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7  Templo de Dios:  El matrimonio en Cristo

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Estas palabras de Cristo tienen en la familia una realización misteriosa, muy especial: «Donde dos o tres se congregan en mi nombre, allí estoy yo presente en medio de ellos» (Mt 18,20). En efecto, Cristo está siempre presente en aquella familia que por el sacramento del matrimonio se ha reunido en su nombre. Y está presente como El es: Sacerdote santo, glorificador del Padre y santificador de los hombres.

La familia cristiana,

comunidad sacerdotal

«La Iglesia es pueblo sacerdotal, revestido de la dignidad de Cristo, Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza. Y también la familia cristiana está inserta en la Iglesia, pueblo sacerdotal: por el sacramento del matrimonio, vivificada continuamente por el Señor, es llamada al diálogo con Dios por la vida sacramental, por el ofrecimiento de la propia vida y por la oración».

«Éste es el oficio sacerdotal que la familia cristiana puede y debe ejercer, en íntima comunión con la Iglesia, a través de todas las realidades cotidianas de la vida conyugal y familiar. Y así es como la familia cristiana está llamada a santificarse y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo» [55].

El matrimonio sacramental, fuente de santificación y de culto

El sacerdocio de Cristo -el de la Iglesia- tiene por fin glorificar a Dios, santificando a los hombres. Pues esa misma es la finalidad de la familia en cuanto comunidad cristiana sacerdotal:

-Glorificación de Dios. «Como todos los sacramentos, el matrimonio cristiano es en sí mismo un acto litúrgico de glorificación de Dios. Celebrándolo, los cónyuges cristianos confiesan su gratitud a Dios por el bien sublime que se les da: poder revivir en su existencia conyugal y familiar el mismo amor de Dios por los hombres, el amor mismo del Señor Jesús por la Iglesia su esposa».

-Santificación humana. «Y por otra parte, del mismo sacramento brota también la gracia para transformar toda su vida en una continua ofrenda espiritual (1Pe 2,5)» [56]. La fidelidad diaria a esa gracia de estado hace que los esposos cristianos «lleguen cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios» (GS 48).

Un clima de fe

La fe es la roca sobre la que ha de edificarse la cosa espiritual de la familia cristiana. Los hijos, desde niños, han de ser introducidos por sus padres en los grandes y luminosos misterios de la fe cristiana. Vosotros, concretamente, en modo alguno tengáis los temas religiosos como cuestiones prohibidas que no deben hablarse en la familia. No asimiléis esa mentalidad secularizada del hogar.

Si los pedís a Dios y lo procuráis con buena voluntad, Él os dará palabras de gracia para ir inculcando la fe en el corazón de vuestros hijos, al hilo de todas las vicisitudes de la vida familiar: «No te preocupes, que Dios nunca nos deja de su mano». «En esto, como en todo, que sea lo que Dios quiera». «Pídele a la Virgen María que te ayude, que ella es tu Madre del cielo». «No tengas miedo a nada, que Cristo vive en ti, como en un templo». «Perdona a tu hermanito, que Dios nos está perdonando continuamente tantas cosas». «Dios nos está dando siempre todo: el aire, el alimento, su amor, su gracia... ¿y tú no vas a ser capaz de dejarle un rato la bicicleta a tu hermano?». «Ya veo que te acuerdas del tío. Le tenías mucho cariño ¿verdad? Pues vamos a rezar por él un Padrenuestro y una Avemaría, para pedirle a Dios que, si todavía está en el purgatorio, cuanto antes le lleve al cielo»...

Éste es el lenguaje sencillo de la fe, en el que vuestros hijos deben ser educados. Tienen derecho a que se les digan esas cosas. Los padres cristianos secularizados, silenciando sistemáticamente el lenguaje de la fe, defraudan y deforman a sus hijos gravemente. Ese lenguaje cristiano familiar, hablado con sencillez, con oportunidad y con gracia, construye en tomo a ellos un maravilloso edificio espiritual, en el que sus vidas crecen y son guardadas. No os avergoncéis de vuestra fe, silenciándola una y otra vez. No dejéis a vuestros hijos espiritualmente a la intemperie. Insisto, ellos tienen derecho a que les proporcionéis esa casa espiritual.

La Eucaristía

Más arriba hemos visto como la alianza conyugal entre los esposos participa sacramentalmente del amor que une a Cristo con su Iglesia-Esposa en una alianza indisoluble. Pues bien, precisamente por eso «la Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, sellada en la Cruz con sangre. Y en este sacrificio de la nueva y eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran el origen que configura y vivifica por dentro su alianza conyugal».

Además «la Eucaristía es fuente de la caridad, en cuanto representa el sacrificio amoroso de Cristo por su Iglesia. Por eso en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el alma de su propia comunión, ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un solo cuerpo» [57].

La Penitencia

No faltarán pecados en el matrimonio y la familia. A veces -ésta es la realidad- nos permitimos con nuestros más íntimos familiares unas durezas y malos modos que no solemos permitimos con los extraños. No debía ser así, pero así es con frecuencia. Y muchas veces no significa eso que no haya amor; pero sí que es un amor imperfecto, todavía entremezclado con egoísmos y abusos.

Pues bien, «el arrepentimiento y el perdón mutuo dentro de la familia cristiana, tan frecuentes en la vida diaria, hallan su momento sacramental propio en la Penitencia cristiana. Pablo VI, refiriéndose a los cónyuges, decía: «Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la Penitencia» (HV 25)».

«La celebración de este sacramento adquiere, pues, un significado particular para la vida familiar. En efecto, el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza de los cónyuges y la comunión familiar. Por eso los esposos y todos los de la familia son alentados a encontrarse con Dios, «que es rico en misericordia» (Ef 2,4): Él, infundiendo su amor, más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar» [58].

