CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA CONCLUSIONES DE UN CONGRESO TEOL�GICO-PASTORAL CON MOTIVO DEL VIG�SIMO ANIVERSARIO DE LA"FAMILIARIS CONSORTIO"
Invitados por el Consejo pontificio para la familia, nos reunimos, del 21 al 24 de noviembre de 2001, en la sala antigua del S�nodo (Ciudad del Vaticano), para celebrar el vig�simo aniversario de la publicaci�n de la exhortaci�n apost�lica postsinodal Familiaris consortio de Su Santidad Juan Pablo II y para poner de relieve el alcance de este documento para el futuro de la pastoral familiar. Ante todo, situamos la Exhortaci�n en el marco que explica su g�nesis. Este documento de Juan Pablo II constituye en cierto modo la charta magna de la doctrina y de la ense�anza pastoral de la Iglesia por lo que ata�e a la familia y su servicio a la vida. Arroja mucha luz sobre las nuevas cuestiones que se plantean para el futuro de la familia.
La exhortaci�n apost�lica Familiaris consortio fue el fruto doctrinal y pastoral del S�nodo de los obispos que se reuni� en octubre de 1980, el primer S�nodo del pontificado de Juan Pablo II, centrado en "la misi�n de la familia cristiana en el mundo contempor�neo"(1). Ese S�nodo sobre la familia tuvo lugar despu�s del S�nodo sobre la evangelizaci�n(2), del que surgi� la exhortaci�n apost�lica Evangelii nuntiandi(3), y despu�s del S�nodo sobre la catequesis(4), que inspir� la exhortaci�n apost�lica Catechesi tradendae(5). "Fue continuaci�n natural de los anteriores. En efecto, la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana, mediante una progresiva educaci�n y catequesis" (Familiaris consortio, 2). Estos tres documentos sinodales hunden sus ra�ces en la constituci�n pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, del 7 de diciembre de 1965.
El Santo Padre Juan Pablo II encomend� el texto de las Proposiciones del S�nodo sobre la familia "al Consejo pontificio para la familia, disponiendo que haga un estudio profundo de las mismas, a fin de valorar todos los aspectos de las riquezas all� contenidas" (ib.).
Despu�s de la publicaci�n de la Familiaris consortio se han producido muchos cambios. La pastoral familiar y tambi�n la reflexi�n teol�gica sobre el matrimonio y sobre la vida se han desarrollado mucho, siguiendo las orientaciones del Magisterio de la Iglesia. Los movimientos de espiritualidad conyugal se han multiplicado y diversificado.
Desde los tiempos del S�nodo de 1980 ya eran evidentes las amenazas que se cern�an sobre la familia y las cuestiones planteadas con respecto a ella. Por desgracia, esas amenazas se han intensificado. La cuesti�n se ha desplazado del problema del divorcio al de las "parejas de hecho", del problema del modo de tratar la infecundidad femenina al del "embri�n humano", creado "a la medida", del problema del aborto al de la manipulaci�n de los embriones humanos, del problema de la p�ldora anticonceptiva al de la p�ldora que es tambi�n abortiva. La legislaci�n del aborto se ha difundido pr�cticamente en casi todo el mundo. Se ha llegado a poner en duda el bien de la familia, contraponi�ndole otros "modelos", incluido el homosexual, otros "estilos de vida" que excluyen el compromiso, la permanencia, la fidelidad. Se ha insistido hasta el paroxismo en la exaltaci�n del individuo, de sus intereses y de su placer.
Tambi�n el rostro de la familia ha cambiado, evolucionando hacia una creciente "privatizaci�n", hacia una reducci�n a las dimensiones de familia nuclear. M�s grave en la actualidad es la ceguera que afecta a gran parte de la opini�n p�blica, por la que muy frecuentemente no se reconoce ya que la familia fundada en el matrimonio es la c�lula fundamental de la sociedad, un bien del que no se puede privar. La familia, como afirma el Santo Padre en el mensaje que dirigi� a nuestra asamblea, est� sometida a una agresi�n violenta por parte de ciertos sectores de la sociedad moderna. Se presentan "alternativas" posibles a la familia calificada como "tradicional". A las parejas ef�meras, que no quieren comprometerse formalmente en el matrimonio, ni siquiera civil, se les otorgan los derechos y las ventajas de una aut�ntica familia, eximi�ndoles de sus deberes propios. Oficializar las "uniones de hecho", incluidas las parejas homosexuales, que a veces pretenden hasta un derecho de adopci�n, plantea problemas muy graves, especialmente de orden psicol�gico, social y jur�dico.
