31. ¿LA MORAL AYUDA A PENSAR BIEN?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
31. ¿LA MORAL AYUDA A PENSAR BIEN?
¿Inculcar una moral es lavar
el cerebro?
¿Y si es una moral
equivocada?
Quien en nombre de la
libertad
renuncia a ser el que
tiene que ser,
ya se ha matado en vida:
es un suicida en pie.
Su existencia consistirá
en una perpetua fuga
de la única realidad que
podía ser.
Ortega y Gasset
¿Inculcar una moral es lavar el cerebro?
—Muchos piensan que
inculcar a una persona unos principios morales preestablecidos es un modo de
lavarle el cerebro. Dicen que lo mejor es que cada uno vaya sacando de su
experiencia personal sus propios criterios morales.
Entiendo que lavar el
cerebro a una persona consiste en disminuir su capacidad de juzgar
razonadamente. Pero educar a las personas para desarrollar el hábito de ser
veraces, o generosas, o justas, o respetuosas con los demás, no puede
decirse que atente contra su capacidad de tomar decisiones razonables. Es
justamente al revés. Los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de
juzgar razonablemente.
Por el contrario, cuando
faltan los hábitos morales resulta más fácil que se extravíe la razón. Fue
Lenin quien dijo aquello de que "si queremos dominar a un pueblo, antes
corromperemos su moralidad".
¿Y si es una moral equivocada?
—Pero no siempre sabemos
exactamente qué exige la ley moral, y sería triste correr el riesgo de
propagar errores.
La moral es una ciencia
difícil y su aprendizaje está efectivamente sujeto a errores. Pero esos
posibles errores no disminuyen su importancia, ni su necesidad, de la misma
manera que el hecho de que una persona se equivoque al sumar no significa
que las matemáticas estén equivocadas, ni que sean poco importantes.
El fallo y el error son
inherentes al obrar humano, y también a la educación y la enseñanza
(incluidas las matemáticas). Pero ese riesgo no debe disuadirnos de buscar
la verdad ni de ayudar a los demás a buscarla.
Además, la ley moral está
más clara de lo que quizá algunos pretenden. Todo hombre percibe en su
interior la existencia de una ley que no se dicta a sí mismo y a la cual
debe obedecer.
—Pero no siempre tenemos
una evidencia clara de lo que es bueno o malo.
Efectivamente, no siempre
lo bueno y lo malo se presentan con una claridad total. Pero el hombre que
busca la verdad con honradez acaba discerniendo qué es bueno o malo en cada
caso.
Hay aplicaciones
prácticas en las que no es fácil discernir lo mejor de lo peor, pues la
ética no es una ciencia exacta, como pueden serlo las matemáticas, pero hay
bastantes cosas claras y accesibles a cualquiera que busque la verdad ética
con rectitud. Y en todo caso, esa búsqueda siempre será fructuosa.
Ley moral y felicidad humana
—Pero a lo largo de la
historia han surgido infinidad de concepciones morales radicalmente
incompatibles entre sí...
Las diversas concepciones
morales que han ido surgiendo a lo largo de la historia del género humano,
tienen efectivamente puntos en contradicción, pero también muchos otros en
común. Algunos insisten tanto en la incompatibilidad que llegan a pensar que
toda ética es una invención humana propia de cada momento o lugar. Pero la
historia muestra que la intuición moral natural es bastante común a todas
las grandes civilizaciones que han presenciado el paso de los siglos, desde
hace miles de años.
Los grandes imperativos
morales están presentes en toda la historia. Las grandes conquistas éticas
de la humanidad son tan verdaderas como las conquistas de la ciencia
experimental o de la técnica. O incluso más, ya que captan más profundamente
la verdad y resultan más decisivas para la felicidad humana.
—¿Por qué te parecen más
decisivas?
Porque la moral es
decisiva para la dignidad del hombre. Despreciar la moral no hace al hombre
más libre, como si fuera algo de lo que al hombre conviniera liberarse.
Desatender el deber moral degrada al hombre, lo desplaza a un escalón menos
humano, lo aparta de la felicidad.
La enseñanza de la religión
—¿Y qué opinas sobre la
pretensión de la Iglesia de que se enseñe religión cristiana como una
asignatura más en los currículos escolares? ¿No es contradictorio que haya
una asignatura confesional en un Estado aconfesional?
Si esa asignatura se
elige libremente, pienso que es una pretensión muy razonable, y muy
respetuosa tanto con el valor educativo de la religión como con la libertad
de los padres. Caben muchas soluciones, como elegir entre esas clases u
otras alternativas de ética, o de historia de las religiones, etc.
«La religión –afirma Juan
Manuel de Prada–, además de una elección trascendente, es una rama esencial
del conocimiento, puesto que sobre ella se fundamenta nuestra genealogía
cultural. Para entender cabalmente los tercetos encadenados de Dante hace
falta tener una cultura religiosa; para hacer inteligible a Tiziano hace
falta una cultura religiosa; para disfrutar de la música de Bach hace falta
una cultura religiosa. Y, puesto que no estamos hablando de nimiedades, se
impone que esa transmisión cultural sea evaluable; no creo que haya asuntos
mucho más importantes que hacer partícipes a nuestros hijos de este
riquísimo legado. Considero, pues, inobjetable la existencia de una
disciplina que exija unos conocimientos básicos e irrenunciables sobre el
fenómeno religioso. Los hombres de mañana no pueden crecer desgajados de su
genealogía espiritual y cultural, como si esa herencia incalculable fuese
algo inerte; si desterrásemos de las escuelas el esqueleto de nuestra
cultura, estaríamos condenando a las generaciones futuras a una existencia
invertebrada. Y, como católico, deseo que mis hijos reciban una educación
acorde con los principios en los que creo. Puesto que la religión católica
es mucho más que un mero repertorio de dogmas y liturgias, puesto que
constituye el sustrato fecundo sobre el que se edifica nuestra civilización,
nuestra cultura y nuestra moral, quiero que mis hijos sean instruidos en sus
misterios. Quiero que sepan que hubo un hombre entreverado de Dios que se
subió a una montaña para proclamar el más bello poema de bienaventuranza,
que se negó a lapidar a una mujer adúltera, que no dudó en aceptar el agua
que le ofreció una samaritana, que dignificó el sufrimiento inmolándose en
una cruz. Quiero que ese hombre entreverado de Dios sea la piedra angular de
su formación; a nadie perjudico con esta elección y a nadie se la impongo».
