos prepara a esa gracia del nuevo bautismo. El Tiempo Pascual (Pascua-Pentecostés) nos comunica de nuevo positivamente la gracia del bautismo: el cristiano ha de sentirse el dichoso hijo de Dios. El tiempo de Navidad con el Adviento y el ciclo de sus fiestas es una especie de preludio del Tiempo Pascual y prepara también a los fieles para la gracia del bautismo. Mas para llevar la luz del bautismo a través de cada día, la Iglesia celebra cada domingo una pequeña fiesta pascual y con ella una fiesta bautismal. Cada domingo es un día de bautismo, un aniversario del bautismo. De este modo hemos contemplado todo el Año Litúrgico a la luz de la gracia del bautismo.
No creo necesario subrayar los valores pastorales que encierra esta postura relativa al objeto del Año Litúrgico. No es una simple celebración, una serie de ejercicios piadosos y de fiestas, sino que con todas sus fiestas y sus tiempos el Año Litúrgico pretende el fin de todo ministerio: "que tengan vida y vida en abundancia". Con este texto queda bien claro el significado pastoral del Año Litúrgico.
2. Participación activa. Trátase ahora de ver cómo se puede hacer vivir el Año Litúrgico en la parroquia. El Año Litúrgico tiene dos elementos, uno divino y otro humano. Ya hemos hablado del elemento divino, que no es otro que el aspecto sacramental, la visita que Dios nos hace con sus gracias. La ola de sus gracias baña el alma y la parroquia. Pero existe, además, un elemento humano: la celebración exterior del Año Litúrgico. Aquí entran las costumbres, funciones, oraciones reglamentadas y prescritas por la Iglesia en su liturgia. Esto tiene su importancia para la acción de la gracia. Es cosa cierta que cuanto más participe un cristiano y una parroquia en estas manifestaciones humanas del Año Litúrgico, tanto más obrará en él la fuerza sacramental. Llegamos con esto a una importante exigencia esencial en la liturgia católica, a la participación activa de los fieles en la celebración del Año Litúrgico. Los párrocos han de considerar como una labor importante el hacer que sus fieles participen activamente en la celebración del Año Litúrgico. También aquí se aplica la consigna de Pío XI de que los fieles no deben ser simples oyentes (muti auditores) en los oficios del Año Litúrgico, sino verdaderos participantes.
Para exponer claramente el concepto de la participación activa me he servido en estas páginas de la comparación con un espectáculo. El único que toma parte activa es el actor, no el espectador. Pero esta comparación supone un tercer término. No debemos extrañarnos de que la liturgia, sobre todo el Año Litúrgico, sea un espectáculo, un drama de una admirable realidad. Podemos llevar aún más lejos esta comparación.
Todo espectáculo necesita un escenario, en nuestro caso una iglesia. De aquí podemos sacar múltiples consecuencias para la buena disposición de la iglesia parroquial. Los actores necesitan sus vestiduras especiales, distintas de las de los profanos. A este propósito podríamos pasar revista a los ornamentos litúrgicos, incluso los de los ministros inferiores: sacristanes, acólitos, cantores, etc.
En los espectáculos suelen cambiar las decoraciones; podría hablarse de la decoración de la iglesia a lo largo del Año Litúrgico. No se dejarían durante todo el año las flores de papel llenas de polvo y desteñidas en el altar... Convendría también guardar cierta jerarquía y diferencia en los ornamentos, en los colores, tapices y flores.
¡Qué cuidado tendría el párroco en todos los cultos, en sus gestos, en las procesiones y en sus movimientos y en los de la asamblea si tuviera siempre presente que está actuando en un drama sagrado!
Conviene que el párroco esté penetrado de la idea de que toda la parroquia tiene un papel que cumplir en el drama del Año Litúrgico, no solamente como oyentes sino también como actores, cada cual naturalmente en su puesto: el sacerdote como jefe (mystagogo) y los fieles como colaboradores.
3. Condiciones previas. Quisiera indicar ciertas condiciones que presupone la celebración exacta del Año Litúrgico.
a) Ante todo se necesita un sacerdote que viva él mismo al ritmo del Año Litúrgico. Nadie puede dar lo que no tiene. Ese sacerdote debe haber experimentado en sí mismo la fuerza sacramental del Año Litúrgico. Debe utiliza* y entender esos tres libros vitales: breviario, misal y Biblia que han de acompañarle durante todo el Año Litúrgico. Estos tres libros le abrirán todas las riquezas y plenitud del Año Litúrgico. Ellos han de ser sus libros de meditación y de predicación. Si llena el corazón de su contenido la boca no podrá hablar de otra cosa.
b) La segunda condición previa es una iglesia bien cuidada, caldeada y dispuesta litúrgicamente donde se pueda celebrar realmente el culto en paz y en un estado de espíritu adecuado. Considero como una barbaridad el obligar a los fieles a ir a una iglesia sin calefacción. Es un falso ascetismo el hacer que los fieles asistan a los cultos tiritando y dando diente con diente.
c) La tercera condición es un salón parroquial. Sin él no se pueden tener los ensayos ni se puede imbuir en los fieles el espíritu del Año Litúrgico.
d) La cuarta se refiere a los auxiliares parroquiales. Se trata de un grupo de fieles que se pongan a disposición del párroco y sean como el núcleo de la parroquia. La masa es difícil de manejar, más bien imita, es pasiva. Este grupo de auxiliares ensaya, proporciona los entrenadores y da el ejemplo. Si el párroco puede contar con este grupo, confíe en el éxito de las ceremonias. Puede además utilizarlo para los más diversos servicios del Año Litúrgico.
e) Al grupo anterior hay que añadir la "schola". Es importante y aun necesaria una "schola" compuesta de niños o de muchachos. Ha de situarse junto al altar y, en cuanto sea posible, con sus vestidos litúrgicos.
f) Se impone, por fin, constituir una serie de oficios con una formación particular para cada caso. El sacristán ha de ser un sujeto piadoso y lleno de celo litúrgico. El organista ha de gustar y comprender el canto y la liturgia popular. El oficio del lector es sumamente importante. No suele ser fácil el hallar buenos lectores. Tampoco es superfluo el cargo de portero. Pero sobre todo tiene importancia el grupo selecto de acólitos y monaguillos. Es importantísimo para la solemnidad de una función litúrgica el contar con un buen número de acólitos bien formados.
g) Si se dan todos estos factores, si los ornamentos, la decoración de la iglesia, el canto, el sonido de las campanas, el órgano y todo lo demás está en perfecta armonía, entonces la liturgia resultará además una obra de arte que ha de impresionar los espíritus de los fieles.
4. Los elementos. Vamos a enumerar rápidamente los principales elementos que intervienen en los oficios del Año Litúrgico.
a) El centro de todo oficio en el Año Litúrgico debe ser el sacrificio de la misa. En este punto debemos proceder evidentemente de una manera orgánica separando lo esencia] de lo accesorio. Lo que da solemnidad a un culto no son las novenas, ni las aureolas eléctricas, ni las exposiciones solemnes, ni las montañas de cirios, ni los oficios largos con su música polifónica, sino la celebración del santo sacrificio --centro de toda la fiesta- con una participación inteligente por parte del pueblo.
b) Otro elemento debería ser el Oficio Divino. Hay que hacer que nuestros fieles vayan poco a poco rezando las horas canónicas, sin perder de vista su objeto. En algunos países se han conservado las vísperas; no es una utopía el ver al párroco celebrando con lo más escogido de su parroquia los oficios de laudes, vísperas y completas.
c) Un cuidado especial deberíamos poner en las funciones de la tarde. Celebrándose estos oficios en lengua vulgar, el párroco tiene la posibilidad de organizarlos enteramente según las necesidades de sus feligreses, y dentro del espíritu del Año Litúrgico. En vez de tantas oraciones soporíferas y monótonas, podrá componer él mismo otras oraciones y lecturas sacadas del breviario, de la Biblia, de las vidas de los santos y así poner estas funciones a contribución del Año Litúrgico. El sábado por la tarde y las vísperas de las fiestas deberían utilizarse de una manera especial para preparar el ambiente.
d) Las reuniones parroquiales celebradas fuera de la iglesia en el salón parroquial, había que aprovecharlas para dar a conocer el Año Litúrgico. Podrían organizarse reuniones de Adviento, Navidad, etc. Pero insistiendo mucho en el aspecto religioso.
e) Las tradiciones familiares y parroquiales ayudan también a la celebración del Año Litúrgico y tienen grandísima importancia para hacérselo comprender a los fieles. Casi todas estas tradiciones tienen su origen en la celebración de las fiestas litúrgicas de las que representan el aspecto popular.
f) Por fin, entran también las muchas y bellas ceremonias que se celebran a lo largo de todo el año, como las procesiones, bendiciones, las consagraciones y todas esas magnas ceremonias con las que siempre goza el pueblo.
