Julio Chevalier, Fundador y Primer Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón (Notas biográficas del P. Piperon MSC)
Capítulo IV
LAS OBRAS
MISAS SOLO PARA HOMBRES
PROYECTO DE LA IGLESIA
DEL SAGRADO CORAZÓN
NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN
Después de los trabajos de instalación de la pequeña Comunidad, la mayor preocupación del P. Chevalier fue la evangelización de los hombres.
Como hemos dicho anteriormente, el móvil que llevaba el alma de nuestro animoso apóstol hacia Issoudun, era el desolador estado de aquella extensa Parroquia.
Contaba entonces con algo más de 12,000 almas.
Un dato, mejor que prolijos discursos, nos dará a entender la decadencia religiosa de la Capital del Bajo Berry, famosa en otros tiempos por su religiosidad y su celo por el servicio de Dios. Había sufrido en su ámbito resonantes escándalos ocasionados por frecuentes y espantosas apostasías durante el vendaval revolucionario de 1793.
Por otra parte, a la hora de volver a restablecer el culto, la autoridad diocesana no había podido disponer más que de un sacerdote para toda la población y algunos otros municipios rurales. ¿Qué posibilidad tenía entonces un solo sacerdote, a pesar de todos sus desvelos, para atraer a las prácticas religiosas a aquella población descarriada a causa de tantos escándalos? ¿Qué podía hacer para instruir y formar en las normas de moralidad a unos feligreses dispersos, que al cabo de tantos años habían olvidado el camino de la Iglesia?
Sin embargo quedaba aún un hombre —solamente un hombre, permítaseme recalcarlo— solamente un hombre que cumplía exactamente con sus deberes religiosos. Asistía a la Misa los domingos
y días festivos, y cumplía con Pascua. El mismo nos lo ha comentado alguna vez y nos lo ha confirmado el canónigo Crozat.
Este dato es más que suficiente para juzgar el estado de la Parroquia en 1854, a pesar de los progresos obtenidos después de la restauración del culto, merced a los esfuerzos realizados por el Pastor y sus Vicarios.
No obstante, como lo hemos hecho constar anteriormente, en medio de la indiferencia general de los hombres, un buen número de madres de familia y almas piadosas de toda clase social, mantenía mal que bien la vida cristiana parroquial. Eran ellas tan fervorosas como ellos negligentes; particularmente nos edificaba su devoción a la Santísima Virgen.
El talante maravillosamente apostólico del P. Chevalier le hizo cavilar una solución a esta desoladora situación. Le seducía el sueño de evangelizar a los hombres: tenía que lograr reagruparlos para evangelizarlos y conducirlos por el camino de la Iglesia; impartirles la instrucción adecuada; interesarlos con el atractivo de una ceremonia exclusiva para ellos; en una palabra, establecer una misa para ellos solos.
A finales de 1856 se tomó la decisión. Sin más contemplaciones los misioneros emprendieron la campaña para contactar y ayudar a decidirse a los hombres de buena voluntad. Después de varias semanas de laboriosas visitas, idas y venidas en las que la mayor parte de las veces no se recibían más que excusas más o menos delicadas, al fin pudimos contar con una treintena de promesas en firme.
Se nos podría objetar que no deja de ser un fracaso contar escasamente con treinta hombres para una obra de esta naturaleza en una Parroquia de semejante importancia. Nuestro P. Superior nos felicitó por nuestros laboriosos esfuerzos y, sin más, añadió: "comenzaremos el domingo".
