¿POR QUÉ CREO EN DIOS?
por ADOLPHE GESCHÉ
A menudo se afirma,
y con razón, que las pruebas racionales de la existencia de Dios sólo
convencen a los ya creyentes, y esto a medias. Ante ello, Adolphe Gesché se
arriesga a proponer otras "pruebas" que se basan no en la razón sino en la
propia existencia creyente. Lo hace de un modo tan personal y comprometido
que resulta muy convincente.
La cuestión sobre la existencia de Dios no es una cuestión banal. Nos
incumbe a todos, creyentes y no creyentes. Y nos incumbe con una realidad
que va más allá de sí misma y atañe los confines de nuestro ser, allí donde
se esbozan las cuestiones sobre el sentido y el destino.
Se ha escrito que las pruebas sobre la existencia de Dios tienen la
singularidad de convencer a los que ya creen y de no convencer a los que no
creen. Tal vez se deba a que no han atendido a sectores vitales a los que no
llega la sola razón. Lo más honrado sería considerar que la creencia y la
increencia nos atañen a todos, y lo mejor será dirigirse al no creyente que
está latente en nosotros y al creyente que late en el fondo del incrédulo.
Todos los hombres son aquí parientes cercanos.
En este escrito tomaré una doble opción. En primer lugar, la de considerar
que al comienzo la cuestión no debe ponerse tanto en querer demostrar la
existencia de Dios cuanto en mostrar hasta qué punto Dios es creíble. La
segunda opción será la de hablar en primera persona. Es cierto que voy a
hablar como teólogo. Pero el teólogo es inseparable de la persona. Si soy
teólogo, si continúo siéndolo, es porque yo creo. Si soy teólogo es porque
creo que esta fe vale verdaderamente la pena. Este "yo" del que hablo es
también, en parte, el de mis lectores. Casi todos nos podemos encontrar en
este itinerario. Hemos nacido en la misma civilización; somos hijos de la fe
cristiana y nos hallamos con no creyentes que nos hacen las mismas
preguntas. Creo que el "yo" que aquí se empleará podrá ser el de cada uno de
nosotros.
Una última observación. Los pasos que voy a dar no pretenden seguir un orden
estrictamente lógico. Cada uno puede seguir su propio orden. No pretendo que
cada razón tenga el mismo peso. En estas materias se trata, sobre todo, de
una convergencia de razones. Es posible que, para alguno, tal o cual razón
no sea válida.
1. CREO EN DIOS "PORQUE" HAY "NO CREYENTES"
Es evidente que el "porque" debe de estar entre comillas. Su pretensión es
la de ampliar nuestro campo de reflexión dando a entender que no se olvida
el mundo de la increencia.
1. Porque me demuestran que creo libremente
La existencia de ateos me manifiesta que hay hombres que pueden vivir sin
creer en Dios. Esto me enseña que la afirmación de Dios no se puede imponer.
Si no es inevitable, soy libre. En esta situación me siento a gusto. Mi
confesión de Dios es una elección, un acto de libertad. Y para mí es un acto
de libertad que me libera.
Esto es importante. Acepto que muchas cosas me vengan impuestas por
coacción, incluso por coacción racional o lógica. Pero creo que me sería
difícil de soportar que Dios me viniese impuesto así, ya que tendría la
impresión de una imposición violenta.
A partir de los no creyentes experimento que mi fe es libre. Por esto puedo
decir que creo "porque" hay "no creyentes". Puedo desear que todos los
hombres lleguen a la fe en Dios. Pero deseo también para ellos la libertad.
La fe debe seguir siendo el mayor ejercicio de mi libertad.
2. Porque me fuerzan a ser crítico con mi fe
Hallo otro motivo para incorporar a los "no creyentes" en la trayectoria de
mi fe: los ateos son a menudo más exigentes que nosotros y tienen a veces
una idea de Dios muy elevada. A menudo renuncian a creer por este motivo.
Tal es, por ejemplo, la objeción sobre el problema del mal. Su expectativa
de Dios es tan exigente que no toleran que se acepte la existencia de Dios
ante tal escándalo. También nosotros tenemos conciencia de esta objeción,
pero es posible que no le prestemos la suficiente atención. Nuestra tesis
sobre la "permisión del mal" puede parecer llena de ambigüedades. Los no
creyentes me enseñan a estar más atento y a ser más exigente en la confesión
de mi fe.
