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46. ¿SON MEJORES LOS CREYENTES?

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50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló 


 

PARTE  SÉPTIMA

Yo, que me he pasado la vida
predicando un cierto hedonismo,
nunca pude imaginar
que terminaríamos así.
Norman Mailer

 

VII. ¿PARA QUÉ SIRVE CREER?

 

 

Contenido

¿De qué sirve creer?

Peligros de la religión


¿Son mejores los que van a Misa?

 

 

La carencia de vicios
añade muy poco a la virtud.
Antonio Machado

 

¿De qué sirve creer?

—Hay muchas personas que no tienen fe, pero que son, desde el punto de vista moral, iguales o mejores que los creyentes: en bondad, en abnegación, en honradez o en el ejercicio de las virtudes sociales y familiares.

Esas razones sobre el comportamiento ejemplar de algunos no creyentes, son en el fondo un argumento a favor de la religión. No hay que olvidar que esos hombres, pese a no ser creyentes, en la mayoría de los casos son ejemplares precisamente porque se guían por unos valores que están inspirados en el cristianismo. Intentaré explicarme.

Por ejemplo, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de la ONU de 1948 –un documento que en el mundo occidental nadie discute– ha sido cuestionada desde amplios sectores orientales e islámicos por considerarla “de excesiva inspiración cristiana”. Ese contraste indica que el Evangelio está presente de manera muy profunda en los valores que fundamentan nuestra civilización occidental, desde sus comienzos hasta ahora. Los mismos conceptos de “libertad, igualdad, fraternidad” de la Revolución Francesa, también son en su origen valores cristianos. El concepto de libertad universal, en el sentido de núcleo originario de la dignidad de todo hombre, era desconocido en el mundo oriental, que reservaba la libertad al déspota, y permaneció también ajeno al mundo greco-romano, el cual –aun teniendo en cuenta la libertad civil– sostenía que solo algunos hombres eran libres (como ciudadanos atenienses, espartanos, romanos…), y no el hombre en cuanto tal. Y si seguimos analizando la historia, enseguida puede verse también que los regímenes fundamentados en el ateísmo sistemático han producido resultados catastróficos. Basta pensar en los totalitarismos ateos de Lenin o Stalin en el mundo soviético, el de Hitler en la Alemania nazi, el de Mao en la China, o el de Pol Pot en Camboya, por fijarnos solo en el último siglo. Nietzsche, Engels y Marx, por ejemplo, consideraban la piedad, la misericordia y el perdón como la escapatoria de los débiles. Fueron sistemas filosóficos y políticos fundamentados en la negación de Dios y de sus mandatos, que fueron sustituidos por la tiranía de ídolos diversos, expresada en la glorificación de una raza, una clase, un estado, una nación o un partido. A la luz de esas desventuras, se comprende que si se pisotean los derechos de Dios se acaban violentando también los derechos humanos, y viceversa. Los derechos de Dios y del hombre se afirman o caen juntos. Y como asegura Frossard, si Occidente ha logrado escapar, y no sin dificultades, de los horrores de esas ideologías, ha sido gracias a sus hondas raíces cristianas, que han obligado al ateísmo a tomar la forma de un laicismo más tolerante.

Quiero decir con todo esto que a pesar de la pérdida de religiosidad, muchas personas conservan los contenidos de vigencias que tienen un origen religioso. Es verdad que hay efectivamente personas que llevan una vida honesta y recta, sin el Evangelio. Pero si una vida es verdaderamente recta, es porque el Evangelio, no conocido o no rechazado a nivel consciente, en realidad desarrolla ya su acción en lo profundo de la persona que busca con honesto esfuerzo la verdad y está dispuesta a aceptarla apenas la conozca.

—Pero, ante el valor moral de algunos no creyentes, ¿no tienes la impresión de que los cristianos dan –o damos–, en general, poco ejemplo? ¿No tendríamos que pensar un poco más en este mundo y un poco menos en el más allá?

Es cierto que hay cristianos que no dan –o quizá no damos– suficiente buen ejemplo. O que parecen haber olvidado su obligación de santificar esta vida como camino para alcanzar la del más allá. Pero está bien claro que los cristianos debemos esforzarnos por mejorar el mundo en que vivimos, en medio de nuestras ocupaciones habituales, como recomienda por ejemplo el Concilio Vaticano II. El hecho de que no todos los cristianos sean ejemplares no tiene por qué restar valor a la fe. Indica, simplemente, que los hombres tienen debilidades, cometen errores y no cumplen todos sus buenos propósitos.

Pienso, además, que debemos ser muy prudentes a la hora de juzgar a los demás, sean o no creyentes. Las miserias y los errores de los hombres se deben en buena parte a que han recibido una formación deficiente, y por eso sus fallos han de ser para nosotros un estímulo para procurar ayudarles, respetando su libertad. El verdadero espíritu cristiano impulsa a acercarse con afecto a todos los hombres, y eso aunque sean personas que lleven una vida muy equivocada, o incluso criminal, porque en esos casos –escribe Josemaría Escrivá–, “aunque sus errores sean culpables y su perseverancia en el mal sea consciente, hay en el fondo de esas almas desgraciadas una ignorancia profunda, que solo Dios podrá medir”. “Solo Dios sabe lo que sucede en el corazón del hombre, y Él no trata a las almas en masa, sino una a una. A nadie corresponde juzgar en esta tierra sobre la salvación o condenación eternas en un caso concreto”.

—Pero al ver tantas cosas que se hacen mal, uno piensa que Dios tendría que haber hecho algo para que su mensaje fuera más eficaz entre los hombres, o al menos entre los cristianos.

