Julio Chevalier, Fundador y Primer Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón (Notas biográficas del P. Piperon MSC)
Capítulo XVIII
EL P. CHEVALIER VUELVE A SUS OCUPACIONES
SU TESTAMENTO ESPIRITUAL
VENTA DE LA BASÍLICA Y DE LA PROPIEDAD DEL S.C. DE ISSOUDUN
DELICADA ATENCIÓN
Cuando San Martín, el glorioso apóstol de las Galias, se acercaba a la hora de su muerte, dirigía al Señor esta oración: "Señor, si soy aún necesario a tu pueblo, no rehusó el trabajo". Y la Iglesia en su Oficio le proclama "hombre inefable que, no habiendo podido ser vencido por el trabajo, tampoco debía serlo por la muerte; no la temió, pero tampoco rehusó prolongar su destierro en esta vida por amor a su pueblo".
Aun sin pretender temerariamente comparar a nuestro Padre con el Santo Obispo, permítaseme expresar el paralelismo que bajo algunos aspectos encuentro en las disposiciones de corazón de estos dos apóstoles.
El P. Chevalier, como hemos visto, había aceptado la muerte con generosa y humilde sumisión a la voluntad de Dios. Esperaba su última hora en perfecta paz y placidez. No deseaba la muerte, no rehusaba vivir, sino que había puesto toda su confianza en el Corazón de Jesús en perfecto abandono a su bondad misericordiosa.
Sin embargo sus discípulos, como los de San Martín, deseaban retener aún entre ellos a su Padre amado; oraban con fervor en unión con los miembros de la Archicofradía implorando a Mons. Verius la obtención de este favor. Les fue concedido.
¿Qué hará en adelante el venerable octogenario?
Sencillamente reemprende sus habituales ocupaciones, convencido de que, si el Corazón de Jesús ha prolongado sus días, es que quiere que los ponga a su servicio por el bien de las almas que le están confiadas. La vida del sacerdote, como la del apóstol, pertenece sin reserva a Aquel que le ha llamado a tan sublime servicio. Nuestro Padre está bien consciente de ello: éste ha sido su único móvil y única directriz de su vida. Seguirá siendo fiel hasta el fin. Por eso le vamos a encontrar siempre, igual que hasta ahora, codicioso de su tiempo, preocupado por no desperdiciar la más mínima parte para emplearlo todo, absolutamente todo a gloria del Señor en el cumplimiento de su voluntad.
Desde que recobró sus fuerzas, su principal preocupación fue recopilar y redactar los consejos que al morir deseaba dejar a sus religiosos como un legado santo. Se puede decir con toda propiedad que los había meditado en presencia de la muerte y a la luz de la eternidad en los días de prolongada agonía, de la que la misericordiosa mano de Dios le había retirado. Este documento, precioso testimonio de su amor paternal y profunda solicitud por su familia religiosa, lo tituló "Testamento espiritual a los miembros de la Congregación MSC". Sus páginas contienen en efecto los apremiantes deseos y la última voluntad que el Padre solícito ha dejado a sus hijos. Son un testimonio de las disposiciones y puros sentimientos que llenaban su corazón. Para edificación del lector y al mismo tiempo para mejor conocimiento del estado de ánimo y de las virtudes del Padre, he aquí algunos párrafos:
"A pesar de mi indignidad, Dios ha querido servirse de mí como de un vil instrumento para fundar la pequeña Sociedad de MSC. He recibido en abundancia las más preciosas gracias, pero, desgraciadamente, no las he aprovechado como debiera. Por otra parte, en penitencia, el Señor ha permitido que fuese blanco de las más terribles pruebas...
Perdono de corazón a los que más o menos conscientemente han sido la causa.
Hoy todos mis hermanos parecen animados de los mejores sentimientos, y nuestra pequeña Sociedad continúa su misión con piedad, celo y abnegación. La persecución, lejos de debilitarla, la ha vigorizado en espíritu religioso. Los miembros han salido al destierro con resignación y perfecta conformidad con la voluntad de Dios. iSean mil Veces benditos!
iQué perfume de sencilla humildad y de cordial caridad exhala este preámbulo! El venerable anciano, lejos de ampararse en la multitud de razones merecedoras de la gratitud de sus hijos por los que tantos trabajos hubo de soportar durante cincuenta años; lejos de gloriarse de sus talentos y gracias, confiesa su indignidad, manifiesta sus imperfecciones, perdona a los que pusieron trabas a sus obras, y después, regocijándose de las excelentes disposiciones de sus hermanos, les atribuye todo el mérito de la Congregación.
Pero, como Padre que es, debe a sus hijos espirituales la enseñanza de su prolongada experiencia. Por eso añade:
"Permítanme los miembros de nuestro amado Instituto, que tan hermoso porvenir promete si se mantienen en el fervor y la vida regular, darles, después de una larga experiencia de cincuenta años, unos consejos que podrán serles útiles".
Nuestro Padre clasificó estos consejos en tres partes: unos van dirigidos a todos los miembros de la Congregación; otros a los Superiores mayores; y los últimos a los miembros del Capítulo anunciado para 1905.
