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El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: El Sagrado Corazón y el Cielo IV, la Visión Beatífica, libro III cap. 7

Páginas relacionadas 

 

Nota: Al comienzo de la página le ofrecemos los puntos saltantes del capítulo y al final del resumen encontrará los enlaces que lo llevarán inmediatamente al tema que pueda interesarle.

 

Libro III

Capítulo Séptimo

EL SAGRADO CORAZÓN Y EL CIELO —IV—

(continuación)

VISIÓN BEATIFICA

 

Resumen del capítulo: 
I. Visión intuitiva.- Su definición.- Todas las perfecciones de las criaturas, están reunidas en Dios.- Dios las posee sin límites.- El es el océano del que hemos recibido algunas gotas. Nosotros veremos a ese Dios ilimitado, tal como es. Como es infinito, no veremos jamás todo lo que es.- No habrá en el cielo dos elegidos que disfruten en el mismo grado, de la visión beatífica.- Esta inigualdad, será debida a nuestros

 méritos. La dicha del cielo irá creciendo siempre.- Este progreso, sin embargo, no cambiará nada en la jerarquía de los elegidos, pues en el cielo ya no merece más.- Como en la tierra, en el cielo también habrán fiestas.- Viendo a Dios en el cielo y amándole, estaremos satisfechos de ser una de sus revelaciones, una palabra viviente que lo anuncia, expresándolo y comprendiéndose a sí mismo.- Cada uno de nosotros será una palabra aparte, diciendo de Dios lo que ningún otro dirá: de donde viene la palabra Benedicti, Bien-dichos,dada a los elegidos.- En el cielo nuestras faltas serán conocidas?- Sí, a fin de que se difunda más la misericordia del Corazón de Jesús, que las ha perdonado.- Divergencia de sentimientos con Mons. Gay, sobre la ciencia de los bienaventurados.- No; Dios, Jesús, María, no serán nunca perfectamente comprendidos  

 II. Amor de Dios en el Cielo.- Toda ciencia debe servir para hacer conocer más a Dios y para hacerle amar cada vez más, pues toda ciencia verdadera es teológica, pues es el conocimiento de las cosas por sus causas. Y Dios es la causa por excelencia de todo lo que existe, el foco y el centro de todos los amores. En la tierra, estamos envueltos de muchas sombras, en el cielo esto no pasará.- Disfrutaremos de la plena luz y estaremos en posesión de la plena verdad.- Todos los conocimientos humanos, naturales y sobrenaturales, que podamos suponer acumulados en un alma, todos los transportes de afectos terrestres los más sinceros, los más ardientes que podamos imaginar en un corazón, no son nada comparados a la embriaguez del amor divino, que procura la visión intuitiva.- La visión intuitiva yendo siempre de progreso en progreso, nuestro amor crecerá con ella, durante toda la eternidad.- Los ángeles y los santos, les amaremos en Dios y por Dios                   

 III. Amor mutuo de los elegidos.- En el Cielo, todos nos amaremos, pero no todos de la misma manera, o con la misma intensidad.- Nos amaremos tanto más, cuanto más nos asemejemos a Dios.- Antes que a cualquier otra criatura, amaremos con toda nuestra alma a Nuestro Señor Jesucristo y a su Sagrado Corazón, que nos lo ha dado todo. - Después de Jesús, pero con Jesús, amaremos a María, sino tanto, a lo menos por motivos análogos; luego a san José. Solo en el Cielo sabremos cuánto les debemos. Después de san José, ya no veo a nadie que tenga derecho a un amor análogo, de preferencia especial.- Nos amaremos y amaremos de un modo particular a todos los ángeles y santos, que hubieren sido instrumentos de nuestra dicha actual 

 

 

I. Naturaleza de la visión beatífica

II. Amor de Dios en el Cielo

III. Amor mutuo de los elegidos

NOTAS DEL CAPITULO SÉPTIMO DEL LIBRO TERCERO

 

 

Dice San Juan, "que cuando Dios aparecerá, seremos seme­jantes a El, porque le veremos tal cual es.1" Visión intuitiva y beatífica; para comprender esta dicha, haría falta primero saber quién es Dios. Vamos a intentar decir algo sobre ello.

I. Naturaleza de la visión beatífica

1).- Sí, y para empezar diremos que nuestro Dios es el Indeci­ble, el Inefable por excelencia. ¡Dichosa impotencia la nuestra! Para expresar lo que es Nuestro Padre, acumulamos las expresio­nes más fuertes: sin embargo no dicen nada que se le acerque, que le sea comparable. "Su perfección es tan eminente que nuestros pensamientos no pueden alcanzarle y que no podemos ni siquiera comprender dignamente hasta qué punto es incomprensible.2"

Se me ocurre pensar, si la Santísima Virgen se nos apareciera y le preguntáramos: " ¡Oh Madre! ¡Oh Madre! vos veis a Dios des­de hace 20 siglos y vos le veis mejor que todos los ángeles reuni­dos; ninguna ciencia creada, fuera de la de Jesús, iguala la vuestra; Oh Vos la Bien-dicha por excelencia,3 Madre del Verbo, de la Pa­labra, Vos habláis mejor que ninguna criatura: hablad pues, Oh Madre; decidnos lo que es Dios". — Pero nuestra Madre no entris­tecida, sino casi orgullosa de su impotencia, nos diría: "Es verdad, conozco a Dios mejor que nadie; pero por esto mismo, más que na­die, sé que es imposible describirlo. Y el día que a mi lado, Oh hijos míos todos, cuando habréis conseguido pasar siglos en su contemplación, en esa eternidad que nunca termina, sabremos en­tonces, vosotros y yo, más aún que ahora, que no existe expresión Rara explicar el Infinito. ¡Dios es inefable!"

Así nos hablaría María; más aún, Dios mismo, tan todopodero­so como es, Dios no puede exponerse completamente fuera de sí. Solo, en la infinidad de su ser, El Verbo dice todo lo que es; pero, fuera de sí, hacia el exterior, la Palabra increada no habla más que con la ayuda de palabras creadas; todo lo que existe, lo hace para decirse; nada existe que no sirva para expresarlo; pero nada lo ex­presará completamente; lo finito, no puede expresar lo infinito.

A pesar de todo, ensayemos de balbucear algo, aunque no sea que para comprender mejor que rebasa infinitamente todas nues­tras ideas.

Englobando pues en una mirada a la creación entera, del más elevado de los ángeles al átomo más sencillo, yo tomo de cada ser todo lo que contiene de perfección: su belleza, su poder, su mis­ma existencia. El resplandor cegador del sol y de los astros, in­mensidad del firmamento, belleza delicada de las flores, belleza más admirable aún del cuerpo humano; más arriba, pero mucho más arriba, belleza mil y mil veces más sobrecogedora de los Espíritus bienaventurados. Ángeles y Santos, venid; venid, ¡criaturas todas! Todo lo que habéis recibido, ¡devolvedlo, despojaos de ello ante nosotros!... ¡0h Tesoros incalculables! ...montón incalculable de perfecciones... ¡qué hermosura... ¡ Qué fuerza y qué in­mensidad!... ¿Es esto Dios, tal vez? Sí, pero como una gota de agua lo es para el océano, como un grano de arena al mundo te­rrestre. Pero, hay que decirlo, hay menos distancia entre un grano de arena y el globo terrestre, que entre este cúmulo inmensurable de todas las perfecciones creadas y Dios. Aprehende, alma mía, los límites que encierran todas las perfecciones infinitas; rompe esas barreras, dilátalas al infinito estas perfecciones. ¡ Eso sería DIOS !4 Pero no, eso es puro juego de imaginación, tentativa inútil; alma mía, tú no puedes romper, ultrapasar los límites del finito; lo mis­mo que desde las alturas de un cabo, contemplando el mar, sondeándolo con el pensamiento, uno se siente incapaz de contar sus habitantes, de evaluar sus riquezas; de igual manera pero mil ve­ces más, siente alma mía, siéntete dichosa de admitir que no crea­do no Es... ¡ solo Dios ES!

Y este gran Dios, le veremos tal cuál es5; no como ahora a través de las criaturas, vidrios ahumados que sólo le muestran despojado de sus rayos6 ; ni solamente, como decíamos más arriba, a tra­vés de esas mismas criaturas purificadas, que ya son transparentes: le veremos cara a cara, en sí mismo; visión intuitiva, intus, por dentro. "Los Ángeles en el Cielo ven siempre el rostro de mi Padre, que está en los cielos", decía Jesús7; y en otro lugar dice de noso­tros: "Serán como los ángeles de Dios en el Cielo,8" o con más claridad todavía: "Son iguales a los ángeles.9 "

Veremos pues como los ángeles, sin pena, sin trabajo; nada de esfuerzo, ninguna contención del espíritu. ¡Qué placer para la in­teligencia! Nada iguala aquí abajo ese placer casi celeste que siente el alma cuando descubre alguna verdad; ella se sumerge en esta luz y expande en ella; la aspira, y se embriaga en ella. ¿Qué puedo de­cir? Los que lo han experimentado, lo saben; ¿pero cómo describirlo a los demás? De ahí esas lágrimas tan dulces; de ahí esos transportes, esas locuras, a veces, que suscitan un descubrimiento que uno acaba de hacer. Y sin embargo, ¿qué significan estos des­cubrimientos? ¡Qué velo cela a la verdad! ¡Qué pequeño es eserinconcito que acabamos de desvelar! Ello hace que nuestra curiosidad esté aún más excitada que satisfecha por lo descubierto. La Verdad recula delante nuestro; si se quiere, es como una madre que se deja coger, abrazar; llegaríamos a asfixiarla de tanto como se la ama y aprisiona; pero, ¡ ay! ella ya está más lejos, llamando con una sonrisa al niño que le tiende los brazos, y aquella caricia pasajera, le ha dejado aún más ansioso de nuevas caricias.

En el cielo, ¡qué diferencia! Allí, no es una verdad, o dos ver­dades que uno descubre; nada de cifras; no calculéis en vano; decid simplemente: fila Verdad! Y sin embargo finada oscuro, nada vago en esta visión; todo es preciso, todo es límpido. "EL QUE ES, apa­rece tal cual ES". ¿Es que puede haber nubes en la luz, indecisio­nes en la certidumbre? Imposible. El ES; nada más positivo y pre­ciso que el SER; y lo que ES, lo muestra; y "nosotros le veremos tal cual ES".

2).- Pero, porque es infinito, no le veremos nunca tal cual ES. El mar está ante nuestros ojos; decimos: Veo el mar y es Verdad; todo el mar está ahí, aunque no lo vemos enteramente; de más altura, veremos más lejos; pero aun desbordará nuestra mirada y ¡ en qué proporción! El horizonte, es vuestro límite actual, el lí­mite de vuestra vista; pero no es el límite del mar, aunque el mar tiene límites; pero DIOS, no los tiene. Y nuestro ojo dónde llega su visión y más allá es lo que llamamos infinito; y encontrando en lo que vemos una satisfacción profunda, completa, absoluta y por lo mismo absolutamente tranquila, el pensamiento sin embargo, de que más allá de nuestra visión se extiende el infinito, este pensamiento centuplicará nuestro gozo. Seremos felices de saberlo todo, y más felices de saber que jamás lo sabremos todo; como un rico que contando sus tesoros, se apercibe que no conoce el fondo. Po­dría conseguir este fondo: pero prefiere ignorarlo; sus tesoros le parecen así inagotables. El nuestro, en el Cielo, lo será realmentey tendremos toda la eternidad inagotable, para intentar sondearlos.

