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MANUAL PARA MATRIMONIOS  GUÍA: ANEXOS QUE EXPLICAN LA ENSEÑANZA Y LA DOCTRINA DE LA IGLESIA CAÓLICA

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El amor, fuente fundamental del matrimonio

EL MATRIMONIO REALIDAD HUMANA E INSTITUCIÓN SOCIAL

ELEMENTOS ANTROPOLÓGICOS QUE CONSTITUYEN EL MATRIMONIO

SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO

LA FAMILIA, COMUNIDAD ECLESIAL
CITAS DEL PAPA JUAN PABLO II A LAS FAMILIAS

REGULACIÓN DE LA FERTILIDAD.

MÉTODOS OBSERVACIONALES
LA IGLESIA RECOMIENDA LA ENSEÑANZA DE LOS MÉTODOS NATURALES

METODOS ANTICONCEPTIVOS

DISCUSIÓN MORAL SOBRE LA REGULACIÓN DE LA FERTILIDAD
Al principio -La primera pareja

El amor, fuente fundamental del matrimonio

El Amor implica voluntad y decisión de iniciar un proceso de crecimiento y entrega mutua, con la conciencia de que existen fortalezas y debilidades; virtudes y defectos mutuos; aceptándolos y considerándolos como un camino de superación.

El ser humano está llamado a vivir en la Verdad y en el Amor, y éste se realiza mediante la entrega sincera del sí mismo. Un matrimonio crecerá en el Amor, tendrá la capacidad de trabajar, convivir y crecer en armonía, cuando existe coincidencia en que la persona es un ser único, libre y comunitario con características, cualidades e historia que condicionan toda su existencia. Un amor no es verdadero cuando mata la vida, es decir, cuando impide el crecimiento, aplasta y ahoga al ser. El Amor verdadero es el que exige desinteresadamente a la vida ajena para que, siendo ella cada vez más ella misma, llegue a la mayor plenitud posible. Es un Amor que sirve al desarrollo del tú, que contribuye a que el otro llegue a ser persona, a que sea él mismo, original y que alcance así la mayor plenitud posible.

Cualidades del Amor verdadero

1.     Acogimiento y aceptación

El amor verdadero regala al tú una aceptación y un acogimiento radical y total. Es necesario evitar cualquier tipo de identificación superficial entre Amor y sentimiento, entre Amor y simpatía. Puede ser que el otro no me simpatice, pero no por eso le voy a negar la acogida fundamental, radical y total de su persona. Porque no se trata de mi sensibilidad, sino de la vida y del bien del otro. Y a ese tú yo le tengo que regalar, en primer lugar, la aceptación radical y total de su persona, el acogimiento de su ser, que es original y distinto de mí. El tú es una persona que tiene todo el derecho de sentir, pensar y opinar de una forma diferente de la mía. Para que exista en el tú una seguridad existencial básica, hay que regalarle esa acogida. La seguridad existencial que desarrolle el otro es fruto de la experiencia de saberse aceptado radicalmente, aún cuando parezca que no lo merece.

2.     Agradecimiento y alegría de su existencia

¡Qué bueno que existes, que estés ahí, que vivas! Alegrémonos profundamente por la existencia del tú, tal cual es hoy, porque es una manifestación de la acogida de su vida.

3.- Es paciente

El amor cultiva una actitud paciente para sobreponerse a situaciones que en sí mismas no deberían ocurrir. Una cualidad del Amor verdadero es una paciencia pedagógica, que es la capacidad de afrontar, con la mayor serenidad posible, situaciones en que el otro no actúa como debiera. El Amor siempre educa y corrige.

4.-Es comprensivo

El Amor verdadero tiene la capacidad de comprender y ubicar los diversos fenómenos de la existencia, en los momentos adecuados, para no exigir en cualquier momento cualquier cosa. Hay que saber qué se puede esperar y qué no se puede exigir. Comprensión es la capacidad de comprender al tú y lo que hace, ubicando lo que dice y hace, y cómo lo dice y cómo lo hace, en la etapa concreta que está atravesando.

5.- Es respetuoso y misericordioso

Esta cualidad del Amor verdadero es fundamental, porque es en el matriminio, por su cercanía, por su bi-unidad, donde muchas veces se experimenta no sólo lo brillante del otro, sino también la parte menos buena del otro. Y la tentación es faltarle el respeto. Por eso se habla de un respeto misericordioso, porque a pesar de todo, y no porque uno no lo sepa o porque no lo vea, regala su respeto. El respeto misericordioso despierta el mismo sentimiento en el otro y comienza a movilizar en su interior lo más noble. El regalo del respeto misericordioso, con plena conciencia de las miserias que él o ella tiene, desemboca en el Amor enaltecedor.

6.-Es enaltecedor

El Amor verdadero proyecta siempre al otro hacia lo mejor de su persona, hacia arriba. Siempre cree en lo bueno que hay en él y lo bueno que está por desarrollarse, confirmando permanentemente su dignidad.


EL MATRIMONIO REALIDAD HUMANA
E INSTITUCIÓN SOCIAL
25

INTRODUCCIÓN

El matrimonio es una realidad social compleja. Para comprenderlo adecuadamente hay que tener en cuenta distintos aspectos: personal, institucional, económico, social, religioso. Directamente intervienen en él y lo realizan dos personas: hombre y mujer. Por ello su dimensión fundamental es la antropología. Pero al mismo tiempo en cuanto hecho social está sometido al influjo de la cultura. En efecto, la unión del hombre y la mujer acontece siempre en una sociedad determinada y en ella influyen precisos factores socio-culturales. Por ello, es importante detenerse en ambos aspectos: el dato antropológico y el dato socio-cultural.

EL VALOR HUMANO DEL MATRIMONIO

El matrimonio es, ante todo, una realidad humana y terrena, que por tanto ha de quedar integrada en el sentido total del ser humano. Implica directamente a la persona en su relación con un tú; es encuentro, unión y comunión de personas; está fundado en el amor como decisión y compromiso mutuo. Necesariamente la reflexión sobre el matrimonio ha de partir de la antropología. En este sentido la reflexión parte del misterio de la persona, señalando las notas que la caracterizan, para llegar a la concepción del matrimonio comunión de personas. Se trata de una comunidad de vida y amor.

Este es su centro: el amor manifiesta la naturaleza del matrimonio. Desde esta perspectiva señalemos los elementos antropológicos que determinan y constituyen el matrimonio.

1. Del misterio de la persona al misterio del matrimonio

Por persona entendemos la individualidad del hombre, aquello que le especifica, y al mismo tiempo, le diferencia de otros seres, aquello que constituye el fundamento de su dignidad y sus derechos. Afirmar la dimensión personal del hombre y la mujer es afirmar, ante todo su subjetividad.

La persona es una realidad consistente en sí misma; es el núcleo central de toda realidad. Es el centro y fundamento de los actos del individuo. Ser persona es ser “yo” y es también, un mi, el mi de la expresión “yo soy un mi mismo”. Soy una realidad que me es propia.

Alguien es persona no sólo porque pueda decir YO SOY MI MISMO, sino en definitiva, porque pueda decir YO SOY MIO.

Pero hay que advertir que no sería posible entender lo que es una persona humana si no se tiene en cuenta una distinción esencial. En la estructura de la persona hay que distinguir personalidad y personeidad. Personalidad expresa el carácter de la persona en un sentido operativo: por obra de sus propias acciones, el hombre va cobrando una figura psicológica y moral. La personalidad implica, pues un proceso; es algo que se adquiere y a lo que se llega. En cambio personeidad significa el carácter de la persona en un sentido constitutivo; se refiere a la estructura de su propia realidad. Es, pues, algo de lo que se parte. Mientras la personalidad se adquiere y se tiene, la personeidad se es desde el instante de la concepción.

Las notas que configuran el misterio de la persona son las siguientes:

Totalidad y unidad del ser. La persona es una unidad totalizante de cuerpo y alma, que se explica por una concepción integral. Es espíritu encarnado.

Identidad y singularidad: La persona es una esencia irreductible a cualquier realidad. Cada persona es alguien, concreto, original e insustituible. Es única irrepetible e intransferible.

Auto posesión y autoconciencia: Mientras la naturaleza pertenece a la persona, esta no puede pertenecer a nadie. Es capaz de pertenecerse, poseerse y comunicarse. La persona sabe que existe, se conoce, es capaz de reflexionar, relacionar y percibir su condición humana y la de los otros seres.

Libertad y responsabilidad. Si la persona se auto-posee es capaz de autodeterminación y decisión; es dueña de sus actos y de su destino; es libre. Y desde la libertad puede proyectar su futuro y realizarse. La persona tiene una estructura de libertad y ésta la caracteriza toda la existencia humana. En realidad la libertad es, ante todo, la entrega del sujeto a sí mismo. Relación y apertura. La persona es singular y también relacional; tiene una estructura de interioridad e intimidad, también de apertura. Es una realidad abierta.

Trascendencia: La dimensión relacional de la persona expresa la tendencia constitutiva a salir de sí misma y entrar en relación con un tú. Se expresa así su sentido trascendente. En realidad, el fundamento de la persona reside en la relación que tiene con el TU de DIOS creador. Es una relación de tal naturaleza que sobre ella se realiza el hacerse persona y el ser persona. En efecto todo nuestro ser personal consiste en la respuesta amorosa a ese TÚ.

Su condición trascendente es la relación creadora de llamada y respuesta que parte de Dios, aunque se explicite siempre en la relación yo-tú humana en todas sus variedades y mediaciones.

Todos estos aspectos intervienen en el matrimonio y lo constituyen como una realidad plenamente humana. El matrimonio es una realidad interpersonal, una comunidad de personas. Si la persona es unidad y totalidad, en el matrimonio debe valorarse y aceptarse al otro en su totalidad, sin reducirlo. El matrimonio debe basarse en la aceptación de la mutua intimidad y originalidad, en el descubrimiento y reconocimiento de toda la riqueza y el misterio de las personas.