Dios ha irrumpido en la historia de una forma mucho más suave y respetuosa con la libertad del hombre de lo que a muchos les hubiera gustado. Pero así es su respuesta a la libertad. Dios se ha ofrecido a guiarnos, pero sin obligarnos. A los ojos de muchos parece que ha fracasado, y se preguntan por qué se muestra tan débil. Pero Él no quiere imponerse sino que solicita nuestra libertad, porque –como dice Henri J. M. Nouwen– su amor es demasiado grande para hacer nada de eso. Dios no quiere forzar, obligar o empujar. Da libertad, sin la cual el amor no puede surgir.

 

Peligros de la religión

—El marxismo decía que la religión era el opio del pueblo, y que las prácticas religiosas, y en especial el cristianismo, eran algo alienante. ¿Qué dirías sobre eso?

El balance histórico de las sociedades inspiradas por el marxismo –y más aún después de la caída del bloque soviético–, demuestra dónde estaba la verdadera alienación. “En cambio –ha escrito Ángeles Caso– hay algo sorprendente en la doctrina cristiana: su capacidad para sobrevivir durante siglos, para afectar, emocionar e imponerse en una forma de vida y de cultura social en medio mundo. La ideología marxista aplicada a la realidad apenas ha durado medio siglo y ha sido un desastre. La doctrina cristiana, en cambio, lleva ya veinte de existencia, y no parece ir a menos. No es un dato que convenga desdeñar.”

Es cierto que puede a veces haber religiones y prácticas religiosas que alienan al hombre. Un ejemplo son las prácticas supersticiosas de algunas religiones animistas en África, que suponen un serio impedimento para la estructuración de la sociedad, al difundir un miedo irracional a los espíritus. Y ha habido, a lo largo de la historia, muchas religiones inhumanas con ritos plagados de sacrificios humanos. Basta recordar el culto de los incas o los aztecas, por ejemplo. También algunas divinidades griegas eran completamente negativas, como sucede aún ahora, por ejemplo, con algunos dioses del cosmos religioso indio. Y algo parecido puede decirse de la actividad de muchas sectas en nuestros días.

—No puede decirse entonces que toda religión ayude al hombre a ser bueno.

Algunos modos de entender la religión pueden hacérselo bastante difícil, como acabamos de decir. Es indudable que hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan al hombre, sino que lo alienan. Y también las religiones a las que hay que reconocer una grandeza moral y están en el camino hacia la verdad, pueden enfermar en algún trecho del camino.

—¿También el cristianismo?

También puede suceder, cuando se deforma o se hacen reducciones sectarias. Aunque en ese caso ya no sería propiamente cristianismo, sino otra cosa.

En la religión cristiana se han dado a veces desviaciones patológicas, y la historia recoge abundantes ejemplos de errores teológicos más o menos extendidos entre los cristianos, que la autoridad de la Iglesia ha tenido que corregir. Ha habido ocasiones en las que la verdadera fe cristiana se ha mezclado con prácticas supersticiosas, o con el uso de la violencia, o con la dialéctica marxista de la lucha de clases. O se ha visto afectada por relajaciones morales de muy diverso tipo.

No todos los cristianos han vivido siempre bien el cristianismo. Pero la fe cristiana ofrece las pautas y medios precisos para la necesaria purificación de esos errores.

—¿Y en qué se distingue un buen católico de los demás hombres?

Los católicos somos como los demás hombres: unos mejores y otros peores, como sucede en cualquier religión, donde puede haber personas de gran calidad humana y otras de las que no puede decirse lo mismo. Pienso que no se trata de hacer estadísticas para ver qué proporciones hay de unos u otros. La fe católica afirma que quien viva fielmente esa fe, se purificará de sus errores y flaquezas, mejorará como hombre y alcanzará la vida eterna.

 

¿Son mejores los que van a Misa?

—Pero hay quienes se presentan como católicos, van a Misa..., pero luego resulta que no son buenas personas...

Está claro que el hecho de que una persona vaya a Misa no es un seguro a todo riesgo para su honestidad. Siempre será una ayuda para lograrlo, pero no una garantía. Y el hecho de que unas personas poco ejemplares vayan a Misa no resta valor a la Misa ni a la fe católica.

—Pero sería mejor para la fe católica que esas personas poco ejemplares no hicieran manifestaciones de religiosidad.

Quizá fuera un buen marketing para la Iglesia –aunque lo dudo–, pero Jesucristo dijo que no necesitan de médico los sanos sino los enfermos. La Iglesia debe acoger maternalmente a sus hijos, tanto si son grandes santos como si son grandes pecadores. Los católicos no presumen –al menos, no deberían hacerlo, y creo que pocos lo hacen– de ser una élite de la santidad o un modelo de virtud. Simplemente, se esfuerzan por mejorar.

Y ya que has mencionado lo de la asistencia a Misa, recuerdo que un viejo amigo me decía que siempre le había llamado la atención encontrar tanta gente necesitada pidiendo limosna a la puerta de las iglesias, y que, en cambio, se vieran tan pocos mendigos o personas en paro a la puerta de los casinos, los bingos, las salas de fiestas o los bancos, cuando probablemente por esos sitios pase mucha más gente y de más dinero. Y tampoco se ven apenas pobres a las puertas de los sindicatos o de los organismos políticos, pese a que en esos lugares debieran esperarse en principio más fáciles muestras de solidaridad. Y como es de suponer que esos hombres son quizá pobres pero no idiotas, cabe pensar que actúan así porque ellos sí que creen que la gente que va a Misa es, en general, más generosa que la media.

En cualquier caso, sabemos bien que para salvarse no basta con pertenecer a la religión verdadera, ni con ir a Misa cada domingo. Y también está claro que de religiones muy diversas puede recibirse aliento y enseñanza para ser mejores y alcanzar la salvación, con la ayuda de Dios.

 

 

 


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