Efectivamente, al domingo siguiente, fieles a la palabra dada para asistir a la reunión, los componentes del reducido grupo, se alineaban frente al comulgatorio. Se celebró la Misa para aquellos osados hombres de pueblo, obreros y campesinos que siguieron las ceremonias con todo el recogimiento que se podía desear. Hubo al terminar unas palabras de agradecimiento y aliento, con una breve oración en común, recitada en voz alta por el Celebrante. Eso fue todo. Pero a aquellos valientes les acechaba la prueba a la salida:
en el umbral de todas las puertas vecinas a la capilla estaban apostados los curiosos, hombres y mujeres —sobre todo mujeres—, que con una sonrisita burlona en los labios, los fisgaban al pasar y se transmitían unas a otras algunas frases displicentes y socarronas para aquellos neófitos. Dura prueba, sin duda, para hombres débiles aún en sus convicciones religiosas.
¡Cuántos hombre recios y animosos en otra clase de asuntos, se dejan vencer por el respeto humano, el cruel tirano en nuestra sociedad blandengue y masificada! Aquel día el respeto humano quedó derrotado. Aquellos valientes, conscientes del deber cumplido, regresaron satisfechos a sus hogares, prometiéndonos perseverar.
Había comenzado la obra de los hombres. Y si la Parroquia de Issoudun, a pesar de las penosas circunstancias actuales y los innumerables obstáculos surgidos, cuenta con un considerable número de practicantes, lo debe al impulso inteligente y perseverante delP. Chevalier y de sus abnegados colaboradores.
La segunda empresa del decidido evangelizador fue la construcción de la Iglesia del Sagrado Corazón. Hemos explicado más arriba los graves motivos que le movieron a comenzar esta gran obra, la más larga, la más laboriosa y difícil de todas. Lo saben bien los sacerdotes constructores de iglesias, y no me dejarán mentir.
Cuando el Padre tomó esta decisión, la Comunidad estaba reducida a dos miembros. Su pobreza, mejor diría su miseria, era extrema. Es verdad que la Vizcondesa Du Quesne había garantizado a los Misioneros una pensión anual de mil francos; gesto por el que le debemos el más sincero agradecimiento; pero ¿qué suponía semejante cantidad frente a las necesidades cotidianas?
Por otra parte podíamos, es más, teníamos que llegar a ser más numerosos. Era necesario, pues de otro modo la Fundación estaba en peligro de perecer antes de su consolidación. Pero el incremento de los miembros supondría la disminución de los recursos... ¡Terrible e incuestionable disyuntiva! Aparte de aquella subvención, a pesar de lo que algunos mal informados hayan podido decir, no teníamos nada, absolutamente nada! Mejor dicho: nos quedaba el más rico, el más seguro de todos los tesoros: la palabra de Aquel que dejó dicho "Buscad primero el Reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura". El Padre creía con una fe inquebrantable en estas hermosas palabras; ahí estaba su fuerza y la garantía de su
éxito, porque la Providencia es la piedra angular sobre la que se fundamentan las obras de Dios.
No obstante, aunque lo que sostenía al P. Superior era su confianza ciega, no quería ser temerario. ¿Qué es lo que iba a hacer? Primero encomendaría su proyecto a la Virgen Inmaculada, la Poderosa Protectora de la Congregación; después la maduraría en la reflexión y estudiaría los medios para realizarla sin urgir los trabajos más allá de los medios que la Providencia le hiciera llegar. ¡Sabia cautela!
Pronto creyó llegada la hora de dar a conocer sus proyectos a los feligreses de Issoudun, solicitando su contribución a la obra según las posibilidades de cada uno.
La noticia fue bien acogida.
Al día siguiente, una pobre obrera, una piadosa joven que con su paciente trabajo ganaba penosamente su vida, llegó a visitar al Padre y le dijo:
— "Le traigo mi aportación para la Iglesia del Sagrado Corazón; es todo lo que tengo. Bien poco es!...
Y entregó al Padre un paquetito cuidadosamente envuelto. El lo abrió y... cinco piezas de oro de veinte francos brillaron ante sus ojos.
— "Pero... ¿de dónde viene todo este oro?
— "Padre, son todos mis ahorros desde que vivo en Issoudun. Ayer prometí al Sagrado Corazón entregároslos. Tómelos, se los doy de todo corazón".
