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El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: El Sagrado Corazón en el Cielo V, los afectos familiares y la amistad, libro III cap. 8

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Nota: Al comienzo de la página le ofrecemos los puntos saltantes del capítulo y al final del resumen encontrará los enlaces que lo llevarán inmediatamente al tema que pueda interesarle.

 

 

Libro III

Capítulo Octavo

EL SAGRADO CORAZÓN Y EL CIELO —V—
(continuación)

 

LOS AFECTOS FAMILIARES Y DE LA AMISTAD EN EL CIELO

Resumen del capítulo:
I. Los afectos de familia y de la amistad, revivirán en el Cielo.- La doctrina opuesta es tan falsa como desoladora.- Solo el demonio pudo inspiraría.- Esta doctrina errónea, se prevale de las maldiciones pronunciadas contra la raza humana.- La palabra naturaleza, tiene dos sentidos.- Existe la naturaleza, tal como Dios la quiere y la creó.- Es la buena.- Hay también la naturaleza, deformada por el pecado.- Es la mala, es falsa y viciada.- Esta última se opone a la gracia, la obstaculiza y la detesta; está maldita.- Pero la primera, la gracia la ama, porque fue hecha para ella.- Es, además, imagen de Dios.- La frase odiar al padre y a la madre, no tiene el sentido que a veces se le quiere dar. - Quiere decir, que hay que amar al padre y a la madre, menosque a Dios, no preferirles a Dios, pues sino, habría contradicción, puesto que Dios nos hace amar, con un mandamiento, al padre y a la madre.- ¿Jesús, no amó acaso a María y a José, a Juan y a Magdalena y a Lázaro y recíprocamente? ¿Quién osaría decir que este amor, ya no existe en el Cielo?- ¡Lo que Dios reprueba no es tanto la intensidad del amor, como el desorden en el amor!- El hombre no fue creado aislado, sino miembro de una familia.- La familia es la imagen de la Santísima Trinidad, ¿cómo pretender que será destruida en el Cielo?- No, la muerte no la destruirá, sino que se reagrupará en el Cielo               

 II. Enseñanzas de la Iglesia sobre las relaciones mutuas entre padres y amigos en el Cielo.- San Pablo afirma esta verdad en su carta a los de Tesalónica, la Iglesia en su liturgia; sean Agustín, san Cipriano, san Bernardo, santo Tomás y tantos otros, sostienen esta consoladora doctrina.- ¿Qué quedará en el cielo, de las relaciones afectivas culpables ya perdonadas?- El amor verdadero que existe en estos afectos culpables, durará eternamente.- Purificados ya para siempre, serán una gloria para la misericordia divina.- María Magdalena, Aglae y tantas otras, ¿no verán con una alegría muy particular, a aquellos que un día se perdieron a causa de ellas, y que se han convertido con ellas, en trofeos eternos de la infinita misericordia?                                   

 III. La lengua en el Cielo.- En el Cielo, los elegidos se comunicarán sus pensamientos, dice santo Tomás.- Esta verdad, es muy cierta. -Los Santos son en sí mismos, como otras tantas palabras.- Se expresan en formas puramente espirituales, y será así hasta la resurrección gloriosa.- Después de la resurrección, expresarán las mismas cosas, dice Mons. Gay, pero en formas sensibles.- ¿Pero cuáles serán estas formas sensibles? Todo conduce a pensar que en el Cielo, la lengua de los Santos, será una palabra articulada.- Es el pensamiento de Santo Tomás. - La Sagrada Escritura, parece confirmar esta doctrina.- ¿En qué lengua se expresarán en el Cielo? Parece verosímil que usen la lengua que hablaba Adán en el Paraíso Terrestre.- Conclusión.- El Cielo ese la reunión de todos los goces posibles.- Es la dicha suprema de la inteligencia y del corazón.- Esta dicha irá siempre en aumento y ese gozo no concluirá jamás. Gloria y amor al Corazón de Jesús, que nos la ha merecido                                                

 IV. Los ausentes del cielo. - No sufriremos por la ausencia de los nuestros, que hubieren sido condenados.- Para nosotros, ya no representarán nada. Además, habrá menos réprobos de lo que pensamos, gracias a la infinita misericordia del Corazón de Jesús.- Este pensamiento nos debe consolar.- Con todo, hagamos todos los esfuerzos posibles para ser del número de los elegidos y para salvar a los nuestros.- Las mujeres cristianas tienen en sus manos la salvación de muchas almas. - Sea cual fuere el último suspiro de un pecador, no se debe nunca desesperar de su salvación. Puede suceder que en el último segundo, la gracia, más rápida que un relámpago, haya tocado su corazón, a pesar de los signos exteriores de reprobación que hayan aparecido.- Puede suceder, que Dios para convertirle en este último espacio de tiempo, haya tenido en cuenta, por adelantado, todas las oraciones y buenas obras, que vosotros hacéis por él, después de muerto, pues para Dios no hay ni pasado ni futuro, a su vista todo es presente.- Pero si esta alma está en el infierno, no conseguiréis hacerla salir, es verdad; pero podéis hacer hoy, que ella no haya sido arrojada allí.- Santificándoos, Dios ha podido hacer por anticipación, la aplicación de vuestros méritos a aquél a quien ahora lloráis.- Podéis por lo tanto trabajar aún a favor de la salvación de vuestros padres difuntos, santificándoos; y silo podéis hacer, debéis hacerlo.- Alma cristiana, tal vez es por vos misma que teméis, abrumada bajo el peso de vuestros pecados, exclamáis: El cielo no es para mí, soy demasiado culpable, es el infierno lo que me corresponde.- No, decid lo contrario, Dios nos ha creado para una eternidad feliz.- El demonio pretende trastornar esos planes.- Este enemigo de vuestra salvación, os ataca tanto más que él sabe bien que estáis destinados a una gloria más elevada.- ¡Animo!, hay un lugar en el cielo, que os está reservado.- Dirigíos al Corazón de Jesús, tan bueno, tan misericordioso; dirigíos a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, patrona de las causas difíciles y desesperadas, y conseguiréis la salvación . . . .

I. Doctrina consoladora
II. Enseñanzas de la Iglesia sobre los afectos en el Cielo
III. La lengua del cielo
IV. Consecuencias prácticas — Los ausentes del Cielo
NOTAS DEL CAPITULO OCTAVO DEL LIBRO TERCERO

 

I. Doctrina consoladora

En el Cielo, ¿amaremos con un amor especial a nuestros pa­dres, a nuestros amigos, que encontraremos allí?

Muchos autores han contestado: No, ¡Dios nos bastará!

M. l'abbé Blot cuenta que una piadosa dama, habiendo perdido a una de sus hijas, quería consolarse con la idea de que la encontra­ría en el Paraíso; "pero un eclesiástico la había recriminado seve­ramente ( ¡ qué crimen, en efecto!), puesto que esta esperanza, se­gún él, no tenía ningún fundamento, y que basarse en ella, era una gran imperfección, puesto que Dios El solo, nos bastaría.1

"Pseudo-teólogos, que se creen siempre más cerca de la verdad, cuando hieren más profundamente.2

¿De dónde procede esta doctrina tan falsa como dura y cruel? Y con ella, ¿de dónde ha surgido este celo amargo, agridulce a lo menos, que se pone a menudo a difundirla?

En el fondo, todo se apoya en un equívoco.

Sin duda, la causa primera son los demonios,3 de los que se ríen tantos espíritus, pretendidamente fuertes y que no tienen de profundo más que su ignorancia.4

Los demonios son el odio, el odio viviente; separar, desunir, este es su plan de acción esa sería su felicidad, si pudieran tener una. No persiguen más que una idea, un solo objetivo: arrancar a las almas de Dios por toda una eternidad, y se ingenian en despo­jar el cielo de todo lo que tiene de atractivo, de mantener la esperanza de reencontrar a los nuestros y de renovar con ellos para siempre las relaciones, rotas por un instante, a causa de la muerte; esta esperanza, siendo para muchos lo que más les afecta, porque es aquello que comprenden mejor, los demonios lo combaten, todo lo que pueden, intentando destruir este dogma tan consolador. De ahí procede esta afirmación anterior y otras muchas por el e-tilo, doctrinas sin corazón y tomadas a menudo como auténticas de la Iglesia y que afortunadamente no pertenecen a la Iglesia, más que el moho al pan de adúltera.

He aquí el equívoco, a veces muy disimulado sobre el que re-posa la doctrina falsa y desoladora, que aquí combatimos.

1).- La palabra "naturaleza" tiene dos sentidos. Hay la "naturaleza, tal como Dios la concibe, la quiere y la hizo". Es en este sentido que decimos: el hombre es naturalmente bueno, abnegado; y luego hay la naturaleza tal como la deformó el pecado, "naturaleza falsa, viciada... marcada con el sello de Satanás, animada de su espíritu, simpática a todos sus designios, apta para llevar a cabo todas sus obras, ambiciosa de sus éxitos". Se menciona así esta triple concupiscencia "la naturaleza, porque todos los hijos de Adán nacen de ella y con ella; pero en realidad, es la naturaleza desnaturalizada, la naturaleza contra naturaleza.5

Es de esta naturaleza que decimos: "El hombre es naturalmente egoísta, orgulloso, falso".

Estas dos naturalezas están en pugna; de ahí estas ideas de que están llenos todos nuestros libros de devoción y que la Imitación resume tan bien en su capítulo: "Diferentes movimientos de la naturaleza y de la gracia.6 " Ideas verdaderas, pero que hay que comprender bien. En este capítulo y en todos los escritos del mismo género, la naturaleza que se combate y condena, es la naturaleza mala, viciada y viciosa. La naturaleza "que se opone a la gracia, la obstaculiza, la detesta y que empujada por este odio, sólo pretende condenar al alma y si le fuera posible, condenar al mismo Dios.7 " Pero nuestra naturaleza verdadera, el alma la ama".

"¿Y cómo, y por qué la gracia dejaría de amar a la naturaleza? ¿Acaso Dios no la ha creado a ella también, y no basta que Él la haya hecho?8 "... Por el hecho solo de la creación, ¿el hombre no es la imagen de Dios? Y además, ¿quién lo ignora? Dios ha hecho esta naturaleza para la gracia. Eternamente, El no la ha imaginado ni querido sin la gracia y eso desde que la sacó de la nada, la ha constituido toda entera en la gracia. De ahí procede, que por distintas y naturalmente separadas que sean, hay entre ellas toda clase de afinidades, de simpatías, de conveniencias. La gracia supone la naturaleza y sin ella no tendría ningún punto de apoyo; sí, priva­da de la gracia, la naturaleza es incapaz de conseguir su fin, sin lanaturaleza, ni siquiera existiría la gracia. ¿Es que pueden estar más unidas, más funcionalmente, más necesariamente unidas?

