II. MATRIMONIO (2):
GENESIS:
LA EXPERIENCIA ORIGINARIA DEL CUERPO
(Catequesis Juan Pablo II) ------------------------------------------------------------------------------------------------- ContenidoGENESIS: LA EXPERIENCIA ORIGINARIA DEL CUERPO Experiencias originarias 12.XII.79 La inocencia original 19.XII.79 Masculinidad y feminidad (3) 9.I.80 La libertad de entregarse 16.I.80 El estado de inocencia original 13. II.80 El Sacramento del matrimonio, signo del amor de Dios 20. II.80. Los frutos del matrimonio 12. III.80 ---------------------------------------------------------------------------------------------------- Experiencias originarias 12.XII.79
2. En
efecto, Génesis 2, 25 ('Y estaban desnudos, el hombre y la mujer, pero no
sentían vergüenza') presenta uno de los elementos-clave de la revelación
originaria, igualmente determinante como los otros textos genesianos (2, 20 y
2, 23) que ya nos han permitido precisar el significado de la soledad y de la
unidad originarias del hombre. A estos se añade, como tercer elemento, el
significado de la desnudez originaria, puesto claramente en evidencia en el
contexto; y esto, en el primer esbozo bíblico de la antropología, no es una
cosa accidental. Al contrario, esto es propiamente la clave para su plena y
completa comprensión. 3.(...). 4. Ya
hemos constatado precedentemente que, al referirse 'al principio', Cristo
establece indirectamente la idea de continuidad y de unión entre aquellos dos
estados, como si nos permitiera retroceder desde el límite de la pecaminosidad
'histórica' del hombre hasta su inocencia originaria. Precisamente Gen 2, 25
exige de modo particular el sobrepasar este límite. Es fácil observar como este
paso, junto al significado inherente al mismo de la desnudez originaria, se
introduce en el conjunto contextual de la narración yahvista. De hecho, después
de algunos versículos, el mismo autor escribe: 'Entonces se les abrieron sus
ojos y los dos se dieron cuenta que estaban desnudos; entretejieron unas hojas
de higuera y se hicieron unos ceñidores' (Gen 3, 7). El adverbio 'entonces'
indica un nuevo momento y una nueva situación consiguiente a la rotura de la
primera Alianza; es una situación que sigue al fallo de la prueba ligada al
árbol de la ciencia del bien y del mal, que al mismo tiempo constituía la
primera prueba de 'obediencia', esto es, de escucha de la Palabra en toda su
verdad y la aceptación del Amor, según la plenitud de las exigencias de la
Voluntad creadora. Este nuevo momento o nueva situación comporta también un
nuevo contenido y un nuevo tipo de la experiencia del cuerpo, de tal modo que
ya no se puede decir; 'estaban desnudos, y no sentían vergüenza'. La vergüenza
es, por tanto, una experiencia no solamente originaria, sino 'de Confín'. 5. Por eso,
es significativa la diferencia de formulaciones que divide Génesis 2, 25 del 3,
7. En el primer caso, 'estaban desnudos, pero no sentían vergüenza'; en el
segundo caso, 'se dieron cuenta de que estaban desnudos'. ¿Quizá, se quiere
decir, con esto, que inicialmente 'no se habían dado cuenta de que estaban
desnudos'?, que no sabían o no veían recíprocamente la desnudez de sus
cuerpos?. La significativa transformación testimoniada en el texto bíblico
sobre la experiencia de la vergüenza (...), se encuentra en un nivel más
profundo que el del puro y simple uso del sentido de la vista. El análisis
comparativo entre Génesis 2, 25 y Génesis 3 lleva necesariamente a la
conclusión de que no se trata del paso del 'no conocer' al 'conocer', sino de
un cambio radical del significado de la desnudez originaria de la mujer
respecto al hombre y del hombre respecto a la mujer. Este emerge desde su
conciencia, como fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: '¿quién te
ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Has comido, quizá, del árbol del que te
había prohibido comer?' (Gen 3, 11). Tal cambio mira directamente a la
experiencia del significado del propio cuerpo delante del Creador y de las
criaturas. Lo cual viene confirmado inmediatamente después de las palabras del
hombre: 'He oído tu paso en el jardín, y he tenido miedo, porque estoy desnudo,
y me he escondido' (Gen 3, 10). Pero particularmente este cambio, que el texto
yahvista delinea de un modo claramente conciso y dramático, mira directamente,
quizá del modo más directo posible, a la relación hombre-mujer,
feminidad-masculinidad. ------------------------------------------------------------------------ La inocencia original 19.XII.79
1. ¿Qué es
la vergüenza y cómo explicar su esencia en el estado de inocencia originaria,
en la profundidad misma del misterio de la creación del hombre como varón y
mujer?. De los análisis contemporáneos de la vergüenza y en particular del
pudor sexual se deduce la complejidad de esta experiencia fundamental, en la
cual el hombre se expresa como persona según la estructura que le es propia. En
la experiencia del pudor, el ser humano experimenta el temor con relación al
'segundo yo' (así, p. e., la mujer frente al hombre), y esto es
substancialmente temor por el propio 'yo'. Con el pudor, el ser humano
manifiesta, casi 'instintivamente', la necesidad de la afirmación y de la
aceptación de este 'yo' de acuerdo a su justo valor. La experimenta, a la vez,
tanto dentro de sí mismo como hacia fuera, respecto del 'otro'. Se puede, por
tanto, decir que el pudor es una experiencia compleja, en el sentido que, como
alejando a un ser humano de otro (la mujer del hombre), busca a la vez su
acercamiento personal, creándole una base y un nivel adecuado. Por la
misma razón, tiene un significado fundamental con relación a la formación del
ethos en la convivencia humana, y de modo particular en la relación
hombre-mujer. El análisis del pudor indica de un modo claro lo profundamente
que está enraizado en las relaciones mutuas, como expresa exactamente las
reglas esenciales a la 'comunión de las personas', e igualmente como alcanza
profundamente la dimensión de la 'soledad' originaria del hombre. La aparición
de la 'vergüenza' en la continuación de la narración bíblica del capítulo 3 del
Génesis tiene un significado pluridimensional, y, en su momento, convendrá que
volvamos a continuar su análisis. 2. Es
necesario establecer, ante todo, que se trata de una verdadera no-presencia de
la vergüenza, no de una carencia o subdesarrollo de la misma. No podemos
sostener, de ningún modo, una 'primitivización' de su significado. Por tanto el
texto de Gen 2, 25 no solamente excluye decididamente la posibilidad de pensar
en una 'falta de vergüenza', próxima a la impudicia, sino que excluye aún más
ser explicada mediante la analogía con algunas experiencias humanas positivas,
como, p. E., aquellas de la edad infantil o de la vida de los, así llamados,
pueblos primitivos. Tales analogías no son solamente insuficientes, sino que
pueden ser incluso desilusionantes. Las palabras de Gen 2, 25 'no sentían
vergüenza', no expresan carencia, sino, al contrario, que sirven para indicar
una particular plenitud de conciencia y de experiencia, sobre todo la plenitud
de comprensión del significado del cuerpo, ligada al hecho de que 'estaban
desnudos'. Que el texto citado deba ser comprendido de este modo lo testifica
la continuación de la narración yahvista, en la cual la aparición de la
vergüenza y, en particular, del pudor sexual está ligada a la perdida de la
plenitud originaria. Por tanto, presuponiendo la experiencia del pudor como
experiencia 'de confín', debemos preguntarnos a que plenitud de conciencia y de
experiencia, y particularmente a que plenitud de comprensión del significado
del cuerpo corresponde el significado de la desnudez originaria, de laque habla
Gen 2, 25. 3.(...) 4. No se
puede individuar el significado de la desnudez originaria considerando sólo la
participación del hombre en la percepción exterior del mundo; no se le puede
establecer sin bajar a la intimidad del hombre. Gen 2,25 nos introduce
precisamente en este nivel y quiere que allí sea donde busquemos la inocencia
originaria del conocer. De hecho, aquella particular plenitud de la
comunicación interpersonal, gracias a la cual hombre y mujer 'estaban desnudos
y no sentían vergüenza' debe explicarse y medirse con la dimensión de la
interioridad humana. El
concepto de 'comunicación', en nuestro lenguaje convencional, ha sido
prácticamente alineado de su más profunda y originaria matriz semántica. Y ha
sido ligado a la esfera de los medios, esto es, en gran parte, a los productos
que sirven para entenderse, al intercambio, a la aproximación. Sin embargo, es
lícito suponer que, en su significado originario y más profundo, la
'comunicación' estaba y está directamente conectada a sujetos, que 'comunican'
precisamente en base a la 'común unión' que existe entre ellos, sea para
alcanzar sea para expresar una realidad que es propia y pertinente sólo al
ámbito de los sujetos-personas. De este modo, el cuerpo humano adquiere un
significado completamente nuevo, que no puede colocarse en el plano de la mera
percepción 'externa' del mundo. Este, de hecho, expresa la persona en su
concretez ontológica y existencial, que es algo más que el 'individuo', y, por
tanto, expresa el 'yo' humano personal, que funda desde dentro su percepción
'exterior'. 5. Toda la
narración bíblica, y en particular el texto yahvista, muestra que el cuerpo a
través de su propia visibilidad manifiesta al hombre y, manifestándolo, hace de
intermediario, esto es, hace que el hombre y la mujer 'comuniquen' entre ellos
según aquella communio personarum querida por el Creador precisamente para
ellos. Sólo esta dimensión, por lo que parece, nos permite comprender en modo
apropiado el significado de la desnudez originaria. Cualquier criterio
'naturalista' aplicado a este fin está destinado a fallar, mientras que el
criterio 'personalista' puede ser de gran ayuda. Gen 2,25 habla ciertamente de
algo extraordinario, que está más allá de los límites del pudor conocido
mediante la experiencia humana y que además determina la particular plenitud de
la comunicación interpersonal, radicada en el mismo corazón de la communio, que
viene así revelada y desarrollada. En esta relación, las palabras 'no sentían
vergüenza' pueden significar (in sensu obliquo) sólo una original profundidad
en la afirmación de aquello que es inherente a la persona, aquello que es
'visiblemente' femenino y masculino, a través de lo cual se constituye la
'intimidad personal' de la comunicación recíproca en toda su radical
simplicidad y pureza. A esta plenitud de percepción 'exterior', expresada
mediante la desnudez física, corresponde la 'interior' plenitud de la visión
del hombre en Dios, esto es según la medida de la imagen de Dios (Cfr. Gen 1,
17). Según esta medida, el hombre 'está' verdaderamente desnudo ('estaban
desnudos': Gen 2, 25), antes aún de darse cuenta de ello (Cfr. Gen 3, 710). ------------------------------------------------------------------------ Cuerpo y espíritu 2.I.80
1. Según
este pasaje (Génesis 2, 25), el varón y la mujer se ven a sí mismos como a
través del misterio de la creación; se ven a sí mismos de este modo, antes de
darse cuenta de 'que estaban desnudos'. Este verse desnudos, no es sólo una
participación a la percepción 'exterior' del mundo, sino que tiene también una
dimensión interior de participación en la visión del mismo Creador, de esa
visión de la que habla varias veces la narración del capítulo primero: 'Y vio
Dios ser muy bueno cuanto había hecho' (Gen 1, 31). La 'desnudez' significa el
bien originario de la visión divina. Significa toda la sencillez y plenitud de
la visión a través de la cual se manifiesta el valor 'puro' del cuerpo y del
sexo. La situación que se indica de manera tan concisa y a la vez sugestiva de
la revelación originaria del cuerpo, como resulta especialmente del Génesis 2,
25, no conoce la ruptura interior y contraposición entre lo que es espiritual y
lo que es sensible, así como no conoce ruptura y contraposición entre lo que
humanamente constituye la persona y lo que en el hombre determina el sexo: lo
que es masculino y femenino. Al verse
recíprocamente, como a través del misterio mismo de la creación, varón y mujer
se ven a sí mismos aún más plenamente y más distintamente que a través del
sentido mismo de la vista, es decir, a través de los ojos del cuerpo.