Termino con una observación: en todos los símbolos que utilice el párroco para la instrucción de los fieles, lo que interesa es que subraye y haga notar el sentido de tales símbolos. Un símbolo simplemente esbozado pierde su sentido porque no se ha puesto bastante en relieve la idea sugerida por ese signo. Al pueblo le gusta ver y tocar. Por eso debemos luchar contra la volatilización de los signos. Así, por ejemplo, el cirio pascual no debe ser una vela miserable, sino un buen cirio adornado y realmente encendido durante el Tiempo Pascual; solamente de esta manera será un verdadero símbolo del divino Resucitado.
El cuidado amoroso de celebrar en la parroquia el Año Litúrgico proporcionará al párroco grandes alegrías espirituales y su parroquia se asemejará a un jardín regado, fértil y bien cultivado... El Padre celestial no dejará de dar a su fiel jardinero el salario merecido.
CAPÍTULO II
LA SEMANA SANTA EN LA LITURGIA POPULAR
¿Cómo presentar a los fieles la Semana Santa? He aquí un problema que se le plantea a todo párroco. Año tras año sufre al verse obligado a celebrar estas bellas funciones ante los bancos vacíos y viendo que los pocos fieles que asisten apenas si comprenden la grandeza y sublimidad de la Semana Santa. La solución está en el movimiento litúrgico popular que le pone a su disposición dos cosas: 1, un medio para comprender la liturgia de esos días, y 2, una indicación para lograr la participación más activa posible del pueblo cristiano.
Se impone ante todo que el sacerdote mismo sepa bien el significado de esta Semana y de sus diversas ceremonias. No faltan obras que explican los ritos de la Semana Santa. Si el párroco mismo no está penetrado de la sublimidad de estas ceremonias, no logrará que el pueblo llegue a comprender esta sublimidad. Por eso es de todo punto necesario que el párroco emplee los últimos días de la semana de Pasión para familiarizar a su parroquia con la liturgia de la Semana Santa. Ha de explicar piadosamente todo el desarrollo de las ceremonias, pero no en una iglesia fría, sino en el salón parroquial bien caldeado. Esta explicación no será de provecho si el párroco no ha preparado las traducciones de los textos litúrgicos para poder proceder con ellos a su explicación. Por lo demás una de las consignas del ministerio moderno debe ser que no haya función litúrgica sin un folleto que contenga los textos. Sacerdote que descuide esta exigencia elemental de la pedagogía no puede considerarse como sacerdote moderno. Por eso que no se extrañe si su iglesia está cada vez más vacía. Las condiciones previas para la buena celebración de la Semana Santa son las siguientes: 1, estudio personal; 2, preparación de los fieles, y 3. que éstos dispongan de traducciones.
Y vamos ahora a la explicación directa de las ceremonias de la Semana Santa. Dos partidos se ofrecen a nuestra consideración: mientras los partidarios del uno insisten en observar lo más exactamente posible toda la liturgia romana, dando una importancia particular a la lengua latina y a la fidelidad rigurosa de las rúbricas, los partidarios del otro insisten en la participación activa del pueblo haciendo cortes en los ritos mismos de la liturgia y utilizando en la medida de lo posible la lengua vulgar. Creo que no deberíamos discutir sobre este punto. Los dos caminos llevan a Roma; cada párroco debe saber lo que puede esperar de su parroquia. Mientras que en una parroquia será preferible el latín, en otra no habrá más modo de conducir a los fieles a la liturgia que por medio de traducciones. Es cuestión de método. No hay que llamarse por eso unos a otros herejes. Respetemos la libertad de los hijos de Dios y no desaprobemos la buena intención del que procede de distinta manera que nosotros. Por propia experiencia en nuestro país y en los países vecinos, sabemos que actualmente ambos métodos tienen éxito: el método que ataca de frente comenzando inmediatamente con la liturgia en latín y el otro método de rodeo que llega al término de la comprensión de la liturgia recurriendo a las traducciones. Muy bien podrían ambos sistemas aunar sus experiencias y utilizarlas para el mayor bien de los fieles. Añadamos que los dos quieren obedecer a la Iglesia y seguir a las rúbricas como norma de conducta. La cuestión que se le presenta, pues, al párroco en la celebración de la Semana Santa es, por un lado, la liturgia íntegra, y, por otro, la popular.
Vamos al detalle. El Domingo de Pasión la iglesia debe presentar un aspecto distinto del ordinario. Las cruces cubiertas con velos, e igualmente las imágenes y los cuadros tapados o quitados de sus sitios. No hay que olvidar esto. Todo lo que en la iglesia hable a los sentidos debemos subrayarlo de modo particular. Es la lección de cosas de la liturgia.
El Domingo de Ramos es la puerta de entrada para la Gran Semana ((1) En lo que resta del presente capitulo nos hemos visto precisados a adaptar a la nueva ordenación de la liturgia de la Semana Santa aquellos elementos que han sido superados por la misma. N. del T.). El significado de este día no es sólo el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén sino también nuestro deseo de acompañar solemnemente al Salvador en su Pasión. Pero no podremos hacer esto si antes no nos hemos consagrado como soldados y mártires. Tal es el significado de la ceremonia del Domingo de Ramos. No comprenderemos ni celebraremos debidamente tal ceremonia si no nos representamos de un modo vivo a Cristo entre nosotros y nos consideramos como sus discípulos que le preparamos un cortejo triunfal. Acompañamos a Cristo, divino Maestro, desde el monte de los Olivos hasta la ciudad santa para asistir a su Pasión. Se trata, pues, de un drama sacro en el que nosotros no vamos a ser meros espectadores, sino verdaderos actores. El Domingo de Ramos es, por lo tanto, un verdadero drama litúrgico popular. Creo que no hay en todo el año otra fiesta que pueda ser utilizada de manera tan dramática por todo el pueblo. Cada acto de este drama debe aparecer totalmente separado uno de otro. El primer acto se desarrolla en el monte de los Olivos, el segundo durante la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén y el tercero en el templo. Los dos primeros actos son alegres, victoriosos y triunfales; en cambio, el tercero es ya triste y nos introduce al gran drama de la Cruz. El ideal sería que estas tres escenas se desarrollaran realmente en sitios distintos en los que los fieles se sintieran actores del drama. Si en una parroquia hay dos iglesias, y mejor, si una de ellas está en un alto, la bendición debería tener lugar en este "monte de los Olivos", luego la procesión podría dirigirse cantando a la iglesia principal para celebrar en ella el santo sacrificio de la misa.
Acto primero. Nos reunimos todos en la iglesia, que hoy representa el monte de los Olivos, para prepararnos a la solemne procesión de los ramos en honor de Cristo Rey. Comenzamos por bendecir los ramos que vamos a llevar durante la procesión. Los ramos se encuentran colocados en una mesa cerca del altar o los llevan los fieles en propias manos. La bendición de los ramos y la lectura del evangelio (entrada de Jesús en la ciudad) se podrá hacer al modo de una misa con cantos. Mientras el sacerdote bendice los ramos conviene, pues, que un lector lea en lengua vulgar la oración. Terminada la oración se procede a la distribución de los ramos. La Iglesia supone una distribución solemne: ¡es nuestra consagración anual como caballeros y mártires! Al recibir los ramos los fieles se consideran como mártires y desde ese momento se sienten capaces de acompañar al Rey de los Mártires en su Pasión. Durante la distribución de los ramos nos sentimos ya como los niños de los judíos que iban cantando delante del Salvador. Explique el celebrante a los fieles que el ponernos la Iglesia nuestra Madre la palma o el ramo en las manos en este día, lo mismo que en el día de la purificación (Candelaria) el cirio, no es una simple ceremonia carente de sentido... El día de la Candelaria prometimos ser hombres de luz; hoy prometemos ser mártires y confesores. ¿Tenemos conciencia de lo que significa ser mártir? Ser Mártir es ser testigo de Cristo en las obras y en la vida, testigo por la palabra, aun con el riesgo de perder todos nuestros bienes, nuestra sangre y nuestra vida. Si colgamos el ramo bendito en nuestra habitación acordémonos durante todo el año de nuestra consagración como mártires.
