La transmisión de la vida humana: El matrimonio en Cristo
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La transmisión de la vida humana
Habéis podido reflexionar hasta aquí en el matrimonio, fijándoos
especialmente en la calidad del amor conyugal, por el que se unen para
siempre un hombre y una mujer. Pero ahora es preciso que consideréis esa
unión en cuanto fuente sagrada de nuevas vidas humanas. Ésta es la otra
vertiente, igualmente grandiosa, del matrimonio humano.
Sexología y moral
La sexología es una joven ciencia, que ha tenido notables desarrollos en los
últimos tiempos. La sexología biológica, ligada a la medicina, estudia la
vida sexual en relación con la salud. Y la sexología psico-sociológica
investiga las conductas sexuales. Ésta -aunque no tendría por qué ser así-
tiene hoy frecuentemente la tendencia a confundir lo mayoritario con lo
normal, es decir, con lo sano, más aún, con lo lícito. Pero, fijáos bien en
esto, lo mismo que no ha de confundirse lo mayoritario con lo lícito,
tampoco pueden deducirse las normas morales de las simples prescripciones
médicas, pues sanidad y moral son categorías diversas.
Pues bien, la moral de la sexualidad conyugal recibe datos valiosos de la
sexología biológica, psicológica y sociológica, pero ella se atiene a normas
propias más altas, las que rigen el amor verdadero y guardan la dignidad de
la persona humana. La moral sexual, en efecto, que expresa el mandato del
amor, manifiesta qué es lo que el hombre debe a la mujer, y ésta a aquél,
tanto en el orden del amor como de la justicia.
Ahora bien, merece la pena considerar algunos datos que la sexología
proporciona a la moral conyugal, siquiera sea brevemente:
1.-La vida sexual del hombre es muy diferente de la de los animales. Éstos
se unen sólamente en los tiempos aptos para la procreación, en tanto que la
tendencia sexual en la pareja humana permanece también despierta en el
tiempo infecundo de la mujer. En ello vemos que la sexualidad humana es algo
más que sólo reproducción; es también amor interpersonal.
2.-Que el sexo está directamente vinculado a la procreación es algo obvio
para el análisis biológico. Las diferencias y complementaciones fisiológicas
entre hombre y mujer expresan en forma inequívoca que el sexo está orientado
naturalmente hacia el fin de la procreación.
3.-El acto sexual requiere la participación de la voluntad, y no es el
resultado automático de una excitación de la sensualidad. Una conciencia
volitiva, siquiera al comienzo del proceso que lleva al acto sexual, es
necesaria, al menos si se quiere que el acto sexual tenga la dignidad propia
de lo que es un acto humano.
4.-Una educación sexual, del hombre para acomodarse a la mujer, y de la
mujer para armonizarse con el hombre, es indispensable. El hombre, muy
especialmente, por su actitud más determinante en el acto sexual, debe tener
sumo cuidado en no someter a la mujer de modo egoísta a las exigencias de su
propio cuerpo y psiquismo. Por lo demás, es indudable que el amor verdadero
-el que es casto, libre y abnegado-, buscando apasionadamente el bien del
otro, y no sólo el propio, es el mejor maestro para la vida sexual. Cuando
cada uno de los esposos estima que «el otro es más importante que yo» será
muy raro que surgan problemas serios de armonía sexual, o que si éstos se
producen -por inexperiencia o por ciertas anomalías psicológicas- no se
superen más o menos pronto. Otra cosa hará pensar en la necesidad de
consultar con un médico sexólogo. Pero éste no podrá prestar grandes ayudas
si no halla en los esposos un amor conyugal auténtico: él podrá liberar este
amor, pero no podrá suplirlo con su ciencia y sus técnicas.
5.-La armonía sexual no es algo sobre todo físico, sino que está
principalmente en función de factores psicológicos y morales. Los sexólogos
comprueban que las relaciones sexuales más armoniosas son aquéllas
realizadas con amor, sin tensiones de conciencia, en una entrega plenamente
confiada. Graves perturbaciones de la vida sexual proceden, por ejemplo, del
miedo morboso a tener un hijo (actitud anticonceptiva) o del temor a verse
abandonado por el cónyuge (posibilidad de divorcio). El matrimonio monógamo
e indisoluble, abierto a la transmisión de la vida, es sin duda, desde el
punto de vista estrictamente sexual, y en todos los sentidos, el más sano.