He aquí definidos los dos sentidos de la palabra naturaleza.9 ¿En qué consiste, pues, el equívoco de que hablamos?

Precisamente en la confusión de esos dos sentidos, confusión que prolonga a la naturaleza buena y verdadera, los anatemas bien merecidos por la naturaleza viciada y falsa.

¿No es esto lo que hacen tantos escritores? ¡Pobre naturaleza buena! ¡Cómo la tratan!

"Quien no odia su padre y su madre, y su mujer y sus hijos, y sus hermanos y hermanas no puede ser discípulo10" Este es su texto de predilección; y por supuesto no conocen lo más mínimo, pero ciertamente lo esgrimen como una arma poderosa, y bien sa­be Dios que saben golpear bien; después de esto, ¡preguntadles si sus efectos naturales, se reavivarán en el cielo!... Es una propo­sición falsa, mal sonante, que hiere los oídos piadosos, dirán ellos; y dichosos, si por delicadeza se contienen y no os tildan de herejes.

2).- La verdad es que los textos que alegan no tienen ni con mucho el sentido que se les atribuye. Odiar, según la Biblia, sig­nifica a menudo amar menos. "He amado Jacob, dice Dios, y odiado Esaú.11 ¿Acaso Dios odiaba a Esaú en el sentido estricto de la palabra? Pensarlo sería una blasfemia; amaba menos a Esaú, eso es todo.12 En nuestro texto: "El que no odia a su padre", significa pues: "El que no ama a su padre, menos que a mí, es de­cir: El que ama a su padre más que a mí, o tanto que a mí, no puede ser mi discípulo.

De otra suerte Jesús se contradiría. ¿Jesús no ha dicho como Verbo de Dios: "Honra a tu padre y a tu madre" "; y quién no sabe que honrar quiere decir aquí, amar, al mismo tiempo que socorrer, ayudar y respetar? ¿No es Jesús quién ha dicho por san Pablo: "Que las esposas amen a sus maridos, las madres a sus hijos?14 " Esposos, amad a vuestras esposas", y, ¿hasta qué punto?"Como Cristo ama a su Iglesia.15 " Y en el Antiguo Testamento:"Amarás tu amigo como a tí mismo16 ; y por san Juan: "El que no ama, no conoce a Dios... el que no ama permanece en la muerte.17 "Más aún, ¿Jesús no ha hecho todo lo que nos manda? ¿Noamaba de un amor filial incomparable a María y a José? Amor, diremos más adelante, que les conserva en el Cielo. Y ¿quién no ha observado las preferencias humanas de Jesucristo? muchas nos son desconocidas, pero otras constan en la historia: Juan, Lázaro, la Magdalena. Juan apoyado sobre su pecho, escuchando sus latidos; la Magdalena, besándole los pies; Lázaro cuya muerte llora tan des-consolado, que se exclaman en la multitud: "Mirad como le amaba! 18 " Esos eran pues amigos que amaba con preferencia.

Para concluir, da Iglesia no tiene una oración especial, oficial, pro devotis amicis, diciendo que es "por ellos y por ellas, por su amor, que se ofrece el santo sacrificio.19

Es ridículo pensar que todos estos afectos fueran reprehensibles. Lejos de esto, son santos y queridos de Dios; naturales, es verdad, pero no de esta naturaleza viciada, desnaturalizada, que debemos combatir; no han nacido del pecado, han nacido de Dios.

Lo que ha nacido del pecado, lo que es culpable... iba a decir: ¡es el exceso! Pero esta palabra tampoco es exacta. Se puede amar mal, pero no se puede amar demasiado. ¿Y pues? ¡Amar demasiado, cuando se tiene por modelo el amor infinito! ¡Cuántas palabras mal empleadas! y ¡ cuya interpretación por las almas es a veces motivo de tortura! No, lo que llamamos exceso de amor, no es en verdad amor, sino simplemente egoísmo. Esta criatura que amáis hasta el extremo de ofender a Dios, es decir que amáis más que a Dios, no es a ella que amáis en ella, sino el placer que ella os causa, que allí sólo hay pasión, delirio, lo acepto; pero amor de verdad, NO. Amar es querer bien, el amor verdadero no sabría profanar su objeto.

Lo que Dios reprueba, pues, no es la intensidad del amor, por intenso que sea, sino el desorden, la corrupción del amor, lo que disminuye y destruye el amor, reemplazándolo por un odioso contrasentido; pero el amor verdadero va hasta la crucifixión por el ser amado, y este amor, Dios lo quiere con toda la fuerza como El ama, puesto que El es su modelo y su origen.

De ahí esa expresión de san Agustín: "Ama y haz lo que quieras". De ello estoy convencido; si nuestra voluntad está movida y dirigida por el verdadero amor, no tenemos necesidad de otra ley.

3).- Así estos afectos perdurarán en el Cielo. Como dice tan bien santo Tomás: "La naturaleza no será destruida, sino perfeccionada por la gloria.2°" Al contrario, "desde que Dios la eleva en la gracia, la naturaleza respira de ella y hace su eclosión, será aún más y mejor cuando entrará en la gloria.21" Lo mismo que el aire puro no altera para nada nuestros órganos, sino que los pone más robustos y sanos, lo mismo en el cielo, nada de nuestra verdadera naturaleza será destruido; sino que todo será elevado,divinizado. Probémoslo ahora con algunas otras razones.

4).- Dios no ha hecho al hombre aislado, lo ha creado en familia; y para enseñar mejor que la familia es el desarrollo del hombre, su eclosión y su complemento, no es de barro que crea Eva, sino de una costilla de Adán; e inspirado por Dios, Adán exclama al contemplar Eva: "Eres hueso de mis huesos, eres carne de mi car­ne", y le otorga un nombre, que significa que ha sido extraída del hombre.22

Añadamos que es en la naturaleza la imagen más perfecta de Dios, porque vemos reproducidos a distancia, como un reflejo, su fecundidad y su vida, una y trina a la vez. Y llega la muerte. Esa familia que Dios ha amasado de todas las ternuras de su Corazón, que nos ha dado para que fuera aquí abajo un paraíso anticipado, la muerte ha hecho presa en ella y las desgarra en una especie de alegría repugnante. Arranca al hijo de la madre, a la madre del niño; esposos, hermanos, hermanas, todos esos corazones que se amaban, los separa destrozándolos. Señor, ¡vuestra obra ha que­dado destruida! El hogar se ha enfriado, la casa está vacía; los rui­dos familiares, los cantos y las risas, se han apagado, ahora sólo hay silencio: el último superviviente, que vagaba llorando entre las ruinas, desaparece a su vez. No queda nada de la familia; ha desaparecido.

¿Será posible? ¿Desaparecida para siempre? En el cementerio tal vez los cadáveres están unidos todavía en la sobra glacial del mismo mausoleo; pero en el cielo, entre las almas, ningún lazo es­pecial; y cuando a la orden de Dios, las almas vendrán a reanimarlos, esos cadáveres del padre y de la madre, del esposo y de los amigos, esos cadáveres, sacudiendo el polvo, se erguirán uno al la­do del otro, no se estrecharán en un abrazo mutuo. Sí, parece que es verdad, la familia ha desaparecido. Echando en la fosa el último superviviente, la muerte puede sentarse triunfalmente sobre esetúmulo y cantar victoria. Es verdad que esos cadáveres se le esca­parán un día; la tierra que ahora los devora, los devolverá un día; pero lo que no devolverá es la familia; no resucitarán más que in­dividuos desconectados, confundidos en la banalidad de un amor universal; la familia, como tal, ya no resucitará; la muerte y el pe­cado habrán destruido una obra de Dios y en este punto, han con­seguido de Dios, una victoria eterna.

¡Pero esto es una blasfemia! Pero si la consecuencia es blasfematoria, ¿qué es lo que vale el principio?

5).- Es que yo iría más lejos. No solamente la familia sería destruida, "también lo sería la personalidad, dice admirablemente la Sra. Swetchine, la personalidad sin la cual dicen que la inmortalidad sería sólo un don vano, si se le suprime la memoria, si el "yo" deja de existir. Y si este "yo" se encuentra, ¿qué región, qué felicidad podría hacerle perder lo que le estaba identificado? Nunca nadie podrá convencerme que no experimentaría nada el reencontrarme el alma de mi padre, nada más especial que lo que experimenté al tropezarme por azar con el alma del Chino, con el que tal vez un día haré el gran viaje.23 " Es el pensamiento que insinuaba también san Paulino: "El alma sobrevive al cuerpo, y es necesario que guarde sus sentimientos y sus afectos, al igual que su vida: ya no puede olvidar que ya no puede morir. ¡ Que es inmortal.24 "

En efecto, en la trama de nuestras vidas, otras vidas se han mezclado, como de hilos, ya no diría extranjeros, pero venidos de fuera, hilos necesarios, sin los cuales nuestra vida sería un tejido sin fuerza y sin belleza. Que en el Cielo estos hilos se hayan roto, ya no seremos más que retazos, piltrafas de nosotros mismos, nuestra personalidad estará profundamente comprometida. ¿Valdría la pena resucitar, para resucitar así?

¡ No y no! Nada de celestial ha de perderse; lo que viene del cielo vuelve a él; así que la familia ha de ser reconstruida, es para la eternidad que Dios la creó.

Mirad, además a Jesús; decimos que Jesús experimentó nuestras emociones; ¿es que en el Cielo las ha perdido? Entre la multitud innumerable de ángeles y santos, que son desde ahora los suyos, no dice de María y José: " ¡Los míos!, ¡ mi Madre, mi Padre!" y ¡ con qué acento, qué sonrisa, con qué incomparable ternura! ¿Y Jesús es el Hombre por excelencia, el Hombre modelo el tipo de todo hombre? ¿Y su familia, la familia tipo de todas las otras familias? En el Cielo pues, nuestra familia será reconstruida, será reunida como la de Jesús y como Jesús, en el seno de la misma multitud, amando a los elegidos y amados de todos ellos, diremos sinembargo: Mi padre, mi madre, ¡los míos!, con el mismo acento y la misma alegría, en la misma y santa intimidad de afectos.

No, oh muerte, horrible muerte, no has vencido. Tus destrucciones, helas aquí totalmente destruidas. En esas playas de la eternidad a donde los arrojas uno a uno, esos padres, esos amigos se vuelven a encontrar, y se reconocen, se aman como antes, o mejor aún incomparablemente más, puesto que son incomparablemente más amantes, más amables. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? La victoria ha sido de parte de la vida eterna, del amor eterno.

Y me detengo aquí, creyendo que mi tesis está suficiente­mente probada, si no supiera que para un católico, nada aumen­ta y fortifica más la autoridad de la razón, como la razón de la autoridad. En el párrafo siguiente, vamos a comentar lo que la Iglesia enseña sobre esta materia.