Pero plenitud, no es igualdad. En el cielo todos no vemos a Dios de igual manera. Yo personalmente creo que no habrá dos elegidos disfrutando del mismo grado de la visión beatífica,10 a ex­cepción de los infantes muertos después del bautismo. "Una es la claridad del sol, dice san Pablo, y otra la claridad de la luna, y otra la de las estrellas; y una estrella difiere de otra estrella por su claridad» " Jesús ya decía lo mismo: "En la casa de mi Padre, hay muchas moradas,12 " tan numerosas como sus habitantes, más o me­nos altas, más o menos espaciosas y hermosas, todas suficientes y aún más.

Esta desigualdad, son nuestros méritos que la causarán: "Porque esas diversas moradas en la casa del Padre, dice Tertuliano, se deben a la diversidad de méritos." "Cada uno recibe su re­compensa según el trabajo realizado.14" "Poca simiente, poca cosecha, quien siembra por el contrario a manos llenas, cosechará también a manos llenas.15 "

En efecto, lo que da a nuestras obras su valor meritorio, es la caridad o la gracia, de las que san Pablo decía: "Sin la caridad, no soy más que bronce que suena o címbalo que retiñe.16" Y la gracia puede crecer o disminuir en nosotros, según cada una de nuestras obras; ese aumento, es el mérito; y en el seno del Paraíso, como la gracia se trueca en gloria, cada uno tendrá más o menos gloria, según su más o menos de gracia. Y de la desigualdad. "Así como vemos que no se encuentran dos hombres exactamente iguales en dones naturales, dice s. Francisco de Sales, así no se encontrarán dos semejantes en dones sobrenaturales.17" Diferen­cias, desigualdades que serán eternas, puesto que en el Cielo no pudiendo ya merecer, ya no se podrá variar de lugar, abandonar su trono para asentarse en otro superior.

Pero aquí abajo, la desigualdad nos hiere. En el Cielo no.18 Figurémonos dos recipientes de capacidad diferente, todos llenos a rebosar; ¿no están igualmente llenos? Sin embargo entre ellos no se puede hablar de igualdad, puesto que lo que basta para lle­nar a uno, no basta para llenar al otro. Lo mismo en el cielo, estaremos todos satisfechos, todos contentos; nada de vacío en ninguna parte; ¿no se explica que podamos sufrir de lo que los otros tienen de más? Al contrario, nos alegraremos y por muchos motivos.19

Esta será la voluntad de Dios, y en el Cielo este motivo basta, diciendo cada uno, por un entrenamiento natural: "Sea, oh Padre, puesto que así os plugo. 20 Además, constataremos que las recom­pensas más grandes responderán a méritos más grandes; el deseo y necesidad de justicia y orden en todos, quedará así satisfecho.

En fin, la caridad perfecta hará comunes todos los bienes. "Lo que uno no tendrá por sí mismo y en lí mismo, lo tendrá en los hermanos" y se alegrará como ellos, tanto más que los dones de cada uno, embellecerán al conjunto y a los de los demás. En un concierto, ¿es que las partes más altas o más bajas, no se harán des­tacar mutuamente? Lo mismo en la perfecta armonía del Cielo, cada uno recibirá de todos, "y puesto que es más dulce dar que re­cibir", cada uno dará también a todos, habiéndolo Dios preparado así, en la exquisita delicadeza de su amor, para multiplicar entre los elegidos, tanto los bienes como las alegrías.21

La desigualdad pues, pero sin orgullo en los más elevados, ni con envidias en los otros; todos con plena satisfacción, con dicha perfecta.

3).- Y añado: dicha creciente. Strauss decía: "Una dicha pro­longada, acaba por ser una dicha más indiferente y luego se vuelve enojosa y finalmente insoportable, considerando que una vía sin progreso es una vía soberanamente monótona y aburrida.22 " Es esta una idea que uno se forma a menudo del cielo; ¡ cuántas personas se lo representan como un estado fijo, e inmóvil! Estos san­tos los hacen aparecer petrificados en su dicha y su posición de es­tatuas vivientes y eternas no tiene para ellos más que un atractivo muy mediocre. Y lo creo bien. Además, tampoco es la verdad: "El gozo del cielo tendrá un progreso incesante, que no será de las ti­nieblas a la luz, de la pobreza a la riqueza, del sufrimiento ál bienestar; sino de la vida, a una vida más abundante, de la dicha a tina dicha más plena, de la claridad a una claridad más viva, del amor, a un amor más ardiente.23 " "Dios no cesa de instruir a sus elegidos, dice san Ireneo, y no cesarán de aprender durante toda la eterni­dad, pues sus riquezas son sin medida y su ciencia sin fronteras. Será el progreso incesante.24" Mons. Gray opina lo mismo: "Contemplando vuestro rostro, Padre Santo, y en Vos vuestro Hijo, y en vosotros dos vuestro común Espíritu, no cesan nunca de descu­brir en Vosotros perfecciones nuevas; y todo lo que descubren, lo admiran y lo alaban; y todo lo que alaban, lo viven; eternamente hambrientos de lo que comen, comen eternamente de aquellos de lo que están hambrientos, sin que jamás su hambre agote su alimento, sin que jamás su alimento sacie del todo su hambre, y todo ello no es un sufrimiento, sino una felicidad exquisita.25 "

En realidad, Dios no necesita más que una cosa, pero una nece­sidad infinita como El mismo, sed inextinguible, hambre insacia­ble quiere darse. "Cuánto más afluencia tiene el bien, dice s. Francisco de Sales, más inclinación tiene de extenderse y más fuerte es la inclinación de comunicarse.26" Y Dios es el bien infinito: ¡qué AFLUENCIA! ¡Qué fuerza le empuja fuera de sí! También, en es­ta vida ya pone su gracia a un precio tirado.27 La gracia ya es un don de sí mismo, es una vida comunicada,28 y la da, esta gracia, por un vaso de agua, menos que esto, por un pensamiento, por un deseo; busca sólo pretextos para darla, para acumularla en las almas.

Y este mérito tan fácil de adquirir, una vez adquirido, es indes­tructible. El alma puede despojarse de él por el pecado mortal, pero hasta el último momento puede recuperarlo en su plenitud, y si es lo que quiere, al condenarse, lo pierde por toda la eternidad, pero no será perdido más que para ella; por una combinación mis­teriosa, pero cierta, Dios hará recaer todos los méritos adquiridos sobre todos: es decir, que no consentirá jamás que vuelva a su seno la gota de vida divina que un día se escapó de él en forma de gra­cia. El hará que para toda la eternidad sea una gota de gloria.

¡Qué prodigalidad! ¡Y qué bien le cuadra a la naturaleza de nuestro Dios! El bien tiende a difundirse; esta es su naturaleza y su ley .29

Y en el Cielo, esta prodigalidad se detendría acaso? ¿En el Cielo Dios diría: lo que nunca ha dicho: Basta ya? ¡Inconcebible! Habiendo acumulado en la naturaleza tantas luces que le revelan y en la revelación tantas otras luces que le muestran aún mejor, ¿en el Cielo detendría esa manifestación creciente de sí mismo? ¡Inconcebible! ¡No y no! ¡Progreso incesante, progreso indefini­do, eso es el Cielo!

Vedle, a nuestro Gran Dios. Está en su trono; sus hijos e hijas le rodean;hijos de luz se bañan en los rayos de su sol: dichosos, bienaventurados, contemplan a su Padre; ¡su Padre es tan hermoso! Y sonriendo, su Padre medita por ellos las divinas sorpresas; son tan felices; ¿no conviene hacerles aún más felices? Y he aquí que el seno del Padre se entreabre, ysurgen profundidades nuevas, nuevos abismos, abismos de luz; ¡qué llamas se escapan! En el Cielo no se escucha más que un grito. ¡Ah! Bossuet lo había escu­chado. ¡Están embelesados, estos bienaventurados! Es la incesan­te realización de estas palabras: "Venid benditos de mi Padre.30"Palabras eternas, Dios no puede callarse. iVenid! Vosotros ya habéis venido, ya estáis aquí; yo os poseo, estáis en mi y yo estoy en vosotros. Venid, sin embargo; una pausa, un nuevo paso; y aún más, más aún. Nunca demasiado cerca, demasiado adentro, dema­siado sumergidos en las profundidades sin fondo. ¡Venid, los ben­ditos de mi Padre!

¡Y nosotros iremos! Nuestra alma, siempre ávida y siempre sa­tisfecha, embriagada, arrobada, se precipitará, ¡subiendo siempre! ¡Amén! ¡Aleluya! "Esta será toda nuestra acción", dice san Agus­tín. Amén: ¡ el asentimiento! Aleluya: ¡ el entusiasmo! Y no es con sonidos pasajeros que diremos Amén Aleluya, sino por la dis­posición del alma. En realidad ¿qué significa: Amén? ¿Qué signi­fica aleluya? Amén, significa: ¡es verdad! Aleluya: quiere decir ¡Alabad a Dios! Cuando veremos cara a cara a ese a quien vemos ahora sólo como en un espejo y en un enigma, entonces será con una disposición bien diferente, inefablemente diferente, que dire­mos: ¡ Es verdad! Y decir es verdad, es decir Amén. Y lo diremos con una insaciable saciedad; porque no nos faltará nada, y habrá saciedad ciertamente; y como lo que no nos faltará nunca nos ale­grará por siempre, experimentaremos, si podemos expresarlo así, una saciedad insaciable. Estando pues insaciablemente saciados de verdad será con una verdad no menos insaciable, que diremosAmén. Pero lo que el ojo no ha visto, ni la oreja ha oído, ni el corazón sospechado, ¿quién podrá decir lo que es? Viendo pues la verdad sin jamás cansarnos, sino con una perpetua delectación y viéndolo con una evidencia absolutamente segura, abrasados del amor de la verdad misma, unidos a ella, por un abrazo dulce y casto y todo espiritual, con el mismo grito lo exaltaremos y di­remos Aleluya. Excitándonos a una alabanza igual por el amor más ardiente entre ellos y por Dios, todos los habitantes de esta ciudad celestial dirán Aleluya, porque también dirán Amén.31"

Para comprender mejor esta insaciable saciedad, digamos con Cornelio a Lapide: El placer no consiste tanto en la abundancia de cosas y en la saciedad, sino en el hambre y el deseo. Por la misma razón que la saciedad produce el disgusto, igualmente el hombre y el deseo engendran el placer cuando uno disfruta de la cosa ansiada, pues el deseo lo vuelve todo rápido y dulce.32 Ya aquí abajo, nuestra alma fascinada por lo verdadero, se zambulle con delicia, arrastrada de claridad en claridad: ¡Es verdad!, grita ella, ¡es verdad! Oh, ¡cuán verdadero es! Asentimiento: ¡Amén! Y el entusiasmo la arrebata, y el tiempo pasa; "No ha durado mucho", exclamamos de la hora pasada. Es una imagen de la eternidad y de lasalegrías de la visión beatífica.