Estas dificultades son precisamente las que nos impulsan a profundizar en el mensaje que constituye el n�cleo de la Familiaris consortio: la "buena nueva sobre la familia", tal como procede del plan de Dios, "ab initio", desde sus or�genes. La familia cristiana, cuando es fiel a s� misma, testimonia su dinamismo y la esperanza que entra�a.
�Familia, s� lo que eres!
La exhortaci�n apost�lica Familiaris consortio subray� la identidad de la familia, fundada en el matrimonio. Es una comunidad de vida y de amor conyugal. En una fidelidad sin reservas, el hombre y la mujer se entregan el uno al otro y se aman con un amor abierto a la vida. La familia no es producto de una cultura, resultado de una evoluci�n; no es un modo de vida comunitario vinculado a cierta organizaci�n social. Es una instituci�n natural, anterior a cualquier organizaci�n pol�tica o jur�dica. Se funda en una verdad que ella no produce, porque fue querida directamente por Dios.
"�Familia, s� lo que eres!". Con esta exclamaci�n Juan Pablo II invit� a las familias del mundo entero a volver a encontrar en s� mismas su verdad y a realizarla en medio del mundo. Hoy, en un mundo minado por el escepticismo, el Santo Padre impulsa a las familias a redescubrir esta verdad sobre s� mismas, a�adiendo: "�Familia, cree en lo que eres!"(6). La familia, "arquitectura de Dios", plan inviolable de Dios, es tambi�n "arquitectura del hombre", compromiso del hombre en el designio divino. A la luz de nuestra experiencia, hemos examinado de nuevo las cuatro tareas que la Familiaris consortio asigna a la familia: la formaci�n de una comunidad de personas, el servicio a la vida, la participaci�n en el desarrollo de la sociedad y la misi�n evangelizadora.
La formaci�n de una comunidad de personas
En la Familiaris consortio se aprecia con plena claridad la identidad que da a la familia el fundamento de su misi�n espec�fica. Como comunidad de vida y de amor conyugal, el matrimonio, fundamento de la familia, es una comuni�n de personas. Esta se abre a una comuni�n m�s amplia, la comuni�n familiar entre todos los miembros de la familia. En cierto modo se puede decir, a la luz del misterio de Cristo, que la familia, fundada en el sacramento del matrimonio, al constituirse, se convierte en el s�mbolo humano del amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5, 32).
El servicio a la vida
El don de la persona a la persona brota y se realiza en el don de la vida al hijo. La Familiaris consortio profundiza la doctrina de la Iglesia, que no separa el amor y el compromiso rec�proco de los c�nyuges de la misi�n procreadora encomendada a ellos, la cual s�lo encuentra su lugar adecuado en el matrimonio.
La Familiaris consortio presenta una visi�n renovada de la sexualidad en el marco de la comuni�n, alma y cuerpo, de los c�nyuges. A la luz de una antropolog�a que se niega a separar alma y cuerpo, el acto sexual se muestra ya como expresi�n del don total de la persona a la persona. Por este motivo se subraya que la anticoncepci�n, obst�culo voluntariamente opuesto al nacimiento de la vida, altera la relaci�n de amor aut�ntico entre los c�nyuges.
En cambio, ese obst�culo no existe en los m�todos naturales, que respetan el cuerpo y est�n abiertos a la vida. Hemos constatado los progresos realizados en los �ltimos a�os en este campo. El valor altamente cient�fico de los m�todos naturales(7) se reconoce cada vez m�s. Por otra parte, pueden resolver tambi�n los problemas de infecundidad. Adem�s, estos m�todos constituyen una pedagog�a para un amor que respeta la peculiaridad femenina, e implican un di�logo aut�ntico en la pareja. Esos m�todos son diversos y es preciso verlos cada vez m�s como complementarios. Los m�todos naturales son valiosos, cuando justos y graves motivos exigen distanciar los nacimientos. Sin embargo, su utilizaci�n no puede justificarse moralmente cuando se recurre a ellos con una mentalidad hedonista, cerrada a la vida.