Tengo la impresión de que mientras los creyentes insisten sobre la
existencia de Dios los no creyentes suelen preguntarse sobre la naturaleza
de Dios. El no creyente me invita a tener una idea de Dios menos fácil; más
que pedirme demostraciones de la existencia de Dios me pide que le muestre y
le pruebe con hechos en qué Dios creo.
3. Porque me revelan que en mí hay algo de "no creyente"
Existe una tercera realidad que me enseñan los no creyentes. Su presencia me
revela que en mí existe también el "no creyente". Es cierto que se da la
división entre creyentes y no creyentes. Pero esta distinción es, a veces,
demasiado cómoda. La frontera entre fe e increencia pasa por dentro de cada
uno. Hay incrédulos que se preguntan a veces: "¿y si fuera verdad?". Algo
semejante sucede a creyentes. Esto prueba que todos los hombres se parecen.
Y, como creyente, aprendo a no ser un hombre arrogante, sin lisuras y
fanático. No olvidemos que Sto. Tomás decía que la existencia de Dios no es
evidente con la evidencia propia del mundo de los objetos.
En todo hombre se da la duda y la fe. Yo diría incluso que la duda y la fe
hacen honor a dos dimensiones que existen en nosotros. A su manera hacen
también honor a Dios. Y es que, no lo olvidemos, nuestro Dios se ofrece a
nosotros en esta fragilidad. Se niega a violentarnos y a anular nuestra
libertad. La grandeza de Dios consiste en haber creado un ser que pueda
decirle sí o no.
San Pedro nos asegura: "Hacéis bien en prestar atención a la palabra como a
una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y se
levante en vuestros corazones el Lucero de la mañana" (2 P 1,19). La fe se
ofrece al corazón y a la inteligencia del hombre que somos. Es como la
vigilante lámpara que brilla en nuestras iglesias; se levanta desde la
profundidad de nuestra noche; se ofrece para que vivamos de ella; se ofrece
como razón de vida. Así, el no creyente, me estimula sin cesar para que mi
fe permanezca despierta, brillante, de modo que no cese de reanimaría
continuamente; a veces, paradójicamente, a partir del fuego de los no
creyentes.
2. CREO EN DIOS "PORQUE" HE NACIDO EN UN AMBIENTE CRISTIANO
Pienso que esto es así para casi todos nosotros. Si fuese norteafricano o
asiático sería ahora musulmán o budista. Salvo en casos de conversión,
sucede como si heredásemos la fe en la que hemos nacido.
Esto parece ser una objeción a la fe. Por ello he puesto entre comillas el
"porque".
Reconociendo la dificultad que crea lo que acabo de admitir, puedo decir en
verdad que yo he "asumido" esta fe que he recibido. He descubierto que la fe
cristiana merece ser creída. Sin negar el valor de otras religiones, creo en
la excelencia de la rama judeo-cristiana.
Y la razón es ésta. Se ofrecen al hombre dos grandes posibilidades. Por una
parte la religión, la cual implica el riesgo de elevar a Dios a una cumbre
tan exclusiva que no haya lugar para el hombre. Por otra parte se ofrece al
hombre el humanismo, que es una afirmación tal del hombre que comporta el
riesgo de denegar al hombre toda apertura a la trascendencia. El hombre
queda como encerrado en el hombre.
Personalmente no me siento en ninguna de las dos posiciones exclusivas,
aunque me encontraría bien en las dos dimensiones. En esta situación, el
cristianismo me aparece como la religión que consigue ser a la vez una
afirmación radical de Dios y una afirmación radical del hombre. Jesucristo
se entrega plenamente a Dios y plenamente al hombre; es totalmente
religioso, filial y totalmente humano, fraterno. Apasionado por la causa de
Dios y apasionado por la causa del hombre.
Ver así reunidas las dos aspiraciones fundamentales me parece una intuición
tan genial que seguramente es para mí la razón principal de mi fe cristiana.
Yo descubro en esta posición genial del cristianismo un signo impresionante.