II. Enseñanzas de la Iglesia sobre los afectos en el Cielo

¿Cuáles serán en el Cielo, las relaciones mutuas entre los pa­dres y entre los amigos? La Iglesia no ha definido nada sobre este sujeto; pero en su liturgia, cuántas cosas evidencian su pensamien­to. Lo que ella pide, muestra lo que cree y espera. Meditemos pri­mero algunas reflexiones de San Pablo:25

1).- En la esperanza sobre todo, de encontrar a los nuestros en el cielo, lo que nos consuela evidentemente, está el pensamiento de que serán para siempre los "nuestros", y que nuestra mutua y tan especial afección, decuplicará nuestra dicha.

Este pensamiento, tanto san Pablo como la Iglesia lo autorizan. ¿Qué dice san Pablo a los de Tesalónica? : "No quiero estéis en la ignorancia con relación a los que duermen, de modo que quedéis contristados como la gente sin esperanza.26 " ¿De quién habla aquí san Pablo? No es solamente de los muertos en general, es sobre to­do y antes que todo, que los tesalonicenses lloran los que san Agustín llama tan apropiadamente: "Nuestros queridos muertos.27

¿Qué esperanzas nos va a dar? Dos esperanzas: la de la resu­rrección común a todos y especialmente la de volvernos a reunir con nuestros padres resucitados. "Los que han muerto en Cristo, resucitarán los primeros, dice él; después, nosotros, los que vivi­mos, que nos dejaron atrás, seremos juntamente con ellos arreba­tados en las nubes y así estaremos siempre con el Señor.28"

"Con ellos". Esta es la palabra capital; el resto presenta una consolación inmensa, es verdad: pero común, iba a decir banal. "Con ellos", nos ofrece en cambio una segunda consolación, esta vez muy especial y personal.

 Y se deduce que si en el Cielo ya no existen relaciones de familia, esas palabras de s. Pablo, no tienen razón de ser. Volviendo a citar la idea de la Sra. Swetchine: "Si no amo en el Cielo, a mi pa­dre más que al chino desconocido que llegó al mismo tiempo que yo, vale lo mismo para mí encontrar a ese chino, que encontrar a mi padre". Ciertamente este no es el pensamiento de San Pablo.

Y no es tampoco el pensamiento de la Iglesia, que en la misa exequial, toma para Epístola el pasaje de San Pablo. ¿Habéis leído alguna vez estas líneas junto al féretro de una persona querida? ¡Cuánta emoción! ¿Verdad? Habéis sentido el corazón de la Igle­sia hablando al vuestro. Todos os dicen: ¡Animo!, ¡un día le encontraréis a ese querido difunto! Y la Iglesia os repite también: Un día le encontraréis. Rapiemur cum illis, con ellos, nos sentiremos dichosos en el cielo, con ese que nos ha dejado hoy, con aquel que nos dejó ayer, o nos abandonará mañana; y juntos, moraremos con el Señor... Con el Señor, esa será la dicha esencial; con los elegidos, esa será la dicha accidental; con tal y cual, en esa dicha, ese es el detalle, el matiz, ese algo de personal, que nos consuela profun­damente.

2).- Y en la liturgia, cuántos pasajes encontramos, que corrobo­ran la misma creencia. Por ejemplo, esta oración tan especial para los padres difuntos del sacerdote, donde su hijo suplica "verles un día en la gloria eterna.29 " Lo que desea este sacerdote, es simple­mente volver a ver a su padre y a su madre, como verá a los otros Santos, ¿de igual forma y con el mismo amor? Ciertamente, eso no es lo que él piensa, ni como piensa la Iglesia.

Igualmente, para muchos hermanos mártires, la Iglesia canta: "Ved cuán bueno y dulce es para los hermanos, habitar todos jun­tos!3° " ¿Por qué, sino porque estos hermanos, se aman en el Cielo como hermanos?

¿Por qué si no, insistir que Santa Mónica es dos veces la madre de san Agustín, y pedir al uno y a la otra, de que unan sus súplicas a favor nuestro, si no es porque están unidos entre sí de un modo más particular, que con los demás bienaventurados?31

¡Y cuántos santos a quienes dirigimos la misma súplica!32

Sin haber sido expresada de forma dogmática, la verdad que es­tudiamos es sobre-entendida en todas partes, es el fondo común sobre el que se apoyan una multitud de oraciones oficiales de la Iglesia, es pues un fundamento seguro y no podrían aminorar nues­tras esperanzas.

Además, ¡esta verdad está bien confirmada por el testimonio de los Padres y los Santos! Aprovechando pues la erudición de los más conspicuos, voy a citar ahora algunos textos.33

3).- San Agustín será el primero: "Vosotros, san Pablo y san Esteban, escribe él, el perseguidor y la víctima, ¿Es que no reináis ahora juntos con Jesucristo? Allí podéis ver a los dos; allí los dos escuchan nuestras palabras; allí rogad los dos, rogad por nosotros. El que os ha coronado a los dos a la vez, escuchará también a los dos.34 "

Y hablando de Nebridio, su amigo difunto, embriagándose en el Cielo de la Misma Sabiduría, el obispo-de Hipona, exclama: "Sin embargo, no creo que se embriague hasta el punto de olvidarme, puesto que vos, Señor, Vos de quien él se embriaga, Vos "os acor­dáis de mí.35 "

Encontramos la misma doctrina en san Cipriano; es por esta es­peranza que consuela a los cristianos de Cartago en una epidemia: "Nuestra patria, dice él, es el paraíso; los patriarcas, nuestros an­tepasados, nos han precedido; apresurémonos, corramos para ver nuestra patria y saludar nuestros antepasados; nos espera un nú mero tan grande de personas, que nos son queridas, padre, hermanos, niños, turba numerosa que nos quiere bien. Seguros de su in­mortalidad, tiemblan con todo por la nuestra. Verles, abrazarles, ¡ qué alegría nos causará! 36 "

San Bernardo decía igualmente de su hermano difunto Gerar­do: "Puesto que la caridad no muere jamás, vos no me olvidaréis jamás.37 " Y de otro de sus amigos: "Era mío mientras vivía, y será mío después de su muerte y le reconoceré como mío en la patria.38 " Y sobre san Víctor: "No es una tierra de olvido, donde habita ahora Víctor; ¿es que la morada celeste endurece las almas que recibe, les priva de la memoria o las despoja del reconocimiento? Hermanos míos, este cielo tan vasto no encallece los corazones, sino que los dilata; no los aliena, sino que les abre de par en paren la alegría; no constriñe los afectos sino que los extiende; en la luz de Dios, la memoria se serena, nada de oscurecerse; en la luz de Dios, se aprende lo que no se sabe, y no se olvida lo que ya se sab ía.39 "

Tan ciertas son esas palabras de santo Tomás, que las causas honestas de dilección no cesarán de actuar sobre el alma de los bienaventurados40 ; y éstas de san Jerónimo: "Que aquella amistad que puede cesar, no fue jamás verdadera.41 "

Nuestro Señor habló en el mismo sentido a santa Catalina de Siena: "Aunque todos mis elegidos estén indisolublemente unidos, reina con todo una comunicación singular, una alegre y santa familiaridad entre los que se amaron recíprocamente en este mundo. Por este mutuo amor, se esfuerzan de crecer en mi gracia, yendo de virtud en virtud; para él, el uno era para el otro un medio de sal­vación; para él, los dos se ayudaban recíprocamente para glorificarme en sí mismos y en el prójimo. Así, este santo amor, no ha dis­minuido en ninguna manera entre los dos la vida eterna; al contra­rio, les es ocasión de una mayor abundancia de alegría y de con­tento espiritual42 "

San Francisco Javier, se prometía a sí mismo esta alegría, cuando escribía: "De hecho en la tierra ya no tendremos más re­lación y contacto que por carta; pero en el cielo, ¡Ah! ¡ ya será cara a cara! ¡ Y cómo nos abrazaremos entonces!'" "

¡Y cuántos santos, ya disfrutaron por antelación de esta ale­gría celeste! Santa Teresa ya dice en una de sus visiones: "Fui transportada, en espíritu al cielo, y las primeras personas que vi fueron mi padre y mi madre.44 "

La Bienaventurada María de la Encarnación, vio igualmente a su esposo, muerto desde hacía un año, ente los santos del Paraíso45

Y en la célebre visión de san Vicente de Paul, que consistía en dos globos de fuego que se reunían, reconoció el alma de santa Juana de Chantal y de san Francisco de Sales,46 según le fue indi­cado interiormente.

Era, para san Francisco de Sales, la realización de lo que el mis­mo había dicho: " ¡ Qué contento nos causará ver a esos, que tanto habíamos amado en esta vidal... Amaremos a personas particu­lares; pero estas amistades no engendrarán ninguna parcialidad, pues todas nuestras amistades tomarán su origen en la caridad de Dios, que conduciéndolas a todas, hará que nos amemos en cada uno de los bienaventurados de este puro amor por el que somos amados por su divina bondad.47 " Amistad santa, que él llamaba por demás excelente, pues provenía de Dios; excelente, pues tendía a Dios; excelente, pues durará eternamente en Dios.48 "

Concluyamos estas citas con este hermoso pasaje de Mons. Gay: "En el Cielo, en plena gloria, donde todo está en orden, ar­monía y santidad... los que uno habrá amado aquí abajo con títulos especiales de naturaleza o de gracia, se les seguirá amando e incomparablemente más que aquí con todos esos amores especiales reunidos; y estas especies de amor, no las experimentare­mos con relación a otros, aunque fuesen santos como los serafines, hermosos como los arcángeles.49

Es cierto, pues, que en el cielo, los nuestros serán siempre los nuestros; de cada uno podremos decir como san Bernardo: "Fue mío durante la vida, será mío después de la muerte y le reconoceré como mío en la patria.50" Consoladora esperanza, sobrecogedora, capaz de secar todas las lágrimas que nos provocan esas crue­les separaciones.

5).-Al ir terminando este capítulo mi pensamiento evoca una santa, que yo espontáneamente llamaría la más amable después de María, hermana a muchos títulos de María; pues si María es bien de nuestra raza, ella no tiene con nosotros esta semejanza que da el pecado a aquellos que lo han cometido. ¡Magdalena! Es en la Magdalena en quien pienso, como a todos los que se le parecen. ¡Cuántas Magdalenas aquí abajo, conocidas o desconocidas, arrepentidas o no! ¿Me atreveré a poner por escrito la pregunta que este pen­samiento hace surgir en mi espíritu? ¿Y por qué no, puesto que la respuesta irá toda a mayor gloria de la Bondad infinita?