La educaci�n contin�a la obra de la procreaci�n
Esta misi�n de paternidad y maternidad responsable, abierta a la vida, comprende la misi�n educativa, la formaci�n integral de los hijos. Asumir la responsabilidad de la venida al mundo de un nuevo ser humano significa comprometerse a educarlo. La Familiaris consortio (cf. nn. 38, 39 y 40) presenta esta educaci�n como "participaci�n" de los padres "en la obra creadora de Dios" (n. 38), como un verdadero "ministerio" de la Iglesia.
En la familia es donde los hijos reciben de los padres los principios b�sicos en torno a los cuales se va organizando su personalidad. Seg�n el ejemplo que reciben de sus padres, los ni�os modelan su propia actitud frente a la vida y sus exigencias. Con sus relaciones de hermanos y hermanas se inician del mejor modo posible en la vida social.
La familia, m�s que cualquier otra instituci�n, puede asumir muy bien la educaci�n sexual de los hijos(8). En el clima de confianza y de verdad que existe entre padres e hijos, esta formaci�n puede garantizarse de la mejor manera posible, con delicadeza, y siempre en funci�n de lo que el ni�o puede entender en su actual nivel de maduraci�n.
La comunidad educativa debe tener, de modo general, la preocupaci�n de actuar de acuerdo con los padres. Esto es particularmente verdadero e importante en este campo sensible y delicado de la educaci�n sexual, en el que una educaci�n sexual escolar inoportuna puede producir mucho da�o . La familia, c�lula fundamental de la sociedad
El documento Familiaris consortio subray� la funci�n que desempe�a la familia en el desarrollo de la sociedad (cf. nn. 42-48). Eso resulta hoy mucho m�s evidente. Cuando sirve a la vida, cuando forma a los ciudadanos del futuro, cuando comunica sus valores humanos, que son fundamentales para la naci�n, cuando introduce a los hijos en la sociedad, la familia desempe�a una funci�n esencial: es patrimonio com�n de la humanidad. Tanto la raz�n natural como la Revelaci�n divina contienen esta verdad. Como dec�a el Vaticano II, la familia constituye "la c�lula primera y vital de la sociedad"(9).
As� pues, la familia tiene una dimensi�n de bien com�n universal. Representa la primera comunidad humana y humaniza la sociedad. Tiene derechos y deberes. En este campo es donde, a petici�n de la misma exhortaci�n apost�lica Familiaris consortio(10), la Carta de los derechos de la familia, publicada por la Santa Sede en 1983, como complemento de la exhortaci�n apost�lica, ocupa un lugar eminente y constituye un valioso instrumento de di�logo(11).
Este tema de la participaci�n de la familia en la vida y en el desarrollo de la sociedad ha sido abundantemente tratado en la ense�anza del Papa Juan Pablo II.
El Santo Padre ha subrayado en repetidas ocasiones el valor social e hist�rico de la familia, frente a los movimientos culturales que no son favorables a ella. Ning�n tema relativo a la Iglesia ocupa hoy tanto a los parlamentos como el tema de la familia y de la vida. Se encuentran por doquier proyectos en debate al respecto, aunque no siempre con vistas a una mejora. La Iglesia no considera esta lucha por los derechos de la familia en la sociedad como un dominio privado, pero desde siempre se ha comprometido en este desaf�o. Ha asumido su responsabilidad frente a la humanidad.
