15 días con el P. Julio Chevalier msc
Octavo día: CORAZÓN IMPACIENTE
La Eucaristía es el memorial de las virtudes que el Salvador ha practicado durante su vida: en ella encontramos su profunda humildad, su dulzura, su paciencia, su obediencia, su espíritu de sacrificio y de inmolación, sus desvelos por la gloria de su Padre, su sed inextinguible por la salvación de las almas, su amor inmenso por todos los que sufren (M2 23).
Es tan desbordante el amor de Dios, que no puede contenerlo...: Dios, todo amor, siente una necesidad suprema, tiene hambre, tiene sed de darse. Plenitud infinita, océano sin riberas y sin fondo, quiere desbordarse y extenderse. Ha inundado todo el mundo con su Verbo que se hizo carne... (S 235). La misma necesidad de darse invade a Jesús. La tarde del Jueves Santo dijo a sus discípulos: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros...» (Lc 22, 15), que Juan comenta así: «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). «La hora del extremo» está a punto de llegar, pero Jesús no la ha esperado para manifestar esa caridad infinita que constituye el fondo mismo del Corazón de Dios... y que se ha encerrado en un Corazón humano, que es el Sagrado Corazón de Jesús (S 235).
El Corazón de Jesús es un corazón para darse, un corazón para la Eucaristía: «No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo... Entonces yo dije: Aquí vengo...» (Hb 10, 5-7). Desde los primeros instantes ya es, como lo será en la Eucaristía, el memorial de las virtudes que ha practicado durante su vida (M2 23). Es un Corazón «impaciente». Lo que trae es la vida (cf. Jn 10, 10); es preciso que nos la dé inmediatamente y en abundancia. Toda la vida creada e increada, la vida vegetativa y animal o la vida material, y la vida espiritual y racional (S 83). Podemos decir con toda verdad que Jesús está completamente a favor de la vida. Todo encuentro con Él, si es «auténtico en el Espíritu», se hace Eucaristía: «Eucaristía cotidiana» para gloria de Dios y para la salvación del mundo, como lo expresa tan bien una oración de la misa. «Para gloria de Dios» Él se hace «ofrenda» y «acción de gracias»: En el altar de su Corazón, Jesús ofrece a Dios, su Padre, una adoración permanente y digna de su grandeza infinita (S 83). «Para la salvación del mundo»: Él es nuestro médico, nuestro refugio, nuestro abogado, nuestro pastor, nuestro padre, nuestro redentor, nuestra alegría, nuestra fuerza, nuestra esperanza y nuestro consuelo (M2 24).
Este Corazón es todo gracia; no hay ni sombra de mérito por nuestra parte, ni siquiera el de una plegaria, de un deseo o incluso de una mirada. Es totalmente gratuito. Como expresa admirablemente Mons. Gay: «Esta humanidad [la de Cristo] despunta, por así decir, en la divina persona del Verbo; [ella] es Dios desde el momento en que despierta» (Vie et vertus chrétiennes, t. 1, p. 21). Jesús es, pues, la manifestación suprema e infinita de la infinita bondad de Dios, puesto que en Él vemos el don absolutamente gratuito e infinito de un bien infinito (S 81).
Jesús no se reserva nada para sí mismo. Ni tiempo, ni casa, ni una piedra «donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 58). Todo lo que rebosa de su Corazón (su alegría, por ejemplo) lo derrama en nuestros corazones : «Os he dicho todo esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestro gozo sea completo» (Jn 15, 11). Sí, el Sagrado Corazón es el todo de Dios... Es el don pleno de Dios. Por el Corazón de Jesús, que se da todo entero, el amor de Dios... se propaga sobre los hombres. (S 235). La verdad es que nuestro corazón está hecho para el suyo (S 83).
Entre estos dos corazones, el de Jesús y el nuestro, hay una aspiración profunda y mutua que nada puede apaciguar: ...Aspiración sublime que no procede más que de Dios, que tiene hambre y sed de darse sin medida mientras sienta que hay vacíos en nuestra alma. Además, Él es el que excava esos vacíos para tener que llenarlos... (S 89). Enfrente del Corazón de Dios está nuestro propio corazón humano. En realidad, sólo tenemos hambre de Dios (S 89). Nuestro corazón está hambriento y es insaciable: Deseamos subir más arriba, hasta Dios, vivir de su vida, identificamos con Él y sumergirnos para siempre en la fuente del gozo que brota de su pecho. Lo sepamos o lo ignoremos, la verdad es que nuestro corazón está hecho para el suyo (S 85).
Cuando Jesús se encuentra ante la muchedumbre, siente elevarse hacia Él, como una ola, el desamparo de todos esos seres humanos.
Oración:
Tengo hambre, tengo sed; tengo miedo, tengo frío.
Escucha, Señor, tengo que hablarte.
Cuando me tejiste en el vientre de mi madre,
¿por qué me hiciste sólo a medias?
¡A medias! ¡Tengo hambre, tengo sed; tengo miedo, tengo frío!
¿Que por qué no te hice más que a medias?
—Dios repitió la pregunta como desconcertado,
y luego respondió con una gran dulzura—:
Es verdad, no estás terminado.
Es verdad, no te he hecho más que a medias.
Pero ¿sabes?,
yo soy la otra mitad de ti.
Yo soy la luz de tus ojos,
el pan de tu hambre, el agua de tu sed,
el camino de tus pasos, el fuego de tu corazón.
Toma mi mano... Dame la tuya. Quiero hacer alianza;
y para hacer alianza, lo sabes bien, hay que ser dos.
No te he hecho más que a medias,
pero yo soy la otra mitad de ti.
«Siento compasión de la gente» (M2 112 - Mt 15, 32). No hay duda alguna de que, si Chevalier hubiera conocido las traducciones más modernas, habría puesto en boca de Jesús: «Estoy profundamente conmovido por esta gente, pues lleva ya tres días junto a mí y no tiene qué comer». Y Jesús multiplica el pan..., igual que poco antes había convertido el agua en vino a ruegos de su madre: «No les queda vino...» ¡El pan y el vino! ¿Podía dejar de pensar Jesús en este instante en la Eucaristía que nos iba a dar pronto?
Ojalá nuestra propia vida pudiera transformarse ella misma en Eucaristía cotidiana, como nos pide Jesús: Entrad en vosotros mismos... Cambiad vuestras ideas, pues la mayor parte son falsas y contrarias al Evangelio... (M I, 347). No olvidemos que lo superfluo que tenemos pertenece a los pobres; es una ley del Evangelio. ¿Acaso no dilapidamos, como ese administrador del Evangelio que se dijo...? ¿Acaso no empleamos eso que es superfluo en satisfacer nuestro lujo, nuestra vanidad, nuestra codicia, nuestro hedonismo, nuestra avaricia o cualquier otra pasión? (M2 157).