38. ¿QUÉ HACER CON EL DESEO SEXUAL NO LEGÍTIMO?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
38. ¿QUÉ HACER CON EL
DESEO SEXUAL NO LEGÍTIMO?
No huye el que se retira;
porque has de saber,
amigo Sancho,
que me he retirado, no
huido;
y en esto he imitado a
muchos valientes,
que se han guardado para
tiempos mejores,
y de esto están las
historias llenas.
Don Quijote de la Mancha
Siempre el mismo regate
—¿Y por qué el hombre
parece especialmente débil ante la tentación del sexo no legítimo?
El regate de la tentación
es muy parecido en todos los ámbitos de la vida del hombre.
Si una persona quiere
abandonar el alcohol, pero tiene a mano la botella, y su deseo es más fuerte
que su razón, sucumbirá tarde o temprano. Y eso aunque luego no tarde mucho
en darse cuenta de que la tentación le ha vuelto a engañar de nuevo. Y que
además le ha engañado con el mismo quiebro de siempre.
Todo hombre tiene en su
interior zonas más o menos extensas de oscuridad, de confusión, de
obcecación. Momentos de ofuscación que hacen posible que ejecute una acción
mala atraído por los aspectos engañosamente buenos que esa acción presenta.
Quizá por eso, la mejor
baza de la tentación siempre ha sido lograr que, mientras dure, el resto del
mundo parezca carente de interés. Su gran logro es cortar cualquier discurso
racional en contra del deseo. Por eso, en muchos casos, lo más inteligente,
la forma más segura de preservar la lucidez de la mente, es, simplemente,
mantenerse a cierta distancia de la tentación. Conociendo la fuerza del
instinto y la resistencia de la propia voluntad, sabremos a qué podemos
exponernos y a qué no.
Es lo que, según cuenta
la Odisea, decidió hacer Ulises al pasar por delante de aquel lugar en que
todos los navegantes quedaban embaucados por el canto de las sirenas y
acababan perdiéndose contra los arrecifes. Ulises pidió a sus hombres que
todos se taparan con cera los oídos, y que a él le ataran con cuerdas al
mástil del barco, y ordenó que no le soltaran por mucho que luego lo
pidiera. Así lo hicieron, y gracias a eso logró superar aquel difícil
trance. No debe olvidarse que es difícil tomar contacto temerariamente con
el vicio y no dejarse luego arrastrar por él.
Desarrollar buenas razones
Para hacer frente al
viejo regate de la tentación, es preciso, en primer lugar, hacer un serio
esfuerzo por clarificar la inteligencia. Así se consolidarán las propias
convicciones morales y serán más firmes.
—¿Y cómo se consigue?
Por ejemplo, es
importante desarrollar argumentos y razones interiores que ayuden a hacer
frente a esos deseos no legítimos.
§ Quizá a un chico
o una chica joven le ayude pensar que, si no aprende a dominar su pasión
sexual en la juventud, igual o más difícil le resultará después ser fiel en
el matrimonio, con la consiguiente amenaza para la estabilidad de su futura
familia.
§ A otros, les
convendrá entender que la obsesión por el sexo desnaturaliza el trato entre
chicos y chicas, y lleva con facilidad a una relación insulsa y zafia.
§ O considerar que
el señorío sobre la sexualidad es básico para poder amar limpiamente a quien
en el futuro vaya a ser la madre o el padre de sus hijos.
§ O pensar quizá
en que esa persona a la que está induciendo al sexo tiene una familia –unos
padres, o bien un marido o una mujer, o unos hijos–, que han puesto en ella
tantas ilusiones y esperanzas, y está poniendo en grave riesgo su
honestidad.
§ O darse cuenta
de que aprender a tratar con mayor consideración a la mujer o al varón
aumenta la probabilidad de elegir pareja con acierto cuando llegue la hora.
§ O comprender que
abalanzarse sobre el placer es un acto de egoísmo que se acaba pagando con
el tiempo (a veces, al poco tiempo).
Si se piensa serenamente,
es poco sensato vivir tan pendientes del sexo. Cuando una persona no se
esfuerza en dominar sus impulsos sexuales, estos tienden a invadir el
espacio natural de otros intereses y proyectos mucho más decisivos en la
construcción de la propia vida. Dejar que el sexo ocupe demasiado espacio en
la propia vida conduce a la ansiedad y la decepción.