Efectivamente, se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada
interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las personas. Si
la 'vergüenza' lleva consigo una limitación específica de ver mediante los ojos
del cuerpo, esto ocurra sobre todo porque la intimidad personal está como
turbada y casi 'amenazada' por esta visión. Según el Génesis 2, 25, el varón y
la mujer 'no sintieron vergüenza': al verse y conocerse a sí mismos en toda la
paz y tranquilidad de la mirada interior, se 'comunican' en la plenitud de la
humanidad, que se manifiesta en su como recíproca complementariedad precisamente
porque es 'masculina' y 'femenina'. Al mismo tiempo 'se comunican' según esa
comunión de las personas, en la que, a través de la feminidad y masculinidad,
se convierten en don recíproco la una para la otra. De este modo alcanzan en la
reciprocidad una comprensión especial del significado del propio cuerpo. El
significado originario de la desnudez corresponde a esa sencillez y plenitud de
visión, en la cual la comprensión del significado del cuerpo nace casi en el
corazón mismo de su comunidad-comunión. La llamaremos 'esponsalicia'. El varón
y la mujer en el Génesis 2, 23-25 surgen al 'principio' mismo precisamente con
esta conciencia del significado del propio cuerpo. 2. Si el
relato de la creación del hombre en las dos versiones, la del capítulo primero
y la yahvista del capítulo segundo, nos permite establecer el significado
originario de la soledad, de la unidad y de la desnudez, por esto mismo nos
permite también encontrarnos sobre el terreno de una antropología adecuada, que
trata de comprender e interpretar al hombre en lo que esencialmente humano. Los
textos bíblicos contienen los elementos esenciales de esta antropología, que se
manifiestan en el contexto teológico de la 'imagen de Dios'. Este concepto
encierra en sí la raíz misma de la verdad sobre el hombre, revelada a través de
ese "principio", al que se remite Cristo en la conversación con los
fariseos (cf. Mt 19,39), hablando de la creación del hombre como varón y mujer.
Es necesario recordar que todos los análisis que hacemos aquí se vuelven a
unir, al menos indirectamente, precisamente con estas palabras suyas. El
hombre, al que Dios ha creado 'varón y mujer', lleva impresa en el cuerpo,
'desde el principio', la imagen divina; varón y mujer constituyen como dos
diversos modos del humano "ser cuerpo" en la unidad de esa imagen. Ahora
bien, conviene dirigirse de nuevo a esas palabras fundamentales de las que se
sirvió Cristo, esto es, a la palabra 'creó', al sujeto 'Creador', introduciendo
en las consideraciones hasta ahora hechas una nueva dimensión, un nuevo
criterio de comprensión e interpretación, que llamaremos 'hermenéutica' del
don'. La dimensión del don decide sobre la verdad esencial y sobre la
profundidad del significado de la originaria soledad-unidad-desnudez. Ella está
también en el corazón mismo de la creación, que nos permite construir la
teología del cuerpo 'desde el principio', pero exige, al mismo tiempo, que la
construyamos de este modo. 3. La
palabra "creó", en labios de Cristo, contiene la misma verdad que
encontramos en el libro del Génesis. El primer relato de la creación repite
varias veces esta palabra, G n 1,1 ("al principio creó Dios los cielos y
la tierra") hasta el G n 1,27 ("creó Dios al hombre a imagen
suya"). Dios se revela a Sí mismo sobre todo como Creador. Cristo se
remite a esa revelación fundamental contenido en el libro del Génesis. El
concepto de creación tiene en (el libro del Génesis) toda su profundidad no
sólo metafísica, sino también teológica. Creador es el que 'llama a la
existencia de la nada', y el que establece en la existencia al mundo y al
hombre en el mundo porque El 'es amor' (1 Jn 4, 8). A decir verdad, no
encontramos esta palabra amor (Dios es amor) en el relato de la creación; sin
embargo, este relato repite frecuentemente: 'vio Dios cuanto había hecho y era
muy bueno'. A través de estas palabras somos llamados a entrever en el amor el
motivo divino de la creación, como la fuente de la que brota: efectivamente,
sólo el amor da comienzo al bien y se complace en el bien (Cfr. 1 Cor 13). Por esto,
la creación, como obra de Dios, significa no sólo llamar de la nada a la
existencia y establecer la existencia del mundo y del hombre en el mundo, sino
que significa también, según la primera narración 'beresit bara', donación; una
donación fundamental y 'radical', es decir, una donación en la que el don surge
precisamente de la nada. 4 . La
lectura de los primeros capítulos del libro del Génesis nos introduce en el
misterio de la creación, esto es, del comienzo del mundo por voluntad de Dios,
que es omnipotencia y amor. En consecuencia, toda criatura lleva en sí el signo
de don originario y fundamental. Sin
embargo, al mismo tiempo, el concepto 'donar' no puede referirse aun nada. Ese
concepto indica al que da y al que recibe el don, y también la relación que se
establece entre ellos. Ahora, esta relación surge del relato de la creación en
el momento mismo de la creación del hombre. Esta relación se manifiesta sobre
todo por la expresión: 'Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo
creó' (Gen 1, 27). En el relato de la creación mundo visible el donar tiene
sentido sólo respecto al hombre. En toda la obra de la creación, sólo él se
puede decir que ha sido gratificado con un don: el mundo visible ha sido creado
'para él'. El relato bíblico de la creación nos ofrece motivos suficientes para
esta comprensión e interpretación: la creación es un don, porque en ella
aparece el hombre que, como 'imagen de Dios', es capaz de comprender el sentido
mismo del don en la llamada de la nada a la existencia. Y es capaz de responder
al Creador con el lenguaje de esta comprensión. Al interpretar con este
lenguaje el relato de la creación, se puede deducir de él que ella constituye
el don fundamental y originario: al hombre aparece como el que ha recibido en
don el mundo, y viceversa, puede decirse también que el mundo ha recibido en
don al hombre. ------------------------------------------------------------------------ Masculinidad y feminidad (3) 9.I.80
1.