Y sin embargo, en este progreso incesante, nada modificará ladisposición jerárquica de los elegidos, sólo el mérito puede llevar a las almas a tronos más elevados, y en el cielo ya no es posible merecer. Cuando Dios obra en sí mismo, profundidades desconocidas, es todo el mundo glorificado, es todo el Cristo que se precipi­ta en ellas, cada elegido permaneciendo en su rango eterno y reci­biendo de este espectáculo nuevo una alegría proporcionada a sus méritos anteriores, como cuando en una frase, en una palabra, cada uno comprende más o menos según su capacidad.

Si finalmente alguien pregunta a qué fin Dios hará las sucesi­vas manifestaciones, yo respondería: ¿Qué necesidad tenemos aquí de una intención, de un propósito, de un motivo especial? El motivo del amor, está en sí mismo; lo da todo, a propósito de na­da; lo da porque ama.

¿Estos progresos serán pues incesantes? Y esta ascensión tan continua como universal? Tal vez; ¿Es esto difícil de creer? ¿Tememos que Dios se agote, y que un día el Infinito llegue a su fin?

Bossuet ya lo dice: "El cielo, al igual que la tierra tiene sus solemnidades y sus triunfos, sus ceremonias y sus días de entrada, sus magnificencias y sus espectáculos; o por decirlo mejor, la tierra usurpa estos nombres para dar cierta solemnidad a sus vanas pompas; pero las cosas no encuentran su fuerza verdadera que en las fiestas augustas de nuestra patria celestial, la santa y triunfante Jerusalén.33

¡Es verdad! ¿Cómo suponer que nuestras solemnidades de aquí abajo no tienen nada que se les asemeje en el cielo? ¡Y pues! Festejamos el nacimiento de Jesús, su muerte, su Ascensión, la Asunción de su Madre divina, ¿y el Cielo no se nos une? Jesús y María, ¿no reciben en estos días ningún homenaje especial de la Iglesia Triunfante? Imposible, inimaginable, toda la liturgia católica protesta de semejante idea; en cada línea, presupone lo contrario; ella dice bien positivamente que los ángeles se alegran de la asunción de María, de la fiesta de Sta. Ana, de la de Todos los Santos, de la Pasión, del martirio de santo Tomás, y que todos juntos alaban al Hijo de Dios.34 Además, estas fiestas del Cielo, una turba de santos las han entrevisto en sus éxtasis: estas visiones ¿eran sólo errores de vanas fantasmagorías?

O tal vez dirá, que después del Juicio final, estas fiestas cesarán. Pero, ¿por qué? El Cielo será una fiesta perpetua. Lo es ya ahora y más tarde con mayor fuerza que hoy, la incesante continuidad de alegría no impedirá estas solemnidades, estas magnificencias, que Dios, en la sobreabundancia de su amor, quiera añadir.

Además, ¿cómo admitir que los misterios celebrados aquí abajo, sólo serán en la eternidad puros recuerdos, vivientes sin du­da, y para todos, insertos en el reconocimiento de cada uno, cómo pensar que no sean reproducidos para los ojos radiantes de los elegidos?

Ya desde ahora, "Dios nos pone en plan de fiesta, cada vez que nos da de su Jesús, que es también el nuestro, una comunicación más luminosa, más abundante y más íntima. Nuestros días de fies­ta eclesiásticos sólo son el aniversario y la prolongación de las co­municaciones más auténticas o más importantes, que Dios se ha dignado hacernos de su Hijo, sea en la persona misma de este Hi­jo, el bien-amado, sea en sus miembros vivientes más ilustres, como son la Santísima Virgen, los ángeles y los santos canonizados.35

Lo mismo para las fiestas del cielo, " ¡Dios ama tanto el mun­do regenerado que le ofrenda incesantemente su Hijo!"; esta luz tan pura y tan dulce, esta alegría tan penetrante, es el Verbo que se comunica; y a veces estas efusiones serán más profundas, estos torrentes correrán más impetuosos, más embriagadores, a veces para honrar en Jesús su nacimiento, su muerte o su resurrección de otros tiempos; a veces para honrar a María y José, u otros san­tos, o todos los santos conjuntamente. Estas serán las fiestas delCielo, prolongación maravillosa y eterna de nuestras fiestas de aquí abajo.

Pero ciertamente prolongación digna de un Dios inagotable e infinitamente generoso, que nunca pone límite a sus dones una vez hechos. Quiero decir que las fiestas del cielo no terminarán jamás; a las de aquí abajo, les siguen días ordinarios; en el Cielo, una fiesta viene sustituida por otra, y los elegidos gozan de todas las alegrías de la fiesta precedente, hasta que una nueva fiesta no viene a aumentarlas.

4).-  Tal vez se nos acusará de transportar al cielo los sucesos de nuestra vida terrena. Hay que precisar. En el cielo, nada se parecerá a nuestras vicisitudes presentes; aquí, ganamos y perdemos, contentos hoy, tristes mañana. En el cielo nada de esto. Nada de olvido en el espíritu, nada de enfriamiento del corazón; todo bien recibido, será guardado para siempre; pero a pesar de todo, nues­tra eternidad no será esta duración inmutable y absoluta, que es un privilegio incomunicable de Dios36; hay sucesión para los án­geles y los bienaventurados. ¿Es que ellos han contado, como nosotros, los cuarenta días que siguieron de la Resurrección de Jesús, a su Ascensión? No lo sé, pero evidentemente para ellos como para nosotros, estos hechos fueron sucesivos, y en lo que es el estado celeste el día de hoy, a lo menos bajo este aspecto, lo seguirá siendo.

Progreso indefinido, ascensión perpetua de la luz hacia una luz más grande, de una felicidad a una felicidad más perfecta, esto es el cielo, o a lo menos algo de lo poco que sabemos sobre él.

Y añadamos ahora, que viendo a Dios en todas las criaturas, nosotros le mostraremos en nosotros mismos, y cada día más.

5).-  ¡Qué alegría representará la de mostrarse! ¡Qué atractivo! Nada más natural. Mirad un niño pequeño; lo que aprende, lo repi­te enseguida; le dais un objeto, lo muestra enseguida; encuentra él algo nuevo: ¡Mirad! ¡Mirad!, grita impulsado por naturaleza. Es la voz de Felipe a Natanae1,37 de la samaritana a sus compatriotas38 : "Venid y ved". Estas palabras, s. Juan las oyó en los "cie­los". Cuando el Cordero rompe los sellos del libro, unos animales misteriosos gritan: " ¡Venid y ved!39 " Es una ley de la naturalezacreada.

Y cuánto más bello es lo que mostramos, más grande y extraordinario, tanto mayor es nuestra alegría.

¿Cuál será pues, en el cielo, la dicha de mostrar a Dios?

¡Ya desde ahora es una dicha muy grande! ¡Qué alegrías las del Apostolado! El apóstol, sea cual sea el nombre que tiene y los métodos que emplea, ¡no hace más que mostrar a Dios! Ese predi­cador en el púlpito, este escritor católico en su mesa de trabajo, ese educador cristiano en su clase, esta Hermana en la cabecera de un enfermo, todos muestran a Dios. Lo han entrevisto en la penum­bra de la fe, lo han visionado en las divagaciones de la meditación, y saboreado en el coloquio, y ahora quisieran gritar a todos: "Venid y ved! ¡Y qué alegre satisfacción cuando se sienten escucha­dos, comprendidos! Cuando las almas se les abren, escuchan y mi­ran y convencidas a su vez, también gritan: "No es sólo por vues­tra palabra; nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que ver­daderamente es el Salvador del mundo.40 " No, en la tierra no existe una alegría que se le pueda comparar; ¿qué no será, pues, en el cielo?

En efecto, insistamos sobre ello; mostrar a Dios es en realidad nuestro fin, como es también nuestro fin el de verle; y mostrarlo es más necesario aún que el verlo, pues hay criaturas que no ven a Dios, pero todas lo muestran. Los condenados, sin verle jamás, ¿es que acaso, muy a pesar suyo, no muestran su justicia y su bondad? Lo mismo podemos decir del purgatorio, las almas no ven a Dios todavía, pero su gozo es el mostrarlo, ellas también, como justo y bueno.'" Para nosotros, en el cielo, viendo a Dios, amándole, ¡y hasta qué extremos!, estaremos encantados de ser una de sus revelaciones, una palabra viviente que le anuncia, le expresa ycomprendiéndose en sí misma.

Dicha, que será tanto más viva, que según hemos visto, tanto los ángeles como los santos, serán todos diferentes los unos de los otros; es decir, que al no repetirse Dios, cada uno de nosotros será aparte, una palabra especial, diciendo de Dios lo que ningún otro ha dicho, y por lo mismo, procurándole una gloria que no recibirá de nadie más.

De ahí ese título de Bien-dichos,42 que recibiremos a nuestra entrada en el Cielo. Venid, los Benditos, que quiere decir los Bien-dichos: Benedicti. La vida del hombre es un canto a dos. En noso­tros y por nosotros, desde ahora, Dios se dice, Dios se canta fuera de sí mismo y quiere que nosotros lo digamos, lo cantemos con E1.43 Es por esto que nos ha creado inteligentes, amantes y libres. ¡Qué hermosa es la vida humana, comprendida así! Pero, ¡ ay ! ¡Cuántos desacuerdos entre Dios y nosotros, aquí abajo! El que quiera mantener hasta el postrer momento, por toda la eternidad, este horroroso desacuerdo, ese será el maldito, mal-dictus; ¡quese vaya! Una voz falsa, para siempre, ¡sólo conseguiría perturbar el canto y destruir la armonía del cielo!: Ite, maledicti! Pero cuando un alma ha ensayado de cantar durante su vida terrestre, a lo me­nos en el postrer momento, en acuerdo con Dios, con el purgato­rio purificando sus manchas, ha purificado su voz; y bien-dicho, ella dice-bien. Esta alma es tal como Dios la ha querido; por ella, Dios se siente dicho, como quería se fuera dicho. Esta palabra es una expresión justa y Dios la mira y Dios la escucha mejor;El se mira y se escucha en ella, como el escritor, como el orador contempla la aparición, escucha la vibración de su alma en la palabra que ha escrito o que ha pronunciado. Y Dios dice, ¡ está bien dicho! Y el que dice esto en Dios, es el Verbo, la Palabra, el Bien-dicho por excelencia, tan bien dicho que por El, todo está dicho para la eternidad; es El, el Bien-dicho del Padre, juzgando todos es­tos verbos creados, todas estas palabras finitas, participa con noso­tros de este título, les convoca a decir de Dios, a cantar a Dios eternamente con El: Venid, los Bien-dichos de mi Padre.44

6).- Pero he dicho que en el Cielo, mostraremos y diremos de Dios cada vez más. En efecto, estas revelaciones sucesivas que ha­rán de la vida futura un progreso incesante, estas explosiones de luz, que emanan del seno de Dios, pintarán el cielo con colores nuevos, el cielo, es decir, todo el universo transfigurado. Vistas me­jor en esta luz más grande, las criaturas nos parecerán más bellas, comprenderemos mejor todas las cosas y nosotros mismos seremos mejor vistos, comprendidos mejor. Envueltos como todo lo demás, en estas oleadas de luz, que brotan sin cesar, mostraremos mejor lo que somos, es decir, lo que Dios quiere, a través nuestro, expresar de sí mismo. Es Dios, ese Dios que cada vez más aparecerá en no­sotros y al igual que toda criatura nos lo dirá más plenamente, no­sotros lo diremos también más plenamente a toda criatura. Dos progresos iguales, paralelos; incesantes tanto el uno como el otro e indefinidos, dicha doble y siempre creciente, para no menguar jamás.