Pues bien, yo me pregunto ahora, ¿Qué quedará en el Cielo de los afectos culpables perdonados? Incontestablemente, filos desór­denes del corazón son el camino ancho y tan frecuentado de la perdición, que conduce a la muerte!

Pero, mirándolo desde otro punto de vista, ¿qué amor no de­mostró Jesús a las infortunadas mujeres que se dejaban llevar por este camino? Magdalena, la arrepentida, ¿no es acaso después de María, la inocencia, la tan privilegiada de su divino Corazón? ¿No fue a la Samaritana a quien dijo Jesús, más claramente que a na­die: "El Mesías, soy yo el que os hablo51 ? ¡Y qué bondad hacia la mujer adúltera: "Yo tampoco te condenaré; vete, y no peques más!52 " Escenas conmovedoras, que de siglo en siglo, se van repitiendo cada día; es un hecho de la experiencia, que muy a menu­do, incluso en los antros del vicio, las mujeres perdidas, tienen muertes edificantes, a veces admirables, realizando así, sin saberlo, la profecía de Jesús: "Os digo de verdad, que las mujeres perdidas os precederán en el reino de los cielo.53"

¡Qué misterio de bondad! Y cuya explicación, ¿no será tal vez este proverbio: "Lo peor es la corrupción de lo que parece mejor: Corruptio optimi, pessima"?

Por encima de esos vicios sin nombre, Dios ve "lo mejor", en lo que ellos son "la corrupción"; ese mejor, es el amor: y este amor, purificado, santificado por el arrepentimiento y la penitencia, durará eternamente en el cielo. Todo lo que estará manchado o profanado en la tierra, será enterrado en el olvido eterno; este será el triunfo de la caridad divina y de la misericordia infinita del Corazón de Jesús. Esta es la razón por la que he querido escribir esta página.

Hay almas encantadoras con bellezas naturales, llenas de inteli­gencia y de poesía, con el corazón ardiente, capaces de ser en el Cielo astros de primera magnitud, y que se condenan juntas por un amor culpable. Se condenan y lo saben; y lo que es peor, lo aceptan, y les parece que reunidas, harán el infierno más llevadero. Es por estas almas que escribo estas líneas: comprendedlo, pobres Magdalenas, que aún no os arrepentís: si un día os encontráis en el infierno, ello servirá sólo para aumentar mutualmente aquellos horrores, porque en el infierno, vuestro amor desordenado de hoy, se convertirá para siempre jamás en un odio inmenso, infinito, y al encontraros en el cielo, seguiríais amándoos por toda la eternidad.

III. La lengua del cielo

1).- Aquí se nos ocurre enseguida una cuestión. Para comunicarse aquí abajo, las almas tienen la palabra; pero en el cielo, ¿cómo se las arreglarán para comunicarse mutuamente? Tendre­mos en el Cielo un lenguaje, ¿y cuál será?

Distingamos enseguida aquí, lo conocido de lo desconocido, lo cierto de lo probable. Eso es lo cierto: en el cielo los elegidos se comunican; es incontestable para los ángeles; los más elevados, dice Sto. Tomás, iluminan a los inferiores54 ; lo mismo acontece a las almas. No puede existir ninguna clase de sociedad, si no se pueden comunicar los pensamientos. ¿Qué significa un conocimiento que no puede comunicarse? Y el amor, si no puede expresarse, ¿sería acaso un placer?

Además los Santos Padres, los santos, los teólogos, hablan de esas comunicaciones recíprocas, como de una cosa segura incontes­table.55

Nos preguntamos a veces, si nos conoceremos por entero y per­fectamente los unos a los otros, en el Cielo.

"Los Santos, responde Mons. Gay, están por sí mismos, y por esto se entreven como una cantidad de palabras vivientes, que sig­nifican los pensamientos de Dios, de los que cada uno es por su parte la expresión perfecta. Pero, además, se intercambian libre­mente, como se les antoja, sus pensamientos, sus sentimientos, sus amores.56 "

Pero, lo que es oculto en cada uno, tanto y como lo quiera, este santuario íntimo, Dios solo y Jesús lo ven constantemente y hasta el fondo; ninguna otra mirada puede penetrarlo si el no se abre por sí mismo. Será como un teatro sobre él que se ejercerá eternamente nuestra libertad.

Para los ángeles lo mismo, "cuando hablan entre sí, dice Cornelio a Lápide, naturalmente hacen que aquel a quien se dirigen, vea sus pensamientos y sus voluntades, y esto porque expresamen­te desean que sea así. Sus concepciones, sus pensamientos, aunque sean secretos, se convierten a causa de esto, para la inteligencia de aquél que les escucha, un objeto proporcionado que puede natural­mente sentir y conocer.57 "

Precisemos ahora, cómo se realizarán entre los santos, esas mu­tuas revelaciones. Siendo los ángeles espíritus puros, manifiestan sus pensamientos por la sola voluntad de hacerlo. Pero los santos, ¿tendrán además un lenguaje? 58

Hasta que los tiempos no lleguen a su consumación, dice Mons. Gay, ellos se expresan con formas puramente espirituales, pero bien ajustadas a lo que significan, ya que su propia forma lo es a su su ser, y su ser a la idea divina; formas en consecuencia verdaderas, formas plenas, claras, vivientes, comprendidas desde el momento que son percibidas, y percibidas desde el momento que son emiti­das. Pero, después de la resurrección, expresarán estas mismas co­sas en fórmulas correspondientes que habían usado hasta aquel momento. Estas segundas, no harán más que extender y como encarnar a las primeras. No siendo más que la proyección natural alexterior, no serán de ninguna manera modificadas en sí mismas. Todo será verdadero en este lenguaje, siempre y verdadero en absoluto.59 "

2).- Si se nos pregunta, ¿qué serán estas formas sensibles, quemanifiestan los pensamientos, los sentimientos?, yo contestaría que serán también innombrables y variadas.60 Aquí en la tierra, no es solamente por la palabra articulada que decimos nuestros pen­samientos; un gesto, una mirada bastan y a menudo superan en elocuencia a la misma palabra. ¿Y esta correspondencia misteriosa de las almas entre sí, quién no la ha constatado? Dos de vosotros estáis juntos hablando; de repente, se os acude el mismo pensa­miento, lo que uno dice, el otro estaba a punto de decirlo, sin que ninguna asociación de ideas, ni siquiera lejana, pueda explicar este extraño fenómeno. Se diría un contacto íntimo, una influencia re­cíproca. ¿Qué sucederá en el cielo, con esas potencias aún másdesarrolladas? Ciertamente, entonces nuestro lenguaje sobrepa­sará lo que ahora no podemos ni soñar. Como para Dios, todo es una palabra y palabra maravillosamente justa, así nosotros, semejantes a Dios, unidos a Dios hasta un punto que no podemos ni sospechar, tendremos también, un maravilloso poder de expresión. Y en eso también, como en todo lo demás, nuestras esperanzas y nuestros deseos serán desbordados, y con mucho, por el genio todopoderoso de un Dios todo amor.

Pero aquí abajo, aprendemos más que cualquier otro lenguaje, la palabra articulada, y parece que ésta será, en el cielo, un encan­to más, si esta palabra se mantiene. ¿Qué pensamos sobre ello?

Yo doy mi opinión: los sonidos no desaparecerán en el mundo futuro, puesto que conservaremos el oído. "En la patria, dice santo Tomás, existirá la alabanza vocal.61 " Además, en la Sagrada Escritura, ¡cuántas descripciones encontramos sobre conciertos celestes! Isaías, ¿no oyó acaso a los serafines cantar alternativamente: "Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los ejércitos?62 " Y san Juan, ¿acaso no dice en el Apocalipsis del canto de las Vírge­nes?63 Lo mismo mencionan muchos Salmos,64 y se cuenta en lasvisiones de un gran número de Santos... ¿Se dirá que es un lengua­je figurado, que estos conciertos no tienen nada de sensible? Eso sería abusar del sentido espiritual,65 y contradice a todos los co­mentaristas y los Padres, que tomaron estos pasajes en el sentido literal y obvio.

Digamos pues sin vacilar: En el Cielo habrá cantos, sonidos, música; y naturalmente lenguaje articulado. En realidad, como expresión, nada hay comparable a este lenguaje.

Y por poderosos que sean los sonidos inarticulados, para ex­presar los sentimientos, están sin embargo, por debajo de la pala­bra articulada, ¡ la palabra propiamente dicha! Nada hay tan her­moso como la palabra. Creo fue Joubert, que dijo: "Cuánto más una palabra se parece a un pensamiento, más un sentimiento se parece a un alma, más un alma se parece a Dios, y más bello se hace cada vez". En el Cielo veremos realizado este ideal de belleza, estando allí todas las almas asemejadas a Dios y reflejando con una perfecta exactitud, en un lenguaje de maravillosa lucidez. "En el Cielo hablaremos, dice Mons. Gay, y cantaremos también!"

3).- Finalmente, se nos preguntará también, ¿y cuál es la len­gua que se habla en el Paraíso? Yo contesto con el mismo autor, que no se hablará "sin duda en ninguno de los idiomas actualmente usados en la tierra. Por hermosos que sean estos idiomas, no son más que materiales de deshecho. Pensar que se habla en español, o francés o inglés, o griego, o latín e incluso hebreo, es una idea más bien ridícula, que el espíritu no puede ni siquiera imaginarlo".

