15 días con el P. Julio Chevalier msc
Primer día: EL MÁS PEQUEÑO DE LOS ÁTOMOS
... [Dios] lo ha creado todo por amor; al átomo, tan minúsculo, lo ha amado como al ángel, con un amor eterno... Este átomo, además, es una palabra de Dios, palabra escrita... ¿Y Dios borraría esta palabra? ¿Y por qué? Que yo tache una palabra por inútil o inexacta, se comprende; pero Dios no; Dios no tiene nada que borrar; lo que dice está bien dicho, y está dicho para la eternidad (S 265).
«Dios es amor» (1 Jn 4, 16). Chevalier no cesa de repetirlo bajo todas las formas. No sólo con sus palabras o en sus escritos, sino hasta en la piedra con el buril y el martillo. ¿Hay que instalar una rampa de escalera? La hace tallar en forma de corazones en los bloques procedentes de las canteras de Chauvigny. Y si los materiales de su época se hubieran prestado a ello, tendríamos hoy en Issoudun una basílica con forma de corazón. En lugar de decir, como todo el mundo, que Dios se «revela», Chevalier prefiere decir que Dios se «muestra» o se «deja ver». Estas expresiones me sorprendían un poco, ya que en nuestras primeras Constituciones nos recomendaba más bien preferir «permanecer ocultos y ser tenidos en nada». Y sin embargo no había ninguna contradicción: si, como él pensaba, Dios estaba empeñado en mostrar su amor en las maravillas que creaba, no podía ser por vanagloria, sino para ayudarnos a conocerlo, a servirlo y a amarlo: ¿Podemos contemplar el firmamento con sus miríadas de estrellas, la tierra con todas sus riquezas, incluso una flor, un insecto o una brizna de hierba sin sentirnos elevados hacia Él? (M1 581-582).
Chevalier, para quien toda creatura es una palabra de Dios (S 294), habla como el apóstol Pablo: «Vosotros sois una carta de Cristo...; carta escrita... no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones» (2 Co 3, 3). En cada creatura él oye una «palabra» de Dios, una «palabra de amor». Y, si quiere adentrarse más en el conocimiento de Dios, necesita explorarlo todo con cuidado. Su oración es una contemplación; hasta de este pequeño átomo, por ejemplo: desde un punto de vista humano podríamos temer que Dios lo olvidase en un rincón del desván. Pero no. Chevalier oye una voz que susurra y tranquiliza: No temas... humilde átomo...; [eres] una palabra de Dios, palabra escrita... ¿Y Dios borraría esta palabra? ¿Y por qué? ¡Dios no es hombre! Que yo [Chevalier] tache una palabra por inútil o inexacta, se comprende, pero Dios no. Él no tiene nada que borrar; lo que dice está bien dicho, y está dicho para la eternidad.
¿Palabras ingenuas o palabras de fe? Antes de sonreír con suficiencia, escuchad esta anécdota: había en mi comunidad un hermano encargado de cuidar el césped y, entre otras cosas, de cortarlo de vez en cuando: «¿Cortar la hierba con esas flores que tiene? ¡Ni pensarlo!»; y daba un rodeo con el cortacésped. Como Chevalier, él descubría y respetaba estas «palabras de amor de Dios»: ¡Qué hermoso es el mundo visto así..! Es un razonamiento divino... Dichoso quien escucha este razonamiento y lo comprende en parte (S 240). 0 la del anciano padre de otro hermano que bendecía a Dios cada vez que veía un hermoso paisaje. El aire, el agua y toda hierba verde que brota en la tierra son «palabras divinas»; como los «cielos (que) proclaman la gloria de Dios, como el firmamento que narra la obra de sus manos». Y añade Chevalier: Si Dios en la Biblia nos habla con un lenguaje humano, y si se pueden poner en una palabra humana profundidades insondables, ¡cuánto más en esas palabras divinas que llamamos creaturas! (S 294).
«Pasó una tarde, pasó una mañana» (Gn 1). La creación se hace con suavidad y sin violencia. Alegría del Creador: Dios se aplaudía a sí mismo(S 77). «Y vio Dios que era bueno», y Chevalier se regocija con Él: hay suficiente amor en las huellas dejadas tras de sí para que podamos reconocer a su autor, seguirlo por su rastro, alabarlo y amarlo. Pero no basta para mostrar a Dios como convendría: Yo tomo de cada ser todo lo que contiene de perfección... ¿Es esto Dios? Sí, como una gota de agua es el océano, como un grano de arena es el mundo (S 282). Y está dentro del orden. En efecto, ¿cómo podría una creatura acabada mostrar a Dios, que es el autor de todos los mundos, Aquel de quien procede todo don perfecto? (M2 249, cf. St 1, 17). Siempre faltará algo. Tenemos que darle a Dios tiempo de escribir sus obras completas. Llegará el día de la omega. Llegará el día del Corazón Traspasado. Con unos cuantos decenios de adelanto, hay ya algo de Teilhard de Chardin (1881-1905) en Chevalier.
Está claro que el mundo material no es insignificante, puesto que —dice Chevalier— es ya capaz(¡Qué honor para él!, S 70) de revelar, de mostrar a los espíritus parte del Corazón de Dios. Pero este mundo material todavía se parece a un niño recién nacido, incapaz de conocer a su madre. Y aun así, ¡qué diferencia! A su madre, el recién nacido le dirá mañana con una sonrisa que la conoce y que la quiere. Pero el mundo material, si se queda como está, nunca sabrá quién lo ha hecho, ni siquiera que ha sido hecho (S 70). Dios, en su ansia por darse a conocer, no podría quedarse ahí. Si crea, es para ser conocido; si quiere ser conocido, es para ser amado. Pues ¿qué le importa ser conocido si no se le ama? (S 70). Con sus recursos inagotables, Dios sabrá encontrar de sobra con qué componer una «nueva creatura» capaz de franquear el abismo entre materia y espíritu y de mostrar más perfectamente aún su Corazón. Este «ser nuevo» será el hombre, obra maestra de su poder y de su amor (S 115). El hombre en el que la «materia se vuelve religiosa».