Releyendo y analizando el segundo relato de la creación, esto es, el texto
yahvista, debemos preguntarnos si el primer "hombre" ('adam), en su
soledad originaria, "viviría" el mundo realmente como don, con
actitud conforme a la condición efectiva de quien ha recibido un don, como
consta por el relato del capítulo primero. Efectivamente, el segundo relato nos
presenta al hombre en el jardín del Edén (cf. G n 2,8); pero debemos observar
que, incluso en esta situación de felicidad originaria, el Creador mismo (Dios
Yahvéh ), y después también el "hombre", en vez de subrayar el
aspecto del mundo como don subjetivamente beatíficamente, creado para el hombre
(cf. el primer relato y en particular G n 1,2629), ponen de relieve que el
hombre está "solo". Hemos analizado ya el significado de la soledad
originaria; pero ahora es necesario observar que por vez primera aparece
claramente una cierta carencia de bien: 'No es bueno que el hombre (varón) esté
solo dice DiosYahvéh, voy a hacerle una ayuda semejante...' (Gen 2, 18). Lo
mismo afirma el primer 'hombre'; también él, después de haber tomado conciencia
hasta el fondo de la propia soledad entre todos los seres vivientes sobre la
tierra, espera una 'ayuda semejante a ' él' (Cfr. Gen 2, 20). Efectivamente,
ninguno de estos seres (animalia) ofrece al hombre las condiciones que hagan
posible existir en una relación de don recíproco. 2. Así,
pues, estas dos expresiones, esto es, el adjetivo 'solo' y el sustantivo
'ayuda' parecen ser realmente la clave para comprender la esencia misma del don
a nivel del hombre, como contenido existencial inscrito en la verdad de la
'imagen de Dios'. Efectivamente, el don revela, por decirlo así, una
característica especial de la existencia personal, más aún, de la misma esencia
de la persona. Cuando Dios Yahvéh dice que 'no es bueno que el hombre est solo'
(Gen 2, 18), afirma que el hombre por sí 'solo' no realiza totalmente esta
esencia. Solamente la realiza existiendo 'con alguno', y aún más profundamente
y más completamente: existiendo 'para alguno'. Esta norma de existir como
persona se demuestra en el libro del Génesis como característica de la
creación, precisamente por medio del significado de estas dos palabras: 'solo'
y 'ayuda'. Ellas indican precisamente lo fundamental y constitutiva que es para
el hombre la relación y la comunión de las personas. Comunión de las personas
significan existir en un recíproco 'para', en una relación de don recíproco. Y
esta relación es precisamente la realización de la soledad originaria del
'hombre'. 3. Esta
realización es, en su origen, beatificante. Está implicada sin duda en la
felicidad originaria del hombre, y constituye precisamente esa felicidad que
pertenece al misterio de la creación hecha por amor, es decir, pertenece a la
esencia misma del donar creador. Cuando el "hombre-varón", al
despertar del sueño genesíaco, ve al hombre "mujer", tomada de él,
dice: "Esto sí que es un hueso de mis huesos y carne de mi carne" (G
n 2,23); estas palabras expresan, en cierto sentido, el comienzo subjetivamente
beatificante de la experiencia del hombre en el mundo. En cuanto se ha
verificado al "principio", esto confirma el proceso de
individualización del hombre, en el mundo, y nace, por así decir, de la profundidad
misma de su soledad humana, que él vive como persona frente a todas las otras
criaturas y a todos los seres vivientes (animalia). También este principio,
pues, pertenece a una antropología adecuada, y puede ser verificado siempre
según ella. Esta verificación puramente antropológica nos lleva, al mismo
tiempo, al tema de la "persona" y al tema del
"cuerpo-sexo". Esta simultaneidad es esencial. Efectivamente, si
tratáramos del sexo sin la persona, quedaría destruida toda la educación de la antropología
que encontramos en el libro del Génesis. Y entonces estaría velada para nuestro
estudio teológico la luz esencial de la revelación del cuerpo, que se
transparenta con tanta plenitud en estas primeras afirmaciones. 4. Hay un
fuerte vínculo entre el misterio de la creación, como don que nace del amor, y
ese 'principio' beatificante de la existencia del hombre como varón y mujer, en
toda la realidad de su cuerpo y de su sexo, que es simple y pura verdad de
comunión entre las personas. Cuando el primer hombre, al ver a la primera mujer
exclama: 'Es carne de mi carne (...)' (Gen 2, 23), afirma sencillamente la
identidad humana de ambos. Exclamando así, parece decir: "He aquí un
cuerpo que expresa la 'persona'! Atendiendo a un pasaje precedente del texto
yahvista, se puede decir también: este 'cuerpo' revela al 'alma viviente', tal
como fue el hombre cuando Dios Yahvéh alentó la vida en él (Cfr. Gen 2, 7), por
la cual comenzó su soledad frente a todos los seres vivientes. Precisamente
atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en
la dimensión del don reciproco, cuya expresión que por esto mismo es la
expresión de su existencia como persona es el cuerpo humano en toda la verdad
originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo, que expresa la feminidad
'para' la masculinidad, y viceversa, la masculinidad 'para' la feminidad,
manifiesta la reciprocidad y la comunión delas personas. La expresa a través
del don como característica fundamental de la existencia personal. Este es el
cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del
Amor como fuente de la que nació ese mismo donar. La masculinidad feminidad
esto es, el sexo es el signo originario de una donación creadora y de una toma
de conciencia por parte del hombre, varón mujer, de un don vivido, por así
decirlo, de modo originario. Este es el significado con el que el sexo entra en
la teología del cuerpo. 5. Ese
"comienzo" beatificante del ser y del existir del hombre, como varón
y mujer, está unido con la revelación y con el descubrimiento del significado
del cuerpo, que conviene llamar "esponsalicio". Si hablamos de
revelación a la vez de descubrimiento, lo hacemos en relación a lo específico
del texto yahvista, en el que el hilo teológico es también antropológico; más
aún, aparece como una cierta realidad conscientemente vivida por el hombre.
Hemos observado ya que a las palabras que expresan la primera alegría de la
aparición del hombre en la existencia como 'varón y mujer' (Gen 2, 23), sigue
el versículo que establece su unidad conyugal (Cfr. Gen 2, 24), y luego el que
testifica la desnudez de ambos, sin que tengan vergüenza recíproca (Cfr. Gen 2,
25). Precisamente esta confrontación significativa nos permite hablar de la
revelación y a la vez del descubrimiento del significado 'esponsalicio' del
cuerpo en el misterio mismo de la creación. Este significado (en cuanto
revelado e incluso conscientemente 'vivido' por el hombre) confirma hasta el
fondo que el donar creador, que brota del Amor, alcanzó la conciencia originaria
del hombre, convirtiéndose en experiencia de don recíproco, como se percibe ya
en el texto arcaico. De esto parece dar testimonio también acaso hasta de modo
específico esa desnudez de ambos progenitores, libre de vergüenza. 6. El
Génesis 2, 24 habla del sentido o finalidad que tiene la masculinidad y
feminidad del hombre, en la vida de los cónyuges padres. Al unirse entre sí tan
íntimamente, que se convierten en 'una sola carne', someten, en cierto sentido,
su humanidad a la bendición de la fecundidad, esto es, de la 'procreación', de
la que habla el primer relato (Gen 1, 28). El hombre comienza 'a ser' con la
conciencia de esta finalidad de la propia masculinidad feminidad, esto es, de
la propia sexualidad. Al mismo tiempo, las palabras del Génesis 2, 25: 'Estaban
ambos desnudos sin avergonzarse de ello', parece añadir a esta verdad
fundamental del significado del cuerpo humano, de su masculinidad y feminidad,
otra verdad no menos esencial y fundamental. El hombre, consciente de la
capacidad procreadora del propio cuerpo y del propio sexo, está al mismo tiempo
libre de la 'coacción' del propio cuerpo y sexo. Esta desnudez originaria,
recíproca y a la vez no gravada por la vergüenza, expresa esta libertad
interior del hombre. '¿Es ésta la libertad del 'instinto sexual'? El concepto
de 'instinto' implica ya una coacción interior, analógicamente al instinto que
estimula la fecundidad y la procreación en todo el mundo de los seres vivientes
(animalia). Pero parece que estos dos textos del libro del Génesis, el primero
y el segundo relato de la creación del hombre, vinculen suficientemente la
perspectiva de la procreación con la característica fundamental de la
existencia humana en sentido personal. En consecuencia, la analogía del cuerpo
humano y del sexo en relación al mundo de los animales ala que podemos llamar
analogía 'de la naturaleza' en los dos relatos (aunque cada uno de modo
diverso), se eleva también, en cierto sentido, a nivel de 'imagen de Dios', y a
nivel de persona y de comunión entre las personas La libertad de entregarse
16.I.80
1.
Continuamos hoy el análisis de los textos del libro del Génesis que hemos
emprendido según la línea de la enseñanza de Cristo. Efectivamente, recordamos
que, en la conversación sobre el matrimonio, Él se remitió al
"principio". La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento
originario del significado 'esponsalicio' del cuerpo, consiste en presentar al
hombre, varón y mujer, en toda su realidad y verdad de su cuerpo y sexo
('estaban desnudos'), y a la vez, en la plena libertad de toda coacción del
cuerpo y del sexo. De esto parece dar testimonio la desnudez de los
progenitores, interiormente libres de vergüenza. Se puede decir que, creados
por el Amor, esto es, dotados en su ser de masculinidad y feminidad, ambos
están 'desnudos', porque son libres de la misma libertad del don. Esta libertad
está precisamente en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo
humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio
mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y procreación, como en
todo el orden natural, sino que incluye desde 'el principio' el atributo
'esponsalicio', es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor
precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y mediante el don
realiza el sentido mismo de su ser y existir (Cfr. Gaudium et Spes 24).