—De todas formas, no es
fácil mantener a raya una pasión únicamente a base de argumentos y de
consideraciones de tipo intelectual.
Está claro que no basta
con el mero conocimiento del bien para practicarlo. Pero comprender con
claridad que algo es malo ya es un paso, y un paso importante.
Estas consideraciones
sobre la castidad me recuerdan lo que me contaba no hace mucho un viejo
amigo mío, bien situado en la vida y con un cargo profesional importante, al
que habían intentado sobornar. Le ofrecieron dinero de forma muy delicada e
indirecta, como suele hacerse. No tenía que hacer nada, bastaba con que no
preguntara por determinado asunto. La cantidad que le ofrecían era muy
importante.
“Te puedo asegurar –me
decía– que esa tentación del dinero no legítimo es muy parecida a la del
sexo no legítimo. ¡Es tan fácil, tan seguro, tan apremiante, tan
fascinante...! Creo que si lo superas es porque dices inmediatamente que no
y pones tierra por medio. Si no, acabas cayendo. Luego quizá te intentes
convencer de que es lo normal, que no pasa nada, que no hay que exagerar,
que va a ser solo una vez, que lo hace todo el mundo, que no hace falta
darle más vueltas...”.
Empleamos la misma
voluntad para rechazar la lujuria que para rechazar una comisión ilegal,
trabajar bien, sacrificarnos por los demás o decir la verdad cuando cuesta
hacerlo.
Es obvio que no todo lo
que nos apetece nos conviene. Me gusta tomar el sol, pero debo tomarlo con
moderación para no quemarme; me gusta comer bien, pero tengo que cuidar de
no engordar como una foca; no me apetece estudiar, pero si no lo hago
suspenderé; tengo a veces impulsos de irascibilidad, pero no debo decir lo
primero que me venga a la cabeza; siento impulsos sexuales, pero no todos
ellos deben satisfacerse. Son ejemplos de deseos personales que cuando se
satisfacen sin respetar lo que exige su naturaleza producen un deterioro,
que luego exigirá, según los casos, un tratamiento para las quemaduras, una
dieta más rigurosa, más horas de estudio, una petición de perdón y, en
general, un renovado esfuerzo por recuperar el terreno perdido en la virtud
correspondiente, cosa que no siempre será fácil. Un hombre fortalecido en la
educación de sus impulsos será capaz de hacer justicia a la dignidad que
como hombre merece.
Contar con otros factores
Hay otros factores que
también desempeñan un papel importante en apoyo de la razón. Por ejemplo:
§ Fortalecer la
voluntad. No se debe tirar la toalla con la excusa de que tarde o temprano
se acabará por volver a caer en el vicio. Como decía C. S. Lewis, “las
personas hambrientas buscan alimento y las enfermas buscan salud, pese a
saber que, tras la comida o la curación, les siguen aguardando todavía los
comunes altibajos de la vida”.
§ Eludir
situaciones de riesgo innecesario. El deseo sexual es un impulso muy
intenso, pero relativamente breve en el tiempo, y las más de las veces
inducido por un estímulo muy puntual. Lo más inteligente y menos costoso es
procurar no exponerse tontamente a esas situaciones que cada uno conoce
bien.
§ Buscar el
auxilio de sentimientos favorables. El correcto uso de la sexualidad está
asociado a toda una serie de sentimientos humanos nobles; en cambio, el
abuso del sexo conduce a muchos problemas sentimentales y afectivos.
§ Centrar la vida
en los demás. En ocasiones, la razón se oscurece porque estamos encerrados
en un individualismo que lo distorsiona todo. Habrá entonces que desarrollar
acciones concretas de generosidad hacia las personas que tratamos, descubrir
sus necesidades y procurar atenderlas, pensar más en ellos, visitar a
compañeros enfermos, ayudar a los más desfavorecidos, prestar servicios de
utilidad social, etc.