Esta será la eterna y legítima satisfacción de esta ansia tan pro­funda en nosotros, esa necesidad de presentarnos, de aparecer. Se ha dicho: Anda, aparece, muéstrate, es toda la vida. Esta aspira­ción es natural en el hombre, pero el orgullo la pervierte. Es a no­sotros a quienes queremos mostrar, es sobre nosotros que quere­mos atraer la admiración, mientras que en el cielo, comprendiendo que nuestra gloria consiste en glorificar a Dios, es por Dios, que queremos que nos vean, nos comprendan y nos oigan; y la gloria que así le procuramos, recaerá sobre nosotros.

De ahí la respuesta a esta pregunta: ¿Es que en el Cielo nues­tras faltas serán conocidas? ¡Ah! Qué pesar para nosotros si no lo fueran. ¿Puede uno imaginar, a pesar de lo imposible, que santa Magdalena, fuera tenida por una inocente? Con que ardor ella protestaría. ¿Y pues? La gloria de su divino Maestro, ¿no es que haya perdonado tanto? ¡ Y no lo sabríamos! Ignorando las miserias de la Magdalena, ¡ignoraríamos las misericordias del Corazón de Jesús! ¡No, no! La Magdalena no lo permitiría; que se sepa lo que ella fue, para amar todavía más a su buen Maestro. Esta será su gloria; y ella está empecinada en ello, ella lo quiere y ella no acep­tará ninguna otra manera.45

Y en el Cielo, todo pecador antiguo, pensará como la Magdalena.

Y esto que precede, levanta otra cuestión.

7).- He dicho que en el cielo, comprenderemos cada vez me­jor a todas las criaturas; ¿es que ellas serán inagotables, tanto que jamás las comprenderemos perfectamente? Mons. Gay lo niega. Según él, los bienaventurados, "con una sola mirada, abarcan todo el universo, penetran sus profundidades, hasta el punto que no encontrando ninguna otra profundidad ni secreto, podrían dejarlo de mirar, pero sin perder ni desaprender nada.46 "

A pesar de la admiración verdadera y bien merecida que nos inspira Mons. Gay, nos permitimos emitir una duda sobre esos dos pensamientos. Si los santos, abarcando de una mirada el universo entero y penetrándolo de tal forma que lo comprenden absoluta­mente, ¿de qué nos serviría el don de agilidad? En el cielo, como aquí abajo, todo lo que se busca es ser feliz; y como entonces todo placer emanará de la visión de Dios, uno no se desplazará por el cielo sino para conocerlo mejor, conociendo mejor sus criaturas. El día en que cada una nos hubiera dicho de Dios, todo lo que te­nía que decir, ya no excitaría nuestra curiosidad. ¿por qué ir a verla, si está lejos? ¿Por qué incluso mirarla si está a nuestro lado? El mundo regenerado, no teniendo ya nada que ofrecernos o enseñarnos, ya no sería para nosotros muy pronto, por su monotonía, más que un espectáculo aburrido.

Yo diría aún más. Si un día supiéramos "el todo" de las cria­turas, es porque ellas son finitas, limitadas. Pero toda criatura está en este caso. Por grande, por incomparable que sea María, ella tiene sus límites; la santísima humanidad de Jesucristo igualmente. ¿Es que un día agotaremos esos tesoros inagotables? ¿Es que después de miríadas de siglos, estos espectáculos divinos no serán para nosotros más que una repetición monótona y estéril?  !Imposible! Que un día el Verbo no tenga más que decirnos sobre su humanidad, y continuando durante toda la eternidad a instruirnos por sí mismo, ¿al final no podría más que repetirse? Recor­demos que santo Tomás asegura que en el Cielo nos hará felices elcontemplar el cuerpo de Cristo. ¿Es que esta felicidad se agotará un día? Y ciertamente se agotaría y caería en la monotonía, si un día hubiéramos ya comprendido todas las maravillas de su cuerpo.

No, ni María, ni ninguna otra criatura será nunca compren­dida perfectamente; es de la eternidad, lo mismo que del tiempo, que podemos decir con Pascal: "No sabremos nunca el todo de na­da". Toda criatura, lo hemos dicho ya, es un día abierto al infini­to; mirad a través, es en el infinito que se sumerge vuestra mirada, campo ilimitado de la luz y de la verdad; todo sirve de atrio, para penetrar en este campo. Un grano de arena nos conduce tan bien como un sol o un ángel; pero por pequeña que sea la entrada, no pensemos en medir el infinito que se nos ofrece al otro lado, o más aún, repitiéndolo: todo ser creado es una palabra de Dios; es­te es pues en sentido general y común de toda criatura. Dios y solo Dios puede comprenderse a sí mismo en toda su amplitud.

Tomad una palabra de la Biblia. Si Dios os ilumina, esta pala­bra bien meditada, se os aparecerá como un mundo; cuanto más sondearéis sus profundidades, más inmensas las encontraréis. Así hacían los Santos Padres, ¡ y qué riquezas no han sacado de esos filones inagotables! Pasa lo mismo con toda criatura, y tanto más, que cuando Dios las creó, hablaba de Dios. En la Biblia habla un lenguaje humano. Y si se pueden poner en una palabra humana profundidades insondables, ¿cuánto más en esas palabras divinasque llamamos criaturas?

No temamos pues. Esa laxitud que nos entumece aquí abajo y nos acosa por todas partes, en el cielo, nada la puede provocar, nadie la experimenta. La última de las criaturas será como Dios, un espectáculo siempre nuevo, un libro sin epílogo, haciéndonos en cada página nuevas revelaciones.

Figuraos un padre, una madre, unos esposos, los niños, rodea‑  dos de aquellos que les aman y viéndolos crecer incesantemente  en belleza; no como sucede hoy, por un juego vano de imaginación, sino realmente y de verdad. ¡Qué alegría tan grande! Y también qué alegría procurar a los que uno ama, una alegría semejante.  "Acercaos a Dios, dice el Salmista, y seréis iluminados.47 " Este  es el resumen de nuestra vida celeste. Penetrando incesantemente  en la luz divina, nos convertiremos, por reflejo, más y más luminosos, y sin embargo, permanecerá eternamente verdadero que el "Rey de los Reyes habita en una luz inaccesible48" ¡0h profundidades insondables del infinito!

II. Amor de Dios en el Cielo

"Malhadada la ciencia, que no gira hacia el amor"! Palabra citada ya, ¡ pero cuán cierta!

1).- Nuestro autor, en realidad, es Dios. Y, Dios se conoce y al conocerse, se ama; esta es su vida íntima. Tal debe ser también la nuestra y la de toda criatura inteligente. No puede existir amor, sin conocimiento, es imposible; no puede existir conocimiento sin amor, es un desorden. Cuando la ciencia no produce el amor, abor­ta; es una flor sin fruto; desorden tanto más grave, que nos afecta precisamente en la parte más íntima de nuestro ser, en el rasgo más esencial de nuestra semejanza con Dios.

Y, debe ser el amor a Dios, que la ciencia debe producir antes que nada.

Y quiero advertir, que hablo de todas las ciencias, de aquellas incluso de aquí abajo, que parecen más ajenas a las cosas de Dios.

¿Qué es, pues la ciencia? ¿No es el conocimiento de las cosas por sus causas? Pues bien, Dios es la causa por excelencia. ¿Quién lo ha creado todo? Dios.49 ¿Por qué? Para sí mismo.50 Y sus mo­delos, es de sí mismo que los ha tomado.51 ¿Hay algo en la criatura, que no se asemeje a su Creador? Sus límites, ciertamente; y si ella es libre, sus pecados; pero límite y pecado, no son más que nada; no es por ahí que las criaturas existen; al contrario, por ello existen menos. Hablando por lo tanto de lo que es positivo y real en los seres, repito que toda perfección creada es una imagen de la perfección increada; luego, toda ciencia enseña sobre Dios, mues­tra a Dios; toda ciencia es teología.52

Por lo tanto, es al amor de Dios que toda ciencia debe conducirnos.

Y de hecho, ella nos conduce; pues es a Dios que se dirigen en el fondo, todos nuestros amores; es El a quien busca nuestro corazón, incluso cuando está más alejado de El. Ciego desgraciado, ¡ no sabe dónde va! ¿Qué es lo que amamos en las criaturas? Sus perfecciones, nada más.53 Y ¿cómo amar lo que es bueno, lo que es hermoso, lo que es grande y no amar la Bondad, la Belleza, la Grandeza? Si el retrato nos fascina, cuanto más la realidad autén­tica, la misma persona retratada.

Desgraciadamente, este amor de Dios es inconsciente; lo mis­mo que vemos a Dios en todas partes, pero sin reconocerle, así también, sin saberlo, y por lo mismo sin mérito, le amamos en todas las criaturas.

En el Cielo, esto no sucederá: en el cielo, nada de ilusiones, nada de error, nada de desorden; la verdad, la luz, el orden perfecto. Allí todo amor remontará hacia Dios; no como aquí abajo, empujado con esfuerzo, pero naturalmente y de sí mismo. Viendo a Dios cara a cara y en sus criaturas, le amaremos con un doble amor y proporcionado a esta doble visión.

2).-Lo más importante, ¡qué amor brotará de la visión intui­tiva! Tenemos nuestra alma absolutamente pura, perfectamente ordenada, sin ningún problema ni desacuerdo en sus facultades; y de pronto, ¡ cara a cara con Dios! Todas esas perfecciones que tanto ha amado: belleza, bondad, grandeza, poder, todas reuni­das; o mejor aún, la perfección misma, no ya derivada o compar­tida, dividida, sino una, la perfección total y absoluta, el alma la ve, la mira sin temor, sin fatiga, sin nieblas... No, no existen expresiones para decir el impulso incontenible, que nos arrebatará a nosotros mismos, y nos lanzará por entero, emocionados y tem­blorosos, en este abismo de amabilidad ilimitado. De la misma for­ma que reunidas las luces de los conocimientos humanos, sobre­naturales y naturales, no serían cotejados con la visión intuitiva más que tizón oscuro y humeante; de igual manera, suponed en un corazón y al mismo tiempo, todos los transportes de los afectos terrestres, los más verdaderos y los más ardientes; ese impulso que desgarraría nuestro corazón, este impulso no sería nada, compa­rado a aquel que nacería de la visión intuitiva, nos arrastrará por siempre jamás a las delicias incomparables del amor divino.

Oh, y cómo se realizará entonces y de un modo perfectísimo, esa ley primera y suprema del amor: " ¡Amaréis al Señor vuestro Dios de todo vuestro corazón, con toda vuestra alma y con todas vuestras fuerzas!" Seremos todo amor para amar a nuestro Dios.

