Julio Chevalier (1824-1907) Fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón
"Si partes de París hacia el sur, atravesando la ciudad de Orleáns -dice
Mons. Cuskelly (Julio Chevalier: un hombre con una misión),- llegarás
pasadas pocas horas (o menos, si conduce un francés) a la ciudad de
Issoudun. La mayoría de los días es una ciudad tranquila, a 300 kilómetros
de Paris, en los ondulantes labrantíos del departamento del Indre. Pero hay
días en que se vuelve sorprendentemente activa, porque en la actualidad es
un centro de peregrinación de toda Francia».
Ahora podría afirmarse que ya es centro de peregrinación de todo el mundo.
El motivo es muy significativo: en la Basílica del Sagrado Corazón, en su
cripta, reposan los restos del P. Julio Chevalier, sacerdote, fundador de
los Misioneros del Sagrado Corazón y descubridor, por segura inspiración
divina, de uno de los títulos más teológicos dado nunca a la Madre de Dios:
Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
El hombre
Julio Chevalier nació en Turena (Francia), en la pequeña población de
Richelieu (2.500 habitantes), el 15 de marzo de 1824. Era el menor de tres
hermanos. Por toda Francia resonaban aún los ecos de la Revolución de 1789,
la que en España llamamos por excelencia Revolución Fran-cesa. Sus padres
eran Juan Carlos Chevalier y Luisa Orly.
De su madre aprendió lo humano y lo divino de la vida. De ella recogió el
valor y la firmeza ante las dificultades, y el sentido de los valores
cristianos; y de ella heredó el buen humor que siempre le caracterizó. Con
ella inició y vivió las prácticas religiosas. Para aligerar un poco la
situación económica -su padre regentaba una panadería que daba lo justo para
vivir-, su madre revendía frutas y verduras los días de mercado. Un día, su
marido va a buscarla al mercado y tiene con ella unas palabras un poco
fuertes. En parte la culpa era del niño que no dejaba de llorar. La madre,
desesperada y sin saber qué hacer, se va a la iglesia parroquial, coloca al
niño a los pies de la Virgen y le presenta sus penas: que Ella haga con el
niño lo que le plazca. Y se vuelve a su trabajo. Cuando regresa, ya más
calmada, a por él, le encuentra durmiendo plácidamente. A partir de ese día,
cuando el niño se pone impertinente, lo lleva a la iglesia, y ambos se
colocan a los pies de la Virgen. Más de una vez los dos se quedan dormidos.
Su vocación sacerdotal surge en él siendo aún un niño, poco después de hacer
la Primera Comunión. Pero las posibilidades económicas de la familia eran
nulas, y no podían pagarle los estudios. Para poder entrar en el seminario y
pagarse sus estudios, se puso a trabajar como aprendiz de zapatero. Mientras
tanto, se preparaba para el sacerdocio.
La precariedad familiar obliga a sus padres a trasladarse a Vatan, a 21
kilómetros al norte de Issoudun, en marzo de 1841. Su padre trabajará allí
en una finca como guardabosques. Y la Providencia Divina decide. El dueño de
la finca se compromete a facilitar el ingreso de Julio Chevalier en el
seminario. Hecho que ocurrió en ese mismo año. Tenía ya 17 años, y debía
convivir con muchachos cuatro y cinco años más jóvenes que él. Terminada la
primera etapa de formación, pasó al Seminario Mayor de Bourges para estudiar
Filosofía y Teología.
Los moldes de Dios
En el Seminario Mayor comienza de un modo mucho más acentuado la acción de
Dios sobre este su elegido.
Pequeñas -y no tan pequeñas- circunstancias de su vida de Seminario acabarán
modelando el carácter de Julio Chevalier, que se hace más serio y
responsable, viviendo más íntimamente su fe. La primera de ellas fue como
consecuencia de una excursión a la montaña. Varios seminaristas -Julio entre
ellos- resbalan por un precipicio de más de cuarenta metros de profundidad.