§ Contar con la
ayuda de Dios. Para clarificar su inteligencia, el hombre creyente no debe
desdeñar ni los argumentos que le aporta la razón ni los que le aporta la
fe. Para fortalecer su voluntad debe apoyarse en su propio esfuerzo, pero
también debe contar con la ayuda de Dios. Y para educar su afectividad,
puede ayudar mucho contar también con el deseo de agradar a Dios. Lo mejor
es no prescindir de ninguna de esas ayudas, pues cualquiera de ellas puede
ser decisiva en determinado momento. Contar con Dios es decisivo, pues lo
basado únicamente en la propia razón, el propio esfuerzo o las propias
motivaciones, puede un día resultar insuficiente en medio de la tempestad de
la tentación, en la que a veces se desploman, como un castillo de naipes,
muchas otras consideraciones.
A mí no me afecta
«Hace ya unos meses que
nuestro matrimonio pasa una crisis –explicaba una mujer de unos cuarenta
años.
»Puede parecer una
tontería, pero fue a raíz de la lectura de un libro cuando empecé a pensar
que mi matrimonio no me satisfacía, que no era feliz.
»El caso es que me
encantaba esa escritora. Me leí todas sus obras. Cada vez me gustaban más.
Me ayudaban a comprender que en la vida hay muchas cosas que disfrutar, y
que después de mis quince años de matrimonio y mis cuatro hijos hasta ahora
apenas había podido hacerlo.
»Además, tengo una amiga
a la que le ha pasado algo parecido. La he conocido hace poco, y supongo que
ha influido mucho en mí. Me ha hecho ver que en la vida hay algo más que la
familia.»
Siguió hablando bastante
tiempo. Explicó con detalle a la Madre Angélica toda la situación de su
familia. Apenas había nada objetivo en aquella crisis matrimonial. Sin
embargo, aquella mujer estaba a punto de alterar por completo su vida.
Anhelaba el romance. Quería vivir las emociones de su amiga recién
divorciada. Todo en su vida estaba ahora enfocado hacia la satisfacción, al
estilo de una novela rosa, y estaba dispuesta a pagar por ello el precio que
hiciera falta.
Si un año antes hubieran
preguntado a aquella mujer si creía que un puñado de novelas rosas y una
amiga un poco frívola podrían destrozar su matrimonio, se habría reído de
buena gana. Pero deslizarse por esa pendiente es más fácil de lo que a veces
uno imagina.
Hay momentos en la vida
en que a duras penas se logran controlar esas influencias, pero esos
momentos son precisamente los importantes, y esa mujer se encontraba en uno
sumamente vulnerable.
Es difícil saber a priori
cuáles serán los pequeños incidentes que a cada uno puedan afectar, pero
están ahí, normalmente incubándose detrás de las pequeñas claudicaciones y
pequeñas mentiras que jalonan la vida de una persona:
§ Cuando compras
esas revistas y dices que puedes controlarlo, te engañas a ti mismo.
§ Cuando ves esas
películas “para adultos” y dices que no te afectan, es fácil que estés
mintiéndote a ti mismo.
§ Cuando entras en
determinado lugar y dices que solo buscas un rato de conversación, o
distraerte un poco, es probable que hayas acabado por creerte tus propias
mentiras.
No conviene engañarse.
Esos incidentes no son tan insignificantes. Cada uno de ellos tiene
importancia. Además, no es tan fácil controlarlos. No hay que ser
presuntuoso: es probable que tu autocontrol no sea tan fuerte, y estás
arriesgando con cuestiones importantes.
Hay situaciones a las que
una persona sensata debe procurar no llegar nunca. Para cada persona hay
cierto tipo de circunstancias en las que es enormemente vulnerable. Son
momentos en que toda la lógica del mundo, todo el sentido común del mundo,
parecen quedar reducidos a unas flacas fuerzas incapaces de competir con la
avasallante zancada de la pasión sexual, que inflama al hombre, invade sus
sentidos, excita su cuerpo, envuelve sus sentimientos y se adueña de su
corazón.
El hombre sensato debe
saber que necesita algo más que sentido común para hacer frente a la
lujuria: es necesario alejar las ocasiones propicias. Cada vez que resistas
a la tentación frente a la pornografía, reforzarás tu voluntad y estarás
mejor preparado para cuando se presente de nuevo. Y evitando esas ocasiones
propicias, que conoces bien, te harás más fuerte frente a la masturbación, y
te darás más cuenta de que en realidad sí te hacía daño. Y cuando dejes de
ver a la persona con quien desearías tener una relación adúltera, adquirirás
mayor fuerza para alejar los sentimientos de lujuria. Reconocer los límites
de la propia debilidad es siempre un síntoma de sensatez.