Esta disposición es tanto más genial cuanto no se trata del fruto de un
raciocinio sino que es el resultado del comportamiento de un hombre, Jesús,
que ha podido vivir así. Hay aquí un signo de verdad, ya que el hombre está
intrínsecamente tentado por posiciones maniqueas exclusivistas y dualistas.
He expresado mis razones personales para creer en el Dios de los cristianos.
Así he asumido la fe que recibí, y esta reasunción es un modo de conversión.
El camino de hallar la fe por sí mismo es posible, pero no es el único
camino. Decía Sartre: "Yo no soy lo que he hecho de mí; soy lo que he hecho
a partir de lo que han hecho de mí". Es cierto; el hombre no es una libertad
absoluta, sobre él pesa toda una herencia cultural y biológica. El hombre es
una libertad en situación que puede retomar su propia herencia.
Es necesario despedir al mito de la "tabla rasa". Esta no existe. Nadie nace
sin un bagaje (Ricoeur) y no hay por qué lamentarlo (Gadamer).
Cuando uno nace cristiano reasume la fe recibida y se reencuentra en el
mismo sentido en el que el convertido se encuentra. Se habla con facilidad
del incrédulo que se convierte en creyente. ¿No se podría hablar también del
creyente que se convierte en creyente?.
3. CREO EN DIOS "PORQUE" HE NACIDO EN UN HOGAR CREYENTE
Esta razón de creer no está muy lejos de la expuesta anteriormente. Sin
embargo, ofrece contornos lo bastante específicos como para justificar la
distinción. Concretamente: se puede haber nacido en un medio
sociológicamente cristiano sin que esta relación al cristianismo vaya más
allá de una mera pertenencia superficial. La situación de la que ahora trato
es la de un hogar en el que existe una fe viva explícitamente orientada
hacia Dios, y que por lo mismo se contra distingue muy claramente del
ateísmo.
Como en el precedente apartado debo reconocer un hecho. Admito que si
hubiese nacido en una familia atea probablemente hoy sería ateo.
Entonces, ¿cómo comprender la verdad personal de mi fe?. También aquí diré
que creo haber asumido como valor personal esta fe; aunque, a diferencia de
un convertido, la he reasumido en mi propio terreno. He asimilado esta fe
creyente porque he descubierto que hay un particular sentido en el hecho de
creer en Dios. Percibo en la cuestión sobre Dios un modo de proponer un
discurso que es profundamente dador de sentido. Proponer la cuestión acerca
de Dios es preguntarme por el sentido último de mi existencia. Es proponerme
el sentido del sentido.
Es verdad que el amor, el trabajo, el servicio, la belleza, no necesitan ser
confirmadas por Dios para tener un sentido. Pero mi convicción es la de que
el sentido siempre requerirá tener un sentido. En el fondo, el sentido tiene
necesidad de ser preservado; tiene incluso necesidad de ser salvado.
Creo que aquí se halla la entraña de la pregunta religiosa. Si Dios no es
una cerrazón sino una llamada hacia más arriba y más lejos, entonces es muy
razonable que dirija mi interrogante en esta dirección y que empiece a
percibir cierta respuesta. Porque hay ciertas preguntas que conllevan en sí
mismas una respuesta.
Pascal reconocía el problema con el que nos hallamos. Escribe que la
religión cristiana tiene algo de asombroso. En seguida capta la posible
objeción: "afirmas esto porque has nacido en ella". Reconoce el valor de
esta dificultad, y no obstante concluye: "pero aunque haya nacido en ella
sigo hallándola así".
La observación de Pascal es esclarecedora. Si uno ha nacido en un ámbito
creyente puede cuestionarse la autonomía de su propia fe. Es una fantasía el
creer en un nacimiento culturalmente "inmaculado". Es olvidar, una vez más,
que todos hemos nacido en un lugar determinado y que hemos sido precedidos
por una determinada concepción de la existencia. Actualmente, en
antropología, lejos de considerar esta situación como una desgracia, se la
descubre como una suerte. Se nos dice que somos seres de una cultura,
enraizados en una tradición. Se trata de las condiciones de nuestra
identidad, de nuestra libertad. Esta antropología sigue un camino inverso al
del racionalismo que cree que absolutamente todo debe de ser descubierto por
uno mismo y por la propia razón.
