El matrimonio cristiano: El matrimonio en Cristo
II PARTE
El matrimonio cristiano
1
El matrimonio
Estudiando y meditando la primera parte de este libro, sobre el matrimonio
natural, habéis llegado a ser ya licenciados en la filosofía de tan alto
tema. Y ya estáis en condiciones de considerar el matrimonio cristiano,
preparándoos así a licenciaros en la teología del mismo. Seguiremos como
texto principal la exhortación apostólica Familiaris consortio, de Juan
Pablo II (1981), que citaré en adelante dando sus números entre corchetes [
].
El pecado original y el matrimonio
Al ir considerando las exposiciones de la I parte, es posible que os
hiciérais con frecuencia una reflexión como ésta: «Todo eso es muy digno y
hermoso, pero está sumamente lejos de la realidad del matrimonio y de la
familia, tal como son en el mundo, tal como nosotros los hemos conocido». Y
eso que habéis pensado es verdad. Pero una verdad con un cierto peligro de
deslizarse a la siguiente mentira: «Luego todo eso no es más que música
celestial». Un vano idealismo irrealizable.
Todo lo que hemos recordado sobre el matrimonio y la familia es la verdad
más profunda de la naturaleza de esas realidades. Lo que sucede es que toda
la realidad humana, también ésa, se ha visto terriblemente trastornada por
el pecado original y por todos los pecados personales que de él se derivan
en los hombres. Escuchad si no lo que sobre esto enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica:
«1606: Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la
experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las
relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y
la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la
infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la
ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y
puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los
individuos; pero siempre aparece como algo de carácter universal.
«1607. Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se
origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de
sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado [el pecado original],
ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión
original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas
por agravios recíprocos (Gén 3,12), su atractivo mutuo, don propio del
Creador (2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia
(3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de
multiplicarse y someter la tierra (1,28) queda sometida a los dolores del
parto y los esfuerzos de ganar el pan (3,16-19).
«1608. Sin embargo, el orden de la Creación subsiste, aunque gravemente
perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer
necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás
les ha negado (Gén 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden
llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al
comienzo"».
Y esa ayuda la reciben de nuestro Señor Jesucristo, «el verdadero Salvador
del mundo» (Jn 4,42). Él es el nuevo Adán, que viene a encabezar una nueva
humanidad, restaurando, concretamente, la perfección natural del matrimonio,
y elevándola a una nueva dignidad grandiosa.
Cristo, Maestro de la verdad del matrimonio
Los novios y los esposos, al soñar en la vida que quieren hacer juntos, os
encontráis quizá muchas veces sin saberlo mentalmente apresados por un
cierto modelo de matrimonio: el de vuestros familiares o amigos. Ahora bien,
¿hasta qué punto es válido ese modelo de matrimonio y de familia que os
viene impuesto por la mentalidad vigente y por las costumbres actuales? ¿No
os llevará esto, aunque no lo queráis, a repetir ciertos errores y culpas
que deforman la grandeza del matrimonio y de la familia?
«La verdad os hará libres» (Jn 8,32). Sólo aquellos novios y esposos que
tienen una idea clara de la verdad del matrimonio y de la familia podrán
escapar de las férreas mallas envolventes del ambiente en que viven. Sólo
ellos podrán realizar creativamente un hogar realmente bueno y bello, cálido
y atrayente. ¿Pero dónde podrá encontrarse la verdad del matrimonio y de la
familia? Sólo en Jesucristo, sólo en la Iglesia que, a través de los siglos,
ofrece siempre al mundo el Cristo verdadero: «Cristo es la verdad» (1Jn
5,6).
En efecto, viendo Cristo el matrimonio judío de su tiempo, en seguida
rechaza todo aquello que en él se ha introducido «por la dureza del corazón
humano» -como el repudio de la esposa, posibilidad que todos, judíos y
paganos, entendían entonces como perfectamente normal-, y con toda libertad
propugna la genuina verdad del matrimonio, es decir, «lo que hizo el Creador
al principio» (Mt 19,4.8: ab initio).