3).-           Y la visión intuitiva, yendo siempre de progreso en progre­so, nuestro amor crecerá con ella; a cada efusión de luz, surgirá un impulso más vivo. Considerad una madre y su hijo, el uno en los brazos de la otra; se miran y al mismo tiempo se abrazan tierna­mente; esta mirada es una revelación. A través de las dulces lágri­mas con que brillan sus ojos tan afectuosos y puros, el niño ve cada vez mejor a su madre, quiero decir lo que ella es, cuanto le ama; y su amor de niño crece bajo su mirada, y si él pudiera entrar en ese seno donde fue formado, entraría en él, tanto afecto yatracción le causa. Eso es en pequeño una idea de la visión intui­tiva y el movimiento que crea. "Nuestra boca, nuestro seno, os son abiertos, nos dirá Dios, infinitamente mejor que san Pablo; nues­tro corazón está dilatado, no estáis estrechos en nuestras entra­ñas.54 " Y compelidos por una aspiración inmensa y grandísima, nos iremos sumergiendo más y más dentro de esa luz y ese amor.

¡Qué alegría! Será la misma alegría de nuestro Dios, no una imitación, sino la suya; perfectos de su perfección, bellos de su belleza, seremos felices de su propia felicidad. "Entra, siervo bue­no y fiel, ¡ entra en el gozo de tu Señor!" Palabras eternas, como aquellas otras: "Venid, benditos de mi Padre". Eternas, es decir repetidas sin cesar, o mejor aún, continuadas, sostenidas incansa­blemente y siempre obedecidas. Entrados una vez en este gozo, entraremos una vez más y siempre estaremos entrando, experi­mentando siempre eso que se siente al entrar, en la primera oca­sión: esta sorpresa alegre, ese sobrecogimiento del alma satisfecha al fin. ¡Entrad en la gloria de vuestro Señor!

¡Y será por toda la eternidad!

¡Oh! ¡qué transportes de amor! ¡Basta! ¡Señor! ¡basta ya! se exclaman a veces los santos, sucumbiendo bajo el peso del amor. ¡Basta ya! ¡Yo voy a morir de tanto amaros! Y le amaremos en el cielo, a nuestro Dios, mil veces más que los santos sobre la tie­rra; y lejos de morir de ello, viviremos de este amor.

Y así la visión intuitiva será plenamente beatífica; beatificando por sí misma nuestra inteligencia, producirá en nosotros un amor indestructible, que será la beatitud de nuestro corazón y que, uniéndonos a Dios, causará por esta unión, la beatitud de todo nuestro ser.

Y con Dios y en Dios y por Dios, amaremos a los ángeles y a los Santos, dichosos compañeros de nuestra feliz eternidad. Los veremos y los conoceremos: está demostrado. Este magnífico espectáculo, lo hemos dicho, no es para El, sino para nosotros que El lo ha preparado. Y es natural, al admirarlos, esos seres tan buenos, tan perfectos, tan semejantes a Dios, y amando a Dios con todas nuestras fuerzas, ¿cómo no amarles a ellos, nuestros hermanos y nuestras imágenes? ¿Es que no seremos en el Cielo la familia de Dios? Y la ley de la familia, su ley por excelencia, ¿no es acaso el amor? Y no solamente el amor filial que une los hijos a sus padres, ¡sino el amor fraterno que les mantiene unidos entre sí!55

4).- Tenemos además aquí, lo que nos enseñan las oraciones de la Iglesia.56 Contemplad a esta Madre, a la cabecera de un mori­bundo. Que sea un Papa, o un Rey, o el último de los mendigos, un santo ya ilustre, o un pecador miserable, ella pide ayuda a los ángeles y a los apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes, toda la Corte celestial, a nuestro Señor en persona. Y ¡ en qué tér­minos, yo diría casi festivo! Tierna Madre, ella le adormece a su hijo, bajo los sonidos de una poesía casi divina. Y cuando final­mente ya duerme el último sueño, sobre este lecho donde va a des­cansar hasta el supremo despertar, ella canta una vez más sus cán­ticos de vida eterna. "Que esta alma entre en el seno de los patriar­cas, que el Señor la coloque entre los príncipes, ¡los príncipes de su pueblo! ... Oh Señor, ¡qué ella goce con Vos entre los Santos!57 " Y en el pensamiento de la Iglesia, no es solamente la presencia y la vista de Dios, que deben llenar de gozo esta alma, sino la pre­sencia de los elegidos. "Ella pide que en la beatitud eterna, goce­mos de su compañía,58 de su vista perpetua59 y de la de los ángeles.60 Habitualmente, la Iglesia, designa el cielo con la palabraconsortium,61 que quiere decir: comunidad de bienes. Y ¿qué sig­nificarían estas oraciones y todas estas expresiones, si en el cielo, sólo debiéramos estar yuxtapuestos sin relaciones mutuas de co­nocimiento y amor?

¿Volverán a insistir con esta intolerable objeción: " ¡Nuestro Dios es un Dios celoso!"? Ciertamente lo es y no puede dejar de serlo. Pero diremos sencillamente: ¿Y qué prueba esto? ¿Qué no hay que amarle más que a El? Pues, es que él mismo no ha dicho: "El segundo mandamiento es semejante al primero: ¡Amaréis al prójimo como a vosotros mismos!62 " No, lo que Dios quiere, es que se le ame por encima de todo, puesto que El es la amabilidadinfinita; que se ame a las criaturas a causa de El, porque ellas no tienen de amable más que su semejanza con El; y en definitiva, quiere también que toda criatura sea amada; ¿por qué? Precisa­mente porque es su criatura y su imagen.63

Fuera pues y lejos de nosotros esas ideas falsas que sólo pre­tenden destruir el corazón bajo pretexto de purificarlo. Cuanto más puro sea un corazón, más ama; y cuanto más ama, más puro será.64

En el cielo, nuestra alma, de una pureza inalterable y abso­luta, inflamada con el contacto substancial con el amor infinito, se inflamará de una santa e inenarrable ternura hacia los compañeros de su inenarrable y gloriosa felicidad. ¡Mirad a esos hijos e hijas de Dios! Están ahí en innumerables millares; cada uno aparece delante de los demás, revestido de la púrpura de sus virtudes, coronado con sus méritos, y con la palma de la victoriaen sus manos. Allí están todos ellos resplandecientes de Dios, admirados, amados de todos y rindiendo a todos y a cada uno un amor semejante en una semejante admiración. Cada corazón es un brasero, de donde brotan los rayos, y a través de esos campos inmensos de la luz y del amor, van a conseguir el corazón de cada uno de los elegidos; y de sus corazones, con maravilloso intercambio, de esos corazones innumerables, rayos incontables de un mutuo e inenarrable amor, retornan a ese Corazón único de Jesús. “¡Ah! Si vierais (esas almas) sobre el seno de la divinidad, excla­ma Mons. Gay, no es algo de Dios lo que beben esas almas bien­aventuradas, sino Dios mismo; y Dios es amor, el amor que nos ama a todos. Al beberlo, beben pues un amor infinito por noso­tros. Ese amor se transmite a ellos; él vive de ello, y ellas viven de ello .65 "

Y que nuestra imaginación no mezcle nada a este mutuo amor, de las mil cosas que le turban aquí abajo. De las inferiores a las su­periores, hay que hacer hoy día consideraciones que mantengan las distancias y con ello, el buen orden. Familiaridad engendra menos­precio, decimos a menudo. Para parecer algo, el hombre necesita mucho esas distancias y esa bruma. Si os acercarais, lo veríais.

En el cielo nada parecido; no se puede temer ningún desorden; imposible que el menosprecio aparezca, puesto que todo es divinamente estimable; nada de velos, por lo tanto, nada que ocultar. Ya lo hemos dicho, cada uno será dichoso de ser conocido tal cual es, para la gloria de Dios. Ningún rechazo, ninguna limitación; y por lo mismo ninguna vergüenza; sino esta libertad tranquila por todas partes, que procede de la imposibilidad de obrar mal. En una pala­bra, en la familia de Dios reinará la familiaridad ideal, con todas las ternuras e intimidades encantadoras.

Así será nuestra llegada al cielo. Desde el primer instante nos sentiremos, no ya en la casa de Dios, sino en nuestra propia casa. He leído no sé dónde, la historia de un niño sordo-mudo, idiota que había sido recogido y adoptado por gente humilde. Iba a morir y su padre adoptivo también. Algunas personas se habían reunido en la pobre cabaña, alrededor de la cama de los agonizantes. De pronto, el sordo-mudo e idiota se levanta, se lanza a la cama de su padre y grita: "Gracias padre mío". ¡Indecible estupefacción! Elniño nunca había hablado antes. Se precipitan, le rodean; él se acuesta, se extiende sobre su camastro, y añade: " Agradezco a mi padre, y ahora me voy a casa!" ¡Y había muerto!

La tan hermosa definición del Cielo, " ¡qué alegría, dijo David, iremos a la casa del Señor!66 " A pesar de lo inspirado de David, yo prefiero la frase milagrosa del idiota sordo-mudo: ¡Me voy a casa! Como al niño fatigado que encontráis en el camino y al preguntarle: ¿Dónde vas?, y él responde con toda naturalidad: Voy a casa. Si hubiera dicho: A casa de mi padre, tal vez esa respuesta envolvería cierto amor. Si hubiera dicho: A mi casa, sería un poco ridículo. Pero al decir a la casa (nuestra casa, la casa por antonomasia), esa es la respuesta más bella, más verdadera, esto es elCielo, nuestra Casa. O los que morís, ¡sed felices! ¡Morir es ir a nuestra Casa!67

III. Amor mutuo de los elegidos

1).- En el Cielo nos amaremos todos, pero no por igual.

¡Qué doctrina para aquellos que sin estudios, sin reflexión pretenden aquí abajo, hacer que nos amemos por igual!68

Esta igualdad es obligatoria aquí abajo, ella no existirá, dichosamente, de la misma manera en el Cielo.

El cielo, exige el orden en todo y sobre todo en el amor, puesto que el amor lo es todo en el Cielo. “¡El Cielo consiste en amar-se en paz!", ha dicho la Sra. Swetchine.69 Y ¿qué es la paz, sino la tranquilidad en el orden? 70

El amor ordenado o según el orden, ¿qué es sino el amor proporcionado a la amabilidad? Más amable, más amado: es un principio de razón y la ley fundamental de todo amor creado.71 Esta ley y este orden, hay en la tierra mil pasiones que los turban; en el Cielo jamás nadie ni nada podrá turbarlo. El orden reinará en el Cielo por sí mismo, sin que cueste el menor esfuerzo a nadie; ya diría aún más, causará la dicha de todos, puesto que será su elemento.72

Así que amaremos a Dios por encima de todo y a sus criaturas las amaremos a causa de Él. ¿Y cómo las amaremos, en qué grado? Puesto que son imágenes de Dios, las amaremos tanto más, cuanto más se le asemejen, bien sencillo.

En otros términos, amaremos tal como ama Dios. "Es mi precepto, nos dice El, que os améis como yo os he amado.73 " Pero Dios no ama a todas las criaturas igualmente; ¡ cuántas diferencias y cuántos grados en los dones que les otorga!74 Esta variedad se reflejará fielmente en nosotros. "Cada bienaventurado, dice santo Tomás, por una conformidad perfecta de su voluntad a la de Dios, querrá que cada uno posea lo que le es debido, lo que Dios ha dispuesto según la justicia divina.75 " Es decir, que cada uno que­rrá que cada uno posea todo el bien que Dios le ha concedido, o sea le amará como Dios le ama.