Si la persona es auto-posesión y autoconciencia, el matrimonio se comprende como la entrega de la propia personalidad poseída, como el compromiso consciente y responsable de donación en el amor. Si la persona está constituida por la libertad, el matrimonio como realidad interpersonal hay que entenderlo como decisión libre y comprometida frente a sí mismo, frente al otro y frente a los otros, y además con la convicción de que este compromiso de libertad que surge de la libertad humana es tarea y riesgo. Y, si la persona es una realidad trascendente, capaz de entablar una relación válida con el tú de Dios, es en el ámbito del diálogo, de la llamada-respuesta de Dios, donde se sitúa la realidad humana del matrimonio.

2 Manifestación del amor humano

El matrimonio, como vengo subrayando, es la unión de un hombre y una mujer, que tiene un carácter permanente y exclusivo; se funda en las características de ambos como personas y como seres de distintos sexos que tienden a compartir plenamente toda su vida. Constituye, pues una comunidad de vida y amor (GS 48), una unión o comunión de personas.

La unión que sustenta el matrimonio, es aquella en que las personas se dan con una donación plena; fundada en las mismas personas conscientes de las obligaciones que impone. Se trata de una donación recíproca, que puede ser duradera y fecunda.

Esta donación está basada en un profundo amor personal. Esta representa el elemento más nuclear y específico del matrimonio. Como veremos, la afirmación del amor conyugal como elemento decisivo en el matrimonio, constituye una de las orientaciones más importantes de la cultura actual. En realidad el matrimonio nace de un indisoluble pacto de amor entre los esposos, y está destinado a constituir entre ellos la más alta comunidad de seres que se conoce. Realmente en el amor encuentra el matrimonio su ley fundamental. El matrimonio no es engaño de la naturaleza, ni fruto de la casualidad, ni producto de fuerzas naturales inconscientes.

Los hombres no se casan sólo para convivir, ni para realizar un estado social y económico, ni para legitimar ante la sociedad el ejercicio de la actividad sexual. Se casan porque se aman y en el amor se entregan.

El amor hace descubrir el verdadero sentido de la persona. Permite al hombre ser él mismo y lo capacita para superar el aislamiento y la soledad, pues en el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y no obstante, siguen siendo dos. Como dice San Agustín: “todos viven de su amor, hacia el bien o hacia el mal” Contra Faustum.

Para Ortega, el amor es “un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser”. Ortega insiste en que el carácter esencial del amor, es hallarse psíquicamente en movimiento, en ruta hacia un objeto.

No se ama en serie de instantes súbitos; más bien se está amando lo amado de continuo. El amor es como un fluido que, como el agua de la fuente, mana en continuidad. No es, pues, un disparo, sino una emanación continuada, no son un golpe único, sino una corriente.

Todas las interpretaciones del amor subrayan de manera unánime este aspecto. Santo Tomás, por ejemplo, dice que lo que el amante está queriendo cuando quiere es que el amado exista, que viva simplemente. Igualmente Marcel afirma: amar a una persona es decirle “tú no morirás”.

Amar es fundamentalmente dar. Pero el significado de dar no es renunciar, privarse de algo sacrificarse; no tiene tampoco un carácter mercantil, por el que se estaría dispuesto a dar sólo a cambio de recibir, ni se refiere simplemente a la esfera de las cosas materiales. Una persona da a otra lo más noble y precioso que posee, dándose a sí misma: interés, alegría, dando lo que está vivo de ella. Al dar su vida enriquece al otro. Porque dar implica hacer de la otra persona un dador, y así ambos comparten, en el gozo, lo que juntos han creado.

Además de dar el amor implica otros elementos comunes a todas las formas de amar.

El CUIDADO. Es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de la persona que amamos. El amor es hacer crecer. Se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja por lo que se ama.

LA RESPONSABILIDAD. Es la respuesta voluntaria a las necesidades de otro ser humano. El amor comprende que la vida del prójimo no es sólo un asunto del prójimo, sino también un asunto propio. La persona que ama responde.

Julián Farías señala como elemento principal del amor el DEJAR SER. Es la raíz de lo que Fromm llama RESPETO, que consiste en la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única y preocuparse para que crezca se desarrolle tal cual es.

EL CONOCIMIENTO. Este penetra en la intimidad de la persona y es capaz entonces de percibir sus preocupaciones y necesidades, sus sentimientos y deseos, sus temores y gozos. En realidad el amor es el camino más penetrante y eficaz del conocimiento. Trasciende el pensamiento y las palabras.

Todo nos lleva a detenernos en el amor conyugal, centro de la vida del matrimonio, que es manifestación del amor humano y está configurado por las siguientes características:

Es un amor personal. Va de persona a persona, y lo amado conyugalmente es la persona. Se ama al otro como persona y en cuanto persona. El amor conyugal es personal. Está sostenido por el respeto y la veneración al amado, y pierde su fuerza y vigor en la medida en que disminuyen estas actitudes.

Es un amor libre. Nacido del encuentro gratuito entre dos personas, que implica la voluntad y decisión. Amar a alguien no es solamente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. El amor es esencialmente un acto de la voluntad, implica la decisión de dedicar toda la vida a la otra persona.

Es un amor total. Abarca a toda la persona y es un acto de toda la persona.

Es un amor heterosexual. Participa de la condición del encuentro heterosexual, y en él confluyen también los rasgos que definen a dicho encuentro. Como dice M. Vidal, el amor de la pareja es el rescoldo siempre vivo del encuentro enamorado

Es un amor fiel. La fidelidad está, en realidad incluida en el mismo carácter de totalidad y de decisión voluntaria. Por una parte, requiere el sentido exclusivo de entrega al otro, y por otra parte, implica la fidelidad en el tiempo. El para siempre, es un elemento constitutivo del amor conyugal.

Es un amor fecundo. El amor conyugal se abre a los otros, tiene un sentimiento creativo y constructivo de comunión. Todo amor entraña en su mismo ser la llamada y exigencia a la fecundidad. Dios ha creado a los seres humanos a su imagen y semejanza; y los bendijo para que en la entrega mutua de sí mismos participaran de su amor creado. Dios crea al hombre e inmediatamente lo asocia a su obra creadora. Con su amor cooperan los esposos en el amor del Creador. El amor conyugal no se agota, en modo alguno, en la pareja. Está llamado a prolongarse y a expandirse; a suscitar nuevas vidas. Sin duda los hijos constituyen el fruto más excelente del amor fecundo de los esposos y pueden contribuir a acrecentar dicho amor.


ELEMENTOS ANTROPOLÓGICOS QUE CONSTITUYEN EL MATRIMONIO26

Desde la reflexión anterior podemos llegar a fijar la atención en los datos positivos que aporta la antropología sobre la realidad humana del matrimonio.

El matrimonio es una forma especial de relación instaurada en la vida del hombre. Es inicio y fuente de una relacionalidad nueva que se instituye a partir del compromiso en el amor y del comienzo de la vida matrimonial. Es en el matrimonio donde tiene lugar la plena comunión sexual entre el hombre y la mujer. El centro del matrimonio está constituido por el amor interpersonal. El matrimonio supone el amor y al mismo tiempo lo expresa y lo realiza.

El amor se hace explícito a través del consentimiento, que se ha considerado siempre un elemento esencial del matrimonio. Es el reconocimiento y aceptación total del otro; es la radicalización del amor.

La aceptación incondicional del otro se manifiesta en la fidelidad y en la fidelidad el amor se hace duradero, se renueva y se mantiene, se garantiza el bien de los hijos. Es además la auténtica realización de la libertad como pareja en el amor. En el compromiso de fidelidad, hombre y mujer descubren el sentido del amor y la entrega mutua.

Elemento constitutivo del matrimonio es también la procreación. Se le considera desde el amor, desde la relación interpersonal o desde la sexualidad. Es al mismo tiempo, fruto del amor conyugal. La procreación y educación de los hijos están íntimamente unidas a su ser y a su realidad más propia.

Finalmente el amor conyugal reclama la institución. Pide el reconocimiento público para expresar todo su valor y consistencia.


1. SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO

INTRODUCCIÓN

El matrimonio surge de la misma naturaleza humana. Ha existido como institución desde los comienzos de la humanidad. El matrimonio cristiano es, por sí mismo, principio o causa de la gracia conferida por Dios.

LOS FUNDAMENTOS DE LA SACRAMENTALIDAD

1) El testimonio de la Biblia

El AT refería el matrimonio a una realidad sagrada: la alianza de Dios con su pueblo. La aceptación y la alianza entre hombre y mujer se convierten en imagen y semejanza de la alianza de Dios con el hombre. Por ello el matrimonio es la expresión del amor y la fidelidad de Dios.

Ese pacto de Dios con los hombres encuentra su realización definitiva en Jesucristo. Jesucristo es la alianza de Dios con los hombres, hecha persona. Es el esposo del pueblo de Dios de la nueva alianza Mc 2,19; a través de él resuena la invitación definitiva al banquete de bodas en el Reino de Dios Mc 22,2 ss. El matrimonio está implicado de manera fundamental en la obra salvadora de Jesucristo.

De todos modos, en el NT tienen importancia especial dos textos de San Pablo: 1Co 7 y Ef 5,22 que inserta el matrimonio en la economía salvífica. Esto es un gran misterio-mysterion y yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Como la traducción latina de la Biblia interpretaba el concepto griego de mysterion como sacramentum, ha sido normal en la tradición posterior emplear este pasaje dándole una interpretación sacramental.

Por lo tanto el matrimonio es una de las formas mediante las cuales se actualizan el amor y la fidelidad de Dios que se revelaron en Jesucristo. El amor entre hombre y mujer, es más bien un signo actualizante del amor y la fidelidad de Dios. En el misterio creativo del hombre y la mujer se hace presente el misterio de la alianza entre Cristo y la Iglesia. La dimensión de creación del matrimonio se convierte de una manera nueva en dimensión de salvación.