Recordemos que el texto del último Concilio, donde se de Clara que el hombre es
la única creatura en el mundo visible a la que Dios ha querido "por sí
misma" añade que este hombre no puede "encontrar su propia plenitud
sino es a través de un don sincero de sí" 2. La raíz
de esa desnudez originaria libre de vergüenza, de la que habla Gen n 2,25, se
debe buscar precisamente en esa verdad integral sobre el hombre. Varón y mujer,
en el contexto de su 'principio' beatificante, están libres de la misma
libertad del don. Efectivamente, para poder permanecer en la relación del 'don
sincero de sí' y para convertirse en este don el uno para el otro, a través de
toda su humanidad hecha de feminidad y masculinidad incluso en relación a esa
perspectiva de la que habla G n 2,24), deben ser libres precisamente de este
modo. Entendemos aquí la libertad sobre todo como dominio de sí mismos
(autodominio). Bajo este aspecto, esa libertad es indispensable para que el
hombre pueda 'darse a sí mismo', para que pueda convertirse en don, para que
(refiriéndonos a las palabras del Concilio) pueda 'encontrar su propia
plenitud' a través de 'un don sincero de sí'. De este modo, las palabras
'estaban desnudos sin avergonzarse de ello' se pueden y se deben entender como
revelación y a la vez como descubrimiento de la libertad que hace posible y
califica el sentido 'esponsalicio' del cuerpo. 3. Pero Gn
2,25 dice todavía más. De hecho, este pasaje indica la posibilidad y la calidad
de esta recíproca "experiencia del cuerpo". Y además nos permite
identificar ese significado esponsalicio del cuerpo in actu . Cuando leemos
"estaban desnudos sin avergonzarse de ello", tocamos indirectamente
con su raíz y directamente ya sus frutos. Interiormente libres de la coacción
del propio cuerpo y sexo, libres de la libertad del don, varón y mujer podían
gozar de toda la verdad, de toda la evidencia humana, tal como Dios Yahvéh se
las había revelado en el misterio de la creación. Esta verdad sobre el hombre,
que el texto conciliar precisa con las palabras antes citadas, tiene dos
acentos principales. El primero afirma que el hombre es la única criatura en el
mundo al que el Creador ha querido "por sí misma"; el segundo
consiste en decir que este hombre mismo, querido por Dios desde el
"principio" de este modo, puede encontrarse a sí mismo sólo a través
de un don desinteresado de sí. Ahora, esta verdad acerca del hombre, que en
particular parece tomar la condición originaria unida al "principio"
mismo del hombre en el misterio de la creación, puede ser interpretada según el
texto conciliar en ambas direcciones. Esta interpretación nos ayuda a entender
todavía mejor el significado esponsalicio del cuerpo, que aparece inscrito en
la condición originaria del varón y de la mujer (según el Gn 2,2325) y en
particular en el significado de su desnudez originaria. Si, como hemos
constatado, en la raíz de la desnudez está la libertad interior del don
desinteresado de sí mismos ese don precisamente permite a ambos, varón y mujer,
encontrarse recíprocamente, en cuanto el creador ha querido a cada uno de ellos
"por sí mismo" (cf. Gaudium et spes, 24). Así, el hombre, en el
primer encuentro beatificante, encuentra de nuevo a la mujer, y ella le
encuentra a él. De este modo, él la acoge interiormente; la acoge tal como el
creador la ha querido "por sí misma", como ha sido constituida en el
misterio de la imagen de Dios a través de su feminidad; y recíprocamente, ella
le acoge del mismo modo, tal como el creador le ha querido "por sí
mismo" y le ha constituido mediante su masculinidad. En esto consiste la
revelación del descubrimiento del significado "esponsalicio" del
cuerpo. La narración yahvista, en particular Gen 2,25, nos permite deducir que
el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo precisamente con esta
conciencia del significado del propio cuerpo, de su masculinidad y de su
feminidad. 4. El
cuerpo humano, orientado interiormente por el 'don sincero' de la persona,
revela no sólo su masculinidad o feminidad en el plano físico, sino que revela
también este valor y esta belleza de sobrepasar la dimensión simplemente física
de la 'sexualidad'. De este modo se completa, en cierto sentido, la conciencia
del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado a la masculinidad-feminidad
del hombre. Por un lado, este significado indica una capacidad particular de
expresar el amor en el que el hombre se convierte en don; por otro, le
corresponde la capacidad y la profunda disponibilidad a la 'afirmación de la
persona', esto es, literalmente la capacidad de vivir el hecho de que el otro
la mujer para el varón y el varón para la mujer es, por medio del cuerpo,
alguien a quien ha querido el Creador 'por sí mismo', es decir, único e
irrepetible: alguien elegido por el Amor eterno. La 'afirmación de la persona'
no es otra cosa que la acogida del don, la cual, mediante la reciprocidad, crea
la comunión de las personas; ésta se construye desde dentro, comprendiendo
también toda la 'exterioridad' del hombre, esto es, todo eso que constituye la
desnudez pura y simple del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Entonces
(...), el hombre y la mujer no experimentaban vergüenza. La expresión bíblica
'no experimentaban' indica directamente 'la experiencia 'como dimensión
subjetiva. 5.(...)El
significado 'esponsalicio' del cuerpo humano se puede comprender solamente en
el contexto de la persona. El cuerpo tiene su significado 'esponsalicio' porque
el hombre-persona es una criatura que Dios ha querido por sí misma y que, al
mismo tiempo, no puede encontrar su plenitud si no es mediante el don de sí. ------------------------------------------------------------------------ El don de la gracia 30.I.80
1. La
realidad del don y del acto de donar, delineada en los primeros capítulos del
Génesis, como contenido constitutivo del misterio de la creación, confirma que
la irradiación del amor es parte integrante de este mismo misterio. Sólo el
amor crea el bien y, en definitiva, sólo puede ser percibido en todas sus
dimensiones y perfiles a través de las cosas creadas y sobre todo del hombre.
Su presencia es como el resultado final de las hermenéutica del don que aquí
estamos realizando. La felicidad originaria, el 'principio' beatificante del
hombre al que Dios creó 'varón y mujer', el significado esponsal del cuerpo en
su desnudez originaria: todo esto expresa el arraigo del amor. Este donar
coherente, que se remonta hasta las raíces más profundas de la conciencia y de
la subsconciencia, a los últimos estratos de la existencia subjetiva de ambos,
varón y mujer, y que se refleja en su recíproca 'experiencia del cuerpo', da
testimonio del arraigo del amor. Los primeros versículos de la Biblia hablan
tanto de ello, que disipan toda duda. Hablan no sólo de la creación del mundo y
del hombre en el mundo, sino también de la gracia, esto es, de la comunicación
en la santidad, de la irradiación del Espíritu, que produce un estado especial
de 'espiritualización' en el hombre, que de hecho fue el primero. En el
lenguaje bíblico, esto es, en el lenguaje de la revelación, la calificación de
'primero' significa precisamente 'de Dios': 'Adán, hijo de Dios' (Cfr. Lc 3,
38). 2. La
felicidad es el arraigarse en el amor. La felicidad originaria nos habla del
'principio' del hombre, que surgió del amor y ha dado comienzo al amor. Y esto
sucedió de un modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte. A
su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Creador y Padre,
que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia de la
inocencia originaria. Y por esto también el 'principio 'común del varón y la
mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y
feminidad (...) no conoce la vergüenza. Este 'principio' se puede definir
también como inmunidad originaria y beatificante de la vergüenza por efecto del
amor. 3. Esta
inmunidad nos orienta hacia el misterio de la inocencia originaria del hombre.
Es un misterio de su existencia anterior a la ciencia del bien y del mal, y
como 'al margen' de ésta El hecho de que el hombre exista en este mundo,
antecedentemente a la ruptura de la primera Alianza con su Creador pertenece a
la plenitud del misterio de la creación. Si (...) la creación es un don hecho
al hombre, entonces su plenitud es la dimensión más profunda y determinante de
la gracia, esto es, de la participación en la vida íntima de Dios mismo, en su
santidad. Esta es también en el hombre fundamento interior y fuente de su
inocencia originaria. Con este concepto y más precisamente con el de 'justicia
originaria', la teología define el estado del hombre antes del pecado original.
En el presente análisis del 'principio', que nos allana los caminos
indispensables para la comprensión de la teología del cuerpo, debemos
detenernos sobre el misterio del estado originario del hombre. En efecto,
precisamente esa conciencia del cuerpo más aún, la conciencia del significado
del cuerpo que tratamos de iluminar a través del análisis del 'principio',
revela la peculiaridad de la inocencia originaria. Lo que se
manifiesta quizá mayormente en el Génesis 2, 25, es precisamente el misterio de
esta inocencia, que tanto el hombre como la mujer llevan desde los orígenes,
cada uno en sí mismo. Su mismo cuerpo es testigo, en cierto sentido, 'ocular'
de esa característica. Es significativo que la afirmación encerrada en Génesis
2, 25 acerca de la desnudez recíprocamente libre de vergüenza, sea una
enunciación única en su género dentro de toda la Biblia, tanto, que no se
repetirá jamás. Al contrario podemos citar muchos textos en los que la desnudez
está unida a la vergüenza, o incluso, en sentido todavía más fuerte a la
'ignominia'. En este amplio contexto son mucho más claras las razones para
descubrir en el Génesis 2, 25 una huella particular del misterio de la
inocencia originaria y un factor especial de su irradiación en el sujeto
humano. Esta inocencia pertenece a la dimensión de la gracia contenida en el
misterio de la creación, es decir, a ese misterioso don hecho a lo más íntimo
del hombre al 'corazón' humano que permite a ambos, varón y mujer, existir
desde el 'principio' en la recíproca relación del don desinteresado de sí. En
esto está encerrada la revelación y a la vez del descubrimiento del significado
'esponsalicio' del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Se comprende por que
hablamos, en este caso, de revelación y a la vez de descubrimiento. Desde el
punto de vista de nuestro análisis, es esencial que el descubrimiento del
significado esponsalicio del cuerpo, que leemos en el testimonio del libro del
Génesis, se realice a través de la inocencia originaria; más aún, este
descubrimiento es quien la revela y la hace patente. 4. La
inocencia originaria pertenece al misterio del 'principio' humano, del que se
separó después el hombre 'histórico' cometiendo el pecado original. Pero esto
no significa que no est en disposición de acercarse a ese misterio mediante su
ciencia teológica. El hombre 'histórico' trata de comprender el misterio de la
inocencia originaria como a través de un contraste, esto es, remontándose a la
experiencia de la propia culpa y del propio estado pecaminoso (Cfr. Rom 7,
1415, 1724). Trata de comprender la inocencia originaria como característica
esencia del toda la teología del cuerpo, partiendo de la experiencia de la
vergüenza; efectivamente, el mismo texto bíblico lo orienta así. La inocencia
originaria es, pues, lo que 'radicalmente', esto es en sus mismas raíces,
excluye la vergüenza del cuerpo en la relación varón-mujer, elimina su
necesidad en el hombre, en su corazón, o sea, en su conciencia. Aunque la
inocencia originaria hable sobre todo del don del Creador, de la gracia que ha
hecho posible al hombre vivir el sentido de la donación primaria del mundo, y
en particular el sentido de la donación recíproca del uno al otro a través de
la masculinidad y feminidad en este mundo, sin embargo esta inocencia parece
referirse ante todo al estado interior del 'corazón' humano, de la voluntad
humana. Al menos indirectamente, en ella está incluida la revelación y el
descubrimiento de toda la dimensión de la conciencia obviamente, antes del
conocimiento del bien y del mal. En cierto sentido, se entiende como rectitud
originaria. 5. En el
prisma de nuestro 'a posteriori histórico' tratamos de reconstruir, en cierto
modo, la característica de la inocencia originaria, entendida cual contenido de
la experiencia recíproca del cuerpo como experiencia de su significado
esponsalicio (...). Puesto que la felicidad y la inocencia están inscritas en
el marco de la comunión de las personas, como si se tratase de dos hilos
convergentes de la existencia del hombre en el misterio de la creación, la
conciencia beatificante del significado del cuerpo -esto es, del significado
esponsalicio de la masculinidad y la feminidad- está condicionada por la
inocencia original. No parece que haya impedimento alguno para entender aquí
esa inocencia originaria como una particular 'pureza del corazón', que conserva
una fidelidad interior al don según el significado esponsalicio del cuerpo. Por
consiguiente, la inocencia originaria, concebida así, se manifiesta como un
testimonio tranquilo de la conciencia que (en este caso) precede a cualquier
experiencia del bien y del mal; y sin embargo este testimonio sereno de la
conciencia es algo mucho más beatificante. Efectivamente, se puede decir que la
conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en su masculinidad y
feminidad, se hace 'humanamente' beatificante sólo por medio de este
testimonio. ------------------------------------------------------------------------ Sobre el matrimonio 6. II.80
2.(...).