El, profundamente emocionado ante un gesto tan sorprendente, cogió una de las piezas y cerrando de nuevo el paquete: —"Toma, hija, —le dijo—, conserva el resto para tus necesidades.
— "No, Padre, no; he prometido darlo todo al Corazón de Jesús y no puedo reservarme nada".
— "Pero... y si te quedas sin trabajo, si caes enferma más adelante?
— "Padre —repuso ella rápidamente—, este dinero no me pertenece; es de Dios. Se lo he dado y no quiero reservarme ni la menor parte. En cuanto al futuro... sólo Dios lo conoce; me confío a su
Providencia".
La Divina Providencia no le falló. Al poco tiempo fue admitida como dama de compañía de una persona respetabilísima que, al morir, le aseguró un legado modesto pero más que suficiente para ponerla en lo sucesivo al abrigo de todas las necesidades.
Esta piadosa joven continuó dedicándose a las obras de la Congregación y llegó a ser una de las mejores Celadoras de la Devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Ya viejecita, quiso volver a visitar "su querida iglesia del Sagrado Corazón", como decía familiarmente. Llegó a Issoudun, de donde se había ausentado hacía muchos años, para pedir a los pies de la "buena Madre Nuestra Señora del Sagrado Corazón" la gracia de una santa muerte. Como yo le recordaba los humildes comienzos de la Congregación y su generosa ofrenda para la construcción de la iglesia.
— "Padre, exclamó con profunda emoción—, i qué admirable es Dios en sus obras! Pídale que una pobre pecadora e ignorante como yo, pueda contemplarle en su Reino"...
Este fue el primer donativo, o por mejor decir, la primera piedra que el P. Chevalier recibió para la construcción de la iglesia, y su "único tesoro" cuando echó los cimientos. He dicho bien: "su único tesoro", pues no poseía otro.
Admirando la fe y la caridad de aquella bendita mujer, solía exclamar como hablando consigo mismo: "Los demás darán de lo que les sobra, pero ésta ha dado de lo que ella misma necesita" (Mc. 12,44).
Desde entonces ya no lo dudó; aquel gesto que se podría llamar heroico, le pareció la mayor garantía de la bendición de Dios sobre su empresa.
— "Y yo también —repetía como la pobre obrera— yo también me confío a la Providencia del Señor!".
En el mes de abril de 1859 dieron comienzo los trabajos de la primera fase del proyecto general. El 15 de junio de 1860 los Misioneros tomaron posesión de aquella parte del edificio, que comprendía el Santuario y las tres primeras bóvedas de la nave.
Maravillosamente los recursos habían ido llegando en cantidad suficiente a medida de las necesidades, de tal manera que en las semanas que siguieron a la bendición de aquella primera parte, tuvimos la satisfacción de poner en manos de los trabajadores las últimas cantidades que se les adeudaban. Esto fue para el Padre una inyección de optimismo para proseguir la obra. La Divina Providencia se había mostrado favorable. No obstante las obras no pudieron continuarse hasta tres años más tarde, para finalizar en 1864.
Pero, ¿de dónde venían los recursos? De todas partes; del otro lado de las fronteras, de más allá de las montañas... para desembocar en Issoudun. ¿Qué poder misterioso las encaminaba hacia esta población ignorada del resto del mundo hasta hace medio siglo? Este poder, para decirlo de una vez por todas, no podía ser atribuido a la influencia del P. Chevalier, que era por entonces un perfecto desconocido cuyo nombre a duras penas trascendía los límites de la Parroquia. Es obligado remontar más arriba para encontrarlo. Este poder no es otro que el de la Santísima Virgen, la Protectora de la minúscula Congregación, que quería hacer de la nueva iglesia un centro de devoción al Corazón de Jesús, y enseñarnos al mismotiempo que "Ella es la Tesorera del Divino Corazón". El P. Chevalier no fue en sus manos maternales más que el instrumento escogido para ejecutar los designios de su misericordia. Estaba bien convencido de ello el P. Chevalier. Si le hubiéramos atribuido alguna influencia que no tenía, habríamos recibido sin duda una severa amonestación.