Tomad, pues, a Cristo como maestro de vuestra vida conyugal y familiar. En
Él, Verbo divino eterno, hecho hombre por el Espíritu Santo en la Virgen
María, «fueron hechas todas las cosas, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha
sido hecho». Él conoce, pues, la verdad del matrimonio y de la familia.
Obedeced al Padre celestial, que os dice: «Éste es mi Hijo amado:
escuchadle» (Mt 17,5).
El matrimonio, imagen de Dios amor
La verdad es ésta: «Dios es amor» (1Jn 4,8), y«Dios ha creado al hombre a su
imagen y semejanza (Gén 1,26s). Por tanto , si el hombre es su imagen viva
en este mundo, es evidente que «el amor es la vocación primera e innata del
ser humano. Y como el hombre es espíritu encarnado, por eso el amor abarca
también al cuerpo humano, y el cuerpo se hace participante del amor
espiritual. De ese modo la sexualidad, por la que el hombre y la mujer se
dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo
puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana
en cuanto tal» [11].
Del Diablo viene, pues, trivializar la sexualidad, degradarla, disociarla
del amor personal, reducirla a un mero placer sensual, quitarle toda
significación transcendente, hacerla cerrada en absoluto a una posible
transmisión de vida. Así se humilla al hombre y a la mujer, y se les llena
de sufrimientos, enfermedades y servidumbres. De Dios viene, por el
contrario, la sexualidad que se ejercita en el amor verdadero, y que es
entendida y realizada en toda su nobleza. Ésta es la sexualidad por la que
los esposos se entregan mutuamente en un amor total, que les une hasta la
muerte. Y ésa es, pues, la dignidad del matrimonio, en el cual hombre y
mujer se perfeccionan en cuanto imágenes de Dios-Amor.
El matrimonio, imagen de la unión de Dios con la humanidad
La Revelación bíblica nos habla siempre de la Alianza de amor que une a Dios
con Israel, su pueblo elegido. Se trata de una Alianza indisoluble, para
siempre, que exige un amor mutuo y una fidelidad perseverante. Por eso la
alianza conyugal entre hombre y mujer es «imagen y símbolo de la Alianza que
une a Dios con su pueblo (+Os 2,21; Jer 3,6-13; Is 549» [12].
En este sentido, la Biblia entiende la idolatría como una prostitución (Ez
16,25), y la infidelidad como un adulterio que el pueblo comete contra Dios
Esposo (+Os 3) [+12]. Y por tanto, según el modelo de Dios, la persona
casada debe amar -y no sólo aguantar- a su cónyuge de todo corazón, también
cuando éste es egoísta o poco afectuoso, pues así es como Dios ama a su
pueblo. Y debe amarle con toda paciencia y perdón, obstinadamente, incluso
cuando falla la respuesta, pues así es como ama a su pueblo el Señor. No
olvidemos nunca que el hombre sólo llega a ser hombre en la medida en que
imita a Dios.
El matrimonio, imagen de la unión de Cristo Esposo con la Iglesia
Esa unión de amor entre Dios y los hombres «halla su plenitud definitiva en
Cristo Jesús, el Esposo que ama y que se da como Salvador a la humanidad,
uniéndola a sí mismo como su cuerpo. El es el que revela la verdad
originaria del matrimonio, la verdad de "el principio", y él es quien,
liberando al hombre de la dureza de su corazón, le hace capaz de realizar
esa verdad totalmente (+Gén 2,24; Mt 19,5)» [13].
La Iglesia es el conjunto de personas humanas que se unen a Cristo, en
alianza única y perpetua, reconociéndole como Esposo. La Iglesia, en efecto,
es la Esposa única y amada de Jesucristo. Los cristianos que han recibido de
Dios la vocación de la virginidad, consagran sus vidas a Cristo Esposo. Y
aquéllos otros cristianos, que han sido llamados al matrimonio, han de ver
día a día en su cónyuge un un signo-sacramental de Cristo Esposo; han de ver
en él, cada día, una expresión sensible y visible del amor conyugal de
Jesucristo.