En estas relaciones de la familia con la sociedad se insertan las problem�ticas "pol�ticas de poblaci�n". Es verdad que la poblaci�n del mundo ha aumentado. Sin embargo, no se debe a un alto grado de fecundidad, sino a la disminuci�n de la mortalidad y al aumento extraordinario de la esperanza de vida. Las �ltimas estad�sticas de la poblaci�n mundial, publicadas por la Divisi�n de la Poblaci�n de la ONU, muestran que la "explosi�n demogr�fica" es un mito. Por tanto, en nombre de tal mito algunas instituciones internacionales, apoyadas por ciertas Organizaciones no gubernamentales, se sintieron autorizadas a imponer "pol�ticas demogr�ficas", moralmente inaceptables, a numerosos pa�ses pobres, con el pretexto de remediar su pobreza. Ahora, desde el punto de vista cient�fico, no se puede establecer una correlaci�n entre la situaci�n demogr�fica de una poblaci�n y la pobreza que la aflige.
La familia "iglesia dom�stica"
La Exhortaci�n nos ha reafirmado en la convicci�n de que la familia cristiana es "una iglesia en miniatura", una "iglesia dom�stica" (cf. Familiaris consortio, 49). La proclamaci�n del evangelio de la familia se realiza en la Iglesia. Es aqu� donde la familia lo ha recibido. Esta proclamaci�n implica crecimiento en la fe, enriquecimiento en la catequesis, est�mulo a una vida marcada por una entrega de s� y una solidaridad efectiva. Pero tambi�n hay un anuncio del Evangelio a los no cristianos, a los no creyentes, y la familia cristiana est� llamada, tambi�n all�, a un fuerte compromiso misionero. Todo ello se lleva a cabo principalmente con el testimonio de vida que los hogares cristianos, alegres, cordiales, acogedores y abiertos, dan en su entorno, irradiando el esp�ritu del Evangelio.
Es el gran mensaje de la Familiaris consortio, su env�o a la misi�n, de alg�n modo, para la pastoral familiar.
La pastoral familiar
Esta pastoral se ha desarrollado mucho. Como dijo Juan Pablo II a nuestro congreso, "despu�s de la publicaci�n de la Familiaris consortio se ha acentuado en la Iglesia el inter�s por la familia y son innumerables las di�cesis y parroquias en las que la pastoral familiar ha llegado a ser un objetivo prioritario"(12). A trav�s de los testimonios que se han presentado a lo largo de nuestro congreso, hemos visto c�mo se est� llevando a cabo esta pastoral de la familia. Esos testimonios, procedentes de todos los continentes, demuestran que much�simos hogares cristianos est�n animados por el amor de la verdad sobre la familia. Atestiguan con entusiasmo la buena nueva que los impulsa. Manifiestan en su entorno el aut�ntico rostro de la familia. Como dice el Santo Padre: "En su humildad y sencillez, el testimonio de vida hogare�a puede convertirse en un medio de evangelizaci�n de primer orden"(13).
Una de las principales preocupaciones de la pastoral de la familia consiste en ayudar a los matrimonios j�venes, a los que a veces asalta la duda de si ser�n capaces de vivir la fidelidad conyugal durante toda la vida. Tambi�n se ha tomado una conciencia cada vez mayor de la necesidad de la ayuda pastoral a los divorciados que se han vuelto a casar. Los criterios que da al respecto la Familiaris consortio son claros y deben respetarse. La Iglesia no tiene el poder de modificar lo que hunde sus ra�ces en la ense�anza del Se�or. Pero los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil no deben sentirse fuera de la Iglesia, excluidos. Como dice el Santo Padre: "La Iglesia, instituida para conducir a la salvaci�n de los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a s� mismos a quienes -unidos ya con el v�nculo matrimonial sacramental- han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto, procurar� infatigablemente poner a su disposici�n los medios de salvaci�n" (Familiaris consortio, 84). Todos "ayuden a los divorciados, procurando con sol�cita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida" (ib.).
Esta buena nueva de la familia ha sido ilustrada, de modo espl�ndido, en los Encuentros mundiales del Santo Padre con las familias. Ya se han celebrado tres: en Roma, el a�o 1994, con ocasi�n del A�o internacional de la familia; en R�o de Janeiro, el a�o 1997; y de nuevo en Roma, en el a�o 2000, con motivo del Jubileo de las familias. Invitamos a las familias del mundo entero a la pr�xima cita mundial, que tendr� lugar en Manila (Filipinas), en enero del a�o 2003.
