Julio Chevalier, Fundador y Primer Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón (Notas biográficas del P. Piperon MSC)
Capítulo XIV
CONSECUENCIAS DE LAS EXPULSIONES
LOS CAMINOS DE DIOS
LAS MISIONES
Las persecuciones religiosas producen los mismos efectos que los demás azotes que asolan la tierra; su paso siembra ruina y destrucción, y el hombre, víctima de sus desastres, necesita una excepcional energía y un indomable valor para reemprender y continuar sus empresas aniquiladas o gravemente sacudidas por el azote.
Hubo un día en que el P. Chevalier, después de veinticinco años de incesantes trabajos sembrados de dolorosos sacrificios, en el momento en que todo parecía presagiar una era de prosperidad para su obra, vio su amada Congregación amenazada de aniquilación por la tormenta revolucionaria. Sus religiosos brutalmente expulsados de sus Comunidades por inicuos decretos, erraban por los caminos del destierro. Hemos visto cómo previsoramente había tomado todas las medidas a su alcance para asegurarles a todos un refugio en la tempestad, pero ¿quién acudiría en su ayuda en tierra extranjera?, ¿quién les proporcionaría los recursos necesarios para su subsistencia y sus necesidades de cada día? ¿Tenía acaso reservas para afrontar al menos los gastos más urgentes? Y el futuro?, ¿qué esperanzas había para el futuro?
Angustiosas preguntas para un padre separado de su familia amenazada por el peligro. iQué tormento, qué dolorosa inquietud estos sentimientos que brotan espontáneos en el corazón! Y sin embargo, debo confesar que nunca pudimos sorprender en sus labios la más mínima palabra que reflejara una duda sobre el porvenir. El había fundamentado su Congregación sobre la confianza en Aquel que proporciona a las aves del cielo el grano que necesitan y la hierba del campo el rocío necesario para crecer, y nunca, desde primer momento, se había sentido abandonado de la Divina Providencia. Habría temido parecer ingrato hacia ella si no hubiera puesto en práctica la palabra del Señor a sus Apóstoles: "No os inquietéis por lo que hayáis de comer para conservar la vida, ni por vestidos con que hayáis de cubrir vuestro cuerpo... vuestro Padre e está en los cielos sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas". Y su admirable confianza no fue defraudada.
Pero, aunque se entregaba a sí mismo y a sus compañeros en manos de la Providencia, no olvidaba que la precaución debe ser una de las cualidades del Superior prudente y que esa virtud puede muy bien asociarse con el santo abandono en las manos del Padre e está en los cielos.
Veamos al prudente Fundador:
Antes de comenzar las expulsiones, la Congregación contaba siete casas: dos en Issoudun: la casa madre que atendía la Basílica, y la casa parroquial en que residía el Arcipreste con sus vicarios; después Chezal-Benoît, Saint Gerand-le-Puy y Arles-en-Provence ; y por último la casa de Roma y la de Watertown en los Estados Unidos. Esta última, comenzada en 1877, tenía entonces muy poca importancia.
En Francia la persecución acababa de clausurar cuatro de estas casas; solamente se había librado la casa parroquial de Issoudun. Con esta pérdida a la vista, el P. Fundador decidió compensarla en cuanto fuera posible con fundaciones en los países vecinos. Con ellos aseguraría una situación estable y empleo fijo a aquellos religiosos que carecían de él desde la expulsión. Por otro lado, eran de temer nuevas calamidades de parte de los enemigos de la religión cuya fobia no cede nunca. Algunas fundaciones fuera de Francia prepararían un nuevo campo de trabajo al celo de los Misioneros, y, en caso de necesidad, les ofrecerían casas de refugio. Esta era su idea. Este y otros motivos le decidieron a intentar una residencia en España y otra en Inglaterra. La empresa no estaba exenta de dificultades, pero no acobardaron al decidido Fundador. Así fue como desde finales de 1880, en plena persecución, daba los primeros pasos para las fundaciones de España e Inglaterra que constituyeron una gran ayuda cuando entró en vigor en 1901 la ley contra las Congregaciones Religiosas.
