15 días con el P. Julio Chevalier msc
Duodécimo día: HOMBRE NUEVO, MUNDO NUEVO
Y cuando vuestro Corazón esté totalmente formado por el amor de todos los corazones y por su fusión en uno, será el reino de la paz en la justicia, la bondad y la verdad. Amén (Mons. Baudry, citado por Chevalier, S 84).
A partir del décimo día (Del Corazón traspasado de Cristo veo surgir un mundo nuevo...), Chevalier está satisfecho. Sus ojos deslumbrados ven claramente hacia quién tendía la creación. Ésta tiene que producir un fruto: es vuestro Corazón, Jesús mío (S 84, cf. Mons. Baudry, Le Coeur de Jésus, p. 1, S 10; pp. 50-51).
El hombre nuevo es Jesús. ¿Cuál es el fruto de la creación? Es Él. Y su última «novedad» es su Corazón de hombre-Dios, su Corazón que se ofrece a sí mismo a los hombres como un modelo al que imitar, como un ejemplo al que seguir, y se presenta a ellos como la fuente de las virtudes cristianas (S 20). Un Corazón que se ofrece con todos (sus) tesoros, con todas las gracias que de Él proceden como de una fuente inagotable..., donde los ángeles y los santos vienen a apagar su sed como a una fuente sagrada cuyas aguas brotan hasta la vida eterna... (S 115-116). En Él está toda gracia (cf. S 88).
Y entre todas sus «gracias inefables», hay tres sobre todo que hacen de Jesús «el hombre según el Corazón de Dios»:
1. Jesús es el Corazón de Dios en la tierra (S 116). Es el hombre «que ama sin medida».
2. Jesús es «el hombre que perdona» («Padre, perdónales») y nos acoge en su Corazón abierto (M2 106); y puesto que perdona,
3. de su Corazón pueden surgir «un mundo nuevo y una tierra nueva» (S 266, cf. 2 P 3, 13). De este modo, nuestros sueños más locos quedan satisfechos; deseamos sumergirnos para siempre en la fuente del gozo que brota de su pecho. En efecto, lo sepamos o lo ignoremos, la verdad es que nuestro corazón está hecho para el suyo (S 85). Su Corazón es el todo de Jesús; todas las páginas del Evangelio lo proclaman. El nombre de Jesús es un nombre de amor..., un nombre de poder..., un nombre de misericordia y de salvación (M1 671-672). Podemos decir con Chevalier sin equivocarnos: Cuando el alma mira a Cristo, lo ve todo entero en su Corazón Sagrado (S 110).
Hombres nuevos
Todo lo que Chevalier ha visto brotar del Corazón traspasado, lo ve también ya en germen en nuestros corazones de hombres. Con Jesús, por Él y en Él nos hemos convertido en hombres nuevos. Por eso, Chevalier hace suyas las recomendaciones de Pablo: «Renovaos espiritualmente y revestíos del hombre nuevo, creado a imagen de Dios para llevar una vida verdaderamente recta y santa» (Ef 4, 23-24). «Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz» (Rm 13, 12).
Nuestros Documentos de Renovación (Capítulos Generales de 1969 y 1975) nos lo recuerdan también: «Al contemplar al que fue herido en la cruz, descubrimos el corazón nuevo que Dios nos ha dado».
Pero, para hacer un «hombre nuevo», ¿no le bastaría a Dios darle cierta semejanza con Él? Esto sería suficiente para el honor y la felicidad de los hombres, pero no sería suficiente para la bondad infinita de Dios. Dios quiere algo más, y por amor se da Él mismo al hombre: Ego sum merces tua magna nimis (Gn 15, 1 - Yo mismo seré tu recompensa)... (S 240). «Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5, 17). Por una gracia absolutamente gratuita, Dios le hace «partícipe» de su propia vida: ¿Por qué un don tan grande, Señor?, pregunta Chevalier en el curso de un retiro. «Por que te amo», responde Dios lisa y llanamente, como sólo Él sabe hacerlo:
¡Te he amado con amor eterno,
me dice Dios!
A mí, a mí en particular,
Dios me ha amado así...
A mí, pecador...
¡Dios y yo, qué distancia!
¡El infinito y la nada..., la nada sublevada!...
Y a esta nada, Dios la ha amado. ¡Amado!...
(R 17-18).
Un mundo nuevo
Precisamente por el Corazón traspasado de Jesús se realiza para el mundo la maravillosa «visión» de Chevalier; precisamente del Corazón traspasado de Jesús brota —al mismo tiempo que «hombres nuevos»— el mundo nuevo:
Nuevo porque está habitado por hombres reconciliados por un vínculo de amor, que es el único que puede unir los espíritus (S 84). Nuevo porque está habitado por hombres que forman un todo con Cristo, y nada de lo que está en Cristo perece (S 266).
Esta «vida nueva» en el amor de Cristo y de los hermanos no es sólo la expresión más acabada del cristianismo, sino que lleva en sí todos los caracteres del Espíritu de Dios. Esta vida renovada es el fundamento de una «espiritualidad del corazón», como la llamó, por vez primera en la Iglesia, el que fuera nuestro padre general, E. J. Cuskelly, durante una conferencia en los Estados Unidos. Es una espiritualidad que genera una nueva relación con uno mismo, con Dios y con el mundo, con vistas a una «civilización del corazón».
«La espiritualidad "Misionera del Sagrado Corazón" abarca todo: tiene una dimensión cósmica; a través de la creación, como nos ha mostrado Chevalier, Dios revela su Corazón. Tiene una dimensión histórica en su sentido más amplio (abarca a todos los pueblos de todos los tiempos), pero también en un sentido más estricto: abarca a un pueblo elegido, a una mujer elegida —la bienaventurada Virgen María— y a un servidor elegido de Dios, el Hijo unigénito, Jesús de Nazaret. Conocerlo es conocer una plenitud nunca antes sospechada, es conocer una manera de vivir que se caracteriza como una vía del corazón, abierta al espíritu. Por último, tiene una dimensión política: se interesa por las estructuras de la sociedad y de la economía; se interesa por los que, en este mundo en vías de globalización salvaje, no tienen ni voz, ni poder, ni porvenir.
»Pero el centro de la espiritualidad MSC es un ser humano nacido en este mundo, nacido del Espíritu y de una mujer, la bienaventurada Virgen María, de modo que nos conoce y nos ama de un modo a la vez humano y divino. Murió por nuestra salvación, pero resucitó y está vivo para siempre» (Michael Curran, superior general MSC).