Todos logran salvarse agarrándose a arbustos o a salientes rocosos. Julio
llega dando tumbos hasta el fondo. Cuando lo recogen, no da señal alguna de
vida. Para todos está muerto, y así lo notifican. Hasta se llega a velar a
su «cadáver». Y en ese velatorio Julio «regresa» a la vida. El susto para
todos fue mayúsculo.
Una segunda circunstancia será como el paso definitivo. Fue un retiro
espiritual que les dio un sacerdote de San Sulpicio. «Salí de esos
ejercicios -comenta- deseoso de ser un seminarista ejemplar». Y a fe que,
con la gracia de Dios, lo consiguió. Por eso, la espiritualidad de la
Escuela de San Sulpicio está tan arraigada en toda su obra: El Dios
inaccesible es comprensible gracias a Cristo; el Dios inaudible se deja oír;
el Dios invisible se deja ver... Por Cristo, con Cristo y en Cristo, Dios se
hace cercano a nosotros. Nuestra única forma de orar es, pues, unimos a la
oración de Cristo.
Los «estados interiores de Cristo»
La formación espiritual de Chevalier en sus últimos años de Seminario se
hace cristocéntrica y sacerdotal.
Esta espiritualidad de Julio Chevalier, centrada en Cristo, Sumo Sacerdote y
Mediador, le hace descubrir con toda nitidez el doble aspecto del
sacerdocio: Cristo, dando suprema gloria y adoración a Dios, y Cristo dando
la vida y la salvación a los hombres. Esta es la clave de su espiritualidad
y el punto central del carisma que luego transmitirá a sus religiosos.
Tres son las actitudes de su método cristocéntrico de oración, que permiten
estar unidos con Cristo en su adoración al Padre y en su obra por la
salvación de los hombres: a) Cristo ante nuestros ojos. Se medita se adora.
b) Cristo en nuestros corazones. Es la respuesta afectiva y la comunión con
Jesús. c) Cristo en nuestras manos. Es la unión con Cristo en la acción.
Los Caballeros del Sagrado Corazón
Entre un grupo de seminaristas se organiza una asociación: la de los
Caballeros del Sagrado Corazón. Reunía a un grupo de entusiastas estudiantes
que estaban dispuestos a ir al mundo a luchar por la causa de Cristo. A ella
pertenecerá Julio Chevalier.
El mismo cuenta cómo su vida en la asociación, las reuniones de oración que
tenían, las meditaciones sobre cómo servir mejor a tan excelsa causa y
ayudar a remediar los males del mundo, favorecieron la primera inspiración
que tuvo de fundar una Congregación de Misioneros que sanasen esos males.
Sacerdote
Julio Chevalier fue ordenado sacerdote el 14 de julio de 1851. Sus primeros
años como tal fueron de vicario de otros sacerdotes enfermos o avanzados en
años. En muy poco tiempo tuvo tres destinos diferentes. Así describe su
estado de ánimo en su Primera Misa: «Celebré mi Primera Misa en la pequeña
capilla del jardín... En el momento de la Consagración, la grandeza del
misterio y el pensamiento de mi indignidad me penetraron tan hondamente que
me deshice en lágrimas...»
En octubre de 1854 es trasladado como coadjutor a Issoudun. Allí se
encontrará con el abate Maugenest, nombrado coadjutor tres meses antes.
Ambos habían estado juntos en el seminario, y ambos habían pertenecido a la
Asociación de Caballeros del Sagrado Corazón. Con él había hablado en alguna
ocasión de fundar una Congregación. Y el hecho de que ambos se encontrasen
juntos fue para Chevalier una señal de que Dios estaba de acuerdo. Después
de meditarlo mucho, decide exponérselo. Y ve con alegría que Maugenest
comparte la idea. Ambos estaban de acuerdo en fundar una Congregación de
Misioneros con el Sagrado Corazón como modelo.
La fundación de los M.S.C.
El párroco, P. Crozat, un venerable anciano muy preocupado por la conversión
del pueblo de Issoudun, de precaria salud a causa de la edad, fue informado
de inmediato. Tanto Chevalier como Maugenest tenían sus preocupaciones en
cuanto a la aceptación. Pero su sorpresa fue grande cuando el P. Crozat no
sólo no pone objeción alguna, sino que se une, animado, a la idea. Y ofrece
toda su ayuda para que puedan fundar la casa de M.S.C. en Issoudun.
