21. ¿UNA INSTITUCIÓN OPRESIVA Y ANTICUADA?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
21. ¿UNA INSTITUCIÓN OPRESIVA Y ANTICUADA?
La sátira
es una
crítica que, casi siempre,
se transforma
en disculpa.
Eduardo Terrasa
Falta de pluralismo
—Algunos afirman que en
la Iglesia hay poco pluralismo, porque se quita de sus puestos a quienes
manifiestan honrada y sinceramente su disconformidad con la doctrina
oficial.
No dudo que las personas
que han sido sancionadas por ese motivo hayan llegado de forma sincera a
esas opiniones que se apartan del Magisterio de la Iglesia. Y tampoco dudo
que las defiendan con honradez. Lo que parece poco honrado es que quieran
continuar enseñando esas opiniones no católicas en las iglesias, aulas o
catequesis de la Iglesia católica.
Un hombre que se ganara
la vida como representante de una empresa, una fundación, un partido
político, un sindicato, o cualquier otra organización, puede honradamente
cambiar de opinión y hacerse sinceramente seguidor de otra empresa, partido
o sindicato, y pasar entonces a defender rectamente otras ideas. Lo que no
sería nada honrado ni recto es que quisiera seguir como representante de uno
apoyando la política de otro (y además cobrando su sueldo de aquel a quien
ataca). Cuando la Iglesia católica retira a alguien el permiso para enseñar
en su nombre no hace más que aplicar el sentido común.
—Pero la Iglesia podría
ser más sensible a las propuestas de cambio que hacen algunos, incluso desde
dentro de la Iglesia...
Me parece que la Iglesia
es una institución en la que hay una gran pluralidad de opiniones, y en la
que se puede hablar con más libertad que en la mayoría de las instituciones
de nuestro tiempo. Pero la Iglesia predica el cristianismo como cree que es,
como lo ha recibido de Jesucristo, no como le gustaría que fuera a un
colectivo pequeño o grande de una época o de otra.
La Iglesia está vinculada
a una herencia que ha recibido, de manera semejante –por poner un ejemplo– a
como puede estar vinculado un científico a los resultados de su
experimentación. No dice lo que le gusta, sino lo que es. Todo hombre está
sometido a la verdad: a la verdad que gusta más, y también a la que gusta
menos.
Cuando un científico
obtiene unos datos experimentales que no concuerdan con una teoría
científica admitida en ese momento, eso le obliga a hacer nuevas
consideraciones y le encamina hacia nuevos conocimientos. Y la ciencia
progresa gracias precisamente a que los científicos no rehúyen ni esconden
los fenómenos molestos para sus teorías, sino que sacan a la luz esos datos
y siguen investigando hasta dar con una solución, se tarde el tiempo que se
tarde. De modo semejante, y salvando las distancias, el conocimiento
cristiano progresa en gran parte gracias al desafío que entrañan algunas
verdades cristianas que quizá nos cuesta más comprender o aceptar. Pero un
cristianismo que recurriera a modificar la fe cada vez que le pareciera
difícil de entender o de vivir, sería como el científico poco honrado que
retoca los datos del laboratorio para ajustar la realidad a su realidad.
¿Son necesarios los dogmas?
—¿Y
es necesario que la Iglesia tenga dogmas, y una autoridad y un Magisterio?
¿No bastaría que cada uno procurara vivir lo que dijo Jesucristo y lo que
viene recogido en la Biblia?
Lo que dices es la tesis
protestante de la “sola Scriptura”.
Sin embargo, si se trata de vivir lo que dice la Sagrada Escritura,
convendría tener presente que en ella se dice con claridad que Jesucristo
fundó la Iglesia (por ejemplo, en Mt 16, 16-19; Mt 18, 18; etc.). Y puestos
a dar también algunas razones de orden práctico, cabe añadir que desde los
tiempos de Lutero hasta ahora han surgido ya más de 25.000 diferentes
denominaciones protestantes, y que en la actualidad nacen 5 nuevas cada
semana, en un proceso progresivo de desconcierto y atomización. Por eso ha
escrito Scott Hahn que una Sagrada Escritura sin Iglesia sería algo parecido
a lo que habría supuesto que los fundadores del Estado norteamericano que
promulgaron la Constitución se hubieran limitado a añadir una genérica
recomendación diciendo “que el espíritu de George Washington guíe a cada
ciudadano”, pero sin prever un gobierno, un congreso y un sistema judicial,
necesarios para aplicar e interpretar la Constitución. Y si hacer eso es
imprescindible para gobernar un país, también lo es para gobernar una
Iglesia que abarca el mundo entero. Por eso es bastante lógico que
Jesucristo nos haya dejado su Iglesia, dotada de una jerarquía, con el Papa,
los obispos, los Concilios, etc., todo ello necesario para aplicar e
interpretar la escritura.