En este sentido su sensibilidad y su delicadeza eran exageradas. Yo mismo he tenido ocasión de ser testigo de ello para mi propia edificación. Séame permitido citar aquí un caso, uno de tantos.
En cierta ocasión había invitado a un religioso de gran talento y prestigio a predicar un solemne Novenario. El último día, el predicador creyó conveniente dirigirle un cumplido, muy bien expresado por cierto, en el que le felicitaba por las grandes obras realizadas gracias a su entusiasmo. Era precisamente en los días de mayoractividad. Los oyentes de buena gana habrían prorrumpido en un aplauso si no hubiera sido por el respeto debido al lugar sagrado. El P. Chevalier, herido en la fibra más sensible y delicada de su humildad, a duras penas pudo contener su desaprobación, y poco le faltó para no cortar al predicador con un reproche. Sus primeras palabras al salir de la iglesia fueron una rotunda desaprobación:
— "Este Padre ha olvidado el respeto debido a la casa de Dios; nunca más volveré a invitarle a predicar aquí. Quien lo ha hecho todo ha sido el Sagrado Corazón por la intercesión de su Santísima Madre; a El sólo el honor y la gloria".
Sin embargo, el venerado Padre, preocupado siempre por asegurar la realización de su piadoso proyecto, seguía cavilando el modo de allegar los recursos necesarios para tal fin, y le vino a la memoria haber leído en la Vida de Santa Margarita María el deseo
de Nuestro Señor de ver extendidas por doquier las imágenes de su Divino Corazón y la promesa de bendecir los hogares en que fuera honrada su imagen. Esto fue una luz para él. Así que un día me dijo:
— "Padre, vamos a confiar una vez más; este me parece el medio de solucionar esta preocupación. Vamos a hacer imprimir una hermosa lámina del Corazón de Jesús para regalarla a cuantos bienhechores entreguen una limosna para la construcción de la iglesia. Con la difusión de estas estampas propagaremos el conocimiento y el amor del Corazón de Jesús, que es el mismo fin de nuestra Congregación, y estoy seguro que veremos multiplicarse los donativos. Tenemos que rezar mucho para que María bendiga nuestro proyecto y nos ayude a realizarlo".
No fue en vano la confianza del querido Padre: la Virgen María había inspirado a su fiel servidor.
En cuanto la estampa empezó a ser divulgada comenzaron a llegar pedidos por centenares y miles de todas partes. Se habría podido pensar que los mismos ángeles, puestos al servicio de María, se habían dedicado a propagarla. Este fue el secreto del P. Chevalier y el medio providencial de que se sirvió María para el éxito de la empresa.
La joven Comunidad iba desarrollándose penosamente. Vivía reglamentada por unas normas provisionales redactadas por el P. Fundador. De vez en cuando se presentaban algunos candidatos nuevos, pero, después de un tiempo de prueba más o menos largo, terminaban por retirarse.
Unos carecían de las mínimas cualidades necesarias; otros dudaban del futuro de la Congregación o se desanimaban ante las incesantes dificultades de los primeros años. Hay que reconocer que, si bien el reglamento no exigía nada difícil ni excesivamente riguroso, ciertamente abundaban los sacrificios. Los candidatos debían ser elementos denodados y sinceramente deseosos de caminar pisando las huellas del Cristo del Calvario.
A pesar de todo, el joven Fundador, aquel hombre absolutamente esperanzado, continuaba sin desfallecer la realización de sus ambiciosos planes. Los numerosos y grandes proyectos de aquellos primeros tiempos, lo mismo que los realizados más tarde, demuestran no sólo la intensa vitalidad que supo infundir a la pequeñaComunidad, sino también el dinamismo en que él mismo se consumía, y su incansable y exuberante actividad.
