MATRIMONIO (1): GENESIS: AL PRINCIPIO CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE EL MATRIMONIO ---------------------------------------------- ContenidoMisión de la familia cristiana 5. IX.79 El
diálogo de Cristo con los fariseos 12. IX.791. Inocencia original y pecado 19. IX.79 El
hombre, pecador y redimido 26.IX.79 La
soledad originaria del hombre 10.X.79 El
hombre, cuerpo entre cuerpos 24.X.79 La libertad del hombre 31.X.79. La
unidad originaria de varón y mujer 7.XI.79 Masculinidad
y feminidad (1) 14.XI.79 Masculinidad
y feminidad (2) 21.XI.79 ------------------------------------------------------------------------ Misión de la familia cristiana 5. IX.79 1. Desde
hace algún tiempo están en curso los preparativos para la próxima Asamblea
ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en Roma en el otoño del
próximo año. El tema del Sínodo: De muneribus familiae christianae (Misión de
la familia cristiana), concentra nuestra atención sobre esta comunidad de vida
humana y cristiana, que desde el principio es fundamental. Precisamente de esta
expresión, "desde el principio", se sirvió el Señor Jesús en el
coloquio sobre el matrimonio, referido en el Evangelio de San Mateo y en el de
San Marcos. Queremos preguntarnos qué significa esta palabra:
"principio". Queremos además aclarar por qué Cristo se remite al
"principio" precisamente en esta circunstancia, y, por tanto, nos
proponemos un análisis más preciso del correspondiente texto de la Sagrada
Escritura. Las
enseñanzas de Jesús. 2.
Jesucristo se refirió dos veces al "principio" durante la
conversación con los fariseos, que le presentaban la cuestión sobre la
indisolubilidad del matrimonio. La conversación se desarrolló del modo
siguiente:"... Se le acercaron unos fariseos con propósito de tentarle y
le preguntaron:' ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa?' El
respondió: '¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y
hembra?' Y dijo: 'Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a
su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una
sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre'. Ellos le
replicaron: 'Entonces, ¿cómo es que Moisés ordenó dar libelo de divorcio al
repudiar?' Díjoles El: 'Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés
repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así'"(Mt. 19, 3 ss;
cf. Mc 10, 2 ss).Cristo no acepta la discusión al nivel en que sus
interlocutores tratan de introducirla; en cierto sentido, no aprueba la
dimensión que ellos han intentado dar al problema. Evita enzarzarse en las
controversias jurídico casuísticas; y, en cambio, se remite dos veces al principio.
Procediendo así, hace clara referencia a las palabras correspondientes del
libro del Génesis, que también sus interlocutores sabían de memoria. De esas
palabras abras de la revelación más antigua, Cristo saca la conclusión y se
cierra la conversación. Lo que nos
dice el libro del Génesis 3.
"Principio" significa, pues, aquello de que habla el libro del
Génesis. Por tanto, Cristo cita al Génesis 1,27 en forma resumida: "Al
principio, el Creador los hizo varón y hembra", mientras que el pasaje
original completo dice así textualmente: "Creó Dios al hombre a imagen
suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y hembra". A
continuación, el Maestro se remite al Génesis 2,24: "Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos
una sola carne". Citando estas palabras casi in extenso, por completo,
Cristo les da un significado normativo todavía más explícito (dado que podría
ser hipotético que en el libro del Génesis sonaran como afirmaciones de hecho
"dejará... se unirá... vendrán a ser una sola carne"). El significado
normativo es admisible, en cuanto que Cristo no se limita sólo a la cita misma,
sino que añade: "De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por
tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre". Ese "no lo
separe" es determinante. A la luz de esta palabra de Cristo, el Génesis
2,24 enuncia el principio de la unidad e indisolubilidad del matrimonio como el
contenido mismo de la Palabra de Dios, expresada en la revelación más antigua.
La ley eterna, instituida por Dios 4. Al
llegar a este punto, se podría sostener que el problema está concluido, que las
palabras de Jesús. confirman la ley eterna formulada e instituida por Dios
desde el "principio", como la creación del hombre. Incluso podría
parecer que el Maestro, al confirmar esta ley primordial del Creador, no hace
más que establecer exclusivamente su propio sentido normativo, remitiéndose a
la autoridad misma del primer Legislador. Sin embargo, esa expresión
significativa: "desde el principio", repetida dos veces, induce
claramente a los interlocutores a reflexionar sobre el modo en que Dios ha
plasmado al hombre en el misterio de la creación, como "varón y
hembra", para entender correctamente el sentido normativo de las palabras
del Génesis. Y esto es tan válido para los interlocutores de hoy como lo fue
para los de entonces. Por tanto, en el estudio presente, considerando todo
esto, debemos meternos precisamente en la actitud de los interlocutores
actuales de Cristo. De cara a la próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los
Obispos 5. Durante
las sucesivas reflexiones de los miércoles en las audiencias generales, como
interlocutores actuales de Cristo Atentaremos detenernos más largamente sobre
las palabras de San Mateo (19, 3 ss). Para responder a la indicación que Cristo
ha encerrado en ellas, trataremos de penetrar en ese "principio" al
que se refirió de modo tan significativo, y así seguiremos de lejos el gran trabajo
que sobre este tema precisamente emprenden den ahora los participantes en el
próximo Sínodo de los Obispos. Junto con ellos toman parte numerosos grupos de
Pastores y de laicos que se sienten particularmente responsables de la misión
que Cristo propone al matrimonio y a la familia cristiana: la misión que El ha
propuesto siempre y propone también en nuestra época, en el mundo
contemporáneo. El ciclo de reflexiones que comenzamos hoy, con intención de
continuarlo durante los sucesivos encuentros de los miércoles, tiene como
finalidad, entre otras cosas, acompañar, de lejos por así decirlo, los trabajos
preparativos al Sínodo; pero no tocando directamente su tema, sino dirigiendo
la atención a las raíces profundas de las que brota este tema. ------------------------------------------------------------------------ El diálogo de Cristo con
los fariseos 12. IX.791. 1. El
miércoles pasado comenzamos el ciclo de reflexiones sobre la respuesta que
Cristo Señor dio a sus interlocutores acerca de la pregunta sobre la unidad e
indisolubilidad del matrimonio. Los interlocutores fariseos, como recordamos,
apelaron a la ley de Moisés; Cristo, en cambio, se remitió al
"principio" citando las palabras del libro del Génesis. El
"principio" en este caso se refiere a lo que trata una de las
primeras páginas del libro del Génesis. Si queremos hacer un análisis de esta
realidad, debemos, sin duda, dirigirnos, ante todo, al texto. Efectivamente,
las palabras pronunciadas por Cristo en la conversación con los fariseos, que
nos relatan el capítulo 19 de San Mateo y el 10 de San Marcos, constituyen un
pasaje que, a su vez, se encuadra en un contexto bien definido, sin el cual no
pueden ser entendidas ni interpretadas justamente. Este contexto lo ofrecen las
palabras: " No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y
hembra...?" (Mt 19,4), y hace referencia al llamado primer relato de la
creación del hombre, inserto en el ciclo de los siete días de la creación del
mundo (Gen 1, 1-2.4). 2. En
cambio, el contexto más próximo a las otras palabras de Cristo, tomadas del
Génesis 2,24, es el llamado segundo relato de la creación del hombre (Gen
2,525), pero indirectamente es todo el capítulo tercero del Génesis. El segundo
relato de la creación del hombre forma una unidad conceptual y estilística con
la descripción de la inocencia original, de la felicidad del hombre e incluso
de su primera caída. Dado lo específico del contenido expresado en las palabras
de Cristo, tomadas del Génesis 2,24, se podría incluir también en el contexto,
al menos, la primera frase del capítulo cuarto del Génesis, que trata de la
concepción y nacimiento del hombre de padres terrenos. Así intentamos hacer en
el presente análisis. El relato bíblico de la creación del hombre Desde el punto
de vista de la crítica bíblica, es necesario recordar inmediatamente que el
primer relato de la creación del hombre es cronológicamente posterior al
segundo. El origen de este último es mucho más remoto. Este texto más antiguo
se define 'yahvista', porque para nombrar a Dios se sirve del término 'Yahvéh'.