Los consejos de su testamento espiritual dirigidos a todos los religiosos están compendiados en seis puntos:
El 1ro. se refiere a la caridad fraterna, la unión afectiva de todos los miembros de la Congregación cuyos lazos quisiera siempre unidos. ¿No es éste precisamente el mandato del Señor dado a los apóstoles la víspera de su muerte: "éste es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros"? (Jn XV, 12). iEsa es la sabrosa y santa unión que produce el atractivo y el poder de las congregaciones religiosas!
Recomienda en 2do. lugar una inviolable observancia de las reglas y Constituciones, a pesar de la resistencia de la naturaleza.
El 3ro. se refiere a la obediencia "que es el alma de la vida religiosa y la seguridad del individuo".
En el 4to. recuerda a sus religiosos la obligación de moderar las relaciones con la gente del mundo según los deberes del ministerio pastoral y los de la caridad; y añade algunas reglas de prudencia cristiana.
El 5to. trata del espíritu de pobreza que quisiera hacer amar y practicar a sus hermanos en la Congregación.
El 6to. es una exhortación a prevenirse contra las doctrinas condenadas por Pío X con el nombre de modernismo. Dejémosle a él mismo exponer su pensamiento, teniendo presente que su testamento lleva la fecha del 25 de diciembre de 1904, y por lo tanto, no habiendo podido conocer en sus postrimerías la condenación de aquellos funestos errores, se comprenderá mejor su clarividencia y su adhesión a las doctrinas ortodoxas[1].
He aquí el sexto consejo en toda su extensión:
"Aléjense todos nuestros religiosos de las doctrinas atrevidas, de ese neo-cristianismo que intenta conciliar el error con la verdad bajo el pretexto de llevar las almas a Dios. Profundo error que conduce al protestantismo.
Guárdense también de esas modernas y fatuas interpretaciones de la Sagrada Escritura que restringen su inspiración y tienden a destruir su autoridad divina.
Aténganse siempre a las enseñanzas de la Iglesia; con ellas están seguros de permanecer en la verdad.
En las controversias pónganse siempre y decididamente de parte del Papa; su palabra es la de Jesucristo, a quien representa en la tierra. Es nuestro Superior y nuestro guía. Le debemos obediencia en todo, y defender su autoridad por encima de todo".
Así fueron siempre las disposiciones de nuestro Padre; así de claras las había expresado desde el principio en las Constituciones, y jamás se apartó de ellas. Nada esperaba tanto de sus religiosos como la humildad y absoluta sumisión a las normas y disposiciones de la Santa Sede. Para él, el más mínimo deseo del Vicario de Cristo era acogido con el mismo amor que si fuera del mismo Cristo. Amaba a la Iglesia y a su Cabeza como amaba al Corazón de Jesús, porque amar a la Iglesia, esposa inmaculada de Cristo, adquirida a precio de sangre, es amar a este Corazón.
Después de los prudentes y sabios consejos a los Superiores de la Congregación, el Padre termina su testamento con un nuevo acto de humildad en que se revelan las disposiciones de su alma en aquella hora solemne, y el profundo afecto por los que él llama "sus queridísimos hermanos", cuando en verdad, más que hermanos, son discípulos e hijos suyos. Sus últimas palabras, encierran, dentro de su sencillez, la más elocuente lección de virtud:
"Antes de terminar, mis queridos hermanos, en el transcurso de mi larga dirección no he estado exento de faltas y sin haber dado a algunos ocasión de descontento, quejas o murmuraciones. Al tiempo de entregar mi alma a Dios y comparecer ante el Supremo Juez. os pido me perdonéis y me encomendéis al Señor. Deseo hacer público aquí que en todo he buscado la gloria del Sagrado Corazón y el bien de nuestra Sociedad y de sus miembros.
He podido hacerme ilusiones en más de una circunstancia y haber suscitado reproches contra mí y mi gestión. Confieso humildemente que no estaba a la altura de la misión que se me confiaba. El abuso de la gracia y mis muchos pecados han paralizado a menudo la acción de la Divina Providencia.
Estoy seguro de haber escandalizado y dado mal ejemplo, os pido humildemente perdón, y ruego una vez más a todos mis hermanos me perdonen y rueguen al Señor tenga misericordia de mí, y, a pesar de mi indignidad, se digne admitirme un día en el cielo.
Agradezco sinceramente a mis hermanos el afecto que siempre me han manifestado, su preciosa ayuda, su adhesión a la Sociedad y su abnegación por mí y por nuestras obras. Es un gran consuelo que llevo conmigo a la tumba. Desde el cielo, si un día tengo la dicha de poseerlo, os bendeciré incesantemente, y pediré al Sagrado Corazón y a Nuestra Señora os protejan siempre".
