Julio Chevalier, Fundador y Primer Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón (Notas biográficas del P. Piperon MSC)
Capítulo XI
LA PARROQUIA DE ISSOUDUN
EL ARCIPRESTE
SUS OBRAS
En 1872 la Parroquia de Issoudun se encontraba vacante. Por diversas razones importantes el Arzobispo de Bourges deseaba confiarla a los Misioneros. Por su parte el Padre tenía la convicción de que, si pudiera ser atendida por la Congregación, sería sumamente ventajoso tanto para la Parroquia como para la misma Congregación: para la Parroquia porque, pese a la dedicación plena del párroco y sus dos coadjutores, el clero era insuficiente para el sagrado ministerio; para la Congregación porque encontraría en ella un medio muy oportuno para emplear en trabajos apostólicos a sus jóvenes religiosos.
El venerable Arzobispo, que seguía atentamente y con no poca preocupación los movimientos antirreligiosos que invadían toda Francia, les rogaba que aceptasen la dirección de la Parroquia como una protección de la Comunidad de Issoudun. Efectivamente, así ocurrió cuando las expulsiones de 1880.
Sin embargo sus planes se vieron entorpecidos por algo decepcionante que acarreó al P. Chevalier gran contrariedad. Convencido de que él debía dedicarse primordialmente a su Congregación naciente, no quería asumir personalmente el cargo de la administración parroquial. Había decidido encomendarla a uno de los Religiosos, pero éste, en cuanto se le hizo la más mínima insinuación rehusó de plano la propuesta alegando razones de conciencia que le impedían aceptar tan grave responsabilidad. No valieron ni los
ruegos ni los apremiantes motivos expuestos por el Padre para doblegar una voluntad tan obstinada.
¿Qué solución tendría que buscar el desconcertado Superior? Acudió a poner el incidente en conocimiento del Arzobispo que le aconsejó confiar en la ayuda de Dios para cumplir con el compromiso, y cargar él mismo con la nueva y pesada carga. Se sometió humildemente a la determinación del Arzobispo y quedó nombrado Arcipreste de Issoudun, con lo cual aumentaron considerablemente sus actividades ya de suyo excesivas. No obstante, lejos de sentirse abrumado, se entregó con infatigable denuedo a las ocupaciones de su sagrado ministerio. Sólo Dios sabe los afanes y desvelos apostólicos que llegó a desplegar por las almas que le habían sido confiadas. Cuarenta y ocho años tenía entonces. Hacía diez y nueve que vivía en aquella parroquia en la que había de terminar santamente su larga carrera. Nadie mejor que él podía conocer la parroquia que ahora le tenía como pastor; nadie por lo tanto como él podía disponer de los mejores medios de evangelización, ya que, además, como Superior, podía contar con la ayuda de una Comunidad para tan ardua tarea.
Su primera idea, diría mejor su primera decisión, fue la reconstrucción de una parte de la iglesia parroquial; obra desde tantos años deseada por la autoridad eclesiástica y por el grupo sano y razonable de la población. No fue suficiente para intimidarle una empresa erizada de dificultades que habían parecido insuperables a sus predecesores. Estudió y maduró durante algunos años el proyecto, y, cuando creyó llegado el momento, lo emprendió con valiente decisión y gran prudencia. Si no pudo consumar la completa realización de todos los planes que proyectaba, sería una flagrante injusticia hacer caer sobre él la culpa. Fácilmente habría logrado superar algunas dificultades si hubiera podido contar con una administración municipal perspicaz y solícita de los intereses comunales. Pero ya se había desatado la hora de la persecución religiosa que desoló y cubrió de ruinas nuestra infortunada patria. Los concejales de Issoudun, prestando oído más fácil a la pasión antirreligiosa que los del buen sentido, y la razón, se opusieron con mezquinos impedimentos al magnífico y grandioso proyecto de su Arcipreste. La fachada con sus dos torres no pudo construirse. Fuera de esta omisión, considerable desde el punto de vista de la estética de la población, el resto del edificio está terminado[1]' . Sus vastas proporciones, la armonía de todas sus partes, la pureza de líneas hacen de él un edificio religioso notable, admirablemente apropiado para las grandes solemnidades del culto católico.