De ahí resulta una variedad, una desigualdad, un orden absoluto en nuestros afectos, este es el cielo que esperamos y el modelo que ya desde aquí debemos pretender.

2).- Si ahora quisiéramos esquematizar esta jerarquía celestial de nuestros afectos diríamos primero, que delante de cualquier otra criatura, amaríamos con toda el alma a Nuestro Señor Je­sucristo. "Jesús, el primogénito de todos, por quien todos los otros fueron creados; en quien fueron concebidos, queridos, amados, bendecidos, salvados. ¿No es acaso Jesús el preferido de Dios, el hijo de todas las complacencias?76 ¿No es El acaso nuestra razón de ser, nuestro Redentor, y la qué precio!, la cabeza de la cual to­dos somos miembros, la cepa de la que todos somos sarmientos? ¿No es El nuestro Todo? Y entonces le veremos que El es, lo ha sido siempre, nuestro Todo. No hará falta ya ningún esfuerzo para convencernos, esta verdad capital, será como el sol de medio día. "He aquí la vida eterna, dice el mismo Jesús: conoceros, Oh Vos que sois el verdadero y solo Dios y a aquel que Vos habéis enviado, Jesucristo.77" Y al conocerle, a nuestro Jesús, no, nadie, ningún término puede decir hasta qué punto le amaremos.

Y le testimoniaremos este amor; y El mismo nos testimoniará el suyo.

No vayamos a imaginar a nuestro Jesús, perdido en el Cielo, en las alturas inaccesibles o rodeado de privilegiados, que por su número, impedirían a los demás de acercarse. ¿No es a cada uno que Jesús ha dicho: ¡Venid!, y por eso dice a todos los obstáculos: ¡Dejadles venir a Mi! Se hará, por toda la eternidad todo a todos. Y ¿Cómo? No lo sé, ni me inquieta! pues sé lo que sé: si un día todos los hombres de la tierra, que han llegado a ser lo que tenían que ser, quisieran todos comulgar, podrían hacerlo y cada día; ha­bría cada mañana tantas hostias consagradas, como personas quedeseaban comulgar, y esta comunión universal y cotidiana no sería más que el ideal de Jesús, su ilusión, su deseo realizados.

Pues bien, si hace falta en el Cielo, para que cada elegido pueda, cuando lo desee, ver de cerca a Jesús, hablar con Jesús, escuchar a Jesús, llenar de besos sus llagas gloriosas; si hace falta en el Cielo algo análogo a esta multiplicación eucarística, no me cabe la menor duda que debe existir.

En el Cielo, como aquí abajo, y mil veces más aún, el Todopoderoso estará al servicio del amor de Dios hacia sus criaturas y del amor de las criaturas hacia su Dios; y lo que sí es cierto, es que todos nuestros ensueños serán infinitamente desbordados; diría voluntariamente: es de fe, pues está escrito, que "el corazón del hombre no podrá nunca sospechar lo que Dios reserva para sus elegidos en la gloria.78 "

¡Y cómo olvidar aquí, Oh Vos a quien nadie en el Cielo puede olvidar, Corazón Sagrado de Jesús! Puerta siempre abierta para que Dios salga incesantemente de sí mismo y descienda a sus criaturas, para que incesantemente las criaturas remonten hacia El; Corazón de Jesús, centro de ese centro universal dentro de este principio; fin último en este fin último; lo que hay de más unitivo en este punto de unión; Corazón Sagrado de Jesús, todo de Jesús, como Jesús es el todo del mundo, es de Vos que brotarán en torno de ese sol los rayos innumerables de su amor; y los rayos que de todas partes, retornarán a El de todas partes como de rebote, es sobre Vos que al penetrar en El, amarán de encontrarse.

Jesús y en Jesús, su divino Corazón, he aquí, en el cielo, el primero y el incomparable objeto de nuestro amor.

3).- Después de Jesús y con Jesús y por Jesús, amaremos a María como Jesús, sino tanto a lo menos por motivos análogos. ¿Es que no es ella, María, más y mejor que toda criatura la imagen de Dios, la privilegiada de Dios, el objeto de todas sus complacencias, Su Sirvienta, es decir, su glorificación por excelencia? Por grande que fuera, "ella le ha engrandecido, su Señor,79 " dándole su cuerpo natural y también su cuerpo místico... Esta vid, de la que yo tanto amo de repetir que nosotros somos los sarmientos,esta Cepa-Dios después de Dios y con Dios, ¡ qué la ha plantado! Es María. Que la ha cultivado, regado con sus lágrimas, ¡Ay! Es María. Es María que de ella ha recogido, injertado, conservado, cuidado, curado, todos esos sarmientos; ella los alimentó de gracia en las pruebas y ahora en el Cielo los arroba de gloria.8° Como el Corazón de Jesús y por ella vamos a Jesús y al Cielo. Y porque yendo de progreso en progreso, entraremos incesantemente en el Cielo, es por María también que continuaremos entrando. Habiéndose aprovechado la primera, y más que nadie, de esas sucesivas expansiones de gozo y gloria, que sucederán en el Cielo, el eterno e incesante desarrollo de nuestra felicidad, María nos hará disfrutar ininterrumpidamente con ella y por ella.

¿No es eso lo que le pedimos en la Salve Regina: "Después de este destierro, muéstranos a Jesús?" Ya lo hemos dicho: Ver y mostrar a Dios, es el todo en el Cielo; pero Dios, es por Jesús que se muestra; ver a Jesús, por lo tanto, es la felicidad de los elegidos; mostrar a Jesús, ver su gloria. Todos, sí, veremos a Jesús, todos mostraremos a Jesús; pero los que verán más a Jesús, también lo mostrarán más! Y en eso, nadie sobrepasará a María; nadie la igualará. Jesús es la luz; ella descompondrá esa luz en mil matices; cada elegido verá algunos de esos matices, y ello les bastará para su gloria; pero María verá en la luz, todos los matices reunidos; María reflejará todos los matices; nada será visto de su Jesús, que ella no haya visto primero; nada será mostrado, que ella no haya mostrado primero, es allí en el Cielo que comprenderemos mejor la profundidad del bello título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que abarcaremos primero todas sus armonías, que saborearemos todos sus encantos, pues este título abarca todo lo que acabamos de describir.

Así, después de Dios, y antes que nadie más, María; será María, después de Dios a quien amaremos más y mejor; como todo bien nos viene de manos de María, es por María que remontará de nuevo hacia Dios, con toda nuestra gratitud. ¡Y qué gloria, y qué dicha será para Dios de ver a María tan bella y tan amada! ¿Es que servirá de gloria, la dicha de un padre, de una madre, de ver a su hijo merecer tanto amor que ella recibe, y recibir tanto amor como ella merece?

Y como Jesús, María será toda para todos. ¿En qué proporción? ¿Por qué medio disfrutará ella, para su dicha y para la nuestra, de algún privilegio parecido a esta multiplicación eucarística, de que hablaba hace poco, refiriéndome a Jesús? Yo no lo sé; pero aquí también, lo que me parece inadmisible es que un elegido queriendo disfrutar de la vista, de la compañía de María, como un niño con relación a su Madre, encontrará alguna dificultad.

Cuántas veces, por lo demás, la Santísima Virgen María ha aparecido sobre la tierra. Y en el mismo momento estaba en el Cielo, y a menudo bajo un aspecto bien diferente; ¿quién puede imaginar que llorando en la Salette, estuviera en aquel mismo momento llorando en el Cielo? Tenemos aquí un misterio, de acuerdo. Pero todo misterio es una antorcha; sin ser comprendido, hay que comprender, al menos entrever, como la luz que muestra sin revelar su naturaleza. Apoyándome en estas apariciones que Dios quería para la salvación de las almas culpables, me pregunto si no habrá otorgado a María una especie de omnipresencia para el bien de lasalmas salvadas.81

Sea como fuere, consolémonos de estas tinieblas, repitiendo: El Corazón de Jesús es más ingenioso para dar, que el nuestro para desear o imaginar sus dones.

4).- Y ahora, ¡unas palabras sobre San José!

En la Iglesia militante, ¡qué gran silencio, qué gran olvido en torno de ese gran Santo! Espero que nos resarciremos en el Cielo, amándole en la medida en que participó y sigue participando en las glorias y en los ministerios de Jesús y María.

Pero ¿quién podrá analizar esta medida?

El punto principal que también queremos indicar aquí es, que a título de protector de la Iglesia Universal, tendrá derecho al re-conocimiento de todas las almas salvadas. Su patrocinio no comenzó con el decreto que lo proclama, ni siquiera con su vida mortal, al igual que el ministerio de Jesús y de María, no comenzaron con su nacimiento.

Por encima del orden natural y del orden sobrenatural, de la gracia y de la gloria, se eleva el de la unión hispostática. Jesús lo constituye en sí mismo; María se aproxima a título de Madre y san José como esposo de María y padre nutricio de Jesús.

Y este orden es el punto culminante de todas las cosas, la finalidad única de los órdenes inferiores, y las tres augustas personas que reúne, viven y actúan en el mismo pensamiento de Dios desde toda la eternidad. No diré que ellas solas tengan este privilegio, puesto que todos nosotros vivimos en Dios, desde que Dios existe, pero evidentemente Jesús y María, lo disfrutan en un grado incomparable, al que se aproxima San José.82

De ahí el inmenso y universal amor que rodea este gran santo y le ocasionará en el Cielo una gloria y una dicha aparte.

5).- Pero, después de san José yo no veo a nadie que tenga de­rechos análogos a un amor universal. Los Santos del Antiguo Tes­tamento tendrán un reconocimiento particular, como los patriarcas y profetas, instrumentos de Dios en la fundación y conserva­ción de la Iglesia en su primer estado. Tendremos un reconoci­miento parecido hacia los apóstoles, especialmente por los de nues­tro país; por los mártires que regaron con su sangre la Iglesia naciente, por los doctores que la iluminaron y los pastores que lagobernaron. Lo mismo harán los religiosos, hacia sus fundadores yreformadores de su orden; lo mismo, cada uno de nosotros hacia aquellos que contribuyeron a su salvación.

En una palabra, veremos en el Cielo los instrumentos inconta­bles, más o menos poderosos, diversamente activos, de que Dios se habrá servido, a través de los siglos, para prepararnos, para traernos de lejos o de cerca la gracia y con ella la salvación, y a cada uno nuestro corazón les testimoniará un reconocimiento eterno.

Reconocimiento que vale decirlo, será recíproco. En ninguna parte se comprenderá mejor que en el Cielo, quien es más dichoso, el que da o el que recibe. Los que en la tierra hayan tenido el insigne honor y dicha de hacer el bien, estarán en el Cielo llenos de gratitud hacia aquellos que recibiendo dicho bien, les permitieron de llevarlo a cabo.

Unidos pues así, por mil cadenas deliciosamente entrelazadas, estaremos unidos y deudores, por los mismos motivos, con los án­geles.

"Todos son espíritus empleados por Dios para el bien de aque­llos que serán salvados", dice san Pablo.83 Aquí abajo, no cono­cemos bien este ministerio angélico para poder estar debidamente agradecidos; nuestro ángel de la guarda, ¿qué recibe del inmenso amor que le debemos?

