La sexualidad: El matrimonio en Cristo
2
La sexualidad
Las consideraciones hechas sobre algunos aspectos del ser humano -emociones
y sensualidad, afectividad y voluntad- os han facilitado algunas
herramientas mentales que pueden serviros de ayuda ahora, en una primera
exploración del mundo complejo de la sexualidad.
Instinto y voluntad
Entendemos por instinto una manera espontánea de actuar, no sometida a
reflexión. Y en este sentido el instinto sexual es una orientación natural
de las tendencias del hombre y de la mujer.
En la acción instintiva se eligen los medios, se impulsa la acción concreta,
sin una reflexión consciente y libre sobre su relación con el fin
pretendido. Por eso esta manera de proceder, que es propia de los animales,
no es el modo propio de obrar del hombre. En efecto, la acción humana, al
ser el hombre un ser racional y libre, se produce cuando la persona
reflexiona y elige conscientemente los medios en orden al fin que pretende.
Por eso cuando un hombre se deja arrastrar por sus instintos -al comer, al
huir, al seguir bebiendo, al apropiarse de un bien ajeno y atractivo, etc.-,
renuncia a actuar humanamente, es decir, libremente. Y en este sentido, el
hombre, como tiene una viva conciencia de su propia libertad, mira con
recelo cuanto pueda amenazar su libre autodeterminación. Y por eso entre el
instinto sexual y la voluntad libre del hombre hay, sin duda, un cierto
conflicto, alguna tensión.
Ahora bien, el hombre, por su misma naturaleza, es capaz de actuaciones
supra-instintivas, también en el campo de lo sexual. Y con esto quiero decir
que la persona es capaz de actuar de modo que el instinto no sea destruído,
sino más bien es integrado en el querer libre de la voluntad. Por lo demás,
si así no fuera, si fuera natural al hombre dejarse llevar por la mera
inclinación del instinto, la moral en general, y concretamente la moral de
la vida sexual, no existiría, como no existe en el mundo de los animales.
¡Pero el hombre no es un animal! Es una persona, consciente y libre.
La tendencia sexual de la persona
Toda persona es por naturaleza un ser sexuado, y ello determina en el hombre
y en la mujer una orientación peculiar de todo su ser psíquico y somático.
¿Hacia dónde se dirige esta orientación?
1.-Hacia el otro sexo. Otra cosa sería la perversión del homosexualismo. Un
análisis cuidadoso de la estructura psico-fisiológica del hombre y de la
mujer nos lleva al convencimiento de que uno y otra se corresponden
mutuamente de un modo perfecto y evidente. Por eso ha de decirse -dejáos de
tópicos retroprogresistas- que quienes afirman que la homosexualidad es tan
natural como la heterosexualidad, sin duda alguna -y ellos lo saben-,
mienten.
2.-Hacia «una persona» del otro sexo. Las peculiaridades sexuales, tanto
anímicas como corporales, no existen en abstracto, sino en una persona
concreta. La tendencia sexual, por tanto, se dirige a una persona concreta
del sexo contrario. Si así no fuera, y se dirigiera crónicamente sólo hacia
el otro sexo, sin más, ello indicaría una sexualidad inmadura, más aún,
desviada. Por eso Gregorio Marañón considera a Don Juan un hombre
tremendamente inmaduro, capaz de enamorarse de cualquier mujer.
Pues bien, si os fijáis bien, podréis observar en lo dicho que la
inclinación sexual humana tiende naturalmente a transformarse en amor
interpersonal. Y aquí apreciamos un fenómeno típicamente humano, pues el
mundo animal se rige sólo por el instinto sexual; no conoce el amor. Los
animales están sujetos al instinto, es decir, en ellos el impulso sexual
determina ciertos comportamientos instintivos, regidos sólo por la
naturaleza.
Los hombres, en cambio, por su misma naturaleza, tienen el instinto sujeto a
la voluntad. Quizá el instinto actúa en el nacimiento del amor, pero éste no
se afirma decididamente si no interviene libre y reiteradamente la voluntad
de la persona. Habremos, pues de afirmar, en este sentido -con el permiso de
los autores de novelas rosa y de culebrones televisivos-, que el ser humano
no puede enamorarse sin querer, inevitablemente, contra su propia voluntad.
Es la persona humana la que voluntariamente sella el proceso del
enamoramiento, pues éste, aunque quizá iniciado por el instinto, no puede
cristalizarse establemente sin una sucesión de actos libres, por los que una
persona va afirmando la elección amorosa de otra persona.
Sexualidad humana: amor y transmisión de vida
Puede darse amor entre dos personas, sin atracción sexual mutua. Y puede
darse atracción sexual, sin que haya amor. Pues bien, sólo la sexualidad
realmente amorosa es digna de la persona humana; es decir, sólo es noble y
digna aquella sexualidad en la que firme y establemente una persona elige a
otra con voluntad libre y enamorada. Y esto es lo propio del amor conyugal,
por el cual un hombre y una mujer deciden mutuamente amarse.
Por otra parte, recordemos que hay en el hombre dos tendencias
fundamentales: el instinto de conservación y la inclinación sexual.
-El instinto de conservación, buscando alimentos, evitando peligros, etc.,
procura conservar el ser humano, y es así, en el mejor sentido del término,
una tendencia egocéntrica.
-La tendencia sexual, por el contrario, procura comunicar el ser humano, en
primer lugar hacia el cónyuge, y en seguida hacia el hijo posible; y es,
pues, así una tendencia en sí misma alterocéntrica.
Por eso una interpretación meramente libidinosa de la sexualidad, asociada
históricamente a la anticoncepción, que disocia radicalmente amor y posible
transmisión de vida, pervierte la tendencia sexual, dándole aquella
significación puramente egocéntrica, propia del instinto de conservación. Es
el amor verdaderamente conyugal, abierto a la vida nueva, el que da al amor
sexual su grandiosa significación objetiva. Es el amor que transforma a los
esposos en padres, en padres de unos hijos que son a un tiempo confirmación
y prolongación de su propio amor conyugal.
Religiosidad del amor sexual
Si no estáis ciegos, es decir, si reconocéis que todo ser del mundo visible
es un ser contingente, que no tiene en sí mismo la razón de su existencia,
sino que necesita continuamente ser sostenido en ella por Otro, tendréis que
concluir que Dios crea continuamente, manteniendo cada día en la existencia
las criaturas que él ha creado.
Y demos otros paso más, acercándonos al misterio de la criatura humana. El
nacimiento en el mundo de un nuevo ser humano constituye algo absolutamente
nuevo, que no sería posible sin la intervención personal de Dios. Ese nuevo
espíritu del hombre nacido no puede proceder meramente de la unión sexual
física entre el hombre y la mujer. Es Dios quien crea directamente el alma
humana, espiritual e inmortal, y es Él quien la une sustancialmente al
cuerpo embrional en el momento mismo de su concepción en el seno materno.
Esta inefable religiosidad, esta misteriosa sacralidad del acto sexual ha
sido intuida desde siempre, aunque oscuramente, en todos los pueblos y
culturas, y es conocida aún más claramente -como lo veremos más adelante- a
la luz de la Revelación cristiana.