Insisto en que esta ceremonia es como una consagración martirial y en la que somos armados caballeros de Cristo, de la milicia cristiana. Por eso el párroco debe procurar que los ramos benditos sean entregados realmente a los fieles, ya sea por sí mismo en las parroquias reducidas, ya entre varios sacerdotes en las más populosas. Esto lo aprecian mucho los fieles.
Terminada la distribución de los ramos y cantado el evangelio convendrá tener una breve alocución en la que el sacerdote ha de explicar el significado de la procesión. Si habla a la asamblea con entusiasmo serán sus palabras de un efecto magnífico.
Acto segundo. Como caballeros y confesores de Cristo estamos preparados para acompañar a Cristo, Rey de los Mártires, en su combate heroico. El segundo acto es, pues, una función importante. Vamos al combate en pos del Vencedor de la muerte y del infierno. ¿Cómo podríamos inflamar los corazones de nuestros fieles para disponerlos a celebrar debidamente esta solemne procesión? Supongamos que estamos en los tiempos de las persecuciones, de los mártires; uno de nosotros ha sido condenado a muerte por profesar la fe de Cristo. La comunidad cristiana toda entera le acompaña hasta el lugar del suplicio. ¡Con qué respeto iríamos nosotros en este cortejo!
La procesión no debe ser un pobre esbozo, como ocurría antes de la reforma de la Semana Santa en algunas iglesias. En la Edad Media era ésta un imponente homenaje a Jesucristo; se salía de la ciudad, los fieles llevaban las palmas -signos de la victoria- en sus manos. Cristo era conducido simbólicamente bajo la imagen de un crucifijo o del evangelio. Esto tenía un hondo simbolismo: los cristianos caminaban con Jesucristo formando un cortejo de vencedores y de confesores.
Hagamos también nosotros de esta procesión algo vivo y una verdadera manifestación de fe. No olvidemos a los niños que, como los pueri Hebraeorum, juegan un papel importante. Cada vez que se cante el Hosanna agiten todos alegremente los ramos. Durante el trayecto puédense alternar cantos litúrgicos y populares. Los cantores pueden cantar los textos latinos y la gente del pueblo cantos populares. Pero lo importante es que todos los asistentes a la procesión canten y participen, para lo cual es conveniente preparar con la parroquia esta ceremonia.
Acto tercero. Comienza ahora en la iglesia un cambio de disposiciones: la nota dominante es una profunda gravedad. La escena se desarrolla en Jerusalén. ¿Para qué ha entrado Nuestro Salvador en esa ciudad? ¿Para hacerse coronar Rey? No, para sufrir por nosotros. La misa nos transporta de lleno a la historia de la Pasión; todas las partes de la misa son profundamente tristes. La Iglesia nos presenta la figura paciente del Mesías. Los cantos son quejas puestas en labios de Cristo que grita a su Padre en un abandono total. Tres hombres nos pintan la muerte sobre la cruz: el real profeta David (salmo 21), el Apóstol de las gentes San Pablo (epístola) y el evangelista San Mateo (Pasión).
La misa debería celebrarse en la medida de lo posible como misa de comunidad. Por lo menos debe cuidarse de que todos los fieles estén provistos del texto. ¡Cuántas veces he tenido que ver en las iglesias durante la lectura de la Pasión a la gente aburrida mientras el organista se esforzaba por rellenar este silencio...! En la misa rezada otro sacerdote, o bien un seglar preparado, debería leer la Pasión en lengua vulgar, o, lo que sería mejor aún, deberían repartirse los papeles entre varios lectores. Nosotros los católicos hemos descuidado el hacer amar al pueblo la Pasión. Los protestantes tienen numerosas traducciones y casi todos los grandes compositores antiguos han puesto en música alguna Pasión. La experiencia me ha enseñado que la lectura o el canto de la Pasión hecha de una forma dramática producen en toda la asistencia un gran efecto.
Tales son las posibilidades de una celebración del Domingo de Ramos según los postulados de la liturgia popular. Todos los sacerdotes que han hecho este mismo ensayo afirman que la ceremonia de este día puede convertirse en una emocionante manifestación religiosa. Mas no hay que olvidar que se precisa una preparación espiritual y técnica.
Las Tinieblas. Siempre me han dado pena los fieles que van a las Tinieblas sin entender nada de este drama magnífico, de esta "trilogía de la Semana Santa". Últimamente va mejorando la situación. Algunos católicos siguen t1 oficio de las Tinieblas, pero su número resulta ridículo en comparación de los que no conocen nada. Sería conveniente distribuir folletos a la puerta de la iglesia. Pero téngase en cuenta que una simple traducción sin la explicación no basta.
El oficio de Tinieblas debe volver a ser un tesoro al alcance del pueblo allí donde habían caído en desuso. También en este punto hay diversas posibilidades. Si hay un coro de religiosos o de cantores se deben cantar en latín. En este caso hay que invitar al pueblo a que las sigan con una traducción. Pero si no se dan estas condiciones será preferible que se digan en lengua vulgar a modo de plegaria popular. Podríase ir ensayando poco a poco algunas modificaciones; las Lamentaciones, por ejemplo, cantarlas en latín o en lengua vulgar; los Responsorios con una melodía más sencilla; las Lecturas hechas por los hombres o los jóvenes. Dar una importancia especial al canto del Christus factus est y del Benedictus.
Sé por experiencia que los fieles se interesan mucho por estos oficios si se les invita a desempeñar un papel y si se les prepara bien. Hay que preparar mucho y bien. El mundo espiritual de los salmos y de las horas canónicas es mucho más extraño para el pueblo para que pueda hacerse cargo de repente de todo su sentido.
El Jueves Santo es el primer día del Triduo Sacro. Para nuestros fieles lo que cuenta es, sobre todo, la misa y quizás el Mandatum o lavatorio de los pies.
La misa de este día tiene un significado especial: es el aniversario de la última Cena; hay algo en ella de impresionante y emotivo. Debiéramos celebrarla reunidos en espíritu en el Cenáculo con Jesús y sus Apóstoles. Enseñemos a nuestros fieles a dar gracias a Dios este día por haberse instituido en él el santo sacrificio de la misa y el sacerdocio que continúa su Sacerdocio Real. La misa lene una doble atmósfera de alegría y de tristeza. El altar se adorna con flores, la cruz del altar mayor se cubre de olor blanco, los ornamentos de los oficiantes son también blancos; se canta el Gloria, tanto tiempo sin oírse, y se tocan por última vez las campanas. ¡Pocos momentos del año más emocionantes para nuestras almas! Inmediatamente se callan las campanas expresando la tristeza... Sin embargo, por encima de esta alegre ceremonia que rememora la institución de la Sagrada Eucaristía, flota una nube de muda tristeza. El párroco ha de tener presentes todos estos elementos en la ornamentación de la iglesia, en los colores y en la solemnidad.
Pero hay además una cosa sobre la que he de insistir especialmente: el banquete pascual de la familia parroquial. Ese día, sacerdote y pueblo, se sientan a la misma mesa. El párroco, como padre de la familia, y los demás sacerdotes como sus ayudantes, y toda la parroquia como una gran familia se sientan en la sagrada mesa y reciben el Pan del Cielo de manos del representante de Cristo. Esta misa podría ser muy bien una misa de comunidad. Procúrese ponerla a una hora en la que puedan acudir los que trabajan. Por supuesto, los fieles comulgarán en la misa. ¡Cuántas veces he podido ver este día comulgar a los fieles fuera de la misa porque en ella sólo los sacerdotes podían hacerlo!
