5 La familia en la sociedad y en la Iglesia: El matrimonio en Cristo
Familia y sociedad
Dice el Concilio Vaticano II: «El Creador del mundo estableció la sociedad
conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana»; de tal modo que la
familia es así «la célula primera y vital de la sociedad» (AA 11).
«Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas
por la norma de la gratuidad que, respetando en cada uno la dignidad
personal, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad
desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.
«De este modo la familia, escuela primera e insustituible de sociabilidad,
es ejemplo y estímulo para que esas relaciones comunitarias más amplias se
den en un clima de respeto y justicia, diálogo y amor» [43]. También aquí se
aprecia el inmenso valor de las familias numerosas.
Servicio de la familia a la sociedad
La familia cristiana ha de ser acogedora por la hospitalidad, e influyente
en la sociedad por la acción política.
Hospitalidad. «Hay que destacar la importancia cada vez mayor que en nuestra
sociedad tiene la hospitalidad,en todas sus formas. La familia cristiana
está llamada a escucharla exhortación del Apóstol: «Sed solícitos en la
hospitalidad» (Rm 12,13), imitando la caridad de Cristo: «El que diere de
beber a uno de estos pequeños solo un vaso de agua fresca en razón de
discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa» (Mt 10,42). [42].
Cuántas personas, que afectiva o económicamente se hallan a la intemperie
-huérfanos, hijos de padres separados, exiliados o estudiantes extranjeros,
muchachos de pueblo que por estudios o trabajos acuden a la Ciudad-,
encuentran el calor del Corazón de Jesús en hogares cristianos que saben
abrirles su puertas.
Influjo político. «Ha de procurarse que la función social de la familia
tenga también proyección política. Es decir, las familiasdeben ser las
primeras en procurar que las leyes e instituciones del Estado no sólo no
lesionen, sino que promuevan los derechos y deberes de la familia. En este
sentido, las familias deben acrecentar su conciencia de que ellas son
protagonistas de la llamada política familiar, asumiendo así la
responsabilidad de transformar la sociedad. De otro modo, las familias serán
las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con
indiferencia. También la familia debe escuchar la llamada del Concilio
Vaticano II a superar una ética individualista (GS 30)» [44].
Servicio de la sociedad a la familia
«Familia y sociedad tienen una función complementaria en la promoción del
bien de todos los hombres y de cada hombre. Pero la sociedad, y más
específicamente el Estado, deben reconocer que la familia es «una sociedad
que goza de un derecho propio y primordial» (Vat. II, DH 5), y que por
tanto, en sus relaciones con la familia, están gravemente obligados a
atenerse al principio de subsidiariedad» [45].
El principio de subsidiariedad, arraigado en la tradición cristiana,
establece que «no se puede quitar a los individuos y traspasar a la
comunidad lo que ellos pueden realizar por su propia iniciativa y esfuerzo»,
y prohibe por tanto «traspasar a una sociedad mayor y más elevada las tareas
que pueden realizar las comunidades menores e inferiores, pues toda
actividad de la sociedad debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo
social, pero nunca destruirlos ni absorberlos» (Pío XI, 1931, enc.
Quadragesimo anno 79) [+45].
Así pues, las familias, conscientes de sus responsabilidades y de sus
posibilidades, deben impulsar bibliotecas, escuelas, colegios y
universidades, guarderías y residencias, centros sociales y deportivos, en
vez de entregarse pasivamente en manos de un Estado totalitario y
absorbente.
El testimonio de la familia cristiana
La familia cristiana vive en el mundo, pero no es del mundo Jn 15,19), y
todo el tiempo de su peregrinación en esta berra, debe vivir como forastera
y emigrante (1e 1,17; 2,11), pues su ciudadanía verdadera está en el cielo
(Flp 3,20; Ef 2,19). Por eso los novios y esposos cristianos debéis tener
muy en cuenta el mandato del Apóstol: «No os configuréis a este mundo, sino
transformáos por la renovación de la mente, para que seáis capaces de
distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo grato y perfecto» (Rm
12,2). Hay en esa frase negación y afirmación.
No os configuréis al mundo. No se os ocurra aceptar acríticamente el mundo
actual en que vivís, aceptando sus criterios, su jerarquía de valores y sus
costumbres: renunciaríais así al Evangelio, dejaríais de ser cristianos, y
desde luego, no podríais educar cristianamente a vuestros hijos. El vino
nuevo que habéis recibido del Espíritu debéis guardarlo en odres nuevos (+Mc
2,22). Si una familia cristiana asimila, más o menos conscientemente, las
formas que el mundo tiene de pensar y de hacer, de gastar el dinero, de
educar a los hijos, de plantear las vacaciones, las fiestas, el noviazgo,
etc., deja más o menos pronto de ser cristiana. Y una familia cristiana
mundanizada -secularizada- es el mayor de los fracasos. Es como un fuego que
se encendió, pero que se dejó apagar.
