15 días con el P. Julio Chevalier msc
Decimotercer día: REMEDIO DE TODOS NUESTROS MALES
...Además, en la devoción al Sagrado Corazón, que el Cielo nos ofrece en estos últimos tiempos como un medio de salvación y remedio soberano para los males del mundo, nuestro Señor hace de su divino Corazón «el precioso suplemento de nuestra debilidad», del que podemos servirnos para elevar nuestras oraciones y nuestros méritos hasta proporciones infinitas... (S 185).
Julio Chevalier tiene diez años cuando, el 18 de mayo de 1834, Mons. Guillaume-Aubin de Villéle, arzobispo de Bourges, preocupado por «la peste moral» que ha infectado Francia, invita a sus diocesanos y a todos los obispos de Francia, en una célebre «instrucción», a «establecer su morada en el Corazón de Jesús»: «Para curar tan grandes males —escribía— hace falta un remedio poderoso... contra los venenos que recorren el cuerpo social». Y concluye anunciando la institución en la diócesis de una fiesta en honor al Sagrado Corazón.
Cuando, veinte años más tarde (1854), Chevalier llega a Issoudun, hace ya mucho tiempo que abriga las mismas convicciones, de modo que ya tiene el camino un poco preparado: Dos plagas corroen nuestro desgraciado siglo —anota en uno de sus manuscritos—, la indiferencia y el egoísmo (MS 49): el egoísmo que sale de nuestro mantillo humano, como la flor del tallo y el árbol de su raíz (MS 314), y la indiferencia que marchita toda condición, que reseca todas las edades (MS 79-78).
¿Por qué estos pensamientos tan sombríos? Hay que saber que «la fundación de la Congregación se sitúa en el contexto religioso de una Francia y de una Europa que se despiertan de un invierno en el que los vientos fríos del protestantismo, del jansenismo y del galicanismo (= Sistema doctrinal iniciado en Francia que postula la disminución del poder papal a favor del episcopado y de los grados inferiores de la jerarquía eclesiástica, así como la subordinación de la Iglesia al Estado [NdEI) los habían entumecido y enfriado; en el contexto histórico de una Europa marcada por la gran Revolución y el racionalismo» (Jean Bertolini, msc, archivero general de la Congregación).
¿Cómo vencer todos estos males?
Bajo esta forma eminentemente positiva se plantea Chevalier la cuestión de la «reparación», tradicionalmente más bien «dolorista» y un poco lacrimógena: «Hay que consolar al Corazón de Jesús», se decía. Esta idea no estaba ausente en Chevalier (¿cómo podría estarlo?), pero lo esencial no está ahí. Para Chevalier se trata más bien de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef 1, 10). Para convencerse de ello basta leer la lista de lo que Chevalier considera los principales componentes de la reparación: el conocimiento, la adoración, el amor, la satisfacción, la oración, la alabanza, la súplica, la acción de gracias, la imitación, la unión con Jesucristo, el celo por su gloria y por la salvación de las almas, la mortificación (cf. S 177). Aparte de la mortificación (¡como mucho!), no hay nada verdaderamente «dolorista» en todo esto, sino más bien una apremiante invitación a unirse a Jesús en su misión de «restauración». Observadlo: Hace todo lo posible para traer de vuelta a las ovejas perdidas; nada puede ya detener su celo y su amor; para predicar la misericordia recorre Judea sin preocuparse de las fatigas ni de las privaciones... (MS 28).
Para quien, como Chevalier, ha comprendido que cada creatura es una palabra de Dios, es evidente que «reparar» es ante todo trabajar con Jesús en la «restauración» de la creación, en la «reparación» de estas palabras divinas que nuestro pecado ha hecho ininteligibles. Chevalier cita a Agustín, para quien «la conservación es una creación continua» (Confesiones, c. N: cf. S 239). «Reparar» es unirnos sin pérdida de tiempo al «trabajo» de Dios, cuya actividad creadora no cesa nunca... (S 239). Con dos siglos de adelanto había ya percibido Chevalier la gran preocupación moderna por «salvaguardar la creación».
Consagración del mundo al Sagrado Corazón, 1899
En este clima hay que colocar la «consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús», de la que Chevalier fue, con su pequeña Congregación, uno de los principales artífices. Durante una audiencia concedida en 1860, Pío IX le dirá: «La Iglesia y la sociedad no tienen esperanza más que en el Corazón de Jesús; ¡Él es quien curará todos nuestros males!» (S 213). Chevalier comprende que el Papa no espera más que una señal del pueblo cristiano para consagrar el mundo al Sagrado Corazón... Y muestra su júbilo: El glorioso papa de la infalibilidad veía, pues, al Sagrado Corazón como el remedio de todos los males (S 213).
Sus hermanos y él no perdieron el tiempo, y el 11 de junio de 1875 le remitió a Pío IX más peticiones de las que uno podría desear: «Estas súplicas (ciento cincuenta y tres cartas de obispos y dos millones ochocientas mil adhesiones de fieles, contenidas en veintiocho volúmenes) —escribió Mons. de la Tour d'Auvergne— han sido provocadas y recogidas por el celo y los cuidados de los Padres Misioneros del Sagrado Corazón, establecidos en Issoudun» (S 207). Pío IX murió el 7 de febrero de 1878, y León XIII le sucedió el 20 de febrero del mismo año; en cuanto a la consagración del mundo al Sagrado Corazón, ésta tuvo lugar el domingo en la octava del Sagrado Corazón, el 8 de junio de 1899. Ocho años más tarde murió Chevalier en Issoudun.
¡Vayamos pues a este Corazón! Si os encontráis como abismados en la muerte, id al Corazón de Jesús: en él encontraréis un abismo de vida, una vida nueva, vida en la que ya no miraréis más que por los ojos de Jesucristo, en la que ya no obraréis más que por su movimiento, en la que ya no hablaréis más que por su lengua, en la que ya no amaréis más que por su Corazón (MS 224229). En todo y por todas partes, abísmate en ese océano de amor y de caridad y, si es posible, no salgas de él hasta que no estés penetrado del fuego con el que este Corazón arde sin cesar por los hombres y por Dios.
Hemos creído que somos más fieles al pensamiento de Chevalier reproduciendo una reflexión-meditación que él dedica a Nuestra Señora del Sagrado Corazón reparadora. En ella se encuentran reunidos todos los elementos necesarios, según él, para una verdadera reparación (S 178-188): ¿Quién mejor que Ella (Nuestra Señora del Sagrado Corazón) conoce la excelencia y la santidad del Corazón de su Hijo? ¿Quién puede adorarlo con más perfección y amarlo con más ardor? ¿Quién puede alabarlo, darle gracias, rogarle con tanto mérito y eficacia? ¿Quién puede hacer gala de haber copiado sus virtudes tan fielmente como Ella y ofrecerle satisfacciones tan agradables y tan completas como las suyas? ¿Quién como Ella ha estado consumido por el deseo de procurar su gloria y de ganar más almas para Él? Esta Virgen Santa es, pues, la «reparadora» por excelencia de los ultrajes cometidos contra el Corazón de Jesús. Sea cual fuere la eficacia de esta reparación, tenemos necesariamente que unirle la nuestra; esta cooperación viene exigida por la justicia divina; nadie debería sustraerse (S 186).