2) Naturaleza y significado del matrimonio como sacramento

La sacramentalidad expresa el poder sobrenatural que acompaña a determinadas acciones humanas, el modo singular con el que la gracia divina actúa a través de realidades naturales, incorporándolas a un orden nuevo. Es, más bien un poder que penetra estas sustancias o acciones, por el cual se convierten en instrumentos de la acción de Cristo y producen efectos divinos. En relación al matrimonio, la sacramentalidad es también una fuerza sobrenatural que penetra y vivifica los elementos naturales del matrimonio, elevándolos al orden sobrenatural. Hace referencia a la particular configuración ontológica del matrimonio entre el hombre y la mujer bautizados, por cuanto el bautismo es la puerta de los demás sacramentos.

En cuanto al matrimonio, el bautismo constituye la causa de que el matrimonio sea sacramento. El cristiano puede contraer matrimonio sacramental porque por el bautismo está en Cristo; por el bautismo, hombre y mujer se insertan en la alianza esponsal de Cristo con la Iglesia inserción que se confirma en el Sacramento de la Confirmación. Por esta inserción, la comunidad íntima de vida y amor conyugal es elevada y asumida en la caridad esponsal de Cristo y es enriquecida por su fuerza salvadora (FC13).

No es, pues, simplemente la expresión del consentimiento, sino el hecho de que ha sido dado por personas bautizadas, lo que efectúa el sacramento. Por eso, si el bautismo hace que la persona entre en una nueva relación con Dios, el matrimonio hace que hombre y mujer entren en una nueva relación humana, una relación que está afectada por la relación que ya tienen con Dios.

Desde esta perspectiva, la sacramentalidad del matrimonio significa, ante todo, que esa realidad humana que es el matrimonio, es también signo y expresión de otra realidad más profunda y misteriosa, que es el encuentro del hombre con Dios. En el matrimonio se hace presente en la comunión de los esposos, haciéndoles partícipes de su gracia. La comunidad conyugal no es solamente una realidad sociológico-jurídica, sino además es fuente de santificación para los esposos. Dios se halla presente en su unión, en el centro de su mutuo amor.

El amor de Dios es una imagen viva del amor de esposos que une a Cristo con su Iglesia. Es decir no sólo simboliza, sino que produce en ellos ese misterio incomparable de amor. Es pues un signo eficaz que contiene realmente este amor y lo comunica a los esposos. Con su sí, los esposos se dan mutuamente su amor humano. Pero en realidad, éste constituye el instrumento para darse recíprocamente el amor sobrenatural que une a Cristo con la Iglesia y a la Iglesia con Cristo.

3) Renovación de la teología del matrimonio

Como ha sucedido con otras realidades humanas, el camino de la teología del matrimonio ha sido largo y difícil. Durante mucho tiempo ha estado estancada y casi paralizada entre la trama jurídica, objetivista y ontológica. El Concilio Vaticano II y los recientes documentos del magisterio de la Iglesia muestran caminos de renovación que necesariamente hay que emprender. En esta tarea renovadora es importante fijar la atención en la dimensión antropológica, cristológica, eclesial y escatológica del sacramento del matrimonio, para llegar a una comprensión cristiana más rica y a una mayor profundización teológica.

Dimensión antropológica

En la teología del matrimonio hay que partir de la realidad humana: Ningún sacramento es tan radicalmente humano como el matrimonio. El sacramento asume totalmente la realidad humana: cuerpo, espíritu, amor, sexo, compromiso y fidelidad.

El matrimonio parte de la experiencia propia del ser humano, que descubre su misterio de persona y penetra en el misterio de la relación personal y trascendente, abriéndose a una nueva realización de comunión. El matrimonio es la manifestación de un amor humano sin reservas; en el amor se hace caridad y el eros, sin perder nada de su fuerza natural, se hace ágape, expresión de un amor orientado esencialmente hacia Dios.

Dimensión cristológica

El matrimonio cristiano que expresa la historia de un amor esponsal que comienza en la creación, alcanza en Cristo su suprema realización. En Cristo se encuentra la cima del amor de Dios por el hombre y se actualiza en el amor matrimonial. En Cristo también se actualiza de manera definitiva la alianza de amor entre Dios y los hombres. El amor y fidelidad matrimonial de los que están en Cristo por la fe y el bautismo, se ven abarcados, sostenidos y perfeccionados por el amor y la fidelidad de Dios.

El amor esponsal de Dios en Cristo se convierte en parámetro del amor entre los esposos. La dimensión cristológica hace del matrimonio cristiano un signo de la unión amorosa y salvadora de Dios con los hombres. Por eso el matrimonio cristiano es reflejo de la historia del amor de Cristo a la Iglesia y de la historia esponsal de Dios con su pueblo.

Dimensión eclesial

El matrimonio sacramento es la iglesia. El amor y la fidelidad de Dios se hacen presentes en la historia gracias al amor y la fidelidad existentes entre los cristianos. De ese modo la Iglesia es el sacramento global de Cristo, como Cristo es el sacramento de Dios. La íntima relación existente entre matrimonio e Iglesia asume su expresión más patente en el mismo acto de la celebración del matrimonio

Por su misma naturaleza el matrimonio no constituye un asunto privado sino algo público y eclesial. En este sentido es importante celebrar el matrimonio en presencia y con la participación activa de la comunidad.

El matrimonio es signo, actualización y representación jurídica de la Iglesia, porque es un acontecimiento privilegiado para la manifestación y edificación de la Iglesia. El matrimonio está llamado a representar a la Iglesia; pero lo realiza cuando es celebrado en la fe y es realmente acontecimiento de amor.

Dimensión escatológica

Finalmente, la interrelación iglesia-sacramento se refiere a su vez a algo que va más allá de sí misma. La Iglesia es signo e instrumento sacramental, anticipación simbólica de la reunión y reconciliación final y de la paz escatológica entre los pueblos.

El matrimonio es signo de esperanza escatológica. Signo del amor esponsal de Cristo y de la comunidad de los salvados, es también signo de los tiempos nuevos y de las realidades últimas.

El ambiente festivo de una boda es símbolo de la alegría y plenitud de toda la realidad al final de los tiempos. (Mc 2,19ss Mt 22,1-14).

La dimensión escatológica del matrimonio nos manifiesta que el amor de los esposos no se agota en la tierra, está llamado a crecer, pero en su apariencia terrena está llamado a desaparecer. Lo absoluto y definitivo es el Reino de Dios. Ha de crecer dinámicamente y, en cuanto amor querido por Dios, seguirá siendo tal amor en la plenitud del ágape divino.


2. LA FAMILIA, COMUNIDAD ECLESIAL

La reflexión cristiana sobre el matrimonio ha sido extensa. Sin embargo la teología no ha dedicado el mismo interés a la familia. De hecho ha tardado mucho tiempo en centrar la reflexión explícitamente sobre la realidad familiar. Llama la atención que en el debate actual sobre la familia apenas se tengan en cuenta el fundamento y las razones evangélicas.

Durante mucho tiempo la reflexión teológica sobre la familia y la Iglesia se ha desarrollado siguiendo líneas paralelas. Es decir, no se ha intentado una confrontación sobre estos dos espacios de la experiencia y de la vida cristiana, no se ha profundizado en su vinculación, en sus relaciones e implicaciones.

Queremos reflexionar sobre la aportación de la fe y de la tradición y de la tradición cristiana para llegar a descubrir el proyecto cristiano de la familia, así como su misión y funciones.

Ciertamente la familia cristiana no es diferente a las demás familias. Lo propio de la familia cristiana no está en lo sustantivo (familia), sino en el adjetivo. Es decir, la diferencia radica en ser una comunidad creyente y eclesial. En la familia cristiana hay una opción de fe que orienta el discernimiento de los modelos y el compromiso por los valores humanos y evangélicos. En este sentido se ha afirmado que más que hablar de familia cristiana habría que hablar de vivir en cristiano la familia.

Desde la iluminación bíblica y la perspectiva de los recientes documentos de la iglesia vamos a intentar reflexionar en el proyecto que nos llega desde el evangelio, y, a profundizar en la relación familia-Iglesia.

1) Un proyecto de familia desde la fe

El Concilio vaticano II y especialmente la exhortación apostólica de Juan Pablo II “Familiaris Consortio”, ponen las bases para un redescubrimiento de la identidad y misión de la familia cristiana. Ambos documentos miran al designio de Dios y a la iglesia primitiva. En ella, la relación familia-Iglesia se sentía y vivía íntimamente.

El proyecto cristiano de la familia tiene que confrontarse necesariamente con el Evangelio. El proyecto ha de mirar también a la iglesia primitiva, en la que la casa familiar era el lugar de maduración de la fe, de la catequesis y la oración.

1.1 La familia desde el Evangelio

En el tiempo de Jesús, la familia israelita está organizada según el modelo de la familia patriarcal. Se designa con la expresión “casa del padre” y, en ella el padre gobierna como señor absoluto. Es el eje sobre el que gira toda la vida y el funcionamiento del grupo familiar. Reúne en sí mismo toda la potestad para mandar o prohibir. Su autoridad abarca toda la vida de la familia y su dominio es absoluto y despótico. Por otra parte la continuidad del clan familiar se consideraba tan importante que el tener hijos era una obligación sagrada.

Evidentemente este modelo es muy distinto del modelo actual. Pero conviene tenerlo en cuenta porque las enseñanzas de Jesús hay que situarlas y leerlas a la luz del contexto social de aquel tiempo.

Dos son las categorías en torno a las cuales podemos enmarcar la enseñanza evangélica sobre la familia: el seguimiento y el Reino de Dios. El seguimiento expresa la relación fundamental del creyente con Jesús. Y el Reino de Dios constituye el núcleo central de su predicación y la causa a la que entrega su vida.