Resoluciones
Al concluir nuestra reflexi�n sobre la situaci�n actual de la familia y de la pastoral familiar en el mundo, veinte a�os despu�s de la publicaci�n de la exhortaci�n apost�lica postsinodal Familiaris consortio, deseamos formular algunas resoluciones.
1. La comunidad familiar debe considerarse en la unidad de sus miembros y no de modo separado, respetando su identidad, como bien precioso para la sociedad y para la Iglesia(14). Invitamos vivamente a las personas que se preparan para el matrimonio a reflexionar, con la ayuda de los pastores y de los laicos que las acompa�an, sobre su proyecto de vida. Conviene estimular a los futuros esposos a descubrir las riquezas del amor que llevan en s�, para que capten claramente las dimensiones de totalidad, fidelidad y castidad conyugal. Esta reflexi�n profunda debe llevarlos a realizar bien el car�cter definitivo de su compromiso mutuo.
2. Alentamos a los pastores a presentar claramente a los fieles que se preparan para el matrimonio la ense�anza de la Iglesia en materia de moral conyugal como se halla expuesta en la enc�clica Humanae vitae y en la exhortaci�n apost�lica Familiaris consortio, y recogida en la Carta a las familias. Esta ense�anza debe ser objeto de un intercambio con los futuros c�nyuges. Debe llevarlos a manifestar claramente la apertura del futuro matrimonio a la acogida de la vida. 3. Exhortamos a los padres cristianos a tomar en serio su misi�n de educadores de sus hijos, por medio de una catequesis integral. Es preciso que se den cuenta de que se trata de una educaci�n a trav�s de la cual deben transmitir a sus hijos el patrimonio humano y espiritual que ellos mismos han recibido. Deben preocuparse de mantener en su hogar un clima cristiano de libertad, de respeto mutuo y de rigor moral. Los padres, con la oraci�n diaria en familia y con las primeras explicaciones sencillas dadas a los hijos, los han de iniciar progresivamente en las verdades de la fe.
4. Los padres deben saberse y sentirse responsables de la educaci�n sexual de sus hijos(15). Esta responsabilidad permanece, incluso cuando la educaci�n sexual se imparte en otras comunidades educativas. Ante todo con el testimonio de su amor conyugal y de su respeto mutuo han de invitar a sus hijos a descubrir la belleza del amor responsable, en el marco de la verdad y de la formaci�n en la libertad aut�ntica. Los padres deben preocuparse de educar a sus hijos desde peque�os en los valores humanos de generosidad, entrega, respeto a los dem�s, dominio de s� mismos y templanza(16). Han de saber responder sin subterfugios a las preguntas que les plantean sus hijos en materia de sexualidad. Las respuestas deben ser claras, sencillas, adaptadas a lo que el ni�o es capaz de comprender y asimilar. Los padres, siempre dispuestos a escuchar, han de ser los confidentes de sus hijos, y cada uno de los padres desempe�a a este respecto un papel espec�fico.
5. Nos dirigimos a los pol�ticos y a los legisladores, exhort�ndolos a defender los valores de la familia en las instancias locales y regionales, as� como en los Parlamentos(17). Que se escuche la voz de las familias del mundo entero, garant�a del futuro de las naciones. Los derechos de las familias han de proclamarse y reconocerse claramente. Las familias mismas deben saber organizarse, en el �mbito pol�tico, para lograr que se reconozca su peso real frente a las minor�as que militan contra la familia y contra la vida. Es preciso que en todas las naciones se entable un aut�ntico di�logo sobre las cuestiones fundamentales del derecho de las familias, de la educaci�n familiar y de la contribuci�n que el Estado debe dar a esta educaci�n familiar.