Pero su pobreza material y su impotencia ante los obstáculos que comienzan a
presentarse les empujan a confiar la obra al Señor: si El quería, todo iría
adelante. Esto ocurría a finales de noviembre de 1854. Toda la Iglesia se
estaba preparando para la definición papal (era el Papa Pío IX) del dogma de
la Inmaculada Concepción, que se haría solemnemente el 8 de diciembre.
Y la idea surge enseguida: harían una novena a la Santísima Virgen, para que
obtuviera de su Hijo una señal de que la obra pensada, era conforme a su
voluntad, y que El les diera los medios para lograrlo. La novena concluiría
el mismo día 8 de diciembre. El P. Maugenest había pintado un cuadro de la
Virgen, especial para la ocasión. No debió ser muy bueno, ya que un experto
artístico comentó que «si la Virgen escuchó sus oraciones, no fue
precisamente por amor al arte».
La promesa
Su oración fue escuchada. Por eso se considera el 8 de diciembre como la
fecha de fundación de la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón.
Ellos habían prometido que, si su súplica era atendida, la Congregación
llevaría el título de Misioneros del Sagrado Corazón. Y que honrarían a
María «de un modo muy especial».
Y, fieles a la promesa, cumplieron. La misión particular de la nueva
Congregación sería rendir culto especial de adoración, homenaje y reparación
al Corazón de Jesús; extender su devoción por todas partes; hacer conocer a
los hombres, en todo tiempo y lugar, los tesoros de santificación y
misericordia que Él contiene; y hacer que María fuese conocida y honrada de
un modo especial por todos los medios posibles. Esa honra a María se ver��a
realizada casi de inmediato en el título de Nuestra Señora del Sagrado
Corazón.
Hacia falta una prueba concreta. Y ésta se dio. Al terminar la Santa Misa,
un parroquiano se acercó al P. Chevalier y le entregó una carta de un tal
Felipe de Begny. El mensaje era sencillo y explícito: entregaba 20.000
francos para una obra para el bienestar espiritual del pueblo de Berry; y
deseaba que esa obra fuese preferentemente una casa de misioneros. Dios
había hablado bien claro.
El necesario permiso de su Obispo, el Cardenal Arzobispo de Bourges, Mons.
de la Tour de Auvergne, tuvo en principio sus pequeñas dificultades. El
Cardenal ponía como condición que dispusiesen de recursos más concretos que
los pocos que en ese momento tenían. Sólo hay una solución: Chevalier y
Maugenest inician, esperanzados, una segunda novena. A ellos se añade su
párroco, el P. Crozat, que no sólo pide con ellos, sino que se dedica a
mendigar esa ayuda. Y lo consigue. Una persona anónima -en realidad, la
vizcondesa de Quene- promete una cantidad anual de mil francos «por el
tiempo que los necesiten». El Cardenal dará su aprobación a la nueva obra, a
pesar de la oposición de su consejo diocesano:
«Les he pedido una nueva señal de la voluntad de Dios, y me la han traído.
Lo han conseguido y yo estoy obligado. Autorizo a estos dos sacerdotes a que
se unan y comiencen su obra». Era el año 1855. EL texto del permiso dice:
«Julio Chevalier está autorizado a tomar el título de Misionero del Sagrado
Corazón». Poco después, el P. Maugenest recibía el mismo permiso.
Un pajar fue la primera casa
El 8 de septiembre (1855), domingo, los dos sacerdotes recibieron el nombre
de Misioneros del Sagrado Corazón y se instalaron oficialmente en su primera
residencia. Se trataba de una casa que llevaba varios años abandonada, junto
con un pajar. No había dinero para más. Ambos destartalados edificios
estaban situados en una huerta con una viña al lado. El pajar fue
acondicionado como capilla. Los comienzos no podían ser más humildes. Hubo
hasta un derrumbe más tarde. Y no fue hasta 1964 cuando se consagró
solemnemente la iglesia, que hoy es la Basílica del Sagrado Corazón.
Los Hermanos M.S.C.
