Los muros tienen la palabra: Las revoluciones del 68
Misioneros
del Sagrado Corazón en el Perú
en la lucha contra el flagelo de la pornografía
Héctor Zagal Arreguín
Del 68 sólo nos llega el regusto amargo de la crítica destructiva y obscena... y la indestructibilidad del liberalismo. El resultado escuece los ojos: la cultura de la incredulidad y el pragmatismo. El imperio de la acción.
Exagerar, he aquí el arma
La sangre corrió por Tlatelolco en octubre de 1968. La alta burguesía aplaudió discretamente la masacre. El Estado se desentendió. El proletariado estaba demasiado ocupado ganándose el pan de cada día para tomar partido en el asunto. El resto de los mexicanos nos dedicamos a esperar el inicio de las Olimpíadas: México 68. Nuestro modernismo no es más que una modernización de la política. ¿Una obertura marxista?
Yo era un niño cuando ocurrieron los disturbios. Mi único recuerdo es pedestre. Mis padres no me llevaron al cine Ópera a ver Quo Vadis? El paraje era peligroso. Hasta aquí mis experiencias del 68 mexicano.
Poco después ingresé a una escuela primaria «activa». Provenía de un kinder de la más pura tradición prusiana: disciplina, obediencia, jerarquía. El Colegio Freinet —hoy desaparecido— era la antítesis del kinder Pájaro Azul. En el jardín de niños se me había enseñado a utilizar el «usted» con las misses, a formar filas antes y después de clases, a ponerme de pie frente a un adulto, a portar uniforme (blanco en primavera, gris en invierno), a no cuestionar las órdenes de los superiores. El Freinet promovía los valores contrarios. No había uniforme en aras de la libertad. Nos dirigíamos a las profesoras por su nombre de pila. La autoridad se cuestionaba todos los miércoles en una asamblea, en la que mocosos de primaria discutíamos los problemas de la escuela y nos enfrentábamos a la dirección. En lugar de educarnos para ser profesionistas burgueses, se nos asignaba una «parcela» (un pedacito de jardín) que debíamos cultivar. En lugar de atrofiarnos el cerebro con datos y más datos (los nombres de los emperadores aztecas, las capitales de los estados de la República...) se nos enseñaba alfarería para desarrollar nuestras habilidades manuales. Total, que la buena directora del Freinet nos entrenaba para ser guerrilleros cuando saliéramos de secundaria.
El caso es que mi capacitación antiburguesa no terminó. Mis padres me sacaron de la escuela cuando advertí a mi madre: «ustedes los adultos creen que siempre tienen la razón». Ante la expectativa de un anarquista en casa, mis padres optaron por inscribirme en un colegio regenteado por una directora entrenada en Auschwitz.
No sé que tanto influyó en mí el 68 y el Colegio Freinet. Mis amigos empresarios dicen que mucho; mis amigos escritores piensan que poco. Ya lo he escrito en varias ocasiones. Sin embargo, creo que en el Colegio Freinet experimenté la revolución del 68.
De Francfort a Nairobi: Esto no es una revolución Sire, esto es una mutación
Alemania, España, Francia, México, Checoslovaquia, incluso Kenya, se vieron convulsionados por movimientos estudiantiles en 1968. Se trató de un movimiento auténticamente revolucionario con pretensiones de aniquilar el sistema. La revuelta del mayo francés fue especialmente cruda. En París y las ciudades de tradición universitaria, las paredes se cubrieron con grafitis, algunos de ellos extraordinarios y emblemáticos, verdaderos periódicos murales. Fue en los muros donde se escribió el famoso «Sed realistas: pedid lo imposible».
La sociedad surgida de la revolución francesa es una sociedad pragmática. El credo de la burguesía (al menos de cierta burguesía) es el dinero. Bueno es lo que contribuye al libre mercado, malo los obstáculos. Las ideologías pasan a un segundo o tercer término, mientras no ataquen la tríada dogmática: propiedad privada, tolerancia y libertad de comercio. Cualquier sistema que niegue el carácter absoluto de tales dogmas es inmoral, ingenuo y «poco práctico». La libertad es libertad de mercado; el desarrollo es desarrollo económico. Lo que no es desarrollo económico es rollo.