¿Es factible el lavatorio de los pies? Son las circunstancias las que han de decidirlo; en todo caso está permitido en todas partes. El despojo de los altares se ha de hacer siguiendo las reglas establecidas.
El Viernes Santo. Este día en que nos han robado al Esposo es el día del gran duelo de la Cristiandad. El único día en que no se celebra el santo sacrificio de la misa porque el Sumo Sacerdote Jesucristo ofrece en él su sacrificio sangriento en el ara de la cruz. Comprenderemos así por qué la Iglesia despliega hoy todo su amor, toda su solicitud y todo su arte para celebrar dignamente el día de la muerte de Jesús. Nos encontramos en el Sancta Santorum de la Semana Santa.
Entramos en el templo y lo hallamos vacío, sin adorno alguno, con el sagrario abierto y vacío. Todo esto expresa el dolor que invade nuestros corazones. Comienza el oficio: hoy no hay introito, sino un profundo silencio..., no hay cruz ni velas en el altar..., la sacerdotes llevan ornamentos negros y se postran en el presbiterio en tierra simbolizando el estado de la humanidad antes de la Redención. El oficio que sigue es antiquísimo. Examinado de cerca resulta una especie de misa sin consagración: de la misma manera que todas las misas se componen de ante-misa, consagración y comunión, así también tenemos hoy un oficio análogo a ella. En lugar de la consagración y elevación se muestra al pueblo solemnemente la cruz y se la da a adorar después.
Comiénzase con una especie de antemisa, recuerdo venerable de una misa de los catecúmenos de la primitiva liturgia (oración, lectura, responsorio, oración, segunda lectura con su responsorio y canto de la Pasión de San Juan). Siguen las oraciones solemnes llamadas en conjunto Oración de los fieles.
El punto culminante y la parte central de toda esta función litúrgica postmeridiana del Viernes Santo lo constituye la impresionante y dramática ostensión y adoración de la cruz.
Por fin, el rito de la comunión con las hostias consagradas el día anterior y que han estado reservadas en el monumento, hace que percibamos todos más copiosamente los frutos de nuestra redención.
Para el buen desarrollo y resultado de estas tan emotivas ceremonias procure el párroco fijarse en los puntos siguientes:
1.° Que todo se realice con gran dignidad, y para lograr esto se deben preparar con el mayor empeño y cuidado estas ceremonias, únicas en el año, y han de ensayarse en todos sus detalles con sacerdotes, ministros, acólitos, cantores, etc.
No podrán resultar lo suficientemente emotivas estas ceremonias si no se hace todo con el mayor orden, detalle, dignidad y piedad.
2.° Hay que procurar que los asistentes comprendan todo y se adhieran lo más posible al drama sacro, siguiéndole todos con especial atención y recogimiento.
Tampoco en esta función litúrgica postmeridiana del Viernes Santo ha de haber espectadores mudos e inactivos...
Se precisan, pues, textos, una buena explicación previa y una verdadera participación activa en todo aquello que la liturgia de ese día permita.
Pensando bien las cosas no resultaría difícil que el pueblo entrara en acción. Un lector podría leer las lecciones en lengua vulgar desde un púlpito y la misma Pasión podría leerse o también cantarse repartiendo los papeles acostumbrados de Cronista, Cristo, Sinagoga y Pueblo.
El sermón del Viernes Santo, tan arraigado en ciertos países, debería tenerse en su momento litúrgico. ¡Cuánto más convincente sería si fuera injertado nuevamente en la liturgia del día, es decir, después del canto de la Pasión! Primero con las lecturas, luego con la explicación del sacerdote, y, por fin, con el sermón estarán ya preparados los corazones para la solemne adoración de la cruz. Durante esta sublime ceremonia de la adoración de Cristo bajo el símbolo de la cruz, el pueblo no debe permanecer como simple espectador. Las rúbricas dicen que después del clero se acerquen los fieles a la entrada del presbiterio a besar la santa cruz mientras se cantan los emocionantes improperios.
Si se ve que esta ceremonia va a resultar demasiado larga, podría colocarse otra cruz.
La Vigilia Pascual. La liturgia de la Vigilia Pascual es el rito de la noche de Pascua y una ceremonia bautismal. Es la cima de todo el culto litúrgico del año.
En esta sacratísima noche se dan cita dos grandes acontecimientos: la Resurrección de Cristo y el renacimiento del hombre en el bautismo. La noche de la Vigilia Pascual no sólo recuerda la Resurrección de Cristo del sepulcro, sino también la resurrección espiritual del hombre y su entrada en el reino de la gracia. En la primitiva Iglesia el bautismo expresaba esta idea magníficamente: Cristo y los cristianos celebran la Resurrección. En el bautismo de los nuevos cristianos en esta noche inmediatamente antes de la Resurrección del Salvador, se encerraba un profundo simbolismo al que aludía San Pedro: "El hombre muerto con Cristo, sumergido en las aguas y sepultado con El para resucitar inmediatamente con Cristo para vivir nueva vida..." En la primitiva Iglesia los nuevos bautizados eran los predicadores vivos de la resurrección espiritual: Cristo resucita en cada bautizado.
Pueden distinguirse en esta Vigilia Pascual las siguientes partes principales:
Bendición de la luz (fuego nuevo); bendición del cirio pascual. El cirio pascual ha de ser un cirio grande y decorado con gusto, digno de simbolizar durante cuarenta días a Cristo. Hay que lograr que tanto estas bendiciones como la solemne procesión con el "Lumen Christi" y el bellísimo pregón pascual que las siguen, se realicen con dignidad y participen en todo ello los fieles.
Las Profecías no son otra cosa que una antigua vigilia. Representan con figuras del Antiguo Testamento el efecto del bautismo y la grandeza del cristianismo. Si no se explican estas lecturas proféticas a los fieles y se preparan debidamente, resultarán para el sacerdote y para los fieles muy pesadas. Podría aprovecharse la Cuaresma para explicar a los fieles estas profecías durante las conferencias bíblicas y en la Vigilia Pascual se deberían leer a los fieles en lengua vulgar. Mientras se leen en el altar en latín un lector podría leer un resumen con alguna explicación. La experiencia ha demostrado que es éste un buen medio para salir airoso en este punto muerto.
A la primera parte de las Letanías sigue la bendición del agua bautismal ((1) Esta ceremonia es altamente instructiva y facilita intuitivamente la inteligencia de la causa instrumental de los sacramentos: los elementos naturales merced a una fuerza santificaste que reciben del Espíritu Santo producen efectos sobrenaturales. (N. del T.). Sería interesante que coincidiera en este momento algún bautizo. El Codex Juris Canonici y el Ceremoniale Episcoporum expresan el deseo de que se celebre realmente en ese momento algún bautizo. Esto ha de impresionar a los fieles.
Sigue luego la renovación de las promesas del bautismo. En esta oportunísima ceremonia se trata de que hagamos personalmente la profesión de fe de nuestro bautismo que entonces hicieron por nosotros los padrinos. El cirio encendido que tenemos en nuestras manos simboliza la gracia de nuestro bautismo y debe comprometernos a conservar nuestra alma sin pecado. Moja el sacerdote al fin el hisopo en el agua bautismal acabada de bendecir y aspergea al pueblo en memoria de nuestro bautismo. La honda impresión que esta ceremonia produce será patente.
Prosíguese luego la segunda parte de las letanías de los Santos.
La misa solemne de la Vigilia Pascual era el primer sacrificio de los recién bautizados, invitados por vez primer sacrificio de los recién bautizados, invitados por primera al banquete del Cordero. De este modo el párroco puede
hacer de esta misa un memorial del bautismo y de la primera comunión.