Lo primero que llama la atención en los evangelios es la insistencia con que afirman que quienes siguen a Jesús tienen que estar dispuestos a abandonar la familia (Mt 8,22; Lc 9,59­ 61). De hecho los primeros discípulos responden a la llamada al seguimiento, dejando inmediatamente al propio padre (Mt 4,22; 19,27; Mc 10,28; Lc 5,11).

Claramente las exigencias de Jesús entran en conflicto con la familia. Jesús afirma que no ha venido a traer paz, sino división y enfrentamiento también entre los miembros de una misma familia. (Lc 12,51-53). ¿Cómo fue la relación de Jesús con su familia? Realmente conflictiva. Exceptuando la relación con su madre, él se siente incomprendido por su familia. Mc 3,21; Jn 7,5; Mt 12,46-50. Es decir para Jesús su auténtica familia está constituida por la comunidad de los seguidores. A la relación de parentesco, basada en la sangre antepone la relación comunitaria, fundada en la fe.

Sin embargo la enseñanza de Jesús sobre la familia no se reduce a estas afirmaciones. Son muchos los textos en los que defiende las relaciones de familia o en los que presenta estas relaciones como modelo de comportamiento para sus discípulos. En este sentido podemos apreciar la defensa de la estabilidad del matrimonio y la condena del repudio o del divorcio. Pero además, las relaciones de familia le sirven con frecuencia a Jesús para explicar el significado del Reino de Dios.

Reconoce Jesús la familia como una realidad social importante y como una institución de origen divino que debe regirse de acuerdo con la voluntad de Dios. Es significativo el mismo hecho de que él vivió tanto tiempo en el seno de la familia. Jesús defiende la institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Pero para él, hay algo que es anterior y está por encima: el reino de Dios y su justicia. Lo fundamental es la gran familia de los hijos de Dios, que se basa en la igualdad y en la fraternidad de todos los hombres.

El mensaje evangélico supone la superación de una concepción privada y egoísta de la familia y de un modelo de relaciones familiares basadas en el esquema “dominación-sometimiento”, e implica también un fuerte sentido de libertad respecto a la propia familia, la misma que los seguidores de Jesús han de tener respecto al dinero, al poder y al prestigio.

1.2 La familia revela y construye la Iglesia

La relación de la familia al seguimiento y al reino de Dios propicia también su relación a la Iglesia. Porque la Iglesia es la comunidad de los seguidores de Jesús, que nace y vive para ser signo y sacramento del Reino de Dios.

En la Iglesia primitiva se arraiga y crece la concepción de la familia como una pequeña iglesia doméstica. En este sentido resulta significativa la invitación que San Juan Crisóstomo dirige a los fieles: “Que cada uno de vosotros convierta su casa en una Iglesia”. El Concilio Vaticano II ha querido recoger esta concepción tan rica y sugerente, y al tratar sobre el ejercicio del sacerdocio común de los fieles, dice refiriéndose a la familia:

“De este consorcio procede la familia, en la que nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, quienes por la gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo hijos de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de Dios. En esta especie de Iglesia doméstica, los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación de cada uno, pero con cuidado especial la vocación sagrada” (LG 11).

Juan Pablo II acoge también la expresión de “Iglesia doméstica” y afirma que la familia constituye a su manera, una imagen viva y una representación histórica del misterio de la Iglesia. (FC 49).

La relación Familia-Iglesia es de naturaleza sacramental, se mueve por lo tanto en la línea del misterio, de la gracia. Del mismo modo que la Iglesia pertenece a Cristo porque él se ha entregado continuamente, así también la familia cristiana se encuentra unida a la Iglesia de Cristo por la gracia, siendo manifestación y testimonio de la Iglesia.

2) Misión de la familia cristiana

En el designio de Dios, afirma “Familiaris Consortio”, la familia descubre no sólo su identidad sino también su misión; no sólo lo que es, sino también lo que debe hacer. Y lo que debe hacer brota de su mismo ser y representa, al mismo tiempo, su propio desarrollo humano. Y si la familia está constituida como íntima comunidad de vida y de amor (GS 48), su cometido queda definido, en última instancia por el amor. Su misión será pues “custodiar, revelar, y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo el Señor por la Iglesia su esposa” (FC 17).

Partiendo del amor los cometidos esenciales de la misión de la Iglesia quedan englobados en: la formación de una comunidad de personas, el servicio a la vida, la participación en el desarrollo de la sociedad y en la vida y misión de la Iglesia.

El Sacramento del matrimonio, signo del amor de Dios 27

1. A través del ethos del don se delinea en parte el problema de la ‘subjetividad’ del hombre, que es un sujeto hecho a imagen y semejanza de Dios. En el relato de la creación (particularmente en Gen 2, 23-25), ‘la mujer’ ciertamente no es sólo ‘un objeto’ para el varón, aún permaneciendo ambos el uno frente a la otra en toda la plenitud de su objetividad de criaturas, como ‘hueso de mis huesos y carne de mi carne’, como varón y mujer, ambos desnudos: sólo la desnudez que hace ‘objeto’ a la mujer para el hombre, o viceversa, es fuente de vergüenza. El hecho de que ‘no sentían vergüenza’ quiere decir que la mujer no era un ‘objeto’ para el varón, ni él para ella. La inocencia interior como pureza de corazón, en cierto modo, hacía imposible que el uno fuera reducido de cualquier modo por el otro al nivel de puro objeto.

Si ‘no sentían vergüenza’ quiere decir que estaban unidos por la conciencia del don, tenían recíproca conciencia de sus cuerpos, en lo que se expresa la libertad del don y se manifiesta toda la riqueza interior de la persona como sujeto. Esta recíproca compenetración del ‘yo’ de las personas humanas, del varón y de la mujer, parece excluir subjetivamente cualquiera ‘reducción a objeto’. En esto se revela el perfil subjetivo de ese amor, del que se puede decir, sin embargo, que ‘es objetivo’ hasta el fondo, en cuanto se nutre de la misma recíproca ‘objetividad’ del don.

2.    El hombre y la mujer, después del pecado original, perderán la gracia de la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como prenda dada al hombre por el ethos del don, inscrito en lo más profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria. De ese significado esponsalicio del cuerpo se formará el amor humano en su verdad interior y en su autenticidad subjetiva. Y el hombre aunque a través del velo de la vergüenza se descubrirá allí continuamente a sí mismo como custodio del misterio del sujeto, esto es, de la libertad del don, capaz de defenderla de cualquier reducción a posiciones de puro objeto.

3.    Sin embargo, por ahora, nos encontramos ante los umbrales de la historia terrena del hombre. El varón y la mujer no los han atravesado todavía hacia la ciencia del bien y del mal. Están inmersos en el misterio mismo de la creación, y la profundidad de este misterio escondido en su corazón, es la inocencia, la gracia, el amor y la justicia: ‘Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho’ (Gen 1, 31). El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que transciende y domina también su ‘visibilidad’ en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia primordial del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la inocencia originaria.

4.    Así, en esta dimensión, se constituye un SACRAMENTO PRIMORDIAL, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. En la historia del hombre, es la inocencia originaria la que inicia esta participación y es también fuente de la felicidad originaria. El sacramento, como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto ‘cuerpo’, mediante su ‘visible’ masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo.

5.    Por lo tanto, en el hombre creado a imagen de Dios se ha revelado, en cierto sentido, la sacramentalidad misma de la creación, la sacramentalidad del mundo. Efectivamente, el hombre, mediante su corporeidad, su masculinidad y feminidad, se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que tiene su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación. En este amplio telón de fondo comprendemos plenamente las palabras que constituyen el sacramento del matrimonio, en el Génesis 2, 24 (‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer; y vendrán a ser una sola carne’). En este amplio telón de fondo comprendemos además, que las palabras del Génesis 2, 25 (‘Estaban desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello’), a través de toda la profundidad de su significado antropológico, expresan el hecho de que juntamente con el hombre entró la santidad en el mundo visible, creado para él.

El sacramento del mundo, y el sacramento del hombre en el mundo, proviene de la fuente divina de la santidad y simultáneamente está instituido para la santidad. La inocencia originaria, unida a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo, es la misma santidad que permite al hombre expresarse profundamente con el propio cuerpo, y esto precisamente mediante el ‘don sincero’ de sí mismo. La conciencia del don condiciona, en este caso, ‘el sacramento del cuerpo’: el hombre se siente, en su cuerpo de varón o de mujer, sujeto de santidad.

6.    Con esta conciencia del significado del propio cuerpo, el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo como sujeto de verdad y de amor. Se puede decir que el Génesis 2, 23-25 relata como la primera fiesta de la humanidad en toda la plenitud originaria de la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo: y es una fiesta de la humanidad, que trae origen de las fuentes divinas de la verdad y del amor en el misterio mismo de la creación. Y aunque, muy pronto, sobre esta fiesta originaria se extienda el horizonte del pecado y de la muerte (Cfr. Gen 3), sin embargo, ya desde el misterio de la creación sacamos una primera enseñanza: es decir, que el fruto de la economía divina de la verdad y del amor, que fue revelada desde ‘el principio’, no es la muerte, sino la vida, y no es tanto la destrucción del cuerpo del hombre creado ‘a imagen de Dios’, cuanto más bien la ‘llamada a la gloria’ (Cfr. Rom 8, 30).