Antes de cerrar su testamento, el venerado Fundador, volviendo la vista paternalmente sobre las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, fundadas también por él, añade:
"Dejo en herencia a los MSC las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, tan buenas y tan abnegadas. Hemos tenido la misma cuna; como nosotros, también ellas han salido del Corazón de Jesús por la poderosa intercesión de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Las pongo bajo su protección. Pido defiendan sus intereses, las sirvan de Padres, guíenlas, protéjanlas y préstenles cuantos servicios estén a su alcance conforme a las leyes de la Santa Iglesia".
JULIO CHEVALIER Issoudun, 25 de Dic. 1904.
Junto con este testamento, el P. Chevalier redactó otros dos: uno destinado a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y otro a sus feligreses a cuyo servicio estuvo dedicado durante 34 años con una entrega por encima de todo elogio.
Los años 1905 y 1906 fueron relativamente buenos para su salud. No obstante, aunque el venerable octogenario conservaba íntegras sus facultades mentales, sus fuerzas físicas habían quedado muy quebrantadas a causa del peso de los años y como consecuencia de los sufrimientos. Siguió dedicándose a las funciones pastorales en cuanto sus achaques se lo permitían. Lo mismo que en tiempos anteriores, había empezado de nuevo sus predicaciones dominicales, claras, sencillas y prácticas, escuchadas con gusto por sus feligreses. Su voz, firme aún, y agradable, impresionaba vivamente a sus oyentes. Al escucharle, era fácil olvidar su edad y sus achaques. Los ratos que no podía dedicarse al ministerio pastoral, los empleaba en revisar las obras editadas por él.
El invierno de 1906-1907, el último de su vida, fue especialmente doloroso. Sus doloridas piernas rehusaban prestarle servicio. Se le había declarado una dolencia en la médula espinal. Apenas podía andar ni siquiera tenerse de pie sin el apoyo de un brazo caritativo que le sostuviera. Por esa razón, se veía casi ordinariamente privado de la celebración de la Santa Misa, lo cual constituía una dolorosa privación para un alma verdaderamente sacerdotal. Hasta entonces, cuando los rigores del invierno o alguna indisposición le impedía ir a la Iglesia, desde algunos años atrás había obtenido autorización para celebrar en sus aposentos, pero ya ni este consuelo le quedaba. No obstante, sus Vicarios se habían impuesto el deber siempre que les era posible, de celebrar el Santo Sacrificio en la habitación del enfermo y reconfortarle con la Eucaristía.
Aquellas Misas, aquellas comuniones frecuentes, aquellas visitas de Jesús a domicilio comunicándole los tesoros de su Corazón Sagrado y los méritos de sus sufrimientos, le producían una gran paz y nuevas fuerzas para seguir soportando con mayor resignación y creciente energía las torturas de su dolorosa situación.
Y como si la copa de amargura que debía beber no estuviera aún colmada, Dios permitió que, violentamente, sin la menor consideración ni miramiento a su estado ni a su edad, fue expulsado de su casa parroquial, en la que desde tantos años se había sacrificado por su parroquia, y en la que esperaba morir.
Fue el 21 de enero de 1907 la fecha escogida para perpetrar el expolio. Tres meses después, el 30 de abril se ponían a pública subasta la Basílica y todas las dependencias de peregrinaciones de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Nueva y profunda herida en el corazón del Fundador. La sacrílega venta era exponer la Basílica a sabe Dios qué sacrílegas profanaciones, pues podía ser adquirida por gente sin conciencia que por vil interés de lucro o por ateísmo impío y malvado podían dedicarla a usos indignos. Otros escándalos de este jaez habían sido deplorados con monumentos menos notorios.
Nuestra Señora del Sagrado Corazón estaba a punto para suscitar un hombre de bien, de arraigadas creencias y corazón generoso que conjuró este peligro. Pero no es éste el único motivo de agradecimiento que deben los Asociados al Vizconde B. de Benneval. Aún no estaba firmado el protocolo de venta y ya él había concebido el proyecto de preparar una tumba digna para depositar los despojos mortales del. Padre. En su mente ningún otro lugar más digno que la misma Basílica: Allí, en la Cripta, reposarían las cenizas, a los pies de la Madonna a la que tanto había amado y glorificado.
Unas semanas antes de su muerte, conversando con el querido enfermo, y comentando la operación que había realizado con la idea de prepararle una sepultura honrosa, el Padre le manifestó su contento y su agradecimiento; después, profundamente emocionado, le dio las más efusivas gracias por haber salvado la Basílica de la profanación y de la ruina. Le prometió llevar su memoria a los pies de la Reina de los elegidos, a quien esperaba pronto contemplar en el cielo.
Para el enfermo fue un descanso y el más dulce de los gozos porque veía de este modo desvanecerse las tan temidas dificultades. Ahora sí, ahora podía ya dormirse apaciblemente en el Señor.
También nosotros sus hijos con los miembros de la Archicofradía nos alegramos infinitamente. Con él, tampoco nosotros cesaremos de rezar por la noble familia a la que somos deudores del supremo consuelo que proporcionó a nuestro Padre.
[1] El Decreto Lamentabilis es del 3 de julio de 1907, y la Bula Pascendi dominici gregis fue publicada en Sept. del mismo año.