El Estado debe proteger
el pluralismo y el derecho de los padres a elegir la formación de sus hijos.
Cuando algunos “progresistas” desean que se imponga a todos de una educación
materialista, y quieren prohibir la enseñanza de la religión en la escuela,
habría que recordarles que no es lícito invocar la libertad para imponer a
través del sistema público de enseñanza una concepción materialista y atea
de la vida. Sin la dimensión religiosa, queda amputada la visión integral de
la realidad.
«Solo desde el
cristianismo –recalca José Ramón Ayllón–
es posible entender a Lutero y a Erasmo, a Miguel Ángel y a Bernini,
a Felipe II y a Enrique VIII, a Dante y a Jorge Manrique, a Lope de Vega y a
Quevedo. Gracias a la asignatura de religión han entendido aspectos
fundamentales de la historia de Europa: una larga historia que pasa por el
Camino de Santiago, por las catedrales románicas y góticas, por la pintura
barroca, por el Réquiem de Mozart, la Pasión de Bach y el Mesías de Haendel,
y también por la fundación episcopal o papal de las universidades.
»La religión tiene un
efecto saludable sobre la personalidad de quienes la estudian. En realidad,
no podría ser de otro modo. Porque Jesucristo, el más atractivo y exigente
de los modelos que registra la historia humana, contagia generosidad y
compasión, comprensión y amor, justicia y responsabilidad, limpieza de
pensamiento y de vida, sentido de la vida y de la muerte, alegría y
esperanza inquebrantable.
»Ya sé que el
cristianismo no es una ética, pero la revolución religiosa que origina
tiene, como gran efecto secundario, una extraordinaria revolución ética. Y
esa nueva interpretación de la condición humana, unida al orden jurídico
romano y al orden mental griego, da lugar a la civilización occidental.
Jesucristo llama bienaventurados a los pobres de espíritu, que se saben nada
delante de Dios. A los mansos, que no se dejan arrastrar por la ira y el
odio. A los que lloran los pecados propios y ajenos. A los que tienen hambre
y sed de justicia, y desean con todas sus fuerzas el triunfo del bien. A los
que son compasivos y misericordiosos. A los de corazón limpio. A los que
promueven la paz a su alrededor.
»Así se resume la ética
cristiana. Cristo la presenta en toda su exigencia y radicalidad, afirmando
que exige hacerse violencia, pero señalando al mismo tiempo que vale la pena
contarse entre los esforzados que lo intentan. En la historia de la
humanidad, las bienaventuranzas constituyen un cambio radical en las usuales
valoraciones humanas, al poner los bienes del espíritu muy por encima de los
bienes materiales. Sanos y enfermos, poderosos y débiles, ricos y pobres,
torpes e inteligentes, todos son valorados por Dios al margen de esas
circunstancias accidentales. Y eso tiene un enorme valor educativo, en medio
de un mundo consagrado al pragmatismo del éxito.
»Además de su indudable
valor cultural, la religión se diferencia de las demás asignaturas al
ofrecernos este plus de sentido. Por eso, discutir su presencia en las aulas
me parece tan pintoresco como discutir las matemáticas o la lengua.»
—¿Y qué dices sobre los
peligros de los fundamentalismos religiosos?
Algunas personas dicen
que como la religión presenta en algunos casos síntomas fundamentalistas, lo
mejor es suprimir la religión como cosa de fanáticos.
No se dan cuenta –señala
Ignacio Sánchez Cámara– de que con tan extravagante razonamiento habría que
prohibir, entre otras cosas, el fútbol y la política. Tan perspicaces para
percibir los desmanes del fanatismo religioso, son incapaces de comprender
la potencia humanizadora de
la religión, lo que a ella deben las grandes creaciones del espíritu humano,
la íntima relación entre arte y trascendencia. Este “fundamentalismo
irreligioso”, que sufre convulsiones y mareos con solo recordar la Edad
Media y que suele despacharla con las simplezas al uso y las loas a una
modernidad tergiversada, no acepta la enseñanza de la religión en los
centros públicos. No les basta que exista una opción confesional y otra no
confesional. Lo que quieren es la supresión de toda referencia religiosa en
los centros públicos, el anatema sobre toda religión, reducida a la
condición de patología del espíritu. Son los mismos que ríen y aplauden las
blasfemias y las burlas públicas a las creencias religiosas y al sentimiento
de lo sagrado y se indignan y braman con gesto plañidero si un jefe de
Estado o de Gobierno reza en público. Es una vez más la tolerancia de ida
pero sin vuelta, unidireccional. Ni siquiera les basta con poner al mismo
nivel la piedad y la burla antirreligiosa. Hay que tolerar todo menos la
expresión pública de lo trascendente.