CITAS DEL PAPA JUAN PABLO II A LAS FAMILIAS

191, 192.- Todo el mundo conoce la célebre narración de la creación con que comienza la Biblia. En ella se dice que Dios hizo al hombre a su imagen, creándolo hombre y mujer. He aquí lo que sorprende enseguida antes que nada. Para asemejarse a Dios, la humanidad debe ser pareja de dos personas que se mueven la una hacia la otra, dos personas a quienes un amor perfecto va a reunir en la unidad. Este movimiento y este amor les hacen asemejarse a Dios que es el amor mismo, la unidad absoluta de Tres Personas. Jamás se ha cantado el esplendor del amor humano con mayor belleza que en las primeras páginas de la Biblia. “El hombre exclamó: esto que sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 23-24). Y parafraseando el Papa San León, no pudo menos de deciros: “Esposos cristianos: reconoced vuestra eminente dignidad”. Esta peregrinación a las fuentes nos revela asimismo que la pareja inicial es monógama en el Plan de Dios. Y esto nos sorprende ciertamente, dado que la civilización - en los tiempos en que toman cuerpo las narraciones bíblicas- está lejos generalmente de tal modelo cultural. Esta monogamia, que no es de origen occidental sino semítico, resulta expresión de la relación interpersonal, es decir de aquella en que cada una de las partes es reconocida por la otra como de igual valor y en la totalidad de su persona. Esta concepción monógama y personalista de la pareja humana es una revelación absolutamente original que lleva el sello de Dios y merece que se ahonde en ella cada vez más.

Pero esta historia que comenzó tan bien en el alba luminosa del género humano, experimentó el drama de la ruptura entre esta pareja enteramente nueva y el Creador. Es el pecado original. Y sin embargo, esta ruptura será la ocasión del amor de Dios. Comparado frecuentemente con su esposo infinitamente fiel, por ejemplo en los textos de los Salmistas y los Profetas, Dios renueva sin cesar su alianza con esta humanidad caprichosa y pecadora. Estas alianzas repetidas culminarán en la Alianza definitiva que Dios selló en su propio Hijo, que se sacrificó libremente por la Iglesia y por el mundo.  San Pablo no vacila en presentar esta Alianza de  Cristo con la Iglesia, como símbolo y modelo de toda alianza entre el hombre y la mujer (Ef 5,25) unidos en matrimonio de manera indisoluble. Tales son los títulos de nobleza del matrimonio cristiano. Son manantial de luz y fuerza para la realización cotidiana de la vocación conyugal y familiar en beneficio de los mismos esposos, de sus hijos de la sociedad en que viven y de la Iglesia de Cristo.

89.- El Creador ha dado al hombre la tierra para que la “someta” y en este dominio del hombre sobre la tierra ha basado el derecho fundamental del hombre a la vida. Tal derecho está estrechamente vinculado con la vocación del hombre a la familia y a la procreación, “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán los dos ha ser una sola carne” (Gen 2,24). Y así como la tierra, por decreto providencial del Creador, da fruto, así también esta unión de dos personas en el amor: hombre y mujer, fructifica en una nueva vida humana. De esta unidad vivificante de las personas, El Creador ha hecho el primer sacramento, y el Redentor ha confirmado este sacramento perenne del amor y de la vida,  dándole una nueva dignidad e imprimiéndole el sello de su santidad. El derecho del hombre a la vida va unido, por voluntad del Creador y en virtud de la cruz de Cristo, al sacramento indisoluble del matrimonio.

139.          En primer lugar, es capital para los cristianos elevar la polémica contemplando el aspecto teológico de la familia, meditando en consecuencia sobre la realidad sacramental del matrimonio. La sacramentalidad sólo puede ser comprendida a la luz de la Historia de la Salvación. Ahora bien, esta Historia de la Salvación se califica como una historia de alianza y de comunión entre Yahvé e Israel primero, después entre Jesucristo y la Iglesia, en este tiempo de la Iglesia esperando la alianza escatológica. Igualmente, precisa el Concilio, “el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio (Gaudium et spes, 48, 2). Este matrimonio constituye pues, a la vez un memorial, una actualización y una profecía de la historia de la alianza. <Es un gran misterio>, dijo San Pablo. Al casarse los esposos cristianos no sólo comienzan su aventura, aun cuando ésta se entienda con un sentido de santificación y de misión; comienzan en una aventura que les inserta en forma responsable en la gran aventura de la Historia universal de la Salvación. Como memorial, el sacramento les confiere la gracia y el deber de recordar las  grandes obras de Dios y dar testimonio de ellas ante sus hijos; como actualización, les  confiere la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno respecto al otro y respecto a sus hijos, las exigencias de un amor que perdona y redime; como profecía, les confiere la gracia y el deber de vivir y de dar testimonio de la esperanza del futuro encuentro con Cristo.  Discurso al CLER (Centro de Liaison des Equipes de Recherche)

140.          Ciertamente todo sacramento comporta una participación en el amor nupcial de Cristo por su Iglesia. Pero, en el matrimonio, la modalidad y el contenido de ésta participación son específicos. Los esposos participan de él en cuanto esposos, los dos, como pareja, hasta el punto que el primer e inmediato efecto del matrimonio (res et sacramentun) no es la misma gracia sobrenatural, sino el lazo conyugal cristiano, una comunión entre los dos típicamente cristiana porque representa el misterio de la encarnación de Cristo y su misterio de Alianza. Y el contenido de la participación en la vida de Cristo es también específica: el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los componentes de la persona -llamada del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; apunta a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad en la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad (Humane Vitae 9). En una palabra, se trata de las características normales de todo amor conyugal natural, pero con una nueva significación que no sólo las purifica y las consolida sino que las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos. Esta es la perspectiva hasta la que deben elevarse los esposos cristianos; en ella está su grandeza, su fuerza, su exigencia y también su alegría.

147.- ...sois conscientes del don inapreciable y propio del sacramento del matrimonio para los cónyuges cristianos: “significar y participar en el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia, ayudarse mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole (Lumen Gentium,11) El sacramento del matrimonio y su perpetuación histórica en la familia entroncan por tanto con la alianza de amor de Dios con el hombre, en la Creación y en la Redención; una alianza que se perpetúa en la Iglesia, familia del pueblo de Dios.

171.-...Me contento con subrayar algunos aspectos que me parecen particularmente importantes. Las consideraciones acerca de la familia cristiana no pueden estar separadas del matrimonio, pues la pareja constituye la primera forma de familia y conserva su valor, incluso cuando no hay hijos. Y aquí hay que llegar hasta el sentido profundo del matrimonio, que es la alianza y el amor; alianza y amor entre dos personas: hombre y mujer, signo de la alianza entre Cristo y su Iglesia, amor enraizado en la vida trinitaria. Por tanto las características de esta unión deben aparecer con toda claridad: la unidad del hogar, la fidelidad de la alianza y la permanencia del vínculo conyugal.

355.- La comunión de amor entre Dios y el hombre, contenido fundamental en la Revelación y de la experiencia de fe de Israel, encuentra una significativa expresión en la alianza esponsal que se establece entre el hombre y la mujer. Por esta razón, la palabra central de la Revelación “Dios ama a su pueblo”, es pronunciada a través de las palabras vivas y concretas con que el hombre y la mujer se declaran su amor conyugal. Su vínculo de amor se convierte en imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo. El mismo pecado que puede atentar contra el pacto conyugal se convierte en imagen de la infidelidad del pueblo a su Dios: la idolatría es prostitución, la infidelidad es adulterio, la desobediencia a la ley es abandono del amor esponsal del Señor. Pero la infidelidad de Israel no destruye la fidelidad eterna del Señor y por tanto el amor siempre fiel de Dios se pone como ejemplo de las relaciones de amor fiel que deben existir entre los esposos.


REGULACIÓN DE LA FERTILIDAD.28

Es tarea de la Iglesia, en sus agentes de pastoral, entregar formación e información a los que piden el sacramento del Matrimonio, también en relación al tema de la regulación de la planificación familiar, que permita asumir razonamientos y conductas, que conduzcan a la valoración integral del hombre, como criatura “hecha a imagen y semejanza de Dios”.

Veamos aquí la propuesta oficial de la Iglesia, que corresponde al uso de los Métodos Naturales u Observacionales como la alternativa hasta hoy vigente más loable y moralmente aceptable y una descripción científica de los métodos anticonceptivos, para conocer objetivamente de que se tratan.

1.- MÉTODOS OBSERVACIONALES

REGULACIÓN NATURAL DE LA FERTILIDAD

Estos métodos consisten en abstenerse de mantener relaciones con penetración en los días de máxima fertilidad. No en todos los días del ciclo menstrual (periodo que transcurre entre regla y regla) existe la misma probabilidad de embarazo. Los días en torno a la ovulación (momento en que del ovario se desprende un óvulo) son los días de máxima fertilidad.

Para calcular esos días existen tres métodos: el método ogino, el de la temperatura basal y el método Billings. Estos métodos son los que tradicionalmente se han llamado métodos naturales. También denominados métodos observacionales, ya que implican una rigurosa observación del cuerpo, esto es fundamental sobre todo si consideramos que aunque una mujer tenga el periodo de forma regular se puede atrasar o adelantar por un examen, una emoción fuerte, un viaje, etc. es decir que está también influido por variables de tipo emocional, de tal forma que la observación y conocimiento de sus reacciones físicas es un elemento fundamental.29

 

1.1.- MÉTODO OGINO

Si tomamos como modelo un ciclo de 28 días de duración, y consideramos como día número 1 el primer día de regla, la ovulación ocurre aproximadamente entre los días 13, 14 y 15. Estos son los días de máxima fertilidad. Ahora bien, los espermatozoides pueden vivir hasta 72 horas en el interior del útero con lo cual los días 12, 11 y 10 también son días de alta probabilidad de embarazo, también el óvulo tiene un intervalo de vida, por lo que los días 16 y 17 también son días de alta fertilidad. Es decir que en un ciclo de 28 días el intervalo de alta probabilidad de embarazo es desde el día 10 hasta el 17.

Si los ciclos no son de 28 días, y no son de igual duración (como es normal) para calcular ese intervalo de máxima fertilidad se ha de hacer lo siguiente: apunta el primer día de la regla como día 1 y el día anterior al inicio del siguiente como último día del ciclo. Después de doce ciclos puedes empezar los cálculos. Cuenta el número de días del ciclo más corto y resta 18, esto dará el número del primer día en que existe mayor riesgo de embarazo. Anota el ciclo más largo y resta 11, esto dará el último día de alta probabilidad de embarazo. El periodo comprendido entre estos días es el de mayor probabilidad de embarazo.