En 1880 hizo levantar un piso más a la casa de que antes hemos hablado. Era una casita de planta baja con sólo cuatro dependencias tan angostas, tan pobres, tan incómodas que, sinceramente, vivir en ellas tenía su mérito. La nueva construcción, magníficamente bien distribuida, constaba de doce habitaciones modestas, eso sí, pero limpias y dignas. Ahora ya era posible acoger nuevos candidatos e instalarlos convenientemente. Eso constituía un paso adelante. Pequeño progreso, pero suponía para ellos una mejora y para nosotros una satisfacción. Los pobres se contentan con poco.
Pero ni la agenda recargada a causa de los trabajos, ni los apuros y preocupaciones lograban hacer olvidar al buen Padre Chevalier el solemne compromiso de 1854 con María Inmaculada: el solemne compromiso de honrarla con un culto especial en la Pequeña Congregación.
¿Cuál había de ser este culto especial que le bullía en la mente al Padre Chevalier?
Dejemos que sea él mismo quien nos lo explique. Lo leemos en sus apuntes personales:
"Desde los comienzos de nuestras obras, en 1855, venía pensando en dar a María una advocación que testimonie nuestra gratitud y al mismo tiempo exprese su poder sobre el Corazón de su Hijo, ese poder que tantas veces nos ha manifestado. Me cautivó eltítulo de NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZON por ser el que mejor expresaba mi pensamiento. Cuanto más profundizaba este nuevo título, más apropiado me parecía y más conforme a la sana teología".
Encontraba, pues, la bendita advocación con la que en lo sucesivo, no sólo nuestro venerado Padre, sino también nosotros, sus hijos, íbamos a rendir a la Santísima Virgen el "culto especial" que había prometido. Cuatro largos años de fervorosa oración, de profundas meditaciones y largo estudio para engarzar este nuevo florón en la corona de la gloria de la Madre del Cielo. Sí, cuatro largos años habían pasado —de 1855 a 1859— hasta que el P. Chevalier dio a conocer la nueva advocación a alguno de sus compañeros[1] . Considerémoslo por un momento para apreciar su valor. Será provechoso y nos servirá de gozo.
¿Qué se proponía el P. Chevalier con esta nueva advocación a la Santísima Virgen?
1. Agradecer y dar gloria a Dios por haber escogido a María entre todas las criaturas para formar en su seno y de su pura carne el adorable Corazón de Jesús.
2. Honrar de manera especial los sentimientos de amor, obediencia y respeto filial que Jesús albergó en su Corazón hacia su Madre.
3. Reconocer con un título especial que abarca todos los demás, el "poder" que El mismo le ha dado sobre su Corazón.
4. Encarecer a esta misma Virgen que sea Ella misma la que nos conduzca al Corazón de su Hijo; que nos abra los tesoros de gracia que contiene y nos sacie del agua que brota de esa sagrada fuente.
5. Reparar con y por Nuestra Señora del Sagrado Corazón las ofensas que recibe el Corazón de Jesús y consolarle en sus penas y amarguras por medio de una vida más edificante.
6. Confiar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón el éxito de todas las causas difíciles y desesperadas tanto en el orden espiritual como en el material.
Conceptos estos tan grandes que han hecho decir al Cardenal Pie, Obispo de Poitiers, que "esta invocación 'Nuestra Señora del Sagrado Corazón — rogad por nosotros', será una de las más bellas espigas de honor ofrecidas por nuestra veneración a la Madre de Dios"[2]
iGloria y alabanza le sean dadas por siempre a la Madre de Dios! Ella fue quien iluminó a su fiel servidor y le inspiró este título! En 1860 se colocó por encima del altar que le fue dedicado una hermosísima vidriera representando a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Más tarde el P. Chevalier hizo imprimir una reproducción de esta vidriera; reproducción que apenas empezó a ser conocida, empezó a ser solicitada de todas partes. Diariamente se recibían numerosas cartas en las que se nos decía: "Padre, ruego me envíe a la mayor brevedad cien, quinientas, mil estampas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón; aquí todo el mundo las solicita".