En las raíces de (la experiencia beatificante del significado del cuerpo) debe
estar la libertad interior del don, unida sobre todo a la inocencia; la
voluntad humana es originariamente inocente y de este modo, se facilita la
reciprocidad e intercambio del don del cuerpo, según su masculinidad y
feminidad, como don de la persona. (...). 3. Podemos
decir que la inocencia interior (esto es, la rectitud de intención) en el
intercambio del don consiste en una recíproca 'aceptación' del otro, tal que
corresponda a la esencia misma del don; de este modo, la donación mutua crea la
comunión de las personas. Por esto, se trata de 'acoger' al otro ser humano y
de 'aceptarlo', precisamente porque en esta relación mutua de que habla Génesis
2, 2325, el varón y la mujer se convierten en don el uno para el otro, mediante
toda la verdad y la evidencia de su propio cuerpo, en su masculinidad y
feminidad. Se trata, pues, de una 'aceptación' o 'acogida' tal que exprese y
sostenga en la desnudez recíproca el significado del don y por eso profundice
la dignidad recíproca de él. Esa dignidad corresponde profundamente al hecho de
que el Creador ha querido(y continuamente quiere) al hombre, varón y mujer,
'por sí mismo'. La inocencia 'del corazón' y, por consiguiente, la inocencia de
la experiencia significa participación moral en el eterno y permanente acto de
la voluntad de Dios. Lo
contrario de esta 'acogida' o 'aceptación' del otro ser humano como don sería
una privación del don mismo y por esto un trastueque e incluso una reducción
del otro a 'objeto para mí mismo' (objeto de concupiscencia, de 'apropiación
indebida', etc.). No trataremos ahora detalladamente de esta multiforme,
presumible antítesis del don. Pero es necesario constatar aquí (...)que
producir tal extorsión al otro ser humano en su don (a la mujer por parte del
varón y viceversa) y reducirlo interiormente a mero 'objeto para mí', debería
señalar precisamente el comienzo de la vergüenza. Efectivamente, esta
corresponde a una amenaza inferida al don en su intimidad personal y testimonia
el derrumbamiento interior de la inocencia en la experiencia recíproca. 4. Según
el Génesis 2, 25, 'el hombre y la mujer no sentían vergüenza'. Esto nos permite
llegar a la conclusión de que el intercambio del don, en el que participa toda
su humanidad, alma y cuerpo, feminidad y masculinidad, se realiza conservando
la característica interior (esto es, precisamente la inocencia ) de la donación
de sí y de la aceptación del otro como don. Estas dos funciones de intercambio
mutuo están profundamente vinculadas en todo el proceso del 'don de sí': el
donar y el aceptar el don se compenetran, de tal manera que el mismo donar se
convierte en aceptar, y el aceptar se transforma en donar. 5. El
Génesis 2, 2325 nos permite deducir que la mujer, la cual en el misterio de la
creación fue 'dada' al hombre por el Creador, es 'acogida', o sea, aceptada por
él como don, gracia a la inocencia originaria. El texto bíblico es totalmente
claro y límpido en este punto. Al mismo tiempo, la aceptación de la mujer por
parte del hombre y el mismo modo de aceptarla se convierten como en una primera
donación, de suerte que la mujer donándose(desde el primer momento en que en el
misterio de la creación fue 'dada' al hombre por parte del Creador) 'se
descubre' a la vez 'a sí misma', gracias al hecho de que ha sido aceptada y
acogida por el hombre. Ella se encuentra, pues, a sí misma en el propio donarse
('a través de un don sincero de sí 'Gaudium et spes 24), cuando es aceptada tal
como la ha querido el Creador, esto es, 'por sí misma', a través de su
humanidad y feminidad; cuando en esta aceptación se asegura toda la dignidad
del don mediante la ofrenda de lo que ella es en toda la verdad de su humanidad
y en toda la realidad de su cuerpo y de su sexo, de su feminidad, ella llega a
la profundidad íntima de su persona ya la posesión plena de sí. Añadamos que
este encontrarse a sí mismos en el propio don se convierte en fuente de un
nuevo don de sí, que crece en virtud de la disposición interior al intercambio
del don y en la medida en que encuentra una igual e incluso más profunda
aceptación y acogida, como fruto de una cada vez más intensa conciencia del don
mismo. 6. Parece
que el segundo relato de la creación haya asignado al hombre 'desde el
principio' la función de quien sobre todo recibe el don (...). La mujer la ha
sido confiada 'desde el principio' a sus ojos, a su conciencia, a su
sensibilidad, a su 'corazón'; él, en cambio, debe asegurar, en cierto modo, el
proceso mismo del intercambio del don, la recíproca compenetración del dar y
del recibir, la cual precisamente a través de su reciprocidad, crea una
auténtica comunión de personas. Si la
mujer, en el misterio de la creación, es aquella que ha sido 'dada 'al hombre,
éste, por su parte, al recibirla como don en la plena realidad de su persona y
feminidad, por esto mismo la enriquece, y al mismo tiempo también él se
enriquece en esta relación recíproca. El hombre se enriquece no sólo mediante
ella, que le dona la propia persona y feminidad, sino también mediante la
donación de sí mismo; en efecto, así se manifiesta como la esencia específica
de su masculinidad que, a través de la realidad del cuerpo y del sexo, alcanza
la íntima profundidad de la 'posesión de sí', gracias a la cual es capaz tanto
de darse a sí mismo como de recibir el don del otro. El hombre, pues, no sólo
acepta el don, sino que a la vez es acogido como don por la mujer, en la
revelación de la interior esencia espiritual y de masculinidad, juntamente con toda
la verdad de su cuerpo y de su sexo. Al ser aceptado así, se enriquece por esta
aceptación y acogida del don de la propia masculinidad. A continuación, esta
aceptación, en la que el hombre se encuentra a sí mismo a través del 'don
sincero de sí', se convierte para él en fuente de un nuevo y más profundo
enriquecimiento de la mujer con él. El intercambio es recíproco, y en él se
revelan y crecen los efectos mutuos de 'don sincero' y del 'encuentro de sí'. De este
modo, siguiendo las huellas del 'a posteriori histórico' y sobretodo siguiendo
las huellas de los corazones humanos, podemos reproducir y casi reconstruir ese
recíproco intercambio del don de la persona, que está descrito en el antiguo
texto, tan rico y profundo, del libro del Génesis. ------------------------------------------------------------------------ El estado de inocencia original
13. II.80
1. (...)
Estas palabras ('Estaban desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de
ello' Gen 2, 25) hacen referencia al don de la inocencia original, revelando su
carácter de manera, por así decir, sintética. La teología basándose en esto, ha
construido la imagen global de la inocencia y de la justicia original del
hombre, antes del pecado original, aplicando el método de la objetivización,
específico de la metafísica y de la antropología metafísica. En el presente
análisis tratamos más bien de tomar en consideración el aspecto de la
subjetividad humana; ésta, por lo demás, parece encontrarse más cercana a los
textos originarios, especialmente al segundo relato de la creación, esto es, el
yahvista. 2.