La oración

«El sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio sacramental, da a los cónyuges y a la familia una misión sacerdotal, que se desarrolla no sólo en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, o en la ofrenda de sí mismos para glorificar a Dios, sino también en la vida de oración». Y esta oración tendrá en la familia unos rasgos propios:

«Es una oración hecha en común, marido y mujer juntos, los padres con los hijos. A los miembros de la familia cristiana se les ha de aplicar especialmente aquellas palabras del Señor Jesús: «Yo os digo en verdad que si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo concederá mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19)».

«Es una oración cuyo contenido peculiar es la misma vida de familia, que es interpretada como llamada de Dios, y es vivida como respuesta filial a esa llamada, en las diversas circunstancias de cada día: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversario de boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, decisiones importantes, muerte de personas queridas, etc. Todo son señales de la intervención del amor de Dios en la vida familiar, y paralelamente, todos son momentos favorables para la acción de gracias, la súplica, el acto familiar de abandono confiado en el Padre común que está en los cielos».

Así es como la familia cristiana podrá vivir dignamente su altísima vocación, «con la ayuda incesante de Dios, que sin falta será concedida a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración» [59].

La escuela familiar de la oración

«Los padres cristianos tienen el deber de enseñar a sus hijos a orar». Lo mismo que les enseñan a hablar con los hombres, y hacen esto con todo empeño y paciencia, con igual o mayor necesidad deben enseñarles a orar con Dios, para que crezcan en una amistad filial con Él. Ahora bien, si los padres apenas orasen, ¿cómo podrían enseñar sus hijos a orar? Como en tantas otras cosas, «en la educación para orar es fundamental e insustituíble el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres» [60]. Escuchemos en esto a Pablo VI:

«Madres ¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿A rezar el rosario en familia? Y vosotros, padres ¿sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad familiar, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo, apoyado por alguna oración común, será una lección de vida, será un acto de culto de especialísimo mérito. Así edificáis la Iglesia» (11-8-76).

Oración litúrgica y privada

«Finalidad principal de la oración de la Iglesia doméstica es introducir de modo natural a los hijos en la oración litúrgica de toda la Iglesia. En este sentido, está la necesidad primera de una progresiva participación de toda la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, especialmente en los de la iniciación cristiana de los hijos».

La Iglesia, en el concilio Vaticano II, «recomienda a los laicos que recen el Oficio divino» (SC 100). En efecto, «conviene que la familia, como santuario doméstico de la Iglesia, no sólo ore a Dios en común, sino que además lo haga recitando algunas partes de la Liturgia de las Horas, cuando sea oportuno, con lo que se unirá más profundamente a la Iglesia» (Ordenación gral. Litg. de Horas 27, 1971).

«Las familias cristianas han de poner también cuidado en celebrar los tiempos y fiestas del Año Litúrgico, incluso en casa y de modo adecuado a sus miembros» [61]. «Por lo demás, para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la iglesia, la familia cristiana acude a la oración privada, tan variada en sus formas. Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar explícitamente la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Sagrado Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular» [61].

Mención especial merece también l rezo del Rosario. Como decía Pablo VI, «después de la celebración de la Liturgia de las Horas -cumbre a la que puede llegar la oración doméstica-, no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida» (Marialis cultus 5254, 1974) [+61].

Oración y vida cristiana

«No olvidemos nunca que la oración es parte constitutiva y esencial de la vida cristiana» [62]. Por tanto, sin oración, no hay vida cristiana. Un cristiano sin oración es algo tan triste como un niño que va creciendo sin llegar nunca al uso de la palabra humana.

Sin oración, no puede el cristiano alcanzar la verdadera libertad espiritual, y necesariamente permanecerá atrapado por las cosas del mundo visible. En este sentido, «la oración no es una evasión que desvía del compromiso cotidiano, sino que constituye el empuje más fuerte para que la familia cristiana realice plenamente sus responsabilidades como célula primera de la sociedad humana. E igualmente, la efectiva participación en la misión de la Iglesia en el mundo es proporcional a la intensidad de la oración con que la familia cristiana se una a Cristo» [62].

Meditación y diálogo

1.-¿En qué consiste la condición sacerdotal de los cristianos? -¿Cómo realiza la familia cristiana su misión sacerdotal?

2.-¿Vemos que el sacramento del matrimonio consagra a los esposos para la santificación de los hombres y para glorificar a Dios? -¿Cómo se relacionan entre sí santificación cristiana y esa glorificación?

3.-¿Qué relación hay entre la Eucaristía y la alianza conyugal? -¿Cómo Jesucristo, en la Eucaristía, anima, guarda y perfecciona la caridad conyugal y familiar?

4.-¿Qué lugar ocupa el perdón evangélico en la vida conyugal y familiar? -¿Y qué lugar el sacramento de la Penitencia?

5.-¿Qué es la oración cristiana, y cuál su valor y necesidad? -¿Qué formas concretas ha de tener la oración en nuestro hogar?

6.-¿Qué ejemplo de oración, en concreto, hemos de dar a nuestros hijos? -¿Qué hemos de hacer, como padre y madre, para que los hijos aprendan a hablar con los hombres y a orar con Dios?

7.-¿Qué oraciones -Liturgia de las Horas, Rosario, otras devociones- podrán tener lugar en nuestra casa? -¿Qué haremos para destacar bien en el hogar las fiestas y tiempos del Año Litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma, etc.)?

8.-¿En qué sentido la oración es necesaria para que nosotros y nuestros hijos seamos libres del mundo? -¿Comprendemos que la oración no nos distancia del mundo, sino que nos ilumina y fortalece para poder actuar en él?


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