15 días con el P. Julio Chevalier msc
VIDA DEL PADRE CHEVALIER msc (1824-1907)
Julio Chevalier nació en Francia el 15 de marzo de 1824 en una pequeña ciudad de la región de Turena, llamada Richelieu a causa del cardenal, que la había proyectado con forma de cuadrilátero. La ciudad está situada a unos 100 kilómetros al oeste de la parroquia de Issoudun (región de Berry), de la que llegó a ser en 1854 uno de sus vicarios y después párroco arcipreste (1872). Julio era hijo de panadero. Su padre, Juan Carlos, era un hombre rudo, pero bueno. Tenía veintiocho años cuando se casó, el 22 de enero de 1811, con una tal Luisa Ory, una piadosa señorita de dieciocho años que le dio primero dos hijos, Carlos y Luisa, y después un tercero que recibió el nombre de Julio Juan. Poco tiempo después de mi bautismo, mi madre me llevó a la Iglesia y me consagró a la Santísima Virgen y al Sagrado Corazón de Jesús(N 3).
Terminados sus estudios primarios, expresó su deseo de ser sacerdote. Mi madre me hizo comprender que su situación económica... no permitía darme satisfacción, y me animó a aprender un oficio... Después de mucho llorar, le dije a mi madre con decisión: «De acuerdo, sí, aprenderé un oficio cualquiera, si no hay más remedio; pero, cuando haya ahorrado lo suficiente, iré a llamar a la puerta de un convento... (N 6). Julio tenía doce años y se quedó en aprendiz de zapatero, con el sueño siempre vivo e inaccesible de llegar un día a ser sacerdote. Comenzó, pues, a estudiar latín en Richelieu y siguió hasta Vatan (Indre) a su padre, que acababa de encontrar allí (marzo de 1841) un empleo de guarda forestal.
En octubre, a los diecisiete años, entró en el seminario menor de Saint-Gaultier, en Indre, y en 1846 pasó al seminario mayor de Bourges (Cher): ... A principios de octubre de 1847, la lectura de los Anales de la Propagación de la Fe hizo nacer en mí el deseo de las misiones... [El superior] me dijo por fin que la diócesis necesitaba sacerdotes... Acaté su decisión y renuncié a mi proyecto, esperando la hora marcada por la Providencia (N 14).
Su profesor de filosofía era un gran admirador de Descartes, al que el joven Chevalier detestaba cordialmente: Reducir al hombre a una máquina y sus sentimientos a meras reacciones químicas, ¡qué escándalo!; pero Dios me dio la gracia de no compartir sus sentimientos (N 13). En cuanto a la teología dogmática, tenía poco que decir del amor de Dios, y la teología moral sólo trataba de los deberes del hombre y de la obediencia... a los mandamientos. Chevalier sacó de ello las conclusiones más rigurosas hasta el día en que, gracias a un profesor excepcional, el señor Pellissier, descubrió el Corazón de Cristo... Fue «para él como una nueva visión de Dios... inundada de luz y de colores resplandecientes... que irradiaban toda su vida al descubrir el Corazón de Cristo. Fue la visión y la inspiración de su vida y de toda su Obra...» (C 24).
Esta revelación tan refrescante de un nuevo rostro de Dios le llegó providencialmente en un momento en que estaba preocupado por la salvación de los hombres debido a su indiferencia. Y allí descubrió que durante su vida mortal, Jesús era feliz derramando toda la ternura de su Corazón sobre los pequeños, los humildes, los pobres, sobre todas las miserias de la humanidad. La vista de un infortunio... movía su Corazón a compasión (M2 3). Cristo se le presentaba, en particular bajo los rasgos del Buen Pastor, como la última palabra de todas las cosas. A partir de ese día Chevalier apareció más sonriente y más distendido.
En el seminario de Bourges Julio trabó amistad con varios condiscípulos, entre ellos Émile Maugenest y Charles Piperon. Había llegado a la convicción de que un grupo fervoroso, bien formado y basado en una sólida espiritualidad estaría en condiciones de combatir el egoísmo y la indiferencia (F, p. 22) que ultrajan el Corazón de Cristo. Fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1851, víspera de la Santísima Trinidad. Tenía veintisiete años. En el momento de la consagración, la grandeza del misterio y el pensar en mi indignidad me abrumaron de tal forma que me puse a llorar (N 14). El 21 de octubre de 1854 llegó a Issoudun, donde volvió a reunirse con Émile Maugenest, que se le había adelantado unos meses. ¿Sería por fin realizable su proyecto del seminario?
Desde comienzos de diciembre de 1854 hasta mediados de agosto de 1855, los dos vicarios dirigieron a María novena tras novena. La primera acabó el 8 de diciembre de 1854, día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. ...Será Ella [María] la que deberá dar a la Iglesia esta nueva familia del Corazón de su Hijo... Si somos escuchados, nos llamaremos Misioneros del Sagrado Corazón (A 2-3). María respondió con una señal (una donación de 20.000 francos) que dejó de piedra al Consejo episcopal. —Renunciad a vuestro proyecto —les dijo Monseñor Gasnier—; ha nacido muerto. —No tan aprisa, superior —le respondió Chevalier—, la Santísima Virgen todavía no ha dicho su última palabra. Vamos a rezarle... (N 26).
Ignorando la oposición de su Consejo, el cardenal Du Pont decidió, pese a todo, bendecir el proyecto y, el domingo 9 de septiembre de 1855, en la fiesta del Nombre de María, recibieron oficialmente el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús. Chevalier sólo tenía treinta años y ya era todo un «fundador». Para dar testimonio a María de su amor y gratitud, la llamaban ya mentalmente «Nuestra Señora del Sagrado Corazón». Siguieron otras fundaciones: la de la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en 1874 (fortalecida en 1882 por la llegada de la madre María Luisa Hartzer), las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, en Alemania, el 6 de febrero de 1900 (con el padre Linkens, msc), sin olvidar «la incorporación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón» y una asociación de laicos llamada hoy Fraternidad Laica Misionera del Sagrado Corazón, cuya ambición era ser «el corazón de Dios en la tierra».
Cuando Dios quiere una obra, los obstáculos son medios para Él (A 1), había escrito Chevalier. Aquéllos no faltaron. Entre los últimos: la basílica del Sagrado Corazón fue cerrada y sellada por 4os veces (1880 y 1901). Expulsado de su casa rectoral el 21 de enero de 1907, Chevalier fue llevado a la fuerza en su sillón, que se negaba a abandonar. Tenía ochenta y tres años. Su vida habría de apagarse el 21 de octubre de 1907 en una casa prestada. «Su muerte, ocurrida ayer por la tarde a las seis, muerte dulce, tranquila y serena..., ha sido el consuelo de nuestro dolor». Éste fue el sobrio mensaje que envió a sus hermanos dispersos por el mundo el padre general Eugenio Meyer, su sucesor (N 166).