En los primeros tiempos de la Congregación no existían los Hermanos
Coadjutores. Para el P. Chevalier el objetivo prioritario, al comienzo, era
la recluta de sacerdotes. Sin embargo, el primero borrador de las
Constituciones, redactado en 1855, muestra bien a las claras que su
Congregación estaría compuesta por misioneros sacerdotes y hermanos del
Sagrado Corazón. Y exige para pertenecer a ellos las mismas garantías que a
los sacerdotes. Igual que gozarán de los mismos privilegios y ventajas. Al
redactar en 1869 la Formula Instituti, ya se llamaba a todos
-sacerdotes o hermanos- con el título general y único de Misioneros del
Sagrado Corazón.
La Liga de los Hombres del Sagrado Corazón
Pero sigamos con los hechos cronológicamente. Una vez organizada un poco la
humilde capilla, los dos jóvenes sacerdotes buscan los medios para conseguir
que la asistencia a los actos religiosos sea mayor, ya que eran muy pocas
las personas que acudían a los actos de culto. Debido a esto, el P.
Chevalier crea la Liga de los Hombres del Sagrado Corazón. Para ello
comienza en octubre de 1856 a visitar a las familias de Issoudun. Y pronto
consigue los primeros frutos: a los pocos meses ya tenía inscritos en la
Liga a 30 hombres.
Ese pequeño éxito le empuja a ser más osado: organiza una misa al mes sólo
para hombres. Y cada mes, esos 30 hombres, y algunos más que iban
añadiéndose, de todas las clases sociales, acuden a la Eucaristía y oyen la
Palabra de Dios. La Pascua de 1857, un año más tarde, ya son 50 los hombres
que se acercan a comulgar. Fue la primera comunión pública de hombres en
lssoudun desde comienzos de siglo. Terminando el año 1857, ya eran 300 los
que pertenecían a la Liga de Hombres del Sagrado Corazón.
El primer noviciado
En el mismo año 1856 deciden ambos religiosos comenzar su noviciado. Un
noviciado que debería compaginarse con los trabajos en la construcción y
remodelación de la casa, ya que, no teniendo dinero para pagar las obras,
todo dependía de su esfuerzo personal. Y, además, deberían atender sus
obligaciones como encargados de la iglesia. Todo ello lo organizan,
dedicando gran parte del tiempo a la meditación y al estudio, como buenos
novicios.
En esas fechas, el P. Chevalier, como superior religioso, redacta el primer
ensayo provisional de las Constituciones, al que llama «Regías de los
M.S.C.». A finales de 1856 dieron por finalizado el noviciado, y en la
fiesta de Navidad emitieron sus primeros votos. Se trataba de votos
privados, ya que la nueva Congregación aún no había sido reconocida. En esa
primera profesión religiosa estuvo presente el P. Carlos Piperon, antiguo
compañero del seminario, y que había decidido unirse a ellos. Era el tercer
M.S.C. Fue el primer biógrafo del P. Chevalier y, más tarde, persona de gran
relevancia en la Congregación.
Algunas espinas
El P. Maugenest era un gran predicador. Por eso y por sus otras cualidades,
el Arzobispo de Bourges, necesitado de un sacerdote para arcipreste de la
catedral y deán de la ciudad, decide encargar al bien preparado P. Maugenest
ese trabajo a pesar de su juventud: tan sólo tenía 28 años.
Las respetuosas protestas de ambos sacerdotes fueron en vano. Perder a
Maugenest era perder gran parte de los efectivos. Chevalier y Maugenest
acuden a la trapa de Fontagombault a hacer un retiro y poner en orden sus
ideas, a la vez que piden con todas sus fuerzas las luces de lo alto.
Volvieron a Issoudun convencidos de que tal era la voluntad de Dios; igual
que lo era también el que los dos que quedaban, PP. Chevalier y Piperon,
continuarían el trabajo emprendido.
El Cura de Ars: "La Virgen lo hará todo en su Congregación"
Es la época en que, un poco desalentado por los acontecimientos, el P.