Cuando el Padre estaba metido de lleno en el empeño de reparar los destrozos que la persecución había causado en su Congregación, la Providencia proporcionaba a su espíritu de apóstol un gran consuelo. Entre las obras a las que quería dedicar a sus religiosos, una, quizá la más acariciada, era la de la evangelización de infieles, como constaba en las Constituciones (Cap. 2do., art. 2do.): "Nuestra pequeña Sociedad se propone también la extensión de la fe entre infieles. Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús". Con toda el alma nos exhortaba a "estar preparados, según la medida de nuestras fuerzas, a ejercer toda clase de ministerios en cualquier lugar del mundo, según la voluntad del Soberano Pontífice y del Superior General". Y para que nadie ignorara las virtudes y sacrificios que exige, añadía: "Para poder cumplir con éxito las exigencias de estas misiones es imprescindible que los candidatos sean firmes en la virtud, que gocen de una invencible fortaleza de ánimo y que estén inquebrantablemente enraizados y fundamentados en su vocación. Que estén dispuestos a todo sufrimiento por el Sagrado Corazón y por la salvación de las almas, y a aceptar el hambre, la sed, la pobreza, los peligros, las persecuciones e incluso la muerte si fuera necesario" (Constituciones).
Heroicas disposiciones que requieren una profunda virtud. Pero el apóstol llamado por Dios a este sublime ministerio, las encuentra en su alma dispuestas por el Espíritu Santo, y, si responde fielmente a su vocación, llegan a desarrollarse en él hasta ser la admiración de los ángeles y de los hombres. Leyendo relatos emocionantes de las misiones llega uno a convencerse de ello.
Al trazar con rasgos tan enérgicos el retrato del apóstol entre infieles, el Padre no hace más que desvelar sus propios sentimientos sobre lo que son las misiones, y al mismo tiempo su ardiente deseo de ver a su Congregación dedicada a este apostolado. Que no se olvide: como hemos dejado ya dicho, nuestras Constituciones fueron escritas en los comienzos de nuestra Sociedad, y presentadas a la aprobación de la Congregación de Obispos y Regulares en los comienzos de 1869, es decir, casi 12 años antes de que los inmensos Vicariatos de Melanesia y Micronesia fuesen confiados a nuestra pequeña Sociedad.
A finales de marzo de 1881, algunos meses después del cierre de nuestras casas de Francia por la persecución, el Padre recibía una carta de Roma, escrita en nombre del Sumo Pontífice y firmada por el Cardenal Simeoni, Prefecto de Propaganda, concebida en estos términos:
Roma, 25 de marzo de 1881
"Muy Reverendo Padre:
Desde hace varios años el Vicariato de Nueva Guinea está vacante, a falta de una Congregación Religiosa que quiera hacerse cargo de él.
La Santa Sede que tiene el más vivo interés por aquel importante territorio en el que no existe ninguna misión católica, mientras que los pastores protestantes están sembrando el error, y, conociendo el espíritu que anima a vuestra Paternidad y a los miembros de vuestra Congregación por la propagación de nuestra santa Religión, vería con gran placer que los Misioneros del Sagrado Corazón se encargaran de evangelizar aquel inmenso campo. No le oculto que para realizar este proyecto serán necesarios tiempo y paciencia.
Por el momento se trataría solamente de enviar algunos Sacerdotes de vuestra Congregación que, al mismo tiempo que atiendan espiritualmente a los católicos que integran la Colonia de Nueva Francia, establecida allá, puedan buscar el medio de fundar una Misión y cuidarse del vicariato que, como digo, está vacante desde hace tiempo.
Tengo la segura confianza de que Vuestra Paternidad aceptará gustoso la propuesta que esta carta contiene, etc."
El P. Fundador acogió con gozo la propuesta del Eminentísimo Cardenal, ya que respondía perfectamente a los pensamientos y esperanzas elaboradas durante largos años. iQué laboriosa y abrumadora tarea se ofrecía a una Congregación tan débil aún y precisamente en el momento en que estaba siendo tan duramente castigada por la persecución! ¿No sería una imperdonable temeridad aceptar semejante misión que otras Congregaciones más fuertes y numerosas que la nuestra habían tenido que abandonar?