Es difícil no quedar impresionados por el hecho de que la imagen de Dios que
presenta tiene rasgos antropológicos bastante relevantes (efectivamente, entre
otras cosas leemos allí que "...formó Yahveh Dios al hombre del polvo de
la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida": Gen 2,7). Respecto a
la descripción, el primer relato, es decir, precisamente el considerado
cronológicamente más reciente, es mucho más maduro, tanto por lo que se refiere
a la imagen de Dios, como por la formulación de las verdades esenciales sobre
el hombre. Este relato proviene de la tradición sacerdotal y al mismo tiempo
'elohista' de 'Elohim', término que emplea para nombrar a Dios. 3. Dado
que en esta narración la creación del hombre como varón y hembra, a la que se
refiere Jesús en su respuesta según Mt 19, está incluida en el ritmo de los
siete días de la creación del mundo, se le puede atribuir sobre todo un
carácter cosmológico; el hombre es creado sobre la tierra y al mismo tiempo que
el mundo visible. Pero, a la vez, el Creador le ordena subyugar y dominar la
tierra (cf. Gen 1,28); está colocado, pues, por encima del mundo. Aunque el
hombre esté tan estrechamente unido al mundo visible, sin embargo la narración bíblica
no habla de su semejanza con el resto de las criaturas, sino solamente con Dios
("Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó... ":
Gen 1,27). En el ciclo de los siete días de la creación es evidente una
gradación precisa; en cambio, el hombre no es creado según una sucesión
natural, sino que el Creador parece detenerse antes de llamarlo a la
existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión:
'Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza' (Gen 1, 26). 4. El
nivel de ese primer relato de la creación del hombre, aunque cronológicamente
posterior, es, sobre todo, de carácter teológico. De esto es índice la
definición del hombre sobre la base de su relación con Dios ('a imagen de Dios
lo creó'), que incluye al mismo tiempo la afirmación de la imposibilidad
absoluta de reducir el hombre al 'mundo'. Ya a la luz de las primeras frases de
la Biblia, el hombre no puede ser comprendido ni explicado hasta el fondo con
las categorías sacadas del 'mundo', es decir, del conjunto visible de los
cuerpos. A pesar de esto también el hombre es cuerpo. El Génesis 1, 27 constata
que esta verdad acerca del hombre se refiere tanto al varón como a la hembra:
'Dios creó al hombre a su imagen..., varón y hembra los creó'. Es necesario
reconocer que el primer relato es conciso, libre de cualquier huella de
subjetivismo: contiene sólo el hecho objetivo y define la realidad objetiva,
tanto cuando habla de la creación del hombre, varón y hembra, a imagen de Dios,
como cuando añade poco después las palabras de la primera bendición; 'Y los
bendijo Dios, diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra;
sometedla y dominad' (Gen 1, 28). 5. El
primer relato de la creación del hombre, que, como hemos constatado, es de
índole teológica, esconde en sí una potente carga metafísica. No se olvide que
precisamente este texto del libro del Génesis se ha convertido en la fuente de
las más profundas inspiraciones para los pensadores que han intentado
comprender el 'ser' y El 'existir' (Quizá sólo El capítulo tercero del libro
del Éxodo pueda resistir la comparación con este texto). A pesar de algunas
expresiones pormenorizadas y plásticas del pasaje, El hombre está definido
allí, ante todo, en las dimensiones del ser y del existir ('es se'). Está
definido de modo más metafísico que físico. Al misterio de su creación ('a
imagen de Dios lo creó') corresponde la perspectiva de la procreación
('procread y multiplicaos, y henchid la tierra'), de ese devenir en el mundo y
en el tiempo, de ese 'fieri' que está necesariamente unido a la situación
metafísica de la creación del ser contingente (contingens). Precisamente en
este contexto metafísico de la descripción del Génesis 1, es necesario entender
la entidad del bien, esto es, El aspecto del valor. Efectivamente este aspecto
vuelve en El ritmo de casi todos los días de la creación y alcanza su culmen
después de la creación del hombre: 'Y vio Dios ser muy bueno cuanto había
hecho' (Gen 1, 31). Por lo que se puede decir con certeza que El primer capítulo
del Génesis ha formado un punto indiscutible de referencia y la base sólida
para una metafísica e incluso para una antropología y una ética, según la cual
'ens et bonum convertuntur'. Sin duda todo esto tiene su significado también
para la teología y sobre todo para la teología del cuerpo. 6. Al
llegar aquí interrumpimos nuestras consideraciones. Dentro de una semana nos
ocuparemos del segundo relato de la creación, es decir, del que, según los
escrituristas, es más antiguo cronológicamente. La expresión "teología del
cuerpo" que acabo de usar merece una explicación más exacta, pero la
aplazamos para otro encuentro. Antes debemos tratar de profundizar en ese
pasaje del libro del Génesis al que Cristo se remitió. ------------------------------------------------------------------------ Inocencia original y pecado 19. IX.79 1.
Respecto a las palabras de Cristo sobre el tema del matrimonio en las que se
remite al "principio", dirigimos nuestra atención hace una semana al
primer relato de la creación del hombre en el libro del Génesis (c. 1). Hoy
pasaremos al segundo relato, que frecuentemente es conocido por
"yahvista", ya que en él a Dios se le llama "Yahveh". 2. El
segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de
la inocencia y felicidad originales, como a la primera caída) tiene un carácter
diverso por su naturaleza. Aún no queriendo anticiparlos detalles de esta
narración porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores, debemos
constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos
sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del
Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo
subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, psicológica. El capítulo 2 del
Génesis constituye en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la
autocomprensión del hombre y, junto con el capítulo 3, es el primer testimonio
de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto a través
de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter
mítico (*) encontramos allí 'in núcleo' casi todos los elementos del análisis
del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y
sobre todo contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación
del hombre especialmente en el aspecto de la subjetividad. Confrontando a la
vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde
a la realidad objetiva del hombre creado 'a imagen de Dios'. E incluso este
hecho es de otro modo importante para la teología del cuerpo, como veremos en
los análisis siguientes. 3. Es
significativo que Cristo, en su respuesta a los fariseos, en la que se remite
al 'principio', indica ante todo la creación del hombre con referencia al
Génesis 1, 27: 'El Creador al principio los creó varón y mujer'; sólo a
continuación cita el texto del Génesis 2, 24. Las palabras que describen
directamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se encuentran en el
contexto inmediato del segundo relato de la creación, cuyo rasgo característico
es la creación por separado de la mujer (Cfr. Gen 2, 1823), mientras que el
relato de la creación del primer hombre (varón) se halla en Gen 2, 57. A este
primer ser humano la Biblia lo llama "hombre" ('adama, mientras que,
por el contrario, desde el momento de la creación de la primera mujer comienza
a llamarlo "varón", 'is' en relación a 'issah ("mujer",
porque está sacada del varón = 'is). Y es también significativo que,
refiriéndose al Gen 2, 24, Cristo no sólo une el 'principio' con el misterio de
la creación, sino también nos lleva, por decirlo así, al límite de la primitiva
inocencia del hombre y del pecado original. La segunda descripción de la
creación del hombre ha quedado fijada en el libro del Génesis precisamente en
este contexto. Allí leemos ante todo: 'De la costilla que del hombre tomara,
formó Yahvéh Dios a la mujer, y se la presentó al hombre . El hombre exclamó: 'Esto
sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona,
porque del varón ha sido tomada'" (Gen 2,2223). "Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos
una sola carne" (Gen 2,24). 'Estaban los dos desnudos, el hombre y su
mujer, sin avergonzarse de ello'(Gen 2, 2425). 4 . A
continuación, inmediatamente después de estos versículos, comienza el capítulo
3 la narración de la primera caída del hombre y la mujer, vinculada al árbol
misterioso, que ya antes había sido llamado 'árbol de la ciencia del bien y del
mal' (Gen 2, 17). Con ello surge una situación completamente nueva,
esencialmente distinta de la precedente. El árbol de la ciencia del bien y del
mal es una línea divisoria entre dos situaciones originarias, de las que habla
el libro del Génesis. La primera situación es la de la inocencia original, en
la que el hombre (varón y hembra) se encuentran casi fuera del conocimiento del
bien y del mal, hasta que no quebrantan la prohibición del Creador y no comen
del fruto del árbol de la ciencia. La segunda situación, en cambio, es esa en
la que el hombre, después de haber quebrantado el mandamiento del Creador por
sugestión del espíritu maligno simbolizado por la serpiente, se halla, en cierto
modo, dentro del conocimiento del bien y del mal. Esta segunda situación
determina el estado pecaminoso del hombre, contrapuesto al estado de inocencia
primitiva. 5. Aunque
el texto yahvista sea muy conciso en su conjunto, basta sin embargo diferenciar
y contraponer con claridad esas dos situaciones originarias. Hablamos aquí de
situaciones, teniendo ante los ojos el relato que es una descripción de
acontecimientos. No obstante, a través de esta descripción y de todos sus
pormenores, surge la diferencia esencial entre el estado pecaminoso del hombre
y el de su inocencia original (**). La teología sistemática entreverá en estas
dos situaciones antitéticas dos estados diversos de la naturaleza humana:
status naturae integrae (estado de naturaleza íntegra) y status naturae la
lapsae (estado de naturaleza caída). Todo esto brota de ese texto 'yahvista'
del Gen 2 y 3, que encierra en sí la palabra más antigua de la revelación, y
evidentemente tiene un significado fundamental para la teología del hombre y para
la teología del cuerpo. 4. Cuando
Cristo, refiriéndose al 'principio', lleva a sus interlocutores alas palabras
del Gen 2, 24, les ordena, en cierto sentido, sobrepasar el límite que, en el
texto yahvista del Génesis, hay entre la primera y la segunda situación del
hombre. No aprueba lo que 'por dureza del... corazón' permitió Moisés, y se
remite a las palabras de la primera disposición divina, que en este texto está
expresamente ligada al estado de inocencia original del hombre. Esto significa
que esta disposición no ha perdido vigencia, aunque el hombre haya perdido su
inocencia primitiva. La respuesta de Cristo es decisiva y sin equívocos. Por
eso debemos sacar de ella las conclusiones normativas, que tienen un
significado esencial no sólo para la ética, sino sobre todo para la teología
del hombre y para la teología del cuerpo, que, como un punto particular de la
antropología teológica, se establece sobre el fundamento de la palabra de Dios
que se revela. ------------------------------------------------------------------------ •Notas: (*) Si en
el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término 'mito' indicaba lo que no
se contenía en la realidad, el producto de la imaginación, o lo que es
irracional, el siglo XX ha modificado la concepción del mito. L. Walk ve
en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera
instrumento del conocimiento religioso; para C.G. Jung, en cambio, el mito es
manifestación de los arquetipos y la expresión del 'inconsciente colectivo',
símbolo de los procesos interiores. M. Eliade
descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la
investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso
en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo
símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y
creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr.
Traité d'histoire des religions e Images et sy mboles). Según P.
Tilélich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad
para representar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el
acto religioso. H. Schlier
subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de
ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre
igual. Finalmente,
el mito tiende a conocer lo que es incognoscible. Según P.
Ricoeur: 'El mito es algo distinto de una explicación del mundo, de la historia
y del destino; expresa, en término de mundo, hasta de otro mundo o de un
segundo mundo, la comprensión que el hombre alcanza de sí mismo por relación al
fundamento y al límite de su existencia (...). Expresa en un lenguaje objetivo
el sentido que el hombre alcanza a partir de su dependencia con respecto a
aquello que se encuentra en el límite y en el origen de su mundo' (Le Conflict
des interprétation). 'El mito
adámico es el mito antropológico por excelencia; Adán, quiere decir Hombre; sin
embargo no todo mito sobre "el hombre primordial" es "el mito
adámico", que... es el único propiamente antropológico; por esto son
designados tres trazos: a) El mito
etiológico lleva el origen del mal hasta un antepasado de la humanidad actual
en el que su condición es homogénea con la nuestra (...). b) El mito
etiológico es el intento más extremo para separar el origen del bien y del mal.