Dicha sociedad se caracterizaba por una apertura hacia la tecnología y un conservadurismo en los terrenos políticos y sociales. La sociedad burguesa es una sociedad que idolatra los cambios tecnológicos y teme los cambios sociopolíticos bruscos. Por eso se leyó en los muros de La Sorbona, Le masochisme aujourd’hui prend la forme du réformisme.
Autoridad moderada, convencionalismos sociales (buenas maneras), ahorro y previsión, ecuanimidad, racionalidad matemática eran los principios que articulaban esta sociedad.
Los movimientos del 68 dudaron de estos principios y de esta sociedad.
Marx, Freud y Marcuse: La imaginación toma el poder
Tres autores influyen decididamente en los movimientos del 68. Marx y su crítica al capitalismo; Freud y su crítica a la sexualidad y la autoridad civilizada; Marcuse como síntesis de los otros dos. No es acertado catalogar los movimientos del 68 como «comunistas» o «freudianos». Son muy complejos y constituyen un todo unitario. A pesar de ello, me atrevo a esbozar un esquema:
a) Culto a lo espontáneo y desprecio de los convencionalismos sociales. Se deja crecer la cabellera en lugar de peinarse afectadamente con goma y vaselina. Creativité/ Spontanéite/ Vie.
b) Admiración por lo natural y desconfianza de lo artificial. ¡Vivan las flores y los campos! Y los hippies se afincaron —desnudos— a las orillas del lago de Valle de Bravo.
c) Desprestigio de la autoridad. Se cuestionó la autoridad familiar, eclesiástica, política, académica. L’anarchie c’est je. Todo signo externo de autoridad fue desechado, atacado, aplastado. Desaparecieron togas y birretes, condecoraciones y musetas, cintillas y collarines.
e) Desconfianza en las formas burguesas de las democracias. Los parlamentos y senados fueron vistos como grandes farsas.Cuando la asamblea nacional se convierte en teatro burgués entonces todos los teatros burgueses deben convertirse en asambleas nacionales. (en la entrada del hall del Odeón).
f) Reverencia a la juventud. La juventud se convirtió en la edad dorada y dejó de ser un camino penoso para llegar a ser adulto.
De una u otra manera, los defensores del «Amor y Paz» propugnaban por estas ideas. La contracultura del 68 atacaba por debajo de la línea de flotación al trasatlántico burgués. La honte est contre-révolutionnaire.
El Vaticano II y la crisis de la Iglesia: Ni maestro, ni Dios, ¡soy yo! maître,
No pretendo presentar a la Iglesia católica como un instrumento de la burguesía para dominar a los pobres. Tal afirmación me parece insostenible con un mínimo de erudición histórica. Sí pretendo en cambio, afirmar que el aggiornamento de la Iglesia propugnado por Juan XXIII (y que frecuentemente ha sido malentendido) está correlacionado con el movimiento del 68.
El historiador alemán Peter Berglar lo ha visto con claridad al afirmar que con Pío XII acaba el «barroco romano». Después de Pío XII nada sería igual. La liturgia, antes pomposa y rebuscada, se simplifica. Desaparecen aceleradamente los signos de autoridad temporal de los pontífices (supresión de la guardia noble, cae en desuso la tiara papal y la silla gestatoria). Se fomenta la colegialidad en todos los niveles del gobierno eclesiástico. Se utiliza un lenguaje más conciliador con los no creyentes (ya no se reza «por los pérfidos judíos», sino por «nuestros padres en la fe»). Se autoriza el uso de las lenguas nativas en la misa en lugar del latín. La terminología de los documentos oficiales deja de ser marcadamente escolástica y adopta un estilo más moderno (en Juan Pablo IIse nota la influencia de la fenomenología).