OCTAVA PARTE
LOS SEGLARES Y LA LITURGIA POPULAR
CAPÍTULO I
UN NUEVO TIPO DE SEGLAR
Así como el nuevo cultivo de la liturgia ha ejercido benéficos efectos en los demás terrenos de la vida religiosa, del mismo modo el principio litúrgico de la participación activa del pueblo en la liturgia no se ha limitado sólo al altar y a la iglesia, sino que se va proyectando en toda la vida cristiana y creando un nuevo tipo de seglar, cristiano independiente y mayor de edad con plena responsabilidad de su vida religiosa y de la de su prójimo ((1) La frase "cristiano independiente y mayor de edad" que aparentemente tiene un sentido peyorativo no ha de entenderse en P. Parsch como independencia absoluta al modo del libre examen protestante -lo cual es incompatible con la constitución jerárquica de la Iglesia- sino en el sentido de una misión que el seglar, en virtud de su carácter cristiano, tiene que realizar en el Cuerpo Místico de Cristo. Esta revalorización actual de la personalidad cristiana del seglar, que ha dado origen a la novísima Teología del Laicado, es una de las cuestiones suscitadas por el moderno movimiento litúrgico y uno de sus más preciados frutos. (N. del T.)
1. Echemos una rápida mirada sobre la situación de ayer. Desde hace casi unos mil años el seglar no tenía que hacer otra cosa en la Iglesia que escuchar y obedecer. El sacerdote en su iglesia era el dueño absoluto; en su oficio sacerdotal él sólo ofrecía el sacrificio, mientras que los fieles no eran más que simples oyentes mudos y participantes pasivos en el culto litúrgico. Sólo el sacerdote era proceder si no es de un gran movimiento espiritual católico.
Un gran movimiento espiritual católico nacido de la liturgia de la Biblia, de la piedad de la gracia, es el único que puede comprender la verdadera labor del seglar católico en conformidad con las directivas del Papa Pío XI.
Tales son los pilares sobre los que ha de basarse ese nuevo tipo del seglar católico: Acción Católica y participación en la liturgia. Sobre este sólido fundamento ponemos los pies cuando nos referimos a la independencia del seglar en la Iglesia.
2. Del mismo modo que la vida religiosa se fundamenta enteramente en las fuentes bautismales y en el altar, en la gracia y en los sacramentos, así también el puesto del seglar en la Iglesia no puede explicarse y considerarse fuera de este espíritu.
¿Cuál es el papel del sacerdote y del seglar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo? El sacerdote en su iglesia y ante su parroquia hace las veces de Cristo. Pero también como Cristo es el servidor de los fieles. Como todo superior, el sacerdote está en continuo riesgo a causa de la naturaleza viciada por el pecado original, de cambiar su papel de servidor en el de dominador, dejándose llevar por cierta manía de mando para con aquellos que dependen de su ministerio. Con razón Jesucristo llamó la atención de sus Apóstoles para que comprendieran su función de jefes de una manera distinta de las autoridades civiles: "Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyugan y que los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser potentado sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos" (San Mateo, XX, 25-28). Y como el Señor sabía que los sacerdotes de su Iglesia habían de sufrir la tentación de dominar, no vaciló de manifestar en la última Cena por medio del lavatorio de los pies, que su última voluntad era que los sacerdotes de su Iglesia fueran, más que señores, siervos. "Yo os he dado ejemplo para que vosotros también lo hagáis como yo lo he hecho con vosotros" (San Juan, XIII, 15). Este lavatorio de los pies lo llama la Iglesia el Mandatum, pero con frecuencia suele ser una ceremonia que no trasciende luego a nuestra vida.
Entre el carácter bautismal y el sacerdotal hay un grado intermedio, el carácter del confirmado. No solemos poner en esto mucha atención por ser algo que reciben todos los bautizados. Pero para nuestro intento, que es estudiar el nuevo tipo del seglar católico, merece la pena el considerarlo más detalladamente. El carácter sacramental de la confirmación refuerza el bautismo y comunica algo de la ordenación sacerdotal ((1) La ordenación sacerdotal confiere una doble potestad: una sobre el Cuerpo Eucarístico (potestad de orden) y otra sobre el Cuerpo Místico (potestad de jurisdicción). Como quiera que todo sacramento que imprime carácter, según Santo Tomás, confiere una participación del sacerdocio de Cristo, parece ser -según nuestro movimiento litúrgico ha puesto de manifiesto- que por el sacramento del bautismo todo fiel participa del poder oferente (no consagrante) del sacerdocio de Cristo por el cual participa activamente en los cultos litúrgicos. Por la confirmación participa en el apostolado jerárquico de la Iglesia. (N. del T.). Podríamos decir que la confirmación es el sacramento del sacerdocio de los seglares, o, con Pío XI, el sacramento de la Acción Católica. La confirmación nos hace capaces de tomar parte activa y completa en la liturgia. La confirmación da esa capacidad y el derecho al trabajo pastoral y de apostolado en la Iglesia.
3. Y vamos, a base de esto, a entrar en la descripción concreta de los deberes del seglar en la Iglesia, tanto negativa como positivamente.
a) El seglar no debe intervenir en los actos consecratorios de la liturgia. No tiene nada que desempeñar en la consagración eucarística ni en la absolución sacramental; sólo puede ser ministro en el sacramento del bautismo en caso urgente y en el del matrimonio. No hay necesidad de decir que los partidarios del movimiento litúrgico estamos firmemente adheridos a la doctrina del sacerdocio jerárquico, cuyos dominios no queremos debilitar con la doctrina del sacerdocio universal.
No hay misa ni sacramentos sin sacerdote consagrado, pero en caso de necesidad y de persecución se puede permitir a los seglares ciertos ministerios litúrgicos, como la distribución de la sagrada Eucaristía; hace pocos años lo hemos podido ver.
b) La administración y la dirección de la parroquia, de la diócesis y de la Iglesia universal no puede depender, por expresa voluntad de Cristo, de los seglares, como si el sacerdote no fuera más que un celebrante de misas y un administrador de los sacramentos que por lo demás no tuviera nada que hacer y estuviera sometido a la autoridad de los seglares. Semejante doctrina se opondría totalmente a la idea del Cuerpo Místico de Cristo. Cada parroquia, grande o pequeña es un Cuerpo Místico con su cabeza, cuerpo y miembros; Cristo es siempre la cabeza y tiene como representante visible al sacerdote a quien ha sido confiada la parroquia.
c) La predicación es también, sin género de duda, una labor reservada al sacerdote. Tampoco esto se puede discutir. Sin embargo, el seglar tiene cierta participación en la predicación de la fe. No le está prohibido, sino, al contrario, se le recomienda mucho el leer y meditar los libros sagrados de la Biblia... Puede también comunicar al círculo familiar el fruto de sus lecturas, y hasta puede muy bien organizar reuniones y charlas de tipo religioso entre sus amigos. Esto está completamente de acuerdo con las incumbencias de la Acción Católica.
d) El campo completo de la sagrada liturgia es, evidentemente, propio del sacerdote. Es el presidente del coro y el liturgo. Tampoco en este punto caben dudas. Mas, por otra parte, el sacerdote no puede celebrar la liturgia sin el elemento seglar. Si es verdad que no hay misa sin sacerdote, también lo es que tampoco la hay sin fieles, como en su reciente encíclica lo dijo expresamente Pío XII. Para que haya verdadera liturgia se precisa una parroquia y una parroquia que participe. La liturgia sin la participación de la parroquia es contraria a la naturaleza.