Chevalier acude a visitar y consultar a Juan Maria Vianney, párroco de Ars,
el Santo Cura de Ars. El Santo Cura de Ars está gravemente enfermo, y el
sacerdote que le atiende se opone a la visita. Pero la insistencia del P.
Chevalier conseguirá sus frutos. Por fin podrá pasar a hablar de sus cuitas
con una persona tan experimentada y llena de la gracia divina, como es Juan
Maria Vianney. Y en esa entrevista las nubes que había desaparecen por
completo. No se sabe exactamente de qué hablaron. Pero lo que si sabemos es
que el P. Chevalier regresó con otros ánimos a Issoudun. Cuentan sus
biógrafos que, entre otras cosas, el Santo Cura de Ars le dijo: «Esta obra
es la obra de las obras... El infierno utilizará todos sus recursos para
destruirla, ya que está llamada a salvar muchas almas. Pero no tema. El
Sagrado Corazón de Jesús intervendrá. La Virgen lo hará todo en su
Congregación».
La aprobación definitiva de la Congregación por parte de la Santa Sede fue
el 20 de junio de 1874, veinte años después de su fundación.
La Pequeña Obra
El nombre de Pequeña Obra ha sido por tradición el nombre que los M.S.C. han
dado siempre a su Seminario Misionero, al lugar donde se preparaban y se
preparan los futuros Misioneros del Sagrado Corazón.
Su nacimiento se debe al P. Juan María Vandel. El P. Vandel era un sacerdote
diocesano que llegó a las puertas de Issoudun a través de la devoción a
Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
El P. Vandel había unido dos ideas: por un lado, crear una escuela para
niños con intención de hacerse sacerdotes misioneros en la Congregación de
los M.S.C. Por otro lado, sufragar los gastos que dicha escuela ocasionaría,
escribiendo a todo el mundo conocido y por conocer, pidiéndole su aportación
de cinco céntimos al año (el «sou» francés, la perra chica española, 10
céntimos). De ahí viene el nombre de Pequeña Obra: de la pequeña cantidad
que se pedía. ¿Y qué mejor que ponerla bajó la protección del Sagrado
Corazón? Por eso toda escuela apostólica de los M.S.C. se llamará desde
entonces Pequeña Obra del Sagrado Corazón.
El 25 de marzo de 1866, el P. Chevalier y el P. Vandel se trasladaron a
Arlessur-Tech al sur de Francia, a celebrar la eucaristía ante los sepulcros
de los Santos Abdón y Senén. Antes de la celebración redactaron una nota con
el anteproyecto de la Pequeña Obra del Sagrado Corazón y la colocaron en el
altar donde celebraron la Eucaristía. La Pequeña Obra acababa de nacer.
«Había tenido como cuna un altar y había nacido el mismo día en que el Hijo
de Dios fue engendrado en el seno de María», comentaba el P. Vandel. Ambos
sacerdotes, terminada la misa, pasaron la frontera con España y se
dirigieron al pueblo de La Junquera, que estaba en fiestas, a una pequeña
capilla dedicada a María, para darle gracias por su inspiración. Del P.
Vandel es la frase: "La Pequeña Obra tuvo por cuna un altar español". La
primera Pequeña Obra se abrió en Chezal-Benoit en 1867.
Los sacerdotes seculares del Sagrado Corazón
Muchos de los sacerdotes que trabajaban en la campiña francesa vivían solos,
y siempre con cierta independencia de sus compañeros. Por desgracia, no
siempre tenían el éxito que ansiaban en el fomento del fervor cristiano. A
veces, el desánimo prendía en ellos.
Julio Chevalier cree que podrían ser ayudados y animados en la renovación de
su espíritu y de sus ministerios. Como intento de ayuda para su vida
espiritual y su apostolado sacerdotal, se lanza a la fundación de una
Asociación de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón. El intento del P.
Chevalier era confederar todos esos grupos, centrándoles en Issoudun. De
conseguirse tales propósitos, se revitalizaría el trabajó apostólico, además
de que, cómo así ocurrió, algunos de ellos pasarían a formar parte de la
nueva Congregación de M.S.C.