La intención de este mito es dar consistencia a un origen radical del mal
distinto del origen más originario de la bondad de las cosas(...). Esta
distinción entre radical y originario es esencial al carácter antropológico del
mito adámico; esta distinción hace del hombre un comienzo del mal en el seno de
una creación que ha tenido ya su comienzo absoluto en el acto creador de Dios. c) El mito
adámico subordina la figura central del hombre primordial a otras figuras que
tienden a descentrar el relato, sin suprimir el primado de la figura adámica
(...) 'El mito,
nombrando a Adán, el hombre, explícita la universalidad concreta del mal
humano; el espíritu de penitencia da en el mito adámico el símbolo de esta
universalidad. Nosotros encontramos de este modo (...) la función
universalizante del mito. Pero al mismo tiempo encontramos otras dos funciones,
igualmente suscitadas por la experiencia penitencial (...). El mito
protohistórico histórico sirve así no solamente para generalizar la experiencia
de Israel a la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares, sino
también para comunicar a ésta la gran tensión entre la condenación y la
misericordia que los profetas habían enseñado a discernir en el propio destino
de Israel. 'Finalmente,
la última función del mito, motivada en la fe de Israel: el mito prepara la
especulación explorando el punto de ruptura de lo ontológico y de lo histórico'
(P. Ricoeur Finitude et culpabilité: II. Symbolique
du mal). (**) 'El
mismo lenguaje religioso pide la transposición de las imágenes, o mejor,
modalidades simbólicas a modalidades conceptuales de expresión. 'A primera
vista esta transposición puede parecer un cambio puramente extrínseco. El
lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por
un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura el lenguaje
religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje, el filosófico, que
es lenguaje conceptual por excelencia. Si es verdad que un vocabulario
religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una
tradición de interpretación, sin embargo también es verdad que no existe
tradición de interpretación que no esté "mediatizada" por alguna
concepción filosófica. 'He aquí
que la palabra "Dios", que en los textos bíblicos recibe un
significado por la convergencia de diversos modos de narración (relatos y
profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos)
vista esta convergencia, tanto como el punto de intersección, como el horizonte
que se desvanece en toda y cualquier forma debió ser absorbida en el espacio
conceptual, para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico
como primer motor, causa primera, Actus Essendi, ser perfecto, etc. Nuestro
concepto de Dios pertenece, pues, a una onto-teología, en la que se organiza
toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en
un marco de significados dictados por la metafísica' (Paul Ricoeur, Biblical
Hermeneutics). La
cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que
oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte. ------------------------------------------------------------------------ El hombre, pecador y redimido 26.IX.79
1. Cristo,
respondiendo a la pregunta sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio,
se remitió a lo que está escrito en el libro del Génesis sobre el tema del
matrimonio. En nuestras dos reflexiones precedentes hemos sometido a análisis
tanto el llamado texto elohísta (Gen 1) como el yahvista (Gen 2).Hoy queremos
sacar algunas conclusiones de este análisis. Cuando Cristo se refiere al
'principio', lleva a sus interlocutores a superar, en cierto modo, el límite
que, en el libro del Génesis, hay entre el estado de inocencia original y el
estado pecaminoso que comienza con la caída original. Simbólicamente
se puede vincular este limite con el árbol de la ciencia del bien y del mal,
que en el texto yahvista delimita dos situaciones diametralmente opuestas: la
situación de la inocencia original y la del pecado original. Estas situaciones
tienen una dimensión propia en el hombre, en su interior, en su conocimiento,
conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador que, en
el texto yahvista (Gen 2 y 3) es, al mismo tiempo, el Dios de la Alianza, de la
alianza más antigua del Creador con su criatura, es decir, con el hombre. El
árbol de la ciencia del bien y del mal, como expresión y símbolo de la alianza
con Dios, rota en el corazón del hombre, delimita y contrapone dos situaciones
y dos estados diametralmente opuestos: el de la inocencia original y el del
pecado original, y a la vez del estado pecaminoso hereditario en el hombre que
deriva de dicho pecado. Sin embargo, las palabras de Cristo, que se refieren al
'principio', nos permiten encontrar en el hombre una continuidad esencial y un
vínculo entre estos dos diversos estados o dimensiones del ser humano. El
estado de pecado forma parte del 'hombre histórico', tanto del que se habla en
Mateo 19, esto es, del interlocutor de Cristo entonces, como también de
cualquier otro interlocutor potencial o actual de todos los tiempos de la
historia y, por tanto, naturalmente, también del hombre de hoy. Pero ese estado
el estado 'histórico' precisamente en cada uno de los hombres, sin excepción
alguna, hunde sus raíces en su propia 'prehistoria' teológica, que es el estado
de la inocencia original. 2. No se
trata aquí de sola dialéctica. La leyes del conocer responden a las del ser. Es
imposible entender el estado pecaminoso 'histórico', sin referirse o remitirse
(y Cristo efectivamente a él remite) al estado de inocencia original (en cierto
sentido 'prehistórica') y fundamental. El brotar, pues, del estado pecaminoso,
como dimensión de la existencia humana, está, desde los comienzos, en relación
con esa inocencia real del hombre como estado original y fundamental, como
dimensión del ser creado 'a imagen de Dios'. Y así sucede no sólo para el
primer hombre, varón y mujer, como dramatis personae y protagonista de las
vicisitudes descritas en el texto yahvista de los capítulos 2 y 3 del Génesis,
sino también para todo el recorrido histórico de la existencia humana. El
hombre histórico está, pues, por decirlo así, arraigado en su prehistoria
teológica revelada; y por esto cada punto de su estado pecaminoso histórico se
explica (tanto para el alma como para el cuerpo) con referencia a la inocencia
original. Se puede decir que esta referencia es 'coheredad' del pecado, y
precisamente del pecado original. Si este pecado significa, en cada hombre
histórico, un estado de gracia perdida, entonces comporta también una
referencia a esa gracia, que es precisamente la gracia de la inocencia
original. 3. Cuando
Cristo, según el capítulo 19 de San Mateo, se refiere al 'principio', con esta
expresión no sólo indica el estado de inocencia original como horizonte perdido
de la existencia humana en la historia. Tenemos el derecho de atribuir al mismo
tiempo toda la elocuencia del misterio de la redención a las palabras que el
pronuncia con sus propios labios. Efectivamente, ya en el ámbito del mismo
texto yahvista del Gen 2 y 3, somos testigos de que el hombre, varón y mujer,
después de haber roto la alianza original con su Creador, recibe la primera
promesa de redención en las palabras del llamado Protoevangelio en Gen 3, 15, y
comienza a vivir en la perspectiva teológica de la redención. Así, pues, el
'hombre histórico' tanto el interlocutor de Cristo de aquel tiempo, del que
habla Mt 19, como el hombre de hoy participa de esta perspectiva. El participa
no sólo en la historia del estado pecaminoso humano como sujeto hereditario y,
a la vez, personal e irrepetible de esta historia, sino que participa también
en la historia de la salvación, si bien aquí como sujeto y cocreador. Por
tanto, está no sólo cerrado, a causa de su estado pecaminoso, respecto a la
inocencia original, sino que está al mismo tiempo abierto hacia el misterio de
la redención, que se ha realizado en Cristo y a través de Cristo. Pablo, autor
de la carta a los Romanos, presenta esta perspectiva de la redención, en la que
vive el hombre 'histórico', cuando escribe: '...también nosotros, que tenemos
las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando
por... la redención de nuestro cuerpo' (Rom 8, 23). No podemos perder de vista
esta perspectiva mientras seguimos las palabras de Cristo que, en su
conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio recurre al 'principio'. Si
ese 'principio' indicase sólo la creación del hombre como 'varón y mujer', si
-como ya hemos señalado- llevase a los interlocutores sólo a través del límite del
estado de pecado del hombre hasta la inocencia original, y no abriese al mismo
tiempo la perspectiva de una 'redención del cuerpo', la respuesta de Cristo no
sería realmente entendida de modo adecuado. Precisamente esta perspectiva de la
redención del cuerpo garantiza la continuidad y la unidad entre el estado
hereditario del pecado del hombre y su inocencia original, aunque esta
inocencia la haya perdido históricamente de un modo irremediable. También es
evidente que Cristo tiene el máximo derecho de responder a la pregunta que le
propusieron los doctores de la Ley y de la Alianza (como leemos en Mt 19 y en
Mc 10), en la perspectiva de la redención sobre la cual se apoya la misma
Alianza. 4. Si en
el contexto de la teología del hombre-cuerpo, así delineados substancialmente,
pensamos en el método de los análisis ulteriores acerca de la revelación del
'principio', en el que es esencial la referencia a los primeros capítulos del
libro del Génesis, debemos dirigir inmediatamente nuestra atención a un factor que
es particularmente importante para la interpretación teológica: importante
porque consiste en la relación entre revelación y experiencia. En la
interpretación de la revelación acerca del hombre y sobre todo acerca del
cuerpo, debemos referirnos a la experiencia por razones comprensibles, ya que
el hombre-cuerpo lo percibimos sobre todo con la experiencia. A la luz de las
mencionadas consideraciones fundamentales, tenemos pleno derecho a abrigar la
convicción de que esta nuestra experiencia 'histórica' debe, en cierto modo,
detenerse en los umbrales de la inocencia original del hombre, porque en
relación con ella permanece inadecuada. Sin embargo, a la luz de las mismas
consideraciones introductorias, debemos llegar a la convicción de que nuestra
experiencia humana es, en este caso, un medio de algún modo legítimo para la
interpretación teológica, y es, en cierto sentido, un punto de referencia
indispensable, al que debemos remitirnos en la interpretación del 'principio'.