¡Cuán magnífico campo se abre a los seglares en este terreno! Bajo la dirección del sacerdote, el seglar tiene en la liturgia numerosas atribuciones que le elevan al rango del sacerdote en muchas oraciones litúrgicas.
e) El ministerio pastoral era antes monopolio sacerdotal. Ahora los seglares han sido invitados solemnemente por el Papa Pío XI a participar en él. Este es el sentido propio de la Acción Católica. La confirmación hace que esto sea para los seglares un derecho y un deber. El acrecentamiento y refuerzo del Cuerpo Místico es la labor que preocupa a toda la Iglesia. Cada seglar tiene hoy "su pequeña parroquia", medio familiar, parientes, amigos y conocidos confiados a su ministerio. Hoy el padre, la madre, el patrón, el jefe o director deben preocuparse de su responsabilidad frente a las almas de sus subordinados. ¡Gran labor para este nuevo tipo de seglar!
f) La dirección espiritual es ciertamente incumbencia del sacerdote; en el confesonario tiene un medio incomparable de acercarse a las almas. Tampoco podemos discutir esto. Mas cierta independencia y un sentimiento más vivo de sus responsabilidades de este nuevo tipo de seglar católico no están reñidos con lo que acabamos de afirmar. Un nuevo sentido de responsabilidad será la legítima consecuencia del estudio fervoroso de la Biblia, de las enseñanzas de Jesucristo y de la dirección espiritual de la Iglesia a través del Año Litúrgico. Claro que cada uno puede libremente escoger su director espiritual e incluso es de aconsejar que se tenga, pero no siempre encuentra uno el que le conviene. Puede también suceder que un seglar pueda guiar espiritualmente a otros y penetrar allí donde no habría podido llegar la influencia del sacerdote. Naturalmente que estas intervenciones del seglar no tienen un carácter oficial.
g) Una última reflexión acerca del nuevo tipo de seglar. En los tiempos difíciles de la persecución, cuando al seglar podrá mostrarse en toda su grandeza. En tales condiciones cuando al sacerdote le resulte del todo imposible su ministerio, en estas coyunturas el seglar deberá reemplazar al sacerdote en diversos campos del ministerio, de la liturgia y de la dirección de la parroquia. Entonces será cuando el seglar podrá tocar la cumbre de su sacerdocio real sacrificando sus bienes y hasta su vida.
Acabo de bosquejar el perfil del nuevo tipo del seglar. Este seglar lleva consigo la responsabilidad de su salvación y la de aquellos que le están confiados, trata de edificar el reino de Dios en su parroquia y en toda la Iglesia, marcha a través de la vida con tres libros -la santa Biblia, el breviario y el misal- y tiene plena conciencia de su sacerdocio real.
CAPITULO II
EL SEGLAR Y LA BIBLIA
Uno de los más grandes y serios cuidados del ministerio es el poner la Biblia a disposición de los seglares. Lanzando una mirada retrospectiva sobre los treinta años de nuestra labor al servicio de la Biblia, hemos de reconocer que hemos obtenido buenos resultados, pero también que aún falta mucho por hacer. Comencé las veladas bíblicas el año 1919. Hicieron impresión: unos las miraban como una cosa de inspiración protestante, otros hablaban de ellas con desdén como de una enseñanza infantil de la Historia Sagrada. Pero hubo católicos ejemplares que respondieron gustosos a mi invitación y que perseveraron. Se proveyeron de Biblias y un mundo nuevo se alzó ante sus ojos. Pronto mi ejemplo encontró imitadores. Había nacido un movimiento bíblico-católico que demostró que los esfuerzos que hacíamos por llevar a los fieles a las fuentes puras de la Biblia no eran humo de pajas, sino de efectos duraderos. Hacia el año 1938 el movimiento bíblico había obtenido un doble resultado: cada católico podía hacerse con una Biblia a precio asequible y bien traducida, y además los círculos de estudios bíblicos comenzaron a formar parte del ministerio sacerdotal. Esto -creemos- fue una intervención de la divina Providencia en favor de nuestra Iglesia de Austria, puesto que los jerarcas del Tercer Reich prohibieron toda actividad religiosa. Téngase presente que los católicos durante aquella persecución quedamos privados de nuestras asociaciones, de nuestras publicaciones de prensa, de nuestro catecismo; y si nuestros fieles se mantuvieron firmes se debió a su lectura de la Biblia y a los oficios litúrgicos. La Biblia y la liturgia fueron la defensa providencial de los católicos durante la persecución hitleriana.
Después de la liberación debemos continuar el camino comenzado y procurar que los fieles dispongan de Biblias manejables y baratas. El primer cuidado del movimiento bíblico es el de procurar a cada católico una edición de la Sagrada Escritura. El segundo le toca al clero, y es organizar círculos litúrgicos y tener conferencias y predicación bíblica. La experiencia ha demostrado que hasta los cristianos poco cultos llegan a entender la Biblia con tal que el sacerdote la ponga al alcance del pueblo. Los santos Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y otros muchos libros del Antiguo Testamento pueden hacerse asequibles a los fieles.
Pero además pretendemos otra cosa a la que hasta ahora no se la ha prestado bastante atención: debemos inducir a los fieles a leer y utilizar la Biblia por sí mismos. ¿Qué director de círculos bíblicos no habrá notado que muchos de los asistentes prefieren escuchar en vez de leer por sí mismos la Biblia? Son relativamente muy pocos los que en nuestros círculos trabajan por sí mismos y vuelven a leer en su casa lo que se ha explicado en las reuniones. Para muchos estas reuniones no son sino unas pláticas edificantes y la misma Biblia les resulta como algo accesorio... Por eso el blanco primario de nuestra labor bíblica es el de enseñar a leer y utilizar por sí mismos la sagrada Escritura. ¿Qué se hace hoy día en este sentido? ¿Qué hacen los directores de los círculos bíblicos para enseñar a los fieles a leer por sí mismos la Biblia? ¡Conocemos muchos seglares que aman la Biblia, toman parte con gusto en las conferencias bíblicas, pero se encuentran incapaces de leer por sí mismos la Biblia! ¿Cómo llevarles a esta lectura?
Podría comenzarse por los Evangelios, leyéndolos lentamente, capítulo por capítulo, reflexionando sobre cada frase, y leyendo atentamente las notas. Ayuda también el copiar o subrayar lo que más impresiona. Leídos sucesivamente los cuatro evangelios, podrá pasarse luego a los Hechos de los Apóstoles y después a los libros históricos del Antiguo Testamento: los libros de Moisés, los libros de los Reyes, dejando a un lado, si se quiere, ciertas partes de los Números, del Levítico y del Deuteronomio. Los libros de Ruth, Tobías y Judit se leerán luego con interés. De Job algunas partes solamente. Los Profetas pueden dejarse de momento. Esta lectura somera de las partes más fáciles de la Biblia será la primera etapa. No conviene detenerse en los pasajes que ofrecen dificultad: limitarse sólo a los textos claros y edificantes.
Terminada esta primera etapa se abrirá ante el seglar un poco del mundo bíblico. El modo de hablar de la sagrada Escritura se le hará más familiar y conocerá perfectamente los acontecimientos externos que en ella se describen. Primero, pues, la vida de Jesús con sus milagros y sus enseñanzas, luego la historia de la primitiva Iglesia y, por fin, la historia de la Redención en el Antiguo Testamento.
Se trata, en primer lugar, de pasar revista a los acontecimientos que nos presentan los libros sagrados; esta etapa corresponde a la historia. Por eso, en mis conferencias bíblicas comencé con la vida de Jesús y la historia de la Redención. Enseñé a los fieles a mirar y ver estos acontecimientos de una manera viva, representándoselos y poniéndoselos en su ambiente. Después esta segunda etapa va en busca de la verdad. Tras la historia se encuentra una idea, una verdad religiosa que es preciso captar. Ahora preguntamos: ¿por qué, cómo? Este segundo paso nos introduce más adentro en el santuario de la sagrada Escritura, puesto que la historia sólo es la envoltura de la verdad religiosa. La Biblia nos comunica el pensamiento de Dios. Mientras estemos detenidos en la historia no captaremos el hondo sentido de la Biblia, que es la palabra de Dios y que quiere anunciarnos las verdades divinas. Reconozco que al seglar le cuesta elevarse a esta segunda etapa. Hay que llevarle de la mano. "¡Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha!" Si escuchamos debidamente lo que nos dice Dios, entonces la Sagrada Escritura será para nosotros un gran acontecimiento. No creamos que esto exige conocimientos especiales; hay gente sencilla que penetra con frecuencia más hondo en el sentido de la Biblia que los deformados por la ciencia y los estudios. Invítese a los fieles a ponerse, por ejemplo, ante la escena de las bodas de Caná, contemplarla y preguntarse luego: ¿qué me dice el Salvador, qué la Virgen y qué me dice también cada palabra en particular?, y podrán permanecer durante horas enteras ante esta escena.