Con ocasión de la nueva actitud del Vaticano II, se desata una crisis terrible en algunos medios eclesiásticos. Algunos seminarios se vacían, las órdenes religiosas sufren numerosas deserciones. La crisis tendrá como constantes un cuestionamiento de la autoridad jerárquica, un énfasis en la conciencia en perjuicio de la ley y una insistencia en la dimensión comunitaria de la liturgia en detrimento del valor objetivo de los sacramentos. Juan Pablo II no duda en hablar de que advendrá una «nueva primavera» en la Iglesia, lo que implica que ahora estamos en un crudo invierno. La profundidad de esa crisis radica en una crisis de identidad. El Cardenal Ratzinger, el «segundo de abordo» en el Vaticano en estas cuestiones, ha hablado en términos verdaderamente duros de la necesidad de repensar la Iglesia.
La Iglesia, antes sólida, monolítica, inamovible perdió, a partir de los años sesenta, gran parte de su influencia en la sociedad. En las naciones desarrolladas, la Iglesia católica va perdiendo influjo en la conformación de la sociedad. Por ejemplo, Francia, la primogénita de la Iglesia, es considerada ahora territorio de misión. Le sacré voilà l’ennemi. El mismo Cardenal Ratzinger piensa que el futuro de la Iglesia será semejante al de los primeros cristianos: una Iglesia de minorías, minorías convencidas y con una fe honda y arraigada, pero al fin y al cabo minorías.
La Iglesia católica ha sido transformadora y transformada por la crisis de los 60. Sólo quienes conocieron la Iglesia preconciliar pueden captar la profundidad de la transformación, sólo quienes vivieron los años inmediatos al Vaticano II tiene la experiencia de la crisis.
La Universidad y el mayo francés: Violen su Alma Mater
Un catedrático alemán, que ganó la cátedra después del 68, define la transformación de la siguiente manera: «Yo nunca he usado toga y birrete». La universidad pre-68 era un lugar de formas, de raigambre y tradición. La universidad europea había heredado un ceremonial, una etiqueta y una serie de ritos medievales. L’urbanisme de la Sorbonne a produit les génerations de chatrés que nous connaissons. Su estructura era eminentemente jerárquica. La premisa de la universidad tradicional era el axioma, «los estudiantes vienen a aprender y los profesores a enseñar». Entre la cátedra y el alumnado existía una zanja insalvable. La dirección del centro universitario correspondía única y exclusivamente al claustro académico. La voz de los alumnos era considerada inexperta e ignorante.
La universidad era para la elite, para los afortunados que podían costearse sus estudios. La universidad era un ejercicio teórico, un apartamiento del mundo. Un retiro donde se adquiría un halo de prestigio. L’orthografe est une mandarine. La vida intelectual no era la vida real, concreta. A la universidad no se iba a aprender a vivir, se iba a ser culto. La culture est l’inversion de la vie.
La antítesis de esta concepción es la revolución cultural de Mao. Estudiantes y profesores son trasladados por los guardias rojos a los arrozales. En el fango, conviven alumnos y catedráticos con campesinos analfabetos. Fin de l’Université. Los pies sumergidos en lodo. Los académicos se agachan, humillan su inteligencia ante la tierra, ante la siembra, ante lo concreto. La poésie est dans la rue.
Un segundo capítulo de la transformación: la universidad se politiza. No son los recintos universitarios una torre de marfil allende la transformación del mundo. «Los filósofos han contemplado el mundo, lo que hace falta ahora es transformarlo» (Marx). Los alumnos forman comités revolucionarios. Las facultades toman partidos. La universidad se convierte en un foco de irradiación política. Sí al compromiso, no a la neutralidad científica y burguesa.
Tercer capítulo. La universidad de masas. La selección, los exámenes de admisión, es una patraña burguesa. «Educación primero al hijo del obrero, educación después, al hijo del burgués». La educación debe ser gratuita, libre, sin restricciones.
