Oración de jóvenes con inquietudes vocacionales
Señor Jesucristo, estaba esperando este momento desde hace mucho tiempo.
Necesitaba un rato a solas para hablar contigo y, sobre todo, para
escucharte. La verdad es que, si soy sincero, Tú no dejas de enviarme tus
mensajes. Lo que pasa es que no siempre los quiero recibir. A veces los
ahogo con música, con amigos, con ruido... Pero, - no te lo puedo negar -
siento un gran vacío, aunque a los demás les parezca lo contrario.
En cambio, cuando luego viene tu invitación serena, se inunda el corazón de
luz y de paz: «Sígueme». En cuanto en lo profundo de mi conciencia percibo
esa invitación, mi corazón se estremece pues sé que entre cientos, entre
miles de jóvenes has puesto tu mirada en mí. Pero, ¿por qué, Señor, por qué
a mí? ¿Qué tengo yo de especial para que me llames a seguirte a ser tu
discípulo predilecto? Entonces me viene a la mente la escena del llamamiento
de los primeros discípulos y me digo a mí mismo: «Bueno, ¿y qué tenían de
especial Pedro, Santiago, Juan, Andrés. ? ¿No eran hombres como los demás?
¿No tenían pecados como los demás? ¿No eran débiles, traidores y cobardes,
como los demás?».
Pero Tú los elegiste: «No son ustedes los que me han elegido. Soy yo quien
los he elegido». Y me sobrecoge pensar que ellos, esos pobres pescadores del
lago de Tiberíades, no dudaron en dejar sobre la playa, muertas para
siempre, esas redes que representaban toda su vida. Y a mí me cuesta tanto
dejar mi familia, las comodidades del hogar, el cariño de mi novia, las
posibilidades de mi carrera, mis planes personales, mi libertad... Pero, por
otro lado, también Tú me atraes y me atraes con una fuerza especial pues Tú
eres mucho más que cualquier persona o cosa en este mundo. Me atrae tu
personalidad, tu generosidad hasta el límite, tu ternura para con nosotros
los hombres, la mansedumbre de tu corazón, la grandiosidad de tu Reino.
Sé que a tu lado encontraré la auténtica felicidad, que Tú apagarás mi sed
de eternidad, que contigo dejaría una huella indeleble a mi paso por este
mundo, haciendo el bien en tu nombre. Pero, me da miedo. Me da miedo
lanzarme a una aventura en la que me juego todo aunque también sé que lo
puedo ganar todo. Dame generosidad, Señor, para lanzarme sin titubeos tras
de Ti, para cortar las amarras que me atan a la orilla y me impiden echarme
a la mar del mundo contigo como capitán de mi barco. Dame valentía, dame
fuerza. Sé que no tendré visiones, ni apariciones, ni nada. Pero tu voz no
dejará de oírse en el interior de mi alma con una claridad que no admite
lugar a equívocos:
«Sígueme», será tu invitación imperturbable. Te seguiré, Señor. Te seguiré,
adondequiera que vayas y me lleves. Iré contigo llevando mi cruz y
resucitando contigo para salvar al mundo. Sólo te pido tres cosas: dame fe,
dame generosidad, dame valor; en una palabra, dame amor.