El tercer grado es más fácil de superar, se trata ya de la moraleja de la historia, de su aplicación a nuestra vida. La Biblia es también la educadora que forma un carácter cristiano, una gran personalidad religiosa y que lleva a la perfección.
El sacerdote tiene en estas tres etapas el camino que ha de recorrer en sus conferencias bíblicas para enseñar prácticamente a los fieles: la historia, la verdad y la vida. Haga una descripción realista de cada relato, saque las ideas religiosas que se desprendan e indique por fin sus aplicaciones en la vida práctica. Estos tres grados son también las etapas de evolución de un cristiano: durante bastante tiempo ha de estar contemplando simplemente los misterios bíblicos considerando su historia con fe y con veneración. No ha de atormentarse por querer superar el segundo grado.
Con el tiempo, el cristiano por sí mismo llegará a este grado, asemejándose a María Santísima, de la que está escrito que "conservaba todas estas palabras y las meditaba en su corazón". En este estado las palabras de Jesús y ciertas frases bíblicas tienen un valor extraordinario. Hay que aprenderlas de memoria o copiarlas; hay que "rumiarlas" durante el día. Son un tesoro para la vida entera.
Entonces el cristiano trabajará por poner en armonía su vida con la Sagrada Escritura. Llegará a ser un perfecto cristiano. Con frecuencia solemos encontrar muchos católicos que "evitan las moscas y se tragan los camellos", es decir, que se aferran a lo accesorio y se olvidan de lo principal. Los cristianos formados en la escuela de la Biblia se ven libres de semejante peligro.
CAPÍTULO III
EL BREVIARIO DE LOS SEGLARES
El nuevo Salterio editado por la Santa Sede ha venido a arrojar un nuevo rayo de esperanza sobre la cuestión del breviario de los fieles. Estos esperan que Roma les dé también un libro oficial de oraciones.
El pueblo católico sabe perfectamente que existe una oración oficial de la Iglesia. Los fieles conocen los oficios de Semana Santa, los maitines de Navidad, las vísperas del domingo, pero creen que el oficio canónico es cosa de sacerdotes y religiosos. Apenas hay sacerdotes que se hayan preocupado de iniciar a los fieles en esta oración de la Iglesia. Fue poco a poco, al comenzar el movimiento litúrgico, cuando los fieles tomaron contacto con las horas del Oficio Divino en las grandes abadías benedictinas.
Se pusieron en sus manos los textos litúrgicos a fin de permitirles seguir y comprender la oración coral, pero ni siquiera se llegó a tratar del derecho y de la posibilidad de la participación de los fieles en la oración oficial de la Iglesia. Fue solamente el movimiento litúrgico popular el que puso esta cuestión sobre el tapete y trató de buscarla una solución.
No tengo necesidad de extenderme en largas disquisiciones para probar que el seglar tiene derecho a participar en el rezo canónico. El deber de orar y de "orar sin cesar" lo ha recibido la Iglesia de su divino Maestro. De hecho, en la primitiva Iglesia la comunidad cristiana cumplía esta obligación de orar, cosa que competía no sólo a los sacerdotes, sino a la comunidad entera. Entonces los seglares se sentían tan obligados y autorizados a orar en nombre de la Iglesia como los mismos sacerdotes. La situación cambió al comienzo de la Edad Media. El pueblo fue dejando de participar cada vez más en la oración oficial, debido a su ignorancia del latín, la lengua oficial eclesiástica. Desde entonces el deber de la oración oficial pasó al clero y a las órdenes religiosas. Esta evolución llegó al extremo de que el pueblo se vio excluido del oficio coral, y el breviario llegó a ser monopolio del clero y de los religiosos. El movimiento litúrgico se ha visto precisado a decir a los sacerdotes que el Oficio Divino lo rezan en nombre de la Iglesia y por la parroquia. En este deber de la oración los sacerdotes no son más que los representantes del pueblo.
Los seglares tienen derecho a participar en el rezo litúrgico del breviario. Esto es evidente. Pero ¿cómo componer ese breviario de los seglares? Hay varias soluciones:
a) Traducirles por completo el breviario, para que puedan ellos escoger por sí mismos las oraciones que les agraden. Es un medio muy sencillo, pero poco práctico, porque ante tal amalgama de oraciones ni sabrán por dónde empezar ni en dónde terminar. Además, lo que quieren los seglares es una oración fijada ya por la Iglesia y no un repertorio de oraciones. Quieren que la Iglesia les dé un libro que contenga realmente la oración oficial.
b) Una segunda posibilidad consiste en la selección y compilación privada de las partes del breviario acomodadas por su extensión y facilidad a la mentalidad de los seglares. Estos últimos años han aparecido, con diversos resultados, varios breviarios de este tipo. Sin embargo, estos breviarios se apartan notablemente en su texto del oficial. Es de desear que los seglares formen con el clero un solo coro común y que puedan tomar parte con su breviario en los oficios litúrgicos de la Iglesia.
e) La tercera posibilidad es que la misma Iglesia escoja de su breviario los elementos precisos para componer el de los fieles.
Este plano no es nuevo y ya ha sido previsto por la Iglesia desde hace tiempo. Existen, como se sabe, el Oficio mayor y el Parvo de la Santísima Virgen. El primero figura en los breviarios y comprende todas las horas tal como el sacerdote las recita. El Oficio Parvo no tiene más que un nocturno; es el breviario de muchas congregaciones religiosas femeninas. Algo parecido sucede con el Oficio votivo de Difuntos: un nocturno, los laudes y las vísperas.
Por esto puede verse que la Iglesia, en principio, ha fijado la extensión del breviario de los seglares: mientras que el clero y los religiosos deben rezar el Oficio mayor con todas sus horas, los seglares pueden decir como Oficio Parvo o menor un nocturno, los laudes y las vísperas.
Podríamos probar también esta misma tesis por razones históricas y por argumentos de razón. Los maitines, los laudes y las vísperas son las horas más antiguas que primitivamente solía rezar el pueblo, mientras que las demás de prima, tercia, sexta, nona y completas se rezaban sólo en los monasterios. Las primeras son también las horas solemnes que se cantaban o recitaban públicamente en la iglesia (horas mayores). Además estas tres horas contienen lo más valioso del Oficio Divino. Los maitines son la oración dramática del día o de la fiesta, los laudes y las vísperas son las oraciones solemnes de la mañana y de la tarde y las más unidas al espíritu e idea de la fiesta.
¿Qué puede tomar el seglar de las horas canónicas? Debe hacer una oración por la mañana y otra por la tarde, y, por medio de la lectura, sintonizar con los sentimientos convenientes para ese día. Esto puede lograrlo con las tres horas antes indicadas. El nocturno le ofrecerá principalmente una lectura bíblica. Los laudes y las vísperas son las verdaderas oraciones de la mañana y de la tarde. La duración de estas tres horas debería regularse teniendo en cuenta que es para seglares. Cada una de estas tres horas podría durar diez minutos.
¿Cómo podría presentarse ese breviario de los seglares? Bastaría con un nocturno de tres salmos y la lectura. Y ¿qué nocturno escoger? Se podría poner sólo el primero o también ir cambiando de modo que se rezaran en tres semanas todos los salmos de maitines. En cuanto a las lecturas hay que decir que las actuales están cortadas mecánicamente cuando se compuso el breviario de la Curia Romana en la Edad Media. A los seglares les bastarían unos veinte versos meditados. Este nocturno tendría la gran ventaja de que cada día los seglares podrían leer un trozo de la Biblia. Este Oficio comenzaría con el invitatorio y el himno, terminando después con el Te Deum, y en los días de penitencia, con un responsorio. Los laudes y las vísperas serían idénticos al Oficio canónico, a fin de que pudieran servir para el oficio público del coro.
En lo concerniente a la lengua, creemos que debería ser breviario bilingüe con el texto latino y su traducción enfrente. El seglar rezaría las horas en su lengua, pero con una buena traducción que fluyera y tuviera carácter de auténtica oración.