6.-Los ensayos sexuales anteriores al matrimonio en modo alguno ayudan a la
felicidad conyugal. No ayudan a elegir la pareja, pues la vida conyugal
estable es cualitativamente diversa de la cohabitación temporal; es otra
cosa. Tampoco ayudan en nada al aprendizaje de la armonía sexual, que sólo
puede ser adquirida entre dos personas que se entregan mutuamente para
siempre, y que saben ejercitarse cuando conviene, como hemos visto, en la
virtud de la continencia.
Ley natural y leyes de la naturaleza
Antes de que entréis en el formidable tema de la transmisión de la vida
humana, conviene que tengáis en cuenta una distinción importante. Mientras
que las leyes de la naturaleza rigen la esfera necesaria de los fenómenos
naturales, físicos, químicos, vegetativos, etc., es la ley natural la que
gobierna la esfera libre de los actos humanos. El hombre, como es obvio,
aunque también está sujeto a las leyes de la naturaleza -la ley de la
gravedad, por ejemplo-, puede estudiarlas, combinar su virtualidad, y hasta
manipularlas, en cierto sentido, y ponerlas a su servicio. Puede, por
ejemplo, extirparse un riñón, disminuyendo así la propia vitalidad, para
salvar la vida de otra persona; puede construir una nave espacial que escape
a la ley de la gravedad terrestre. Precisamente es vocación del hombre
dominar la tierra, y ponerla al servicio del género humano (Gén 1,28).
Según esto, la vida moral del hombre no se guía tanto por las leyes de la
naturaleza, sino por la ley natural, que es distinta de aquéllas. La ley
natural transciende las leyes de la naturaleza y se eleva sobre ellas tanto
como la persona humana supera cualitativamente todo el mundo de los seres
no-libres. Por tanto, en el mundo de los hombres, la aplicación concreta de
las leyes de la naturaleza está siempre subordinada a la guía superior de la
ley natural, es decir, de la moral. Y así como es posible conocer las leyes
de la naturaleza, es también posible conocer la ley natural, que obliga a
las personas humanas en conciencia.
Amor conyugal y procreación responsable
Pues bien, es ley natural que ni la procreación se realice sin amor
conyugal, ni el amor conyugal se cierre a una posible procreación. Lo
primero denuncia como ilícita toda concepción realizada de modo violento
(violación) o de manera artificial (fertilización in vitro), al margen de su
propia forma amorosa conyugal. La persona humana no debe fabricarse, sino
engendrarse. Lo segundo señala como intrínsecamente deshonesta la
anticoncepción, es decir, aquella unión sexual de los esposos que suprime
radicalmente por medios artificiales toda referencia a una posible
transmisión de vida.
Pero esta ley moral que rige el amor conyugal humano no prohibe, llegado el
caso, una prudente y honesta limitación en el número de las concepciones.
Aunque en principio es un gran bien tener muchos hijos, no sólo por la gran
ventaja que ello implica para la educación y maduración de los mismos, sino
sobre todo por el valor supremo de las personas humanas que surgen a la
vida, de hecho, pueden darse circunstancias que aconsejen a los padres
renunciar a tener más hijos o distanciar más o menos la concepción
-enfermedades graves psíquicas o somáticas, condiciones económicas muy
precarias, etc.-.
Ahora bien, si ha de mantenerse siempre la posible conexión entre amor y
procreación ¿cómo realizar esta limitación honestamente? Sólo hay dos modos
fundamentales de limitar las concepciones: uno es moral, la regulación
natural; y el otro, la anticoncepción, es inmoral, indigno del matrimonio
entre personas humanas.