Estas y otras reflexiones causaban una profunda impresión a los compañeros del P. Chevalier. Sin embargo, con gusto se habría enrolado él mismo en la llamada de la Santa Sede, convencido de que esta llamada venía de Dios mismo, y que, a pesar de la penuria de los elementos de que quería servirse, su divina sabiduría sabrárealizarla. No obstante, por condescendencia con el parecer de algunos de sus consejeros, encargó a uno de ellos redactar en su nombre una respuesta a la carta del Eminentísimo Cardenal, en la que le diera a conocer la situación de la Sociedad y la escasez de personal para la obra que se le proponía, añadiendo que acataría decisión del Cardenal para tomar una decisión.
A vuelta de correo, el Cardenal Simeoni respondía que debíamos acatar la expresa voluntad del Santo Padre.
Con esta carta quedaba disipada toda duda. El parecer unánime; no es cosa de cuestionar la voluntad del Papa, sino simplemente de obedecer. Aunque perezca la Congregación.
El 16 de abril, el Padre expresaba su aceptación al Eminentísimo Cardenal. Los términos de su carta reflejan nítida y claramente] las habituales disposiciones y el estado de ánimo del Padre. Por hermosa y por edificante, no puedo menos de transcribirla. Dice así:
"Eminentísimo Cardenal:
La propuesta que la Santa Sede se digna hacernos por mediación de vuestra Eminencia, nos honra en la misma medida que nos abruma. Lejos estábamos de pensar que Su Santidad pondría los ojos en los humildes Misioneros del Sagrado Corazón para confiarles una misión de tal envergadura. Sin género de duda, la empresa de la evangelización de Nueva Guinea y los archipiélagos adyacentes está muy por encima de nuestras fuerzas. Las costumbres de los indígenas, su condición salvaje, sus lenguas difíciles, el clima de la zona tórrida,... todo en definitiva nos hace prever un apostolado de los más laboriosos.
La carta oficial que Vuestra Eminencia me ha concedido honor de escribirme para transmitirme el deseo del Santo Padre está fechada el 25 de marzo. Esta fecha tiene un profundo significado: es el día escogido por el cielo para anunciar la noticia de la salvación por medio de la Encarnación del Verbo. Es también el día escogido por León XIII para encomendarnos p medio de su fiel mensajero, la misión de Melanesia.
Al igual que María, nosotros hemos manifestado nuestra evidente pequeñez y nuestras legítimas inquietudes; y puesto que, pese a nuestros sinceros temores, Eminencia, se nos dice como el Ángel: "No temáis, aceptad el ofrecimiento que se os hace, el Espíritu de Dios estará con vosotros y la virtud del Altísimo os cubrirá con su sombra", nosotros nos inclinamos respetuosamente y nuestra humilde Congregación responde con la Virgen de Nazareth: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra". Y con San Pedro: "En tu nombre echaré la red".
El 14 de mayo, el Eminentísimo Cardenal, en nombre del Papa y en el suyo propio, felicitaba al P. Chevalier por su generosa aceptación, y añadía: "Por el momento bastará que vayan al Vicariato algunos Misioneros".
Pero ese Vicariato para el que el Santo Padre pedía "algunos misioneros", ¿qué era, dónde estaba, cuáles eran sus límites, cuáles sus características?
Encontramos la respuesta en los Anales del mes de agosto de 1874. Nada mejor que transcribirla:
"Mientras nuestra pequeña Sociedad se fundaba en Issoudun con la firme decisión de reclamar, en su momento oportuno, su parte en el combate que la Iglesia mantiene constantemente contra las tinieblas y la corrupción del paganismo, en Oceanía dos inmensos vicariatos acababan de perder a los valientes Misioneros que les llevaban la luz de la fe y privilegio de la Religión a causa de la crueldad de los salvajes, y toda la gama de dificultades que presentan sus inhóspitas costas. El demonio quedaba dueño y señor del campo de batalla. iY qué campo de batalla!... Mil quinientas leguas de largo por trescientas cincuenta de ancho el Vicariato de Micronesia; ochocientas de largo por trescientas de ancho el de Melanesia. Seiscientas islas separadas unas de otras por enormes distancias".
Este era el campo que la Congregación MSC estaba llamada a roturar y sembrar. Para afrontar esta enorme tarea que habría necesitado legiones de apóstoles, solamente podía disponer de tres Sacerdotes:
El P. José-Fernando Durin, superior de toda la Misión, que, con la salud completamente agotada a causa de las duras fatigas viaje y sobre todo por los calores asfixiantes de aquellas tierras, tuvo que regresar a Europa sin haber podido siquiera abordar Misión.