Todo su desvelo fue la organización del ministerio parroquial, tal como lo había concebido. Considerando como uno de los deberes primordiales del pastor la instrucción religiosa de los niños, los dividió en secciones de acuerdo con la edad, aptitudes y necesidades, dejando encomendada cada sección a los coadjutores o a alguno de los Padres de la Comunidad. El mismo, a pesar de sus muchas ocupaciones, se preocupó de la catequesis a los niños, y perseveró en ello hasta su ancianidad. iQué maravillosa y tierna estampa la de aquel hombre de cabellos blancos, debilitado por el trabajo y las enfermedades, mezclado entre los niños, explicándoles los rudimentos de la fe cristiana! La enfermedad, sólo la enfermedad o alguna complicación imprevista, podían impedirle el cumplimiento de este gran deber de pastor.
Esta providencia produjo frutos excelentes. Más de una vez los Arzobispos de Bourges, llegados para administrar la Confirmación hubieron de felicitar a los Catequistas de Issoudun por los conocimientos religiosos de sus niños y por su comportamiento.
Multiplicar el número de catequistas era un verdadero progreso. Absolutamente convencido de que la regeneración de una parroquia debe comenzar por la formación cristiana de la infancia, sufría al ver a los niños de las escuelas situados en el lugar menos apto para poder prestar atención durante las ceremonias religiosas, por la absurda disposición de las dos partes de la iglesia. Para salir al paso de este grave inconveniente, decidió tener una misa especial para los niños, y por las tardes una breve función religiosa. Esta acertada innovación permitió poder colocar en primeras filas a los niños de las escuelas sin incomodar para nada a los feligreses habituales, y al mismo tiempo proporcionaba a los catequistas una magnífica ocasión para darles la conveniente enseñanza. Durante la misa, los niños entonaban cánticos, y por la tarde algunos salmos de las Vísperas de la Virgen, terminando con el Ave Maris Stella y el Magnificat. De esta manera los pequeños estaban piadosamente ocupados y se acostumbraban más fácilmente al respeto debido a los lugares sagrados.
Entre las cofradías establecidas en la parroquia, algunas de ellas estaban abandonadas casi por completo o se mantenían a duras penas por el grupito de costumbre de forma rutinaria, particularmente la del Santísimo Sacramento. Una cofradía del Santísimo, creada con el fin de honrar a Nuestro Señor en la Eucaristía,debía contribuir a dar en su honor una mayor solemnidad a las manifestaciones de fe. Así lo pensó. Para mejor lograrlo dividió a los miembros en dos secciones, hombres y mujeres. A los hombres correspondería llevar el palio en las procesiones y formar la guardia de honor a su alrededor con cirios que proporcionaría el tesorero. A las mujeres correspondía confeccionar los paños y ornamentos, y su cuidado. La tesorera podía disponer de fondos con este fin. Cada grupo tenía su presidente o presidenta, y su reglamento particular y sus reuniones, independientemente. Para todos los demás deberes los cofrades se regían por los mismos estatutos y bajo la dirección espiritual de uno de los coadjutores. Así llegó a ser esplendorosa la cofradía. En poco tiempo el grupo más selecto de cristianos de la parroquia se honraba de alinearse bajo la bandera del Santísimo Sacramento. Por medio de esta nueva organización, la cofradía prestó verdaderos servicios a la parroquia: los hombres asistiendo con regularidad a las procesiones agrupados alrededor del palio con mucha compostura, contribuían a dar esplendor a aquellas solemnidades. Por su parte las mujeres, renovaron con sus primorosos trabajos, en poco tiempo, las ropas y ornamentos sagrados.
Cuando el Padre tomó posesión de la parroquia, la sacristía estaba en un estado de absoluta depauperación; apenas había lo más absolutamente indispensable; el desastrado estado de los paños de altar, de los ornamentos y demás objetos de culto los hacían prácticamente inservibles; y sin embargo, al poco tiempo, y merced a la diligencia y actividad de las "operarias del Smo. Sacramento", puesta a competir con las sacristías de las iglesias mayores y más ricas de la diócesis, no quedaría en último lugar. De esta manera el venerable Arcipreste proporcionó a la parroquia de Issoudun una amplia iglesia, una sacristía renovada y cuanto podía contribuir al esplendor del culto divino.