La familia: Hagan el amor y luego a recomenzar
En las familias antiguas, los niños y jóvenes no se sentaban a la mesa con los mayores. No era raro que los hijos utilizaran el «usted» con sus padres. Ser hijo, ser joven era un handicap remediado por la tutela paterna. En los años 60 soplan vientos de emancipación. El huracán arrasa la autoridad familiar. Es la hora de los psicólogos y los traumas. Let it be. La juventud es la edad dorada. Los hijos son idealistas, revolucionarios: Sólo la verdad es revolucionaria. ElChe Guevara en las habitaciones de los adolescentes. En Hispanomérica se escucha a Violeta Parra y Soledad Bravo. Canciones de protesta. Los Beatles usan el cabello largo y visitan la India. Ni Paul ni Ringo obedecen a sus papás. Se revalorizan los huaraches. El pelo largo es la rebelión casera contra la vaselina burguesa. L’a insolencia es la nueva arma revolucionaria. Se viste con chamarra de mezclilla, imitando a los albañiles. La corbata es un signo de status, de elitismo. Non à la Revolución en Corbata. Abajo el stablishment.
La juventud al poder. Los padres atónitos no reaccionan. Algunos, los retrógradas, reprimen: «La sociedad de los poetas muertos». Los padres quieren MBSs de Harvard; los jóvenes reclaman el amor libre.
Marcuse proclama la sexualidad polimorfa, libre de represiones. Construir una revolución significa también romper todas las cadenas internas. La sexualidad abandona el matrimonio y se proclama emancipada de servidumbres reproductivas, de compromisos a largo plazo, de donación y entrega, de educación de la prole. Vive l’union libre. Se echan en marcha comunas en Suecia: no hay parejas, hay comunidad. Los niños de la comuna son hijos de todos y de nadie. Sumerhill: el camino al fracaso.
El resultado: El nihilismo debe comenzar con uno mismo.
Familia, Universidad e Iglesia fueron transformadas por la revolución de los años 60. La familia está herida. En algunos países se extingue. ¿Cuántas familias pueden verse en un programa de TV yanqui? Las viejas series televisivas retrataban hogares: una madre que gastaba mucho, un padre furioso con la suegra, un hijo adolescente que concertaba su primera cita. Ahora todos son individuos aislados. Nadie sabe de dónde vienen los niños: hay promiscuidad, pero no se engendra. Los países latinoamericanos se resisten, pero los medios de comunicación prescriben, decretan, imponen un nuevo modelo social.
La universidad fue fácilmente domesticada por el sistema. El mercado es despótico. La universidad de masas, la que se empeñó en ser antiburguesa, fue desterrada del mercado. Sus egresados son rechazados en casas de bolsa, notarías, despachos. Los grandes hombres de negocios no estudian en la universidad de masas. La otra universidad, la sumisa, la calculadora, se entregó al mercado. Es una proveedora de mano de obra calificada para el mercado. La universidad tecnocrática entrega profesionales diseñados para servir a las fuerzas del mercado. Jóvenes sin ideales, sin compromisos, sin proyectos sociales. Su único interés: ganar dinero, viajar en verano a Europa y poseer una casa de campo. Las humanidades y las ciencias puras son expulsadas de las aulas por inútiles. En el mejor de los casos se arrinconan en un departamento pequeño y mohoso. La universidad tecnocrática enseña a redactarmemoranda, pero no a leer a Shakespeare; enseña política internacional, pero no historia de Grecia; enseña a demandar ante los tribunales, pero no a argumentar racionalmente. Los catedráticos ya no usan corbata, aunque para ser aceptado socialmente se debe servir a las fuerzas del mercado. Los insubordinados —los intelectuales soberbios que rehusan bajar la cerviz al dios-mercado— son exiliados a la universidad de masas. Las leyes de la oferta y la demanda son implacables. ¿Querían contacto con la realidad? Ahí está.