Independientemente de una cierta diversidad de interpretación, parece claro que
'la experiencia del cuerpo' como podemos deducir del texto arcaico de Gen 2,
25, indica un grado de 'espiritualización' del hombre, diverso del que habla el
mismo texto después del pecado original (Cfr. Gen 3) y que nosotros conocemos
por la experiencia del hombre 'histórico'. Es una medida diversa de
'espiritualización', que comporta otra composición de las fuerzas interiores
del hombre mismo, como otra relación cuerpo-alma, otras proporciones internas
entre la sensibilidad, la espiritualidad, la afectividad, es decir otro grado
de sensibilidad interior hacia los dones del Espíritu Santo. Todo esto
condiciona el estado de inocencia originaria del hombre y a la vez lo determina
permitíéndonos también comprender el relato del Génesis. La teología y también
el Magisterio de la Iglesia han dado una forma propia a estas verdades
fundamentales. 3. Al emprender
el análisis del 'principio' según la dimensión de la teología del cuerpo, lo
hacemos basándonos en las palabras de Cristo, con lasque se refirió a ese
'principio'. Cuando dijo: ''¿No habéis leído que al principio el Creador los
hizo varón y mujer?' (Mt 19, 4), nos mandó y nos manda siempre retornar a la
profundidad del misterio de la creación. Y lo hacemos teniendo plena conciencia
del don de la inocencia originaria, propia del hombre antes del pecado
original. Aunque una barrera insuperable nos aparte de lo que el hombre fue
entonces como varón y mujer, mediante el don de la gracia unido al misterio de
la creación, de lo que ambos fueron el uno para el otro, como don recíproco,
sin embargo, intentamos comprender ese estado de inocencia originaria en conexión
con el estado 'histórico' del hombre después del pecado original: 'status
naturae la lapsae simul et redemptae'. Por medio
de la categoría del 'a posteriori histórico', tratamos de llegar al sentido
originario del cuerpo, y de captar el vínculo existente entre él y la índole de
la inocencia originaria en la 'experiencia del cuerpo', como se hace notar de
manera tan significativa en el relato del libro del Génesis. Llegamos ala
conclusión de que es importante y esencial precisar este vínculo no sólo en
relación con la 'prehistoria teológica' del hombre, donde la convivencia del
varón y la mujer estaba casi completamente penetrada por la gracia de la
inocencia originaria, sino también en su posibilidad de revelarnos las raíces
permanentes del aspecto humano y sobre todo teológico del ethos del cuerpo. 4. El
hombre entra en el mundo y casi en la trama íntima de su porvenir y de su
historia, con la conciencia del significado esponsalicio del propio cuerpo, de
la propia masculinidad y feminidad. La inocencia originaria dice que ese
significado está condicionado 'éticamente' y además que, por su parte,
constituye el porvenir del ethos humano. Esto es muy importante para la
teología del cuerpo: es la razón por la que debemos construir esta teología
'desde el principio', siguiendo cuidadosamente las indicaciones de las palabras
de Cristo. En el
misterio de la creación, el hombre y la mujer han sido 'dados' por el Creador,
de modo particular, el uno al otro, y esto no sólo en la dimensión de la
primera pareja humana y de la primera comunión de personas, sino en toda la
perspectiva de la existencia del género humano y de la familia humana. El hecho
fundamental de esta existencia del hombre en cada una de las etapas de su
historia es que Dios 'los creó varón y mujer'; efectivamente, siempre los crea
de este modo y siempre son así. La comprensión de los significados
fundamentales, encerrados en el misterio mismo de la creación, como el
significado esponsalicio del cuerpo (y de los condicionamientos fundamentales de
este significado) es importante e indispensable para conocer quién es el hombre
y quién debe ser, y por lo tanto cómo deberá plasmar la propia actividad. Es
cosa esencial e importante para el porvenir del ethos humano. 5. El
Génesis 2, 24 constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el
matrimonio: 'Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne'. De este modo se abre una gran
perspectiva creadora: que es precisamente la perspectiva de la existencia del
hombre, que se renueva continuamente por medio de la 'procreación' (se podría
decir de la 'autorreproducción'). Esta perspectiva está profundamente arraigada
en la conciencia de la humanidad (Cfr. Gen 2, 23) y también en la conciencia
particular del significado esponsalicio del cuerpo(Cfr. Gen 2, 25). El varón y
la mujer, antes de convertirse en marido y esposa(en concreto hablará de ello a
continuación el Gen 4, 1), surgen del misterio de la creación ante todo como
hermano y hermana en la misma humanidad. La comprensión del significado
esponsalicio del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de su
libertad, que es libertad de don. De aquí arranca esa comunión de personas, en
la que ambos se encuentran y se dan recíprocamente en la plenitud de su
subjetividad. Así ambos crecen como personas-sujetos, y crecen recíprocamente
el uno para el otro, incluso a través del cuerpo y a través de esa 'desnudez'
libre de vergüenza. En esta comunión de personas está perfectamente asegurada
toda la profundidad de la soledad originaria del hombre (del primero y de
todos) y, al mismo tiempo, esta soledad viene a ser penetrada y ampliada de
modo maravilloso por el don del 'otro'. Si el hombre y la mujer dejan de ser
recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el
misterio de la creación, entonces se da cuenta de que 'están desnudos' (Cfr.
Gen 3). Y entonces nacerá en sus corazones la vergüenza de esa desnudez, que no
habían sentido con el estado de inocencia originaria. La inocencia originaria
manifiesta y a la vez constituye el ethos perfecto del don. ------------------------------------------------------------------------ El Sacramento del matrimonio,
signo del amor de Dios 20. II.80.
1. (...) A
través del ethos del don se delinea en parte el problema de la 'subjetividad'
del hombre, que es un sujeto hecho a imagen y semejanza de Dios. En el relato
de la creación (particularmente en Gen 2, 2325), 'la mujer' ciertamente no es
sólo 'un objeto' para el varón, aún permaneciendo ambos el uno frente a la otra
en toda la plenitud de su objetividad de criaturas, como 'hueso de mis huesos y
carne de mi carne', como varón y mujer, ambos desnudos: sólo la desnudez que
hace 'objeto' a la mujer para el hombre, o viceversa, es fuente de vergüenza.
El hecho de que 'no sentían vergüenza' quiere decir que la mujer no era un
'objeto' para el varón, ni él para ella. La inocencia interior como 'pureza de
corazón, en cierto modo, hacía imposible que el uno fuera reducido de cualquier
modo por el otro al nivel de puro objeto. Si 'no sentían vergüenza' quiere
decir que estaban unidos por la conciencia del don, tenían recíproca conciencia
de sus cuerpos, en lo que se expresa la libertad del don y se manifiesta toda
la riqueza interior de la persona como sujeto. Esta recíproca compenetración
del 'yo' de las personas humanas, del varón y de la mujer, parece excluir
subjetivamente cualquiera 'reducción a objeto'. En esto se revela el perfil
subjetivo de ese amor, del que se puede decir, sin embargo, que 'es objetivo'
hasta el fondo, en cuanto se nutre de la misma recíproca 'objetividad' del don. 3. El
hombre y la mujer, después del pecado original, perderán la gracia de la
inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo
dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia.
Sin embargo, este significado permanecerá como prenda dada al hombre por el
ethos del don, inscrito en lo más profundo del corazón humano, como eco lejano
de la inocencia originaria. De ese significado esponsalicio del cuerpo se
formará el amor humano en su verdad interior y en su autenticidad subjetiva. Y
el hombre aunque a través del velo de la vergüenza se descubrirá allí
continuamente a sí mismo como custodio del misterio del sujeto, esto es, de la
libertad del don, capaz de defenderla de cualquier reducción a posiciones de
puro objeto. 3. Sin
embargo, por ahora, nos encontramos ante los umbrales de la historia terrena
del hombre. El varón y la mujer no los han atravesado todavía hacia la ciencia
del bien y del mal. Están inmersos en el misterio mismo de la creación, y la
profundidad de este misterio escondido en su corazón es la inocencia, la
gracia, el amor y la justicia: 'Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho'
(Gen 1, 31). El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta
del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella
trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que transciende y domina
también su 'visibilidad' en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o
feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia
primordial del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio
de la inocencia originaria. 4. Así, en
esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido como signo
que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido
en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de la verdad y del amor, el
misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. En la
historia del hombre, es la inocencia originaria la que inicia esta
participación y es también fuente de la felicidad originaria. El sacramento,
como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto 'cuerpo', mediante
su 'visible' masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es
capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido
creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido
desde la eternidad en Dios, y ser así su signo. 5. Por lo
tanto, en el hombre creado a imagen de Dios se ha revelado, en cierto sentido,
la sacramentalidad misma de la creación, la sacramentalidad del mundo.
Efectivamente, el hombre, mediante su corporeidad, su masculinidad y feminidad,
se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que tiene
su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación. En
este amplio telón de fondo comprendemos plenamente las palabras que constituyen
el sacramento del matrimonio, en el Génesis 2, 24 ('Por eso dejará el hombre a
su padre y a su madre; y se unirá a su mujer; y vendrán a ser una sola carne').
En este amplio telón de fondo comprendemos además, que las palabras del Génesis
2, 25 ('Estaban desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello'), a
través de toda la profundidad de su significado antropológico, expresan el
hecho de que juntamente con el hombre entró la santidad en el mundo visible,
creado para él. El sacramento del mundo, y el sacramento del hombre en el
mundo, proviene de la fuente divina de la santidad y simultáneamente está
instituido para la santidad. La inocencia originaria, unida a la experiencia
del significado esponsalicio del cuerpo, es la misma santidad que permite al
hombre expresarse profundamente con el propio cuerpo, y esto precisamente
mediante el 'don sincero' de sí mismo. La conciencia del don condiciona, en
este caso, 'el sacramento del cuerpo': el hombre se siente, en su cuerpo de
varón o de mujer, sujeto de santidad. 6. Con
esta conciencia del significado del propio cuerpo, el hombre, como varón y
mujer, entra en el mundo como sujeto de verdad y de amor. Se puede decir que el
Génesis 2, 2325 relata como la primera fiesta de la humanidad en toda la
plenitud originaria de la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo:
y es una fiesta de la humanidad, que trae origen de las fuentes divinas de la
verdad y del amor en el misterio mismo de la creación. Y aunque, muy pronto, sobre
esta fiesta originaria se extienda el horizonte del pecado y de la muerte (Cfr.
Gen 3), sin embargo, ya desde el misterio de la creación sacamos una primera
enseñanza: es decir, que el fruto de la economía divina de la verdad y del
amor, que fue revelada desde 'el principio', no es la muerte, sino la vida, y
no es tanto la destrucción del cuerpo del hombre creado 'a imagen de Dios',
cuanto más bien la 'llamada a la gloria' (Cfr. Rom 8, 30). ------------------------------------------------------------------------ Una sola carne 5. III.80
1. Al
conjunto de nuestros análisis, dedicados al 'principio' bíblico, deseamos
añadir un breve pasaje, tomado del capítulo 4 del Génesis. (.).Cristo se
refiere al 'principio', a la dimensión originaria del misterio de la creación,
en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis,
esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium
mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto
modo, a través del corazón mismo de esa unidad, que desde el 'principio' estaba
formada por el hombre y por la mujer, creados y llamados a convertirse en 'una
sola carne' (Gen 2, 24). Ya al comienzo de nuestras meditaciones hemos constatado
que Cristo, al remitirse al 'principio', nos lleva, en cierto modo, más allá
del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta la inocencia
originaria; él nos permite encontrar así la continuidad y el vínculo que existe
entre estas dos situaciones, mediante las cuales se ha producido el drama de
los orígenes y también la revelación del misterio del hombre al hombre
histórico. Esto, por
decirlo así, nos autoriza a pasar, después de los análisis que miran al estado
de inocencia originaria, al último de ellos, es decir, al análisis del
'conocimiento y de la generación'. Temáticamente está íntimamente unido a la
bendición de la fecundidad, inserta en el primer relato de la creación del
hombre como varón y mujer (Cfr. Gen 1, 27-28). En cambio, históricamente ya
está inserta en ese horizonte de pecado y de muerte que, como enseña el libro
del Génesis (Cfr. 3) ha gravado sobre la conciencia del significado del cuerpo
humano, junto con la transgresión de la primera Alianza con el Creador. 2. En el
Génesis 4, y todavía, pues, en el ámbito del texto yahvista, leemos: 'Conoció
el hombre a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo 'He alcanzado de
Yahvéh un varón. Volvió a parir, y tuvo a Abel, su hermano' (Gen 4, 12). Si
conectamos con el 'conocimiento' ese primer hecho del nacimiento de un hombre
en la tierra, lo hacemos basándonos en la traducción literal del texto, según
el cual la 'unión' conyugal se define precisamente como 'conocimiento'. De
hecho, la traducción citada dice así: 'Adán se unió a Eva su mujer', mientras
que a la letra se debería traducir: 'conoció a su mujer', lo que parece
corresponder más adecuadamente al término semítico jadac. Se puede ver en esto
un signo de pobreza de la lengua arcaica, a la que faltaban varias expresiones para
definir hechos diferenciados. No obstante, es significativo que la situación,
en la que marido y mujer se unen tan íntimamente entre sí que forman una sola
carne, se defina un 'conocimiento'. Efectivamente, de este modo, de la misma
pobreza del lenguaje parece emerger una profundidad específica de significado,
que se deriva precisamente de todos los significados analizados hasta ahora. 3.