El P. Luís-Andrés Navarre, que llegó a ser el primer Vicario Apostólico de Nueva Guinea.
Y el P. Teófilo Cramaille, el primer sacerdote salido de la Pequeña Obra, muerto el 22 de septiembre de 1896 en el Mar Rojo cuando regresaba a Francia para recuperar las fuerzas exhaustas después de quince largos años de privaciones y trabajos apostólico.
Estos son los tres apóstoles que salieron acompañados de Hermanos Coadjutores. Al bendecir la expedición, León XIII había dicho al Superior postrado a sus pies: "Id sin temor, es la Iglesia quien os envía. Dios bendecirá vuestra entrega".
Confortados con la bendición del Santo Padre, enteramente confiados en sus promesas, marcharán "sin temor". Nada podía debilitar su enardecimiento por la salvación de las almas que Iglesia les confía. Han de ser incontables las privaciones y los sufrimientos; se multiplicarán bajo sus pies los peligros; volverán a nacer los obstáculos vencidos... Ellos emprenderán sin desfallecimiento ni desánimo, por amor de Dios y bajo su mirada, la obra que les ha sido encomendada.
El 1 de septiembre de 1881 habían embarcado cinco rumbo las tierras en que debían empezar su apostolado. Tres, iay!, tres solamente pudieron llegar a destino. Ya queda dicho: la enfermedad había arruinado totalmente la salud del Superior, y uno de Hermanos le había acompañado para cuidarle en el viaje de regreso.
iTres para emprender la conquista de todo un mundo! ¿Qué podían hacer? Pregunta inútil que no preocupa en modo alguno a nuestros intrépidos apóstoles. Al abordar aquella tierra inhóspita su primer pensamiento fue de gratitud. Entonan el Magnificat-acción de gracias.
Trece meses habían necesitado, a través de los océanos, para llegar al final del viaje. Un viaje que comenzó el 1 de septiembre de 1881 para desembarcar el 29 del mismo mes, en 1882.
El 3 de octubre el P. Navarre escribía al P. Chevalier para dar cuenta de su llegada. Su carta comienza por estas expresivas palabras: " i Al fin hemos llegado!". Siguen detalles del viaje de Sydney a Beridni, Blanca Bahía, Nueva Bretaña; y después añade:
"El estandarte del Sagrado Corazón de Jesús bendecido por León XIII antes de nuestra partida, ondea al fin en esta tierra de Papua. Hemos tomado posesión de estas tierras bárbaras en nombre del Corazón de Jesús que quiere reinar por amor sobre estos pobres salvajes; en nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, la protectora de los abandonados, y en nombre de la Santa Sede que nos ha confiado esta Misión".
En el pulso de la mano que escribe estas líneas de tan modesta redacción, se percibe el pálpito del corazón del apóstol, radiante entusiasmo por entregarse a su labor. Al poner pie en tierra patria no tiene otra ambición que someter a todos sus habitantes al yugo suave del Salvador para hacer de ellos hijos de Dios y de la Iglesia.
Desde entonces ha pasado un cuarto de siglo. ¿Qué ha sido de obra de aquellos 3 Misioneros en estos 25 años?
En la actualidad, en 1908, nos encontramos con cuatro florecientes Vicariatos Apostólicos, tres de ellos regidos por Obispos y otro por un Superior. Cada uno de estos vicariatos comprende numerosas estaciones confiadas a Misioneros Sacerdotes, ayudados por Hermanos Coadjutores, Catequistas indígenas, y en algunos lugares Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón para las Escuelas de Niñas, enfermos y promoción de la mujer. Queda una inmensa Prefectura Apostólica organizada en la misma línea, para la que sin tardar mucho, esperamos que el Papa nombrará un Vicario Apostólico.
La bendición del Papa ha hecho fecunda esta tierra estéril; su palabra se ha hecho realidad: "Dios ha bendecido los desvelos de los apóstoles". Ellos, por su parte, han colaborado con sus trabajos y sufrimientos, y el Corazón de Jesús ha derramado sobre aquellas tierras desoladas los tesoros de su infinita misericordia.