6. Es necesario encuadrar la situaci�n contempor�nea de la familia y de la vida en una "visi�n integral del hombre y de su vocaci�n" (Humanae vitae, 7; cf. Familiaris consortio, 32) en una aut�ntica antropolog�a. Las complejas problem�ticas actuales, que se refieren a la �tica de la vida humana, atestiguan que se ha oscurecido el nexo estrech�simo, querido por Dios mismo, entre la familia y la procreaci�n. Esto se debe a un prejuicio positivista y cientificista, por el cual se rompe la �ntima unidad antropol�gica entre la familia y el servicio a la vida, como si la procreaci�n fuera un problema que tocara s�lo a los cient�ficos en sus laboratorios. La procreaci�n se fragmenta en una casu�stica compleja, con lo que se corre el peligro de perder una visi�n integral de la persona, de la familia y de la vida. Pedimos al Consejo pontificio para la familia que realice un estudio especial sobre esta cuesti�n, poniendo a�n m�s de relieve que la familia fundada en el matrimonio, seg�n el proyecto de Dios creador, es el sujeto de la procreaci�n.
7. La apertura del amor conyugal a la vida es un aspecto urgente que es preciso volver a descubrir. La mentalidad anticonceptiva, denunciada hace veinte a�os por la Familiaris consortio, afecta tambi�n hoy, por desgracia, a muchas de nuestras comunidades. Es necesario redoblar los esfuerzos de presencia y de acci�n efectiva favorable a la familia y a la vida: en la sociedad (leyes y pol�ticas familiares), en la cultura (pensamiento, literatura, medios de comunicaci�n social) y sobre todo en las comunidades cristianas (renovaci�n del esp�ritu de apertura a la vida).
8. Uno de los principales frutos de la Familiaris consortio ha sido la renovaci�n de la pastoral de la familia en el �mbito de las Conferencias episcopales, las di�cesis, las parroquias y los movimientos apost�licos en toda la Iglesia. En este sentido, durante los �ltimos veinte a�os el progreso ha sido notable.
9. A pesar de todo lo que se ha realizado, queda a�n mucho por hacer. Son todav�a muchas las di�cesis en las que la pastoral familiar carece de estructuras adecuadas. Los pastores manifiestan con mucha frecuencia la urgencia de la formaci�n de agentes pastorales. En este sentido, el trabajo de los Institutos de estudio sobre el matrimonio y la familia, y de los Centros de procreaci�n responsable, resulta sumamente v�lido. Pedimos que se les preste mayor atenci�n, para que, en profunda sinton�a con el magisterio de la Iglesia y con una buena inserci�n en la realidad intelectual, cient�fica, social, pol�tica y jur�dica de nuestros pa�ses, se desarrolle adecuadamente su funci�n formativa de agentes eficaces de pastoral familiar.
10. Hoy, m�s que nunca, se plantea el grave problema de las familias refugiadas, que reciben asilo en locales improvisados, o en campos de pr�fugos m�s equipados; a menudo les falta incluso lo m�s necesario y se ven indefensos frente a las autoridades que las acogen. Pueden verse sometidas a presiones en el �mbito de la llamada "salud reproductiva", que incluye el recurso al aborto, a la esterilizaci�n o a la anticoncepci�n "de emergencia". La Santa Sede ha publicado recientemente un documento(18) sobre este tema, en el que invita a las Iglesias locales a interesarse por estas familias, a hacer que se respeten sus derechos y a asegurarles ayuda y defensa si las necesitan.
11. Las parroquias deben ser el lugar privilegiado de la pastoral familiar en el conjunto de la pastoral de la Iglesia. Los cursos de preparaci�n para el matrimonio y las catequesis familiares son medios educativos importantes que, con frecuencia, no se utilizan suficientemente. Urge fortalecer la colaboraci�n de los matrimonios y de las personas bien preparadas procedentes de las parroquias y de los movimientos apost�licos. En este sentido, recomendamos especialmente a los obispos, a los p�rrocos y a los responsables de las organizaciones cat�licas, que se robustezca el esp�ritu de solidaridad y complementariedad, en beneficio de una pastoral familiar eficaz.
12. Los Centros de orientaci�n familiar est�n resultando de gran utilidad como punto de referencia para la pastoral familiar. Entendidos como unidades locales fundamentales de ayuda a las familias en los diversos campos: social, jur�dico, �tico, pastoral, de la procreaci�n responsable, etc., son un valioso apoyo para la pastoral familiar.
