15 días con el P. Julio Chevalier msc
Noveno día: EL DON PERFECTO
...En la Eucaristía se manifiestan aún más su bondad, su dulzura y su misericordia. Pero el amor de su Corazón no desborda solamente durante los tres años de su vida pública, sino desde hace dieciocho siglos en cada instante del día y de la noche; y así sucederá hasta la consumación de los siglos. Él nos llama, nos espera y, cuando estamos a sus pies, ¡cuánta alegría, cuánta dulzura, cuánta luz, cuántas fuerzas, cuántas consolaciones derrama en nuestras almas! (M2 32).
«El Verbo se hizo carne...». Pero era demasiado poco para su amor eso de quedarse «algún tiempo» con nosotros. Ya no os abandonaré; me quedaré en vuestro destierro para consolaros de vuestras penas. Y ¡de qué manera! «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51)... Necesitamos alimentarnos de su divino cuerpo a fin de identificamos con Él mismo y de divinizamos (M1 460)... Ésta es la unión más íntima, que ni nuestra esperanza más desenfrenada se habría atrevido a esperar. Jesús se transforma en el esposo de nuestra alma: es... una nueva alianza que se sella entre Jesús, que se da en la Eucaristía, y el alma, que la recibe (M2 410). Es una unión para siempre y sin interrupción a fin de transformarnos en Él y de imprimir incluso en nuestros cuerpos la prenda tan preciosa de la inmortalidad bienaventurada (S 174). Dios supera todos los límites: Se da sin reserva y para siempre. Se hace compañero de [nuestro] destierro, para servir [nos] de amigo. ¿Qué digo? ¡De alimento! (M2 16).
«¿Podía Dios hacer más por nosotros?». ¡Cuántas veces se planteó Chevalier esta pregunta! Citando a Agustín, esta vez cree que Dios ha alcanzado aquí los límites de su poder: ya no puede darnos nada más grande; su sabiduría es pura luz, pero no encuentra nada más excelente para beneficiamos; sus riquezas son inmensas, pero no ha encontrado con qué hacernos un presente más magnífico. La Eucaristía es lo nunca visto; es una creación verdaderamente nueva; es «una palabra nueva» inventada por Jesús para hablarnos de su amor inefable. Y, muchas veces, lo que es nuevo da miedo. Fueron innumerables los discípulos que aquel día sintieron miedo ante esta «locura» y decidieron irse (cf. Jn 6, 66). ¡El Corazón de Dios es más grande que el nuestro! Con la Eucaristía tenemos a Dios todo entero: ésta pone a nuestra disposición todos los tesoros del Corazón de Jesús (M2 20). Es Dios, enteramente dependiente del hombre y siempre a su disposición, para ser comido o incluso derrochado como pan cotidiano. Todo lo que dice Chevalier a propósito se parece a un canto de acción de gracias y a una letanía de admiración:
¡Oh Eucaristía...
...Fuente de vida, fuente de agua viva que sacia la sed, pan misterioso de todos los sabores, ramillete secreto que exhala todos los perfumes, copa encantadora que nos embriaga de todos las delicias, hogar de amor, hoguera ardiente que nos inflama y funde nuestro corazón con el Corazón de Jesús; luz viva que nos ilumina, que disipa nuestras dudas y nos abre a los esplendores de las verdades eternas; degustación de la dicha celestial y puerta del Cielo; ¡el Cielo en la tierra! Éxtasis, arrebato del amor (M2 21).
Imaginar, con todo esto, que Dios podía hacer algo más, sería olvidar que La Eucaristía... no sólo nos inunda con sus aguas divinas, sino que nos hace poseer la fuente misma, que es el Corazón sagrado de Jesús (MI 167). Para desvelarnos su amor ¡cuántos obstáculos superados desde el primer átomo insignificante! ¿Qué más desear? Nada más que lo que nos aporta la Eucaristía: Poseer a un Dios... y ser poseído por Él... Partícipes de la naturaleza divina: esto es lo que llegamos a ser por la comunión (M2 409).
¡La plenitud de la Encarnación! Chevalier lleva el misterio hasta su extremo: la Eucaristía es la extensión, una prolongación de la encarnación del Verbo en cada uno de los miembros del cuerpo místico (S 174), y por ella la creación entera retorna a su creador: «Podemos insistir en la encarnación: ¡Dios se hace hombre! —dice Mons. Coffy—; también podemos insistir en el aspecto pascual del Evangelio: ¡el hombre se convierte en Dios! Desde entonces se ha visto en la Eucaristía la Resurrección en expansión, la invasión progresiva de la gloria del Señor, la eclosión de la fiesta en un mundo de angustia y de tedio». ¡Ven, Señor Jesús! ¡Venga el mundo nuevo!
...para todos!
El designio del Padre, que, desde antes de la creación de los mundos consiste en reunir a todos los hombres alrededor del Corazón de su Hijo, encuentra aquí su realización. Cuando los primeros invitados a la boda se excusaron torpemente (¡no tengo tiempo, no me apetece, tengo muchas preocupaciones!), el amo le dijo al siervo: «Sal por los caminos y las veredas y haz entrar a la gente, aunque sea a la fuerza, para que se llene mi casa...» (Lc 14, 23). Nadie está excluido, todos están invitados... Venid a mí, tenéis derecho a sentaron a mi mesa... Si ya sois santos, ella os santificará aún más; si estáis enfermos, ella os curará; si estáis débiles, ella os fortificará; si estáis fríos, ella os reanimará; si sois pecadores, ella os convertirá con tal de que correspondáis con amor y tengáis auténtico deseo de corregiros (M2 27). Y esta amplísima invitación no es fruto de un capricho pasajero; es el resultado de un amor largamente madurado, que nada ha podido enfriar (M2 406), ni siquiera la rabia destructora de sus peores enemigos. Prodigios de sabiduría... Prodigios de poder... Prodigios de amor en los que su Corazón agota toda su ternura... (M2 406).
Y ¡qué espera impaciente! «Todo está ya preparado; llama alto y fuerte: ¡Venid! He preparado el festín...». No espera en el umbral de la puerta, sino que va a su encuentro: ¡Cuántas veces se ha dejado llevar al lado de los afligidos, de los enfermos, de los moribundos desde que se ha hecho presente en la sagrada Eucaristía! (M2 33).