Evidentemente, esto es también importante en cuanto al 'arquetipo' de nuestro
modo de considerar al hombre corpóreo, su masculinidad y su feminidad, y por
tanto su sexo. Efectivamente, así a través del término 'conocimiento',
utilizado en el Gen 4, 12 y frecuentemente en la Biblia, la relación conyugal
del hombre y la mujer, es decir, el hecho de que a través de la dualidad del
sexo, se conviertan en una 'sola carne', ha sido elevado e introducido en la
dimensión específica de las personas. El Génesis 4, 12 habla sólo del
'conocimiento' de la mujer por parte del hombre, como para subrayar sobre todo
la actividad de este último. Pero se puede hablar también de la reciprocidad de
este 'conocimiento', en el que el hombre y la mujer participan mediante su
cuerpo y su sexo. Añadamos que una serie de sucesivos textos bíblicos, como,
por lo demás, el mismo capítulo del Génesis (Cfr., p. E., Gen 4,17; 25), hablan
con el mismo lenguaje. Y esto hasta en las palabras que dijo María de Nazaret
en la Anunciación; '¿cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?' (Lc 1,
34). 4. Así,
con este bíblico 'conoció', que aparece por primera vez en el Génesis 4, 12,
por una parte nos encontramos frente a la directa expresión de la intención
humana (porque es propia del conocimiento) y, por otra, frente a toda la
realidad de la convivencia y de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer
se convierten en 'una sola carne'. (.). En Génesis 4, 1, al convertirse en 'una
sola carne', el hombre y la mujer experimentan de modo particular el
significado del propio cuerpo. Simultáneamente se convierten así como en el
único sujeto de ese acto y de esa experiencia, aun siendo, en esta unidad, dos
sujetos realmente diversos. Lo que nos autoriza, en cierto sentido, a afirmar
que 'el marido conoce a la mujer', o también, que ambos 'se conocen'
recíprocamente. Se revelan, pues, el uno a la otra, con esa específica
profundidad del propio 'yo' humano, que se revela precisamente también mediante
el sexo, su masculinidad y feminidad. Y entonces, de manera singular, la mujer
'es dada' al hombre de modo cognoscitivo, y él a ella. 5.(.) Así,
pues, la realidad de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se
convierten en 'una sola carne', contiene en sí un descubrimiento nuevo y, en
cierto sentido, definitivo del significado del cuerpo humano en su masculinidad
y feminidad. Pero, a propósito de este descubrimiento, ¿es justo hablar de
'convivencia sexual'?. Es necesario tener en cuenta que cada uno de ellos,
hombre y mujer, no es sólo un objeto pasivo definido por el propio cuerpo y
sexo, y de este modo determinado 'por la naturaleza'. Al contrario, precisamente
por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es 'dado' al otro como
sujeto único e irrepetible, como 'yo', como persona. El sexo decide no sólo la
individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal
identidad y ser concreto. Y precisamente en esta personal identidad y ser
concreto , como irrepetible 'yo' femenino masculino, el hombre es 'conocido'
cuando se verifican las palabras del Génesis 2, 24: 'El hombre se unirá a su
mujer y los dos vendrán a ser una sola carne'. El 'conocimiento' de que habla
el Génesis 4, 12 y todos los textos sucesivos de la Biblia, llega a las raíces
más íntimas de esta identidad y ser concreto, que el hombre y la mujer deben a
su sexo. Este ser concreto significa tanto la unicidad como la irrepetibilidad
de la persona. ------------------------------------------------------------------------ Los frutos del matrimonio 12.
III.80
1.(...).
El 'hombre' que, según Génesis 4, 1, 'conoce' por primera vez a la mujer, su mujer,
en el acto de la unión conyugal, es en efecto el mismo que, al poner nombre, es
decir, 'al conocer' también, se ha 'diferenciado' de todo el mundo de los seres
vivientes o animalia, afirmándose a sí mismo como persona y sujeto. El
'conocimiento', de que habla el Génesis 4, 1, no lo aleja ni puede alejarlo del
nivel de ese primordial y fundamental autoconocimiento. Por tanto diga lo que
diga sobre esto una mentalidad unilateralmente 'naturalista', en el Génesis 4,
1, no puede tratarse de una mera aceptación pasiva de la propia determinación
por parte del cuerpo y del sexo, precisamente porque se trata de
'conocimiento'. Es, en
cambio un descubrimiento ulterior del significado del propio cuerpo,
descubrimiento común y recíproco, así como común y recíproca es desde el
principio la existencia del hombre a quién 'Dios creo varón y mujer'. El
conocimiento que estaba en la base de la soledad originaria del hombre, está
ahora en la base de esta unidad del varón y la mujer, cuya perspectiva clara ha
sido puesta por el Creador en el misterio mismo de la creación (Cfr. Gen 1,27;
2, 23). En este 'conocimiento' el hombre confirma el significado del nombre de
'Eva', dado a su mujer, 'por ser la madre de todos los vivientes'(Gen 3, 20). 2.(...).
Será necesario volver todavía por separado al estado de animo de ambos después
de perder la inocencia originaria. Pero ya desde ahora es necesario constatar
que en el 'conocimiento' de que se habla en el Génesis, el misterio de la
feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como
dice el texto: 'la cual concibió y parió'. La mujer está ante el hombre como
madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y
de ella nace al mundo. Así se revela también hasta el fondo el misterio de la
masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y 'paterno' de su
cuerpo. 3.(...)La
generación es una perspectiva, que el varón y la mujer insertan en su recíproco
conocimiento. Por lo cual éste sobrepasa los límites de sujeto-objeto, cual
varón y mujer aparecen ser mutuamente, dado que el 'conocimiento' indica, por
una parte, a aquel que 'conoce', y por otra, a la que 'es conocida' (o
viceversa). En este 'conocimiento' se encierra también la consumación del
matrimonio, el específico consummatum; así se obtiene el logro de la
'objetividad' del cuerpo, escondida en las potencialidades somáticas del varón
y de la mujer, y a la vez el logro de la objetividad del varón que 'es' este
cuerpo. Mediante el cuerpo, la persona humana es 'marido' y 'mujer';
simultáneamente, en este particular acto de 'conocimiento', realizado por la
feminidad y masculinidad personales, parece alcanzarse también del
descubrimiento de la 'pura' subjetividad del don: es decir, la mutua
realización de sí en el don. 4.
Ciertamente, la procreación hace que 'el varón y la mujer (su esposa)' se
conozcan recíprocamente en el 'tercero' que trae su origen de los dos. Por eso,
ese 'conocimiento' se convierte en un descubrimiento, a su manera, en una
revelación del nuevo hombre, en el que ambos, varón y mujer, se reconocen
también a sí mismos, su humanidad, su imagen viva. En todo esto que está
determinado por ambos a través del cuerpo y del sexo, el 'conocimiento'
inscribe un contenido vivo y real. Por tanto, el 'conocimiento' en sentido
bíblico significa que la determinación 'biológica' del hombre, por parte de su
cuerpo y sexo, deja de ser algo pasivo, y alcanza un nivel y un contenido
específicos para las personas autoconscientes y autodeterminantes: comporta,
pues, una conciencia particular del significado del cuerpo humano, vinculada a
la paternidad y a la maternidad. 5. Toda la
constitución del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que
con la fuerza de un atractivo permanente están al comienzo del 'conocimiento',
de que habla el Génesis 4, 12 ('Adán se unió a Eva, su mujer'), están en unión
estrecha con la maternidad. La Biblia (y después la liturgia) con la sencillez
que le es característica, honra y alaba a lo largo de los siglos 'el seno que
te llevó y los pechos que te amamantaron' (Lc 11, 2). Estas palabras
constituyen un elogio de la maternidad, de la feminidad, del cuerpo femenino en
su expresión típica de amor creador. Y son palabras que en el Evangelio se
refieren a la Madre de Cristo, María, segunda Eva. En cambio, la primera mujer,
en el momento en que se reveló por primera vez la madurez materna en su cuerpo,
cuando 'concibió y parió', dijo: 'He alcanzado de Yahvéh un varón'. 6. Estas
palabras expresan toda la profundidad teológica de la función degenerar
procrear. El cuerpo de la mujer se convierte en el lugar de la concepción del
nuevo hombre. En su seno el hombre concebido toma su propio aspecto humano,
antes de venir al mundo. La homogeneidad somática del varón y de la mujer, que
encontró expresión primera en las palabras: 'Es carne de mi carne, y hueso de
mis huesos' (Gen 2, 23), está confirmada a su vez por las palabras de la
primera mujer madre: 'He alcanzado un varón'. La primera mujer parturienta
tiene plena conciencia del misterio de la creación, que se renueva en la
generación humana. Tiene también plena conciencia de la participación humana,
obra de ella y de su marido, puesto que dice: 'He alcanzado de Yahvéh un
varón'. No puede
haber confusión alguna entre las esferas de acción de las causas. Los primeros
padres transmiten a todos los padres humanos también después el pecado,
juntamente con el fruto del árbol del bien y del mal y como en el umbral de
todas las experiencias 'históricas' la verdad fundamental acerca del nacimiento
del hombre a imagen de Dios, según las leyes naturales. Este nuevo hombre
nacido de la mujer madre por obra del varón padre reproduce cada vez la misma
'imagen de Dios', de ese Dios que ha constituido la humanidad del primer
hombre: 'Creó Dios al hombre a imagen suya., varón y mujer los creó' (Gen 1,
27). 7. Aunque
existen profundas diferencias entre el estado de inocencia originaria y el
estado pecaminoso heredado del hombre, esa 'imagen de Dios' constituye una base
de continuidad y de unidad. El 'conocimiento' de que habla el Génesis, es el
acto que origina el ser, o sea, en unión con el Creador, establece un nuevo
hombre en su existencia. El primer hombre, en su soledad trascendental, tomó
posesión del mundo visible, creado para él, conociendo e imponiendo nombre a
los seres vivientes (animalia). El mismo 'hombre', como varón y mujer, al
conocerse recíprocamente en esta específica comunidad-comunión de personas, en
la que el varón y la mujer se unen tan estrechamente entre sí que se convierten
en 'una sola carne', constituye la humanidad, es decir, confirma y renueva la
existencia del hombre como imagen de Dios. Cada vez ambos, varón y mujer,
renuevan, por decirlo así, esta imagen del misterio de la creación y la
transmiten 'con la ayuda de Dios-Yahvéh'. Las
palabras del libro del Génesis, que son un testimonio del primer nacimiento del
hombre sobre la tierra, encierran en sí, al mismo tiempo, todo lo que se puede
y se debe decir de la dignidad de la generación humana. ------------------------------------------------------------------------ La unión conyugal 26. III.80
1.(...) 2.(...).