Conclusi�n
Miramos al futuro con determinaci�n y con esperanza. Miramos al futuro con determinaci�n porque, como miembros de la Iglesia de Cristo, comprometidos, en diversos niveles, en la pastoral familiar de esta Iglesia, nos sentimos responsables, frente a Dios y frente a los hombres, de la salud de la familia, de su vitalidad, de su equilibrio y de su futuro. Esta responsabilidad no puede limitarse �nicamente a los aspectos privados, dom�sticos o espirituales de la familia; se ha de extender tambi�n al campo social y pol�tico. Los que defienden la familia, sus valores, su funci�n vital en la sociedad, deben lograr que se escuche su voz en las asambleas locales y regionales, en los Parlamentos de las naciones, en las instancias internacionales, y dondequiera que se decida el futuro de la familia. Desde este punto de vista, la Carta de los derechos de la familia representa un valioso instrumento de referencia y de di�logo. La pastoral familiar no ser�a fiel a s� misma y a su misi�n si no promoviera el compromiso tambi�n en el campo pol�tico, para hacer que se respeten los derechos de la familia. Se trata de un servicio prestado a la humanidad entera. Miramos al futuro con esperanza, porque el Se�or de la familia y de la vida ya est� actuando. Anima a las familias del mundo entero y les da las energ�as necesarias para permanecer fieles a su vocaci�n y a su misi�n. Las familias de todas las naciones, testigos del amor y de la fidelidad, constituyen la luz que ilumina un mundo lleno de perplejidades, dudas y peligros. Rogamos al Se�or que ayude a las familias a permanecer fieles a lo que son, para el bien com�n de todos los hombres y para el futuro de la humanidad.
Ciudad del Vaticano, 20 de diciembre de 2001 ------------ Notas (1) V Asamblea general del S�nodo de los obispos, sobre el tema: "La misi�n de la familia cristiana en el mundo contempor�neo", celebrada del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980. (2) III Asamblea general del S�nodo de los obispos, sobre el tema: "La evangelizaci�n en el mundo contempor�neo", celebrada en octubre de 1974. (3) Pablo VI, exhortaci�n apost�lica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975. (4) IV Asamblea general del S�nodo de los obispos, sobre el tema: "La catequesis, especialmente la que se dirige a los ni�os y los j�venes", celebrada en octubre de 1977. (5) Juan Pablo II, exhortaci�n apost�lica Catechesi tradendae, 17 de octubre de 1979. (6) Juan Pablo II, Discurso durante el Encuentro con las familias, 22 de octubre de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edici�n en lengua espa�ola, 26 de octubre de 2001, p. 6. (7) AA.VV. (a cargo de A. L�pez Trujillo y E. Sgreccia), Metodi naturali per la regolazione della fertilit�: l'alternativa autentica. Atti del Convegno organizzato dal Pontificio Consiglio per la Famiglia. Roma, 9-11 dicembre 1992, Vita e pensiero, Mil�n 1994. (8) Cf. Consejo pontificio para la familia, Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, 8 de diciembre de 1995. (9) Concilio Vaticano II, declaraci�n Apostolicam actuositatem, 11. (10) Cf. Familiaris consortio, 46. (11) Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, presentada por la Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misi�n de la familia en el mundo de hoy, 22 de octubre de 1983. (12) Juan Pablo II, Mensaje al congreso organizado por el Consejo pontificio para la familia con ocasi�n del 20� aniversario de la "Familiaris consortio", 22 de noviembre de 2001, n. 4: L'Osservatore Romano, edici�n en lengua espa�ola, 7 de diciembre de 2001, p. 12. (13) Ib. (14) Consejo pontificio para la familia, Familia y derechos del hombre, 1999, n. 16. (15) Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia. (16) Cf. Familiaris consortio, 37; Evangelium vitae, 92. (17) Cf. Carta de los derechos de la familia. (18) Consejo pontificio para la pastoral de la salud, Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Consejo pontificio para la familia, La salud reproductiva de los refugiados. Una nota para las Conferencias episcopales, Ciudad del Vaticano, 14 de septiembre de 2001.
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