Si a ellos añadimos el grupo de seglares que participaban ya de la misma
espiritualidad apostólica del Sagrado Corazón, nos encontramos con una
extraordinaria visión de futuro en Julio Chevalier, que más tarde fue muy
imitada por otras Ordenes y Congregaciones. El corazón de esta Hermandad más
amplia sería el grupo de los religiosos M.S.C. Un segundo grupo lo formarían
los Sacerdotes del Sagrado Corazón. Y el tercero serían los seglares que
participaban de la misma espiritualidad. Al cabo de los años este grupo de
sacerdotes asociados con los M.S.C., debido a los cambios posteriores
habidos en la Iglesia, dejó de existir como asociación específica.
La Tercera Orden. La Fraternidad Seglar M.S.C.
Acabamos de indicar que, en su plan original, el P. Chevalier concebía su
Congregación formada por tres ramas: la de los religiosos M.S.C., la de los
sacerdotes diocesanos afiliados y el grupo de devotos seglares.
Más tarde, cuando la Asociación de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón
desapareció, la concepción del P. Chevalier varió un tanto, manteniendo las
tres ramas: los religiosos M.S.C., las religiosas (Hijas de Nuestra Señora
del Sagrado Corazón), y los seglares no religiosos.
En este segundo esquema, este grupo de seglares, denominado al estilo de las
Ordenes antiguas como Orden Tercera, será «una tercera familia, cuyos
miembros comparten la vida, méritos y favores de las dos primeras Ordenes a
las que están unidos». Para el Fundador de los M.S.C., la Tercera Orden
tenía que ser para personas de ambos sexos que vivían en el mundo. Llegó a
extenderse, además de Francia, por Italia, Bélgica, Inglaterra, Austria y
Canadá. Y su número superó los 300 miembros.
Pero las normas relativas a los religiosos, publicadas en Roma en 1901,
pusieron punto final al nombre.
El nombre de Orden está destinado sólo a las Órdenes religiosas antiguas.
Por eso, la Tercera Orden de los M.S.C. se transformará en Fraternidad de
los Devotos del Sagrado Corazón, que lentamente fue desapareciendo. En la
actualidad ha vuelto a resurgir con fuerza con el nombre de Fraternidad
Seglar M.S.C. o Laicos M.S.C., que es el nombre con que se la conoce ahora,
y ya existen numerosos grupos de ella en gran parte de Europa, Amé-rica,
África y Oceanía. Su carisma es el mismo que el de los Misioneros del
Sagrado Corazón, pero vivido en el campo seglar.
Las misiones: "En tu Nombre echaré la red"
La fundación de los M.S.C., sin negarse a servir a la Iglesia dónde quiera
que se les enviase, iba a circunscribirse en un principio trabajar en
Issoudun y toda la zona del Indre, fuertemente descristianizada. Pero la
Providencia quería otra cosa para la naciente Congregación. Inesperadamente
llega al P. Chevalier un ruego del Papa León XIII, pidiéndole que la
Congregación se haga cargó de la Misión de Melanesia y Micronesia.
Y, aunque los problemas inmediatos son muchos -era aún muy reciente la
expulsión de Francia de todos los religiosos- y algunos miembros del Consejo
General se oponen, la respuesta del P. Chevalier es la de María («Hágase tu
voluntad») y la de Pedro («En tu nombre echaremos la red»). Fue en la fiesta
del Sagrado Corazón, el 24 de junio de 1881, poco antes de que salieran los
primeros misioneros, cuando un decreto de Roma confiaba oficialmente al
cuidado de los Misioneros del Sagrado Corazón el Vicariato de Melanesia y
Micronesia.
El día 1 de septiembre de 1881 se convierte en un día histórico para la
Congregación: desde el puerto de Barcelona saldrá el primer grupo de
Misioneros del Sagrado Corazón (tres Padres y dos Hermanos) hacia «tierra de
infieles». Poco tiempo después les seguirá el P. Enrique Verius, el gran
apóstol de Nueva Guinea. Su campo de acción era una vasta área de Oceanía.