En cuanto a los ángeles guardianes de nuestra familia natural o religiosa, de nuestra ciudad, de nuestro país, ¡cuán pocos piensan en ellos y les honran! En el Cielo veremos estas deudas inmensas que contraemos a cada instante sin saberlo, y en lugar de apesadumbrarnos de estas deudas sin saldar, nos sentiremos dichosos de haberlas contraído, dichosos de conocerlas y más dichosos aún de extender y difundir, para pagarlas, los tesoros ya inagotables de nuestro corazón.84

Pero además de las deudas contraídas aquí abajo, ¡cuántas relaciones nuevas surgirán sin duda en el mismo Cielo! "Simpatías ardientes, dice Mons. Gay, que podrán hacer eclosión de repente entre los seres que Dios había singularmente determinado, aunque no les permitió que se encontraran en la tierra.85 "

Estas simpatías, en realidad, ¿es que no comienzan tal vez ahora mismo? Es que, alguno no siente ya más inclinación hacia un santo determinado? Una semejanza de carácter de situación, de pruebas, una fruslería a veces bastan para hacer aparecer ciertas amistades entre el cielo y la tierra. ¿Qué no sucederá, cuando nos veamos cara a cara? Entre los santos que conocemos, y entre los otros más numerosos aún, que no conocemos, ¡cuántas naturalezas capaces de sintonizar armónicamente con la nuestra! Nos re-conoceremos, sin habernos conocido antes, sin habernos visto antes y ya seremos amigos de verdad por toda la eternidad.

Pero todos estos motivos de amor son sobrenaturales; sean lo numerosos que sean, pero ¿es que serán los únicos? ¿Qué pensar de los afectos naturales, que aquí abajo nos causan tanto placer y alegría? ¿Subsistirán estos afectos naturales, en la dichosa eternidad? Es precisamente a esta cuestión tan importante, que consagramos el capítulo siguiente.

NOTAS DEL CAPITULO SÉPTIMO DEL LIBRO TERCERO

1. la San Juan 3, 2.

2.        Bossuet, Sermon pour le vendredi de la 3a. semaine de caréme.

3.        Traducción enteramente literal de la palabra benedicta.

4. Las perfecciones de Dios son las de nuestra alma y de toda la naturaleza, pero El lasposee sin límites; es el océano, del que hemos recibido algunas gotas; en nosotros seda algún conocimiento, alguna potencia, alguna bondad; pero vienen por entero de Dios. El orden, las proporciones, la armonía que nos encantan, la pintura, la música que nos deleitan, son ciertas pequeñas muestras. Dios es todo orden; el guarda, toda la fineza de las proporciones; el hace la armonía universal, toda la belleza es un de-sahogo y condensación de sus rayos. — (Leipniz, citado por Aug. Nicolás. Estudios filosóficos sobre el cristianismo, I, V, p. 160.

5. la San Juan 3, 2.

6.     Ahora vemos como por un espejo y un enigma; pero luego le veremos cara a cara.(la Cor. 13 12).

7.     Mateo 18, 20.

8.     Mateo 18, 30.

9.     Lucas 20, 36.

10.   Esta igualdad perfecta, me parece que dañaría a esta variedad que siendo un ele­mento de lo bello, es una ley que se ha impuesto libremente para sus obras exte­riores.

11.   1 Cor. 15, 14.

12.   Juan 14, 2.

13.  In Scorpiano, e. VI, citado por Péronne. Gran cours, Traité de Dieu Createur, cap.6, art. 1, prop. 3-6, I, p. 816.

14.   1 Cor. 3, 8.

15.   2 Cor. 9, 6.

16.   1 Cor. 13, 1.

17.  Traité de l'amour divin, liv. II, c. 7, al final.

El estado de beatitud se funda sobre la acción de ver; la de amar viene en segundo lugar, y la misma alegría de los bienaventurados, como de los ángeles, es más o me­nos grande según que su vista profundice más o menos en la verdad donde radica toda la inteligencia. (Dante, Le Paradis, cantos 28 y 30; citado por l'abbé Blot: En el cielo nos reconocemos).

18.   La ciudad feliz, gozará de este gran bien que los inferiores no sentirán envidia de los superiores, como ahora los ángeles no son envidiosos de los arcángeles. Allí, nadie deseará más que lo que Dios decida, más de lo que Dios ha querido; como en el cuerpo, el dedo no pretende ser ojo, con sus dones más o menos grandes. Cada uno tendrá, con un don especial, no querer ser más de lo que es. (san AgustínCiudad de Dios, lib. 22, c. 30, n. 2, t. 7, col. 1113).

19.   Entonces la voluntad de cada uno se mantendrá en lo que Dios ha decidido divina­mente. (Sto. Tomás, Somme, 2o, 2a, q. 26, art. 13).

20.   Mateo 11, 26.

21.   San Agustín decía a las vírgenes: "Esa multitud de otros fieles, que no podránseguir al Cordero, os verán; os verán pero no os envidiarán; se regocijarán con voso­tras, lo que no pudieron tener en sí mismos, lo tendrán en vosotras... Vuestra dicha mayor, no causará ninguna aflicción a quienes no pueden disfrutarla". (De Sancta Virginitate, cap. 29, t. II, col. 59).

En su gracioso viaje al Paraíso, Dante pedía a un alma que encontró en el grado másinferior, si no deseaba subir más alta para ver más y amar más. "Hermano, respon­dió ella, es una virtud de caridad que calma nuestro querer y que haciendo que no queramos más que lo que tenemos, nos previene de tener sed de otra cosa. Esto es esencial a nuestra naturaleza de bienaventurados de mantenernos en la voluntad di­vina, de manera que nuestras voluntades no sean más que una. Que estemos distribuidos de categoría en categoría en este reino, es una disposición que agrada a todo el Reino, como agrada al Rey que absorbe nuestro querer en el suyo. En su vo­luntad está nuestra paz. Su voluntad es este mar hacia el que se mueven, lo que ha creado, y lo que constituye la naturaleza". Entonces se me hizo claro, concluye el poeta, como todo lugar en el Cielo es Paraíso, aunque la gracia del soberano no llue­va igual y de la misma manera en todas partes. (Paraíso, canto III, citado por M. l'abbé Blot: En el cielo nos reconoceremos. p. 113).

22.  Dogmatique, p. 687; citado por l'abbé Moigno. Les Splendeurs de la foi.

23.       Id. ibid. cap. IV, p. 634.

24.       Adversus Haereses, II, 47; citado por M. l'abbé Moigno, id. ibidem.

Todos los elegidos, dice san Agustín, tienen una sed inextinguible de conocer, de amar, de gozar, y esta sed es en cada instante completamente satisfecha. Van declaridad en claridad, de gloria en gloria, de amor en amor, de gozo en gozo".(Sermón 37. Confieso no haber encontrado este pasaje, citado por M. l'Abbe.

Sobre este texto: "El descansó de su trabajo" (Paul a los Heb. 4, 10), l'abbé Drach, cita un hermoso pasaje de san Agustín. Este reposo del cielo, no es un ocio lleno de aburrimiento, sino una inefable tranquilidad de una acción reparadora (actionis otiosae — traduzca quien pueda!) ; así uno descansa de los trabajos de la vidapresente gozando de la actividad de la otra vida... (Ep. LX, ad Januarium, n. 17, t. II, col. 500). M. Drach añade: Esta vida activa de la vida futura consiste para los bienaventurados en el progreso incesante, indefinido, que hacen y harán en el conocimiento y en el amor de Dios, de la verdad y del bien infinito, y así su inteligencia y su voluntad, no quedarán jamás saciadas, puesto que no agotarán jamás este objeto infinito de su conocimiento y de su amor". (Explications des Ep. de Saint Paul).

25.  Elévations sur la vie et la doctrine de Notre Seigneur Jésus-Cbrist, la Elev. al finalt. 1, p. 3.

26.  Traité de l'amour de Dieu, liv.1, cap. 15.

27.   Todos los que tenéis sed, venid a las aguas; los que no tenéis plata, apresuraos com-prad y comed; venid a comprar sin plata, y sin ningún dinero, el vino y la leche. (Isaías c. 55, 1). Este vino tan fuerte, esta leche tan dulce, esas aguas tan abundosas, son la gracia ofrecida por nada, tan poco como hace falta para adquirirla.

28.   Ver cap. IV, Sobre la gracia, vida de Jesús en nosotros.

29.   Bonum est diffusivum sui (S. Tomas).

30.   Mateo 15, 34.

31.  Sermón 357, t. V , col. 2127, n. 290.

32.  Commentaires, vol. 8, p. 335, col. I.

33.   Bossuet, 1º Sermon pour l'Assomption.

34.   Alegrémonos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de la B.V. María de cuya Asunción los ángeles se alegran y alaban juntamente al Hijo de Dios. (introito Gaudeamus, aplicado con las variantes necesarias a las fiestas citadas).

35.   Mons. Gay, Elevations, CXI. Elev. II, V, p. 353.

36.   Los Escolásticos distinguían tres clases de duración: la Eternidad, duración del ser absolutamente invariable; el Tiempo, duración de los seres que cambian en su substancia y en sus operaciones; y una duración intermedia que llamaban AEvumy definía la duración de los seres invariables en su substancia, pero variables en sus accidentes o sus operaciones (Goudin, Philosphia Tbomistica. De tempore Physice, la p, disp. 3a, q. 3, t II, p. 400).

37.   Juan 1, 46.

38.   Id. 4, 29.

39.   Apocalipsis, cap. 6, v. 1, 3, 5, 7. Respuesta de los samaritanos a la samaritana.

40.   Juan cap. 42.

41.   Todo ser que cumple su fin, es feliz en la medida en que lo cumple; los condenados sin embargo, no se sienten felices de cumplir el suyo, en él; al contrario, es para ellos un dolor, ¿por qué? Porque ellos no quisieran glorificar a Dios. Pero libres de no tener que verlo, lo que es el fin de las criaturas inteligentes, no son libres de no mostrarlo, pues ahí está su fin de criaturas. En rebeldía pues perpetuamente contra su propia naturaleza, se contradicen y se desgarran ellos mismos interiormente.

42.   Sabemos que bendecir, quiere decir, bien decir, y solo Dios dice completamentebien; es de su seno que brota la palabra, "la buena Palabra", el Verbo del que pro­cede toda bondad personal, quien es el Espíritu del Padre y del Hijo. Ver una página magnífica sobre la Santísima Virgen, cántico creado de la virginidad y de la plenitud divinas. (Mons. Gay, Elevaciones, 6a Elev., v. 1, p. 57).

43.   iCosa extraña! La palabra Benedicere, bendecir, o decir-bien, tiene en latín dos régímenes y gobierna dos casos, el dativo y el acusativo; se dice igualmenteBenedicite Domino y Benedicite Dominum (Cántico de los tres jóvenes en el hornoDaniel, c. III). Y Estas dos formas resumen perfectamente la vida de todas las criaturas, espe­cialmente la de las criaturas inteligentes. Es que nuestra vida, podemos considerarla con relación a Dios y con relación a las criaturas. Para Dios ella es una respuesta: de­bemos decir bien, hablar bien a Dios: benedicere Domino: a las criaturas, debemos decir bien de Dios, benedicere Dominum, es decir: ser de Dios, la revelación que El desea.— Dios ha puesto en el lenguaje humano enseñanzas profundas, una teo­logía tan bella, que no hay nunca que desdeñar lo que nos pueden enseñar las palabras más vulgares, las mismasreglas de la gramática. (Ver en el P. Ventura, Raison philosophique et Raison catholique, Conferencia sobre la Trinidad el pasaje en que este profundo filósofo muestra los reflejos de la Santísima Trinidad en el len­guaje humano).