Transformáos por la renovación de la mente. La docilidad al Espíritu Santo,
que renueva la faz de la tierra, ha de dar a vuestras familias una
maravillosa creatividad en todos y cada uno de los aspectos de la vida
secular. De este modo vendréis a ser luz en un mundo oscuro (Mt 5,14), sal
que da sabor y evita la podredumbre (5,13), fermento que transforma la masa
de la sociedad, y la hace pan de Dios (13,33). ¿Acaso los novios y esposos
cristianos vais a contentaros con las miserables costumbres deshumanizantes
de las familias del mundo?
Hacia una civilización del amor
«Avanzando en el seguimiento del Señor por un amor especial hacia todos los
pobres, la familia debe preocuparse especialmente de los que padecen hambre,
de los indigentes, ancianos, enfermos, drogadictos, o de los que están sin
familia» [471. En la medida de vuestras posibilidades privadas, haced todo
lo posible por ayudar a los necesitados. Por lo que hagáis o no hagáis en
esto vais a ser juzgados en el último día (Mt 25,31-46).
Pero además de eso, las familias cristianas habéis de «cooperar también a
establecer un nuevo orden internacional». Sin violencias ni mentiras, con
amor y con verdad, «la comunión espiritual de las familias cristianas
constituye un foco de energía interior que ha de irradiar justicia y
reconciliación, fraternidad y paz entre los hombres» [48].
La familia en la Iglesia
«La Iglesia y la familia se unen entre sí con múltiples vínculos profundos,
que hacen de ésta una pequeña Iglesia (Ecclesia domestica), una imagen viva
del misterio mismo de la Iglesia».
«La Madre Iglesia engendra, educa y edifica la familia cristiana con el
anuncio de la Palabra de Dios, con la celebración de los sacramentos, con la
proclamación constante del mandamiento nuevo del amor».
«La familia cristiana, por su parte, está de tal modo insertada en el
misterio de la Iglesia que participa, a su manera, en la misión de salvación
que es propia de ésta. En efecto, los cónyuges y padres cristianos, en
virtud del sacramento [del matrimonio], no sólo reciben el amor de Cristo
-haciéndose comunidad salvada-, sino que están llamados a transmitir ese
mismo amor de Cristo -haciéndose comunidad salvadora-» [49].
Misión eclesial de la familia
«La familia está llamada a participar en la misión de la Iglesia de una
manera propia y original, según su propio ser y obrar: por tanto, en cuanto
comunidad íntima de vida y de amor. Juntos, pues, los cónyuges en cuanto
pareja, y padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su servicio a la
Iglesia y al mundo, siendo en la fe «un solo corazón y un alma sola» (Hch
4,32)».
La actividad apostólica de la familia tiene una forma muy peculiar, original
e insustituible. En efecto, «la familia cristiana edifica el Reino de Dios
en la historia mediante esas mismas realidades cotidianas que constituyen su
condición de vida. En el amor conyugal y familiar -vivido en totalidad,
unicidad, fidelidad y fecundidad- es en donde se realiza la participación de
la familia cristiana en 1a misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo
y de su Iglesia» [50]. Según esto veremos, pues, en los tres capítulos
siguientes la relación íntima de la familia cristiana
-con Cristo Profeta, como comunidad creyente y evangelizadora,
-con Cristo Sacrdote, como templo doméstico de Dios, y
-con Cristo Rey-Pastor, como comunidad al servicio de los hombres.
Meditación y diálogo
1.-¿En qué sentido la familia es célula originaria de la sociedad? -¿Cómo
influye la vida de familia en la sociabilidad de los hijos?
2.-¿De qué modos podría nuestra familia vivir la hospitalidad? -¿Qué
podríamos hacer para influir en la política familiar de la sociedad?
3.-¿En qué consiste, en la doctrina social de la Iglesia, el principio de
subsidiariedad? -¿Hasta qué punto la sociedad en que vivimos cumple o
lesiona ese principio?
4.-¿Nuestra familia tiene (tendrá) fuerza para no dejarse configurar por las
costumbres del ambiente? -¿Puede (podrá) dar en el ambiente en que vivimos
un testimonio claro y elocuente del Evangelio, que incluso estimule a otras
familias a replantearse sus modos de vida?
5.-¿Conocemos algún movimiento o asociación que permitiera a nuestra familia
tener una irradiación más amplia en nuestra patria, e incluso más allá de
ella?
6.-¿Qué efectos buenos produce la Iglesia en la familia? -¿Que efectos
buenos produce la familia en la Iglesia?
7.-¿Cuáles son las misiones que la Iglesia ha de cumplir en el mundo?
-¿Cuáles son las misiones que la familia ha de cumplir en el mundo?