Ej.: Ciclo más corto: 26 días, Ciclo más largo: 28 días. 26- 18=8 28-11=17.

El primer día de más alta fertilidad en este caso sería el 8 y el último día el 17.30

1.2.- TEMPERATURA BASAL

Dependiendo del momento del ciclo en el que se encuentra la mujer la temperatura de su cuerpo varía. Debe tomarse la temperatura durante 5 minutos (oral, anal o vaginal) todos los días antes de levantase, y en ayunas, con un termómetro que mida variaciones muy pequeñas de temperatura, haciendo un registro en una plantilla o gráfico. En los días siguientes a la regla la temperatura es baja, justo antes de la ovulación baja aún más, e inmediatamente después sube. Y permanece así hasta la siguiente menstruación. Por lo tanto los días menos fértiles los consideramos a partir de tres días después de la temperatura más alta hasta la siguiente menstruación31.

1.3.- METODO BILLINGS (o del moco cervical)

El aspecto del moco cervical (flujo vaginal que se obtiene de las paredes de la vagina) cambia en función de si la mujer está en un momento fértil o no. Después de la menstruación hay unos días de sequedad (ausencia de moco). En los días fértiles el moco es elástico, lubricante, presenta un aspecto parecido a la clara de huevo. Después de unos días el moco vuelve a ser más opaco y pegajoso, menos flexible, lo que indica comienzo del periodo infértil32.

Evaluación de la regulación natural de la fertilidad

La evaluación estrictamente técnica de la regulación natural de la fertilidad viene sintetizada por la citada Comunicación de la Santa Sede en estos puntos:

1.      «La planificación familiar natural es científicamente válida. Los tres métodos naturales principales son el de la ovulación (Billings), el sintotermal, y el de la lactancia. Dichos métodos pueden ser tan eficaces como la píldora con referencia a la planificación familiar».

2.      «Los métodos naturales están exentos de todo efecto abortivo. Por tanto, son éticamente aceptables en todos los contextos culturales, étnicos y religiosos».

3.      «No acarrean efectos colaterales nocivos. Esto es, respetan la salud de la mujer y del hombre».

4.      «Pueden usarse para retrasar o conseguir embarazos. Como los dos métodos principales son capaces de indicar la ovulación en el ciclo de la mujer, pueden adoptarse en la planificación familiar tanto para posponer o distanciar los embarazos, como para conseguirlos, especialmente en el caso de fertilidad limitada».

5.           «Reducen la mortalidad infantil, al espaciar los nacimientos sin efectos colaterales en la madre ni en el niño. El espaciar naturalmente los hijos permite un mejor desarrollo del embrión y mejoras subsiguientes en la salud postnatal. Los métodos naturales tienen la ventaja de que carecen de los efectos colaterales dañosos de los productos y medios anticonceptivos».

6.           «Devuelven la dignidad a las mujeres. La planificación natural se centra en la mujer. Marido y mujer, ambos, deben aceptar el ciclo de fertilidad. La mujer no queda reducida a mero objeto estéril, que se puede usar a placer».

7.           «Fortifican el matrimonio, y en consecuencia la vida familiar. Esta dimensión personalista de la planificación familiar natural está siendo reconocida como el mayor beneficio personal y social de estos métodos. Marido y esposa compartes las decisiones por igual sobre la procreación, a través del diálogo y gracias a una sensibilidad amorosa recíproca, en cuanto dadores de vida».

8.           «Pueden enseñarse a cualquiera y su utilización es fácil. Como los síntomas básicos se hallan en el cuerpo de la mujer y se observan con facilidad, incluso personas sin letras o ciegas pueden aprender los métodos. Las mujeres pueden enseñar el método a otras mujeres. Como estos métodos se difunden rápidamente, se están incrementando nuevas maneras de enseñarlos en el contexto del Tercer Mundo».

9.           «No suponen gran peso económico para los usuarios. Por otra parte, no hay grandes industrias detrás de los métodos naturales». Y aún pueden añadirse estas otras ventajas:

10.       No exigen en la mujer ciclos regulares para poder ser aplicados con seguridad, como antes lo exigía el método Ogino-Knaus.

11.       Dan a la mujer un auto conocimiento muy valioso cuando surgen problemas ginecológicos normales o anormales. Puede ella presentarse ante el médico con una serie de datos muy útiles.


LA IGLESIA RECOMIENDA LA ENSEÑANZA DE LOS
MÉTODOS NATURALES

En la encíclica Evangelium vitro (1995), Juan Pablo II afirma que «los Centros de métodos naturales de regulación de la fertilidad han de ser promovidos como una valiosa ayuda para la paternidad y maternidad responsables»33. Estos métodos «han sido precisados cada vez mejor desde el punto de vista científico, y ofrecen posibilidades concretas para adoptar decisiones en armonía con los valores morales. Una consideración honesta de los resultados alcanzados debería eliminar prejuicios todavía muy difundidos y convencer a los esposos, y también a los agentes sanitarios y sociales, de la importancia de una adecuada formación al respecto. La Iglesia está agradecida a quienes, con sacrificio personal y dedicación con frecuencia ignorada, trabajan en la investigación y difusión de estos métodos, promoviendo al mismo tiempo una educación en los valores morales que su uso supone»34.

Esta recomendación reafirma, con la especial fuerza doctrinal de una encíclica, lo que ya en 1965 aconsejó la Iglesia claramente en el concilio Vaticano II35 y más tarde en otros documentos. De éstos recuerdo aquí solamente el Congreso sobre «Los Métodos Naturales de la Regulación de la Fertilidad», que en diciembre de 1992 reunió en Roma a especialistas de cuarenta y cinco países, bajo la iniciativa del Pontificio Consejo para la Familia, y que fue iniciado por un discurso del papa Juan Pablo II.

LOS MÉTODOS NATURALES ACABARÁN IMPONIÉNDOSE

En efecto, la regulación natural de la fertilidad acabará imponiéndose, incluso en los medios no cristianos, por su absoluta superioridad sobre los métodos anticonceptivos, que causan daños evidentes en la unidad conyugal y en la salud espiritual, psíquica y somática.

Cuando la poligamia reinaba en el mundo como algo socialmente evidente y conforme a la naturaleza, Cristo acabó con ella, y -al menos como modelo- impuso en el mundo civilizado el matrimonio monogámico, aunque persistan, sin duda, vergonzantemente, adulterios, divorcios y poligamia encubiertas o sucesivas. Algo semejante sucederá con los métodos artificiales anticonceptivos, contrarios a la naturaleza, nocivos e indignos de la persona humana. Dentro de no mucho tiempo, la anticoncepción química o mecánica -aunque mantenga una cierta perduración vergonzante- habrá de retroceder ante la verdad, la dignidad y la sanidad de los métodos naturales de regular la fertilidad conyugal, cada vez más seguros y generalizados. Una vez más la naturaleza humana habrá sido salvada por la gracia de Cristo Salvador, con el concurso de la Iglesia Católica.

2.- METODOS ANTICONCEPTIVOS

Los métodos anticonceptivos tienen como finalidad: evitar embarazos no deseados. Son muchos los argumentos que utiliza la sociedad actual para justificar el uso de estos métodos.

2.1- METODOS MECANICOS36

2.1.1.- Coitus interruptus

Como método anticonceptivo no es eficaz, pues el hombre antes de eyacular puede segregar un par de gotas que pueden llevar espermatozoides y por lo tanto tener capacidad fecundante. El hombre no nota cuando segrega este par de gotas, con lo cual no puede tener control como puede tenerlo con la eyaculación. Además de no ser efectiva, la marcha atrás es un método incómodo, tanto para él como para ella.

2.1.2.- La lactancia prolongada

Muchas personas afirmaban que después de un parto, mientras la madre daba de amamantar al bebe no había posibilidad de embarazo. Algo de cierto hay, ya que parece ser que la lactancia demora el retorno de la menstruación, la ovulación y la concepción después del parto. Pero no podemos determinar con seguridad la duración de dicho periodo, con lo cual no debemos considerar la lactancia como un método anticonceptivo.

2.1.3.- Lavados vaginales

No impide el ascenso de los espermatozoides hacia el útero. Además se puede alterar el medio natural de la vagina.

2.2.-METODOS BARRERA37

2.2.1.- Preservativos

Nombre: Preservativo, profiláctico, condón, goma, etc.

Mecanismo de acción: Actúa formando una barrera entre los espermatozoides y el óvulo.

2.2.2.- Diafragma

Nombre: Diafragma

Mecanismo de acción: Tapa el cuello del útero, de manera que es una barrera para impedir el paso de los espermatozoides. Además se ha de utilizar siempre junto con crema espermicida, lo que debilita a los espermatozoides.

2.2.3.- Esponja vaginal

Nombre: Esponja vaginal

Mecanismo de acción: (Igual que el diafragma)

2.2.4.- Espermicidas

Nombre: Espermicidas

Descripción: Producto químico. Se presentan en diferentes formas: óvulos, cremas, gel, etc. Mecanismo de acción: Debilita a los espermatozoides.

2.3.- METODOS MECÁNICOS ABORTIVOS38

2.3.1.- D.I.U.

Nombre: D.I.U. (dispositivo intra-uterino).

Descripción: Es un objeto pequeño, hecho de metal flexible (cobre o plata) o plástico y dos hilos.

Mecanismo de acción: Dificulta el paso de los espermatozoides hacia las trompas. Impide la anidación del óvulo en el caso de que hubiera habido fecundación (método abortivo), produce determinados cambios en el útero que evitan el embarazo, menstruaciones más abundantes y dolorosas, aumenta la probabilidad de un embarazo extra-uterino, requiere control médico periódico, puede haber rechazo o expulsión

2.4.- METODOS HORMONALES39

2.4.1.-Píldora anticonceptiva

Nombre: Píldora anticonceptiva.