" ¿Hablaremos, allí arriba, esa lengua, madre de todas las len­guas, que Adán hablaba en el Paraíso Terrenal, y que continuó hablando muy probablemente después que fue expulsado por Dios, aunque este lenguaje, como lo demás de su estado privile­giado, debió sufrir esa deterioración que menciona el Concilio de Trento? Nos está permitido pensarlo, pero si es ésta, de verdad, la lengua utilizada en el Cielo, está bien claro que ella ha sufrido una transformación análoga a aquella que deifica el alma de los ele­gidos y que más tarde se extenderá también a los cuerpos. El or­den exige, en efecto, que el lenguaje de un ser se adapte a su con­dición, y eso es lo que acontece aquí abajo, en principio siempre, y muy a menudo en la realidad también.66"

Aquí abajo, es cierto, cuando un hombre asciende de un rango social inferior a otro más elevado, si es inteligente, adopta las ma­neras más nobles y sofisticadas, y hasta un lenguaje más distingui­do. Es la imagen, en pequeño, del cambio que se operará en el Cielo en cada uno, y que hacía decir a un predicador, que allí todos seremos "más nobles, más santos, más sabios, más opulentos, más afables, más eminentes, más agradables, de condición, de temperamento más alegre, de modales finos, de inteligencia, de corazón, de discreción, de toda virtud, todos lirios sin malas hierbas;rosas sin espinas; oro sin escoria, grano sin paja, trigo sin cizaña.67"

Volviendo a la palabra, yo diría: Tendremos en el cielo, todas las alegrías que ella puede procurar; satisfacción por la palabra pú­blica que podrá ser oída y escuchada de quien nosotros quisiéra­mos, y satisfacciones más dulces de la palabra íntima, que no se dirige más que a una persona. ¡La conversación íntima! Dos espí­ritus, dos corazones que se vuelcan el uno en el otro, ¿no es esto en la tierra, lo que se considera más dulce? Sí, en nuestras dichas terrenales, no hay nada comparable a lo de los santos afectos; y ¿qué hay en esas mismas afecciones, de más dulce que una conversación de corazón a corazón? Pero aquí abajo, aún ahí, ¡ qué de espinas en esta flor, qué de mezclas imprevistas, en esta bebida, medio celestial! No siempre nos comprendemos, a veces nos heri­mos, a lo menos, surgen inquietudes, creyendo haberlo hecho. ¡Y los temores que vienen de fuera! Si viene un impostor, un mal pen­sado, un envidioso... Es que aquí abajo, ¿no vemos a veces rondar, alrededor de los que se aman, los celos envidiosos y odiosos, más capaces que Dios de encontrar defectos incluso en los ángeles?... En el Cielo, nada de todo esto; sino el amor solo, el amor verda­dero, puro, divino, sin miedos ni de sí mismo, ni de Dios, ni de na­die, ni de nada.68

Echemos ahora una mirada sobre el bosquejo que acabamos de indicar.

4).- El Cielo, será pues la reunión de todas las alegrías posi­bles. Dicha suprema de la inteligencia, veremos a Dios en sí mis­mo y en sus criaturas, y sus criaturas nos aparecerán tan bellas, tan gloriosas, tan perfectas, que nada aquí abajo puede darnos la menor idea — Dicha suprema del corazón, amaremos a Dios con un amor indecible, y con Dios, en Dios y por Dios, amaremos todas sus obras, sus elegidos sobre todo, ángeles y santos; y entre sus elegidos, amaremos a aquellos que hemos amado aquí abajo.

Y esta doble dicha del espíritu y del corazón irán creciendo cada vez más. Infinito, inagotable, Dios puede seguir dándose, sin empobrecerse jamás; infinitamente bueno, lo seguirá queriendo para siempre.

¡Para siempre! Esta es la última palabra que nos conviene me­ditar: ¡ La eternidad del Cielo ¡ Aquí abajo, tan felices como po­damos serlo, un pensamiento viene siempre a emponzoñar nuestra felicidad, ¡la muerte! El poeta escribía:

¡0h tiempo! Suspende tu vuelo, y vosotras horas propicias, ¡ suspended vuestro recorrido!

Dejadnos saborear esas rápidas delicias

de nuestros días más hermosos.

Demasiados  problemas que les devoran,

¡ Olvidad a los dichosos!69

1¡Súplica vana! El tiempo, la muerte, no olvidan a nadie, y aun estemos embriagados de dicha, no podemos olvidarlos definiti­vamente. ¿Qué madre, abrazando a su pequeño, no ha sentido terrores súbitos? Mirad; vedla como le rodea con sus brazos como para defenderlo. ¡ Pobre madre! Ella ha entrevisto como una forma de ataúd. ¿Y quién no conoce sus terrores? ¿Quién no se ha dicho, un día u otro: Este otro yo-mismo, mi fuerza, mi gloria, la mitad de mi alma, pronto se inclinará llena de lágrimas sobre mi lecho fúnebre, o seré yo quien se inclinará sobre la suya, y nos separa­remos... " ¡0h muerte! ¡Qué amargo tu recuerdo, al hombre que vive en paz en medio de sus bienes!70"' Si tuviéramos la fe de M. Dupond, diciendo a su hija: "Dos murallas nos separan en este momento, la tuya va a desplomarse pronto; la mía, caerá también un día; entonces volveremos a unirnos y será para siempre.71" A pesar de esta fe, el recuerdo de la muerte será siempre un pavor y un dolor.

Pues bien, en el cielo, nada de muerte, ¡la vida eterna! "Dios enjugará toda lágrima de los ojos de sus elegidos, y no habrá ya más muerte, ni luto, ni gemido, ni dolor alguno " dice san Juan. ¡Será sólo la dicha eterna! Y esta dicha ¡ ¡ ¡ es al Corazón de Jesús a quien la debernos!!!

¡0h! ¡Quién pudiera darnos alguna idea de lo que es la eternidad! Las cifras no pueden bastar; ¡ qué son los millares y más millares de siglos acumulados en enormes montones, al lado de la eternidad que no concluirá jamás! Se ha dicho: Suponed que la tie­rra se haya convertido en un colosal diamante, la piedra más dura; este diamante de 40 millones de metros de diámetro, que un pájaro viene cada mil años, a frotar con sus alas, después de intermina­bles series de siglos, acabaría por gastarse, aunque este diamante sea tan enorme y el frotamiento tan liviano, antes que la eternidad haya decrecido en nada. ¿Qué digo yo? Este pájaro que fuera detierras en tierras, de soles en soles, tocándolos apenas y poniendo entre roce y roce, todo el espacio de tiempo que queráis entre estos frotamientos imperceptibles, los astros, tan numerosos, tan enormes, acabarían por gastarse finalmente como el guijarro gasta­do por el agua del río, pero la eternidad... estaría aún tan lejos de su fin, como antes, ¡ porque ella no acabará JAMÁS! ¡ Siempre! ¡ Jamás! Esas dos palabras, igual que Dios, son dos abismos tan sin fondo, que solo Dios es capaz de comprenderlos.

Y estas dos palabras, resonarán constantemente en los oídos de los bienaventurados, para centuplicar su dicha. Jamás un temor, jamás una contradicción, jamás el menor disgusto. Siempre la paz, siempre la luz sin sombras, el amor puro y sin nubes; siempre la unión en la felicidad; de separaciones, ¡ya nunca, nunca más!

¡Oh corazones rotos, que no encontráis en la tierra esos au­sentes queridos que todavía andáis buscando, consolaos! Al encon­trarlos en el Cielo, en el abrazo santo e indecible de aquél encuen­tro, la primera palabra que brotará de vuestro corazón, será ésta: ¡ Es para la eternidad! ¡Oh Dios! ¡Oh Padre! ¡Oh Hermano! Oh Amigo!, ¡Oh Jesús! ¡Gracias! ¡ ¡ ¡Oh Corazón adorable, que nos habéis merecido esta dicha, seáis por siempre bendito!!

IV. Consecuencias prácticas — Los ausentes del Cielo

1).- Hay una cuestión dolorosa, escalofriante, que quisiéramos eludir;nuestros lectores nos la formulan, estamos obligados a dar una respuesta... Esta es la cuestión:

Acaso no todos los nuestros estarán en el Cielo. ¿Sufriremos mucho de esta eterna ausencia? Entonces ya no será el cielo de verdad; ¿cómo no poder sufrir por ello?

Se ha dicho: "El corazón tiene razones, que la razón no com­prende"; si damos la vuelta a la frase, sería también verdad: La razón tiene razones, que el corazón no comprende. Aquí es la razón la que nos lo explicará.

Pues bien, sean quienes fueren estos ausentes, aunque nos afecten de muy cerca, aunque sean tan nuestros como pudieren serlo, su ausencia no disminuirá nuestra dicha. Para nosotros, sencilla­mente, no representarán nada.

La razón de amar, en el cielo y en todas partes, pero inapercibida en la tierra y muy visible en el cielo, es la proximidad con Dios. Proximidad quiere decir aquí, semejanza, unión. Un ser se acerca a Dios tanto más, cuanto más se le asemeje por su naturale­za, y que le esté unido por la gracia o por la gloria; de ahí esta con­secuencia, que siendo Dios la amabilidad, cuanto más un ser se le parece y le está unido, será más amable.

Y entre Dios y esos ausentes, nada de unión. Por su culpa, a pesar de Dios, se han arrancado a Dios, para sumergirse en las ti­nieblas exteriores73 ; no tienen la gracia, jamás tendrán la gloria, son excomulgados, separados completamente y definitivamente.

Sin duda, tienen aún con Dios cierta semejanza, puesto que SON y no puede dejar de tener cierta semejanza, en la proporción en que todavía Son; pero esta semejanza les pesa; la han disminui­do, quisieran destruirla. Y qué niño desnaturalizado se desfigura el rostro para destruir cualquier semejanza con la familia, los ras­gos que a pesar suyo aún le queden de parecido, no serán para los suyos una razón para amarle. Se le odiará a ese miserable... En el cielo, no se odia a los condenados, porque allí no saben odiar; pero ¿cómo amar a quien no es amable? El amor en el cielo no es ciego.

Además, la primera amabilidad es amor; quien no ama, no es amado, es de justicia. Y esos desgraciados no aman; no pueden y no quieren amar; el amor en ellos se ha convertido odio, es un licor agriado para siempre; odian a Dios, odian a los ángeles y a los santos, y entre ellos, el odio se ensaña sobre aquellos que les fueron más queridos. Voluntades totalmente pervertidas, naturalezas absolutamente desnaturalizadas, desorden viviente sólo saben una cosa, odiar; para ellos, odiar es vivir.

Una vez más, ¿cómo podríamos amarlos?

Habiéndose roto todo lazo con esos extraños y nosotros, su ausencia no será un vacío; no faltará nada en el cielo, por el he­cho de que ellos falten; y en su desdicha obstinadamente volun­taria, nada podrá disminuir nuestro gozo.

Y lo repito; para la razón, esas son verdades incontestables, aunque no sean capaces de convencer nuestro corazón. ¡ Es tan horrible esta separación eterna!

Busquemos algo, sin embargo que nos pueda consolar un tanto.