44.   Que nadie se sorprenda, pues, que Dios, que concluyó cada una de sus obras los días de la creación, con esta aprobación: "Dios vio que todo era bueno", no dijera nada semejante después de crear al hombre. Es que el Hombre no está terminado aún; el hombre, quiero decir el Cristo, Jesús y nosotros, este Hombre del que S. Agustín ha dicho: "El y nosotros, he aquí el Hombre". En la creación de Adán y Eva, Dios no hizo más que comenzar y esta gran creación no será concluida sino en el Juicio Final; entonces Dios concluirá como lo hizo al principio, con la misma aprobación, bajo una forma diferente: "Venid, los bien-dichos de mi Padre".

45.   Como ahora queréis que vean vuestro rostro, así lo querréis entonces que vean vues­tra conciencia. (san Gregorio Magno, Morales, lib. 18, c. 48, n. 78. Citado en Au ciel on se reconnait (En el Cielo nos reconoceremos), p. 208.

46.   Elevaciones, Elev. la, vol. I, p. 3.

47.   Salmo 33, v. 6.

48.   1 a Tim. 6, 16.

49.   Dios es causa eficiente.

50.   Dios es causa final.

51.   Dios es causa ejemplar.

52.   En sus Confesiones de un revolucionario, M. Proudhon ha escrito: "Es sorprendente ver como en el fondo de todas las cuestiones políticas, nos enfrentamos siempre con la teología. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abraza todas las ciencias, como Dios es el océano que abraza todas las cosas. (Donoso Cortés, Ensayo sobre el Catolicismo y el Liberalismo lib. 1, cap. 1, al principio. Este pasaje viene citado y comentado por Mons. Gaume, Traité de l'Espirit Saint, vol. II, p. 425).

—Se cuenta que los aborígenes de Australia no tienen el concepto de lo que puede ser un dibujo. Mostradles una fotografía exacta de un hombre o de un objeto co­mún, no lo reconocerán, y no podran establecer ningún lazo de relación entre el ob­jeto y su imagen; hay un sentido que les falta." (M. Le Comte, presidente de la So­ciedad Americana para el avance de las ciencias; citado por l'abbé Moigno, les splendeurs de la Foi, v. IV, p. 173).

En presencia del mundo, fotografía de Dios, este mismo sentido falta a muchos más que en Australia. Pero esta ceguera no impide la luz; ignorada o conocida, la verdad resta incólume y transcendente.

53.     A menudo amarnos a las criaturas por sus defectos y sus vicios; pero entonces, nos engañamos a nosotros mismos, transformamos a esas miserias reales en cualidades aparentes, tan cierto es que nuestro corazón no puede amar sino al bien y lo que se le parece.

54.     2a Cor. 6, 11.

55.     ¿Se pued. ;maginar una familia, cuyos miembros no se conocieran entre sí? ¿Es que se puede concebir que los niños conozcan a sus padres, sin que los hermanos y hermanas tengan relaciones fraternales? (Malou, Obs. de Gruges, a l'abbé Blot, Au Ciel on se reconnait, p. 18).

56.     Convendría traducir aquí todas las oraciones por los agonizantes. Notemos simple-mente estos pasajes: "Que vuestra alma al salir de su cuerpo, acuda a su encuentro la espléndida milicia angélica; que la asamblea de los jueces, de los apóstoles vengan a recibirte; que la turba triunfante de los mártires resplandecientes se os presente; que la muchedumbre brillante de confesores os rodee, el lirio en la mano; que el coro de las vírgenes, llenas de alegría os reciban; que en el seno de los patriarcas, os otorguen el brazo festivo de paz; que la vista de Jesús, se os aparezca dulce y acogedor; que Jesús os coloque para siempre en medio de aquellos que le rodean".

57.     Oraciones espigadas entre las de los entierros.

58.     Oración para muchos mártires pontífices.

59.     Postcomunión de un mártir.

60.     Oración en la fiesta de los Ángeles Custodios.

61.     Esta expresión se encuentra con muchas otras del mismo sentido, en la mayoría de las oraciones por los difuntos.

62.     Mateo 22, 39.

63.     Es Dios a quienes los santos aman cuando se aman a sí mismos, puesto que Dios es su todo: "Deus meus et omnia": "Dios será todo en todos" ¿Qué puede decirse más brevemente? ¿Qué puede imaginarse de más intenso? Dios es uno, y al mismo tiem-po lo es todo; y siendo todo en sí mismo, porque su propia grandeza le satisface, lo es todo asimismo para todos los elegidos, porque llena con su plenitud su entera capacidad y todos sus deseos. Si necesitan un triunfo para festejar su victoria, Dios es todo; si necesitan descanso para relajarse de sus largos y múltiples trabajos, Dios lo es todo; si piden consuelo por haber santamente gemido en medio de sus tribulaciones y de sus penitencias, Dios lo es todo ; Dios es la luz que los ilumina; Dios es la gloria que les rodea; Dios es el placer que les transporta; Dios es la vida que les anima; Dios es la eternidad que les coloca en un glorioso descanso." (Bossuet, 2o Sermon pour la Toussaint, Exordio).

64.     Ver el magnífico capítulo sobre los maravillosos efectos del Amor Divino, en la Imitación de Cristo, lib. 3o, cap. 5o.

65.  De la vie et des vertus chrétiennes, v. 3o, p. 375. De la charite envers l'Eglise.

66.     Ibit homo in domum aeternitatis suae. (Eccles. 13, 5).

67.     Salmo 121.

68.     Hablando de esta pretendida obligación de amar a todos por igual, Mons. Gay dice: "¿Sabéis lo que el grave santo Tomás dice de aquellos que pretenden (y hay quienes lo han pretendido) que los servicios caritativos diversificándose según las relaciones variadas e iniguales que la naturaleza y la gracia establecen entre los hombres, el amor que les inspira debe ser igual para todos? Santo Tomás afirma que están fuera de razón". (De la vie etverws chretiennes. De la Caridad hacia el prójimo, v. III, p. 248).

70.  La paz de todas las cosas, es la tranquilidad del orden. La paz de la ciudad celestial es el orden perfecto y la perfecta concordia de una sociedad donde los miembros disfrutan de Dios y disfrutan los unos de los otros en Dios. (San Agustín Ciudad de Dios, lib. 19, cap. 13, t. 7, col. 896).

71.  Yo digo, de todo amor creado, porque el amor creador, no le está en ninguna ma­nera sometido. Al contrario, lejos de que el amor creador tenga principio de su ama­bilidad a la criatura, es él quien da a la criatura toda la amabilidad, o si se quiere, no es a causa de nuestras perfecciones que Dios nos ama; pero si tenemos alguna perfección, es porque Dios, habiéndonos amado, nos ha dado estas perfecciones. De ahí esta consecuencia: Viendo en nosotros estas miserias, estos pecados que nos vuelven tan poco amables, no concluyamos que Dijs nos retira de alguna forma este amor; su amor es gratuito; Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino por­que El es bueno; así, si nos ama a pesar de todo, es porque El sigue siendo bueno. Este pensamiento, bien comprendido, tranquilizará a muchas almas.

72.   Si el orden desaparece en algún lugar, ciertamente no es en el amor; el amor, no solamente lo acepta, sino que vive de ello; más aún, lo causa; me atrevería a decir que lo es; a lo menos es quien lo consuma. (Mons. Gay, De la vie et des vertus chre­tiennes. De la Charité envers le prochain, v. 3, p. 249).

73. Juan 15, 12.

74.Ver la cita anterior de Mons. Gay, vol. 30, p. 249 y siguientes.

75. 2a, 2a, q. 36, art. 13.

76. Mons. Gay, v. 3, p. 250.

77.  Juan 17, 3.

78. Mateo 25, 34.

79.   Sentido profundo del Magnificat desarrollado por Mons. Bertaut, obispo de Tulle, en su sermón en Issoudun, para la fiesta de la Coronación de Nuestra Sra. del Sdo. Corazón, el 8 de Dic. 1869.

80.   Ver Notre-Dame du Sacre-Coeur, por el P. Chevalier, 3a edic. — La gloria, como an­taño la gracia, vienen a los elegidos por María. En la vida futura, como en esta, Ma­ría es la Madre de los vivientes; no hay ni un viviente que no le deba la vida y toda su vida; en el orden de la gracia (y de la gloria), María le ha concebido, María lo ha engendrado, lo ha alimentado, María lo ha preservado, María lo ha curado, María lo ha resucitado; es de Dios que vienen todas las gracias, pero es por María que son dis­tribuidas. (Id. 'bid.).

81.   Esta cuestión toca el punto íntimo de la naturaleza de la materia. Y, ¿quién sabe lo que es la materia? Conocemos algunos de los efectos que produce, pero su natura­leza íntima la ignoramos. El hecho incontestable de la bilocación de algunos santos (hecho admitido en S. Alfonso María de L. VerBreviario, 2 agosto, Sa lección. —Dice de él: Bilocationis dono inclaruit), prueba que la materia es capaz de multipli­cación o desdoblamiento misterioso, incluso en su estado actual. La presencia y la manera de ser del cuerpo sagrado de Jesucristo en la Eucaristía nos abre igualmen­te, sobre la materia, días parecidos a abismos cuya profundidad espanta, ¿cuál será pues la naturaleza de la materia en la edad celeste? Si se puede admitir con el P. Fa­ber(le Créateur et la Création, 256), que nuestro cuerpo en el cielo tendrá tal vez nuevos sentidos, ¿quién pondrá en duda que pueda tener otras potencias? Ver so­bre estas cuestiones el opúsculo del Dr. Ubaghs, de Lovaina sobre el Dynamisme dans les rapports avec l'Eucharistie. Otros grandes santos como s. Franc Xavier y s. Antonio de Padua, disfrutaron también de la bilocación.

82.   El misterio, el oficio de s. José fue muy noble, dice Com. a Lapid, porque había conseguido el orden de la Unión hipostática. (Commentaire sur s. Mattei,c. 1, v. 16, t. 15, p. 58) —Suarez comparaba san José a los  Apóstoles y dice como estos ejercieron el ministerio rnás elevado en el orden de la gracia, pero que el ministerio de José pertenece a un orden superior. (In 3a part., q. 29, art. 2, disp. 8, s. 2, n. 10, t. 19, p. 125, ed. Vivés — Ver también l'elévation de mons. Gay sur St. Joseph, Elévation 22, lo vol., p. 185).

83.  Hebreos 1, 14.

84.  La Católica España tiene el lo. de Oct. la fiesta de los Angeles custodios. i Qué hermosa idea!

85.  Mons. Gay, de la vie et des vertus chretiennes. Caridad hacia el Prójimo. Vol. 8, pág. 254.

 

 


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