Descripción: Producto químico compuesto de hormonas. Se presenta en tabletas.

Mecanismo de acción: Modifica el ritmo y la producción de hormonas hipofisarias, Impide la ovulación. Produce cambios en el revestimiento uterino de forma que dificulta la implantación. Espesa el moco cervical dificultando el ascenso a los espermatozoides

2.4.2.- Píldora postcoital

Nombre: Píldora postcoital, la píldora del día siguiente.

Descripción: Producto químico compuesto por hormonas.

Mecanismo de acción: Debido a la alta ingesta de hormonas se produce la expulsión de la capa uterina, de forma que la implantación del huevo, en el supuesto caso de que hubiera habido fecundación, no sea posible, es decir provocamos una regla (es un método abortivo).

2.5.- METODOS QUIRURGICOS40

2.5.1.-Vasectomía

Nombre: Vasectomía

Descripción: Método quirúrgico que consiste en la sección de los conductos deferentes. Mecanismo de acción: Seccionados los conductos deferentes, evita que los espermatozoides elaborados en los testículos pasen al líquido seminal

2.5.2.- Ligadura de Trompas

Nombre: Ligadura de trompas

Descripción: Método quirúrgico que consiste en unir o cortar las trompas de Falopio. Mecanismo de acción: Al cortar las trompas de Falopio se impide que el óvulo llegue al útero, a su vez se impide que los espermatozoides lleguen a unirse con el óvulo.


DISCUSIÓN MORAL SOBRE LA REGULACIÓN DE LA
FERTILIDAD

Ya previó Pablo VI, al tratar el delicado tema de la paternidad responsable, que «estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos, pues son demasiadas las voces ­ ampliadas por los modernos medios de difusión- que discrepan de la voz de la Iglesia»41

En todo caso, hago notar, en primer lugar, que hasta la encíclica Humanw vitw (1968), la gran mayoría de los moralistas católicos enseñaban una moral conyugal conforme con la doctrina de la Iglesia. Podemos comprobarlo consultando los manuales entonces más leídos, como Bernarhd Häring, La ley de Cristo, I-II, Herder, Barcelona 19654 o Antonio Royo Marín, Teología moral para seglares, I-II, BAC, Madrid 19734.

El P. Häring, por ejemplo, enseñaba entonces que el uso de preservativos «profana las relaciones conyugales». El onanista ofende a Dios y a su esposa, y «sería absurdo pretender que tal proceder se justifica como fomento del mutuo amor. Según San Agustín, no hay allí amor conyugal, puesto que la mujer queda envilecida a la condición de una prostituta» (II, 318). «La continencia periódica respeta la naturaleza del acto conyugal y se diferencia, por lo mismo, esencialmente del uso antinatural del matrimonio» (316). «Los casados adornados de verdadera ternura pueden renunciar fácilmente a la unión carnal y prescindir del placer que causa, cuando así lo pide el amor» (322).

Por los años sesenta, sin embargo, los años del Vaticano II, algunos moralistas católicos fueron proponiendo una opinión contraria a la doctrina católica, y llegaron a crear una expectación bastante amplia sobre la posibilidad y conveniencia de un cambio considerable en la doctrina. Así las cosas, con ocasión de la Humanw vitw (25-7-68) estalló una crisis sumamente grave, pues esta encíclica confirmó con gran fuerza la enseñanza tradicional de la Iglesia.

VALIDEZ OBLIGATORIA DE LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

Los que consideran a veces lícita la anticoncepción dicen que ésta es «un problema que presenta sus dificultades especiales para los católicos, como consecuencia de las diversas intervenciones de la Iglesia. Sin embargo, incluso dentro de la Iglesia católica, existen diversas posturas completamente legítimas, como han puesto de relieve varias Conferencias episcopales». Lo que éstas enseñaron en «documentos complementarios» debe ser considerado también como «doctrina de la misma Iglesia».

Respuesta. La doctrina de la Humanw vitw es la que siempre ha enseñado la Iglesia, e incluso ésta fue, hasta 1930, una doctrina unánime entre católicos y ortodoxos, anglicanos y protestantes. Fue en 1930 cuando los anglicanos admitieron la licitud de la anticoncepción, al menos en circunstancias determinadas42, rompiendo así la convicción ecuménica cristiana, que había sido unánime. Y las otras confesiones protestantes siguieron poco a poco la línea del viraje anglicano en esta cuestión moral tan grave.

La Iglesia reafirmó en seguida su doctrina. Pío XI, poco después de Lambeth, en la encíclica Casti connubii (1930), rechazó la anticoncepción como gravemente deshonesta. Y la misma doctrina se ha ido confirmando en múltiples documentos, como, por ejemplo: Pío XII (29-10­ 1951), Juan XXIII (1961, Mater et Magistra 193-194), concilio Vaticano II (GS 51, 87c), Pablo VI (1968, Humanw vitw), Sínodo VI de los Obispos (1980), y Juan Pablo II (1981, Familiaris consortio), Catecismo de la Iglesia Católica (1992, 2366-2371).

Cuando se publicó la Humanw vitw, la gran mayoría de las Conferencias episcopales católicas apoyó la encíclica, considerándola verdadera «doctrina de la Iglesia»43. Sin embargo, como decía Juan Pablo II a los obispos de Austria, reafirmando esa encíclica, «no se puede dudar de la validez de las normas morales allí expuestas. Aunque sea comprensible que, cuando apareció la encíclica, se manifestase cierta desorientación, reflejada incluso en algunas declaraciones episcopales»44.

La doctrina de la Iglesia es una sola, y afirmar que en la Iglesia hay dos enseñanzas distintas, «completamente legítimas», e incluso «complementarias» -una declara siempre ilícito lo que otra considera en ocasiones lícito- es simplemente absurdo. La Iglesia conoce que tiene asistencia de Cristo Maestro para custodiar e interpretar con autoridad segura «toda la ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse»45. Y por otra parte, la moral del matrimonio cristiano no es solamente un tema de moral natural, sino de moral sacramental netamente cristiana: la Iglesia ha de saber cuándo el matrimonio católico es signo de la unión de Cristo con la Iglesia, y cuándo hay en él algo inconciliable con esa altísima significación.

Con razón, pues, dice Juan Pablo II que entre las dificultades no pequeñas que los esposos han de superar para vivir honestamente su matrimonio, sin duda «la primera, y en cierto sentido la más grave, es que incluso en la comunidad cristiana se han oído y se siguen oyendo voces que ponen en duda la misma verdad de la enseñanza de la Iglesia. Surge, pues, sobre esto una grave responsabilidad: los que se ponen en abierta oposición a la ley de Dios, auténticamente enseñada por la Iglesia, llevan a los esposos por un camino equivocado. Lo que enseña la Iglesia sobre los anticonceptivos no constituye una materia sujeta a libre discusión entre teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos»46.

Es también completamente ilusorio pretender que la Iglesia cambie su doctrina, en ésta o en otras graves materias, cuando sobre ellas se ha pronunciado larga y claramente. En el rechazo de la anticoncepción, concretamente, la Iglesia «proclama con humilde firmeza toda la ley moral, natural y evangélica. No ha sido ella la autora de estas leyes, ni puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, sin que pueda jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre»47.

Decir, en fin, que la doctrina católica sobre la moral conyugal presenta para los fieles «dificultades especiales, como consecuencia de diversas intervenciones de la Iglesia», es despreciar el Magisterio apostólico y hacerlo odioso. En vez de considerar la doctrina de la Iglesia como voz de Cristo y, por tanto, como verdad liberadora -«la verdad os hará libres»48-, es presentada como un yugo opresivo, que no consigue sino crear a los fieles problemas de conciencia. Pero esto ya indica simplemente una grave quiebra de la fe.

LIBERTAD DE LA CONCIENCIA ANTE DOCTRINAS NO INFALIBLES DE LA IGLESIA

Algunos dicen que la enseñanza de la Iglesia sobre los métodos lícitos para regular la natalidad «representa sencillamente una orientación, que no substituye la responsabilidad de la conciencia de los fieles». Habrá que tenerla en cuenta, pero «un católico responsable puede en este punto disentir del magisterio oficial, tal como lo enseña la moral y lo han afirmado diversas Conferencias episcopales. Esta enseñanza pontificia no es infalible».

Respuesta. Como ya hemos visto, aquello que se enseña en la Humanw vitw, la Familiaris consortio y otros documentos sobre los medios lícitos e ilícitos para la procreación responsable es «doctrina de la Iglesia». Y enfrentar conciencia y Magisterio no sirve sino para perderse de la verdad. Precisamente, «el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo, el Señor, para iluminar la conciencia; apelar a esta conciencia precisamente para rechazar la verdad de cuanto enseña el Magisterio, lleva consigo el rechazo de la idea católica del Magisterio y de la conciencia moral»49. En efecto, como dijo el Vaticano II, «los esposos cristianos deben regirse por la conciencia, la cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente [=con autoridad apostólica] esa ley a la luz del Evangelio»50.

Por otra parte, en cuanto a la posibilidad de disentir en conciencia de una doctrina no infalible de la Iglesia, conviene tener en cuenta dos verdades:

1.-Un disentimiento subjetivo-privado respecto a la doctrina de la Iglesia podrá hacerse norma lícita de conducta con una serie de condiciones que en muy pocos casos se dan. Presentar, pues, el disentimiento de conciencia como una salida idónea para la mayoría de los matrimonios católicos es un gran fraude, como ya lo previno con exactitud Pío XI, tratando de estos temas51.

2.- Un disentimiento objetivo-público de la doctrina de la Iglesia, por el que se establece un magisterio alternativo, que en nuestro tema dura ya varios decenios, es indigno de un moralista que quiera tenerse por católico. En este triste magisterio paralelo se trata por todos los medios -cursos, conferencias, libros, artículos, vídeos y folletos- de alentar el disentimiento subjetivo de los fieles, y de suministrarles fórmulas morales que les permitan hacer el mal con buena conciencia. Pero a nadie es lícito en la Iglesia enseñar públicamente en contra del Magisterio apostólico. Y los esposos cristianos de hoy han de elegir en conciencia, ante Dios, si quieren edificar su casa espiritual sobre arena o sobre la Roca.