El análisis más detallado del texto nos permitirá tener una visión más clara de
él. ------------------------------------------------------------------------ La soledad originaria del hombre 10.X.79
1. En la
última reflexión del presente ciclo hemos llegado a una conclusión
introductoria, sacada de las palabras del libro del Génesis sobre la creación
del hombre como varón y mujer. A estas palabras, o sea, al
"principio", se refirió el Señor Jesús en su conversación sobre la
indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,39; Mc 10,112). Pero la conclusión a
que hemos llegado no pone fin todavía a la serie de nuestros análisis.
Efectivamente, debemos leer de nuevo las narraciones del capítulo primero y
segundo del libro del Génesis en un contexto más amplio, que nos permitirá
establecer una serie de significados del texto antiguo, al que se refirió
Cristo. Por tanto, hoy reflexionamos sobre el significado de la soledad
originaria del hombre. 2. El
punto de partida de esta reflexión nos lo dan directamente las siguientes palabras
del libro del Génesis: 'No es bueno que el hombre (varón) esté solo, voy a
hacerle una ayuda semejante a él' (Gen 2, 18). Es Dios-Yahvéh quien dice estas
palabras. Forman parte del segundo relato de la creación del hombre y
provienen, por lo tanto, de la tradición yahvista, el relato de la creación del
hombre (varón) es un paisaje aislado (Cfr. Gen 2, 7), que precede al relato de
la primera mujer (Cfr. Gen 2, 2122). Además es significativo que el primer
hombre ('adam), creado del 'polvo de la tierra', sólo después de la creación de
la primera mujer es definido como varón ('is). Así, pues, cuando Dios-Yahvéh
pronuncia las palabras sobre la soledad, las refiere a la soledad del 'hombre'
en cuanto tal, y no sólo del varón. Pero es
difícil, basándose sólo en este hecho, ir demasiado lejos al sacar
conclusiones. Sin embargo, el contexto completo de esa soledad de la que nos
habla el Génesis 2, 18, puede convencernos de que se trata de la soledad del
'hombre' (varón y mujer), y no sólo de la soledad del hombre-varón, producida
por la ausencia de la mujer. Parece, pues, basándonos en todo el contexto, que
esta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma
del hombre, es decir, de su humanidad (y esto es evidente en el relato de Gen
2), y otro, que se deriva de la relación varón-mujer, y esto es evidente, en
cierto modo, en base al primer significado. Un análisis detallado de la
descripción parece confirmarlo. 3. El
problema de la soledad se manifiesta únicamente en el contexto del segundo
relato de la creación del hombre. En el primer relato no existe este problema.
Allí el hombre es creado en un solo acto como 'varón y mujer' ('Dios creó al
hombre a imagen suya... varón y mujer los creó': Gen 1, 27). El segundo relato
que, como ya hemos mencionado, habla primero de la creación del hombre y sólo
después de la creación de la mujer de la 'costilla' del varón, concentra
nuestra atención sobre el hecho de que 'el hombre está solo', y esto se
presenta como un problema antropológico fundamental, anterior, en cierto
sentido, al propuesto por el hecho de que este hombre sea varón y mujer. Este
problema es anterior no tanto en el sentido existencial: es anterior 'por su
naturaleza'. Así se revelará también el problema de la soledad del hombre desde
el punto de vista de la teología del cuerpo, si llegamos a hacer un análisis
profundo del segundo relato de la creación en Génesis 2. 4. La
afirmación de Dios-Yahvéh 'no es bueno que el hombre esté solo', aparece no
sólo en el contexto inmediato de la decisión de crear a la mujer ('voy a
hacerle una ayuda semejante a él'), sino también en el contexto más amplio de
motivos y circunstancias, que explican más profundamente el sentido de la
soledad originaria del hombre. El texto yahvista vincula ante todo la creación
del hombre con la necesidad de 'trabajar la tierra' (Gen 2, 5), y esto
correspondería, en el primer relato, a la vocación de someter y dominar la
tierra (Cfr. Gen 1, 28). Después, el segundo relato de la creación habla de
poner al hombre en el 'jardín en Edén', y de este modo nos introduce en el
estado de su felicidad original. Hasta este momento el hombre es objeto de la
acción creadora de Dios-Yahvéh, quien al mismo tiempo, como legislador,
establece las condiciones de la primera alianza con el hombre. Ya a través de
esto, se subraya la subjetividad del hombre, que encuentra una expresión
ulterior cuando el Señor Dios 'trajo ante el hombre (varón) todos cuantos
animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo
las llamaría' (Gen 2, 19). Así pues, el significado primitivo de la soledad
originaria del hombre está definido a base de un 'test' específico, o de un
examen que el hombre sostiene frente a Dios (y en cierto modo también frente a
sí mismo). Mediante este 'test', el hombre toma conciencia de la propia
superioridad, es decir, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de
seres vivientes sobre la tierra. En efecto,
como dice el texto, 'y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les
diera' (Gen 2, 19). 'Y dio el hombre nombre a todos los ganados, y a todas las
aves del cielo, y a todas las bestias del campo; pero -termina el autor- entre
todos ellos no había para el hombre (varón) ayuda semejante a él'(Gen 2, 1920). 5. Toda
esta parte del texto es sin duda una preparación para el relato de la creación
de la mujer. Sin embargo, posee un significado profundo, aún independientemente
de esta creación. He aquí que el hombre creado se encuentra, desde el primer
momento de su existencia, frente a Dios como en búsqueda de la propia entidad;
se podría decir: en búsqueda de la definición de sí mismo. Un contemporáneo
diría: en búsqueda de la propia 'identidad'. La constatación de que el hombre
'está solo' en medio de mundo visible y, en especial, entre los seres
vivientes, tiene un significado negativo en este estudio, en cuanto expresa lo
que él 'no es'. No obstante, la constatación de no poderse identificar
esencialmente con el mundo visible de los otros seres vivientes (animalia)
tiene, al mismo tiempo, un aspecto positivo para este estudio primario: aún
cuando esta constatación no es una definición completa, constituye, sin
embargo, uno de sus elementos. Si aceptamos la tradición aristotélica en la
lógica y en la antropología, sería necesario definir este elemento como 'género
próximo' (genus proximum). 6. El
texto yahvista nos permite, sin embargo, descubrir incluso elementos ulteriores
en ese maravilloso pasaje, en el que el hombre se encuentra solo frente a Dios,
sobre todo para expresar, a través de una primera autodefinición, el propio
autoconocimiento, como manifestación primitiva y fundamental de humanidad. El
autoconocimiento va a la par del conocimiento del mundo, de todas las criaturas
visibles, de todos los seres vivientes a los que el hombre ha dado nombre para
afirmar frente a ellos la propia diversidad. Así, pues,
la conciencia revela al hombre como el que posee la facultad cognoscitiva
respecto al mundo visible. Con este conocimiento que lo hace salir, en cierto modo,
fuera del propio ser, al mismo tiempo el hombre se revela a sí mismo en toda su
peculiaridad de su ser. No está solamente esencial y subjetivamente solo. En
efecto, soledad significa también subjetividad del hombre, la cual se
constituye a través del autoconocimiento. El hombre está solo porque es
'diferente' del mundo visible, del mundo de los seres vivientes. Analizando el
texto del libro del Génesis, somos testigos, en cierto sentido, de cómo el
hombre 'se distingue' frente a Dios-Yahvéh de todo el mundo de los seres
vivientes (animalia) con el primer acto de autoconciencia, y de cómo ,por
tanto, se revela a sí mismo y, a la vez, se afirma en el mundo visible como
'persona'. Ese proceso delineado de modo tan incisivo en el Génesis 2, 19-20,
proceso de búsqueda de una definición de sí, no lleva sólo a indicar
-empalmando con la tradición aristotélica- el genus proximum, que en el
capítulo 2 del Génesis se expresa con las palabras: 'ha puesto nombre', al que
corresponde la 'diferencia específica' que, según la definición de Aristóteles,
es nous, zoon noetikón -nous zoon noetikon-. Este proceso lleva también al
primer bosquejo del ser humano como persona humana con la subjetividad propia
que la caracteriza. ------------------------------------------------------------------------ El hombre, cuerpo entre cuerpos 24.X.79
En la
conversación precedente comenzamos a analizar el significado de la soledad
originaria del hombre. El punto de partida nos lo da el texto yahvista, y en
particular las palabras siguientes: "No es bueno que el hombre esté solo;
voy a hacerle una ayuda seme semejante a él" (Gen 2,18). El análisis de
los relativos pasajes del libro del Génesis (c.2) nos ha llevado a conclusiones
sorprendentes que miran a la antropología, esto es, a la ciencia fundamental
acerca del hombre encerrada en este libro. Efectivamente, en frases
relativamente escasas, el texto antiguo bosqueja al hombre como persona, con la
subjetividad que la caracteriza. Cuando
Dios-Yahvéh da a este primer hombre, así formado, el dominio en relación con
todos los árboles que crecen en el 'jardín en Edén', sobre todo en relación con
el de la ciencia del bien y del mal, a los rasgos del hombre, antes descritos,
se añade el momento de la opción o de la autodeterminación, es decir, de la
libre voluntad. De este modo, la imagen del hombre, como persona dotada de
subjetividad propia, aparece ante nosotros como acabada en su primer esbozo. En el
concepto de soledad originaria se incluye tanto la autoconciencia, como la
autodeterminación. El hecho de que el hombre esté 'solo' encierra en sí esta
estructura ontológica y, al mismo tiempo, es un índice de auténtica
comprensión. Sin esto, no podemos entender correctamente las palabras que
siguen y que constituyen el preludio a la creación de la primera mujer: 'Voy a
hacerle una ayuda'. Pero, sobre todo, sin el significado profundo de la soledad
originaria del hombre, no puede entenderse e interpretarse correctamente toda
la situación del hombre creado a 'imagen de Dios', que es la situación de la
primera, mejor aún, de la primitiva Alianza con Dios. 2. Este
hombre, de quien dice el relato del capítulo primero que fue creado 'a imagen
de Dios', se manifiesta en el segundo relato como sujeto de la Alianza, esto
es, sujeto constituido como persona, constituido a medida de 'partner del
Absoluto'', en cuanto debe discernir y elegir conscientemente entre el bien y
el mal, entre la vida y la muerte. Las palabras del primer mandamiento de
Dios-Yahvéh (Gen 2, 1617) que hablan directamente de la sumisión y dependencia
del hombre-creatura de su Creador, revelan precisamente de modo indirecto este
nivel de humanidad como sujeto de la Alianza y 'partner del Absoluto'. El
hombre está solo: esto quiere decir que él, a través de la propia humanidad, a
través de lo que él es, queda constituido al mismo tiempo en una relación
única, exclusiva e irrepetible con Dios mismo. La definición antropológica
contenida en el texto yahvista se acerca por su parte a lo que expresa las
definición teológica del hombre, que encontramos en el primer relato de la
creación ('Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza': Gen 1,
26). 3. El
hombre, así formado, pertenece al mundo visible, es cuerpo entre los cuerpos.