El amor de Cristo hacia su Iglesia-Esposa es un amor de elección, libre,
profundo y tierno, crucificado, exclusivo, santo, santificante y fecundo en
hijos, y está sellaldo en una Alianza perpetua e indisoluble, que se
establece ya desde el bautismo. Pues bien, el amor entre los esposos
cristianos, participando de ese amor conyugal entre Cristo y la Iglesia, ha
de participar -recibe por gracia la gloriosa posibilidad de participar
realmente- de todos esos rasgos del amor de Cristo Esposo (+Ef 5,22-33). Y
es así como el matrimonio cristiano se hace como un espejo, como «una
representación real de la unión de Cristo con la Iglesia» [13]. Por eso es
un sacramento, un signo sagrado.
Notas características
Según todo esto, ya podéis comprender cuáles son las cualidades
fundamentales del amor conyugal cristiano. Las expone Pablo VI en la
encíclica Humanæ vitæ (1968):
-«Es ante todo un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al
mismo tiempo. No es, pues, una simple efusión del instinto y del
sentimiento, sino que es también y principalmente un acto de la voluntad
libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores
de la vida cotidiana». Así es el amor del Corazón de Cristo por su Esposa,
la Iglesia, y el de ella hacia Él.
-«Es un amor total, una forma singular de amistad personal, con la cual los
esposos comparten generosamente todo, sin reservas ni cálculos egoístas».
Así se aman Cristo y la Iglesia.
-«Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. De este modo lo conciben el
esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el
compromiso del vínculo matrimonial». Así es el amor de Jesucristo, siempre
fiel, aunque muchas veces los cristianos le seamos infieles; y siempre
exclusivo, pues Él sólo tiene una Esposa, la Iglesia, y no tiene otras.
-«Es, en fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los
esposos, sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas» (HV
9). Así es también el amor de la Iglesia, que cuanto más unida está a su
Esposo, más fecunda es en hijos.
Los hijos,
Los enamorados algunas veces contempláis el misterio de amor que os une,
pero quizá no tantas veces os asomáis a ese otro misterio igualmente
fascinante, el de la transmisión de la vida humana. Y sin embargo, el
matrimonio y el amor conyugal no pueden entenderse sino en referencia a los
hijos posibles, pues, como dice el Vaticano II, «están ordenados por su
propia naturaleza a la procreación y educación de los hijos» (GS 50).
El amor verdadero es siempre don, entrega personal. «Y los cónyuges, a la
vez que se dan mutuamente, se dan, más allá de sí mismos, al propio hijo: él
es la imagen viviente de su amor, el signo permanente de la unidad conyugal,
la síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» [14].
Y de este modo, el amor de los padres «está llamado a ser para los hijos
signo visible del mismo amor de Dios, "de quien procede toda paternidad en
el cielo y en la tierra" (Ef 3,15)» [14]. Por eso, si los padres son buenos,
son para los hijos la revelación primera de la bondad de Dios. Y si son
malos, si son fríos y distantes, o sensibleros y absorbentes, o
excesivamente duros y autoritarios, o consentidores y permisivos, en uno y
otro caso están dificultando a sus hijos el conocimiento de Dios, pues dan
de Él una imagen falsa, aunque no lo quieran.
Por otra parte, «cuando la procreación no es posible, no por eso pierde su
valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión
a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona
humana, como por ejemplo la adopción, las diversas formas de obras
educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos»
[14].
La familia, principio
Si los novios y esposos os encarráseis en el núcleo íntimo de vuestro propio
amor, correríais el peligro de aburriros y de cansaros de vosostros mismos.
Esa unión de vuestro amor ha de abrirse siempre a los amplios horizontes que
le son connaturales. En efecto, la familia es la célula originaria del
cuerpo social, el comienzo y fundamento de toda sociedad civil.
Y al mismo tiempo, lo que es aún más grande, «el matrimonio y la familia
edifican la Iglesia, ya que dentro de la familia la persona humana no sólo
es engendrada y progresivamente introducida por la educación en la comunidad
humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en
la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia»
[15].