El hombre está preocupado por salvar su identidad. Pero hoy se descubre que
vivir la propia identidad supone también vivir el propio nacimiento. El
hombre, ser cultural, es un "ser que ha nacido".
Lo quiera o no, el hombre es precedido por respuestas. Esto es
particularmente cierto en la cuestión religiosa. Pero uno puede interrogar
estas respuestas, las puede someter a prueba, puede cuestionarías.
El hombre más bien interroga respuestas que responde a preguntas. Al fin y
al cabo las preguntas, ¿no nacen precisamente a causa de la presencia de
respuestas?.
El hombre no entra en la vida con capacidad de responderlo todo. Tiene
necesidad de claves. Por mi parte, pienso que la mayoría de las claves que
propone el cristianismo permiten descifrar el sentido último de la vida al
hombre que yo soy. Y sobre todo, estas claves no sólo me permiten descifrar;
me permiten vivir.
4. CREO EN DIOS PORQUE EXISTE JESUCRISTO
Se comprenderá que no ponga el "porque" entre comillas.
Yo creo en la divinidad de Jesús, pero me fijo ahora sólo en su humanidad.
Hace dos mil años vivió en esta tierra un hombre humanamente digno de fe.
Esta afirmación me parece indiscutible. Este hombre ha creído en Dios y me
impresiona.
Jesús, que no aparece como un inquieto en busca de compensaciones, ha
hablado de Dios serenamente.
Para mí, Jesús es motivo de fe. Por una parte ha dado todas las garantías de
una existencia humana serena y comprometida, ha estado muy cercano a la
tierra, ha afirmado al hombre de modo absoluto, y por otra parte ha
confirmado la dimensión trascendente del hombre.
Me interesa que él hable de Dios, a pesar de la condena de los sumos
sacerdotes y a pesar del antitestimonio de los portadores de la ortodoxia.
El Dios del que Jesús da testimonio no es banal. Ama a los pecadores y
comparte su mesa con escándalo de los fariseos. Devuelve toda su dignidad a
la mujer que debía ser lapidada. Trata con la samaritana, una hereje. Acepta
la invitación del publicano y lo elogia a pesar de su mala reputación. No
tiene en cuenta el sábado cuando se trata de salvar a la persona. Purifica
el templo, lugar sagrado por excelencia. Este Jesús es el que va a preferir
a los pobres sin que esto suponga ningún resentimiento contra los ricos y
poderosos, a los que sabe decir lo que quiere en el tiempo apropiado.
Jesús ha mostrado una conducta revolucionaria en el plano religioso que ha
conmocionado a sus contemporáneos.
Pero veamos nuestras propias reacciones. En el fondo, el Dios que anuncia
Jesús no es el Dios que esperamos, no es el Dios de nuestros fantasmas e
infantilismos; tampoco es el Dios de nuestras dignas filosofías.
Jesús no ha estado al abrigo de la inquietud y el combate interior que
atraviesa a todo hombre al verse descalificado por aquellos que tienen el
derecho y el depósito de la ortodoxia.
Jesús pasa por la angustia del huerto de los olivos; da un terrible grito en
la cruz donde sufre la tentación de verse abandonado por Dios.
En esta imagen que Jesús dio de Dios es donde realmente se puede hallar a
Dios. Al final de esta agonía, el Dios al que Jesús anuncia manifiesta que
es el verdadero Dios y da la razón a Jesús contra sus perseguidores.
He aquí por qué creo en Dios a causa de Jesucristo, o mejor dicho, gracias a
Jesucristo.
El cree en este Dios hasta el fin, contra todas las evidencias. El combate
la vida humana con singular veracidad y esto no le separa de su fe en Dios.
Una fe que no es trivial. Una fe que lo tiene todo a favor porque lo tienen
todo en contra.
5. CREO EN DIOS PORQUE ESTA FE ME CONSTRUYE
Encuentro en la fe en Dios una dimensión fundamental y radical de mi
existencia. Sé que la fe puede aparecer a algunos como un componente extraño
que viene como desde fuera de nuestra humanidad, como algo impuesto.
Personalmente creo que este análisis es inexacto, incluso desde una
perspectiva antropológica. Pienso que se trata de una dimensión coherente
con otros comportamientos humanos que, desde un punto de vista
fenomenológico, podría considerarse como inmanente a nuestra humanitas.