Al volver a tomar y, en cierto modo, al reconstruir el significado de la
soledad originaria, lo aplicamos al hombre en su totalidad. El cuerpo, mediante
el cual el hombre participa del mundo creado visible, lo hace al mismo tiempo
consciente de estar 'solo'. De otro modo no hubiera sido capaz de llegar a esa
convicción, a la que, en efecto, como leemos (Cfr. Gen 2, 20), ha llegado, si
su cuerpo no le hubiera ayudado a comprenderlo, haciendo la cosa evidente. La
conciencia de la soledad habría podido romperse a causa del mismo cuerpo. El
hombre adam, habría podido llegar a la conclusión de ser substancialmente
semejante a los otros seres vivientes (animalia ), basándose en la experiencia
del propio cuerpo. Y, en cambio, como leemos, no llegó a esta conclusión, más
bien llegó a la persuasión de estar 'solo'. El texto yahvista nunca habla
directamente del cuerpo; incluso cuando dice 'formó Yahvéh Dios al hombre del
polvo de la tierra', habla del hombre y no del cuerpo. Esto no obstante, el
relato tomado en su conjunto nos ofrece bases suficientes para percibir a este
hombre, creado en el mundo visible, precisamente como cuerpo entre los cuerpos. El
análisis del texto yahvista nos permite, además, vincular la soledad originaria
del hombre con el conocimiento del cuerpo, a través del cual el hombre se
distingue de todos los animalia y 'se separa' de ellos, y también a través del
cual él es persona. Se puede afirmar con certeza que el hombre así formado
tiene simultáneamente el conocimiento y la conciencia del sentido del propio
cuerpo. Y esto sobre la base de la experiencia de la soledad originaria. 4. Todo
esto puede considerarse como implicación del segundo relato de la creación del
hombre, y el análisis del texto nos permite un amplio desarrollo. Cuando al
comienzo del texto yahvista, antes aún que se hable de la creación del hombre
'del polvo de la tierra', leemos que 'no había todavía hombre que labrase la
tierra ni rueda que subiese el agua con que regarla' (Gen 2, 5-6), asociamos
justamente este pasaje al del primer relato, en el que se expresa el
mandamiento divino: 'Henchid la tierra: sometedla y dominad'(Gen 1, 28). El
segundo relato alude de manera explícita al trabajo que el hombre desarrolla
para cultivar la tierra. El primer medio fundamental para dominar la tierra se
encuentra en el hombre mismo. El hombre puede dominar la tierra porque sólo él
-y ningún otro de los seres vivientes- es capaz de 'cultivarla' y transformarla
según sus propias necesidades ('Hacía subir de la tierra el agua por canales
para regarla'). Y he aquí, este primer esbozo de una actividad específicamente
humana parece formar parte de la definición del hombre, tal como ella surge del
análisis del texto yahvista. Por consiguiente, se puede afirmar que este esbozo
es intrínseco al significado de la soledad originaria y pertenece a esa
dimensión de soledad, a través de la cual el hombre, desde el principio, está
en el mundo visible como cuerpo entre los cuerpos y descubre el sentido de la
propia corporalidad. ------------------------------------------------------------------------ La libertad del hombre 31.X.79. Nos
conviene volver hoy una vez más sobre el significado de la soledad originaria
del hombre, que surge sobre todo del análisis del llamado texto yahvista del
Génesis 2. El texto bíblico nos permite, como ya hemos comprobado en las
reflexiones precedentes, poner de relieve no sólo la conciencia que se tiene
del cuerpo humano (el hombre es creado en el mundo visible como 'cuerpo entre
los cuerpos'), sino también la de su significado propio. Teniendo
en cuenta la gran concisión del texto bíblico, no se puede, desde luego,
ampliar demasiado esta implicación. Pero es cierto que tocamos aquí el problema
central de la antropología. La conciencia del cuerpo parece identificarse en este
caso con el descubrimiento de la complejidad de la propia estructura que,
basándose en una antropología filosófica, consiste, en definitiva, en la
relación entre el alma y el cuerpo. El relato yahvista con su lenguaje
característico (esto es, con su propia terminología) lo expresa diciendo:
'Formó Dios-Yahvéh al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro
aliento de vida, y fue así el hombre ser animado' (Gen 2, 7). Y precisamente
este hombre 'ser animado', se distingue a continuación de todos los otros seres
vivientes del mundo visible. La premisa de este distinguirse el hombre es
precisamente el hecho de que sólo él es capaz de 'cultivar la tierra'(Cfr. Gen
2, 5) y de 'someterá' (Cfr. Gen 1, 28). Se puede decir que la conciencia de la
'superioridad' inscrita en la definición de humanidad, nace desde el principio
a base de una praxis o comportamiento típicamente humano. Esta conciencia
comporta una percepción especial del significado del propio cuerpo, que emerge
precisamente del hecho de que el hombre está para 'cultivar la tierra' y
'someterla'. Todo esto sería imposible sin una intuición típicamente humana del
significado del propio cuerpo. 2. Parece,
pues, que conviene hablar ante todo de este aspecto, más bien que del problema
de la complejidad antropológica en el sentido metafísico. Si la descripción
originaria de la conciencia humana, sacada del texto yahvista, comprende en el
conjunto del relato también el cuerpo, si encierra como el primer testimonio
del descubrimiento de la propia corporeidad (e incluso, como se ha dicho, la
percepción del significado del propio cuerpo), todo esto se revela, basándose
no en algún análisis primordial metafísico, sino en una concreta subjetividad
bastante clara del hombre. El hombre es sujeto no sólo por su autoconciencia y
autodeterminación, sino también a base de su propio cuerpo. La estructura de
este cuerpo es tal, que le permite ser autor de una actividad propiamente
humana. En esta actividad el cuerpo expresa la persona. Es, pues, en toda su
materialidad ('formó al hombre del polvo de la tierra'),como penetrable y
transparente, de modo que deja claro quién es el hombre (y quién debería ser),
gracias a la estructura de su conciencia y de su autodeterminación. Sobre esto
se apoya la percepción fundamental del significado del propio cuerpo, que no
puede menos de descubrirse analizando la soledad originaria del hombre. 3. Y he
aquí que, que con esta comprensión fundamental del significado del propio
cuerpo, el hombre como sujeto de la Antigua Alianza con el Creador, es colocado
ante el misterio del árbol de la ciencia: 'De todos los árboles del paraíso
puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque
el día que de él comieres, ciertamente morirás' (Gen 2,1617). El significado
original de la soledad del hombre se basa sobre la experiencia de la existencia
que le ha dado el Creador. Esta existencia humana está caracterizada
precisamente por la subjetividad que comprende también el significado del
cuerpo. Pero el hombre, que en su conciencia originariamente conoce
exclusivamente la experiencia del existir y, por tanto de la vida, ¿habría
podido entender lo que significa la palabra 'morirás'?. ¿Sería capaz de llegar
a comprender el sentido de esta palabra a través de la compleja estructura de
la vida, que le fue dada cuando 'el Señor Dios... le inspiró en el rostro
aliento de vida'?. Es necesario admitir que esta palabra, completamente nueva,
se presenta en el horizonte de la conciencia del hombre sin que él haya
experimentado nunca la realidad, y que al mismo tiempo esta palabra se presenta
ante él como una antítesis radical de todo aquello de lo que el hombre había
sido dotado. El hombre
oía por primera vez la palabra 'morirás', sin haber tenido familiaridad alguna
con ella en su experiencia hasta entonces; pero, por otra parte, no podía menos
de asociar el significado de la muerte a esa dimensión de vida de la que había
disfrutado hasta el momento. Las palabras de Dios-Yahvéh dirigidas al hombre
confirmaban una dependencia tal en el existir, que hacía del hombre un ser
limitado y, por su naturaleza, susceptible de no-existencia. Estas palabras
plantearon el problema de la muerte en sentido condicional: 'El día que de él
comieres... morirás'. El hombre, que había oído estas palabras, debía sacar de
ellas la verdad en la misma estructura interior de la propia soledad. Y, en
definitiva, dependía de él, de su decisión y libre elección, si con su soledad
hubiese entrado también en el círculo de la antítesis que le había revelado el
Creador, juntamente con el árbol de la ciencia del bien y del mal, y así
hubiese hecho propia la experiencia de morir y de la muerte. Al escuchar las
palabras de Dios-Yahvéh, el hombre debería haber entendido que el árbol de la
ciencia tenía hundidas sus raíces no sólo en el 'jardín en Edén', sino también
en su humanidad. Además, debería haber entendido que ese árbol misterioso
ocultaba en sí una dimensión de soledad, desconocida hasta entonces, de la que
le había dotado el Creador en medio del mundo de los seres vivientes, a los que