2).- Y antes que nada, repitamos lo que ha sido dicho anterior­mente sobre el gran número de santos.74 Dios es infinitamente ingenioso para salvar a las almas. Su Corazón, fuente de gracia y de gloria, ¡está tan lleno de amor! Es un abismo insondable. Además de los medios conocidos, iba a decir oficiales, y de los que noso­tros, los sacerdotes, somos los ministros dispensadores, ¡cuántos otros medios no inventa la infinita misericordia del Sagrado Co­razón, sobre todo en favor de los agonizantes! "Su compasión por ellos es inexplicable, dice el P. de Condren, y parece prodigarles sus favores, tanto más a placer, cuánto más próximos están de profanarlos". "Pensamiento magnífico, añade el P. Faber, ¡0h! ¡ cuántas magnificencias del amor de Dios se acumulan junto al lecho de muerte, cien veces más de lo que a nosotros nos parece, cien veces más de lo que creemos! Confieso que andamos aquí sobre un terreno desconocido;pero, puesto que tan a menudo hasta entonces, la misericordia ha visitado esta alma, puesto que es la voluntad de Dios que esta alma sea salvada, en fin, puesto que Dios es un Dios tal como le conocemos,75 yo proclamo que esta región desconocida de lecho de los agonizantes católicos,76 es puro dominio de la divina compasión. Esta última hora explica muchas almas salvadas inexplicablemente". Más arriba el eminente oratoriano, decía de esta última hora: "Cambia los minutos en años, multiplica la actividad del espíritu en el instante en que va a abandonar al cuerpo; es una hora de la verdad y una hora

de la verdad es más larga que un siglo de mentiras; entonces el cielo se acerca no para juzgar, sino para socorrer. Es la última oportunidad que le resta a Dios para ganar a esta criatura, y la divina sabiduría debe saber bien como aprovecharla.77 " Tengamos pues confianza. En el Cielo, el número de los ausentes, será menor de lo que pensamos, gracias a la infinita misericordia del Corazón de Jesús. Un santo, apareciéndose algunos días después de su muerte, a una religiosa, ésta le preguntó lo que más le había mara­villado en el cielo: "Después de la visión de Dios, contestó él, fue el encontrarme a mucha gente, que no esperaba encontrar allí". ¡Cuántos padres y madres, cuántas esposas, niños, amigos, que tendrán en el Cielo, análogas sorpresas!

Hagámoslo, pues, todo para salvar a los nuestros, sin desanimarnos jamás. Si no podemos conducirlos a las prácticas religiosas: confesión, comunión y otras, excitémosles, ayudémosles a practi­car a lo menos algún bien, aunque sea un bien puramente natural; abstengámonos de despreciar lo natural78 ; el bien que ella nos estimula a practicar es un bien real, imagen lejana, pero reconocible del bien supremo, y Dios ama este bien; si no puede recompensarlo con la gloria celeste, al menos se servirá de él para preparar hacia esta alma, caminos desconocidos; ¡ cuántos se salvarán el último momento, porque han sido justos pacientes, honrados, caritativos!No serán esas virtudes naturales las que le salvarán; pero con oca­sión de estas virtudes, Dios les dará la gracia de poderse salvar.

Por lo demás, por lo pecadores que sean, tienen ya la gracia en algún grado. Caída por debajo de sí misma, nuestra naturaleza no puede ya conseguir por sus propias fuerzas todo el bien natural,79 como un enfermo que tiene necesidad de que le ayuden para car­gar con un peso que antes encontraba ligero; esta gracia, sin duda, puede que sea sólo medicinal, y no elevaría sus obras al orden sobrenatural80 ; pero aún en este grado inferior, tiene ya un germen, que tiende a desarrollarse; conmovidos, solicitados por este bien yesta primera gracia, esos corazones se vuelven más fácilmente hacia Dios, la oración se les hace más fácil; ¡ cuántos en realidad, rezan más de lo que dicen, más tal vez de lo que piensan! Es una conversión in extremis, que se prepara; la fe, la esperanza, la caridad sobrenaturales, germinan en esta alma, bajo apariencias que nos lo ocultan tal vez; pero este trabajo oculto Dios lo ve, lo estimula, o tal vez lo hace; es él que está en el fondo de ese corazón olvidadi­zo aún, pero siempre amado; es él quien trabaja en la sombra, pre­parando la veste nupcial que en el último instante, revestirá esta alma para toda la eternidad. Oh mujeres cristianas, ¡qué hermoso es vuestro ministerio!, pues es a vosotras, esposas, madres, hijas, hermanas, es a vosotras a quienes Dios reserva más especialmen­te la misión de conducir a la vida a esas almas. Toda mujer es como María, destinada a ser madre y en cierta medida, madre de Jesús; Dios rehúsa a muchas la maternidad natural, es cierto, pero predestina a todas las mujeres a la maternidad sobrenatural. Animo pues, cultivad en las almas que os son queridas todo germen de virtud; sin olvidar ninguna, cuidad con preferencia las virtudes que enter­necen el corazón y desarrollan el amor, la benevolencia, la compa­sión: las que contienen como la paciencia, un germen de humildad. Esta labor, mil veces santa, comenzará en la infancia; continuadla después en el joven, cuando ya está bajo el acoso de las pasiones, y no os desaniméis si alguna vez, una vejez rebelde se resiste hasta la muerte; no sabéis los secretos del último momento.

3).- ¡Y quiero añadir! Si cuando con la muerte ya os ha aban­donado y esta alma querida sólo os ha dejado dudas angustiosas, continuad vuestra obra, aún tenéis para terminarla, un poder misterioso, pero incontestable. Voy a intentar explicároslo; ¿Y qué?, me diréis, después de la muerte, ¿puede sacarse un alma del infier­no? Ciertamente, esto no es posible, pero puede evitarse que cai­ga en él.

Precisemos bien este punto. Un pecador ha muerto sin dar se­ñales de arrepentimiento. Inclinados sobre su lecho, habéis inútil­mente provocado, pedido, esperado un signo, una palabra, una mirada que significara pesar; no habéis conseguido nada, aparente­mente. Y en el peor de los casos, supongamos que hasta el último momento no habéis visto más que una obstinación cerrada en sus disposiciones. En este caso, ¿es cierto que este hombre está con­denado? ¡ No !

Si para convenceros de ello no tenéis una revelación positiva y cierta, la Iglesia os prohíbe afirmarlo. Es que, puede suceder que en el intervalo de esos angustiosos y últimos suspiros, que a veces se repiten cuando uno pensaba que todo había terminado, puede que en el último segundo, la gracia salida del Corazón de Jesús, más fulminante y rápida que un rayo, haya derribado a este rebel­de y convertido para siempre ese pervertido. No lo sabéis, lo que estabais contemplando os hace temer lo peor, pero esto que digo es muy posible, es incontestable. Y pudiera suceder, que para con­ceder a este moribundo esta gracia última y victoriosa, Dios ha tenido en cuenta, por adelantado, de lo que vosotros haréis des­pués de su muerte. Nada de futuros para Dios, para El todo es presente. Por lo demás, ¿no fue debido a una anticipación de este género que se salvaron Adán y los justos de la antigua alianza? ¡Cuántos siglos entre Adán y Jesús; pero con Adán, Dios veía a Jesús; al lado de la falta, se enfrentaba ya la reparación y Dios per­donaba la falta! ¿Quién se atreverá a decir ahora que no volverá a hacer nada semejante? ¿Es que la fuerza de su brazo ha disminuido, o su bondad se ha eclipsado?

Cabe pues la posibilidad que vuestras buenas obras, vuestras oraciones y vuestros sacrificios de hoy, hayan obtenido, por anticipación, del Sagrado Corazón, a vuestro querido moribundo, una gracia que finalmente le ha salvado. Y si me preguntáis porqué Dios no ha permitido que nada trascendiera de esta muerte para consolaros, yo diría que si hubierais obtenido este consuelo, hubierais sufrido menos. ¡Y quién sabe si lo que ha salvado este moribundo, no es precisamente el sufrimiento tan cruel que os causó, con su muerte, y la incertidumbre de su salvación! Solo Dios conoce bien el valor del sufrimiento, sobretodo de este sufrimiento particularmente doloroso, que produce esta incerti­dumbre. No hay nada que haga sentir al alma su dependencia, nada que la humille bajo la mano todopoderosa de Dios, como esa angustia frente a lo incierto; y cuando esta pobre alma así desgarrada acepta esta situación tan cruel, repito que solo Dios conoce lo que tiene de valioso esta aceptación y las gracias maravillosas que puede conseguir de su divino Corazón, para alivio de los pobres difuntos.

Acepta pues, alma conturbada, resígnate a ignorar durante años eso que tanto ansiáis conocer y multiplicad vuestras buenas obras y vuestras oraciones; santificaros en beneficio de dos, para vosotros mismos, que seréis más tarde bien recompensados y para vuestro amado difunto, a quien tal vez ya se le ha aplicado el mé­rito de vuestra futura santidad.

Me diréis acaso: ¿Si no se ha salvado, que debo hacer? Es im­posible modificar lo que ya está decidido para siempre. — Es la ob­jeción tantas veces repetida contra el poder divino. Repitamos pues: Lo que hagáis no tiene ya acción sobre el presente, pero la tiene tal vez sobre el pasado; no podéis modificar el momento actual, pero podéis impedir que hubiera sucedido; si esta alma está en el infierno, no conseguiréis hacerla salir, pero hoy podéis trabajar para que ayer no cayera en él. En otros términos, si no os santificáis, Dios que lo ha visto desde toda la eternidad, no pudo hacer la aplicación anticipada de vuestros méritos a favor de aquel a quien lloráis ahora; y lo pudo, por el contrario, si os santificáis ahora; y así es cierto, perfectamente cierto e indiscutible, que hoy podéis trabajar para la salvación de vuestros padres difuntos. Y pudiéndolo, es vuestro deber el hacerlo.

4).- Pero, ¡y es tan natural! ¡Es por vos mismo que teméis! Es posible que faltas y pecados numerosos os desesperan, y os hayan hecho exclamar, al leer estas páginas, como Lutero a Catarina Bora, mirando a los astros: " ¡Hermoso cielo! ¡Qué pena que no sea para mí!"

¡Pobre alma conturbada! Es a ti a quien dirijo estas líneas. ¡Ojalá os hagan todo el bien que deseo! ¡Es el Corazón de nuestro buen Jesús, que me las inspira!

Abrumado bajo el peso de vuestras faltas, no osas mirar al cielo. ¡El infierno!, dices ¡el infierno!, ¿ha de ser tal vez mi horro­rosa y eterna herencia? ¡Y es a causa de vuestras faltas que piensas así! ¡Y sin embargo es todo lo contrario que deberíais concluir!

Comprended bien el plan de Dios.

Hemos dicho y repetido, que en el cielo no habrá dos almas perfectamente iguales. Dios llama a unas a ser más elevadas, a otras a serlo menos. Y nuestro ideal es llegar piadosamente a donde Dios nos llama.

Y cuando Dios predestina a un alma a ocupar en el Cielo un trono de los más altos, de ordinario pone en su naturaleza las dis­posiciones proporcionadas; no es que esta alma pueda jamás conseguirlo por sus fuerzas naturales; pero la gracia presuponiendo la naturaleza, Dios la pone de ordinario en armonía, según se calcu­lan los fundamentos según el edificio que se pretende construir.

Estas disposiciones, lo hemos observado a veces, y decimos del niño que las presenta, lo que decían de s. Juan Bautista: "¿Quién pensáis que será este niño?"

Pero hay un ser más inteligente que vosotros, que ve con más rapidez y mejor lo que yo llamaría los preparativos de Dios; en esta alma que sale de la nada, adivina el astro magnífico que un día embellecerá el cielo.