La anticoncepción
Los métodos anticonceptivos son aquéllos que, por medios químicos o
mecánicos, desconectan radical y artificialmente la sexualidad de su posible
consecuencia natural procreativa. Todos ellos, más o menos, son gravemente
insanos. Los anticonceptivos químicos producen efectos secundarios negativos
de mayor o menor importancia. Las barreras mecánicas quitan espontaneidad y
dignidad al acto sexual, y pueden causar lesiones a la mujer. La
interrupción del coito, cuando es una práctica reiterada, puede producir
anomalías importantes, neurosis, eyaculación precoz, frigidez femenina.
Pero lo peor de la regulación artificial de las concepciones es su
inmoralidad. La anticoncepción es intrínsecamente deshonesta, y por tanto la
paternidad responsable no puede realizarse mediante su ejercicio. Es una
acción tan ciertamente mala que ninguna circunstancia, ni tampoco ninguna
finalidad posible, por noble que sea, puede justificarla y hacerla
moralmente buena.
1.-La anticoncepción impide la recíproca donación plena de las personas, que
no llegan a entregarse mutuamente del todo, como es propio del amor
conyugal, sino que se unen sin comunicarse la virtualidad genésica que
poseen. La anticoncepción desvirtúa así la verdad íntima del acto sexual,
falsifica el amor conyugal, y es indigna del amor entre personas.
2.-La anticoncepción ofende a Dios Creador, que es quien infunde un alma
humana a lo concebido en la unión sexual. Como ya vimos, la razón natural es
capaz de conocer que en el hombre hay un alma, y que esta alma no puede
tener origen en los padres, sino que sólo puede proceder del Creador. Pues
bien, la anticoncepción, haciendo necesariamente infecunda la unión sexual
que de suyo puede ser fértil, llama a Dios, en el acto sexual, y al mismo
tiempo lo hecha fuera, pues es una unión sexual anticonceptiva.
Es falso pensar que la anticoncepción se justifica cuando busca fortalecer
el amor conyugal, pues la sexualidad anticonceptiva no es un amor conyugal,
sino una desfiguración y una perversión del mismo. Las prácticas conyugales
anticonceptivas, cerrándose a la posible transmisión de vida, es decir,
clausurándose en el egocentrismo, no son más que la expresión de un amor
sensual, que al no expresar la verdadera donación interpersonal, sólo
conseguirá ir arruinando el verdadero amor del matrimonio. En este sentido,
la anticoncepción es una vía abierta hacia el aborto y hacia el divorcio.
Por lo demás, la anticoncepción es inmoral por ser abiertamente contraria a
la ley natural, que rige el orden de las personas humanas, y no por
infringir las leyes de la naturaleza, por las que se gobiernan
necesariamente las criaturas inferiores.
La regulación natural de la fertilidad
La regulación natural de las concepciones consiste en abstenerse totalmente
de las relaciones sexuales, o bien en abstenerse de ellas sólamente durante
los períodos fecundos de la mujer, es decir, unos cuantos días en cada
ciclo. Esta segunda solución se ha hecho muy viable con los conocimientos
modernos de la medicina genética, que ofrece métodos fáciles y seguros
-Billings, sintotérmico, etc.- para distinguir en la mujer sus períodos de
fecundidad o esterilidad.
En efecto, la fecundidad biológica de la mujer es periódica, y la ciencia
actual permite conocer en cada caso concreto no sólo el ritmo que divide los
tiempos genésicos de los agenésicos, sino también la fase de la ovulación;
con lo cual la continencia periódica, según métodos fáciles y seguros, puede
aplicarse eficazmente aun cuando el ciclo femenino sea irregular.
Estos conocimientos facilitan a los esposos dos posibilidades bien
importantes: de un lado, elegir los momentos más favorables para la
procreación, lo cual implica, evidentemente, muy grandes ventajas; y de
otro, distanciar o evitar una nueva concepción, cuando ésta parezca
inconveniente. Aquí consideraremos ahora esta segunda posibilidad,
estudiándola desde el punto de vista moral.
1.-La continencia periódica es lícita, supuesto que se ejercite por motivos
realmente válidos. Respetando la estructura natural del acto conyugal, es
decir, la plenitud de la donación recíproca y la apertura al Creador, es un
modo natural de evitar las concepciones, que se atiene a la alternancia de
tiempos fértiles o infértiles impuestos a la mujer por la misma naturaleza.