La Iglesia: Dios, sospecho que usted es un intelectual de izquierda
El pontificado de Juan Pablo II ha sido una violenta sacudida, un repiqueteo de campanas contra la descristianización del mundo occidental. Paradójicamente, Latinoamérica y África prestan más atención a la religión de Cristo que la cristianísima Europa.
La intelligentzia católica suele ser poco católica: muchos fieles son infieles. La división entre «progresistas» e «integristas» podrá ser todo lo equivocada que se quiera, pero señala un hecho: hay división. Algunos católicos han apostado al liberalismo doctrinario (hijo del protestantismo), otros han reaccionado apelando al Ancien Regime (el tradicionalismo). Quienes más sufren se encuentran en el centro. Son catalogados como cristianos inmaduros por los liberales y como tibios por los tradicionalistas. Quienes creemos en el carácter sobrenatural de la Iglesia sabemos que el barco no se hundirá, pero tampoco sabemos cuánto tardaremos en sacar el agua que inunda la nave. Tampoco sabemos cuántos más se ahogarán.
La resaca de la embriaguez: Todos reaccionarios son tigres de papel
La borrachera terminó. Los tanques soviéticos entraron en Praga. Las democracias occidentales no hicieron nada. La onU mostró su grotesco mecanismo: sentados en el Consejo de Seguridad estaba la URSS. El agresor tenía poder de veto.
La mezclilla es ahora una prenda elegante. Unos jeans pueden costar doscientos dólares. Ningún albañil puede comprarlos. La juventud burguesa utiliza el cabello largo; también algunos corredores de bolsa.
Los buenos modales están en decadencia. El vaticinio de Horkheimer fue certero: la igualdad pseudodemocrática ha cosificado a los seres humanos. La orden directa y brutal, el «tú» ofensivo y sin rodeos. Nada de circunloquios e insinuaciones: los ejecutivos conjugan en imperativo. Quizá haya algo peor que las órdenes destempladas: el ambiente aséptico de informalidad pagada, el entorno casualpagado con tarjeta de crédito. La reunión en inglés donde todo mundo es llamado por su nombre de pila, «Mark», «Cindy», «John», y donde a nadie le interesa si John padece cáncer y si Mark sufre una depresión. La cultura de la hipocresía formal y ritualista fue sustituida por la cultura de la hipocresía casual e informal. Nada se ganó.
Nadie cree en revoluciones ni transformaciones de la sociedad (excepción, en mi opinión, del catolicismo). No hay grandes proyectos sociales. El guerrillero Marcos es un romántico incómodo que afecta la bolsa de valores y daña la imagen mundial de México (el imperio de la globalización). Ya no hay marxistas con quien pelearse. Presenciamos la crisis de las utopías. Nadie exclama: Sólo la verdad es revolucionaria .
La democracia es fatua. Las elecciones son triviales. La población de USA es mayoritariamente abstencionista. Las diferencias entre demócratas y republicanos son irrelevantes. Los parlamentos y congresos discuten nimiedades. Las decisiones importantes se toman en los grandes holdings, en los mercados financieros, en Wall Street. La política pierde importancia frente a la economía. No hay fronteras que defender, ni idioma del cual estar orgulloso.
Las revoluciones del 68 derribaron algunos ídolos y valores de la sociedad burguesa, no cabe duda. La urbanidad y la tradición fueron destronadas por la revuelta. Contra el despotismo del mercado nada pudieron los melenudos revoltosos. Los revolucionarios sucumbieron. El papado romano es el refugio de los últimos románticos. Ahí están quienes tienen fe en Dios, en el hombre y en porvenir. Estamos urgidos de una visión del mundo, de una imagen del ser humano, de un proyecto social comprometido. No lo aprenderemos estudiando sólo finanzas ni computación. De eso estoy seguro.
Los enemigos de la libertad no fueron tigres de papel...
cortesía: http://www.istmoenlinea.com.mx/articulos/23808.html