Y que hace él, ¡ el Odio por antonomasia! Pues bien, si Dios espera de esta alma una gloria aparte, y le reserva un lugar escogi­do; esta alma es una privilegiada; ¿y nos preguntamos lo que pien­sa el demonio sobre ello? Pues, evidentemente, se enfrenta a ella con su odio ancestral: cuanto más la ama Dios, más él la detesta; cuanto más Dios pretende elevarla al cielo, tanto más el intentará echarla a las profundidades del infierno; es una guerra implacable que declara a Dios; esta alma será el objeto, al mismo tiempo que el teatro. Se ceba en ella como una presa favorita; ningún trucosin emplear, ninguna añagaza sin urdir, ningún asalto sin intentar; en la infancia ya le tiende trampas; pobre alma, acosada por todas partes, encontrando peligros por doquier, a veces incluso, donde pensaba estar más al abrigo. Se diría que los abismos se excavan por sí mismos bajo sus pies. De ahí, a menudo muchas faltas y ¡ qué faltas! Es el orgullo, es la impureza, bajo todas las formas; in­numerables y espantosos sacrilegios; malas confesiones, malas co­muniones, que se van encadenando, que se van acumulando. Y después de años de esa vida casi infernal, ella se despierta desde el mismo fondo del abismo, de ordinario esa pobre alma, cuando cae en la cuenta de la pavorosa realidad, es para desesperarse.

Y finalmente, ¿qué? ¿Será el demonio el vencedor de las mi­sericordias del Corazón de Jesús; esta alma, deberá expiar con un infierno más pavoroso aún, el amor selectivo con que Dios la había predestinado? ¡Qué triunfo, qué alegría para Satanás! Iba a decir incluso, ¡ qué humillación para Dios!

En realidad, si lo prefiere, esta alma puede otorgar a Satanás esta victoria y esta babosa alegría: Judas lo hizo, ¡ a pesar del tro­no que le habían asignado! Toda alma por privilegiada que sea, puede como él, perderse por la testarudez de la desesperación. Pero todo depende de ella y si se lo propone, puede elevarse tanto más de lo que ha caído hacia abajo. Es el plan del Corazón de Jesús sobre ella; todo lo que ha hecho, o permitido, no tenía otra finalidad. ¡Ah! Le hubiera sido muy fácil protegerla contra Sata­nás, o de frenarla en la pendiente! Pero, ¡no! para que fuera una gran santa, necesitaba una gran humildad; y el divino Corazón per­mitió tantas faltas, tantos crímenes, tantos y tan diversos horrores, para dar a esa alma esa necesaria humildad, que siempre tanto nos ha recomendado. Que se humille pues; que tenga confianza en la misericordia infinita, y un día, tal vez de un salto, alcanzará alturas inconmensurables. ¿No es acaso lo que hizo la Magdalena, lo que hizo san Agustín y otros, y lo que hacen aún hoy día, y tan a menudo, ante nuestros ojos estupefactos, tantas Magdalenas y tantos Agustines convertidos? Sí, podemos admirarnos, peronada de sorpresas; no es un cambio del designio de Dios sobre las almas, cambio imposible, no es más que la realización de un plan eterno. Quería humildes a esas almas, pues bien aquí están ahora fortalecidas y protegidas a causa de sus faltas, de una humildad inagotable; que se eleven ahora hacia Dios que las está esperando, hacia el Sagrado Corazón que las ha preparado tanta gloria.

Y tu, alma querida, que descubres aquí tu propia historia, compréndelo ahora, con el plan de Dios, toda la delicada ternura de ese Corazón adorable, el inmenso amor de que has sido objeto. Almas apenadas y en lucha, ¿comprendéis ahora vuestra grandeza y vuestros deberes? Sí, vuestra grandeza, vuestra belleza, vuestra nobleza... yo quisiera abrumaros con esos términos honoríficos, que rechazáis demasiado; para ser infinito, ¡Oh bella columna, no dejáis de ser labrada con el mármol más hermoso!

No digáis: Ya no me levantaré más, ¡Oh Templo! ¡Oh Tem­plo! ¡Cuántos otros embellecen ese recinto sagrado; yo solo soy una piedra de deshecho! ¡Hermosa columna! Tu lugar sigue vacío aún, esperando que tú lo llenes. Digamos mejor: Oh Reina, vues­tro cetro, vuestra corona, vuestro trono, os están esperando todavía, os están reservados desde siempre, y para siempre, si res­pondéis a la llamada del Corazón de Jesús y entonces todo les será perdonado.

A la obra, pues; de pie, ¡ alma torturada; sacudid eso que yo no sé, pero que os recubre, y que no os pertenece, que no sois vos; lanzad ese fardo que os abruma; una buena confesión os deshará de él, arrojadlo bien lejos y no queráis recogerlo jamás. ¡Humil­dad! ¡Humildad!, pero sobre todo confianza, confianza absoluta en aquel que desde la eternidad, os tiene dispuesta, para vos, un lugar tan hermoso. Es decir, en el Corazón de Jesús, abismo sin fondo de misericordia, ¡ fuente de gracia y de gloria! El Cielo essu obra por excelencia y el término supremo de su amor. Por eso, el objetivo final de todos sus esfuerzos es nuestra salvación, ya para ello, no ha regateado nada. Y hoy, aún, pone a nuestra dis­posición ayudas más abundantes aún. Desde el fondo de nuestro exilio, elevemos hacia El nuestras manos suplicantes, y roguemos a María, que es el canal de sus bendiciones, de hacerlas fluir sobre nosotros y sobre las almas que nos son queridas. Amemos repetir a menudo esas invocaciones tan poderosas: ¡Corazón Sagrado de Jesús, tened piedad de mi! ¡Nuestra Señora del Sagrado Corazón, rogad por nosotros!

 

NOTAS DEL CAPITULO OCTAVO DEL LIBRO TERCERO

1. Au ciel on se reconnait, p. 3.

2.        Carta de Mons. Pie a M. l'abbé Blot. Au ciel on se reconnait, p. 8.

3.   Yo digo los demonios y no el demonio. En efecto esta palabra: el demonio, no de­signa más que un ser abstracto; el demonio en general, no existe más que el hombre o el animal en general; lo que existe son los demonios, los hombres, los animales, o tal demonio, tal hombre, tal animal; en una palabra solo existen seres concretos. Y diciendo, como se dice a menudo, el demonio, acostumbramos al espíritu a tra­tar los demonios como seres de razón, personificando el mal, pero sin existencia real.

4.   Existen cristianos practicantes, demasiados acaso, que apenas creen en la existencia de los demonios y a su influencia sobre nosotros. Estas dos verdades son absoluta­mente incontestables; se basan en la Sagrada Escritura y en la enseñanza de todos los Padres de la Iglesia.

5.   Mons. Gay, de la vie et vertus chrétiennes. De la caridad hacia el prójimo, v. III, p. 209. Son los dos hombres de los que Luis XIV decía: "Aquí tenemos dos hombres que conozco bien, el hombre viejo: especie de ruina, montón innoble de malos ins­tintos, llamado viejo, si bien que el más joven, porque corre a la muerte y que pare­ce un cadáver viviente"; El hombre nuevo, más antiguo que el otro, solo es la depra­vación, restos gloriosos de nosotros mismos, augustas reliquias de las maravillas de la creación nuestra, y por esto mismo se le llama nuevo, porque tiene en sí algo de in­destructible y de siempre nuevo, que Dios pone en todas sus obras".

6.   Libro 3o., cap. 54.

7.     Mons. Gay, de la vie et vertus chretiennes. De la caridad hacia el prójimo, v. 3o., pág. 209.

8.     Id. Ibidem. V. 3o., p. 109.

9.     Santo Tomás dice en el mismo sentido: "La naturaleza es lo que hay de primero dentro de cada uno"... (Pars I, q. 60, art. 2) — y también: "la naturaleza no será destruida, sino perfeccionada por la gloria". (2a 2a, q. 26, art. 13), Sed contra).

10.   Lucas 14, 26.

11.   Rom. 9, 13.

12.   Dice Suárez: "El que no odia, es decir, el que no ama a su padre menos que a mi; pues odiar es aquí lo mismo que amar menos, como en este pasaje: Yo amo a Jacob, y odio a Usaú, es decir: amo menos a Esaú". (Suarez, opuse. de Concursu Dei, cit. por Com. a Lap., sobre este mismo pasaje de Luc. 14, 26, p. 200).

          i Es extraño! En la lengua hurona, se dice también "no amar", en vez de "amar menos". "Si, tu deseas el bautismo, decían a un catecúmeno de esta tribu; pero si tu mujer quisiera impedirte de hacerte cristiano, ¿qué harías tú? — Yo no la amaría, respondió él; yo amo el bautismo". Y el cronista añade: "Era su forma de expresar­se, a fin de mostrar su amor por una cosa que preferían a otra. Yo no amo a nadie; yo amo el bautismo". Histoire de la colonie francaise au Canada. Villemarie, 1865,t. II, p. 45).

Mons. de Cheverus, recibiendo lecciones de lengua de una mujer salvaje, en Amé­rica del Norte, había constatado muchas semejanzas entre estos idiomas y el hebreo.

13.   Exodo 20, 12.

14.   Tito 2, 4.

15.   Ephes. 5, 25.

16.   Levitico 19, 18.

17.   Juan 4, 8, y 3, 14.

18 Mons. Gay, de la vie et des vertus chrétiennes. De la caridad hacia el próximo, v. III, p. 251. — Añade sobre Nuestro Señor: " iCon todo! ¿Parece ser que un día su predilección se equivocó un poco? Cierto, su ojo era infalible; pero para pare­cérsenos más, y por ello consolarnos, quiso que su corazón terrestre guardara toda su libertad, hasta el punto de llevarse grandes decepciones, como nos sucede a noso­tros a menudo; Miró un día a un joven y le amó, dice el Evangelio; y sucedió que dicho joven no respondió a su amor".

19.  Pro devotis amicis. ¿Cómo traducir devotis? Ciertamente no por devotos,al igual que en la antífona Sancta María, la frase devoto femineo sexu;de ello se seguiría de no poder decir esta oración a favor de amigos irreligiosos; tampoco se podría tradu­cir, como en esta antífona, por los Consagrados a Dios, pues se seguiría igualmente, de no poder decir esta oracion por los amigos seglares... Por otra parte, ¿no es acasoparticularmente por los amigos del celebrante que se reserva esta oración? Las últi­mas palabras de la postcomunión parecen insunuarlo: "Pro quorum quarum9ue di­lectione haec tuae obtulimus maestati..." En este caso, devotis, ¿no significarla sim­plemente abnegados, dedicados?(Ver el Gran Diccionario de lengua Latina del Dr. Freund).