Tomemos el término "fe" sin darle por el momento una connotación religiosa.
¿Puede vivirse sin fe?. Se puede vivir sin fe religiosa; pero no se puede
vivir sin ningún tipo de fe. La palabra latina fides es la raíz de palabras
como "confianza", "confidencia"., Algo semejante se podría decir del término
latino credere, que ha dado lugar a "creer", "crédito"... y que se halla en
muchas expresiones coloquiales. Si estos términos pasan a nuestro
vocabulario cotidiano es porque expresan y representan una dimensión
"natural" de nuestra existencia. Se trata de una dimensión que nos
constituye y sin la cual nos resultaría difícil comprendernos. En realidad
el creer es tan inherente al hombre como, el pensar, amar, trabajar... Es un
comportamiento que permite este descentramiento de sí mismo que es
indispensable para vivir con los demás. Desde aquí la fe en Dios me aparece
como una actitud digna del hombre ya que dice algo importante acerca del
hombre. El creyente no tiene el deber de justificarse continuamente como si
sólo el no creyente viviese en la actitud sensata.
A menudo se hace la objeción de que la fe crea su objeto para satisfacer un
deseo o una insatisfacción; pienso que la fe no crea su "objeto" (Dios) sino
que lo descubre. La fe me aparece como una actitud que desvela algo oculto,
que descubre. Transformando la célebre fórmula de Freud diría que la fe no
es una "ilusión" sino una "alusión". Una alusión a algo muy discreto que
percibimos en ciertos momentos como un eco dentro de nosotros mismos y que
la fe nos desvela y nos revela. La fe es como una capacidad de
descubrimiento a la que ninguna de mis otras capacidades puede llegar.
Aun cuando se habla de deseo o de necesidad, no veo en ello algo sospechoso
a priori. El deseo de amar o el deseo de comprender no convierten a estos
dos realidades en vacías. Esta necesidad o este deseo más bien manifiestan
una realidad que sólo espera ser investida. En este sentido no dudaría en
considerar a la fe como inventiva: descubre, encuentra. La fe revela en el
hombre una dimensión propia.
La fe señala la existencia de una "alteridad". Indica la existencia posible
de una alteridad radical, de este otro que buscamos en los demás, pero que a
la larga se desgasta en mí y en los otros. El "otro" aquí tiene un nombre:
el Otro, el Otro del hombre, el Otro de los hombres. No es bueno que los
hombres estén solos. La fe desvela en mí un eco. Es decir, un acorde. Un
acorde profundo que precisamente por eso es difícil de expresar.
No puedo creer que mi ser profundo se engañe tan radicalmente que en este
caso haya inventado pura y simplemente su objeto. "El ser habla", afirma
Heidegger. Mi ser habla, y seguramente ésta sea la mejor manera de entrar en
la verdad; mejor, a veces, que a través de la simple razón. Es cierto que
puedo equivocarme en las representaciones, perfiles y denominaciones. Es
posible que me pueda engañar. Pero no fundamentalmente.
A menudo existen caricaturas y falsas representaciones que pueden conducir
al rechazo o al no reconocimiento. Pero mi ser profundo habla, tiene su
elocuencia. La fe tiene su elocuencia, como la tienen en mí otras voces.
Este derecho de la fe a expresar algo verdadero sobre el hombre, a decirle
una verdad sobre sí mismo, lo encuentro tan incontestable como el derecho
que tienen otras dimensiones existentes en nosotros y que pueden decimos
algo sobre nosotros mismos. Este es el derecho a la fe y su capacidad de
desvelar algo propio.
No se trata de caer en el fideísmo. El uso de la razón es, también aquí,
incuestionable si se quiere hallar apoyo. El logos conserva sus derechos y
deberes imprescriptibles. Pero existe una circulación del logos, hay
diversos logos o sentidos, y me parece indiscutible el derecho de la fe a
ser uno de ellos, con tal de que la fe se mantenga en su propio ámbito y se
deje interrogar por otros logos.
Así como la gramática no es capaz de hablar de electrones, tampoco la
ciencia física es capaz de hablar de fe; aunque sí puede hacerle preguntas
pertinentes.