El Papa León XIII les envía un telegrama: «Su Santidad, el Papa León XIII,
bendice cordialmente a los M. S. C., a sus bienhechores y a toda la
Melanesia y Micronesia consagradas al Sagrado Corazón»
Este fue el comienzo de muchas páginas gloriosas de las historia misional de
los M.S.C., de viajes difíciles, de sufrimiento y sacrificio, de muchos
misioneros que murieron prematuramente por la fiebre y los efectos de la
pobreza, mártires... Pero el esfuerzo abnegado de la larga lista de hombres
que viajaron hacia todas las partes del mundo tuvo como efecto la
edificación de la Iglesia en muchas tierras, tanto en África (Sudáfrica,
Namibia, Senegal, República Democrática del Congo...), cómo en Asia (India,
Corea, Indonesia, Filipinas, Japón...), en América (Brasil, Canadá, Estados
Unidos, Méjico, Centroamérica, República Dominicana, Perú, Venezuela,
Colombia, Argentina, Paraguay, Bolivia...), en Oceanía (Australia, Nueva
Guinea, Rabaul, Kiribati...) y en Europa del Este (Eslovaquia, Polonia...).
La zona asiática es dónde la Congregación se encuentra en la etapa más
floreciente de su expansión. Estén donde estén, siempre Nuestra Señor será
su más fiel colaboradora.
Expulsión y expansión
El año 1879 llevaba la Comunidad M.S.C. 25 años de existencia. Ese mismo año
se declaró por segunda vez la República en Francia. Y, consecuencia de ello
y de su marcado carácter anticlerical, la ofensiva contra todo lo que fuese
clero y religión se desató. Las Órdenes y Congregaciones religiosas fueron
expulsadas de Francia.
El 5 de noviembre de 1880, el P. Chevalier vio en un solo día a todos sus
religiosos expulsados de Francia. Las puertas de la Basílica del Sagrado
Corazón y la capilla de Nuestra Señora fueron cerradas y selladas por la
policía y las fuerzas armadas. Él pudo quedarse por su condición de párroco
y como respeto a su ancianidad. Y -los caminos de Dios nunca los
entenderemos por nuestra falta de fe- ese fue el origen de la gran expansión
de la familia M.S.C. por toda Europa y allende los mares. Francia, Bélgica,
Italia, Inglaterra, Holanda, más tarde Alemania, España, frían-da..., fueron
naciendo como Provincias a lo largo de los años, debido a esa persecución.
La gran diáspora se había convertido en la mayor gracia del Señor para
extender la Congregación a todo el mundo. Europa se quedó pequeña para los
M.S.C., y las nuevas Provincias que iban naciendo en otras partes del mundo
iniciaban, en cuanto les era posible, su labor misionera a lo largo y ancho
de todo el mundo.
A la vez que nombres famosos dedicados al servicio de la Iglesia, entre los
que pueden contarse muchos obispos, la Congregación ha dado su sangre en
diversos lugares en defensa de la fe: en Baining (Oceanía), en España, en
China, en Guatemala... Amén del ejemplo glorioso del P. Choblet, leproso,
enterrado en vida en un islote del Pacifico.
Los últimos años
Los muchos años y las muchas dificultades sufridas habían hecho mella en la
salud del P. Chevalier. Fue mucho tiempo el que estuvo al mando del timón. Y
no siempre surcó aguas bonancibles. Fueron también frecuentes sus obligados
viajes a Roma y otros lugares para atender necesidades de la Congregación.
Por eso pide que se nombre otro Superior General. El Capitulo reunido para
tal efecto vota por mayoría absoluta que siga él en el cargo. Y, siempre
aceptando la voluntad de Dios, el P. Chevalier se pone de nuevo al frente de
la Congregación. En ella había vivido defecciones, rebeldías, sinsabores...
y muchas alegrías. Ahora aprovecharía los últimos años que le quedaban para
llevarla a buen puerto.
En 1904, su enfermedad se había agravado. Durante los años 1905 y 1906 hay
una pequeña recuperación en su salud. Por eso vuelve con todo el empeño al
trabajo parroquial y a revisar sus muchos escritos. Pero el cáliz aún no
estaba lleno. El 21 de enero de 1907 es expulsado de la casa parroquial, y
la Basílica de Issoudun es puesta a pública subasta. No obstante, la mano de
Dios también seguía actuando, aprovechando, siempre para bien, el mal
proceder de los hombres: El vizconde de Bonneval compra la Basílica y, no
contento con eso, prepara con toda dignidad una tumba para el P. Chevalier
en la cripta de la Basílica, a los pies de la Señora del Sagrado Corazón que
él tanto había amado y a quien tanto había servido.