Los Coadjutores, aumentados en número, compartieron las intensas actividades. Cada uno de ellos tenía asignada una actividad bien concreta de acuerdo con sus aptitudes,y se dedicaban a ella con tesón. Por eso, ya que participaban en los trabajos, son dignos de participar también en el honor y en los elogios.
El P. Chevalier, conocedor de las necesidades de la parroquia, no concentraba sus esfuerzos exclusivamente en algunas actividades, sino que se entregaba a cuantas podían contribuir al bien de los feligreses. Obra existente que funcionara con regularidad, no desperdiciaba detalle que pudiera servir para mantenerla o desarrollarla más aún. Así ocurrió con el Rosario, al cargo del cual se puso a uno de sus coadjutores. Si se presentaba una circunstancia favorable para poner en marcha otras obras, se lanzaba para promocionarlas sobre bases sólidas. Así ocurrió con las Conferencias de S. Vicente de Paúl para las visitas a las familias pobres; con la Obra de Damas de la Caridad con el Ropero de los pobres, etc.
En vista de la enorme cantidad de muchachas de servicio que perseveraban difícilmente en la observancia de sus deberes religiosos, fundó la Asociación de Empleadas de Hogar bajo el patrocinio de Santa Blandina. Se encargaron de ellas las Hijas de San Vicente de Paúl. El Vicario-Director las convocaba mensualmente a unaMisa en la que les dirigía una plática, y anualmente en el tiempo de Pascua, tenían un Retiro con el fin de renovar su fervor y prepararlas para la comunión pascual.
Cada año se organizaba un retiro que daba el mismo Padre o alguno de los Vicarios por separado a las jóvenes, a las madres de familia y a los hombres. Las últimas semanas de Cuaresma estaban dedicadas a este ministerio que producía frutos verdaderamente gratificantes. Cada tanda de Ejercicios terminaba con una Comunión General.
A las predicaciones de los Retiros anuales, hay que añadir las homilías de los domingos, las pláticas mensuales a los miembros de las distintas Asociaciones, a las Madres Cristianas, a los miembros de la Asociación del Smo. Sacramento y del Santo Rosario; la alocución de los jueves durante la Misa de la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sagrado Corazón; los Ejercicios preparatorios para las cuatro grandes Fiestas de la Congregación; los sermones de los tiempos fuertes de Adviento y Cuaresma; los del mes de María y del Sagrado Corazón; las instrucciones a los niños de las dos secciones de perseverancia, a los y las jóvenes; además de los sermones
de circunstancias que sucedían varias veces al año. Todo ello significa la preocupación del P. Chevalier por la instrucción religiosa de sus feligreses. ¿Será fácil encontrar parroquias en que la semilla de la palabra de Dios haya sido más abundante? Posiblemente. En cualquier caso pocas tan favorecidas en este sentido como la deIssoudun.
Ciertamente, entre los miembros de la Congregación encontró valiosos colaboradores para estos menesteres, pero también solía traer predicadores seculares o religiosos para las predicaciones de Cuaresma, para el mes de María o para otras ocasiones. También organizó una magna misión en la parroquia en 1887.
A todas estas obras pastorales, habría que añadir la obra de Catequistas voluntarios que el Padre había logrado formar después de largos años de ensayo. Aún funciona admirablemente gracias a los desvelos de las Damas que la componen. Estaba ya él en su lecho de muerte cuando la hizo erigir canónicamente en Cofradía adscrita a la Archicofradía del mismo nombre establecida en París.
Aún habría que citar las Escuelas Cristianas para niños y niñas; los Patronatos para jóvenes; la Obra de los Militares; que tenían su capilla y sus oficios particulares cada domingo, amén de un Retiro anual; la de la Buena Prensa; la publicación de un Boletín parroquial; la fundación de una casa de Religiosas veladoras de enfermos, consagradas exclusivamente al servicio gratuito de los pobres...
Así fue el P. Chevalier en el ejercicio de su ministerio parroquial en una población en que la mayor parte había sido sistemáticamente hostil a las prácticas religiosas.
[1] Pueden encontrarse interesantes detalles sobre la reconstrucción de la iglesia de St. Cyr en "Historia religiosa de issoudun", con numerosos grabados que ilustran el texto. Cap. IX.