20.  Summa Theol. 2a 2a, q. 26, art. 13.

21.   Mons. Gay, de la vie et vertus chrétiennes. De la caridad hacia el prójimo, v. III, p. 210.

22.   Génesis 2, 23.

23.   Más arriba, había dicho: "¿Creéis en la reunión de las almas, que se han compenetra­do aquí abajo? Yo diría que es un dogma de corazón".Cartas. M. Swetchine.

24.     San Paulino. Poema XI, v. 59; citado por l'abbé Blot, Au ciel on se reconnait, p. 84.

25.     Está admitido en teología que la oración es una regla de la fe: lex orandi, norma credenti.

26.   la Tesal. 4, 12.

27.     El Apóstol de las Gentes nos advierte de no apenarnos demasiado a causa de los que ya duermen. (San Agustín, Sereno 172, t. V, pars prior, col. 1195).

28.     la Tesal. 4, 15, 16.

29.     Oración pro parre et matre sacerdotis.

30.     Ultimo responso de Maitines para Muchas Mártires y en la Misa del 10 Marzo, los Cuarenta mártires.

31.     Oración en la fiesta de Sta. Mónica.

32.     Stos. Fabián y Sebastián, 20 Enero. Stos. Vicente y Anastasio, 22 Enero; Stas. Perpetua y Felicidad, 7 de marzo; lo mismo para los Santos reunidos al pie de la cruz. Fiesta de los Siete Dolores. La Iglesia cree que en el Cielo esos santos están

unidos por lazos particulares. Y estos lazos están todos formados aquí abajo, ya por parentesco, amistad o la reunión en el mismo suplicio.

33.     Muchos de esos textos están copiados del opúsculo de l'abbé Blot: Au ciel on se

reconnait; otros, indicados por él, han sido comparados con el texto original y por lo mismo son citaciones de primera mano.

34.  Sermón 263 ap. VI.

35.    Confesiones, 1.9, cap. III, n. 9.

36.     Del libro de Mortalitate.

37.     Del cantar de los Cantares, Sermón n. 5, 26.

38.  Carta 65, n. 2.

39.  Sermón 2o, sobre S. Víctor, n. 3.

40.     2a 2a, q. 26, art. 13.

41.  Cartas, la clase, carta III, n. 6.

42.     Santa Catalina de Siena, le Dialogue, cap. 41; citado por Blot, opus citatum, p. 11C.

43.  Cartas, carta 93, n. 3.

44.     Vida de Santa Teresa.

45.     Vida de la bienaventurada María de la Encarnación.

46.     Vida de San Vicente de Paul, por Abelly, t. II, cap. VII, en Blot Opus Citatum, p. 183.

47.    Sermon sur la Transfiguration. Blot op. cit. p. 69.

48.    Introducción a la Vida Devota, Parte 3a, cap. 19.

49.    De la vie et vertus chrétiennes. De la caridad hacia el prójimo, v. 3o, p. 253, 254.

50.     San Bernardo, carta 65, n. 2.

51.     Juan 4, 26.

52.       Cuadro de texto: 341Id. Ibidem. 8, 11.

53.            Mateo 21, 31.

54.     Un ángel ilumina a otro manifestándole la verdad que el mismo conoce.(Summa, la parte, q. 106, art. 1).

55. Elevation CX, v. II, p. 346. Pasajes extraidos del libro: Au ciel on se reconnait p. 66. Los amigos, los hermanos, y allí todos lo son, incluso los ángeles, se reconoce­rán, se comunicarán, etc. etc...

Guitton, l'Homme relevé de sa chute, II p. epilg. p. 364, p. 86. Los santos se ven recíprocamente... se revelan espontáneamente los unos a los otros sus pensamientos y sus afectos.

Berté, de Thologicis disciplinis, lib. III, cap. 13, n. 2, p. 167. Aunque su número sea grande, sin embargo, se conocen todos, y conversan tan familiarmente los unos con los otros, como si fueran en número reducido; —el P. Coton, s. j., du Paradis, Medi­tation 21, perfiles, n. 3. Rouen 1626.

56. Elevation CX, vol. II, p. 346.

57. Comment. sur l'Apocalipse, cap. 20, v. 12, t. 21, p. 359. — M: l'abbé Blot, citando al P. Petau, de Angelis, lib. I, cap. 12, n. 7 y 11, dice: que los pensamientos de los ángeles no llegan al conocimiento de los otros, en tanto en cuanto lo quieren. Hace falta que un acto de la voluntad dirija este pensamiento hacia aquél a quien le plaz­ca comunicarlo. Así pueden hablar a uno, sin hablar con los otros, sin ser oídos ocomprendidos de todos. (Au ciel on se connait, p. 209).

58.     Y el Cardenal Cayetano les atribuye una especie de lenguaje sensible, citado por Comelio a Lápide (Comment. sur la la Epitre aunx Corinth. c. 13, v. 1, t. 18, p. 378).

59. Elevations CX, v. II, p. 346.

60.     Habrá en la forma de esas manifestaciones una variedad innombrable y atrayente; pero todo brotará y vivirá de la misma savia. (Mons. Gay, id. ibidem).

61.     Sto. Tomás, Summa, suplem., q. 82, art. 4.

62.     Isaías 6, 3.

63.     "Yo oí una voz en el cielo, como ruido de muchas aguas y como sonido de un gran trueno y oí una voz de tañedores de arpas, que tañían con sus arpas y cantaban co­mo un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro animales y de los an­cianos y ninguno lo podía comprender sino los cientos cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Dios escrito en su frente. (Apoc. 14, 2 y 3).

64. En particular el Salmo 23, 7, 8, 9, 10.

65.     Se comprenden estas cifras: concierto de pensamientos, armonía de sentimientos; pero asimilar a estas expresiones todas aquellas que mencionamos, es imposible.

66. Elevations CX, v. II, 348.

67.     El P. Cotton, jesuita; citado por Blot, op. cit.

68.    Hugues de Saint-Víctor, en su Traité de    et de l'esprit, atribuido por error a San‑
Agustín, resume así las alegrías del cielo: "En el Cielo se encuentra todo lo que uno ama, todo lo que uno desea; ¿lo que os fascina es acaso la belleza? Los justos brilla­rán como el sol. ¿Es acaso la agilidad o la fuerza? Serán semejantes a los ángeles de Dios. ¿Es acaso una vida larga y llena de salud? En el cielo la eternidad está llena de salud; en el cielo la eternidad es sana y la salud es eterna. ¿Os obsesiona la saciedad? Los Santos serán saciados cuando aparcará la gloria del Señor. ¿Es la embriaguez?Allí los ángeles cantan a Dios incesantemente. ¿Buscáis un placer cualquiera de la tierra? Es del torrente de su misma divinidad, que el Señor dará a beber a sus santos. Si es la sabiduría lo que buscais, todos serán dóciles a Dios; si es la concordia, su ali
mento será hacer la voluntad de Dios; si es el poder, participarán de los poderes del Señor y serán todopoderosos por su voluntad, como Dios lo es por la suya, los san­tos podrán por él, lo que querrán.— Si deseáis honor y riquezas, Dios dará una po­testad extensa a sus buenos y fieles servidores; si es la verdadera seguridad que ambicionáis, los santos estarán tan seguros de la continuidad de su dicha, como lo están de no perderle jamás voluntariamente, de no ver jamás a Dios, que les ama, de arrebatársela en contra suya, a ellos que le aman". Citado por Com. a Lap. enComment. sur 2a Epitre aux Corinth, c. V, v. 17, t. 18, p. 445-446).

69.    Lamartine, Meditations poétiques, 14a méd., Le Lac.

70.                Eclesiástico 41, 1.

71.                Vida de Mons. Dupont, por l'abbé Janvier, I, v, p. 203.

72.                Apocalipsis 21, 4.

73.    Mateo 7, 12. Es la palabra profunda empleada de ordinario en el Evangelio, para designar el infierno.

74.    Ver lo escrito en Cap. V, del Lib. 30, $ 5, sobre "El gran número de santos".

75.    La pena es que le conocemos tan poco. Si le conociéramos mejor, tendríamos menos angustias en su servicio, y mucho más amor. — ¡Ojalá que las llamas del Corazón de Jesús puedan iluminar a las almas sobre la verdadera naturaleza del Dios— Caridad !

76.    En su libro (le Creatur et la Créature, p. 336) el eminente P. Faber se ocupa sobre todo de los católicos; y dice: "Una vez conocemos a Dios tal cual es, podemos pre­ver que relativamente hablando, pocos católicos serán condenados, la salvación de casi todos parece ser exigida por la magnificencia de Dios" (p. 331). Y como es tam­bién a los católicos principalmente a quienes nos dirigimos aquí, no extendamos la cuestión a los infieles, sino contentémonos de recordar el pasaje citado en el texto, e invitar a todos los lectores a meditar en le Createur et la Creature, el número tan grande de creyentes, o mejor, que lean y mediten todo el libro. ¡Dios desea tanto que comprendamos algo más de su amor!

77.    Añadamos una nota preciosa del mismo P. Faber, en la p. 334 del libro citado: "Después de la publicación de la primera edición, dice él, el venerable presidente del Colegio de Ushaw, me hizo conocer la opinión emitida por el franciscano Domingo Lassada, sobre las revelaciones del Hno. José de San Benito, benedictino español de Montserrat, y publicadas en el prólogo de las mismas, El Hno. José asegura que le fue revelado que la mayoría de los católicos se salvaba, y declaraba estar divinamen­te cierto de esta verdad. Una parte de la opinión de Lassada es un comentario so­bre este punto, y confieso que he quedado sorprendido de la cantidad de pruebas y autoridades que acumula a favor de esta opinión, tanto es así, que yo hubiera es­crito con menos reserva y precauciones, si hubiera conocido esta obra, antes de es­cribir mi libro". (Le Createur et la Creature, p. 355, nota...

78.     A este pensamiento, añado esas palabras de Lacordaire: "Algunas virtudes que se exige a los hombres, no hay que desesperar nunca de ellos. La naturaleza humana no es como la Nada, aún no ha descubierto el punto más alto de su elevación" (Me­moria para el restablecimiento de los Hermanos Predicadores, p. 37, 12).

79.    La gracia es necesaria al hombre caído para conocer todas las verdades naturales cumplir con toda la ley y sobreponerse a las tentaciones graves. (Péronne, Grand Cours. Traité de la gráce. Ip. c. II, prop. II, t. I, col. 1253).

80.  Para que una obra sea sobrenatural, hace falta, además de la gracia, un motivo so­brenatural en el que obra. (Péronne, Gran Cours. Traité de la Gráce, la Pan, cap. 1, preliminarios, n. 2, col. 1241).

 


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