Es claro que cada realidad debe ser detectada por una capacidad adecuada.
¿Por qué debería ser de otro modo cuando tratamos de la fe?.
Nuestras dificultades en este terreno seguramente no hacen más que señalar
que precisamente aquí se trata de algo tan profundo que es difícil hablar de
ello con claridad. Pero cuando nos inclinamos sobre el brocal de nuestro
propio pozo, del pozo de nuestro ser profundo, escuchamos el débil ruido de
una presencia, o de una palabra que no se asemeja a otra alguna.
6. CREO EN DIOS PORQUE ES QUIEN ES
El hombre ha buscado a menudo a Dios en el cosmos, y este es un camino
aceptable; pero Dios no puede reducirse a ser el gran relojero del mundo y
esta indagación no nos manifiesta cercano su rostro. Durante mucho tiempo se
le ha buscado en argumentos y razonamientos; este procedimiento no es
absurdo, pero raramente es convincente.
Supuesto que, según la fe cristiana, somos templo de Dios, ¿no será también
un camino auténtico el interrogar a nuestro ser profundo?. No temamos la
realidad que hay en nosotros y escuchar en el fondo un soplo tenue pero casi
palpable.
La Escritura me aparece como un gran libro de historias que Dios nos narra.
Creo en Dios porque esta historia que El nos narra se entreteje con mi
propia historia, viene a aportarme un hilo, de tal modo que así puedo
encontrarme y construirme a mí mismo. Insisto sobre el término "historia"
porque Dios no me llega como una "sustancia" ni como Alguien inmóvil.
Tomando el paradigma del camino de Emaús, Dios me aparece como Alguien que
me acompaña, Alguien que se hilvana en mi historia, siguiendo el ritmo mismo
de mi propia historia y de mi propia andadura. Sin turbar mi itinerario sino
respetando las sinuosidades de mi ruta y las curvas de mi camino.
Un dios como Moloch estaría oprimiendo mi historia y mi ser; si así fuese,
creo que yo hubiese tomado los caminos de la increencia y del rechazo. Pero
un Dios de la historia es totalmente distinto. Es un Dios que respeta el
tiempo, respeta mi tiempo. No está aquí de una sola vez y de modo inexorable
sino que permite lo olvidemos y lo desconozcamos un tiempo. Acoge los
altibajos de mi existencia y mis propios ritmos. Un Dios histórico - y éste
es uno de los rasgos de nuestra tradición judeo-cristiana - es un Dios que,
como un amigo, sabe cuándo es el momento oportuno y cuándo no lo es. Es un
Dios que sabe adaptarse y comprender. En la historia veo una presencia de
Dios de carácter más flexible, más acogedora de lo que soy.
Creo que esta categoría de historia es de capital importancia. Quien dice
historia, dice que no todo está dictado o decidido de antemano. La realidad
se va haciendo en un recorrido, en un trayecto. Tendré el tiempo de respirar
junto al pozo (samaritana), tendré el derecho de equivocarme (Pedro), tendré
el derecho de luchar y permanecer ante El (Jacob) tendré el derecho de
discutir (Job), y también el de gritar en el borde de mi sufrimiento
(Jesús). Como también tendré, en otras circunstancias, el tiempo y el
derecho de introducir otros acentos: el del amor, la felicidad y la alegría
(María en el Magnificat).
De esta manera Dios no me viene dado de una vez, sino a medida que me voy
construyendo a mí mismo. Desde esta perspectiva he comprendido que la
principal razón está en saber quién me acompaña y cómo lo hace. Sin negar la
importancia del problema sobre la existencia de Dios creo que la cuestión
sobre el "si existe" está precedida por la cuestión sobre el "qué es".
Creo que cuando se ha descubierto así el lugar de Dios en la propia vida,
Dios se hace creíble. Se convierte en una de las realidades de mi
existencia, sin duda la mayor, pero una "solamente". Dios ha creado en
nosotros la urdimbre de la tela. A nosotros toca enhebrar la trama.
Capítulo 4 de:
Adolphe Gesché "Dios" (en "DIOS PARA PENSAR". Colección Verdad e Imagen.
Sígueme. Salamanca).
Cortesía: marianistas.org