el hombre -delante de su mismo creador- 'había puesto nombre', para llegar a
comprender que ninguno de ellos era semejante a él. 4. Por lo
tanto, cuando el significado fundamental de su cuerpo ya había sido establecido
a través de la distinción del resto de las criaturas, cuando por esto mismo se
había hecho evidente que 'lo invisible' determina al hombre más que 'lo
visible', entonces se presentó ante él la alternativa vinculada estrecha y
directamente por Dios-Yahvéh al árbol de la ciencia del bien y del mal. La
alternativa entre la muerte y la inmortalidad que surge del Génesis 2, 17, va
más allá del significado esencial del cuerpo del hombre, en cuanto abarca el
significado escatológico no sólo del cuerpo, sino de la humanidad misma,
distinta de todos los seres vivientes, de los 'cuerpos'. Pero esta alternativa
afecta de un modo totalmente especial al cuerpo creado del 'polvo de la
tierra'. Para no
prolongar más este análisis, nos limitamos a constatar que la alternativa entre
la muerte y la inmortalidad entra, desde el comienzo, en la definición del
hombre y pertenece 'por principio' al significado de su soledad frente a Dios
mismo. Este significado originario de soledad, penetrado por la alternativa
entre la muerte y la inmortalidad, tiene también un significado fundamental
para toda la teología del cuerpo. ------------------------------------------------------------------------ La unidad originaria de varón y mujer 7.XI.79
1. Las
palabras del libro del Génesis: 'No es bueno que el hombre est solo' (Gen 2,
18) son como un preludio al relato de la creación de la mujer. Junto con este
relato, el sentido de la soledad originaria entra a formar parte del
significado de la unidad originaria, cuyo punto clave parecen ser las palabras
del Génesis, a las que se remite Cristo en su conversación con los fariseos:
'Dejará el hombre al padre y la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos
una sola carne' (Mt 19, 5). Si Cristo, al referirse al 'principio', cita estas
palabras, nos conviene precisar el significado de esa unidad originaria, que
hunde sus raíces en el hecho de la creación del hombre como varón y mujer. El relato
del capítulo primero del Génesis no toca el problema de la soledad originaria
del hombre: efectivamente, el hombre es desde el comienzo 'varón y mujer'. En
cambio, el texto yahvista del capítulo segundo nos autoriza, en cierto modo, a
pensar primero solamente en el hombre en cuanto, mediante el cuerpo, pertenece
al mundo visible, pero sobrepasándolo; luego, nos hace pensar en el mismo
hombre, mas a través de la duplicidad de sexo. La corporeidad y la sexualidad
no se identifican completamente. Aunque el cuerpo humano, en su constitución
normal, lleva en sí los signos del sexo y sea, por naturaleza, masculino o
femenino, sin embargo, el hecho de que el hombre sea 'cuerpo' pertenece a la
estructura del sujeto personal más profundamente que el hecho de que en su
constitución somática sea varón o mujer. Por esto el significado de la soledad
originaria es anterior substancialmente al significado de la unidad originaria;
en efecto, esta última se basa en la masculinidad y en la feminidad, casi como
en dos 'encarnaciones' diferentes, esto es, en dos modos de 'ser cuerpo' del mismo
ser humano, creado 'a imagen de Dios' (Gen 1, 27). 2.
Siguiendo el texto yahvista, en el cual la creación de la mujer se describe
separadamente (Cfr. Gen 2, 2122), debemos tener ante los ojos, al mismo tiempo,
esa 'imagen de Dios' del primer relato de la creación. El segundo relato
conserva, en su lenguaje y estilo, todas las características del texto
yahvista. El modo de narrar concuerda con el modo de pensar y de expresarse de
la poca a la que pertenece el texto. Se puede decir, siguiendo la filosofía
contemporánea de la religión y la del lenguaje, que se trata de un lenguaje
mítico. Efectivamente, en este caso, el término 'mito' no designa un contenido
fabuloso, sino sencillamente un modo arcaico de expresar un contenido más
profundo. Sin dificultad alguna, bajo el estrato de la narración antigua,
descubrimos ese contenido, realmente maravilloso por lo que respecta a las
cualidades y a la condensación de las verdades que allí se encierran. Añadamos
que el segundo relato de la creación del hombre conserva, hasta cierto punto,
una forma de diálogo entre el hombre y Dios-Creador, y esto se manifiesta sobre
todo en esa etapa en la que el hombre (adam) es creado definitivamente como
varón y mujer (is-issah). La creación se realiza casi al mismo tiempo en dos
dimensiones: la acción de Dios-Yahvéh que crea se desarrolla en correlación al
proceso de la conciencia humana. 3. Así,
pues, Dios-Yahvéh dice; 'No es bueno que el hombre est solo, voy a hacerle una
ayuda semejante a él' (Gen 2, 18). Y al mismo tiempo el hombre confirma su
propia soledad (Cfr. Gen. 2, 20). A continuación leemos: 'Hizo, pues Yahvéh
Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y, dormido, tomó una de sus
costillas, cerrando su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara,
formó Yahvéh Dios a la mujer' (Gen 2, 2122). Considerándolo característico del
lenguaje, es necesario reconocer ante todo que nos hace pensar mucho ese sopor
genesiano, en el que, por obra de Dios-Yahvéh, el hombre se sumerge, como en
preparación para el nuevo acto creador. (...). Si se admite, pues, una
diversidad significativa de vocabulario, se puede concluir que el hombre
('adam) cae en ese 'sopor' para despertarse 'varón' y 'mujer'(*).
Efectivamente, nos encontramos por primera vez en el Gen 2, 23 con la distinción
is-issah. Quizá, pues, la analogía del sueño indica aquí no tanto un pasar de
la conciencia a la subsconciencia, cuanto un retorno específico al no-ser (el
sueño comporta un componente de aniquilamiento de la existencia consciente del
hombre), o sea, al momento antecedente a la creación, a fin que, desde él, por
iniciativa creadora de Dios, el 'hombre' solitario pueda surgir de nuevo en su
doble unidad de varón y mujer (**). En todo
caso, a la luz del contexto del Gen 2, 1820, no hay duda alguna de que el
hombre cae en ese 'sopor' con el deseo de encontrar un ser semejante a sí. Si,
por analogía con el sueño, podemos hablar aquí también de ensueño, debemos
decir que ese arquetipo bíblico nos permite admitir como contenido de ese sueño
un 'segundo yo', también personal e igualmente relacionado con la situación de
soledad originaria, es decir, con todo ese proceso de estabilización de la
identidad humana en relación al conjunto de los seres vivientes (animalia), en
cuanto es proceso de 'diferenciación' del hombre de este ambiente. De este
modo, el círculo de la soledad del hombre-persona se rompe, porque el primer
'hombre' despierta de su sueño como 'varón y mujer'. 4. La
mujer es formada 'con la costilla' que Dios-Yahvéh tomó del hombre. Teniendo en
cuenta el modo arcaico, metafórico e imaginativo de expresar el pensamiento,
podemos establecer que se trata de homogeneidad de todo el ser de ambos; esta
homogeneidad se refiere sobre todo al cuerpo, a la estructura somática, y se
confirma también con las primeras palabras del hombre a la mujer creada: 'Esto
sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne' (Gen 2, 23) (***). Y sin
embargo, las palabras citadas se refieren también a la humanidad del
hombre-varón. Se leen en el contexto de las afirmaciones hechas antes de la
creación de la mujer, en las que, aún no existiendo todavía la 'encarnación'
del hombre, es definida como 'ayuda semejante a él' (Cfr. Gen 2, 18 y 20)
(****). Así, pues,
la mujer, en cierto sentido, es creada a base de la misma humanidad. La
homogeneidad somática, a pesar de la diversidad de la constitución unida a la
diferencia sexual, es tan evidente que el hombre (varón), despertándose del
sueño genético, la expresa inmediatamente cuando dice: 'Esto sí que es ya hueso
de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona, porque del varón
ha sido tomada' (Gen 2,23). De este modo el hombre (varón) manifiesta por vez
primera alegría e incluso exaltación, de las que antes no tenía oportunidad,
por faltarle un ser semejante a él. La alegría por otro ser humano, por el
segundo 'yo', domina en las palabras del hombre (varón) pronunciadas al ver a
la mujer (hembra). Todo esto ayuda a establecer el significado pleno de la
unidad originaria. Aquí son pocas las palabras, pero cada una es de gran peso.
Debemos, pues, tener en cuenta -y lo haremos también a continuación- el hecho
de que la primera mujer, 'formada con la costilla tomada del hombre' (varón),
inmediatamente es aceptada como una ayuda adecuada a él. ------------------------------------------------------------------------ •Notas: (*) El
sopor de Adán (en hebreo tardemah) es un sueño profundo (en latín: sopor; en
inglés: sleep) en el que cae el hombre sin conciencia o sueños. (La biblia
tiene otro término para definir el sueño: halom); cf. G n 15,12; 1 Sam 26,12.