El prestigio de la Iglesia
—¿Y
qué opinas del prestigio de la Iglesia católica?
La situación de la
Iglesia católica en el arranque de este milenio reviste un extraordinario
interés. Como ha escrito José Orlandis,
nunca en la historia había sido la Iglesia tan universal como ahora, por la
diversidad nacional y étnica de sus fieles; nunca el Papa había gozado de un
prestigio moral tan alto, no solo entre sus fieles, sino también entre
hombres del mundo entero, que le consideran como la más alta autoridad
espiritual.
Se trata de un fenómeno
sin precedentes, pues los grandes Papas medievales tenían como marco una
cristiandad europea, espiritualmente compacta pero de dimensiones muy
reducidas. La Iglesia católica aparece hoy con una inequívoca personalidad
internacional, con mil millones de fieles, con más de ciento veinte mil
instituciones asistenciales y con unas escuelas en las cuales se forman
cincuenta millones de estudiantes. Aparece, además, firme y coherente en sus
enseñanzas en cuestiones doctrinales y morales, en contraste con la
inestabilidad y las ambigüedades de muchas confesiones religiosas, que
presentan a menudo la apariencia de naves desarboladas, a merced del oleaje
de las modas o de los antojos de sus bases, ansiosas de acomodarse a las
preferencias de la opinión pública.
Superar viejos estereotipos
—Hay personas que sienten
la necesidad de llenar su vida con algo espiritual, pero rechazan la
posibilidad de acercarse a la Iglesia porque consideran que es un montaje
opresivo y anticuado.
En bastantes ocasiones,
todas esas prevenciones contra la Iglesia se desvanecen cuando se llega a
conocerla más de cerca. Cuando se ha estado lejos mucho tiempo, es fácil
haber asumido estereotipos que luego se demuestran falsos o inexactos en
cuanto se hace el esfuerzo de acercarse y observar las cosas por uno mismo y
de primera mano.
Se ve entonces que la
realidad tiene unos tonos distintos. Que en la Iglesia hay bastante más
libertad de lo que pensaban. Que hay muchos sacerdotes ejemplares,
inteligentes, cultos y que hablan con brillantez. Que la liturgia tiene
mayor fuerza y atractivo de lo que creían. Que hay ciertamente un conjunto
de normas morales bastante exigentes, pero que son precisamente la mejor
garantía que tiene el hombre para alcanzar su felicidad y la de todos. Es
más, el hecho de que, pese a la permisividad actual, la Iglesia se niegue a
bajar el listón ético, y no ceda a las presiones de unos y otros, es un
extraordinario motivo de admiración y atractivo. La Iglesia no quiere ni
puede hacer rebajas de fin de temporada en asuntos de moral para así atraer
a las masas, sino que continúa presentando el genuino mensaje del Evangelio.
Las rebajas y los sucedáneos cansan enseguida, y la historia está llena de
cadáveres que cedieron a la acomodación a los errores del momento y no
consiguieron absolutamente nada.
Cuando se conoce de
verdad la Iglesia se desenmascaran muchas
falsas imágenes. Se descubre entonces que la moral cristiana no es un
conjunto de prohibiciones y obligaciones, sino un gran ideal de excelencia
personal. Un ideal que no consiste solo en prohibir tal o cual cosa, sino
que sobre todo alienta de modo positivo a hacer muchas cosas. Ser católico
practicante no es cumplir el precepto dominical, sino algo mucho más
profundo y más grande. La fe pone al cristiano frente a sus
responsabilidades ante sí mismo, su familia, su trabajo, ante la tarea de
construir un mundo mejor. El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la
edificación del mundo, ni les lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino
que, por el contrario, les impone como un deber el hacerlo. Es cierto que
hay malos ejemplos, como cualquiera podría encontrarlos en tu vida o en la
mía. Donde hay hombres hay errores. Si en la Iglesia no pudiera haber
hombres con defectos, nadie tendría cabida en ella. No es que nos gusten
esos errores, que hemos de procurar corregir, pero lo primero que debemos
considerar es que la Iglesia está formada por personas como tú y como yo.
Bueno, quizá un poco mejores.