Cuando la policía se presenta en su casa para desalojarlo, debe hacerse
constar la reacción de sus parroquianos como signo indicativo de lo mucho
que le querían. Ninguno de ellos, negándose abiertamente, se prestó a
descerrajar la puerta de la casa. Y, cuando la policía sacaba en andas al
imposibilitado párroco, los vivas a su persona le acompañaron hasta la nueva
casa que uno de sus parroquianos le había cedido.
Allí vivió hasta el momento de su muerte. El 7 de octubre del mismo año 1907
cayó definitivamente en cama. El 21 entregaba su alma al Señor. Aquel
hombre, aquel sacerdote humilde que tanto había amado a los suyos, que tanto
honor dio a la Virgen con el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón,
que confiaba absolutamente en el amor misericordioso de Dios, pasó a gozar
del premio de sus trabajos. No tenía nada: la casa en que se cobijaba, la
cama en que murió eran prestadas...
Los funerales resultaron, más que un cortejo fúnebre, una marcha de triunfo.
Más de cien sacerdotes, la mayor parte de los canónigos de la Iglesia
Metropolitana y de otras Diócesis vecinas y los Vicarios Generales de
Bourges acompañaron el féretro. Desde la casa mortuoria hasta la iglesia
parroquial y luego a la Basílica del Sagrado Corazón, el pueblo de Issoudun
tributó el mejor de los homenajes a su querido párroco. Ahora sus cenizas
descansan, en espera de la resurrección, en la cripta de la Basílica, a los
pies de la Virgen a quien tanto amó y a quien honró con el más hermoso
título con que es invocada en la tierra.
Testamento espiritual del P. Chevalier
Yo, Julio Chevalier, Misionero del Sagrado Corazón..., muero en la fe de la
Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la que siempre he amado
entrañablemente... Siempre he estado unido profundamente a la Santa Sede y a
sus doctrinas... Doy gracias a Dios por ello; es una grandísima gracia que
me ha hecho.
Pido a mis queridos hermanos que sean siempre fieles devotos de la Cátedra
de San Pedro...; que convivan en la unión más cordial y perfecta...; que
obedezcan hasta el heroísmo...; que abracen generosamente el sacrificio
hasta la inmolación de sí mismos...; que sólo busquen la voluntad de Dios en
todas las cosas, su gloria y el bien de las almas...
Pido humildemente perdón a todos mis hermanos por las molestias que haya
podido causarles y por el mal ejemplo que les habré dado.
Perdono de todo corazón a mis enemigos, si los tengo, si he tenido alguno, a
todos los que han buscado hacerme daño con la ingratitud o la calumnia. Mi
alma está vacía de todo resentimiento. Me retracto de toda palabra u obra
que haya podido ser mal interpretada, declarando que nunca tuve intención de
hacer daño ni de molestar a nadie...
A punto de comparecer ante el Supremo Juez, creo poder declarar... que en
todas las cosas sólo he buscado la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y el
bien de nuestra pequeña Congregación y el de sus miembros. Confieso
humildemente que no he estado a la altura de la misión que me fue confiada.
El abuso de la gracia y mis numerosos pecados han paralizado muchas veces la
acción de la Divina Providencia...
Confío a mis hijos, Misioneros del Sagrado Corazón, y pongo bajo su
protección a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, tan buenas y
de tanta entrega, de las que se ocuparán y a las que prestarán todos los
servicios que puedan. Tenemos la misma cuna. Han nacido, como nosotros, del
Corazón de Jesús, mediante la poderosa intercesión de María. Les ruego que
se ocupen de sus intereses, los sirvan como padres, velen por ellas y les
presten \todos los servicios que puedan» (Julio Chevalier: Testamento
Espiritual, 1881 y 1904)
(Madre y Maestra nº 437)