Freud, en cambio, examina el contenido de los sueños (en latín: somnium; en
inglés s, dream), los cuales, formándose con elementos psíquicos
"rechazados por el subconsciente", permiten, según él, hacer emerger
de ellos los contenidos inconscientes que, en último análisis, serían siempre
sexuales. Esta idea es, naturalmente, del todo extraña al autor bíblico. En la
teología del autor yahvista, el sopor en que Dios hace caer al primer hombre subraya
la exclusividad de la acción de Dios en la obra de la creación de la mujer; el
hombre no tenía en ella participación alguna consciente. Dios se sirve de su
'costilla' solamente para acentuar la naturaleza común del varón y la mujer. (**)
"Sopor" (tardemah) es el término que aparece en la Sagrada Escritura
cuando el sueño o directamente después del sueño deben suceder acontecimientos
extraordinarios (cf. G n 15,12; 1 Sam 26,12; Is 29,10; Job 4,13; 33,15). Los
Setenta traducen tardemah por kstasis (un xtasis). En el Pentateuco, tardemah
aparece también una sola vez en un contexto misterioso: Abraham, por el mandato
de Dios, preparó un sacrificio de animales, ahuyentando de ellos a las aves
rapaces. Cuando ya estaba el sol para ponerse, cayó un sopor (15,12). Entonces
precisamente comienza Dios a hablar y realiza con él una alianza, que es la
cumbre de la revelación hecha a Abraham. Esta escena se parece, en cierto modo,
a la del huerto de Getsemaní: Jesús "comenzó a sentir temor y
angustia" (Mc 14,33) y encontró a los Apóstoles" adormilados por la
tristeza" (Lc 22,45) El autor bíblico admite en el primer hombre un cierto
sentido de carencia y soledad ("no es bueno que el hombre esté solo"
ó "no encontró una ayuda semejante a él") y aun casi de miedo. Quizá
este estado provoca "un sueño causado por la tristeza" o quizá, como
en el caso de Abraham, "por un oscuro terror" de no-ser; como en el
umbral de la obra de la creación: "La tierra estaba confusa y vacía y las
tinieblas cubrían la haz del abismo" (G n 1,2). En todo caso, según los
dos textos en que el Pentateuco, o, mejor, el libro del Génesis, habla del
sueño profundo (tardemak) tiene lugar una acción divina especial, es decir, una
'alianza' cargada de consecuencias para la historia de la salvación: Adán da
comienzo al género humano, Abrahán al Pueblo elegido. (***) Es
interesante notar que, para los antiguos sumerios, el signo cuneiforme para
indicar el sustantivo "costilla" coincidía con el empleado para
indicar la palabra "vida". En cuanto al relato yahvista, según cierta
interpretación de G n 2,21, Dios, más bien, cubre de carne la costilla (en vez
de cerrar la carne en el lugar de ella), y de este modo "forma" a la
mujer, que trae su origen de la "carne y de los huesos" del primer
hombre (varón). En el
lenguaje bíblico ésta es una definición de consanguinidad o pertenencia a la
misma descendencia: la mujer pertenece a la misma especie del hombre,
distinguiéndose de los otros seres vivientes creados antes. En la antropología
bíblica, los "huesos" expresan un componente importantísimo del
cuerpo; dado que para los hebreos no había una distinción precisa entre
"cuerpo" y "alma" (el cuerpo era considerado como
manifestación exterior de la personalidad), los "huesos" significaban
sencillamente, por sinécdoque, el "ser" humano (cf., por ejemplo Sal
139,15: "No desconocías mis huesos"). Se puede
entender, pues, 'hueso de los huesos', en sentido relacional, como el 'ser de
ser'; 'carne de la carne' significa que, aun teniendo diversas características
físicas, la mujer presenta la misma personalidad que posee el hombre. En el
"canto nupcial" del primer hombre, la expresión "hueso de los
huesos", "carne de la carne", es una forma de superlativo,
subrayado además por la repetición triple: "esta", "esa",
"la". (****) Es
difícil traducir exactamente la expresión hebrea cezer kenegdo, que se traduce
de distinto modo en las lenguas europeas; por ejemplo: en latín:
"adiutorium ei conveniens sicut oportebat iuxta eum". Porque el
término 'ayuda' parece sugerir el concepto de 'complementariedad', o mejor, de
'correspondencia exacta', el término 'semejante' se une más bien con el de
'similitud', pero en sentido diverso da la semejanza del hombre con Dios. ------------------------------------------------------------------------ Masculinidad y feminidad (1) 14.XI.79
1.
Siguiendo la narración del libro del Génesis, hemos constatado que la creación
'definitiva' del hombre consiste en la creación de la unidad de dos seres. Su
unidad denota sobre todo la identidad de la naturaleza humana; en cambio, la
dualidad manifiesta lo que, a base de tal identidad, constituye la masculinidad
y la feminidad del hombre creado. Esta dimensión ontológica de la unidad y de
la dualidad tiene, al mismo tiempo, un significado axiológico. Del texto del
Génesis 2, 23 y de todo el contexto se deduce claramente que el hombre ha sido
creado como un don especial ante Dios ('Y vio Dios ser muy bueno cuanto había
hecho': Gen 1, 31), pero también como un valor especial para el mismo hombre:
primero, porque es 'hombre'; segundo, porque la 'mujer' es para el hombre, y
viceversa, el hombre es para la mujer. Mientras el capítulo primero del Génesis
expresa este valor de forma puramente teológica, el capítulo segundo, en
cambio, revela, por decirlo así, el primer círculo de la experiencia vivida por
el hombre como valor. Esta experiencia está ya inscrita en el significado de la
soledad originaria, y luego en todo el relato de la creación del hombre como
varón y mujer. El conciso texto de Gen 2, 23, que contiene las palabras del
primer hombre a la vista de la mujer creada, 'tomada de él', puede ser
considerado el prototipo bíblico del Cantar de los Cantares. Y si es posible
leer impresiones y emociones a través de palabras tan remotas, podríamos
aventurarnos también a decir que la profundidad y la fuerza de esta primera y
'originaria' emoción del hombre-varón ante la humanidad de la mujer, y al mismo
tiempo ante la feminidad del otro ser humano, parece algo único e irrepetible. 2. De este
modo, el significado de la unidad originaria del hombre, a través de la
masculinidad y la feminidad, se expresa como superación del limite de la
soledad, y al mismo tiempo como afirmación respecto a los dos seres humanos de
todo lo que en la soledad es constitutivo del 'hombre'. En el relato bíblico,
la soledad es camino que lleva a esa unidad, que siguiendo al Vaticano II,
podemos definir Communio personarum. Como ya hemos constatado anteriormente, el
hombre en su soledad originaria, adquiere una conciencia personal en el proceso
de 'distinción' de todos los seres vivientes(animalia) y al mismo tiempo, en
esta soledad se abre hacia un ser afín a él y que el Génesis (2, 18 y 20)
define como 'ayuda semejante a él'. Esta apertura decide del hombre-persona no
menos, aun al contrario, acaso más aún, que la misma 'distinción'. La soledad
del hombre, en el relato yahvista, se nos presenta no sólo como el primer
descubrimiento de la transcendencia característica propia de la persona, sino
también como descubrimiento de una relación adecuada 'a la' persona, y por
tanto como apertura y espera de una 'comunión de personas'. Aquí se podría
emplear el término 'comunidad', si no fuese genérico y no tuviese tantos significados.
'Comunión' dice más y con mayor precisión, porque indica precisamente esa
'ayuda' que, en cierto sentido, se deriva del hecho mismo de existir como
persona 'junto' a una persona. En el relato bíblico este hecho se convierte eo
ipso de por sí en la existencia de la persona 'para' la persona, dado que el
hombre en su soledad originaria, en cierto modo, estaba ya en esta relación.
Esto se confirma, en sentido negativo, precisamente por su soledad. Además, la
comunión de las personas podía formarse sólo a base de una 'doble soledad' del
hombre y de la mujer, o sea, como encuentro en su 'distinción' del mundo de los
seres vivientes (animalia),que daba a ambos la posibilidad de ser y existir en
una reciprocidad particular. El concepto de 'ayuda' expresa también esta
reciprocidad en la existencia, que ningún otro ser viviente podía haber podido
asegurar. Para esta reciprocidad era indispensable todo lo que de constitutivo
fundaba la soledad de cada uno de ellos, y por tanto también la autoconciencia
y la autodeterminación, o sea, la subjetividad y el conocimiento del
significado del propio cuerpo. 3. El
relato de la creación del hombre, en el capítulo primero, afirma desde el
principio y directamente que el hombre ha sido creado a imagen de Dios en
cuanto varón y mujer. El relato del capítulo segundo, en cambio, no habla de la
'imagen de Dios'; pero revela, a su manera característica, que la creación
completa y definitiva del 'hombre' (sometido primeramente a la experiencia de
la soledad originaria) se expresa en dar vida a esa 'communio personarum' que
forman el hombre y la mujer. De este modo, el relato yahvista concuerda con el
contenido del primer relato. Si, por el contrario, queremos sacar también del
relato del texto yahvista el concepto de 'imagen de Dios', entonces podemos
deducir que el hombre se ha convertido en 'imagen y semejanza' de Dios no sólo
a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las
personas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo. La función de la
imagen es la de reflejar a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio.
El hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad,
cuanto en el momento de la comunión. Efectivamente, él es 'desde el principio'
no sólo imagen en la que se refleja la soledad de un Ser que rige al mundo,
sino también y esencialmente imagen de una inescrutable comunión divina de
Personas. De este
modo el segundo relato podría también preparar a comprender el concepto
trinitario de la 'imagen de Dios', aun cuando ésta aparece sólo en el primer
relato. Obviamente esto no carece de significado incluso para la teología del
cuerpo, más aún, quizá constituye incluso el aspecto teológico más profundo de
todo lo que se puede decir acerca del hombre. En el misterio de la creación en
base a la originaria y constitutiva 'soledad' de su ser el hombre ha sido
dotado de una profunda unidad entre lo que en él es masculino humanamente y
mediante el cuerpo, y lo que de la misma manera es en él femenino humanamente y
mediante el cuerpo. Sobre todo esto, desde el comienzo, descendió la bendición
de la fecundidad, unida con la procreación humana (Cfr. Gen 1, 28). 4. De este
modo, nos encontramos casi en el meollo mismo de la realidad antropológica que
se llama 'cuerpo'. Las palabras del Génesis 2, 23 hablan de él directamente y
por vez primera en los términos siguientes: 'carne de mi carne y hueso de mis
huesos'. El hombre-varón pronuncia estas palabras, como si sólo a la vista de
la mujer pudiese identificar y llamar por su nombre a lo que en el mundo
visible los hace semejantes el uno al otro, y a la vez aquello en que se
manifiesta la humanidad. A la luz del análisis precedente de todos los
'cuerpos', con los que se ha puesto en contacto el hombre y a los que ha definido
conceptualmente poniéndoles nombre ('animalia'), la expresión 'carne de mi
carne' adquiere precisamente este significado: el cuerpo revela al hombre. Esta
fórmula concisa contiene ya todo lo que sobre la estructura del cuerpo como
organismo, sobre su vitalidad, sobre su particular fisiología sexual, etc.,
podrá decir acaso la ciencia humana. En esta expresión primera del hombre-varón
'carne de mi carne' se encierra también una referencia a aquello por lo que el
cuerpo humano es auténticamente humano, es decir, como ser que incluso en toda
su corporeidad es 'semejante' a Dios. 5. Nos
encontramos, pues, casi en el meollo mismo de la realidad antropológica, cuyo
nombre es 'cuerpo', cuerpo humano. Sin embargo, como es fácil observar, este
meollo no es sólo antropológico, sino también esencialmente teológico. La
teología del cuerpo, que desde el principio está unida a la creación del hombre
a imagen de Dios, se convierte, en cierto modo, también en teología del sexo, o
mejor, teología de la masculinidad y de la feminidad, que aquí, en el libro del
Génesis, tiene su punto de partida. El significado originario de la unidad,
testimoniada por las palabras del Génesis 2, 24, tendrá amplia y lejana
perspectiva en la revelación de Dios. Esta unidad a través del cuerpo ('y los
dos serán una sola carne') tiene una dimensión multiforme: una dimensión ética,
como se confirma en la respuesta de Cristo a los fariseos en Mt 19 (Mc 10), y
también una dimensión sacramental, estrictamente teológica, como se comprueba
por las palabras de San Pablo a los Efesios, que hace referencia además a la
tradición de los Profetas (...). Y así, porque esa unidad que se realiza a
través del cuerpo indica, desde el principio, no sólo el 'cuerpo', sino también
la comunión 'encarnada' de las personas communio personarum y exige esta
comunión desde el principio. La masculinidad y la feminidad expresan el doble
aspecto de la constitución somática del hombre ('esto sí que es carne de mi
carne y hueso de mis huesos'), e indican, además, a través de las mismas
palabras del Génesis 2, 23, la nueva conciencia del sentido del propio cuerpo:
sentido, que se puede decir consiste en un enriquecimiento recíproco.
Precisamente esta conciencia, a través de la cual la humanidad se forma de
nuevo como comunión de personas, parece constituir el estrato que en el relato
de la creación del hombre ( y en la revelación del cuerpo contenida en él) es
más profundo que la misma estructura somática como varón y mujer. En todo caso,
esta estructura se presenta desde el principio con una conciencia profunda de
la corporeidad y sexualidad humana, y esto establece una norma inalienable para
la comprensión del hombre en el plano teológico. ------------------------------------------------------------------------ Masculinidad y feminidad (2) 21.XI.79
1.(...) la
búsqueda de la identidad humana de aquel que al principio estaba 'solo', debe
pasar siempre a través de la dualidad, la 'comunión'. Recordemos el pasaje del
Génesis 2, 23: 'El hombre exclamó: Esto sí es ya hueso de mis huesos y carne de
mi carne. Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada'. A la luz de
este texto, comprendemos que el conocimiento del hombre pasa a través de la
masculinidad y la feminidad, que son dos' encarnaciones' de la misma soledad
metafísica, frente a Dios y al mundo como dos modos de 'ser cuerpo' y a la vez
hombre, que se complementan recíprocamente, como dos dimensiones
complementarias de la autoconciencia y autodeterminación, y, al mismo tiempo,
como dos conciencias complementarias del significado del cuerpo. Así, como ya
demuestra el Génesis 2, 23, la feminidad, en cierto sentido, se encuentra a sí
misma frente ala masculinidad, mientras que la masculinidad se confirma a
través de la feminidad. Precisamente la función del sexo, que, en cierto
sentido, es 'constitutivo de la persona' (no sólo 'atributo de la persona'),
demuestra lo profundamente que el hombre, en su soledad espiritual, con la
unidad eirrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo
como ' él' o 'ella'. La presencia del elemento femenino junto al masculino y al
mismo tiempo que él, tiene el significado de un enriquecimiento para el hombre
en toda la perspectiva de la historia, comprendida también la historia de la
salvación. 2. La
unidad de la que habla el Génesis 2, 24 ('y vendrán a ser los dos una sola
carne'), es sin duda la que se expresa y se realiza en el acto conyugal. La
formulación bíblica, extremadamente concisa y simple, señala el sexo, feminidad
y masculinidad, como esa característica del hombre varón y mujer que les
permite, cuando se convierten en 'una sola carne', someter al mismo tiempo toda
su humanidad a la bendición de la fecundidad. Sin embargo, todo el contexto de
la formulación la lapidaria no nos permite detenernos en la superficie de la
sexualidad humana, no nos consiente tratar del cuerpo y del sexo fuera de la
dimensión plena del hombre y de la 'comunión de las personas', sino que nos
obliga a entrever desde el 'principio' la plenitud y la profundidad propias de
esta unidad, que varón y mujer deben constituir a la luz de la revelación del
cuerpo. Por tanto,
ante todo, la expresión respectiva que dice: 'El hombre... se unirá a su mujer'
tan íntimamente que 'los dos serán una sola carne', nos induce siempre a
dirigirnos a lo que el texto bíblico expresa con anterioridad respecto a la
unión en la humanidad, que une a la mujer y al varón en el misterio mismo de la
creación. Las palabras del Génesis 2, 23, que acabamos de analizar, explican
este concepto de modo particular. El varón y la mujer, uniéndose entre sí (en
el acto conyugal) tan íntimamente que se convierten en 'una sola carne',
descubren de nuevo, por decirlo así, cada vez y de modo especial, el misterio
de la creación, retornan así a esa unión de la humanidad, que les permite
reconocerse recíprocamente y, llamarse por su nombre, como la primera vez. Esto
significa revivir, en cierto sentido, el valor originario virginal del hombre,
que emerge del misterio de su soledad frente a Dios y en medio del mundo. El
hecho de que se conviertan en 'una sola carne' es vínculo potente establecido
por el Creador, a través del cual ellos descubren su propia humanidad, tanto en
su unidad originaria, como en la dualidad de un misterioso atractivo recíproco.
Pero el sexo es algo más que la fuerza misteriosa de la corporeidad humana, que
obra casi en virtud del instinto. A nivel del hombre y en la relación recíproca
de las personas, el sexo expresa una superación siempre nueva del límite de la
soledad del hombre inherente ala constitución de su cuerpo y determina su
significado originario. Esta superación lleva siempre consigo una cierta
asunción de la soledad del cuerpo del segundo 'yo' como propia. 3. Por
esto está ligada a la elección. La formulación misma del Génesis 2,24 indica no
sólo que los seres humanos creados como varón y mujer, han sido creados para la
unidad, sino también que precisamente esta unidad, a través de la cual se
convierten en 'una sola carne' tiene desde el principio un carácter de unión
que se deriva de una elección. Efectivamente, leemos: 'El hombre abandonará a
su padre y a su madre y se unirá a su mujer'. Si el hombre pertenece 'por
naturaleza' al padre y a la madre, en virtud de la generación, en cambio 'se
une' a la mujer (o al marido) por elección. El texto del Génesis 2, 24 define
este carácter del vínculo conyugal con referencia al primer hombre y a la
primera mujer, pero al mismo tiempo lo hace también en la perspectiva de todo
el futuro terreno del hombre. Por esto, Cristo, en su tiempo, se remitirá a ese
texto, de actualidad también en su poca. Creados a imagen de Dios, también en
cuanto forman una auténticamente comunión de personas, el primer hombre y la
primera mujer deben constituir el comienzo y el modelo de esa comunión para
todos los hombres y mujeres que en cualquier tiempo se unirán tan íntimamente
entre sí, que formarán 'una sola carne'. El cuerpo que, a través de la propia
masculinidad o feminidad ayuda a los dos desde el principio ('una ayuda
semejante a él') a encontrarse en comunión de personas, se convierte, de modo
especial, en el elemento constitutivo de su unión, cuando se hacen marido y
mujer. Pero esto se realiza a través de una elección recíproca. Es la elección
que establece el pacto conyugal entre las personas, que sólo a base de ella se
convierten en 'una sola carne'. 4. Esto
corresponde a la estructura de la soledad del hombre, y en concepto a la
'soledad de los dos'. La elección como expresión de autodeterminación, se apoya
sobre el fundamento de esa estructura, es decir, sobre el fundamento de su
autoconciencia. Sólo a
base de la propia estructura del hombre, él 'es cuerpo' y, a través del cuerpo,
es también varón y mujer. Cuando ambos se unen tan íntimamente entre sí que se
convierten en 'una sola carne', su unión conyugal presupone una conciencia
madura del cuerpo. Más aún, comporta una conciencia especial del significado de
ese cuerpo en el donarse recíproco de las personas. También en este sentido,
Génesis 2, 24 es un texto perspectivo. Efectivamente, demuestra que en cada
unión conyugal del hombre y de la mujer se descubre de nuevo la misma
conciencia originaria del significado unitivo del cuerpo en su masculinidad y
feminidad; con esto el texto bíblico indica, al mismo tiempo, que en cada una
de estas uniones se renueva, en cierto modo, el misterio de la creación en toda
su profundidad originaria y fuerza vital. 'Tomada del hombre' como 'carne de su
carne', la mujer se convierte a continuación, como 'esposa' y a través de su
maternidad, en madre de los vivientes (Cfr. Gen 3,20), porque su maternidad
tiene su propio origen también en él. La procreación se arraiga en la creación,
y cada vez, en cierto modo, reproduce su misterio. ------------------------------------------------------------------------
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