IMPUGNACIÓN DE LOS MÉTODOS NATURALES

Aquellos moralistas, que en estos temas de moral conyugal contrarían la doctrina de la Iglesia, suelen impugnar los métodos naturales desde muy diversos ángulos.

La decisión moral importante es la de tener o no más hijos; pero «los métodos a emplear es una cosa secundaria».

Respuesta. Por el contrario, los métodos importan mucho. La decisión de un fin (tener más o menos hijos) es, efectivamente, más importante que la elección de los medios para conseguirlo. Pero devaluar la entidad moral de los medios es un grave error. Un padre, por ejemplo, tiene que decidirse entre ocuparse o no de sustentar a sus hijos (fin), y ésta es la decisión moral más importante; pero no es cosa secundaria que decida hacerlo trabajando honestamente o robando (medios). El fin honesto no puede justificar unos medios deshonestos. En la evitación de la concepción, no tienen diferente calificación moral los medios naturales y los artificiales, pues unos y otros pretenden el mismo fin.

Respuesta. La Iglesia es coherente cuando admite la abstinencia periódica y rechaza la anticoncepción. En efecto, «un acto de amor mutuo, que ha sido privado [en la anticoncepción] de ese poder de transmitir la vida que Dios Creador, según leyes peculiares, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida humana; usar, pues, de este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aunque sólo sea parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es también contradecir también el designio de Dios y su voluntad. En cambio, usar el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador [en el que la misma naturaleza, o por mejor decir Dios, ha dispuesto que los actos conyugales sean en su gran mayoría infecundos] significa reconocerse no señores de las fuentes de la vida, sino más bien administradores del designio establecido por el Creador»52.

No es, pues, lo mismo usar del matrimonio sólo en sus tiempos naturalmente infecundos, que usar de él «haciendo imposible la procreación»53, es decir, desvirtuándolo positivamente de su natural eficacia genésica. La diferencia antropológica y moral que existe entre lo uno y lo otro es «bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, e implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad, que no pueden conciliarse entre sí»54.

Los métodos naturales, con su abstinencia periódica, resultan inseguros, repugnantes e impracticables. A muchos esposos, dicen, les causan «profunda repugnancia, por el hecho de que intentan reducir el amor al calendario». No son, pues, un medio «razonable y seguro para poder amarse sin el peligro de una paternidad amenazante». Suelen producir «angustia, que perjudica profundamente su amor y repercute de un modo u otro en los hijos», y además son inaplicables «en los países subdesarrollados», que son los que más necesitan limitar la natalidad.

Respuesta. Éstos, que suelen silenciar por sistema los efectos altamente negativos que la anticoncepción produce en la salud psíquica, somática y familiar, consideran los lícitos métodos naturales repugnantes y nocivos, sin preocuparse de que los informes científicos aseguren lo contrario, pues afirman que la seguridad de los métodos naturales es equivalente a la de la píldora o a la de los diversos modos preservativos, y que suelen tener efectos muy beneficiosos sobre la vida de la pareja y de la familia. Más aún, se atreven a calificar de impracticables los métodos lícitos enseñados por la Iglesia con la autoridad de Cristo.

Pues bien, «Dios no manda imposibles -dice Juan Pablo II-, y todo mandamiento lleva consigo también un don de gracia que ayuda a la libertad humana a cumplirlo. Sin embargo, son necesarios la oración constante, la participación frecuente en los sacramentos, y la práctica de la castidad conyugal»55. Para quienes viven alejados de Cristo y de la Iglesia, no sólo es impracticable la castidad matrimonial, sino cualquier otro aspecto de la vida cristiana: la caridad fraterna, la paz o la justicia. No es ningún descubrimiento, en efecto, que la honestidad del matrimonio no se puede vivir sin la virtud de la castidad, sin aceptación evangélica de la cruz, y en general, sin una vida cristiana verdadera. La vida conyugal honesta, «como todas las grandes y beneficiosas realidades [la justicia social, por ejemplo], exige un serio empeño, y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. Más aún, no sería posible vivirla sin la ayuda de Dios, que sostienen y fortalece la buena voluntad de los hombres»56.

No deja de ser curioso que los mismos, a veces, que, para superar graves injusticias sociales, exigen profundos cambios en mentalidades, costumbres y estructuras -lo que implica no poco optimismo-, echen a un lado la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, considerándola -con gran pesimismo- impracticable. Por lo visto, las costumbres socioeconómicas pueden y debe ser profundamente modificadas, y a poder ser pronto, en tanto que las costumbres sexuales son irremediables. Así pues, los hombres pueden ser liberados del culto a la Riqueza y abiertos a la solidaridad, y para ello la Iglesia debe promover grandes y audaces campañas; pero en modo alguno pueden ser redimidos de su servidumbre al Sexo, y orientados a la honestidad, por lo que es mejor que la Iglesia en esto se calle, y se deje de idealismos impracticables.

EL MAL MENOR

Otros afirman que «el principio del mal menor» puede justificar que los esposos, para salvar valores superiores, recurran a los medios anticonceptivos. O en todo caso piensan que para

legitimar en determinadas circunstancias la anticoncepción podría invocarse «el principio de totalidad», por el cual la unidad entre amor y fecundidad se guardaría en el conjunto de la vida matrimonial, aunque no en cada uno de los actos conyugales.

Respuesta. Ya Pablo VI, considerando esta objeción la respondió adecuadamente: «No se puede invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor, o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, nunca sin embargo es lícito, ni aún por razones ciertamente gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (+Rm 3,8); es decir, hacer objeto de un acto positivo de la voluntad lo que por su propia naturaleza lesiona el orden moral, y por lo mismo ha de juzgarse indigno del hombre, aunque con ello se quisiere defender o procurar el bien individual, familiar o social. Yerra, por tanto, totalmente el que piensa que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser convalidado por el conjunto de una vida conyugal fecunda»57.


Sugerencia de lectura Bibliografía

1.      La Familia Escuela De Comunión. Monseñor Jesús Márquez Farfán. Colección Iglesia en América 2002/12

2.      CIC.

3.      Material De Apoyo Para Trabajo Con Grupos De Matrimonio. Serie B El Matrimonio. Dpto. de Pastoral Familiar Arquidiócesis de Stgo.

4.      Exhortación Apostólica. Familiaris Consortio. De S.S. Juan Pablo II

5.      Carta - Encíclica Humane Vitae de S.S. Pablo VI

6.      Fichas de Pastoral Familiar. Cuaderno N° 1 FE Y VIDA MATRIMONIAL. Padre Hernán Alessandri M. Editorial Patris


Al principio -La primera pareja-

Al principio del mundo, DIOS creó, el cielo, la tierra y todos los animales. Cuando acabó de hacer esto, Dios creo al primer hombre. Pero el hombre estaba solo y se aburría. Entonces Dios decidió darle una compañera para que entre los dos formaran una familia y entre ellos reinase el amor y la comprensión. Cuando el primer hombre vio a la primera mujer, preguntó, lleno de asombro: y ésta ¿cómo se va a llamar? Yo no sé, respondió Dios ¿Se te ocurre a ti algún nombre?, el hombre miró fijamente a la que iba a ser su mujer y se quedó pensativo. Al cabo de un rato dijo: ya tengo el nombre, Tú a mí me llamaste HOMBRE, lo más lógico es que ella se llame HEMBRA ¿Y porqué quieres ponerle ese nombre?, preguntó Dios. Muy fácil respondió el hombre. Fíjate: H significa que ella va ha estar siempre HUMILLADA ante mí. Dios hizo una mueca, y volvió a preguntar ¿y que sentido tiene la E?, bueno dijo el hombre, ella será mi ESCLAVA y estará a mi servicio para lo que yo quiera, la M porque me sospecho que ésta va a ser bastante MIEDOSA. ¡caramba!, exclamó Dios con ironía, yo pensé que la M, era porque tu querías tener muchas como ésta... eso también, respondió el hombre, picando el ojo, tu sabes, no puedo conformarme con una sola, porque tiene trama de ser muy BRUTA y muy ROÑOSA. Anda dijo Dios ¿es por eso que agregaste La B y la R? perfecto, y por último pongo la A, porque así a primera vista, tengo la impresión que esta criatura es medio ASPERA y se va a creer que es igual que yo..... Entonces
dime ¿qué te parece que la llamemos HEMBRA? -¡No me gusta!, dijo Dios-. ¡No me gusta ni un mínimo! ¡Lo has entendido todo al revés! ¿Tú no estas viendo que esta compañera que te doy, es gente como tu y que tiene los mismos derechos que tú?... Y por eso ella se llamará MUJER. ¿Y qué significa ese nombre tan raro?, preguntó el hombre. Pues muy sencillo, sonrió Dios. Esta se llamará MUJER, porque va a ser la MADRE de tus hijos y porque será la UNICA compañera que tendrás, no tendrás ni dos ni tres mujeres, como lo hacen los animales, sino una sola y la amarás como a ti mismo, y ¿la j qué significa?, no es lo que estás pensando, dijo Dios un poco molesto, la J significa que entre ustedes tiene que reinar la JUSTICIA, la justicia es el fundamento del amor. Y pongo la E, porque ella va a ser tu ESPOSA y tienes que serle fiel para toda la vida. ¡He! Te falto la R, exclamó el primer hombre...no te apures dijo Dios, dejé la R para el final porque es la RESPONSABILIDAD, ella es responsable de ti y tú eres responsable de ella, y entre los dos crearán una familia y una sociedad responsable ante Mí. Les miró con alegría y los bendijo diciéndoles: ¡Crezcan y multiplíquense y llenen la tierra!

 


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