Ayuda
Matrimonio y virginidad no se contraponen, sino que se complementan, pues,
como hemos visto ya, en la vida cristiana uno y otra se definen por su mutua
referencia a Cristo. En efecto, «son dos modos de expresar y de vivir el
único misterio de la Alianza entre Dios y su Pueblo» [16].
Matrimonio y virginidad afirman la alta dignidad de la sexualidad humana, el
uno afirmándola como sacramento del amor de Cristo Esposo, y la otra
renunciándola en honor también de Cristo Esposo. Si el Evangelio no viera en
la sexualidad «un gran valor donado por el Creador, perdería significado la
renuncia a ella por el Reino de los cielos» [16].
Por otra parte, la virginidad tiende a levantar el matrimonio a la gran
dignidad que le es propia. Y esto es así porque «la persona virgen anticipa
en su carne el mundo nuevo de la resurrección futura (+Mt 22,30), y en
virtud de este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la
conciencia del misterio del matrimonio, y lo defiende de toda reducción y
empobrecimiento. La virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia
son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor, aunque
sea grande; es más, que hay que buscarlos como el único valor definitivo»
[16].
Sólo en este horizonte espiritual heroico puede el matrimonio cristiano
mantenerse puro y desplegar toda su maravillosa perfección. Por eso «los
esposos cristianos tienen el derecho de esperar de las personas vírgenes el
buen ejemplo y el testimonio de una fidelidad a la vocación hasta la muerte.
Y así como para los esposos la fidelidad se hace a veces difícil y exige
sacrificio, mortificación y renuncia de sí, así también puede ocurrir a las
personas vírgenes. La fidelidad de éstas debe sostener la fidelidad de los
cónyuges» [16].
Misión grandiosa de
Todo esto nos lleva a una conclusión formidable: la familia cristiana ha
recibido de Dios «la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor,
siendo vivo reflejo y participación real del amor de Dios por la humanidad,
y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa» [17].
Tan grandiosa misión incluye cuatro servicios fundamentales, que hemos de
analizar separadamente en los capítulos que siguen:
-unir varias personas en una comunidad de amor;
-transmitir la vida humana por la generación, y desarrollarla por la
educación;
-participar en el progreso de la sociedad ; y
-participar en la vida y misión de la Iglesia.
Meditación y diálogo
1.-En los matrimonios de familiares y amigos, considerándolos en general,
¿qué aspectos nos parecen admirables? -¿Cuáles otros nos parecen
deficientes?
2.-¿Hay en el matrimonio una configuración básica, natural e invariable, o
todo es variable y sujeto a mentalidades y costumbres, según épocas y
pueblos? -¿En qué sentido la fe cristiana descubre en Dios la verdad del
matrimonio y de la familia?
3.-¿Qué relación hay entre que "Dios es amor" y la dignidad de la sexualidad
humana? -¿Por qué el matrimonio es el único lugar digno para el ejercicio
pleno de la sexualidad?
4.-¿En qué sentido el matrimonio es signo del amor entre Dios y su Pueblo?
-Leer (meditar, comentar) en la Biblia: Oseas 1-3 y/o Ezequiel 16.
5.-Leer (meditar, comentar) en la Biblia: Génesis 1,26-31; 2,18-25; y/o
Mateo 19,3-12; y/o Efesios 5,22-33. -¿En qué son semejantes la alianza
conyugal del matrimonio y la Alianza Nueva entre Cristo y la Iglesia?
6.-Meditar y comentar las notas fundamentales del matrimonio cristiano.
-Ver, en contraste, los rasgos que en el mundo actual caracterizan el
matrimonio sin Cristo.
7.-Meditar y comentar la grandiosa posibilidad de traer nuevas personas al
mundo. -¿En qué sentido los padres son para los hijos una revelación del
amor de Dios Padre?
8.-Ver (meditar, comentar) la familia como célula originaria de la sociedad.
-Ver la familia como célula vital de la Iglesia.
9.-En referencia a Cristo Esposo ¿qué semejanzas hay entre el matrimonio
cristiano y la virginidad consagrada? -¿Y qué diferencias?