Así pues, a diferencia de la anticoncepción, que impone una esterilidad
contraria a las leyes de la naturaleza, la abstinencia periódica se ajusta a
una esterilidad que viene ocasionada por la misma naturaleza femenina. Por
lo demás, estas abstenciones temporales, decididas por el hombre y la mujer
en acuerdo mutuo, no sólamente no debilitan el amor conyugal, sino que lo
hacen más fuerte, más libre y más profundamente personal, como viene
demostrado por la experiencia.
2.-Cuando los esposos alternan la unión sexual y la continencia periódica,
han de mantener en sí mismos una apertura a la posibilidad de procrear; es
decir, no pueden cerrar sus voluntades en un rechazo absoluto a toda
concepción posible, de modo que si ésta se presentara inesperadamente,
experimentaran frustración y amargura. Si los esposos pretendieran así una
exclusión radical e incondicional de la concepción, se saldrían del amor
conyugal y estarían usando un medio natural para contrariar la misma ley
natural.
Ciertamente, sería excesivo afirmar que la unión conyugal sólo es lícita
cuando intenta la procreación; pero sí puede pedirse a los esposos, que
practican la continencia periódica por válidas razones, la aceptación
anticipada de la concepción imprevista -consecuencia posible de sus actos,
como el efecto nace de su causa-. La apertura a una posible procreación, aun
cuando se esté procurando evitarla por medios lícitos, es condición
indispensable para que el amor entre hombre y mujer pueda ser y llamarse
verdaderamente conyugal. Ahora bien, sólo está unión es digna del
matrimonio.
Observad, por último, que la aceptación anticipada del hijo posible facilita
grandemente la observancia de la continencia periódica. En efecto, puesto
que los principales factores de la irregularidad biológica de la mujer son
de orden psíquico, un miedo morboso al embarazo no sólamente quita a la
mujer, y al esposo, el gozo de experimentar un amor digno de la unión
conyugal, sino que puede también ocasionar alteraciones imprevisibles que,
justamente, provoquen la concepción no deseada. Así pues, en todos los
sentidos la aceptación anticipada del hijo posible, aun en los casos en que
se procure evitar la concepción, pertenece no sólo a la licitud, sino a la
alegría del amor conyugal.
Paternidad y maternidad
Del amor conyugal nace un amor nuevo, el de la paternidad y la maternidad.
Es un fenómeno largamente preparado, quizá de forma insconsciente, en el
corazón del hombre, y quizá aún más en el de la mujer. Y si es verdad que la
mujer gracias al hombre se hace madre, también es verdad que la paternidad
de éste se forma interiormente gracias a la maternidad de la mujer. En
efecto, la paternidad física tiene un lugar en el hombre mucho más reducido
que la maternidad en la mujer. Y también en esto se complementan uno y otra.
La paternidad y la maternidad pertenecen a la madurez personal de los
esposos, no sólo física, sino espiritual. Los padres encuentran en los hijos
una sorprendente prolongación de sí mismos, y la obra generativa se
desarrolla plenamente en la acción educativa, pues formar una persona es
mucho más que formar su cuerpo.
«El bien es difusivo de sí mismo» -bonum est diffusivum sui-, y precisamente
por eso el Creador crea el mundo, y los padres procrean los hijos. Los
padres, aunque sean mediocres, sin duda alguna tratan de comunicar lo mejor
de sí mismos a sus hijos. Y eso mismo les ayuda en su maduración personal.
En este sentido, la paternidad y la maternidad suelen ser lo mejor que puede
hallarse en los hombres y mujeres de este mundo, tantas veces egoísta y
cruel.
La paternidad física debe, pues, culminarse en la paternidad espiritual,
aunque ésta también puede realizarse sin aquélla, como en el caso del
celibato y la virginidad. En uno y otro caso, el hombre adquiere la mayor
semejanza con Dios cuando llega a ser padre o madre espiritual.