Algunas cartas contenían relatos emocionantes de favores desesperados obtenidos por intercesión de Ntra. Sra. del S.C. Otros pedían ser inscritos en la Cofradía que suponían existir establecida con este título...
El Padre aún no había escrito nada, nada había publicado, y ya Ella era conocida y amada hasta en las comarcas más apartadas. La pequeña estampa, con un lenguaje más elocuente que el de los hombres hablaba a las almas del maravilloso poder, de la infinita bondad, de la ternura de quien ha sido llamada Conquistadora de corazones —"raptrix cordium"—. Todo parecía que los ángeles se encargaban de anunciar al universo la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
El P. Fundador y sus compañeros, admirados ante semejante maravilla, se decían con el corazón esponjado de gozo: "Ciertamente estamos palpando la complacencia de nuestra Madre al ver honrado su poder inefable sobre el Corazón de Jesús.
Urgía preparar por escrito un pequeño estudio sobre la doctrina que, según la mentalidad del P. Chevalier, contenía la invocación "Nuestra Señora del S.C. —rogad por nosotros". Entonces uno de nosotros[3] redactó en unas cuartillas lo que el Padre nos había expuesto; y, con su aprobación, se hicieron copias. El mismo que las había redactado tuvo que ir a Puy-en-Valey y aprovechó la ocasión para hacer una visita al P. Ramière, Director del "Apostolado de la Oración" y del "Mensajero del C. de J.". Al percatarse del interés con que el P. Ramière prestaba atención a su exposición, le ofreció una estampa que él aceptó encantado.
— "Tienen algo escrito o publicado sobre Nuestra Señora del S.C.? —le preguntó el Director.
— De momento no hemos impreso nada, pero tengo aquí copias de algunas cuartillas escritas sobre este tema —le contestó el visitante sacando de su portafolios el modesto manuscrito.
El P. Ramière les dio un vistazo con gran atención y le dijo:
— Déjeme estas cuartillas para El Mensajero; estoy seguro que llamarán la atención.
— Imposible, Padre; lo siento porque no me pertenecen. Lo que puedo hacer es comunicar su deseo a mi Superior y estoy seguro que él se pondrá en comunicación con Vd.
Así se hizo.
Entonces se dio cuenta el P. Chevalier que no debía confiar a otros la tarea de tal publicación, y se puso de inmediato a componer un opúsculo que llevaba por título "Nuestra Señora del Sagrado Corazón", por el P. Julio Chevalier, misionero apostólico del Sagrado Corazón". Fue su primera obra. Apareció en noviembre de 1862 con la aprobación y recomendación del Príncipe de La Tour d'Auvergne, entonces Arzobispo de Bourges.
Más de cuarenta Arzobispos y Obispos de Francia y de los países vecinos a quienes se había hecho llegar aquel opúsculo, aprobaron la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón[4] .
El Mensajero del Corazón de Jesús publicó el opúsculo en su número de Mayo de 1863 al tiempo que enviaba a sus suscriptores la estampa de nuestra Madre.
Fue un consuelo para el Padre Fundador que veía realizarse su deseo ferviente de hacer honrar a la Santísima Virgen con un título especial.
[1] "Poder de Nuestra Señora del Sagrado Corazón probado por los hechos", por el P. Julio Chevalier
[2] 1. Discurso pronunciado en la Basílica con ocasión de la Coronación de la Imagen de Ntra. Sra. del S.C., el 8 de septiembre de 1869.
[3] . El mismo Padre Piperon
[4] . La lista de estas aprobaciones consta en el volumen del P. Chevalier "NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZON, libro IV, cap. 1ero. Esta obrita debida al tesón del Padre durante largos años, ha dado como resultado el grueso volumen citado, sin cambiar el título.