El hombre, varón y mujer, que mediante el 'conocimiento' del que habla la
Biblia, concibe y engendra un ser nuevo, semejante a él, al que se puede llamar
'hombre' (...) toma, por decirlo así, posesión de la misma humanidad, o mejor,
la vuelve a tomar en posesión. Sin embargo, esto sucede de diverso modo de como
había tomado posesión de los otros seres vivientes (animalia), cuando les había
impuesto el nombre. Efectivamente, entonces él se había convertido en su señor,
había comenzado a realizar el contenido del mandato del Creador: 'Someted la
tierra y dominadla' (Cfr. Gen 1, 28). 3. En
cambio, la primera parte de este mandato: 'Procread y multiplicaos, y henchid
la tierra' (Ib.), encierra otro contenido e indica otro componente. El varón y
la mujer en este 'conocimiento', con el que dan comienzo a un ser semejante a
ellos, del que pueden decir juntos que 'es carne de mi carne y hueso de mis
huesos', son como 'arrebatados' juntos, juntamente tomados ambos en posesión
por la humanidad que ellos, en la unión y 'conocimiento' recíproco, quieren
expresar de nuevo, tomar posesión de nuevo, recabándola de sí mismos, de la
propia humanidad, de la admirable madurez masculina y femenina de sus cuerpos,
y finalmente a través de toda la serie de concepciones y generaciones humanas
desde el principio del misterio mismo de la creación. 4. En este
sentido, se puede explicar el 'conocimiento' bíblico como 'posesión'.¿ Es
posible ver en él algún equivalente bíblico de 'eros'?, Se trata aquí de dos
ámbitos del concepto, de dos lenguajes: bíblico y platónico; sólo con gran
cautela se pueden interpretar el uno con el otro (*). En cambio, parece que en
la revelación originaria no está presente la idea de posesión de la mujer como
objeto por parte del varón o viceversa. Pero, por ora parte, es sabido que, a
causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y
mujer deben reconstruir con fatiga el significado de reciproco don
desinteresado. (.). 5. La
revelación del cuerpo, contenida en el libro del Génesis, particularmente en el
capítulo 3, demuestra con evidencia impresionante que el ciclo del
'conocimiento generación', tan profundamente arraigado en la potencialidad del
cuerpo humano, fue sometido, después del pecado, a la ley del sufrimiento y de
la muerte. DiosYahvéh dice a la mujer: 'Multiplicaré los trabajos de tus
preñeces, parirás con dolor los hijos' (Gen 3, 16). El horizonte de la muerte
se abre ante el hombre, juntamente con la revelación del significado generador
del cuerpo en el acto recíproco de 'conocimiento' de los cónyuges. Y he aquí
que el primer hombre, varón, impone a su mujer el nombre de Eva, 'por ser la
madre de todos los vivientes' (3, 20), cuando ya había escuchado él las
palabras de la sentencia, que determinaba toda la perspectiva de la existencia
humana 'desde dentro' del conocimiento del bien y del mal. Esta perspectiva es
confirmada por las palabras; 'Volverás a la tierra, pues de ella has sido
tomado; ya que eres polvo y al polvo volverás' (3, 19). El
carácter radical de esta sentencia está confirmado por la evidencia de las
experiencias de toda la historia terrena del hombre. El horizonte de la muerte
se extiende sobre todos la perspectiva de la vida humana en la tierra, vida que
está inserta en ese originario ciclo bíblico del 'conocimiento generación'. El
hombre que ha quebrantado la alianza con su Creador, tomando el fruto del árbol
de la ciencia del bien y del mal, es separado por DiosYahvéh del árbol de la
vida: 'Que no vaya a tender ahora su mano al árbol de la vida, y comiendo de
él, viva para siempre' (3, 22). De este modo, la vida dada al hombre en el
misterio de la creación no se le ha quitado, sino restringido por los límites
de las concepciones, nacimientos y muerte, y además se le ha agravado por la
perspectiva del estado pecaminoso hereditario; pero, en cierto sentido, se le
da de nuevo como tarea en el mismo ciclo siempre repetido. La frase: 'Adán se
unió ('conoció') a Eva, su mujer, que concibió y parió' (4, 1), es como un
sello impreso en la revelación originaria del cuerpo al 'principio' mismo de la
historia del hombre sobre la tierra. Esta historia se forma siempre de nuevo en
su dimensión más fundamental casi desde el 'principio', mediante el mismo
'conocimiento generación' de que habla el libro del Génesis. 6. Y así
cada hombre lleva en sí el misterio de su 'principio' íntimamente unido al
conocimiento del significado generador del cuerpo. El Génesis 4, 12 parece
silenciar el tema de la relación que media entre el significado generador y el
significado esponsalicio del cuerpo. Quizá no es todavía tiempo ni lugar para
aclarar esta relación (.). Será necesario, pues, hacer nuevamente las preguntas
vinculadas a la aparición de la vergüenza en el hombre, vergüenza de su
masculinidad y de su feminidad, antes no experimentada. En cambio, en este
momento pasa a segundo plano. En cambio, permanece en primer plano el hecho de
que 'Adán se unió ('conoció) a Eva, su mujer, que concibió y parió'. Este es
precisamente el umbral de la historia del hombre, es su 'principio' en la
tierra. El hombre, como varón y mujer, está en este umbral con la conciencia del
significado generador del propio cuerpo: la masculinidad encierra en sí el
significado de la paternidad, y la feminidad el de la maternidad. En nombre de
este significado, Cristo dará un día su respuesta categórica a los fariseos.
Nosotros, en cambio, penetrando en el contenido sencillo de esta respuesta,
tratamos de aclarar el contexto de ese 'principio', al que se refirió Cristo.
En él hunde las raíces la teología del cuerpo. 7. La
conciencia del significado del cuerpo y la conciencia de su significado
generador están relacionadas, en el hombre, con la conciencia de la muerte,
cuyo inevitable horizonte llevan consigo, por así decirlo. Sin embargo, siempre
retorna en la historia del hombre el ciclo 'conocimiento generación', en el que
la vida lucha, siempre de nuevo, con la inexorable perspectiva de la muerte, y
la supera siempre. Es como si la razón de esta inflexibilidad de la vida, que
se manifiesta en la 'generación' fuese siempre el mismo 'conocimiento', con que
el hombre supera la soledad del propio ser y, más aún, se decide de nuevo a
afirmar este ser en 'otro'. Y ambos, varón y mujer, lo afirman en el nuevo
hombre engendrado. En esta afirmación, el 'conocimiento' bíblico parece
adquirir una dimensión todavía mayor. Esto es, parece insertarse en esa
'visión' de Dios mismo, con la que termina el primer relato de la creación del
hombre sobre el 'varón' y 'mujer' hechos 'a imagen de Dios': 'Vio Dios ser muy
bueno cuanto había hecho' (1, 31). El hombre, a pesar de todas las experiencias
de la propia vida, a pesar de los sufrimientos, de las desilusiones de sí
mismo, de su estado pecaminoso, y a pesar, finalmente, de la perspectiva
inevitable de la muerte, pone siempre de nuevo, sin embargo, el 'conocimiento'
al 'comienzo' de la 'generación'; él así parece participar en esa primera
'visión' de Dios mismo: Dios Creador 'vio., y he aquí que era todo muy bueno'.
Y, siempre de nuevo, confirma la verdad de estas palabras. (*) ------------------------------------------------------------------------ •Notas: (*) La
comparación del 'conocimiento' bíblico con el 'eros' platónico revela la
divergencia de estas dos concepciones. La concepción platónica se basa en la
nostalgia de la Belleza trascendente y en la huida de la materia; la concepción
bíblica, en cambio, se dirige hacia la realidad concreta, y le resulta ajeno
del dualismo del espíritu y la materia como también la específica hostilidad
hacia la materia ('Y vio Dios que era bueno' Gen 1). Así como
el concepto platónico de 'eros' sobrepasa el alcance bíblico del 'conocimiento'
humano, el concepto contemporáneo parece demasiado restringido. El
'conocimiento' bíblico no se limita a satisfacer el instinto o el goce
hedonista, sino que es un acto plenamente humano, dirigido conscientemente
hacia la procreación, y es también expresión del amor interpersonal (Cfr. Gen
29, 20; 1, 8: 2 Sm 12, 24). ------------------------------------------------------------------------
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