Aún queda por añadir algo importante. Al hablar del breviario de los seglares no hemos de pensar únicamente en una oración privada. El breviario es por principio y ante todo una oración comunitaria. El hecho de que los sacerdotes lo recen casi siempre y exclusivamente solos, ha dado ocasión para creer que el breviario es una oración individual. Esta opinión es inexacta. El breviario es la oración de la comunidad que ora por aquel que, por cualquier circunstancia, no puede tomar parte en la misma. Esta verdad debe rehabilitarse en la conciencia de los fieles para que el Oficio Divino de los seglares sea también una oración comunitaria. En cada iglesia y parroquia debería tenerse una reunión todas las mañanas y todas las tardes para rezar en común el Oficio Divino en nombre de toda la comunidad. No es esto algo quimérico: en Klosterneuburg se viene haciendo así desde hace ya varios años y este rezo del Oficio forma parte esencial de nuestro culto.
Como última idea importante he de significar que las congregaciones religiosas femeninas deberían tomar parte en este concierto y dar el ejemplo. Al rezar el Oficio Parvo de la Santísima Virgen rezan ya este género del breviario. Pero todas saben la monotonía que encierra el repetir día tras día lo mismo... En lugar de este Oficio Parvo invariable podrían aceptar el Oficio menor romano: maitines (un nocturno), laudes y vísperas. Y hasta podría estudiarse el medio de que en las casas religiosas se llegara a adoptar un plan intermedio entre el Oficio Canónico de los sacerdotes y el Oficio menor de los seglares, añadiendo prima y completas y aun las demás horas menores ((1) Excelente modelo de este Oficio Divino de plan intermedio lo tenemos en el famoso "Libro de Horas" editado por los monjes benedictinos de la abadía de En-Calcat y destinado al elemento seglar. Ha sido traducido ya a varias lenguas y adoptado por muchas Congregaciones de religiosas. Su traducción y adaptación española (texto y cantos) la acaban de hacer los monjes de la Abadía de Silos. N. del T.)
De este modo existiría un único Oficio para toda la Iglesia, en el que los cristianos participarían de tres modos: los sacerdotes y religiosos con el Oficio canónico, las religiosas con un Oficio de tipo intermedio y los seglares con un Oficio menor. Entonces podríamos volver a decir que todos formábamos un pueblo orante, un coro inmenso formado por toda la Iglesia.
CAPÍTULO IV
"TRES LIBROS EN MI VIDA"
Carta de un seglar:
"De niño fui muy piadoso. Recuerdo las fervorosas ansias con que aguardaba el día de mi primera comunión; pensaba entonces que ya podría acercarme siempre a la mesa eucarística. Al principio iba casi todos los domingos a comulgar, aunque en mi casa nadie me animaba a ello. Mis padres no solían ir mucho a misa, pero querían que sus hijos no faltaran.
"En el colegio fui congregante. Aún recuerdo que todos los días, al ir al colegio, entrábamos a la iglesia que estaba en el camino. Pasados los años de colegio, entré en la universidad. Ya en los últimos años de colegio me enfrié bastante en la piedad. Tuve una crisis moral e intelectual muy violenta y al mismo tiempo casi llegué a perder la fe. Ya no rezaba ni iba a la iglesia. No es que fuera ateo, sino lo que es peor, indiferente. Nada significaba para mí la religión. El teatro, los conciertos, el baile, el cine, el deporte y algunos trabajos intelectuales llenaban mi vida. Interiormente me sentía vacío y nada podía llenarme...; creí encontrar mi salvación en la filosofía: leía a Kant, Nietzsche, etcétera, pero no me encontraba satisfecho.
"Caí repentinamente enfermo, con tal gravedad, que se llegó a dudar por algún tiempo de mi curación. Recibí los últimos sacramentos y de un momento a otro esperaba mi muerte, pero sin tener el menor sentimiento religioso. Recuerdo todavía que sufría mucho por no poder escribir mis últimos (así pensaba yo) pensamientos y observaciones; quería encontrarme con la muerte con pleno conocimiento y mi único miedo era el morir dormido y no poder darme perfecta cuenta del último momento, el más interesante, a mi ver, de mi existencia.
"Pero me curé y después de muchos años de sufrimientos pude recuperar por fin la salud; lo que no llegué a recobrar fueron los sentimientos religiosos. De repente se me ocurrió leer el Nuevo Testamento. No rezaba ni tampoco iba a la iglesia, pero compré un Nuevo Testamento y me puse a leerlo. Adonde quiera que me dirigía, en el tranvía, en el tren, en el café, iba leyéndolo. Un día tropecé con una nota fuera del texto que tenía estas palabras: "gracia santificante". Estas palabras me hicieron profunda impresión y después de tantos años volví a la confesión y a la comunión, al principio cada domingo, luego algunos días entre semana y, por fin, todos los días.
"Entonces comenzó para mí una vida nueva. Mi vida iba transformándose lenta, pero constantemente: lo mundano habíase convertido en cristiano. No cesaba de leer el Nuevo Testamento, que fue para mí mi guía, mi maestro y mi amigo.
"Todos los días iba a misa y comulgaba en ella, pero sin comprender casi nada. Recuerdo que durante ella me entretenía rezando el Rosario... Un día, por casualidad, asistí a una misa temprana y me admiré de oír a los asistentes rezar en comunidad. No conocía estas oraciones, pero me gustaban mucho. Vi que la mayoría de los fieles usaba un libro bastante grueso con cintas de diversos colores. Me hubiera gustado preguntar qué libro era ese, pero me daba vergüenza hacerlo y seguí ignorando cómo se llamaba ese curioso libro.
"Cierto día coincidí casualmente con un antiguo compañero de colegio en una librería católica. Después de hablar un poco le pregunté. Oye, ¿sabes tú cuál es ese libro con cintas en color que lleva la gente a misa? Dudó un poco y luego me dijo: Ah, sí, seguramente el misal cotidiano de Schott. Pedí en seguida ese libro. Así fue cómo cayó en mis manos por primera vez un misal, con el que me sentía más rico que un rey... Desde entonces comenzó para mí una nueva vida religiosa. Al principio, como nadie me había enseñado su manejo, me costaba bastante encontrar las misas. Pero al poco tiempo todo marchaba perfectamente y me sentía completamente feliz. Había encontrado lo que buscaba y podía repetir con San Agustín: "Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios".
"Pasaron varios años. Entretanto compré un Antiguo Testamento, que empecé a leer con asiduidad. Leía la Biblia sin explicaciones ni comentarios; únicamente pedía siempre las luces del Espíritu Santo antes de empezar a leer. Cuando encontraba algo que entendía me alegraba y cuando había algo que no entendía me contentaba creyendo que Dios no quería que supiera aquello. Era ésta una manera muy simple de leer la Biblia, pero yo encontraba en ello una gran satisfacción.
"Pasado algún tiempo, se celebró en la parroquia una semana de oración y sacrificio; todos los días había una misa comunitaria y sermón. En uno de éstos se habló del breviario como oración oficial de la Iglesia. Durante mucho tiempo tuve metido en el alma este sermón; me perseguía la idea de que la Iglesia había estado orando diariamente por mí en el breviario cuando me encontraba perdido en el error. No sería, pues, demasiado si me decidía a manifestar mi agradecimiento por la felicidad y alegría de mi conversión, rezando el Breviario con la Iglesia. En plena guerra no me resultó fácil encontrar un breviario. Pero mi confianza en Dios, que da a cada cual lo que necesita según su necesidad, era tal, que bien pronto la Providencia puso uno en mis manos.
"Su manejo me resultó todavía más complicado que el del misal, pero me puse a ello y pronto lo conseguí. Ya hacía tiempo que tenía una edición de los salmos y me servía de ellos para hacer mis oraciones diarias. Pero no rezar más que salmos, de los cuales algunos me eran difíciles de comprender, no me convencía del todo... Sin embargo, los rezaba por amor de Dios y también por un sentimiento de veneración al pensar que aquellos mismos salmos habían estado un día en la boca de Cristo y de sus Apóstoles. Hoy no puedo imaginarme mi vida sin el Breviario. Con él estoy contento y feliz. Esta es la historia de los tres libros de mi vida: la Biblia, el Misal y el Breviario. ¡Lector amigo, haz tú también la misma experiencia!"