15 días con el P. Julio Chevalier msc
Cuarto día «TÚ ME HAS FORMADO UN CUERPO» (Hb 10, 5)
Así pues, Jesús viene a la tierra para consumar su Obra; seguirá sólo las impresiones de su Corazón, que tanto se desvela por nosotros. Sólo escuchará la voz de su Corazón, y nunca la de su justicia o de su venganza. Quiere expiar nuestros pecados. Una palabra no basta, sino que pregunta a su Corazón y su Corazón le responde que, para testimoniar más amor, debe nacer como un niño pequeño en un establo, pobre y desprovisto de todo... (MS 35).
Desde toda la eternidad, Dios 1.4 tomó el designio de revelarnos su amor, que es el fondo propio de su esencia, nos dice Chevalier (S 15). Dios no puede detenerse solamente en el hombre; es preciso que, por su amor, encienda la Luz que «convocó» la primera mañana del universo. Cuando, todavía en medio de la noche profunda, gritó: Haya luz, es a Jesús a quien llamaba. Yo —respondió Jesús— soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12 - M1 418). ¡Sí, en su loco amor, Dios se aventura hoy a «tomar la Palabra» («La Palabra se hizo carne»), y a «plantar su tienda» entre nosotros («y habitó entre nosotros»)!
Y el Verbo se hizo carne
Y a esto se atrevió su amor: nunca se había visto cosa parecida. Sí que había habido, día tras día, esa «creación continua» en la que Dios despliega un poder infinito que va de la nada al ser (S 78), pero esta creación nunca produce más que creaturas limitadas e imperfectas. No es según la medida del amor de Dios ni de su buena nueva. Con emoción, Chevalier presiente la revelación próxima de un misterio mucho más inefable, el de la Encarnación: El Hijo de Dios... apareció en medio de nosotros con un Corazón lleno de compasión, de amor y de misericordia (S 169). Él diviniza nuestra naturaleza uniéndola a la suya; nos da sus bienes, sus gracias, su amistad. En Él tenemos el Corazón de un Dios... (M1 120). Su amor no conoce límites. Concilia lo inconciliable: Dios no puede ser creado; la creatura no puede ser Dios, y sin embargo, Jesús es Dios y hombre a la vez (S 78).
Vuelve entonces de nuevo a una cuestión obsesiva: ¿Podía Dios darnos una prueba más grande de su ternura? (M1 25), seguida invariablemente de la misma respuesta: ¡No! Dios no podía hacer más. Es que la Encarnación es mucho más: no es solamente el paso de la nada al ser, sino de la nada a Dios. ¡Qué abismo tan insondable! (S 78). Chevalier se entusiasma, exulta: esta vez, en Jesús, el poder divino supera los límites, roza lo imposible. Este Corazón está hecho para amar hasta el extremo. Por eso podemos... decir de su Corazón, con más verdad que de ningún otro corazón, que ha ardido de amor... (S 181).
En Él se reúnen todas las maravillas que Dios puede hacer o, más bien, el hombre-Dios es su obra maestra. Obra maestra de su poder infinito y de su infinita sabiduría... (S 78-79). Apenas fue formado en el seno virginal de María, su Corazón de hombre fue inmediatamente injertado en la persona adorable del Verbo divino: Se convirtió en el Corazón de un Dios y, por eso mismo, en la fuente de la gracia... (M1 690). Por Él, la humanidad, el mundo de los espíritus y el mundo de los cuerpos se dan a Dios... y rinden a Dios las acciones de gracias que Él merece (S 81). Él es Dios y es hombre: en Él se unen las dos naturalezas de la manera más perfecta. Más que una unión, es una unidad: en este Divino Corazón se encuentran el amor de Dios, que desciende hacia la creación, y el amor de la creación, que se eleva hacia Dios. Por infinito que sea su amor, hay que decir una vez más que Dios no puede hacer nada más (S 80).
La Encarnación en expansión
«Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera» (Sb 18, 14), los pastores que acudieron al pesebre reconocieron, con su madre, al niño anunciado y alabado por los ángeles... Entonces se podría pensar que el misterio de la encarnación estaba plenamente cumplido. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). «Padre —ruega Jesús—, Tú me has formado un cuerpo...» (Hb 10, 5): es un instante único y conmovedor de la historia de Dios y de los hombres; el momento de la primera plegaria que sube del Corazón del Hijo al Corazón del Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Hb 10, 7). ¿Está dicho todo? No. La Encarnación está todavía en pañales. Es necesario que la nueva construcción (cf. 1 P 2) que el Padre inaugura en su Hijo pueda crecer. Hay que esperar el día en que todos los hombres formen un solo cuerpo cuya cabeza será Cristo —como dice el apóstol Pablo—, o el corazón, añadirá Chevalier (cf. S 119). Miradlo pues, envuelto en pañales en el pesebre; adoradlo: todavía no es más que un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que encierra una capacidad de expansión asombrosa (M1 246).
En adelante, Jesús empleará toda su energía en hacer germinar y crecer esta «semilla» del Padre. Tal es la convicción de Chevalier, que, paso a paso, le sigue por todos los caminos de Palestina. Chevalier siente en Jesús una auténtica «pasión por reunir a todos los hombres en torno a su "Corazón" para conducirlos al Padre» (1 Co 15, 28). En Él se encuentra toda gracia: ...Dicho de otra manera, el Corazón de Jesús no es solamente el Corazón de su santísima humanidad; es también el Corazón de la Iglesia, su cuerpo místico; y, puesto que el cuerpo místico es para Jesús un verdadero cuerpo y nosotros somos sus miembros, cada uno de nosotros puede decir de verdad a este divino Corazón: «Vos sois mi Corazón» (S 88).
¡Qué gloria, qué grandeza para el hombre! Se necesitará tiempo para que cada uno pueda por fin decir con el Apóstol: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Mientras tanto, Jesús no ha terminado de recorrer nuestros caminos, no sólo los de ayer, sino los de hoy, en este tercer milenio; en todas partes encuentra piedras para construir su propio cuerpo (cf. Ef 4, 11), que el Padre ha colocado como la «piedra angular» (cf. 1 P 2, 5). Incansablemente continúa llamando: Seguidme. Y para formar un cuerpo con buena salud, añade: «Venid todos los que estáis afligidos...». Expulsa a los demonios y cura a los enfermos. Repite: «Venid». Es su palabra clave, hasta el día en que nos llegue su última invitación: «Venid, benditos de mi Padre».